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Carlos de Sigüenza y Góngora

Infortunios de Alonso Ramírez

Estudio preliminar y edición de Antonio Lorente Medina

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EL PARAÍSO EN EL NUEVO MUNDO, II

Colección patrocinada por el

Proyecto CB SEP-Conacyt 2012: 179178

El Paraíso en el Nuevo Mundo contribuye al reconocimiento del pasado colonial hispanoamericano a partir de ediciones, críticas o anotadas, de textos signifi cativos de los siglos xvi-xviii. Su nombre no solo recuerda aquella homónima obra de León Pinelo en la que el Edén estaría situado en las Indias Occidentales, sino también el que su autor fue recopilador de un primer repertorio bibliográfico indiano en 1629, su famoso Epítome de la bibliotheca oriental i occidental […], en el que consignara los títulos hasta entonces publicados por las imprentas virreinales. La obra de Pinelo reúne entonces los dos polos de aquella metáfora borgiana que concebía el Paraíso Terrenal como una biblioteca, metáfora que esta colección pretende evocar a la manera de un nuevo y letrado Jardín de las Delicias.

DIRECCIÓN

Manuel Pérez

CONSEJO EDITORIAL

Ignacio Arellano (Universidad de Navarra, Pamplona)

Aurelio González (El Colegio de México)

Karl Kohut (Katholische Universität Eichstätt-Ingolstadt)

Antonio Lorente Medina (Universidad Nacional de Educación a Distancia, Madrid)

Beatriz Mariscal (University of California, Santa Barbara)

Martha Lilia Tenorio (El Colegio de México)

Martha Elena Venier (El Colegio de México)

Lillian von der Walde (Universidad Autónoma Metropolitana

Iztapalapa, México)

Carlos de Sigüenza, Góngora

Infortunios de Alonso Ramírez

Estudio preliminar y edición de Antonio Lorente Medina

Iberoamericana - Vervuert - 2017

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ISBN: 9783954875788

ISBN 978-84-1692-203-1 (Iberoamericana)

ISBN 978-3-95487-549-8 (Vervuert)

Diseño de cubierta: Ruth Vervuert

Probablemente más de un candidato a lector de este libro se preguntó, en un primer momento, sobre la pertinencia de ofrecer una edición más de los Infortunios de Alonso Ramírez. Porque es verdad que se trata de una obra ya bien conocida y más o menos ubicada en el canon novohispano, aunque no había sido contextualizada ni fijado su texto del modo en que aquí lo hace Antonio Lorente, el editor, quien la concibe estrictamente como relación, más que como novela, lo que no significa que se descuiden, por supuesto, sus muchos atributos literarios.

Con este trabajo Antonio Lorente continúa su participación en lo que ha venido siendo ya un largo debate sobre la historicidad de Alonso Ramírez, aunque Lorente no lo hace ahora armado solo de buenas razones, sino, sobre todo, de nuevos documentos a considerar, uno de ellos, el principal: una carta del conde de Galve a su hermano, el duque del Infantado, fechada en julio de 1690 y que exhuma Fabio López Lázaro; carta que prueba la existencia real del protagonista de este texto, prueba la existencia de su viaje y demuestra, finalmente, que la obra fue escrita por Sigüenza y Góngora por mandato del virrey.

Con este y otros argumentos, las discusiones literarias, históricas o escriturales que han venido siguiendo la recepción de este relato pueden alcanzar niveles más elevados, haciendo de los Infortunios escenario privilegiado para nuevas consideraciones sobre las porosas fronteras entre historia y ficción que su texto y referencia muestran, sobre la importancia geopolítica de la piratería y su combate en esos años, así como sobre los usos retóricos que las relaciones podían tener. En suma, con esta edición, número dos de “El Paraíso en el Nuevo Mundo”, se ofrece un texto que, como afirma el propio editor, “[…] a la luz de las nuevas expectativas lectoras creemos que ha de ser interpretado de manera muy diferente a como se ha hecho hasta ahora”.

ÍNDICE

INTRODUCCIÓN

I. Lectura contextual de Infortunios de Alonso Ramírez a la luz de los nuevos descubrimientos

2. Estrategias discursivas

3. La lengua de Infortunios

4. Conclusión

5. Bibliografía

6. Nota previa

Al excelentísimo señor D. Gaspar de Sandoval, Cerda, Silva y Mendoza

Aprobación del licenciado D. Francisco de Ayerra Santa María, capellán del Rey Nuestro Señor en su convento Real de Jesús María de México

Suma de licencias

INFORTUNIOS DE ALONSO RAMÍREZ ETC.

