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Esperanza López Parada
Directora de la colección

Juan Francisco Manzano

Autobiografía del esclavo poeta y otros escritos

Edición, introducción y notas de William Luis

COLECCIÓN EL FUEGO NUEVO. TEXTOS RECOBRADOS, N.º 3

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Juan Francisco Manzano

Autobiografía del esclavo poeta y otros escritos

Edición, introducción y notas de William Luis

Iberoamericana • Vervuert • 2016

Reservados todos los derechos

Primera reimpresión, 2016

© Iberoamericana, 2007

Amor de Dios, 1 – E-28014 Madrid

Tel.: +34 91 429 35 22

Fax: +34 91 429 53 97

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www.ibero-americana.net

© Vervuert, 2007

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info@iberoamericanalibros.com

www.ibero-americana.net

ISBN 978-3-95487-183-4 (e-book)

ISBN 978-84-8489-234-2 (Iberoamericana)

ISBN 978-3-86527-263-8 (Vervuert)

Cubierta: Pérez Cino

Ilustración de la cubierta: Choco (Eduardo Roca Salazar), colección personal

Índice

Agradecimientos

Introducción

I. Las versiones del manuscrito autobiográfico de Juan Francisco Manzano y el cuaderno de don Nicolás Azcárate

II. Azcárate, abolicionista y difusor de la cultura cubana

III. La proliferación textual de la vida de Juan Francisco Manzano

IV. La reescritura de la autobiografía de Juan Francisco Manzano

V. Los poemas antiesclavistas de Juan Francisco Manzano

Nuestra edición

Cronología

TEXTOS

Autobiografía

Cartas

Poesía

Zafira: Tragedia en cinco actos

Apéndice: el manuscrito autógrafo

Lista de los generosos individuos que se suscribieron en la Habana para costear la libertad del esclavo J. F. Manzano

Reproducciones del manuscrito

Bibliografía

Para mi hija Tammie Durham Luis

AGRADECIMIENTOS

Existen al menos dos versiones de la autobiografía de Juan Francisco Manzano: el manuscrito original que el poeta esclavo redactó con frecuentes errores ortográficos y la versión corregida por Anselmo Suárez y Romero. La autobiografía que doy a conocer proviene de esta última versión, que fue la que circuló entre los miembros de la tertulia delmontina y cuyo original se extravió en la segunda mitad del siglo XIX. La copia de esta autobiografía se halla en las Obras completas de Juan Francisco Manzano esclavo de la Isla de Cuba, cuaderno copiado con letra y puño de Nicolás Azcárate y hallado a mediados de la década de los ochenta en la Biblioteca Sterling de la Universidad de Yale.

También incorporo en este libro el manuscrito autógrafo de Juan Francisco Manzano que se conserva en la Biblioteca Nacional José Martí, y que José Luciano Franco dio a conocer en su edición. Esta versión presenta frecuentes descuidos y errores de interpretación que distorsionan el texto original. He preferido en este estudio hacer una cuidadosa reconstrucción del manuscrito de Manzano, aunque respetando las tachaduras y enmiendas, para que el lector pueda apreciar la complejidad del manuscrito y reflexionar sobre los posibles objetivos (personales o políticos) tanto del autor como del corrector de la autobiografía.

Agradezco profundamente a Roberto González Echevarría, profesor de la Universidad de Yale, por informarme de la existencia del cuaderno de Azcárate. Deseo también mostrar mi agradecimiento a los administradores de la biblioteca de Yale por otorgarme el permiso para publicar este manuscrito de Azcárate1, y en particular al bibliógrafo Lee Williams por facilitarme una copia del mismo. La reproducción del texto original de Manzano ha sido posible gracias a Araceli García Carranza, bibliotecaria de la Biblioteca Nacional José Martí.

Varios colegas me han alentado a desarrollar mi pasión por la literatura cubana, y en particular por la obra de Manzano. Entre ellos quisiera destacar a mis maestros Roberto González Echevarría, Antonio Benítez Rojo, Enrique Pupo-Walker y Claudio Guillén. Entre los estudiantes graduados que me ayudaron a preparar partes del manuscrito merecen ser mencionados Beatriz Leiva (Dartmouth College), Bernardo Román Beato (Binghamton University) y David García, Carmen Rivera, Mauricio Almonte y Carmen Cañete (Vanderbilt University). Asimismo, me complace señalar al equipo de trabajo de Iberoamericana; a Klaus Vervuert por su apoyo para dar a conocer el manuscrito de Azcárate y a Waldo Pérez Cino por su asistencia con la corrección del libro. Por último, quisiera reiterar el continuo apoyo de mi familia: de mi esposa Linda, de mis hijos Tammie, Stephanie, Gabriel y Diego, y de mi madre, Petra Santos, amante de la cultura cubana, quien falleció mientras preparaba la publicación de este libro.

Nashville, 2003

1 El permiso se encuentra en una carta con fecha 20 de noviembre de 1987, firmada por Jack A. Siggins (Deputy University Librarian) y Judith Ann Schiff (Chief Research Archivist, Manuscripts and Archives), en la que se pide citar la Latin American Manuscripts Collection de la Universidad de Yale.

Introducción

I. LAS VERSIONES DEL MANUSCRITO AUTOBIOGRÁFICO DE JUAN FRANCISCO MANZANO Y EL CUADERNO DE DON NICOLÁS AZCÁRATE

Nicolás:

Cuando yo era adolescente

Oí tu palabra potente

Que pedía libertad.

«Adiós», te dije, y la nave

Perdióse pronto de vista...

De tu ideal a la conquista

Te llevó la tempestad.

Hoy, la suerte te encamina

A nuestra Cuba divina,

De tus lauros el mejor.

Porque tu ideal alcanzaste;

Y, si el Calvario pisaste,

Vas a subir al Tabor.

