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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2016 Brenda Novak, Inc.

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Descubriéndote, n.º 149 - marzo 2018

Título original: Discovering You

Publicada originalmente por Mira Books, Ontario, Canadá

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, HQN y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com.

 

I.S.B.N.: 978-84-9170-576-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Dedicatoria

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

 

 

Para Kay Myers, que leyó mi primer libro antes de que se publicara y me dijo que era bueno.

 

 

Queridas lectoras:

Dylan Amos es, probablemente, mi personaje favorito de Whiskey Creek, así que es un gran placer poder regresar junto a su familia para escribir la historia de uno de sus atractivos hermanos.

Hay algo especial en esta familia de hombres fuertes que han conseguido plantar cara a la adversidad. Los Amos son hombres duros, capaces de cargar con el peso del mundo sobre sus hombros. Me gusta que tengan ese rudo perfil porque, por mucho que no quieran admitirlo, son también hombres de corazón blando (al menos en el fondo). Creo que Rodney asume un desafío cuando conoce a su atractiva vecina, una joven que necesita de su amistad y su apoyo con desesperación. No había otro hombre mejor para ella. Espero que estéis de acuerdo conmigo.

Si empezáis ahora la serie, no os preocupéis. Los libros han sido escritos para ser leídos individualmente, así que no os perderéis en ningún momento. Y si os apetece ir al principio y poneros al día, tengo el listado ordenado de los libros en mi web: brendanovak.com.

Capítulo 1

 

Había un hombre en medio de la carretera.

A India Sommers se le subió el corazón a la garganta en el momento en el que los faros del coche iluminaron a aquella silueta alta y delgada. Si hubiera estado familiarizada con la zona, podría haber acelerado en la curva en su silencioso Prius y habría terminado atropellándolo, pero a él no parecía importarle el peligro. Parecía demasiado furioso como para que le afectara. Y, a juzgar por el estado de su ropa, India podía entender por qué. Aquel tipo había tenido una pelea.

Parecía decidido a detenerla. Pero ella ya había sido testigo de suficiente violencia como para comprender que no era una víctima indefensa, lo cual la hacía menos proclive a mostrar empatía hacia sus necesidades de lo que podría haber sido de otra manera.

Comenzó a aminorar la velocidad; no quería golpearle con el coche. Pero tampoco quería colocarse en una posición vulnerable. Estaba sola en una sinuosa carretera a los pies de las montañas de Sierra Nevada y no llevaba más de una semana en el País del Oro. Apenas había tenido oportunidad de conocer a nadie. Por lo que ella sabía, aquel hombre podía ser un lunático que acabara de cometer un asesinato. Tenía un aspecto amenazador, con los puños cerrados y la mandíbula apretada como si quisiera darle otro puñetazo a alguien.

¿Con quién habría peleado?

Se desvió hacia la derecha para poder adelantarle. Una vez le pareciera seguro, pensaba pisar el acelerador y largarse de allí. Fuera cual fuera el asunto en el que se había visto envuelto aquel hombre, India no quería saber nada. Como había utilizado el GPS para regresar a casa desde la exposición que había ido a ver en otro pueblo de la zona, tenía el teléfono móvil en el asiento de pasajeros. Llamaría a la policía en cuanto se alejara de allí para no dejarle tirado y fin de la historia.

Pero en cuanto redujo la velocidad y él comenzó a caminar hacia ella, le reconoció. ¡Era su vecino! Le había visto jugando al fútbol con sus hermanos el día que se había mudado a su casa. Los tres hermanos, todos ellos igual de altos, morenos y musculosos, la habían ayudado a llevar el torno al porche cerrado de la parte de atrás de su casa nueva, donde había decidido trabajar durante el verano.

Aunque no quería parar, tampoco podía seguir, sabiendo que su vecino necesitaba ayuda. De modo que pisó el freno y Rod, recordaba su nombre porque era la clase de hombre al que ninguna mujer olvidaría fácilmente, se acercó al coche.

Sintió un escalofrío mientras Rod esperaba a que bajara la ventanilla. ¿Estaría haciendo una tontería al confiar en él? Por el mero hecho de que viviera en la casa de al lado no tenía por qué ser un hombre de fiar, sobre todo si había consumido algún tipo de droga.