MOTIVOS QUE TUVO PARA SALIR DE SU PATRIA. OCUPACIONES Y VIAJES QUE HIZO POR LA NUEVA ESPAÑA. SU ASISTENCIA EN MÉXICO HASTA PASAR A LAS FILIPINAS

SALE DE ACAPULCO PARA LAS FILIPINAS. DÍCESE LA DERROTA DE ESTE VIAJE Y EN LO QUE GASTÓ EL TIEMPO HASTA QUE LO APRESARON INGLESES

PÓNENSE EN COMPENDIO LOS ROBOS Y CRUELDADES QUE HICIERON ESTOS PIRATAS EN MAR Y TIERRA HASTA LLEGAR A LA AMÉRICA

DANLE LIBERTAD LOS PIRATAS, Y TRAE A LA MEMORIA LO QUE TOLERÓ EN SU PRISIÓN

NAVEGA ALONSO RAMÍREZ Y SUS COMPAÑEROS SIN SABER DÓNDE ESTABAN NI LA PARTE A QUE IBAN. DÍCENSE LOS TRABAJOS Y SUSTOS QUE PADECIERON HASTA VARAR EN TIERRA

SED, HAMBRE, ENFERMEDADES, MUERTES CON QUE FUERON ATRIBULADOS EN ESTA COSTA. HALLAN INOPINADAMENTE GENTE CATÓLICA Y SABEN ESTAR EN TIERRA FIRME DE YUCATÁN EN LA SEPTENTRIONAL AMÉRICA

PASAN A T[IH]OSUCO; DE ALLÍ A VALLADOLID, DONDE EXPERIMENTAN MOLESTIAS. LLEGAN A MÉRIDA. VUELVE ALONSO RAMÍREZ A VALLADOLID, Y SON AQUELLAS MAYORES. CAUSA PORQUE VINO A MÉXICO, Y LO QUE DE ELLO RESULTA

INTRODUCCIÓN

Este Alonso Ramírez era natural de S. Juan de Puerto Rico. Fue apresado por unos Piratas en los Mares de Filipinas, desde donde librándose prodigiosamente, navegó solo y sin derrota hasta las Costas de Yucatán, habiendo dado casi una vuelta al Globo.

(José Mariano Beristáin de Souza)1

1. LECTURA CONTEXTUAL DE INFORTUNIOS DE ALONSO RAMÍREZ A LA LUZ DE LOS NUEVOS DESCUBRIMIENTOS2

El año 2007 Fabio López Lázaro publicó un artículo fundamental en la orientación definitiva de la recepción crítica de Infortunios que/ Alonso Ramírez/ natural de la civdad de S. Juan/ de Pverto Rico/ padeció, así en poder de Ingleses Piratas que lo apresaron/ en las Islas Philipinas/ como navegando por sí solo, y sin derrota, hasta varar en la Costa de Yucatán: /Consiguiendo por este medio dar vuelta al Mundo hacia una relación histórica verídica, basada en un personaje real y concreto3. En dicho artículo exhumaba un documento de excepcional interés en apoyo de su aseveración de que Alonso Ramírez había sido un pirata caribeño, cuyo destino lo llevó a encallar en las costas de Bacalar. El documento en cuestión es la carta que el conde de Galve, virrey de la Nueva España, envió a su hermano, el duque del Infantado el 1 de julio de 1690. Si bien ya nos hicimos eco de ella en un trabajo de 20084, la reproducimos a continuación por su enorme importancia:

Ex[celentísi]mo Señor:

Hermano, amigo, y Señor mío, acompañan a [é]sta veinte Relaciones del viaje que hi[ç]o Alonso Ramírez[,] natural de Puertorrico[,] desde las Islas Philipinas hasta la provincia de Campeche donde se perdi[ó], que haui[é]ndole mandado viniese a esta Corte hice le tomasen declaración de la derrota e<,> infortunios que padeci[ó] en tan ynaudita nabegaci[ó]n hasta estos tiempos[;] que por ser vien Rara y Peregrina la Remito a V[uestra Excelencia.] He hecho se imprima para poder enviar muchos duplicados a V[uestra Excelencia] por si gustare Repartir entre los Amigos[,] que yo s[ó]-lo la emb[í]o al Marqu[é]s de los V[é]lez[,] de que doy quenta a V[uestra Excelencia,] Cuia Ex[celentísi]ma Persona guarde Dios muchos años como he menester5.

