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EL AUTOR

MARIO SERGIO CORTELLA es un filósofo, pensador, escritor, educador, conferenciante y profesor universitario, de los más conocidos en Brasil e internacionalmente. Analiza los problemas sociales relacionados con la filosofía y la educación en la sociedad contemporánea.

Nacido en Londrina, en el interior del Paraná, concluyó su graduación en 1975 en la Facultad de Filosofía Nuestra Señora Mediadora. En 1989 completó su Maestría en Educación en la Universidad Católica de São Paulo (PUC-SP), bajo la dirección del Profesor, Dr. Moacir Gadotti, y en 1997, bajo la dirección del Prof. Dr. Paulo Freire, concluyó su doctorado también en Educación en la PUC-SP. Ocupó el cargo de Secretario Municipal de Educación de São Paulo (1991-1992) y fue miembro asesor del Consejo Técnico Científico de Educación Básica CAPES / MEC (2008/2010).

Es profesor en el Departamento de Teología y Ciencias de la Religión y la Educación en la PUC-SP, y profesor visitante de la Fundación Dom Cabral desde 1997. Formó parte de la Fundación Getúlio Vargas entre 1998 y 2010.

Mario Sergio Cortella es autor de numerosas publicaciones en el campo de la filosofía y de la educación. Ha participado y participa habitualmente como ponente y conferenciante en numeroso eventos nacionales e internacionales.

Índice

NOTA DEL AUTOR A LA EDICIÓN ESPAÑOLA

INTRODUCCIÓN. La emergencia de múltiples paradigmas

1. Entre la cautela y el ímpetu

Una escuela a descompás

La novedad no está en el cambio, sino en la velocidad de ese cambio

2. ¿Y nosotros, docentes, qué hacemos?

La arrogancia es peligrosa

Es necesario prestar atención

3. Estado de atención y desafío de cambio

¿Acceso a la información o acceso al conocimiento?

No debemos confundir nuevo con inédito

4. Humildad pedagógica y competencia colectiva

Solo es buen docente quien es buen aprendiz

En educación, el trabajo es siempre colectivo

5. El poder del saber y los pilares de la educación

Conocimiento es vida

Los pilares de la educación

6. Paradigmas de la tecnología y de la distracción

La tecnología afecta al aprendizaje

¿Integrar o simplemente adaptar?

7. Tecnología, aprendizaje y profundidad

La tecnología invade las aulas

Pensamiento crítico

8. La generación actual y la cotidianidad reconfigurada

Tres siglos en colisión

Espacios para la relación familiar

9. La era de la impaciencia y la enseñanza

Convivencia e impaciencia

La escuela, un lugar para el encuentro

10. Voluntades soberanas y disciplina debilitada

Deberes, deseos y derechos

La disciplina como esfuerzo

11. Hijos en el mundo, alumnos en la escuela

La vida se basa en la reciprocidad

Una generación abierta a lo diferente

12. Los valores que enseñamos y la “clase del Bien”

Hablamos de valores

Docencia decente

13. El oficio de compartir: aquello que nos mueve

Porque educar es nuestra pasión

Un modo de vida y una vocación

CONCLUSIÓN. Seriedad, sí, ¡pero con alegría!

Nota del autor a la edición española

Dios sufre a los malos,
pero no para siempre1

MIGUEL DE CERVANTES

Mis abuelos maternos, Jesús Paschoal González y María Zurdo, ambos nacidos en Zamora, en España, llegaron a Brasil a finales del siglo XIX, cada uno por su lado, y fue en tierras brasileñas donde se conocieron.

Formaron una familia, que a su vez formó otras familias, y estas formaron aún más familias, hasta llegar a mi madre, Emília, profesora, que me tuvo a mí, también profesor.

Mi abuelo Jesús murió precozmente y no llegué a conocerlo personalmente, aunque tengo vivos varios relatos de su memoria y algunas fotografías; mi abuela María vivió hasta los 94 años, y pudo presenciar el nacimiento de dos de mis tres hijos y convivir con muchos nietos y bisnietos.

