cover
image

 

JZ1480
C4618
2012       Chomsky, Noam

1 contenido digital — (Sociología y política)

  1.    Unipolaridad (Relaciones internacionales)

2.    Estados Unidos – Relaciones internacionales – 2001-2009

3.    Estados Unidos – Relaciones internacionales – 2009

4.    Estados Unidos – Política y gobierno – 2001-2009

5.    Estados Unidos – Política y gobierno – 2009

I. Schussheim, Victoria, traductor II. t. III. ser

 

primera edición impresa, 2012

edición digital, 2013

isbn digital 978-607-03-0417-0


Conversión eBook:
Information Consulting Group de México, S. A. de C. V.

 

traducción de
VICTORIA SCHUSSHEIM

 

 

Ahora somos un imperio, y cuando actuamos, creamos nuestra propia realidad. Y mientras ustedes estén estudiando esta realidadjuiciosamente, como lo haránvolveremos a actuar, creando otras nuevas realidades, que también pueden estudiar, y así es como las cosas van a ir acomodándose. Somos los actores de la historia [...] y ustedes, todos ustedes, se quedarán a estudiar lo que hacemos.

 

Asesor de alto nivel del ex presidente George
W. Bush, citado en el New York Times Magazine
del 17 de octubre de 2004.

PREFACIO: VOLVER A CREAR EL FUTURO

JOHN STICKNEY,
editor en jefe, The New York Times Syndicate

¿Quién o qué hace el futuro?

El título de este libro se refiere al epígrafe que declara la visión del mundo de un asesor de alto nivel del ex presidente George W. Bush: “Ahora somos un imperio, y cuando actuamos, creamos nuestra propia realidad. Y mientras ustedes estén estudiando esta realidad —juiciosamente, como lo harán— volveremos a actuar, creando otras nuevas realidades, que también pueden estudiar, y así es como las cosas van a ir acomodándose. Somos los actores de la historia [...] y ustedes, todos ustedes, se quedarán a estudiar lo que hacemos”.

“Los actores de la historia” tienen la muy mala suerte de que un observador tan enterado, escritor infatigable e imperturbable como Noam Chomsky esté a la mano para “estudiar lo que hacemos”.

Los acontecimientos desmienten a ese asesor en el momento en que este libro se va a la imprenta. El movimiento de los indignados arde en todo el mundo, encendido por ultrajes que Chomsky explora aquí: desigualdad, despojo de derechos, arrogancia oficial y engaños.

“Nunca he visto nada igual al movimiento de los indignados por su escala y su carácter aquí y en todo el mundo”, dijo Chomsky en Ocupa Boston el 22 de octubre de 2011, en una plática adaptada para el último capítulo de este libro. “Las avanzadas de los indignados están tratando de crear comunidades cooperativas que tal vez podrían servir de base para los tipos de organizaciones perdurables necesarias para superar las barreras a las que nos enfrentamos y el contragolpe que está empezando a darse.”

Ése es el material de la columna mensual que escribe Chomsky para el New York Times Syndicate.* Crear el futuro comprende la segunda edición de esas columnas.

La primera, Intervenciones, publicada en 2007, fue prohibida en Guantánamo en 2009.

Como lo relata Carol Rosenberg en el Miami Herald, un abogado defensor del Pentágono le envió una edición en árabe de Intervenciones a un detenido. Los censores militares de Estados Unidos lo rechazaron.

“Esto ocurre a veces en los regímenes totalitarios —le comentó Chomsky a Rosenberg por correo electrónico—. Tal vez la naturaleza del libro que prohibieron pueda tener un interés incidental. Consiste en columnas de opinión escritas para el New York Times Syndicate y distribuidas por el mismo. La podredumbre subversiva debe llegar muy hondo.”

Subvertido o no, yo edito la columna de Chomsky. Empezó cuando los editores del Syndicate estaban buscando comentarios sobre el primer aniversario de los ataques del 11 de septiembre. El libro de Chomsky, 9-11, publicado en octubre de 2001, se había vuelto un bestseller. Era natural que nos acercáramos a él.

La primera columna de opinión que publicó el Syndicate, “9-11: lecciones desaprendidas”, alcanzó a numerosos lectores, sobre todo fuera de Estados Unidos. Los textos de Chomsky fueron pasados por alto en gran medida por la prensa establecida de Estados Unidos, tal vez debido a su perspectiva sin compromisos con lo que ha denominado “el hegemón global”. Pero su voz viajó por encima de las fronteras. ¿Por qué no probar con una columna mensual?

En conjunto, las columnas que aparecen en esta edición presentan una narración de los acontecimientos que han constituido el futuro desde 2007: las guerras en Afganistán e Iraq; la carrera presidencial en Estados Unidos; el ascenso de China; el viraje a la izquierda de América Latina; el peligro de proliferación nuclear en Irán y Corea del Norte; la invasión de Gaza por Israel y la expansión de los asentamientos en Jerusalén y en la Margen Occidental; los avances del cambio climático; la crisis financiera mundial; la primavera árabe; la muerte de Osama bin Laden y las protestas de los indignados.

Como suele ocurrir, las columnas de Chomsky se adelantan a los acontecimientos. Su colaboración de agosto de 2011, “Estados Unidos en declive”, presagia una premisa del movimiento de los indignados:

“La resultante concentración de riqueza [desde la década de 1970] produjo mayor poder político, acelerando un círculo vicioso que ha conducido a una riqueza extraordinaria para una fracción del 1% de la población, esencialmente, mientras que para la gran mayoría los ingresos reales están prácticamente estancados.”