Alfredo Torroella

En la autobiografía del esclavo poeta Juan Francisco Manzano (1797-1853) se encuentra la génesis de la narrativa cubana; no nos referimos a un acontecimiento singular producido por una obra, sino se entiende que ésta resulta del movimiento literario asociado a la presencia de Domingo del Monte. En su cuidadoso estudio Suite para Juan Francisco Manzano (1977), Roberto Friol acepta agosto de 1797 como la fecha de nacimiento de Manzano y afirma, después de haber encontrado la partida de entierro, que murió no en 1854, como muchos críticos habían pensado, sino el 19 de julio de 1853, a la edad de cincuenta y seis años (véase en particular 1977: 154-56; 163-65). En 1835 el crítico literario Domingo del Monte encarga al esclavo pardo Juan Francisco Manzano la redacción de su autobiografía1. Aunque el acto de escribir resultaba una ardua tarea para cualquier esclavo privado de una educación formal, Manzano se las había ingeniado para aprender a leer y escribir en edad temprana.

La vida del esclavo, de cualquier esclavo, indefenso ante el amo, está llena por definición de incontables infortunios. Manzano describe en su autobiografía los sufrimientos e injusticias padecidos bajo la autoridad de su ama, la Marquesa de Prado Ameno, una mujer que representa la faz más tiránica del sistema esclavista. Pero aunque en la mencionada autobiografía se encuentra una denuncia de la esclavitud y un compromiso con el programa antiesclavista, no es ésta la primera obra suya en abordar temas de corte tanto estético como social. Antes de 1835 Manzano era un poeta conocido por Poesías líricas (1821) y Flores pasageras [sic] (1830), poemarios ambos que lo habían situado entre los más tempranos escritores de la literatura cubana. Éstos y otros poemas fueron además publicados durante su etapa como esclavo en el Diario de la Habana (1830, 1831, 1838, 1841), el Diario de Matanzas (1830), La Moda o Recreo Semanal del Bello Sexo (1831) y El Pasatiempo (1834-1835), y años después, tras conseguir la libertad, en El Aguinaldo Habanero (1837), El Álbum (1838), Faro Industrial de la Habana (1843, 1849) y La Prensa (1842)2.

Manzano logró su éxito literario en un momento y espacio históricos de la sociedad colonial en que los códigos legales vedaban al esclavo toda posibilidad de publicación de sus escritos. En su caso, la difusión de su obra fue posible gracias al apoyo de Domingo del Monte, el crítico literario más importante del momento y patrocinador de una literatura escrita que denunciaba las injusticias de la colonia y las propias prácticas esclavistas3. Dicha narrativa antiesclavista nace de la tertulia delmontina, primer círculo de escritores cubanos que produjo, además de la Autobiografía de Juan Francisco Manzano, obras de suma importancia como la novela Francisco (escrita en 1839), de Anselmo Suárez y Romero, la colección de cuentos Escenas de la vida privada en la Isla de Cuba (escrita en 1838), de Félix Tanco y Bosmeniel, el cuento «El ranchador», de José Morilla, y la novela Cecilia Valdés, de Cirilo Villaverde4.

Del Monte tenía gran interés en desarrollar lo que después serían la literatura y la cultura cubanas. En 1829 fundó con la ayuda de Jesús Villariño La Moda o Recreo Semanal del Bello Sexo, y años más tarde, junto a intelectuales como José Antonio Saco, convirtió la Revista Bimestre Cubana (1831-1834) en la publicación más importante de la época en el mundo hispanohablante. Entre 1830 y 1834 dirigió la Sección de Educación de la prestigiosa Sociedad Económica de Amigos del País, donde, tras servir como Secretario, fue nombrado en 1842 presidente de la Comisión de Literatura –elevándola así a la categoría de Academia Cubana de Literatura–. En el contexto histórico de la época semejante cambio significaba un desafío a las autoridades coloniales, ya que la literatura se había transformado en un arma cultural e introducía cambios en el modo de percibir la estructura social de una colonia en vías de desarrollo de su propia identidad. Para frenar este modo de articular la escritura, los colonialistas, los esclavistas y otros enemigos de la intelectualidad criolla suprimieron la Academia, pero a pesar de esos contratiempos Del Monte no cejó en su empeño de promover una literatura con rasgos propiamente cubanos. Recurrió, de hecho, a sus propios recursos económicos para dar a conocer sus ideas, y convirtió su casa en un centro educativo que pasó a ser, años después, la representación máxima de la cultura nacional.

Del Monte, que fue quien solicitó el manuscrito autobiográfico a Manzano, era un intelectual conocido por sus famosas tertulias literarias. Las tertulias habían comenzado en la ciudad de Matanzas en 1834, y un año después se trasladaron a La Habana, donde continuaron hasta el exilio de su anfitrión, en 18425. A esas reuniones asistía la flor y nata de la intelectualidad cubana para consultar la amplia y famosa biblioteca de Del Monte, leer trabajos inéditos y recibir consejos literarios y políticos del maestro. Del Monte animaba a los jóvenes criollos a abandonar la influencia del romanticismo y cultivar el género realista, corriente literaria que –según él– permitiría a los escritores del momento representar con mayor claridad la sociedad imperante, lo que redundaría en una condena más eficaz del sistema esclavista. Para Del Monte, dedicarse a escribir sobre la sociedad cubana y narrar los episodios de la vida cotidiana implicaba, inevitablemente, describir la figura trágica del esclavo.

Los temas controversiales que abarcan estas obras hacían patentes la ineficacia del sistema colonial y la brutalidad del esclavismo, lo que trajo consigo una reacción defensiva por parte de la Corona: ninguna de ellas llegó a imprimirse en su idioma original hasta años después de que hubiera desaparecido este sistema represivo y la escritura no representara un peligro para el Estado6. Siglo y medio después de haber sido escrita, la autobiografía de Manzano conserva su impacto y su valía testimonial. Dicho esfuerzo es reconocido por investigadores actuales, como pone de manifiesto la siguiente cita de Roberto Friol:

No es una autobiografía lineal, ni siquiera está exenta de errores y vacilaciones, pero la veracidad del testimonio, la humanidad inviolable que rezuma, el tono de una llaneza insuperable, la posesión idiomática que transparenta a despecho de la calcografía y las faltas de prosodia, la convierten en un documento único en nuestra historia literaria (1977: 47).