Esta abuela española hablaba el portugués con un acento delicioso, pero cuando regañaba o educaba a sus nietos (yo entre ellos), lo hacía en su idioma materno, especialmente al elevar la voz para decir “¡Dejen de pelear!”. Acto seguido repetía sonriendo la frase de Cervantes registrada en el epígrafe. Aunque nos asustábamos un poco, nos quedábamos embelesados con la sonoridad de esa lengua, hasta el punto de pedirle que nos hablara tan solo en español, lo cual hizo, con alegría, hasta el final de su vida.

Cuento esta historia para recordar cómo el pasado, al ser revisado desde el presente en busca de lo que nos inspiró hacia la decencia, ayuda a proteger el futuro de las familias que anteriormente nuestras familias originaron y de las cuales somos también responsables, tanto en el campo afectivo como en el campo de la ética, en cualquier lugar del mundo y en cualquier época.

MARIO SERGIO CORTELLA
Octubre de 2016

1 Tomado de Don Quijote de la Mancha, Segunda parte, Cap. XL. El autor recompone en esta cita el refrán: “Dios consiente, mas no para siempre” [N. Trad.].

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Introducción

¡Lo que queda es la obra,
el resto zozobra!

Lêdo Ivo

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LA EMERGENCIA DE MÚLTIPLES PARADIGMAS

La palabra “emergencia” se nos tiene que aparecer en dos sentidos fundamentales. Emerger en el sentido de “surgir” y, al mismo tiempo, emergencia entendida como una situación de rapidez, ya que hoy existe otra manera de pensar y hacer en los diversos temas ligados a la educación.

El término “paradigma” está siendo muy usado actualmente sin que se tenga claro su sentido original. Esta palabra contiene dos términos de origen griego: el primero es para, que significa “al lado”, y el otro es digma, que también significa “mostrar”. Por tanto, paradigma es “mostrar al lado”, esto es, indicar el ejemplo, el modo de hacer, el modelo.

Cuando hablamos de la emergencia de múltiples paradigmas, es señal de que necesitamos re-ver, mirar de otra manera, y alterar el modo en que hacemos las cosas; cómo reflexionamos sobre nuestra práctica dentro de la educación.

No es extraño oír la frase: “Ah, los alumnos de hoy día no son los mismos”. Cuando alguien dice eso, está demostrando salud mental. Está claro que los alumnos de hoy no son los mismos. Pero esa expresión puede indicar cierta distorsión pedagógica. Después de todo, ¿alguien dice eso y, aun así, continúa dando clases del mismo modo que las daba hace diez o quince años? Si los alumnos no son los mismos, si el mundo ya no es el mismo, ¿por qué actuar del mismo modo? Hay algunos aspectos en el área de educación que precisan tener una durabilidad mayor, pero hay algo de lo que no nos podemos olvidar: la importancia de observar la realidad, porque, a fin de cuentas, la educación lidia con el futuro.

Una analogía razonable sería imaginar un automóvil, en el que el retrovisor es siempre menor que el parabrisas. ¡Claro! Porque el pasado es la referencia, no es la dirección. Nuestro horizonte, que es lo que el parabrisas nos muestra, es el futuro. Y éste es mayor, más amplio de lo que tenemos en el retrovisor. Algunas personas, cuando conduce el “vehículo educación”, tienen, de vez en cuando, un parabrisas menor que el retrovisor, y todo el tiempo miran el pasado, imaginan que la respuesta está en otro tiempo. A veces, ésta puede estar ahí mismo, siempre que del pasado se traiga aquello que es tradicional, lo que precisa ser preservado, protegido, impulsado hacia adelante. Sin embargo, muchas veces, en nuestro pasado, lo que encontramos es lo arcaico, aquello que tiene que ser superado, dejado de lado y abandonado.