Esta carta demuestra definitivamente la existencia real y no ficticia de Alonso Ramírez y arrumba todos los estudios críticos destinados a sostener que Infortunios era una ficción novelesca al cajón de la historia. Es cierto que Cummins6, Cummins y Soons7, Bryant8 y yo mismo9 habíamos mostrado que prácticamente la totalidad de los personajes aparecidos en la relación eran individuos reales y no entes novelescos: el virrey y los gobernadores de Filipinas y Yucatán; el obispo de Mérida, don Juan Cano Sandoval; el almirante Antonio Nieto y el piloto del galeón Santa Rosa, Leandro Coello, con quienes hizo su travesía Alonso Ramírez; el deán de la catedral de México, don Juan de Poblete, y su hermana María, con cuya huérfana se casó10; los capitanes Juan Bautista y Juan Carballo, cuyas embarcaciones dice confundir con las naves piratas que lo capturan en la boca de Mariveles el 4 de marzo de 1687; los alcaldes de Valladolid, Francisco Zelerún y Ceferino de Castro; el encomendero de Tihosuco, don Melchor Pacheco y el cura beneficiado de dicha villa, don Cristóbal de Muros; Bernardo Sabido, escribano real de Mérida desde 1681; don Sebastián de Guzmán y Córdova, “factor, veedor y proveedor de las Cajas Reales”, prologuista y mecenas de la Libra Astronómica (1690); el capitán de artillería Juan Enríquez Barroto, discípulo predilecto de Sigüenza y Góngora, que aparece en diversos escritos suyos; y hasta el maestro alarife Cristóbal de Medina, que contrata a Alonso Ramírez “con competente salario”, existió realmente tal y como se afirma en Infortunios. No es extraño que todos estos datos me llevaran a decir en 1996: “Sencillamente, no es creíble que don Carlos comprometiera en una relación ficticia a tantas personas reales y de tan dispar relación social”11.

Pero hasta 2007 no se había encontrado un dato incontestable que demostrara la existencia verdadera de Alonso Ramírez. Quizá por ello la crítica mundial ha seguido abogando por la novelización híbrida de Infortunios, posiblemente porque en su negativa a aceptar la relación de Alonso Ramírez como una relación histórica contada por el propio personaje subyazca el deseo insatisfecho de encontrar novelas hispanoamericanas en el período colonial. La anacrónica necesidad de buscar un origo mirabilis para la gran novela hispanoamericana contemporánea ha llevado a la crítica hasta el extremo de encontrar paralelismos a Infortunios con relatos importantes del siglo XX, olvidando un hecho fundamental: que las novelas que nutrían el imaginario cultural de los criollos americanos y de los españoles peninsulares eran las mismas y constituían la base común de su tradición literaria12. Así es que el contenido de la carta antecedente resulta esencial para demostrar la existencia real de Alonso Ramírez, que hasta ahora se había mostrado huidiza.

Otro dato sobresaliente que se destaca del documento es el hecho indubitable de que Infortunios se escribe por mandato del virrey. Por lo tanto, hemos de desechar también las expectativas lectoras suscitadas por la crítica mundial sobre el fecundo motivo literario de un personaje en busca de un autor y la inserción final del propio autor en el texto de la narración, como indicios claros de la ficcionalización del texto, y subrayar, en cambio, el denodado interés del conde de Galve por publicar y divulgar en España la relación de Alonso Ramírez. Ello explica la notable celeridad con que fue escrita y publicada: entre el 5 de mayo de 1690, en que el virrey recibe a Alonso, y el 26 de junio, en que aparecen impresas las Aprobaciones. Esta misma celeridad es la que impide aceptar que Sigüenza, en el momento de componer la relación y convaleciente de una enfermedad, pudiera buscar hipotéticos modelos literarios, repetidos hasta la saciedad por la crítica y siempre discutibles13. Y, desde luego, parece la causante de algunos errores de impresión en la editio princeps, como el cambio de numeración romana a arábiga a partir del capítulo III (III, V, VI y VII), sin más razón que la falta de atención de los correctores de la imprenta. Asimismo, también puede ser la causa de las diez notas aclaratorias puestas en las márgenes del capítulo VI, colocadas en plena impresión con el fin de aclarar a los lectores a qué islas se estaba refiriendo el texto. Las exigencias del virrey se perciben indirectamente en el texto de la aprobación que estampa Francisco de Ayerra Santamaría, nombrado censor por decreto del propio Galve, aunque una vez “empeñado en la lección de la obra” subraye atinadamente “la variedad de casos y la disposición y estructura de sus períodos” como dos rasgos fundamentales del discurso narrativo de Infortunios que le hicieron agradecer “como inestimable gracia lo que traía sobrescrito de estudiosa tarea”14.