El testimonio personal de un esclavo servía a Del Monte como discurso ejemplificador y eficaz para denunciar los males de la esclavitud. Para Del Monte la vida del esclavo estaba ligada a su compromiso con la cultura naciente y la causa antiesclavista, y por esta razón pidió a Manzano que redactara de forma detallada los abusos –tanto físicos como psicológicos– que se cometían diariamente en los ingenios. La información se recoge en una carta de Manzano a Del Monte, con fecha del 25 de junio de 1835:

Mi querido y Sr. Don Domingo: recibí la apreciable de su merced, fecha 15 del corriente; y sorprendido de que en ella me dice su merced que hace tres o cuatro meses me pidió la historia, no puedo menos de manifestarle que no he tenido tal aviso con tanta precipitación; pues en el día mismo que recibí la del 22 me puse a recorrer el espacio que llena la carrera de mi vida y cuando pude me puse a escribir, creyendo que me bastaría un real de papel, pero teniendo ya escrito algo más aunque saltando a veces por cuatro y aun por cinco años, no he llegado todavía a 1820: pero espero concluir pronto, ciñéndome únicamente a los sucesos más interesantes. He estado más de cuatro ocasiones por no seguirla. Un cuadro de tantas calamidades no parece sino un abultado protocolo de embusterías; y más cuando desde tan tierna edad, los crueles azotes me hacían conocer mi humilde condición7.

En 1836, al año de haber cumplido con el pedido de Del Monte, Manzano fue invitado a la tertulia para leer su poema autobiográfico «Treinta años». Unos meses después don Nicolás, don Ignacio y muchos otros miembros del grupo delmontino habrían de recaudar más de 800 pesos, el precio necesario para comprar la libertad de este singular poeta. José de la Luz y Caballero y el mismo Domingo del Monte fueron los encargados de entregar dicha cantidad a don Wenceslao de Villa-Urrutia, yerno de doña María de la Luz de Zayas –ama de Manzano– para conseguir la manumisión del esclavo poeta8. Existen, sin embargo, discrepancias en cuanto a la cifra que se pagó; en el manuscrito copiado por Azcárate, donde se mencionan los nombres de algunas de las personas que contribuyeron a la libertad de Manzano, aparece la suma de 968 pesos. La lista de los participantes se halla incompleta, según indica la siguiente nota: «Faltan, lo menos, dos terceras partes de los nombres de las personas que contribuyeron a esta obra de misericordia, por haberse extraviado las listas que los contenían. Pero baste saber que no quedó en la Habana un solo individuo, conocido por su afición a las letras, de cualquier clase o condición que fuese, que no ofreciera su cuota, para rescatar del cautiverio al poeta Juan Francisco Manzano»9. El alto número de patrocinadores refleja no sólo la necesidad de estas notables personalidades cubanas de participar en una causa meritoria, sino su compromiso en defender una postura abolicionista y presentarla ante el ama y las autoridades10.

Hay más de un manuscrito sobre la vida de Manzano. Cuatro años después de la composición de esta autobiografía uno de los miembros de la tertulia delmontina, Anselmo Suárez y Romero –quien acababa de terminar su novela antiesclavista Francisco, también a solicitud de Del Monte–, corrigió la sintaxis y la gramática del esclavo poeta. En una carta fechada el 7 de julio de 1839, Suárez y Romero comenta la petición de Del Monte y expresa su reacción al leer el manuscrito con las siguientes palabras:

Francisco Manzano –ahí se está todavía sin haberlo empezado á arreglar: ahora voy á hacerlo, que estoy desocupado. Lo merece, lo merece ¡qué naturalidad, qué gracia, qué de horrores, qué ama tan mala, que pobre Manzano siempre golpeado, sufriendo, llorando! Oh, Dios, este no es mi Francisco, esto no ha sido inventado, esto es cierto... ¡Lastímate, Señor, de esas criaturas infelices y perseguidas! –V libertó en campaña de otros á Manzano11. ¿No es verdad? ¡Qué ejemplo para otros muchos qe. se precian de humanos y nada hacen sino hablar! –Créame V, leyendo esta historia, se me han saltado muchas veces las lágrimas ¡yo no me avergüenzo de llorar por cosas así12!

Terminadas las correcciones, Del Monte entregó junto a otros escritos antiesclavistas una copia del manuscrito a Richard Madden, antiesclavista británico y juez árbitro en las Cortes Mixtas, quien se encontraba por aquel entonces en La Habana13. A su regreso al Reino Unido Madden tradujo al inglés la autobiografía de Manzano, dándola a conocer en Londres bajo el título de «Life of the Negro Poet», traducción que incluyó después en Poems by a Slave in the Island of Cuba, Recently Liberated; translated from the Spanish by R.R. Madden, M.D. with the History of the Early Life of the Negro Poet, written by Himself; To which are prefixed Two Pieces Descriptive of Cuban Slavery and the Slave-Traffic (1840). Junto a la autobiografía el abolicionista inglés incorporó algunos poemas del esclavo, entrevistas con Del Monte y también poemas que él mismo compuso. Pero mientras esta traducción se encontraba al alcance de cualquier lector anglófono, el original y la versión corregida de Suárez y Romero, textos ambos escritos en español, no salieron a la luz hasta muchos años después. En 1937, cuando José Luciano Franco dio a conocer el manuscrito original, que se publica también aquí.