Con la emergencia de múltiples paradigmas, necesitamos recordar que estamos viviendo, hoy en día, en la educación –no únicamente, pero también en esta época– momentos graves, en los que hay un desconcierto, una alteración rápida de las situaciones de nuestro día a día, un cambio muy veloz en la manera en la que las cosas son hechas, pensadas y comunicadas. También la densificación exagerada de las personas en las metrópolis llevó al desvanecimiento, e incluso a la extinción, de algunos valores que fueron fuertes en otros momentos de nuestra historia y que precisan ser rescatados.

Esos momentos graves significan, como siempre en la historia humana, la posibilidad de momentos grávidos. ¡Sí, los momentos graves son también momentos grávidos! A fin de cuentas, toda situación grave contiene una gravidez, o sea, la posibilidad de dar a luz una nueva situación. Sólo que, en educación, mucha gente percibe sólo la gravedad del momento y no ve la gravidez que éste contiene. Y se pasa buena parte del tiempo diciendo: “Volvería al pasado si pudiera”, “en mi tiempo…”, recurriendo, por tanto, a una nostalgia muy negativa en relación a aquello que podemos, de hecho, hacer en educación.

Hay personas que ni siquiera perciben la gravedad del momento, y mucho menos la gravidez que éste contiene. Hay otros que sólo perciben la gravidez y pierden un poco de base, de la posibilidad de hacer algo que sea sólido y perenne. Y muchos de esos corren el riesgo de caer no en lo nuevo, pero sí en la novedad, esto es, pasar todo el tiempo detrás de cosas nuevas que están apareciendo, sin un fundamento más sólido y menos precario.

En nuestro trabajo estamos impregnados de futuro, sea porque el objetivo de éste tiene que ser la edificación de una nueva realidad, o bien porque nuestros alumnos están imbuidos de futuro: ellos son, también, futuro. En este sentido, el estar impregnado tiene una cierta significación, como si la palabra fuera “preñado”, por tanto, grávido.

Se juntan, entonces, tanto la idea del poeta ruso Vladimir Maiakovski de que el futuro debe ser desatado, como la de estar grávidos de un futuro al cual daremos a luz.

Independientemente de nuestra consciencia o de nuestra voluntad, el futuro está siendo gestado y alumbrado todo el tiempo por todos nosotros, educadores profesionales o no. Sin embargo, si lo queremos de forma que sea un futuro que proteja la vida colectiva y eleve y honre nuestra dedicación profesional, necesitamos repensar y rehacer nuestras prácticas, esto es: ¡a nuevos tiempos, nuevas actitudes!

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Entre la cautela y el ímpetu

En la víspera de no partir nunca, al menos no hay que preparar las maletas

Fernando Pessoa

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UNA ESCUELA A DESCOMPÁS

Mi reflexión no se dirige hacia la constatación del “inexorable pasar del tiempo”, sino hacia un análisis de cómo algunas concepciones sobre la noción de tiempo en educación condicionan las prácticas y, en el límite, gobiernan parte de las intenciones de los educadores. Pienso, sin embargo, que ese actuar a partir del hoy nos muestra cuán difícil es –pero no imposible– mantener un equilibrio en la distancia entre la cautela y el ímpetu.

De un lado, el hecho de que la educación escolar, en la intención de hacer un futuro colectivo mejor, se constituya en un espacio de prácticas múltiples, con múltiples determinaciones y bajo múltiples formas de control, puede colocarnos en un estado de cautela que nos provoque la inmovilización. Por otro, la urgencia de mudanzas, la precariedad actual del trabajo educativo y la inconformidad resultante de esa situación pueden inducirnos a un ímpetu tal que haga inviable la realización de algunas posibilidades.

Por eso, la necesaria armonía entre una saludable cautela y un eficiente ímpetu no se origina ni del uso exclusivo de una interpretación personal de cada educador –interpretación sujeta a desvíos y equívocos, por situarse entre otras prácticas–, ni de la desconsideración precipitada de los condicionamientos concretos que llenan la educación en la escuela.