Chomsky vive en todo sentido como lo que se denomina un “intelectual público”. Está constantemente de viaje, dando conferencias. (Con frecuencia en las universidades habla con un público sobre acontecimientos presentes y en una reunión más pequeña sobre su especialidad propia, la lingüística.) Un rasgo característico de una plática de Chomsky es el periodo posterior de preguntas y respuestas, que tiende a continuar, espontáneamente, hasta que los organizadores se lo llevan a la siguiente parada del programa.

Chomsky con frecuencia otorga entrevistas a periódicos de todo el mundo, y mantiene una exhaustiva correspondencia por correo electrónico. Mientras tanto lee con voracidad: la prensa establecida, revistas, libros y blogs de Estados Unidos y del mundo entero. Su oficina en el Massachusetts Institute of Technology es un edificio diseñado por Frank Gehry, cuyas paredes se inclinan hacia adentro a medida que las pilas horizontales de libros que hay sobre el escritorio de Chomsky ascienden sin cesar.

Lo que acostumbra hacer con los periódicos es leer los artículos hasta encontrar el material más revelador, muchas veces sumergido cerca del final, como la cita del asesor de Bush del cual no se da el nombre.

Esta compilación de columnas de opinión refleja notablemente las intervenciones públicas de Chomsky como la que se dio en Ocupa Boston. Las notas para pláticas y las respuestas a preguntas, junto con sus lecturas evolucionan en columnas y materiales para sus libros, y viceversa. El diálogo con todos sus públicos documenta la voz de Chomsky.

La columna titulada “Hacer la guerra para traer la ‘paz’”, de julio de 2009, retraza su discurso pronunciado ese mes ante la Asamblea General de las Naciones Unidas. Como panelista —y usando corbata, cosa muy poco característica en él— Chomsky habló de la política conocida como “responsabilidad de proteger”, o R2P. Después los delegados se alinearon con preguntas y retos.

La sinceridad de Chomsky lo pone en peligro. En 2010, en camino de Jordania a la Margen Occidental para dar una plática en la Universidad Birzeit, oficiales israelíes le impidieron el paso en la frontera. De cualquier manera, pronunció su discurso por medio de una videoconferencia.

Donde quiera que esté Chomsky es asediado por sus editores, incluido yo mismo. Cansado del camino o con jet-lag, cumple otra entrega y envía una columna de opinión, frecuentemente después de medianoche, cuidadosamente investigada y anotada como corresponde a sus antecedentes eruditos. Luego se somete al proceso de edición, un ir y venir en el cual sus editores llegan a respetar el cuidado, el oficio y la precisión de sus palabras.

En su plática de Ocupa Boston, Chomsky dice verdades y convoca a sus oyentes a una acción informada:

“Karl Marx dijo ‘La tarea no sólo consiste en entender el mundo sino en cambiarlo’. Una variante que hay que tener presente es que si uno quiere cambiar el mundo más vale tratar de entenderlo. Eso no significa oír una conferencia o leer un libro, pese a que en ocasiones son cosas útiles. Se aprende de la participación. Se aprende de los otros. Se aprende de la gente a la que se está tratando de organizar. Todos nosotros tenemos que adquirir la comprensión y la experiencia necesarias para formular y poner en práctica ideas.”

La forma en la que piensa Chomsky, y los temas que cubre en esta compilación, compromete a los lectores a no dejarle a nadie más que a sí mismos la labor de crear el futuro.

AMENAZAS, CONVERSACIONES,
Y UN ESPERADO ACUERDO CON COREA DEL NORTE

2 de abril de 2007

Una verdad de perogrullo en los asuntos tanto humanos como mundiales es que si amenazas a alguien, se defenderá. Si te acercas de buena fe, es probable que haga lo propio.

Vienen a cuenta de esto las largas, tortuosas relaciones entre Estados Unidos y Corea del Norte. Uno de los muchos ejemplos se produjo cuando, en 2002, el presidente Bush designó a Corea del Norte como miembro documentado del “eje del mal”. Según informaba la inteligencia estadunidense, Corea del Norte estaba desarrollando bombas de plutonio y representaba un riesgo inminente. De hecho, las imputaciones instigaron precisamente las mismas amenazas sobre las que había hecho su advertencia Washington.

A diferencia de Iraq, Corea del Norte ya podía defenderse, con una contundente artillería dirigida contra Seúl, en Corea del Sur, y contra las tropas norteamericanas próximas a la zona desmilitarizada. A medida que Corea del Norte comenzó a amasar su arsenal de armas nucleares, la posibilidad de un desastre se elevó aterradoramente.

Luego, en febrero de este año [2007], se llevaron a cabo en Beijing conversaciones multilaterales (que incluyeron a China, Japón, Rusia y Corea del Sur, así como a Corea del Norte y Estados Unidos). Al cabo de unos días, en un aparente giro de ciento ochenta grados tanto por parte de Pyongyang como de Washington, las pláticas produjeron resultados alentadores: Corea del Norte, en respuesta a ofertas de conciliación, accedió a comenzar a desmantelar sus instalaciones nucleares y a permitir que regresasen al país los inspectores nucleares.

El gobierno de Bush declaró que las conversaciones representaban un éxito. La interpretación era que Corea del Norte, enfrentada a un potencial aislamiento de la comunidad mundial, capaz de provocar un cambio de régimen, había dado marcha atrás. Lo que realmente ocurrió es bastante diferente, y resulta muy instructivo respecto a cómo contribuir a desactivar la crisis de Corea del Norte y otras similares.