Si bien el lector de habla inglesa creyó que la traducción correspondía a la autobiografía de Manzano, no se trata de una transcripción fidedigna, sino de una reelaboración de la vida de Manzano14. De hecho, las diferencias entre la versión inglesa y el manuscrito original son tan significativas que deberían considerarse dos textos distintos. Los cambios existentes no provienen necesariamente de la intervención textual de Madden; podrían atribuirse a la versión corregida de Suárez y Romero, ya que la traducción no se hizo directamente del original escrito por Manzano, sino de esta última. No obstante, esta observación es difícil de confirmar, pues la versión de Suárez y Romero se conservó entre el círculo privado del grupo delmontino y nunca llegó a hacerse pública. Décadas después el crítico Francisco Calcagno consultó la autobiografía de Manzano y reprodujo en su obra Poetas de color (1878) algunos párrafos de este manuscrito, dando a conocer por primera vez aspectos de la trágica vida del esclavo poeta en una publicación cubana. Aunque Calcagno anuncia el texto original de Manzano y no parece conocer la existencia de más de una versión del manuscrito autógrafo, es muy probable que los fragmentos que reproduce no provinieran del original, sino del corregido por Suárez y Romero, ya que entre las citas de Calcagno y las del original de Franco hay notables diferencias. Los cambios realizados por Suárez y Romero en el manuscrito de Manzano han podido verificarse desde principios de la década de los ochenta, fecha en que Lee Williams, bibliógrafo de los fondos latinoamericanos de la Universidad de Yale, descubrió un cuaderno que contenía la vida y los trabajos de Juan Francisco Manzano. Dicho cuaderno es el copiado por Nicolás Azcárate en 1852, un año antes de que se produjeran las muertes del esclavo y su protector. Tras cotejar distintas versiones y manuscritos, me inclino a pensar que esta nueva versión –inédita hasta el momento– es una copia del manuscrito corregido por Suárez y Romero15. Al comparar fragmentos de la copia de Calcagno con sus correspondientes secciones en el cuaderno de Azcárate se puede observar, exceptuando pequeñas diferencias, que ambos provienen de un mismo texto. Por consiguiente, me propongo cotejar en este estudio el «original» de la autobiografía de Manzano, editado por Franco, con las demás versiones del manuscrito hasta ahora publicadas: la citada por Calcagno, la traducida por Madden, la copiada por Azcárate y, por último, la corregida por Ivan Schulman16. Junto a estas cuatro versiones se encuentra también una versión moderna de la autobiografía que ha publicado recientemente Abdeslam Azougarh, y que se basa no en la versión de Franco, como lo hace Schulman, sino en el manuscrito autógrafo de Manzano que se conserva en la Biblioteca Nacional José Martí17.

De todos estos textos me interesa en particular la versión que Suárez y Romero modificó, ya que, tal como ocurre entre el original y la traducción inglesa, la versión copiada por Azcárate presenta diferencias suficientes con el resto como para que merezca ser considerada un texto autónomo. En las enmiendas y correcciones de los distintos textos que existen sobre dicha auto-biografía se puede observar cómo la imagen del esclavo va cambiando a lo largo de los años. Por ejemplo, al corregir el manuscrito original, Suárez y Romero hace un mayor énfasis en ciertos episodios de la vida de Manzano; cuando copia la versión de Suárez y Romero, Azcárate ofrece, en cambio, un marco más real de la misión abolicionista del grupo delmontino.

II. AZCÁRATE, ABOLICIONISTA Y DIFUSOR DE LA CULTURA CUBANA

Nicolás Azcárate (1828-1894) era hombre de extensa cultura, estudioso de la política, la literatura y el derecho. Orador sin igual y prosista de elegancia, amaba la poesía pero no tuvo nunca vocación para componer versos. Después de Domingo del Monte, Azcárate fue el difusor más meritorio de la literatura y la cultura cubanas a partir de la segunda mitad del siglo XIX. De espíritu liberal, reformista y amante de la democracia, Azcárate contribuyó notablemente al estudio del derecho y la cultura en Cuba18.

El libro Obras completas de Juan Francisco Manzano esclavo de la Isla de Cuba que doy a conocer –copiado por Nicolás Azcárate en 1852, es decir, un año antes de que muriera el esclavo poeta– está compuesto por el manuscrito autobiográfico, siete cartas escritas a Domingo del Monte, veinte poemas y la pieza de teatro Zafira. Pero a pesar de que Azcárate refiere en su título al calificativo general de «obras», este cuaderno no comprende los escritos de Manzano en su totalidad. Es muy probable que tanto Del Monte como Azcárate pensaran que las obras reproducidas en este libro serían suficientes para mostrar los episodios más significativos del poeta, tanto en su época de esclavo como en la posterior a su libertad. Entre éstos figuran «La esclava ausente» y «La visión del poeta compuesto en un ingenio de fabricar azúcar», poemas antiesclavistas ambos, que no llegaron a publicarse en el momento de su composición. Se sabe que Azcárate copió las obras de Manzano no sólo porque el cuaderno lleva su nombre, sino porque su nieto Rafael Azcárate Rosell menciona que su abuelo tenía la costumbre de copiar con frecuencia literatura abolicionista tanto cubana como extranjera:

Antes de su matrimonio, cuando Nicolás cortejaba a María Luisa, la cual también era abolicionista, le regaló un álbum, escrito todo, contra la esclavitud. Azcárate, además de pensamientos, redactados por sus amigos y la dedicatoria, que él mismo hizo, copió en él párrafos de la literatura más popular entonces entre los abolicionistas, toda del fondo democrático que en aquel tiempo, en Cuba, igual que fuera de ella, pugnaba con los intereses creados, y de la forma romántica en boga durante esa época (1939: 24).

La poca información que se conoce actualmente sobre la vida de Nicolás Azcárate nos llega por medio de esta biografía, publicada en La Habana en el año 1939. Además de datos biográficos de Azcárate, comprende papeles que él y su hermano Carlos habían guardado en el archivo de familia y otros que conservaban sus primos Fernando y Emilio Azcárate y Freyre de Andrade. A pesar del vínculo familiar, Azcárate Rosell se propone ser un fiel seguidor del método descriptivo y realizar un trabajo historiográfico serio sobre la vida de su abuelo. Apunta que su abuelo mostró siempre una especial curiosidad intelectual entre los miembros de su familia y destacó tempranamente en el campo de las ideas. En 1847, cuando contaba con tan sólo 19 años, fundó en la casa de sus padres en La Habana una pequeña sociedad intelectual, a la que denominó Academia de Estudios. Azcárate era el director de dicha Academia, José Ignacio Rodríguez el secretario y Francisco Fesser el tesorero. Uno de los propósitos de la sociedad era recoger libros para que formaran parte de una biblioteca colectiva y que los estudiantes pudieran acercarse a diversos aspectos de la cultura cubana.