Maldiciendo aquella tendencia a ofrecer su ayuda y a ser afable que, en algunas ocasiones, se imponía a su sensatez, presionó el botón de la ventanilla.

–Eres tú –dijo Rod en cuanto el cristal dejó de ser una barrera entre ellos.

–Sí –no estaba segura de que recordara su nombre, así que añadió–: India Sommers.

–Sí, mi vecina nueva. Escucha, India, necesito que llames a la policía.

Lo dijo como algo indiscutible. India no tuvo la impresión de que pretendiera arrancarla del asiento del conductor y arrastrarla hasta los bosques, ni robarle el bolso o el Prius. Pero no se había equivocado al pensar que había participado en una pelea. Tenía los nudillos ensangrentados.

–¿Qué ha pasado?

Rod se secó una gota de sangre que le corría por el labio.

–Un imbécil se ha pasado de la raya.

¿Y Rod le había puesto en su lugar?

–¿Y dónde estaba ese imbécil?

Sintió un revoloteo de mariposas en el estómago mientras entrecerraba los ojos para ver la carretera, intentando alcanzar todo lo lejos posible con la mirada en medio de aquella oscuridad.

–Por ahí detrás –señaló con el pulgar por encima del hombro.

¿El otro tipo no se había marchado? ¿Por qué?

–¿Está seriamente herido?

Rod estiró los dedos como si le doliera la mano.

–No creo que sea nada serio, pero está inconsciente.

India todavía no tenía claro qué estaba haciendo él caminando por la carretera. No era fácil llegar a pie a una zona tan alejada.

–Entonces… ¿por qué estás sin coche? ¿Ibais juntos?

–No. Ha aparecido detrás de mí con el coche y ha intentado sacarme de la carretera. Tengo la moto destrozada. Ahora es imposible conducirla. Y en medio de todo el lío he perdido el teléfono. He buscado el suyo, pero parece que no lo lleva encima.

–¡Es un milagro que estés vivo! –exclamó ella, alargando la mano hacia su móvil–. ¿Por qué habrá hecho una cosa así?

Irritado, Rod hizo un gesto con el que parecía estar diciendo que habían pasado demasiadas cosas como para poder explicarlas.

–Todo ha empezado en el bar. Debería haberle dado allí una paliza.

–¡Ay, Dios mío! –la mano le temblaba mientras marcaba el número de la policía.

India no asimilaba bien la violencia; la había padecido en exceso. Aquella era una de las razones por las que había decidido ir a vivir a Whiskey Creek. Quería empezar de nuevo en un lugar que parecía continuar conservando la inocencia. Su pasado estaba plagado de hombres rebeldes, peligrosos y atractivos, de tipos muy parecidos a su nuevo vecino. Aquellos tipos duros y transgresores alimentaban sus emociones en el pasado, nutrían su deseo. La hacían sentirse… viva.

Pero, con los años, había aprendido unas cuantas lecciones acerca de lo que era de verdad importante. Y no lo era la violación temeraria de las normas, ni un rostro atractivo, ni unos fuertes músculos abdominales. Era algo que había comprendido no solo con el intelecto; lo llevaba profundamente grabado en su memoria emocional. Pero tanto si había aprendido la lección como si no, todavía estaba pagando un precio terrible por haberse relacionado con gente con la que debería haber guardado las distancias.

Y mientras esperaba a que descolgaran el teléfono reparó en el tatuaje de una serpiente deslizándose por un árbol que cubría los fibrosos contornos del antebrazo derecho de Rod y desaparecía bajo la manga de su camiseta blanca. Sí, era, exactamente, la clase de tipo que le habría gustado en otra época de su vida. No le habría importado que pudiera ser un hombre inestable. Ni que, con toda probabilidad, no tuviera estudios universitarios o, ni siquiera, un trabajo decente. Físicamente, era todo lo que una mujer deseaba.

Y estaba segura de que sería bueno en la cama, aunque no tenía la menor idea de dónde había surgido aquel pensamiento. De la naturalidad con la que se comportaba, de su desinhibición y de la confianza en sí mismo que irradiaba, supuso. Destacaría entre otros hombres. Pero la intimidad que había compartido con Charlie, que no se parecía en nada a aquel tipo, había sido algo dulce y pleno. Y lo que Charlie le había entregado para el resto de su vida era incluso mejor. Necesitaba encontrar a otro hombre como él. Y lo haría cuando estuviera preparada.