En octubre del año anterior [2006] Corea del Norte llevó a cabo una prueba nuclear en las montañas, cerca de la frontera china, al parecer sin éxito, pero con la potencia suficiente para darle otro empujoncito al mundo en dirección del holocausto nuclear. En el mes de julio el país reinició las pruebas de misiles de largo alcance, que también fracasaron, aunque con la ominosa señal de que, con el tiempo, tanto la carga explosiva como la trayectoria podrían ser exitosas.

La prueba nuclear y el disparo de los misiles pueden sumarse al historial de logros del gobierno de Bush.

Leon V. Sigal, uno de los principales expertos en la diplomacia nuclear de la región, expone el contexto: “Cuando asumió su cargo el presidente Bush —escribió Sigal en el número de noviembre de 2006 de Current History— el norte había dejado de probar los misiles de mayor alcance. Tenía plutonio para hacer una o dos bombas y se había verificado que ya no estaba produciéndolo. Seis años después tiene el necesario para hacer de ocho a diez bombas, ha reiniciado las pruebas de misiles de largo alcance y no parece tener reparos respecto a las pruebas nucleares”.

Al revisar el historial, Sigal llega a la conclusión de que “de hecho Pyongyang ha estado procediendo ojo por ojo, respondiendo siempre que Washington coopera y tomando represalias cuando Washington incumple, en un esfuerzo por ponerle fin a la enemistad”.

Hace más de un decenio se estableció un ejemplo de cooperación. La administración Clinton, a trompicones, inició un proceso para normalizar las relaciones políticas y económicas de Estados Unidos con Corea del Norte y garantizar su seguridad como Estado no nuclear. En 1994 ese país accedió a no enriquecer uranio.

Luego, en 2002, el militarismo del “eje del mal” de Bush tuvo los efectos que eran de prever: Corea del Norte volvió al desarrollo de misiles y armas nucleares, expulsó a los inspectores de Naciones Unidas y se retiró del Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares.

No obstante, llegó el momento en el cual, por presión de los países asiáticos, el gobierno de Bush aceptó volver a las conversaciones, lo que condujo a un acuerdo, en septiembre de 2005, en el sentido de que Corea del Norte abandonaría “todas las armas nucleares y los programas nucleares existentes” y permitiría las inspecciones, a cambio de ayuda internacional con un reactor de agua ligera y de un compromiso de no agresión por parte de Estados Unidos. El acuerdo establecía que ambos lados “respetarían mutuamente su soberanía, coexistirían juntos pacíficamente y tomarían medidas para normalizar las relaciones”.

Si se hubiese llevado a cabo el acuerdo no habría habido una prueba nuclear norcoreana ni se habría agudizado el conflicto, que lindaba siempre con una guerra nuclear.

El gobierno de Bush, en buena medida tal como ocurrió en el caso de Irán durante los mismos años, se inclinó por la confrontación, antes que por la diplomacia, e inmediatamente socavó el acuerdo. Desmanteló el consorcio internacional organizado para proporcionar el reactor de agua ligera, renovó las amenazas de fuerza y presionó a los bancos para que congelaran las cuentas en divisas de Corea del Norte. Adujo que este país estaba utilizando los bancos para hacer transferencias ilegales, tal vez para la falsificación de moneda, aunque las evidencias, en el mejor de los casos, son someras.

Sin embargo, para febrero de este año [2007] “la creciente presión sobre el régimen norcoreano y una administración norteamericana dispuesta a la guerra que buscaba tener éxito en sus tratos con uno de los ‘ejes del mal’ habían contribuido a volver e insuflar de vida a un proceso que desde hacía mucho tiempo se consideraba terminal”, según escribió Anna Fifield en el Financial Times.

El nuevo acuerdo es similar al que Washington había frustrado en 2005. Inmediatamente después de alcanzarlo, el gobierno reconoció que sus imputaciones de 2002 contra Corea del Norte se basaban en evidencias dudosas. La administración Bush, célebre por adaptar los hechos a su política en Iraq, también puede haber desvirtuado la información de inteligencia en Corea del Norte.

“No queda claro por qué se está revelando ahora la nueva evaluación —escribieron David E. Sanger y William J. Broad en el New York Times—. Pero algunos funcionarios sugirieron que el momento podía vincularse con el reciente acuerdo norcoreano de volver a abrir sus puertas a los inspectores internacionales de armas. Como consecuencia de ello, dijeron estos funcionarios, los organismos de inteligencia se están enfrentando a la posibilidad de que una vez más se comparen sus valoraciones con lo que se encuentra realmente en el terreno.”

La lección del ciclo de reciprocidad y revanchas, conversaciones y amenazas, es, según observa Sigal, que la diplomacia puede funcionar si se la practica de buena fe.

LAS GUERRAS DE LA TORTILLA

9 de mayo de 2007

El caos que se deriva de lo que se denomina el orden internacional puede ser doloroso si sobre uno recae el poder que determina la estructura de ese orden.

En ese esquema poco grandioso participan hasta las tortillas. Recientemente, en muchas regiones de México, los precios de las tortillas se dispararon más de 50%. En enero, en la ciudad de México, decenas de miles de trabajadores y campesinos se reunieron en la plaza central de la urbe, el Zócalo, para protestar por los elevadísimos precios de las tortillas.

En respuesta, el gobierno del presidente Felipe Calderón hizo un trato con productores y minoristas mexicanos para limitar el precio de las tortillas y de la harina nixtamalizada, recurso que muy probablemente habría de ser temporal.

En parte, la amenaza del aumento de precios al alimento básico de los trabajadores y los pobres de México es lo que podríamos denominar el efecto etanol: una consecuencia de la estampida norteamericana hacia el etanol basado en el maíz como sustituto energético del petróleo, cuyas fuentes principales, desde luego, se encuentran en regiones que desafían todavía más profundamente el orden internacional.