Azcárate perteneció, además, a una asociación cuyos miembros renunciaban a ser amos de esclavos, y puso en libertad a la esclava de su esposa una vez contrajo matrimonio con María Luisa Fesser y Diago, el primero de abril de 1857. Tras la muerte de sus padres, María Luisa y sus hermanos decidieron manumitir a los 28 esclavos que habían heredado, acto que se llevó a cabo en la nochebuena de 1864. Dicha acción fue recibida con desconcierto e indignación por algunos defensores de la esclavitud, y exigieron al capitán general Dulce la encarcelación o deportación de todos los Fesser.

Con el objetivo de crear una sociedad cultural, Azcárate fundó el Liceo de Guanabacoa el 24 de febrero de 1861; un círculo cultural que pronto se convertiría en el centro de la intelectualidad cubana. Las aportaciones de Azcárate ayudaron a abrir el camino del desarrollo de la cultura nacional, que contaba también con la participación de la mujer. Con motivo de la conmemoración del primer aniversario del Liceo, en la cual se inauguró también un pequeño teatro, Azcárate animó a la poeta María de Santa Cruz a que leyera sus versos en la tribuna. Cabe afirmar por tanto que al igual que Del Monte había rescatado de los márgenes la voz del esclavo, Azcárate hizo un esfuerzo parecido décadas después, con la reivindicación de la voz femenina en la esfera pública.

Elegido presidente de la sección literaria del Liceo, el gobierno colonial acusó a Azcárate y los participantes en estas tertulias de conspirar contra España, de manera similar a como había ocurrido con la sección de literatura de la Sociedad Patriótica de Amigos del País. Su profundo interés en promover la cultura cubana le llevó a iniciar un círculo literario en su casa de Guanabacoa, conocido con el nombre de «Noches Literarias», donde los escritores más conocidos de la época se reunían para leer, comentar e incluso representar sus obras. Con estas palabras describe Azcárate Rosell las tertulias en casa de su abuelo:

En aquellas reuniones se hacía música, se recitaban versos o se leían composiciones en prosa, se representaban comedias, compuestas a veces por los asistentes, y Nicolás, que tenía especiales disposiciones para las tablas, era uno de los actores; leían sus autores trabajos preparados de antemano, o improvisados; y quedaban abiertas discusiones sobre toda clase de temas científicos o literarios. Desde luego que la literatura y la filosofía han estado siempre relacionadas con la política, y ambas eran armas usadas por los cubanos para atacar de manera indirecta, pero bien visible, al gobierno colonial (1939: 48-49).

A estas reuniones asistía una amplia gama política de intelectuales abolicionistas, algunos separatistas, otros reformistas o autonomistas, pero ninguno integrista o defensor del régimen colonial. También había entre los contertulios participantes de diferentes niveles económicos y creencias religiosas. Entre ellos se encontraba el escritor Anselmo Suárez y Romero, cuya novela y reproducción de la autobiografía de Manzano conocía Azcárate19.

Otro miembro de la tertulia era Antonio Zambrana, quien recordaría así las dos horas en que Suárez y Romero estuvo leyendo su novela Francisco durante una de las «noches literarias» de 1862:

Aquello no tenía la intención de ser un poema, tenía el propósito de ser una acusación. La acusación contra un hombre por lo pronto, y en el fondo –y acaso sin advertirlo– la acusación de un gran crimen nacional. El que era un niño no tiene bastante confianza en su discernimiento de entonces para apreciar el valor artístico del relato. De lo que está seguro es de que comenzó a llorar poco después de haberse empezado la lectura, y de que cuando se hubo concluido lloraba todavía20.

A comienzos de la Guerra de los Diez Años (1868-1878) Zambrana se uniría a las fuerzas rebeldes, y redactaría con Ignacio Agramonte la nueva constitución cubana. Zambrana fue también representante del gobierno cubano en Chile, y allí escribió una versión más desafiante de la novela de Suárez y Romero conocida bajo el título de El negro Francisco (1973)21.

Si las tertulias delmontinas ayudaron a promover la naciente literatura cubana a comienzos del siglo XIX, las «Noches Literarias» de Azcárate tuvieron el mismo impacto décadas después. Se podría, por tanto, afirmar que con su participación en este tipo de asociaciones y reuniones el joven Azcárate pasó a convertirse en el continuador de las ideas reformistas y los propósitos educacionales de Domingo del Monte. De hecho, Azcárate Rosell revela que Del Monte y su abuelo eran íntimos amigos, y que el maestro murió en los brazos del joven discípulo.

Azcárate recogió muchas de las composiciones en prosa y verso que se presentaron por primera vez en su casa y las publicó en dos tomos, en una edición de lujo bajo el título de Noches Literarias en casa de Nicolás Azcárate (1866)22. Dicho libro recogía los escritos originales que los autores habían entregado a Azcárate, y por tanto ninguno había sido corregido para ser ofrecido a un público lector. Sin embargo, no todos los trabajos se incluyeron en esta obra, ya que varios fueron suprimidos por el Sr. Censor de la imprenta.

Al igual que Del Monte, Azcárate había estudiado derecho y se había graduado de abogado en Madrid en 1854, un año después de la muerte de su mentor. De regreso a La Habana, Azcárate fundó por su propia iniciativa la Revista de Jurisprudencia, que tuvo como directores a Eduardo Fesser, José Manuel Mestre, Rodríguez y Azcárate. Dicha revista, conocida después con el nombre de Revista de Administración, de Comercio, y de Jurisprudencia, tuvo una existencia larga y un impacto notable en la vida cubana. Después de recibirse como abogado, Azcárate formó parte –al igual que Del Monte– de uno de los más famosos bufetes de La Habana, y participó en casos de gran importancia judicial, tanto a favor de individuos de altos recursos económicos como de pobres y esclavos. Los españoles y otros seguidores del sistema esclavista pensaban que Azcárate era un ardiente abolicionista y acertaban en su juicio. Fue electo miembro del Ayuntamiento de La Habana y ocupó el cargo de Síndico defensor de esclavos. Allí aceptó con valentía la causa de muchos esclavos que huían de los brutales castigos de sus amos, como lo había hecho muchos años antes el propio Juan Francisco Manzano. Por ejemplo, llevó el caso de una esclava acusada de matar a sus tres hijos ante la amenaza de que su amo los vendiera. También ayudó al esclavo J. Echemendía, que había dado muerte a su amo en defensa propia.