–Novecientos once, ¿cuál es el motivo de su llamada?

Al oír la voz de la operadora, India se puso en alerta.

–Hola, estoy en… –alzó la mirada hacia Rod en busca de ayuda.

Había olvidado el nombre de aquel lugar. Solo conocía los pocos edificios que conformaban el centro del pueblo y Gulliver Lane, la calle que iba desde el pueblo hasta su casa.

–En la carretera de la Antigua Iglesia –dijo.

India había comenzado a repetirlo cuando él le agarró el teléfono y habló.

–Ha habido un accidente un kilómetro y medio antes de llegar al Sexy Sadie’s, en Whiskey Creek. Hay un hombre inconsciente, así que envíe una ambulancia.

La operadora debió de preguntar más detalles, porque India le oyó decir a Rod:

–No soy médico. Lo único que puedo decirle es que no se mueve.

–¿Señor? ¿Y qué es lo que ha producido la lesión? ¿Está usted allí todavía? ¿Puede decirme su nombre?

India oyó las preguntas porque Rod estaba tendiéndole el teléfono.

–Por favor, manden a alguien –le suplicó India a la operadora, y colgó.

–¿Te importaría acercarme a mi moto? –le pidió Rod a India.

Ella no estaba segura de que le apeteciera llevarle en su coche. Pero Rod sabía que iba en aquella dirección. Vivían puerta con puerta.

–De acuerdo –dijo, incapaz de negarse.

Cuando Rod rodeó la parte delantera del coche, India advirtió que cargaba el peso en la pierna izquierda y supuso que también tendría alguna lesión, además de los nudillos raspados y el labio hinchado.

–A lo mejor tú también necesitas un médico –le sugirió cuando Rod abrió la puerta.

–Estoy bien –respondió él mientras entraba en el coche.

–Pero la pierna…

Rod estiró la pierna a través de la puerta abierta para echarle un vistazo.

–Cuando me ha dado el golpe, he tenido una caída bastante dura –apartó el vaquero rasgado de la herida–. Solo tengo la piel levantada, eso es todo –le explicó, como si aquello no fuera motivo de preocupación.

–¿Estás seguro de que no te la has roto?

Girando con un movimiento enérgico, Rod consiguió doblar la pierna lo suficiente como para meterla en el coche.

–Si la tuviera rota no habría podido andar.

Ella le dirigió una mirada escéptica.

–Eso no tiene por qué ser cierto. Depende del tipo de rotura. Deberías hacerte una radiografía.

Estaba segura de que eso era lo que habría dicho su marido, un cardiocirujano que habría podido llegar a convertirse en una eminencia.

Rod cerró la puerta del coche.

–No hace falta.

Estar en ese mismo espacio le produjo claustrofobia. O a lo mejor la hizo sentirse incómoda por otras razones. Como, por ejemplo, porque le recordaba a Sam, el hombre con el que se había casado en cuanto había salido del instituto, a las pocas semanas de la muerte de su madre. A diferencia de Charlie, Sam había sido un marido horrible. No contaba con más habilidades de las que tenía ella a aquella edad, así que el matrimonio no había durado ni un año. Pero estar con él había tenido sus cosas buenas, entre ellas, una vertiginosa atracción que le impedía mantener las manos lejos de aquel hombre.

India sintió parte de aquella atracción en aquel momento, al igual que le había ocurrido el día que Rod la había ayudado a sacar el torno del Prius. Y sintió también cierto recelo; sí, era recelo más que ninguna otra cosa. Pero no podía quejarse de la fragancia que emanaba de Rod, olía a calor viril y a tierra fecunda. Vio algunas hojas en su pelo y en su camisa y asumió que se le habían pegado al caer de la moto. O a lo mejor habían terminado revolcándose por el suelo. La mayor parte de las peleas que ella había visto terminaban así.

Se fijó las pulseras de plata en el brazo y pisó el acelerador. Pasaron lentamente por la siguiente curva, pero India no vio señal ni de la moto, ni del coche, ni de nadie más por allí.

–Es más adelante –le informó Rod antes de que ella pudiera preguntarlo.

Por lo visto, había recorrido más distancia con la pierna en aquellas condiciones de la que ella pensaba.