También en Estados Unidos el efecto etanol ha hecho elevarse los precios de una gran diversidad de alimentos, incluyendo además los otros cultivos, el ganado y las aves de corral.

Desde luego, la relación entre la inestabilidad en el Medio Oriente y el costo de alimentar a una familia en América no es directa. Pero, tal como ocurre con todo el comercio internacional, el poder es el que inclina la balanza. Desde hace mucho tiempo una meta fundamental de la política exterior norteamericana ha sido la de crear un orden global en el cual las corporaciones estadunidenses tengan libre acceso a los mercados, los recursos y las oportunidades de inversión. El objetivo suele conocerse como “libre comercio”, posición que, al ser examinada, no tarda en derrumbarse.

No es algo muy distinto de lo que Gran Bretaña, predecesora en el dominio mundial, imaginó durante la última parte del siglo XIX, cuando adoptó el libre comercio después de que ciento cincuenta años de intervención estatal y de violencia habían ayudado a esa nación a alcanzar un poder industrial muchísimo más grande que el de cualquiera de sus rivales.

Estados Unidos ha seguido en gran medida el mismo patrón. En términos generales las grandes potencias están dispuestas a practicar de manera limitada el libre comercio cuando están convencidas de que les irá bien a los intereses económicos que se encuentran bajo protección. Ésta ha sido y sigue siendo una característica primordial del orden internacional.

El auge del etanol coincide con el patrón. Tal como lo comentan los economistas agrícolas C. Ford Runge y Benjamin Senauer en el último número de Foreign Affairs, “desde hace mucho la industria del biocombustible ha estado dominada, no por las fuerzas del mercado, sino por la política y por los intereses de unas pocas compañías grandes”, mayormente Archer Daniels Midland, el principal productor de etanol. La producción de etanol es conveniente gracias a dos sustanciales subsidios del Estado y las muy altas tarifas arancelarias que permiten excluir el muy barato y más eficiente etanol brasileño basado en el azúcar.

En marzo [de 2007], durante el viaje del presidente Bush a América Latina, el único logro proclamado fue un acuerdo con Brasil para la producción conjunta de etanol. Pero Bush, mientras recitaba la retórica del libre comercio para los demás, de la forma habitual, subrayó enérgicamente que perduraría la elevada tarifa para proteger a los productores norteamericanos, junto, desde luego, con las muchas formas de subsidio gubernamental para la industria.

Pese a los inmensos subsidios agrícolas pagados por los contribuyentes, los precios del maíz —y de las tortillas— han ido aumentando rápidamente. Uno de los factores de ello es que los usuarios industriales de maíz importado en Estados Unidos adquieren cada vez más variedades mexicanas más baratas usadas para las tortillas, con lo cual elevan los precios.

El Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), de 1994, auspiciado por Estados Unidos, también puede tener un papel significativo, papel que probablemente se vuelva mayor. Uno de los impactos inequitativos del TLCAN fue inundar a México con exportaciones agroindustriales muy subsidiadas, alejando de la tierra a los productores mexicanos.

El economista mexicano Carlos Salas reseña datos que permiten observar que, tras una continua elevación hasta 1993, el empleo agrícola empezó a declinar cuando entró en vigor el TLCAN, sobre todo entre los productores de maíz; según concluyen tanto él como otros economistas, esto fue una consecuencia directa del tratado. En los años transcurridos desde la firma del mismo una sexta parte de la mano de obra agrícola mexicana se ha visto desplazada, proceso que continúa, deprimiendo los salarios en otros sectores de la economía y promoviendo la emigración a Estados Unidos. Max Correa, secretario general del grupo Central Campesina Cardenista, calcula que “por cada cinco toneladas que se compran a productores extranjeros, hay un campesino que se convierte en candidato a la emigración”.

Cabe suponer que no es una mera coincidencia que en 1994 el presidente Clinton militarizase la frontera con México, antes abierta, simultáneamente con la implementación del Tratado de Libre Comercio.

El régimen de “libre comercio” aleja a México de la autosuficiencia alimentaria y lo lleva a depender de las exportaciones norteamericanas. Y a medida que el precio del maíz en Estados Unidos se eleva, estimulado por el poder corporativo y la intervención estatal, es de prever que el precio de los productos básicos mantendrá un marcado ascenso en México.

Los biocombustibles tienen cada vez más probabilidades de “matar de hambre a los pobres” de todo el mundo, según afirman Runge y Senauer, a medida que los cultivos básicos se dedican a la producción de etanol para los privilegiados, como ocurre con la mandioca en el África subsahariana, por citar un ejemplo ominoso. Mientras tanto, en el sudeste de Asia se están desmontando y quemando los bosques tropicales para cultivar palmeras aceiteras destinadas a los biocombustibles, y se están presentando amenazantes efectos ambientales también en Estados Unidos debido a la producción rica en insumos de etanol a base de maíz.

El alto precio de las tortillas y otros caprichos más crueles del orden internacional ilustran la interconexión de los acontecimientos desde el Medio Oriente hasta el Medio Oeste norteamericano, así como la urgencia de establecer un comercio basado en acuerdos verdaderamente democráticos entre los pueblos, y no en visiones cuya ansia especial es la de obtener, cualquiera que sea el costo humano, beneficios para intereses corporativos protegidos y subsidiados por el Estado al que en buena medida dominan.

SOMOS LOS DUEÑOS DEL MUNDO

6 de junio de 2007

En las sociedades burdas y brutales la línea del partido se proclama públicamente y tiene que ser obedecida, so pena de enfrentarse a las consecuencias. Lo que cada quien cree es asunto suyo, y no tiene mayor importancia.