Conviene hacer un inciso: existen tipos diferente de cautela. Frente a momentos graves, una de las reacciones más comunes y equivocadas es que la persona piense que basta quedarse quieta en una esquina porque las cosas ya sucederán. Yo acostumbro a llamar a eso cautela inmovilizadora. Ante cualquier situación es preciso tener cautela, pero existe un tipo de cautela que inmoviliza. Es aquella en la que la persona cree que si no altera lo que hacía, si espera un poco más, las cosas continuarán de la misma manera que estaban, o sea, del modo confortable que antes fueron.

En el área de la educación, nosotros cambiamos con los procesos –procesos de vida, procesos humanos, procesos de conocimiento–. Los procesos son siempre mudanzas, es más, esa es la naturaleza procesual de cualquier cosa. Fernando Pessoa, gran escritor y pensador portugués, decía, a inicios de siglo XX: “En la víspera de no partir nunca, al menos no hay que preparar las maletas”.

Muchas personas, ante la obligación de tener que organizarse, de tener que moverse, de tener que alterar el modo en cómo hacían y pensaban las cosas, suponen que la partida tal vez todavía pueda ser atrasada; que la hora de cambiar pueda dejarse para otro momento.

Esta cautela inmovilizadora es extremadamente negativa, porque la persona continúa del mismo modo que estaba cuando todo a su alrededor exige una alteración. No se trata de cambiarlo todo, sino de cambiar lo que precisa ser cambiado. Y cambiar lo que precisa ser cambiado exige una actitud, que es tener cautela, esto es, no hacer las cosas de manera precipitada, sin criterio.

Tener cautela requiere paciencia; como decía Paulo Freire: la paciencia histórica, la paciencia pedagógica y la paciencia afectiva. Él insistía mucho en eso. Y todas ellas son bien diferentes a la cautela inmovilizadora.

• Paciencia histórica es saber ver el momento en el que las cosas suceden y observar si están suficientemente maduras para poder ser alteradas. Hay una frase muy común que dice: “es muy peligroso tener razón antes de hora”. Paciencia histórica es la capacidad de entender que las cosas tienen su momento. Es más, Paulo Freire dice algo fundamental: “Si no haces hoy lo que hoy puede hacerse, e intentas hacer hoy lo que hoy no puede hacerse, difícilmente harás mañana lo que hoy dejaste de hacer, porque las cosas se alteran”. Paciencia histórica es la comprensión del momento adecuado en el que las cosas pueden ser alteradas.

• Paciencia pedagógica significa la capacidad de observar que las cosas tienen procesos distintos de aprendizaje y de enseñanza, que los alumnos y los colegas de profesión viven momentos diferentes. Es necesario que haya una maduración en la posibilidad de intercambio de información y de conocimiento.

La paciencia afectiva es la capacidad de amor que necesita cubrir cualquier acto pedagógico en todo momento, de manera que no se incurra en la agresividad o en la ruptura del patrón de autonomía y libertad que alguien lleva consigo. Paciencia afectiva es mirar a otra persona como otra persona, y no como a alguien extraño.

Si juntamos esas tres formas de paciencia y pensamos en lo que significa cautela inmovilizadora, pasamos a otro nivel. La cautela es aquella que nos permite reflexionar, pensar en nuestras prácticas antes de alterar las cosas. “La práctica de pensar la práctica es la única manera de pensar cierto”, decía Paulo Freire. La cautela es la capacidad de observar, de reflexionar, de conversar, de intercambiar ideas con otras personas. Pero, insisto, esa cautela no puede, frente a momentos graves, inmovilizar, como si dijéramos: “Espera, voy a esperar un poco, quizá cambia la dirección, cambia el gobierno, cambia el tipo de alumno y yo puedo continuar haciendo las cosas del mismo modo que las hacía”.

En algunos casos, hasta puede ser válido traer algunas cosas hechas en otro tiempo. Pero, si aquello que hicimos siempre antes continuara sirviendo ahora, no tendríamos tantas situaciones graves en el área de la educación. Para disecar la gravedad y sacar de ahí la gravidez contenida es necesario que la cautela sea reflexiva y no paralizante.