Avanzaron por nuevas curvas, pero ella seguía sin ver dónde podía haber tenido lugar aquel incidente.

–¿Adónde ibas? –le preguntó a Rod confundida.

Rod se volvió hacia ella.

–¿Cuando me ha tirado? Volvía a mi casa.

–No, cuando te he visto. Te estabas alejando del pueblo, ¿lo sabes?

–Claro que lo sé. He pasado en Whiskey Creek toda mi vida. No es fácil que me pierda. Me dirigía al bar para conseguir un teléfono y pedir ayuda.

India había pasado por una taberna estilo salón del Oeste con un enorme letrero de neón en la entrada. Aquel tenía que ser el bar del que estaba hablando.

–¿Están ahí tus hermanos?

Tenía la impresión de que estaban muy unidos, de que hacían muchas cosas juntos.

–Estuvieron hasta que se cansaron y se fueron.

–Deben de estar preguntándose dónde estás.

Rod iba demasiado concentrado en la carretera como para mirarla.

–Lo dudo. Estoy seguro de que estarán durmiendo –señaló hacia delante–. Es ahí.

India se inclinó sobre el volante hasta que vio el reflejo de la luz de la luna sobre una superficie cromada.

–Así que este tipo te tiró de la moto y después volvió a buscarte, ¿para qué? ¿Buscando pelea?

–Creo que planeaba burlarse de mí para celebrar su hazaña. O a lo mejor quería aprovechar para darme una patada mientras estaba en el suelo. Por la forma en la que me caí, supongo que pensaba que estaba peor de lo que estoy.

–Debió de sorprenderle que no fuera así.

–Sí, habría sido más inteligente seguir, aunque al final le habría pillado.

La última frase le dio a India muy mala espina, pero, al menos, el otro tipo había sido el atacante.

–¿Y tienes idea de por qué te ha tirado?

–Supongo que no le gustó lo que le dije en el Sexy Sadie’s.

Llegaron a su Harley, una moto negra abandonada en el suelo. India aparcó en la cuneta, entre la moto y un coche blanco todavía con el motor en marcha. El coche tenía la parte trasera colocada hacia la carretera, como si el conductor hubiera frenado de golpe y hubiera salido a toda velocidad. La puerta estaba abierta y la luz del interior se proyectaba como un inquietante triángulo luminoso sobre el asfalto.

India quería preguntarle a Rod qué podía haber dicho en el Sexy Sadie’s para despertar en el conductor de aquel coche tamaña violencia, pero no tuvo oportunidad. Rod salió del coche y, a pesar de su pierna herida, avanzó hasta la sombra oscura que yacía entre los arbustos.

India corrió tras él, aunque no sabía si tendría estómago para lo que estaba a punto de ver. Años atrás la visión de la sangre no la perturbaba. Pero, al igual que había pasado con el resto de su vida, todo había cambiado once meses atrás: padecía pesadillas en las que se ahogaba en sangre.

Y no en la sangre de cualquiera…

Apartó aquel recuerdo de su mente y se concentró en el crujido de la grava bajo los tacones hasta que llegó hasta aquel tipo inerte contra el que Rod había luchado. No había farolas, pero la luna estaba llena. El hombre aparentaba unos treinta y cinco años e iba vestido con un polo, unos vaqueros y botas de vaquero. Una mancha oscura sobre el asfalto sugería que alguien, Rod, sin lugar a dudas, le había apartado de la carretera cuando se había desmayado para que no le pillara un coche.

Era un punto a favor de su vecino el que hubiera tenido suficiente presencia de ánimo como para tomar aquella medida. Pero, como él mismo había mencionado, su oponente no estaba consciente. India imaginó que la sangre de la carretera era de la herida que tenía el hombre en la cabeza, pues era donde tenía la mayor parte de la sangre.

¿Estaría vivo siquiera?

Sosteniéndose su vestido largo, se agachó para buscarle la carótida. Después, retrocedió muy despacio. Conservaba el pulso, gracias a Dios. Pero, más allá de para saber que estaba vivo, no quería tocarle. Ya la estaban asaltando los recuerdos, se oía a sí misma gritando el nombre de Charlie…

Se tapó las orejas con un gesto instintivo, pero cuando Rod le dirigió una mirada extraña, bajó las manos.