En las sociedades en las que el Estado ha perdido la capacidad de controlar por la vía de la fuerza no se proclama la línea del partido sino que, más bien, se la presupone y, a partir de ello, se promueve un enérgico debate dentro de los límites impuestos por la ortodoxia doctrinaria tácita.

El sistema burdo lleva a una incredulidad natural. La variante sofisticada da la impresión de apertura y libertad, y sirve para instigar la línea del partido como algo que está más allá de toda cuestión, más allá incluso del pensamiento, como el aire que respiramos.

En el punto muerto cada vez más precario en el que se encuentran Washington y Teherán, una línea del partido se enfrenta a la otra. Entre las víctimas inmediatas bien conocidas están los iraníes-estadunidenses detenidos, Parnaz Azima, Haleh Esfandiari, Ali Shakeri y Kian Tajbakhsh. Pero todo el mundo es rehén del conflicto entre Estados Unidos e Irán, en el cual, después de todo, la apuesta es nuclear.

No es sorprendente que el anuncio del presidente Bush de un “brote” en Iraq —como reacción al llamamiento de la mayoría de los estadunidenses para iniciar acciones con miras a la retirada, y a las demandas más enérgicas todavía de los (irrelevantes) iraquíes— fuese acompañado por ominosas filtraciones acerca de luchadores con base en Irán y de improvisados artefactos explosivos fabricados en ese país, que tenían por propósito descalabrar la misión de Washington de alcanzar la victoria, que es noble (por definición).

Se produjo entonces el debate previsible: los halcones dicen que tenemos que tomar medidas violentas contra semejante interferencia externa en Iraq. Las palomas responden que debemos cerciorarnos de que las evidencias sean convincentes. Todo el debate puede prolongarse sin caer en el absurdo sólo a partir del supuesto tácito de que somos los dueños del mundo. Por consiguiente, la interferencia se limita a aquellos que obstaculizan nuestros objetivos en un país que invadimos y ocupamos.

¿Cuáles son los planes de la camarilla cada vez más desesperada que controla estrechamente el poder político en Estados Unidos? Los informes de amenazantes declaraciones privadas de miembros del personal del vicepresidente Cheney han incrementado los temores de una guerra más amplia.

“Uno no quiere darles argumentos adicionales a los nuevos locos que dicen ‘Vayamos a bombardear Irán’”, le dijo el mes pasado a la BBC Mohamed ElBaradei, director general de la Agencia Internacional de Energía Atómica. “Todas las mañanas despierto y veo que han muerto cien iraquíes, civiles inocentes.”

Condoleezza Rice, la secretaria de Estado de Estados Unidos, en oposición a los “nuevos locos”, presuntamente está siguiendo la vía diplomática con Teherán. Pero la línea del partido se mantiene sin cambio. En abril [de 2007] Rice habló de lo que diría si se encontrase con su contraparte iraní Manouchehr Mottaki en la conferencia internacional sobre Iraq por realizarse en Sharm el Sheikh. “¿Qué tenemos que hacer? Es bastante obvio —dijo Rice—. Detener el flujo de armas a los combatientes extranjeros; detener el flujo de combatientes extranjeros a través de las fronteras.” Estaba refiriéndose, desde luego, a los combatientes y las armas iraníes. Los combatientes y las armas estadunidenses no son “extranjeros” en Iraq. Ni en ningún lado.

La premisa tácita que subyace a su comentario, y prácticamente a todas las discusiones públicas acerca de Iraq (y de otras naciones) es que somos los dueños del mundo. ¿No tenemos derecho a invadir y destruir otro país? Claro que sí. Huelga decirlo. La única pregunta es si funcionará la escalada o alguna otra táctica. Tal vez esta catástrofe nos esté costando demasiado. Y ésos, con raras excepciones, son los límites de los debates entre los candidatos presidenciales, el congreso y los medios. Ésa es una de las razones por las cuales los debates son tan poco decisivos. No se pueden discutir las cuestiones básicas.

Sin duda Teherán merece una severa condena, definitivamente por su grave represión interna y por la retórica incendiaria del presidente Mahmoud Ahmadinejad (que tiene muy poco que ver con las relaciones exteriores). Sin embargo, resultaría útil preguntar cómo actuaría Washington si Irán hubiese invadido y ocupado Canadá y México, derrocado a sus respectivos gobiernos, asesinado a decenas de millares de personas, desplegado una enorme fuerza naval en el Caribe y emitido amenazas convincentes de destruir a Estados Unidos si no ponía alto de inmediato a sus programas (y armas) de energía nuclear. ¿Observaríamos tranquilamente?

Después de que Estados Unidos invadió Iraq, “los iraníes estarían chiflados si no hubiesen tratado de fabricar armas nucleares”, dijo el historiador militar israelí Martin van Creveld.

Por supuesto, ninguna persona en su sano juicio quiere que Irán (o cualquiera) desarrolle armas nucleares. Una solución razonable de la crisis permitiría que Irán desarrollase energía nuclear, de acuerdo con los derechos que le corresponden como parte del Tratado de No Proliferación, pero no armas nucleares. ¿Será factible? Lo sería, con una única condición: que Estados Unidos e Irán fuesen sociedades democráticas funcionales, en las cuales la opinión pública tuviese un impacto significativo sobre la política pública, salvando el inmenso abismo que existe ahora en relación con muchas cuestiones críticas, ésta incluida.