¿Cuáles fueron las razones que movieron al virrey a publicar y divulgar esta “peregrinación lastimosa”? Para contestar adecuadamente a esta pregunta quizá convenga recordar que el conde de Galve formaba parte de un grupo en la corte de Madrid, liderado por su hermano, el duque del Infantado, y por el marqués de los Vélez, en esos años ministro de Marina Real, que desconfiaba del “pragmatismo político” que había impuesto el partido de Portocarrero en relación con la política exterior de la monarquía hispana. Para el triángulo formado por Galve, Infantado y Vélez había que prestar un cauteloso apoyo a Inglaterra y Holanda en su alianza contra la política expansionista del Rey Sol en América, porque para ellos pesaban más los antiguos prejuicios contra las potencias aliadas, en su opinión “criaderos naturales de heréticos piratas”, que los temores a las agresiones francesas. El viejo sentimiento anti-inglés, que permanecía vigente en el imaginario colectivo de la sociedad hispana, se acentuó en la década de los ochenta en respuesta a la aparición en Gran Bretaña de folletos incendiarios que justificaban el saqueo del imperio español en América como la justa respuesta a las crueldades iniciada por Hernán Cortés y Francisco Pizarro15. Surgieron al calor de la nueva ruta de navegación que Bartolomé Sharp había obtenido tras su incursión pirática en los Mares del Sur (1680-1681) gracias a la retención de prácticos americanos y pese a los ímprobos esfuerzos del embajador español en Londres por conseguir una condena efectiva del pirata16. Y desataron una formidable campaña propagandística que animó a “aventureros de toda laya a continuar las empresas de Sharp, movidos por la codicia de las inagotables riquezas con que se representaba el Perú a la imaginación europea de la época”17. La situación llegó a tal extremo que durante estos años la administración española consideró seriamente la posibilidad de que el galeón de Manila fuera atacado por piratas, como en realidad pretendió hacerlo la tripulación del Cygnet, en la que iba William Dampier, durante los años cruciales para nuestra relación (1686-1687).

La desconfianza del conde de Galve respecto de los “aliados por coacción” se convirtió en evidencia durante sus años de mandato en el virreinato de Nueva España. Él mismo, en su viaje de toma de posesión, tuvo un encuentro bélico con piratas ingleses en la noche del 12 de septiembre de 168818. Esta experiencia personal lo convenció de lo expuestos que se encontraban los asuntos del rey en América; convencimiento que se acrecentó cuando, al llegar a Veracruz, le contaron las terribles depredaciones que había llevado a cabo Lorencillo cinco años antes. Galve cuantificó a Madrid el número de ataques piráticos sufridos en la Nueva España con el beneplácito, cuando no apoyo encubierto, de los oficiales ingleses y franceses. Y no contento con ello, aceleró las medidas políticas preventivas de los anteriores virreyes, iniciadas tras el saqueo de Veracruz; aumentó las patrullas guardacostas, especialmente de canoas rápidas (“piraguas”) que podían perseguir a cuantos penetraban en los manglares de la línea de costa; desvió fondos para fortalecer la Armada de Barlovento en el Caribe; atacó una reforma eficaz de las milicias locales; y concibió un ambicioso ataque anfibio a La Española y Tortuga con su cuñado, don Fadrique de Toledo, del que son reflejo indirecto la Relación de lo sucedido a la Armada de Barlovento y Trofeo de la Jvsticia Española en el Castigo de la Alevosía Francesa, ambas de 1691. Extraoficialmente promovió ataques piráticos de españoles a barcos o emplazamientos franceses, ingleses y holandeses, aunque el secreto con que llevó a cabo esta actividad impide saber si los mercaderes mexicanos llegaron a organizar una flota privada antipirata similar a la que unos años antes habían armado los mercaderes limeños (“Nuestra Señora de la Guía”), con la que limpiaron de piratas los Mares del Sur. En cualquier caso, sus medidas fueron aprobadas por el rey en 1692, porque “había dejado libres de piratas a los habitantes de estas provincias”.