El gobierno español había tomado ciertas medidas para controlar los abusos de los esclavistas y el exagerado castigo que se imponía a estos desamparados. La Real Cédula del 31 de mayo de 1789, capítulo 8, menciona que el impugnado no debía recibir más de veinticinco latigazos, y había de utilizarse un instrumento blando para no causar al esclavo daño alguno de carácter permanente23. Pero las leyes no eran suficientes para frenar el abuso del amo, y la posible venganza contra el siervo puso en duda la eficacia de las decisiones gubernamentales. Azcárate Rosell explica así los riesgos que corría el esclavo cuando se fugaba:

Las leyes que podía usar eran muy relativas. En realidad, sus facultades consistían en que, si a un esclavo el amo lo trataba con crueldad excesiva, lo que llamaban entonces «servicia», el síndico podía hacerlo ingresar en uno de los depósitos que para eso había, y después obligar al dueño a que lo vendiera, si se encontraba un comprador más benévolo. Pero todo esto tenía el inconveniente de que estaba permitido al señor castigar al siervo, dentro de los límites establecidos por las leyes, y si la reclamación perdía, la venganza del amo, o, mejor dicho, del mayoral, era terrible (1939: 25).

La autobiografía de Manzano revela que el esclavo fue cruelmente castigado por su ama la Marquesa de Prado Ameno, y que recibía a menudo el castigo máximo de los veinticinco latigazos. Huyendo de las injusticias y los malos tratos, Manzano opta por escapar del ingenio y presentarse ante el Capitán General de la Isla de Cuba para reclamar la mencionada ley de «servicia». Manzano era consciente de las leyes de la época y manejó en su manuscrito el discurso legal con la perspicacia suficiente para protegerse de posibles denuncias. De hecho, la voz del escritor se pone en ocasiones en boca de un criado libre amigo de la familia. Dice el manuscrito copiado por Azcárate:

«Hombre que tú no tienes vergüenza para estar pasando tantos trabajos: cualquier negro bozal está mejor que tú: un mulatico fino con tantas habilidades como tú, al momento hallará quien lo compre». Por este estilo me habló mucho rato, concluyendo con decirme, que llegando al Tribunal del Capitán General, y haciendo un puntual relato de todo lo que me pasaba, podía salir libre: me indicó el camino de la Habana, y me dijo por último que no fuera bobo, que aprovechara la primera oportunidad24.

Manzano sabía que era peligroso huir de su ama, pero era un riesgo que tenía que tomar para poner fin a su sufrimiento. En la misma carta del 25 de junio de 1835 comenta a Del Monte su fuga, episodio con que pone punto final a su autobiografía: «Me abochorna el contarlo y no sé como demostrar los hechos, dejando la parte más terrible en el tintero y ¡ojalá tuviera otros con que llenar la historia de mi vida, sin recordar el escesivo rigor con que me ha tratado mi antigua ama, obligándome o poniéndome en la forzosa necesidad de apelar á una arriesgada fuga para aliviar mi triste cuerpo de las continuas mortificaciones que no podía ya sufrir más!»25.

Azcárate aprovechaba cualquier ocasión para denunciar los abusos del sistema esclavista y los crueles castigos que amos y mayorales imponían a sus esclavos. Prueba de ello es la carta que escribe al Gobernador Político, con fecha del 10 de abril de 1862, sobre el caso del negro Pastor, esclavo de don Miguel Embil. En ella Azcárate revela cómo Pastor fue cruelmente castigado sólo porque el esclavo no consintió que el mayoral del ingenio mantuviera relaciones adúlteras con su esposa. El jurista aprovechó además la ocasión para hacer públicos el maltrato que recibían los esclavos, el acuerdo que existía entre el amo y el mayoral para castigarlos y el derecho que el amo siempre poseía, fuera cierto o no, de acusar al esclavo de cimarronaje, como en el caso de Pastor. Azcárate obtuvo promesa de don Miguel Embil de no castigar más al esclavo y convenció a Pastor para que regresara al ingenio; pero convencido de que su amo no respetaría el juicio de las autoridades, Pastor volvió finalmente a presentarse ante el Gobernador en lugar de regresar a la finca. Abogando por la causa justa del esclavo, Azcárate hizo comunicar la noticia al Sr. Teniente Gobernador de Jaruco por medio del Gobierno Superior Civil, donde se había cometido la servicia, y atendió la primera instancia de cualquier fallo para tomar la defensa de Pastor con el mismo vigor y dedicación que merecía la causa de los desamparados.

El 24 de agosto de 1870 Azcárate viaja a Nueva York motivado por una conversación que mantuvo con su amigo Segismundo Moret, quien ocupaba la cartera de Ultramar bajo el gobierno del general Prim. Moret, el primer político español que se había declarado en contra de la esclavitud, pidió a Azcárate sus servicios para negociar con los insurrectos y poner fin a la guerra separatista. A cambio de la paz, los libertadores conseguirían amnistía general, la disolución del cuerpo de voluntarios y autonomía para el gobierno de la Isla. Las condiciones eran aceptables para Azcárate, quien condenaba las crueldades y ejecuciones de los voluntarios. Poco antes de su nombramiento como emisario, Azcárate comunicaba a Moret en una carta fechada el 18 de abril de 1870 una causa similar a la del presidente Lincoln y el general Carlos Manuel de Céspedes:

La esclavitud. Vea ud. que hasta La Época comienza a liberalizarse. La guerra, lejos de ser un obstáculo, ofrece un medio natural que Lincoln aceptó, y que Céspedes, el caudillo de la insurrección, ha imitado de Lincoln. Proclámese el principio; háganse libres sin indemnización los negros de los insurrectos; declárese que la Nación reconocerá el deber de indemnizar a los dueños que permanezcan leales; sin temor a la cuestión financiera, que la Isla misma dará medios para cumplir esa obligación; y yo creo firmemente que esta medida y las otras dos habrían de producir un resultado verdaderamente sorprendente (Azcárate Rosell 1939: 116).