Hay personas, incluso, que hacen un mal muy grande a los colegas más jóvenes. Muchos usan el tiempo en educación como amenaza a aquel que es más joven. Alguien acabó de salir de una universidad, de un curso, comenzó su actividad escolar lleno de ideas, quiere hacer reuniones, hacer proyectos; y entonces, aparece uno que dice: “Calma, eso es sólo una nube de verano, con el tiempo te acostumbrarás. Quédate ahí, deja y verás; tan sólo con la edad vas a aprender”. Esa posición no es ni siquiera conservadora, es profundamente reaccionaria, pues hace volver a tiempos todavía peores; y es muy común entre quienes tienen una cautela inmovilizadora.

Tan arriesgado como la cautela inmovilizadora es el ímpetu inconsecuente, que sucede cuando alguien sin reflexionar, sin pensar, sin dialogar, parte hacia la acción absolutamente desestructurada. Un nombre que se da también a este modo de situarse es activismo.

Un alpinista necesita hacer escalada con seguridad. ¿Cómo procede? Clava un apoyo y, sólo cuando está firme, parte hacia el segundo punto y sube un poco más. No deja de subir, tiene ímpetu, coraje. Así pues, la educación también precisa coraje, algo bien diferente a insensatez.

Otro ejemplo; el hombre del Cuerpo de Bomberos, en una situación de riesgo, de siniestro, hace lo contrario de lo que a nosotros nos gustaría hacer. En el caso de un incendio con riesgo de hundimiento, nuestro impulso es salir corriendo de aquel lugar. Sin embargo, la prioridad de un bombero es llegar más rápidamente al lugar de donde nosotros queremos salir. Pues bien, cuando un bombero llega a un incendio, en el que se sabe que hay personas allí dentro, la situación es grave. Él precisa transformar aquello en algo grávido, o sea, tener la capacidad de buscar algo positivo de una situación potencialmente negativa.

Durante esa misión, el bombero necesita tener cautela para entrar allí, sin ser alcanzado por los riesgos que lo rodean. Pero él también precisa tener ímpetu para hacer lo que es necesario hacer. ¿Te imaginas a un bombero con cautela inmovilizadora, diciéndose a sí mismo: “quién sabe si ese fuego me alcanzará, si ahora me quedo aquí”, “quién sabe, quizá llueve y esto se apaga solo”, “tengo 30 años de experiencia, conozco este tipo de incendios”… ¿O te imaginas a otro bombero que, con ímpetu inconsecuente, va entrando, sin la protección adecuada, sin evaluar los riesgos?

¿Qué es necesario para alguien que lidia con vidas humanas? Tener cautela para no perecer e ímpetu para no paralizarse. Lo mismo se pide de un educador o de una educadora. En situaciones de cambio, es necesario equilibrar la cautela y el ímpetu. El riesgo de un ímpetu inconsecuente, cuando las acciones no son planeadas y organizadas de manera colectiva, es obtener un efecto no deseado o, peor aún, desmoralizar aquella acción y hacer que las personas se muestren refractarias a cualquier otro tipo de cambio.

Actualmente, por los cambios cotidianos cada vez más veloces, en los cuales nuestra memoria se vuelve fugaz y nuestra historia se vuelve rápida, es necesario buscar otro modo de construir la educación. Insisto una vez más: los momentos graves son también momentos grávidos. Para trabajar con la gravidez que ese momento contiene, necesitamos ver lo que nos rodea. ¿Cuál es la novedad del tiempo en el que vivimos? La novedad no es que las cosas están cambiando, eso es obvio. Es más, las cosas siempre han cambiado.

LA NOVEDAD NO ESTÁ EN EL CAMBIO, SINO EN LA VELOCIDAD DE ESE CAMBIO

La escuela, de manera general, se resiste a cambios acelerados, pues actúa con la noción de generaciones; cualquier alteración en los motivos y en la manera de hacer se demora más que en otras instancias sociales, pues las personas permanecen en ella por mucho tiempo sin que la estructura sea evaluada continuamente. Es una organización en la cual los sujetos clientes son evaluados, pero los sujetos agentes no lo son y, de ese modo, los paradigmas envejecen con más velocidad y con más frecuencia.