En este contexto hemos de entender las razones del virrey para aceptar como cierta la versión de Alonso Ramírez y ordenar la impresión de Infortunios. Con el envío de la relación a España, Galve perseguía un doble objetivo: equiparar subliminalmente a los piratas con los aliados de España como “tramposos”, que no reconocían “ni rey, ni patria, ni obediencia”, atentos solo al mar y a lo que podían robar en él; y fomentar la indignación hispánica contra los bucaneros y contrabandistas extranjeros. A la vez, en la Nueva España lograba que Alonso Ramírez consiguiera una notoriedad transitoria que lo librara definitivamente de las denuncias del alcalde de Valladolid, don Ceferino de Castro. La llegada de Infortunios a Madrid a finales de 1690 animó a los consejeros reales para adoptar una política exterior que mantenía su coalición con Inglaterra y Holanda frente a la beligerancia francesa, a la par que establecía una prudente distancia con ellas.

Esta campaña doble –popular, por un lado, en México; y al más alto nivel diplomático, por otro, en Madrid– fue sostenida por el virrey de la Nueva España, el duque del Infantado y el marqués de los Vélez con la intención de desenmascarar las acciones de “la pérfida Albión” y de Holanda, mostrándolas a la corte de Madrid como lo que eran, aliadas de circunstancias, obligadas por la política agresiva de Luis XIV, que en caso de que no devolvieran a España las islas caribeñas que conquistaran a los franceses durante la guerra, actuarían como sus piratas (“sin rey, ni patria, ni obediencia”). En este sentido, la desgraciada historia de Alonso Ramírez se convertía para Galve y sus allegados en un alegato de una formidable utilidad política.

Por otra parte, la inesperada aparición de la fragata de Alonso y de su valioso cargamento no pudo resultar más oportuna para los intereses del virrey. Justo cuando desde Madrid se le exigía la congelación de presupuestos y el envío de nuevas remesas de lingotes de oro para costear los gastos de la guerra contra Francia; exigencias que lo obligaban a paralizar cualquier actividad hasta no dejar satisfechas las necesidades financieras de la Corona en Europa, y muy especialmente su anhelada expedición punitiva contra los franceses de Haití y los corsarios de Tortuga. Un verdadero obstáculo que llevó a Galve a ser muy crítico con los consejeros de Madrid a lo largo del año 1689, porque con sus controles previos le impedían satisfacer las necesidades novohispanas. Paulatinamente fue arreciando en sus críticas a Madrid. El 11 de julio escribía a su hermano19 aclarándole que no lo detendría ningún escrúpulo en su afán por satisfacer las necesidades de todo el mundo. En diciembre su necesidad era clamorosa. Se quejaba de que los controles previos desde Madrid lo maniataban para realizar cualquier actividad política importante y pedía al duque del Infantado que convenciera al rey de la necesidad de reestructurar las finanzas de la Nueva España, sobre todo, las relacionadas con los asuntos navales, que le permitieran tomar decisiones trascendentales sin tener que esperar el beneplácito previo de Madrid. Además, en el invierno de 1689-1690 tuvo que afrontar el problema de la escasez de bronce, cobre y hierro en Nueva España, todos ellos metales necesarios para la forja de cañones, la fabricación de piezas de artillería y la construcción de armas de fuego.