Esa solución razonable tiene un apoyo abrumador entre los iraníes y los estadunidenses, que en términos generales coinciden en materia nuclear, según encuestas recientes desarrolladas por el Programa Internacional de Actitudes Políticas de la Universidad de Maryland. El consenso iraní-estadunidense se hace extensivo a la eliminación total de las armas nucleares en todos lados (82% de los norteamericanos) y, si no es posible lograr eso, a “una zona libre de armas nucleares en el Medio Oriente, que incluiría a las naciones islámicas y a Israel” (71% de los norteamericanos). Para 75% de los estadunidenses es preferible construir relaciones con Irán antes que emplear amenazas de fuerza.

Estos hechos sugieren una posible manera de impedir que haga explosión la crisis actual y que incluso provoque tal vez una tercera guerra mundial, como lo predice el historiador militar británico Correlli Barnett. Esa aterradora amenaza podría evitarse mediante una propuesta familiar: promoción de la democracia... en Estados Unidos, donde hace mucha falta.

Aunque no podemos conducir el proyecto directamente en Irán, podemos actuar para mejorar las perspectivas de los valientes reformistas y opositores que están tratando de lograr precisamente eso. Entre ellos se cuentan personas como Saeed Hajjarian, la premio Nobel Shirin Ebadi, y Akbar Ganji, así como todos los que suelen quedar en el anonimato, entre ellos activistas sindicales.

Podemos mejorar las posibilidades de la promoción de la democracia en Irán si revertimos drásticamente la política de Estado en Estados Unidos de manera que refleje la opinión popular. Eso implicaría retirar las amenazas, que representan un regalo para los iraníes de línea dura y que, por esa razón, son amargamente condenadas por los iraníes que se preocupan verdaderamente por la promoción de la democracia. Podemos procurar abrir cierto espacio para quienes están tratando de derrocar desde adentro a esa teocracia reaccionaria y represiva, en lugar de socavar sus esfuerzos con amenazas y un militarismo agresivo.

Si bien no es una panacea, la promoción de la democracia constituiría un paso útil para ayudar a Estados Unidos a convertirse en un “jugador responsable” del orden internacional (por adoptar el término que emplean los adversarios) en lugar de ser objeto de temor y rechazo en gran parte del mundo. Aparte de ser un valor en sí misma, una democracia que funcione en Estados Unidos entraña la promesa de una sencilla realidad: el mundo no es nuestro, lo compartimos.

GAZA Y EL FUTURO DE UNA PAZ PALESTINA-ISRAELÍ

16 de julio de 2007

La muerte de una nación es un acontecimiento inusual y sombrío. Pero la visión de una Palestina unificada, independiente, amenaza con ser otra víctima de una guerra civil entre Hamás y Fatah, atizada por Israel y por su aliado y posibilitador, Estados Unidos.

El caos del mes pasado [junio de 2007] puede señalar el principio del fin de Autoridad Palestina. Tal vez no fuese algo del todo infortunado para los palestinos, en vista de los programas de Estados Unidos e Israel de convertirla en un régimen títere que supervise el absoluto rechazo que manifiestan estos aliados a un Estado independiente.

Los acontecimientos de Gaza tuvieron lugar en un contexto que se fue desarrollando. En enero de 2006 los palestinos votaron en una elección cuidadosamente vigilada, declarada libre y justa por observadores internacionales, pese a los esfuerzos estadunidenses e israelíes por inclinar la elección hacia su favorito, el presidente de Autoridad Palestina, Mahmoud Abbas, y su partido Fatah. Pero Hamás alcanzó una sorprendente victoria.

El castigo a los palestinos por votar por lo que no debían fue severo. Con el respaldo de Estados Unidos, Israel escaló su violencia en Gaza, retuvo fondos que tenía la obligación legal de transmitir a Autoridad Palestina, endureció el asedio y hasta interrumpió el flujo de agua a la árida Franja de Gaza.

Estados Unidos e Israel se cercioraron de que Hamás no tuviese oportunidad de gobernar. Rechazaron su llamamiento a un alto al fuego a largo plazo para negociar sobre un acuerdo de dos estados, en concordancia con los lineamientos de un consenso internacional al que Israel y Estados Unidos, prácticamente aislados, se han opuesto durante más de treinta años, con infrecuentes y temporales cambios de posición.

Mientras tanto Israel aceleró su programa de anexión, desintegración y encarcelamiento de los cantones palestinos cada vez más pequeños de la Margen Occidental, siempre con el respaldo de Estados Unidos, pese a ocasionales quejas sin importancia de este país, acompañadas por un guiño de ojo y un financiamiento generosísimo.

Hay un procedimiento habitual para derrocar a un gobierno no deseado: armar a los militares para prepararlos a fin de que den un golpe. Israel y Estados Unidos, su aliado, contribuyeron a armar y entrenar a Fatah para que ganase por la fuerza lo que perdió en las urnas, con un golpe militar en Gaza.

Un recuento detallado y documentado de David Rose publicado en Vanity Fair fue confirmado por Norman Olsen, quien trabajó durante 26 años en el servicio exterior, incluyendo cuatro años de trabajo en la Franja de Gaza y cuatro años en la embajada de Estados Unidos en Tel Aviv, y después removido hasta llegar a ser coordinador asociado del contraterrorismo en el Departamento de Estado. Olsen y su hijo analizaron los esfuerzos del Departamento de Estado para asegurar que su candidato, Abbas, pudiera ganar en las elecciones de enero de 2006 y, si esos esfuerzos fallaran, incitar a un golpe por el hombre fuerte de Fatah, Mohamed Dahlan. Pero “el bandolero de Dahlan se movió demasiado rápido”, escribieron los Olsen, y un Hamás precautorio golpeó el debilitado intento golpista.

