FONDO DE CULTURA ECONÓMICA
Primera edición, 1999
Primera edición electrónica, 2017
Tomado de:
Todos los cuentos,
Fondo de Cultura Económica, 1993
Diseño de portada: Diana Alaves P. Paulín
Fotografía: Carlos Franco
D. R. © 1999, Fondo de Cultura Económica
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ISBN 978-607-16-5360-4 (ePub)
Hecho en México - Made in Mexico
DE LA vida de Horacio Quiroga se ha hablado tanto como de su obra, pues se acerca peligrosamente a las tragedias más descabelladas. Nació en Salto, Uruguay, en 1878; dos meses después, murió su padre en un accidente de caza. Cuando tenía Quiroga 12 años su padrastro, paralítico, se suicidó con una escopeta. Diez años después, en 1902, Quiroga mató accidentalmente a su mejor amigo al examinar un arma. En 1915, su primera esposa bebió veneno y pasó ocho días de sufrimiento antes de morir. Él mismo, luego de descubrir que estaba enfermo de cáncer, se suicidó con cianuro en 1937. Lo que muchos han llamado un “maleficio” se extendió a dos de sus hijos, quienes se suicidaron también después de la muerte paterna.
En tan pocas líneas es posible describir décadas de profundo dolor, que se vieron sin duda plasmadas en la obra de Horacio Quiroga, uno de los más célebres escritores uruguayos.
El terror, los excesos, el crimen, son algunos de los temas que Quiroga asume en la primera etapa de su obra. En el volumen Cuentos de horror, de locura y de muerte (de 1917) Horacio Quiroga no reconoce límites: manos infantiles son capaces del asesinato; el símbolo del desamor, del sufrimiento, es un ser repugnante y viscoso que, como inmensa garrapata, roba la vida de un personaje inocente, una víctima angelical; describe también la muerte de un niño al dispararse su escopeta, luego de que el padre lo arrastrara a una última prueba de hombría.
En la obra de Horacio Quiroga existe una fuerza indestructible que puede hacerse presente a través de distintas máscaras: el azar, el descuido, la fatalidad; seguramente es la misma fuerza que marcó todos sus años con hechos brutales.
Los cuentos que aquí presentamos tienen un vago soplo, un sutil perfume de la imaginería de Poe, Kipling, Dostoievski y London, maestros que reconoció Quiroga, pero que aquí aterrizan en tierra desconocida, en espacio americano con sopor de selva.