FONDO DE CULTURA ECONÓMICA
Primera edición, 1997
Segunda reimpresión, 1999
Primera edición electrónica, 2017
Tomado de
La amada inmóvil
Diseño de portada: Pablo Tadeo Soto
Fotografía: Colección Ma. de los Ángeles Padilla Nervo
D. R. © 1997, Fondo de Cultura Económica
Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México
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ISBN 978-607-16-5327-7 (ePub)
Hecho en México - Made in Mexico
EL 31 de agosto de 1901 Amado Nervo conoció en París, en una calle del Barrio Latino, a Ana Cecilia Luisa Dailliez, quien se convertiría en el amor de su vida. De hecho, esta mujer se convirtió en su amor secreto, su musa enjaulada. Así lo confirma el hecho de que, al ser nombrado segundo secretario de la embajada de México en Madrid, Nervo se instaló con Ana Cecilia en el piso segundo izquierdo del número 15 de la madrileña calle de Bailén, donde ni los porteros de la casa supieron de la existencia de aquella mujer. El 17 de diciembre de 1911, Ana Cecilia contrajo una fiebre tifoidea que le provocó una lenta agonía, también secreta, ya que Nervo la atendió a escondidas, hasta la noche del 7 de enero de 1912 en que murió su musa. La amada inmóvil es el poema que nació esa noche en que Nervo veló en soledad el cadáver de quien fue su amada.
Amado Nervo nació en Tepic en 1870 y realizó estudios en el Seminario de Zamora, Michoacán, mas pronto abrazó la carrera de leyes y empezó a trabajar en un despacho de abogados. Pronto se dio a conocer por diversos artículos en periódicos y por la sucesiva aparición de libros que lo fueron consolidando como poeta de prestigio. Colaboró en la Revista Moderna, donde estrechó lazos con los poetas del modernismo. Combinó sus funciones diplomáticas con la continuidad de su obra, cultivando no sólo la poesía, sino el cuento, ensayos, crónicas y relatos de viajes a la manera de Rubén Darío. Viajó por Italia y Austria, y desempeñó cargos diplomáticos en América del Sur, como ministro plenipotenciario en Argentina y Uruguay. Murió el 14 de noviembre de 1919 en Montevideo, y sus restos fueron trasladados a México, con todos los honores, y sepultados en la Rotonda de los Hombres Ilustres.
Se conserva en Madrid una placa en el edificio de la calle Bailén y en el nicho 213 del cementerio de San Lorenzo y San José, donde el poeta mandó sepultar a su amada inmóvil. La lápida de mármol negro era visible al otro lado del río Manzanares, desde donde “el fraile de los suspiros, celeste anacoreta”, como lo llamó Rubén Darío, siguió viviendo su secreto amor. Tales sentimientos se ven reflejados en este volumen, homenaje adolorido de uno de nuestros más reconocidos poetas a la mujer que él consideró “ornamento de mi soledad, alivio de mi melancolía, flora de mi heredad modesta, dignidad de mi retiro, lamparita santa y dulce de mis tinieblas”.
Ofertorio
1
¿Llorar? ¿Por qué?
“Más yo que yo mismo”
“Gratia plena”
“¡Puella mea!”
Su trenza
Escamoteo…
¿Qué más me da?
¡Quién sabe por qué!
Mi secreto
Metafisiqueos
Unidad
2
El fantasma soy yo
Tres meses
Hugueana
Cuando Dios lo quiera
Le trou noir
Todo inútil
¡Cómo será!
3
La cita
Nadie conoce el bien
Reparación
¡Cómo callan los muertos!
Me besaba mucho
Aquel olor…
Regnum tuum
4
Este libro
Ya todo es imposible
Esperanza
El resto, ¿qué es?
Nihil novum…
Por miedo
¡Cuántos desiertos interiores!
Eso me basta
¡Qué bien están los muertos!
Bonsoir…
5
Soneto
Seis meses…
Piedad
Pobrecita mía
Los muertos mandan
Lejanía
Pero te amo
Vivir sin tus caricias
6
Por esta selva…
El viaje
Sin rumbo
Después
¡Oh muerte!
Alquimia
Diálogo
Tal vez…
Lux perpetua
7
Un signo
¿Por qué?
Eternidad
El encuentro
Impaciencia
Dilema
7 de noviembre (1912)
La santidad de la muerte
8
Impotencia
Bendita…
Al encontrar unos frascos de esencia
Señuelo
Yo no debo irme…
Resurrección
¡Reyes!
Hasta muriéndote
¡Qué importa!
9
Quedamente…
El que más ama…
¡Si pudiera ser hoy!…
Perdón
10
La aparición
Tanatofila
Restitución
Buscando
Indestructible
La bella del bosque durmiente
Ed: ella ov’e? de subito diss’io
Los muertos
Sólo tú
Benedicta
No lo sé
El celaje
En memoria de ANA
Encontrada en el camino de la vida
el 31 de agosto de 1901.
Perdida —¿para siempre?— el 7 de enero de 1912.
Deus dedit, Deus abstulit
DIOS mío, yo te ofrezco mi dolor:
¡Es todo lo que puedo ya ofrecerte!
Tú me diste un amor, un solo amor,
¡un gran amor!
Me lo robó la muerte…
y no me queda más que mi dolor.
Acéptalo, Señor:
¡Es todo lo que puedo ya ofrecerte!…