–¿Le conoces? –le preguntó.

Ella negó con la cabeza y respiró aliviada al ver que Rod no insistía.

Tras dirigirle a aquel hombre una mirada de disgusto, comenzó a caminar nervioso por la carretera.

–¿No deberíamos buscar tu teléfono? –le preguntó ella–. Si me das tu número, puedo llamarte.

–Lo tenía en silencio. Odio quedar con gente a la que le está sonando el teléfono continuamente.

–Pero por lo menos se iluminaría –señaló India.

Lo intentaron. Usaron incluso la linterna del móvil de India para barrer ambos lados de la carretera, pero fue en vano.

–Volveré mañana por la mañana, cuando haya luz –dijo Rod, y siguió caminando.

India se llevó los dedos a la frente mientras le miraba por encima del hombro.

–¿Puedes por favor salir de la carretera? –le pidió al ver que no parecía dispuesto a situarse en una zona más segura.

Rod la recorrió entonces de pies a cabeza con la mirada, como si de pronto estuviera preguntándose por qué iba tan arreglada. Pero no lo preguntó. Tampoco atendió a su petición. Continuó andando mientras ella miraba hacia Whiskey Creek, deseando que llegaran la policía o la ambulancia.

–¿Es que no puedes parar? –musitó por fin–. Me estás poniendo nerviosa.

–No te preocupes tanto –gruñó él.

Era obvio que los dos estaban nerviosos. India podía sentir la ansiedad que bullía en el interior de Rod.

–No puedo evitar preocuparme –replicó–. Supongo que no todo el mundo es tan prudente como yo, pero podría aparecer un coche por esa curva en cualquier momento y…

–¡Vale! –la interrumpió y se acercó a la cuneta, como si no mereciera la pena discutir con ella.

India dominó su genio.

–Gracias.

Pero él no le reconoció el agradecimiento.

–No tendrás un cigarrillo por casualidad, ¿verdad?

India estuvo a punto de volver al Prius para buscar el bolso antes de recordar que, por supuesto, no tenía tabaco. No había vuelto a comprar un paquete de cigarros desde que se había quedado embarazada de Cassia seis años atrás.

–No.

Rod se llevó la mano a la boca y se miró los dedos para comprobar si seguía sangrando.

–Nunca fumo, a menos que esté tomando una copa –le explicó a India–. Y la verdad es que hace un año que fumé por última vez. Pero te aseguro que ahora me vendría muy bien un cigarro.

–Yo lo dejé a los veinticuatro años –no había vuelto a ser la misma persona desde entonces.

Rod se pasó la mano por el pelo, de color castaño claro. Lo tenía demasiado largo, pero a India le gustaba su caída suelta y su forma de rizarse en las puntas.

–¿Puedo utilizar tu teléfono? –le preguntó Rod.

En el momento en el que se lo tendió, él se apartó y le dio una patada a una piedra mientras esperaba a que contestaran a su llamada.

India supo el momento en el que alguien había contestado porque le vio erguir la espalda y olvidarse de seguir jugueteando con la piedra.

–No te lo vas a creer –dijo–. Soy yo. Nuestra vecina… Sí, esa vecina. Espera. Escucha, necesito ayuda. ¿Te acuerdas del tipo que estaba molestando a Natasha? ¿Ese al que le dijimos que se mantuviera alejado? Sí, él. Me ha destrozado la moto.

No explicó que lo había hecho mientras él iba conduciendo la moto, que, para India, era lo fundamental. Podía haberle matado. Pero no quería entrometerse en la conversación.

–No, no es ninguna broma –contestó Rod–. Ajá… No te preocupes, no creo que vuelva a molestarla.

Giró despacio hacia el hombre que continuaba inconsciente en el suelo y le dio un golpe con el pie.

El hombre no se movió.

–Todavía no me puedo ir –dijo, alejándose en dirección contraria–. Estoy esperando a la ambulancia… Sí, a la ambulancia. Ese imbécil ha perdido el conocimiento. ¿Y qué habrías hecho tú? No tenía ningún derecho a golpearme la moto. Tengo suerte de poder caminar siquiera. ¡Claro que estaba en la moto! Iba de camino a casa.

Ya estaba, por fin había salido la información. India tomó aire y se obligó a relajarse.