A principios de 1690 la situación de Galve no podía ser más angustiosa. Incluso había tenido que renunciar a doce de sus mejores cañones en la ciudad de México para fortalecer las defensas de Yucatán. En estos momentos es cuando entran en escena de forma providencial Alonso Ramírez y su fragata, provista de “nueve piezas de artillería de hierro, con más de dos mil balas de a cuatro, de a seis y de a diez, y todas de plomo, cien quintales, por lo menos, de este metal, cincuenta barras de estaño, sesenta arrobas de hierro, ochenta barras de cobre del Japón”, amén de las “muchas tinajas de la China, siete colmillos de elefante, tres barriles de pólvora, cuarenta cañones de escopeta, diez llaves, una caja de medicinas, y muchas herramientas de cirujano”. La casualidad ofrecía a Galve una solución parcial pero considerable a sus necesidades, porque le permitía adquirir suministros militares y metales de óptima calidad para la construcción de material bélico a bajo precio, a cambio de sancionar para Ramírez la legalidad de un cargamento dudoso y, muy probablemente, de hacer la vista gorda sobre la legitimidad de su origen. Asimismo, la difusión de Infortunios le facilitaba la justificación de los costes de sus actividades antipiráticas ante los ojos de consejeros reales influyentes, como el marqués de los Vélez, en un período en que desde Madrid se empezaba a pensar en reducir los gastos de las colonias, privatizando y deslocalizando aspectos vitales de la economía con el fin de allegar fondos para la Corona20.

Todas estas circunstancias favorecieron el que se aceptara como cierta la versión de Alonso Ramírez y que el conde de Galve exigiera a Sigüenza que la plasmara en la relación escrita que hoy conocemos. ¿Pero fue cierto todo lo que este le dijo al virrey y a Sigüenza, o solo una relación verosímil, que ocultaba y suavizaba sus actuaciones con los piratas que lo capturaron? La verdad es que, como adelanté hace unos años21, es extremadamente difícil entender a Alonso Ramírez en toda su complejidad, porque es tan importante lo que dice y cómo lo dice como lo que calla. Sin duda Sigüenza “dio alma con lo aliñado de sus discursos” a la “funestidad confusa de tantos sucesos”, como afirmó Francisco de Ayerra en su “Aprobación” y veremos más adelante. Y a eso se debe el halo de ejemplaridad que se desprende del texto, que se manifiesta –entre otras formas– en los juicios con los que el propio Alonso se recrimina: “resolución indiscreta”, “fatalidad de mi estrella”, “convencido de inútil”, “despechado de mí mismo”, etc. Pero la relación oral que le contó a Sigüenza y Góngora no era tan “confusa” como pensara Ayerra y como se ha creído hasta ahora; o si lo era, lo era de forma deliberada. Desde mucho antes de que alcanzara Yucatán y, desde luego, desde que quedó varado en sus costas y hasta su llegada a México, Alonso Ramírez tuvo tiempo y ocasión de “pulir” los pasajes inconvenientes de su biografía y de destacar aquellos que favorecían su defensa en las diversas declaraciones22. Ya encontramos un esbozo de relación en su afortunado encuentro con el criollo Juan González, vecino de Tihosuco. A partir de este momento, un rosario de relaciones jalona la estancia yucateca de Alonso Ramírez, hasta que por fin llega a México y le refiere a Sigüenza sus padecimientos. Lo que se nos cuenta a continuación en Infortunios es bastante conocido, aunque la crítica lo haya interpretado libremente: Sigüenza, compadecido de sus desgracias, no solo les da cuerpo definitivo, sino que intercede por él ante el virrey para que Alonso Ramírez recupere los bienes expoliados por los alcaldes de Valladolid y se “entretenga” en la Armada de Barlovento, le ayuda económicamente y lo pone bajo la tutela de Juan Enríquez Barroto, discípulo directo suyo, capitán de artillería y marino experimentado, que en esos días se hospedaba en su casa, con el fin de “excusarle” los gastos de su viaje a Veracruz.

Sin pretensiones de exhaustividad, recordemos que Alonso Ramírez cuenta su “relación” a Juan González; al cura beneficiado de Tihosuco, don Cristóbal de Muros; y al encomendero, don Melchor Pacheco; a los alcaldes de Valladolid, que propalan la noticia a toda la ciudad con la clara intención de requisar los artículos que Alonso había tenido que dejar en su varada fragata; al gobernador de Yucatán; al obispo de Mérida y a un sinnúmero de vecinos de la ciudad de Mérida, que le hicieron “relatar cuanto aquí se ha escrito, y esto no una, sino muchas veces”, según nos dice el propio Alonso, entre el 4 de diciembre de 1689 y el 2 de abril de 1690, en que sale definitivamente hacia México por orden del virrey.