Pero al llegar a Nueva York, Azcárate encontró algo muy diferente de lo que esperaba, ya que existía una discordia entre los dos grupos de emigrados cubanos: uno era fiel a las órdenes del general Quesada y el otro a las de la junta de Aldama y Mestre. Azcárate intentó cumplir con su misión negociando con los miembros de la junta; en su entrevista con Mestre, éste le informa que sólo los combatientes de la Isla podrían tomar la decisión de abandonar la lucha contra España. Para llevar a cabo la petición de Mestre, su amigo y contertulio de las «noches literarias», el poeta Juan Clemente Zenea, se ofreció a viajar a Cuba para hacer llegar al general Céspedes la oferta de Moret. Zenea llevaba para su protección un salvoconducto escrito por López Roberts, embajador de España en los Estados Unidos. Después de arribar a la Isla y hablar con Céspedes, el poeta se convenció de que el líder cubano no aceptaría las condiciones de Moret y decidió finalmente no presentar el mensaje. Mientras se efectuaba la visita, el general Prim había sido asesinado y Moret había decidido dejar el ministerio de Ultramar. Los españoles colonialistas y los voluntarios aprovecharon el cambio de cartera de Moret para desatenderse del salvoconducto de Zenea, encarcelarlo y, tras un juicio, condenarlo a muerte por traición. A pesar de sus esfuerzos, Azcárate no pudo salvar la vida de su amigo y lamentó su trágico final.

Azcárate y otros cubanos abolicionistas, tanto en la Isla como en el extranjero, eran conscientes de la política antiesclavista en Estados Unidos, país que para entonces ya había abolido la esclavitud. Azcárate conocía la literatura norteamericana antiesclavista y había leído el famoso libro de Enriqueta Beecher Stowe, La cabaña del tío Tom, que salió a la venta en 1852, el mismo año en que él había copiado los escritos de Manzano. De hecho, el álbum que regaló a su esposa María Luisa recogía una copia de la novela antiesclavista norteamericana.

Además de abolicionista, Azcárate era autonomista y demócrata; apoyaba un gobierno independiente elegido democráticamente, con una cámara legislativa y un gobernador que pudiera enviar representantes al congreso español. Había otras posiciones políticas y Azcárate y los autonomistas se encontraban en una posición intermedia, entre los partidarios de la colonia y los separatistas. A ello habría que sumar la postura del partido anexionista, cuya política propugnaba la unión de Cuba y los Estados Unidos.

Después del fracaso de su misión en los Estados Unidos, Azcárate regresó a España; poco después decidió retornar a La Habana, pero los integristas y voluntarios lograron que el Capitán General Caballero de Rodas le expulsara del país. De modo similar a lo que le ocurrió a Del Monte con el capitán general O’Donnell, Azcárate tuvo que sufrir una condena de exilio en México hasta que se firmó la paz de Zanjón, en 187826.

De regreso a La Habana, Azcárate continuó con su interés en la literatura cubana, fundando el mencionado Liceo de La Habana, cuya Sección de Literatura organizaba conferencias; entre ellas algunas de tanto relive como la dedicada al idealismo y el realismo en el arte, o el debate controversial sobre las ideas darwinistas, en boga en aquel momento en Cuba. Tiempo después Azcárate volvió a presentar reuniones culturales en su casa sobre aspectos de literatura cubana y extranjera, donde los autores leían, analizaban y criticaban obras inéditas, que nunca habían pasado por la censura del estado. Entre los participantes figuraban personalidades notables de la intelectualidad criolla como Manuel Sanguily, Juan Ignacio de Armas, José María Céspedes, Diego Vicente Tejera, José Fornaris, Álvarez Insúa, Eliseo Giberga, los dos Zuzarte, Mariano Ramiro y muchos otros más27.

Las conversaciones literarias terminaron cuando comenzaron las veladas literarias para las mujeres. Sin embargo, Azcárate también llegó a contribuir a este nuevo campo que se abría en la literatura cubana, y fue electo presidente de la sociedad que promovía «la cultura de la mujer»28. Esta sociedad se transformó luego en un centro cultural conocido con el nombre del Nuevo Liceo de La Habana, cuyo presidente fue también Azcárate. El Nuevo Liceo tuvo un alcance desconocido para las otras sociedades. Las veladas y las fiestas eran de un lujo espectacular y los actos literarios celebraban las primeras presentaciones del poeta Julián del Casal y del prosista José de Armas y Cárdenas. Azcárate fue también presidente de otra sociedad, conocida como El Progreso de Jesús del Monte.

Acercándose a la última etapa de su vida Azcárate sufrió de arteriosclerosis, y murió el primero de julio de 1894 tras una erisipela gangrenosa en la pierna. Al siguiente día fue enterrado en la necrópolis de Colón, en La Habana.

Azcárate siguió los pasos de Del Monte, no sólo en su interés por la literatura y la cultura cubanas, sino también en su actitud y actividad abolicionistas; razones ambas que llevaron al joven discípulo a interesarse por la obra de Manzano. Cuando la Real Academia Española decidió preparar una antología de las obras poéticas más importantes de la Isla, en conmemoración del cuarto centenario del llamado descubrimiento de América, Azcárate, quien había sido nombrado presidente de la comisión, decidió incluir el soneto «Treinta años» y la oda «Una hora de tristeza» de Juan Francisco Manzano, así como «La tarde tropical» de Domingo del Monte (1939: 230).