Normalmente refrescaba por las noches, cuando se levantaba la brisa del delta. Aquello era lo que le gustaba del norte de California. Pero desde que había llegado a Whiskey Creek había pasado un calor insoportable. Parte de su incomodidad se debía al estrés de la situación, pero tenía la sensación de que estaban a más de treinta y ocho grados, como habían estado durante el día.

–Muy bien. ¿Puedes traer el tráiler y llevarte mi moto? –le oyó decir a Rod–. ¿Y cómo quieres que lo sepa? El jefe Bennett va a hacerme pasar un infierno. A lo mejor me lleva a comisaría a declarar o intenta dejarme encerrado esta noche… De verdad. No, no llames ni a Dylan ni a Aaron. Puedo arreglármelas solo.

Colgó. Estaba a punto de devolverle a India el teléfono cuando vio que lo había manchado de sangre. Después de limpiarlo en los pantalones, se lo devolvió.

–Lo siento.

–No te preocupes –sostuvo el teléfono en la mano, puesto que no tenía bolsillos y se había dejado el bolso en el coche–. ¿Has hablado con uno de tus hermanos?

–Sí.

No se veía ningún vehículo llegando desde Whiskey Creek. ¿Por qué estaría tardando tanto la ambulancia? No estaban tan lejos del pueblo.

–¿Con cuál?

–Con Grady. Va a venir a buscar mi moto.

–Es el mayor o…

–Dylan y Aaron son los mayores. Grady y Mack son más pequeños.

–¿Te importa que te pregunte cuántos años tienes?

Ambos eran lo bastante jóvenes como para que aquella pregunta no resultara ofensiva.

–Treinta y uno, ¿y tú?

India consideró la posibilidad de quitarse los tacones, pero tuvo miedo de pisar una piedra o clavarse un cristal.

–Treinta.

–Sí, ya imaginé que tendríamos la misma edad.

–¿Cuándo?

–El otro día.

India decidió ignorar aquel comentario. No quería pensar en lo que implicaba. Se había fijado en más detalles de los que quería admitir; saber que él había hecho lo mismo con ella no la ayudaba a mantener la cabeza fría.

–Así que en tu familia sois cinco hermanos, ¿verdad?

–Exacto. Dylan y Aaron están casados. Viven en el pueblo con sus esposas. A Grady y a Mack ya les conoces.

Al final, llegó hasta sus oídos el débil aullido de una sirena.

–¿Y Natasha? ¿Es tu…?

Sabía que no debería preguntarlo. Que sonaría como si estuviera intentando enterarse de si tenía alguna relación de pareja. Pero, aun así, sentía demasiada curiosidad como para dejarlo pasar.

–Es como una hermana pequeña. En realidad, es mi hermana pequeña, puesto que mi padre se casó con su madre hace unos años.

–Ya veo. Así que tienes una familia numerosa –comentó ella, intentando desviar la atención del hecho de que había querido saber si Natasha era su novia–. Creo que a tu padre y a tu madrastra les he visto. ¿También viven con vosotros?

–De momento. Se suponía que tenía que ser una solución temporal, pero ya llevan un par de años en casa y no parece que tengan muchas ganas de marcharse.

–Tenéis una casa muy grande. Supongo que tenerlos no tiene que ser tan malo si os están ayudando a pagar la hipoteca.

–No nos están ayudando.

–Así que es una imposición.

Rod la recorrió con la mirada, reparando en cada detalle de aquel vestido negro y ajustado, incluyendo la raja de la falda.

–¿Y cuál es la historia de tu vida?

India se aclaró la garganta.

–Soy hija única.

–¿Eres de ciudad?

–¿Qué te hace pensar que soy de ciudad?

–El vestido –contestó–. Las mujeres de esta zona no visten así muy a menudo.

–Viví y crecí en Oakland.

Sin embargo, desde que se había casado con Charlie, había estado viviendo en San Francisco. Una exposición de arte en San Francisco era una cuestión muy sofisticada. Sabía que se había arreglado en exceso para cualquiera de los pueblos de la Autopista 49, pero había sentido la necesidad de arreglarse, de sentirse atractiva otra vez, como solía sentirse cuando salía con Charlie.

–Y ahora vives sola en Whiskey Creek, bueno, con tu hija.

India se irguió sorprendida.

–¿Cómo sabes que tengo una hija?

