portada

AMADO NERVO

La amada inmóvil

Fondo de Cultura Económica

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA

Primera edición, 1997
   Segunda reimpresión, 1999
Primera edición electrónica, 2017

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EL 31 de agosto de 1901 Amado Nervo conoció en París, en una calle del Barrio Latino, a Ana Cecilia Luisa Dailliez, quien se convertiría en el amor de su vida. De hecho, esta mujer se convirtió en su amor secreto, su musa enjaulada. Así lo confirma el hecho de que, al ser nombrado segundo secretario de la embajada de México en Madrid, Nervo se instaló con Ana Cecilia en el piso segundo izquierdo del número 15 de la madrileña calle de Bailén, donde ni los porteros de la casa supieron de la existencia de aquella mujer. El 17 de diciembre de 1911, Ana Cecilia contrajo una fiebre tifoidea que le provocó una lenta agonía, también secreta, ya que Nervo la atendió a escondidas, hasta la noche del 7 de enero de 1912 en que murió su musa. La amada inmóvil es el poema que nació esa noche en que Nervo veló en soledad el cadáver de quien fue su amada.

Amado Nervo nació en Tepic en 1870 y realizó estudios en el Seminario de Zamora, Michoacán, mas pronto abrazó la carrera de leyes y empezó a trabajar en un despacho de abogados. Pronto se dio a conocer por diversos artículos en periódicos y por la sucesiva aparición de libros que lo fueron consolidando como poeta de prestigio. Colaboró en la Revista Moderna, donde estrechó lazos con los poetas del modernismo. Combinó sus funciones diplomáticas con la continuidad de su obra, cultivando no sólo la poesía, sino el cuento, ensayos, crónicas y relatos de viajes a la manera de Rubén Darío. Viajó por Italia y Austria, y desempeñó cargos diplomáticos en América del Sur, como ministro plenipotenciario en Argentina y Uruguay. Murió el 14 de noviembre de 1919 en Montevideo, y sus restos fueron trasladados a México, con todos los honores, y sepultados en la Rotonda de los Hombres Ilustres.

Se conserva en Madrid una placa en el edificio de la calle Bailén y en el nicho 213 del cementerio de San Lorenzo y San José, donde el poeta mandó sepultar a su amada inmóvil. La lápida de mármol negro era visible al otro lado del río Manzanares, desde donde “el fraile de los suspiros, celeste anacoreta”, como lo llamó Rubén Darío, siguió viviendo su secreto amor. Tales sentimientos se ven reflejados en este volumen, homenaje adolorido de uno de nuestros más reconocidos poetas a la mujer que él consideró “ornamento de mi soledad, alivio de mi melancolía, flora de mi heredad modesta, dignidad de mi retiro, lamparita santa y dulce de mis tinieblas”.

ÍNDICE

Ofertorio

1

¿Llorar? ¿Por qué?

“Más yo que yo mismo”

“Gratia plena”

“¡Puella mea!”

Su trenza

Escamoteo…

¿Qué más me da?

¡Quién sabe por qué!

Mi secreto

Metafisiqueos

Unidad

2

El fantasma soy yo

Tres meses

Hugueana

Cuando Dios lo quiera

Le trou noir

Todo inútil

¡Cómo será!

3

La cita

Nadie conoce el bien

Reparación

¡Cómo callan los muertos!

Me besaba mucho

Aquel olor…

Regnum tuum

4

Este libro

Ya todo es imposible

Esperanza

El resto, ¿qué es?

Nihil novum…

Por miedo

¡Cuántos desiertos interiores!

Eso me basta

¡Qué bien están los muertos!

Bonsoir…

5

Soneto

Seis meses…

Piedad

Pobrecita mía

Los muertos mandan

Lejanía

Pero te amo

Vivir sin tus caricias

6

Por esta selva…

El viaje

Sin rumbo

Después

¡Oh muerte!

Alquimia

Diálogo

Tal vez…

Lux perpetua

7

Un signo

¿Por qué?

Eternidad

El encuentro

Impaciencia

Dilema

7 de noviembre (1912)

La santidad de la muerte

8

Impotencia

Bendita…

Al encontrar unos frascos de esencia

Señuelo

Yo no debo irme…

Resurrección

¡Reyes!

Hasta muriéndote

¡Qué importa!

9

Quedamente…

El que más ama…

¡Si pudiera ser hoy!…

Perdón

10

La aparición

Tanatofila

Restitución

Buscando

Indestructible

La bella del bosque durmiente

Ed: ella ov’e? de subito diss’io

Los muertos

Sólo tú

Benedicta

No lo sé

El celaje

contraportada

En memoria de ANA
Encontrada en el camino de la vida
el 31 de agosto de 1901.
Perdida —¿para siempre?— el 7 de enero de 1912.

OFERTORIO

Deus dedit, Deus abstulit

DIOS mío, yo te ofrezco mi dolor:

¡Es todo lo que puedo ya ofrecerte!

Tú me diste un amor, un solo amor,

¡un gran amor!

                  Me lo robó la muerte…

y no me queda más que mi dolor.

Acéptalo, Señor:

¡Es todo lo que puedo ya ofrecerte!…