Estados Unidos también incitó a Abbas a reunir poder en sus propias manos, comportamiento adecuado a ojos de los miembros de la administración de Bush que defienden la dictadura presidencial. La estrategia fue un tiro por la culata, pero Israel y Estados Unidos se apresuraron a usar el resultado en su propio beneficio. Ahora tienen un pretexto para estrechar las restricciones sobre la población de Gaza.

“Persistir con semejante punto de vista en las circunstancias actuales es realmente genocida, y presenta riesgo de destruir a una comunidad palestina completa, que es parte integral de un todo étnico”, escribe el especialista en derecho internacional Richard Falk, reportero especial para las Naciones Unidas del asunto Israel-Palestina.

Este escenario podría tener lugar a menos que Hamás cumpla las tres condiciones impuestas por la “comunidad internacional”, término técnico que se refiere al gobierno de Estados Unidos y a cualquiera que lo siga. Para que se permita a los palestinos mirar más allá de los muros de su calabozo de Gaza, Hamás tiene que reconocer a Israel, renunciar a la violencia y aceptar los acuerdos previos, en particular la hoja de ruta del cuarteto (Estados Unidos, Rusia, la Unión Europea y las Naciones Unidas).

Es una asombrosa hipocresía. Como es obvio, Estados Unidos e Israel no reconocen a Palestina ni renuncian a la violencia. Tampoco aceptan los acuerdos previos. Si bien Israel aceptó formalmente el mapa de ruta, le adjuntó catorce reservas que lo desvertebraron. Por mencionar sólo la primera, Israel exigió que para que comenzase y prosiguiese el proceso los palestinos debían garantizar una total tranquilidad, educación para la paz, el cese a las incitaciones, el desmantelamiento de Hamás y de otras organizaciones, y otras condiciones; incluso si fuesen capaces de satisfacer esta demanda prácticamente imposible, el gabinete israelí proclamó que “la hoja de ruta no afirmará que Israel tiene que ponerle un alto a la violencia y a la incitación contra los palestinos”.

El rechazo israelí a la hoja de ruta, con el apoyo estadunidense, resulta inaceptable para la autoimagen occidental, de modo que ha sido suprimido. Los hechos salieron finalmente a la luz pública con el libro de Jimmy Carter, Palestine: Peace not apartheid, que desencadenó un torrente de injurias y de esfuerzos desesperados por desacreditarlo.

Ahora, además de estar en posición de aplastar a Gaza, Israel, con el respaldo de Estados Unidos, también puede dedicarse a poner en práctica sus planes en la Margen Occidental, esperando contar con la cooperación tácita de los dirigentes de Fatah, que serán recompensados por su capitulación. Entre otras medidas, Israel comenzó a liberar los fondos —calculados en 600 millones de dólares— que había congelado ilegalmente como reacción a la elección de enero de 2006.

Ahora el ex primer ministro Tony Blair decidió acudir al rescate. En opinión del analista político libanés Rami Khouri, “designar a Tony Blair como enviado especial para la paz árabe-israelí es algo así como nombrar al emperador Nerón jefe de bomberos de Roma”. Blair es enviado del cuarteto, de nombre solamente. El gobierno de Bush dejó claro de inmediato que es enviado de Washington, con un mandato muy limitado. La secretaria de Estado Rice (y el presidente Bush) mantienen el control unilateral de las cuestiones importantes, mientras que a Blair sólo se le permitiría manejar los problemas de construir instituciones.

En cuanto al futuro a corto plazo, la mejor perspectiva consistiría en un arreglo de dos estados, de acuerdo con el consenso internacional. Y de ninguna manera se ha vuelto imposible. Es algo que apoya prácticamente el mundo entero, incluyendo a la mayoría de la población de Estados Unidos. Estuvo muy cerca de ocurrir en una ocasión, durante el último mes de la presidencia de Bill Clinton. En lo que constituyó el único alejamiento significativo de Estados Unidos del rechazo extremo durante los últimos treinta años, en enero de 2001 Estados Unidos apoyó las negociaciones de Taba, Egipto, que estuvieron a punto de alcanzar un arreglo de ese tipo antes de ser canceladas por el primer ministro israelí Ehud Barak.

En su última conferencia de prensa los negociadores de Taba expresaron su esperanza de que, si se les hubiera permitido continuar su labor conjunta, hubiese sido posible alcanzar un acuerdo. Los años transcurridos desde entonces han presenciado muchos horrores pero la posibilidad perdura. En cuanto al escenario más probable, da la impresión de estar desagradablemente cerca de la peor eventualidad, pero los asuntos humanos no son predecibles: es demasiado lo que depende de la voluntad y de la elección.

CONTENER A IRÁN

20 de agosto de 2007

En Washington está en proceso una notable y ominosa campaña para “contener a Irán”, lo que significa “contener la influencia iraní”, en una confrontación que el corresponsal del Washington Post Robin Wright llama “la segunda guerra fría”.

La secuela amerita un cuidadoso escrutinio a medida que se va desplegando, según Wright, bajo la dirección de los ex kremlinólogos Condoleezza Rice y Robert M. Gates. Stalin había impuesto una cortina de acero para obstruir la influencia occidental; Bush-Rice-Gates están imponiendo una cortina verde para cancelar la influencia iraní.

La preocupación de Washington es comprensible. En Iraq, el apoyo iraní es bien recibido por gran parte de la población mayoritaria chiita. En Afganistán, el presidente Karzai describe a Irán como “una ayuda y una solución”. En Palestina, Hamás, respaldado por Irán, ganó una elección libre, lo que provocó un salvaje castigo a la población palestina por parte de Estados Unidos y de Israel por haber “votado mal”. En Líbano, la mayoría de los libaneses ven a Hezbolá, que cuenta con apoyo iraní, “como una fuerza legítima que defiende a su país de Israel”, según informa Wright.