–Vi una fotografía suya el otro día en el coche.

–¡Ah!

Sonrió al pensar en su hijita de cinco años. Echaba mucho de menos a Cassia.

Rod esperó hasta que India volvió a mirarle a la cara.

–¿Está ahora con su padre o…?

–Está con sus abuelos. Se ofrecieron a cuidarla mientras yo me instalaba –y, consciente de que echaban tanto de menos a Charlie como ella, India se había sentido obligada a aceptar.

Había otras razones por las que también sentía que tenía que permitir que Cassia se quedara con los Sommers, pero pensar en ellas le revolvía el estómago.

Rod hundió las manos en los bolsillos.

–¿Y dónde está tu marido?

India se negó a hacer gesto alguno, a pesar del dolor causado por aquella pregunta.

–No hace falta tener marido para tener un hijo.

Rod arqueó las cejas.

–Pero llevas una alianza.

Había pasado tanto tiempo desde la última vez que se había encontrado frente a un hombre que pudiera molestarse en preguntárselo que ni siquiera se había tomado la molestia de quitársela, probablemente porque la alianza ya no significaba lo que se suponía que debía significar. Ya no. Charlie había muerto. India había vendido la maravillosa casa que compartían porque no soportaba vivir en ella. Tampoco era capaz de desprenderse del anillo. Aquel símbolo del amor de Charlie significaba mucho para ella. Aparte de su madre, Charlie había sido la única persona que la había tratado como si de verdad importara, como si fuera lo suficientemente especial como para merecer algún tipo de atención. Ella había imaginado que aquello era un reflejo de su propia autoestima, pero, de alguna manera, Charlie había sido capaz de mirar más allá y descubrir lo que India podía llegar a ser, de ayudarla a convertirse en lo que era.

–Sí, la alianza… Por supuesto, pero… –clavó la mirada en aquel diamante de un quilate y medio, recordando la noche que Charlie se lo había regalado–, mi marido ha muerto.

Por suerte, en aquel momento llegó una camioneta desde la dirección del bar, interrumpiendo la conversación antes de que Rod pudiera preguntar nada más. Los dos hombres que iban en la cabina conocían a Rod.

El conductor se detuvo y bajó la ventanilla. El pasajero que iba a su lado gritó:

–¿Qué pasa, tío? ¿Estás bien?

Intercambiaron unas cuantas palabras. Los tipos de la camioneta le preguntaron a Rod que si necesitaba ayuda y Rod llamó a su hermano para decirle que podía enviar la moto a casa con Donald y con Sam. Cuando estaban terminando de colocar una plancha de madera para poder subir la moto al lecho de la camioneta, llegó el jefe de policía, Bennett, por lo que decía su tarjeta.

–Atrás –les ordenó, haciéndoles apartarse todavía más de la carretera–. Hablaré con vosotros en cuanto ponga algunas luces de emergencia para que nadie termine herido.

La ambulancia llegó en cuanto los amigos de Rod acababan de marcharse con la moto.

India observaba todo cuanto ocurría a unos tres metros de distancia, mientras dos paramédicos se arrodillaban al lado del hombre inconsciente y el jefe Bennett le hacía pasar a Rod una prueba de alcoholemia que, afortunadamente dio un resultado negativo.

India odiaba interrumpir a los paramédicos, pero estos estaban comenzando a subir al herido a la ambulancia y ella esperaba que le dijeran algo sobre su estado antes de macharse.

–¿Se pondrá bien?

–Es muy probable –contestó uno de ellos–. En la cabeza todas las heridas sangran muchísimo. Creo que se pondrá bien.

–Hace falta ser idiota para pelearse con Rod Amos –comentó el otro.

El primer tipo giró la cabeza hacia la cartera que descansaba sobre el pecho del hombre inconsciente. El jefe Bennett la había utilizado para identificarle.

–Liam Crockett, de Dixon. No me suena su nombre.

India quería preguntarles si Rod era luchador profesional, pero tenían demasiada prisa, así que se apartó y permitió que se marcharan.

Desde el momento en el que Bennett había comprobado que Rod estaba sobrio, había comenzado a someterle a un interrogatorio sobre todo lo ocurrido. Todavía seguían hablando e India no sabía si meterse en el coche y largarse o esperar a ver si Rod necesitaba que le llevara a casa.