Azcárate Rosell resume con estas palabras las ideas y actividades literarias de su abuelo, y su consecuente interés por la obra de Manzano:

Aunque admiraba las bellezas del clasicismo, vió en el romanticismo una liberación, y más tarde hubo de prever otra aun mayor en la nueva literatura que alboreaba con Casal y Martí. Defendió al idealismo contra el naturalismo, pero situado en una posición intermedia, entre el ideal de lo bello y el de lo verdadero. Resumió su criterio artístico al entender que el arte no podía separarse de la verdad, que todo lo que fuera oropel y ficción debía desterrarse; pero que las cosas desprovistas de belleza bastante resaltaban por desgracia en la vida cuotidiana [sic] para que pudieran ser el único objeto de la poesía, la novela y el teatro. Entendía que lo real estaba compuesto de cosas bellas o feas, y que en el terreno artístico lo original del sentimiento humano; y vió en el poeta al hombre más capacitado para revelar lo recóndito. Por eso ayudaba especialmente a aquellos en los que creía ver el sentimiento poético, ocultado por escasas oportunidades de revelación, y se interesó tanto por la primera composición defectuosa en la forma, pero que estimó inspirada en el fondo, de Saturnino Martínez; y cuando lo nombraron miembro de la comisión literaria, escogió a Manzano, el poeta esclavo, para dar a conocer sus méritos (1939: 230).

Demasiado joven para asistir a las famosas tertulias de Domingo del Monte, Azcárate tuvo la oportunidad de participar en las reuniones que el célebre crítico cubano organizaba en Madrid, donde Del Monte vivió los últimos años de su exilio político. La fecha del manuscrito que Azcárate copió corresponde a esta etapa de su vida, y es muy probable que fuera Del Monte quien permitió que el joven cubano tuviera acceso al texto, ya que le interesaba que circulara no el original del esclavo, también en su poder, sino la versión que Suárez y Romero había modificado.

Al trazar la historia del manuscrito original de Manzano, Roberto Friol informa que «estuvo primeramente en poder de Domingo del Monte; a su fallecimiento en 1853 pasó a la propiedad de su hijo Leonardo, y después a la de Vidal Morales, en cuya biblioteca permaneció hasta llegar a su destino actual [la Biblioteca Nacional José Martí]» (Friol 1977: 46). También sabemos que Leonardo vendió muchos de los libros de su padre; gran número de ellos figuran en el Catalogue of the third part of the remarkable library collected in Spain, Cuba, and the United States by the family of Delmonte, consisting, with a few addenda, of numerous examples of rarest Spanish Americana... The whole to be sold by action, on the afternoon of Thursday, June 21st, 1888, and the morning afternoon of Friday, Junes 22nd., 1888... at the Leavitt Art Gallery. Estos libros, que en su día pertenecieron a la biblioteca delmontina, fueron comprados por la biblioteca Sterling de la Universidad de Yale. Entre ellos se encuentra el manuscrito de Azcárate, una de las piezas más importantes que la universidad ha adquirido hasta el presente.

III. LA PROLIFERACIÓN TEXTUAL

DE LA VIDA DE JUAN FRANCISCO MANZANO

En el siglo XIX se dieron a conocer tres versiones de la autobiografía de Juan Francisco Manzano: la primera escrita por Manzano, la segunda corregida por Suárez y Romero y la tercera traducida al inglés por Madden. En la segunda mitad del siglo Francisco Calcagno consultó el manuscrito de Manzano y publicó un fragmento de éste en su libro Poetas de color. El manuscrito que Calcagno reprodujo en su libro está escrito en un español correcto y carece de faltas ortográficas. Existen otros dos manuscritos de Manzano reproducidos en el siglo XX: me refiero a la versión modernizada que Ivan Schulman preparó después de consultar la transcripción de Franco. Al igual que Suárez y Romero, Schulman corrigió la ortografía y la sintaxis de la autobiografía del esclavo sin tener a su alcance el manuscrito de Suárez y Romero. De esta manera, Schulman repitió el mismo esfuerzo que había realizado Suárez y Romero dos siglos antes, con la intención de hacer llegar a un público más amplio la vida del poeta esclavo. Pero este texto se aparta en ocasiones de la transcripción de Franco, ofreciendo la «propia» y también «nueva» versión del editor sobre los episodios autobiográficos de Manzano. Otro manuscrito manzaniano importante se encuentra en la edición autógrafa de Azougarh, crítico conocedor de las ediciones anteriores que ofrece una versión modernizada más acorde con el manuscrito original29.

Es de gran interés para este estudio el manuscrito autógrafo de Juan Francisco Manzano que se encuentra en la Biblioteca Nacional José Martí, y que un siglo después José Luciano Franco transcribió de manera descuidada, sin respetar las dos voces que se incorporan en él. A diferencia de Franco, he preferido hacer una cuidadosa reconstrucción de dicho manuscrito, conservando las tachaduras y enmiendas del mismo para que el lector pueda apreciar la complejidad del texto y los variados intereses tanto del informante como de su corrector, que se sospecha fuera el mismo Suárez y Romero. Esta otra reconstrucción del texto manzaniano que se encuentra en la Biblioteca Nacional José Martí se reproduce en su totalidad en el Apéndice de este estudio. No obstante, a efectos de este análisis, usaremos la versión de Franco, conocida como el «original» de Manzano.

Para contrastar las múltiples interpretaciones de la vida de Manzano he cotejado las versiones del manuscrito con el fin de apreciar mejor las semejanzas y diferencias existentes en los episodios más significativos. Por ejemplo, en las primeras páginas del manuscrito original de Manzano, publicado por Franco y después reproducido en Obras, Juan Francisco Manzano (1972), el esclavo poeta narra lo siguiente:

Cumplia yo ya seis años cuando pr. demasiado vivo mas qe. todos, se me enbió a la escuela en casa de mi madrina de bautismo trinidad de Zayas: traiaseme a las dose y de por la tarde pa. qe. mi señora me viera, la cual se guardaba de salir hasta qe. yo viniese pr. qe. de nó, echaba la casa abajo, llorando y gritando, y era presiso en este caso apelar a la soba la que nadien se atrevia la cual se guardaria nadie darme pr. qe. ni mis padres se hallaba autorisado pa. ella y yo, conosiendolo, si tal cosa me asian los acusaba. Ocurrió una vez qe. estando y muy majadero me sacudió mi padre pero resio; supolo mi señora y fue lo bastante pa. qe. no lo quisiera ver en muchos dias, hasta qe. a istansia de su confesor, el padre 30