Y el gobierno de Bush, sin ironía, acusa a Irán de estar “interfiriendo” en Iraq, que por lo demás estaría presumiblemente libre de toda intervención extranjera. El debate posterior es parcialmente técnico. ¿De verdad se pueden rastrear hasta Irán los números de serie de los artefactos explosivos improvisados? Si es así, ¿está al tanto de ellos el liderazgo de Irán, o es algo que sólo saben los guardias revolucionarios iraníes? La Casa Blanca, para ponerle fin al debate, planea designar a los guardias revolucionarios como una fuerza “terrorista global especialmente designada”, acción sin precedentes contra la rama militar de un país, y que autorizaría a Washington a emprender una vasta gama de acciones punitivas.

La retórica militarista de “contener a Irán” ha escalado hasta el punto en el que ambos partidos políticos y prácticamente todo el cuerpo de prensa de Estados Unidos aceptan como algo legítimo y, de hecho, honorable. Y también que “todas las opciones están sobre la mesa”, por citar a los principales candidatos a la presidencia... posiblemente incluso las armas atómicas.

La Carta de las Naciones Unidas proscribe “la amenaza o el uso de la fuerza”. Estados Unidos, que ha optado por convertirse en un Estado ilegal, ignora las leyes y normas internacionales. Tenemos permitido amenazar a quien queramos... y a atacar a quien queramos.

La segunda guerra fría entraña también una carrera armamentista. Estados Unidos está proponiendo una venta de armas por valor de 20 mil millones de dólares a Arabia Saudita y otros estados del Golfo, elevando al mismo tiempo 30% la ayuda militar anual de Israel, hasta que alcance 30 mil millones de dólares en diez años. Egipto recibiría 14 mil millones en el curso de un decenio. El objetivo es contrarrestar “lo que todo el mundo en la región cree que es una manifestación de poder de un Irán más agresivo”, dice un alto funcionario del gobierno estadunidense, que permanece en el anonimato. La “agresión” de Irán consiste en ser bienvenido en toda la región y, presuntamente, en apoyar a la resistencia contra las fuerzas de Estados Unidos en el vecino Iraq.

Indiscutiblemente el gobierno de Irán merece una dura crítica. La perspectiva de que ese país pueda desarrollar armas nucleares resulta profundamente inquietante. Aunque Irán tiene todo el derecho a desarrollar energía nuclear, nadie —y eso incluye a la mayoría de los iraníes— desea que tenga armas atómicas. Eso se sumaría a los peligros mucho más serios que presentan sus vecinos cercanos, Pakistán, India e Israel, todos los cuales, con la bendición de Estados Unidos, cuentan con armas nucleares.

Irán resiste el dominio estadunidense o israelí en el Medio Oriente pero difícilmente representa una amenaza militar. Cualquier riesgo potencial para Israel podría superarse si Estados Unidos aceptase el punto de vista de la gran mayoría de sus propios ciudadanos y de los iraníes y permitiese que el Cercano Oriente se convirtiese en una zona libre de armas nucleares, lo que incluiría a Irán e Israel, así como a las fuerzas norteamericanas desplegadas allí. También cabe recordar que la resolución 687, de 1991, del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, a la que Washington y Londres apelan en sus esfuerzos por proveer un débil pretexto para su invasión a Iraq, llama a “establecer en el Medio Oriente una zona libre de armas de destrucción masiva y de todos los misiles para el envío de las mismas”.

La febril política de “contención” de la nueva guerra fría de Washington se ha hecho extensiva incluso a Europa. Estados Unidos quiere instalar un “sistema de defensa antimisiles” en la República Checa y en Polonia, y lo está promoviendo ante Europa como un escudo contra los misiles iraníes. Incluso si Irán tuviese armas atómicas y misiles de largo alcance, las probabilidades de que las usase contra Europa son más o menos equivalentes a las posibilidades de que sobre ese continente cayese un asteroide. De cualquier manera, si acaso Irán indicase la menor intención de dirigir un misil contra Europa o contra Israel, el país sería vaporizado.

Por supuesto, Rusia está profundamente alterada por la propuesta del escudo. Podemos imaginarnos cómo respondería Estados Unidos si se construyese un sistema antimisiles ruso en Canadá. Los rusos tienen las mejores razones para considerar que un sistema antimisiles es parte de un arma de ataque inicial contra ellos. Como bien se sabe, un sistema de ese tipo jamás lograría impedir un ataque inicial, pero es concebible que impidiese un ataque de represalia. Por consiguiente, desde todos los puntos de vista la “defensa antimisiles” debe entenderse como un arma de ataque inicial, eliminando una disuasión al ataque. Cosa más obvia todavía, la única función militar de semejante sistema en relación con Irán, que sería el objetivo declarado, consistiría en cancelar un disuasor iraní a la agresión estadunidense o israelí.

De manera que el escudo eleva unos cuantos niveles más la amenaza de guerra tanto en el Medio Oriente como en el resto del mundo, con consecuencias incalculables, así como el potencial de una guerra nuclear terminal. El temor inmediato consiste en que, ya sea por accidente o intencionalmente, los planificadores bélicos de Washington o sus sucedáneos israelíes, puedan decidir escalar la segunda guerra fría para volverla caliente.

Hay muchas medidas no militares para “contener” a Irán, incluyendo una reducción de la retórica y la histeria generalizadas y acordando por primera vez realizar negociaciones serias... si es que en verdad todas las opciones están sobre la mesa.