–Maldita sea, Rod –oyó decir al policía–. Estás loco. Siempre estás metiéndote en líos.

Fue evidente que a Rod no le gustó aquella reacción.

–Ya se lo he dicho. Empezó él.

–Sí, bueno, ya veremos lo que dice él.

–¡Pero si ha visto mi moto! ¿Cómo cree que ha terminado así?

Como el policía se negaba a comprometerse, Rod continuó:

–Podríamos haber zanjado las diferencias en el bar. Pero no, me ha seguido y ha intentado sacarme de la carretera. ¿Qué clase de cobarde intenta atropellar a alguien en vez de luchar como un hombre?

–Espera. ¿A qué te refieres cuando dices que deberíais haberlo solucionado en el bar? –preguntó Bennett–. Como vuelvas a tener una pelea en el Sexy Sadie’s no te permitiré volver.

–¿Pero qué dice? –gritó Rod–. ¡Jamás he tenido una pelea en el Sexy Sadie’s! No me puede cargar con lo que han hecho mis hermanos.

–Siempre que está alguno de vosotros termina habiendo problemas –replicó el policía disgustado–. En cualquier caso, puedes estar seguro de que voy a investigar lo que ha pasado.

–Muy bien –replicó Rod–. Eso espero. Cuando ese canalla se despierte, debería ir a la cárcel.

–Si se despierta –refunfuñó el policía–. ¡Dios mío, estoy agotado! ¿Necesitas que te lleve o…? –miró a India, deseando, obviamente, que le librara de aquella obligación.

–Yo le llevaré –se ofreció–. Voy en su dirección.

–A lo mejor debería llevarle antes al hospital –le recomendó Bennett– para ver si se ha roto algo o necesita algún punto. No le llevará mucho tiempo. Seguro que a estas alturas ya le conocen más que de sobra.

Rod le miró con el ceño fruncido.

–Deje de intentar dejarme mal.

–Ni siquiera tengo que intentarlo –respondió Bennett–. Eres tú el que quedas mal al no parar de buscarte problemas.

India se interpuso entre ellos y le tocó el brazo a Rod para llamar su atención antes de que estallara y terminara siendo detenido.

–¿Quieres que vayamos al hospital?

Él negó con la cabeza, como si estuviera sugiriendo que hasta la mera idea era ridícula.

–No te hará ningún daño que te examinen –insistió Bennett, intentando persuadirle.

–No pienso ir –respondió Rod–, quiero irme a la cama.

–Tú mismo.

Con un suspiro, Bennett se ajustó el cinturón y caminó cansado hacia el coche.

Y allí acabó toda la tensión. India se levantó el vestido para evitar arrastrarlo por el suelo mientras regresaba hacia al coche. Pero estaba a medio camino cuando advirtió que Rod no la seguía y se volvió para averiguar por qué.

–No soy capaz ni de empezar a imaginar dónde has estado esta noche –dijo Rod–, pero ese vestido… –terminó la frase con un silbido.

–Gracias –sintió un intenso calor en el rostro y deseó que aquel cumplido no le hubiera resultado tan gratificante.

Sin lugar a dudas, aquel no era el tipo de hombre que necesitaba. Necesitaba a Charlie, pero Charlie se había ido para siempre y no iba a volver. El vacío que había dejado con su muerte, además del motivo de la misma, la habían dejado… hundida. Era terrible estar tan perdida y tan sola como para que la mera atención de un desconocido se le antojara como un salvavidas.

–Lo que ha pasado no ha sido culpa mía –le explicó Rod–. Espero que me creas.

–Por supuesto –respondió ella, a pesar de que había oído decir al policía que siempre se estaba buscando problemas. Aquello confirmaba su primera impresión, ¿no? Pero Rod continuaba sin avanzar hacia ella, así que se cruzó de brazos y le miró–. ¿No quieres que te lleve a tu casa?

Rod comenzó a caminar por fin.

–Sí, pero… a lo mejor deberíamos aclarar antes algunas cosas.

–¿Como cuáles?

–Esa alianza… –dijo Rod, y le dirigió una sensual sonrisa.

India sintió un estremecimiento de deseo que la aterrorizó. ¡No!, se dijo así misma. Aquel tipo no. No podía volver a arruinarse la vida.