Todos estos testimonios nos permiten inferir una multitud de relaciones orales que, si idénticas en lo esencial, diferirían en multitud de detalles llenos de colorido y en la finalidad pretendida. En unos casos la relación se ceñiría al estrecho cauce de una toma de declaración, en la que el protagonista tendría que limitarse a hechos concretos, comprobables, que fortalecieran su defensa. En otros casos Alonso detallaría circunstanciadamente su relación para mantener el interés de quienes lo escuchaban y despertar su compasión y su solidaridad, aunque al parecer no lo consiguiera nunca. Y aun cabrían otros casos, como en su narración al gobernador de Yucatán, al obispo de Mérida o al mismo virrey, en que la prudencia y la discreción le obligaron a hacerlo en “compendio breve”. Unas y otras exigieron a Alonso Ramírez el desarrollo de unas destrezas narrativas diferentes –según el tipo de interlocutores que tuviera– para conseguir que prestaran “gratos oídos” a todo lo que contaba. Y esto sin tener en cuenta el tiempo del que dispuso para pensar en la elaboración de su relato antes de su llegada a Yucatán.

En 1996 me detuve brevemente en los valores literarios que se desprenden del proceso de decantación oral de Infortunios y de su elaboración definitiva a cargo de Sigüenza y Góngora. A expensas de volver más adelante sobre este asunto, quiero ahora centrarme en las evidencias encontradas por Fabio López Lázaro y por José F. Buscaglia23 de que Alonso Ramírez “alteró” los hechos históricos realmente vividos hasta perfilarlos “literariamente”. O lo que es igual, hasta conseguir verlos plasmados en una relación escrita a su favor, aunque en principio crea que hay que matizar la afirmación del primero de que no hay certeza sobre la vida de Alonso Ramírez antes de su captura el 4 de marzo de 168724. A no ser que aceptemos que el cartucho de a diez que le abrasó la mano y le “maltrató un muslo, parte del pecho, toda la cara y me voló el cabello” (p. 132), le desfiguró el rostro hasta el punto de que fuera irreconocible para los demás (lo que no consta en la relación25), creo que la incorporación de los distintos personajes del capítulo primero –su pariente, don Luis Ramírez26, regidor de Oaxaca; del mercader trajinante Juan López, del maestro alarife Cristóbal de Medina, con quien trabajó “cosa de un año”, y fundamentalmente de la influyente familia de los Poblete, con quienes emparentó27 al casarse con la sobrina del deán de la catedral de México– subrayan un hecho esencial olvidado hasta ahora. Y es que Alonso Ramírez era conocido en México antes de que adquiriera notoriedad en 1690 y que utilizó estos nombres en apoyo de sus alegaciones legales, aunque omitiera las razones por las que don Luis Ramírez le negó su ayuda y nos mintiera en la fecha de su marcha a Filipinas. Y buena prueba de ello nos lo ofrece el propio López Lázaro cuando nos muestra las conexiones de don Melchor Pacheco, encomendero de Tihosuco, con la familia Poblete28, el apoyo que este poderoso personaje ofreció a Alonso Ramírez y el extraordinario regalo que este, agradecido, le dio: el cris malayo que motivó la codicia de don Zephirino de Castro. Otra cosa es que todavía no hayamos podido –o no hayamos querido– documentarlo.

Hace años mostré las verdaderas razones de su viaje a Filipinas29: la noticia de “la abundancia de aquellas islas” y del considerable tráfico de la zona, que, sin duda, fueron determinantes en su decisión final de darse “por pena de este delito la que se da en México a los que son delincuentes”. Asimismo, que, una vez avecindado en Cavite, simultaneó los oficios de marinero y de mercader durante casi tres años de bonanza, que le hacían presagiar “para lo venidero bastante logro”, en los que se convirtió en un experto conocedor de la zona: Madrastapatán, Malaca, Macao y Batavia son lugares visitados por Alonso Ramírez, cuyas opiniones muestran el conocimiento directo sobre los lugares y acontecimientos narrados, que se concretan en la anáfora paralelística enmarcada por el verbo “Estuve”. La impresión que le produjo la última de las ciudades es notable, y en ella se subrayan la pujanza de la colonización holandesa y el enorme tráfico marítimo del sureste asiático, con sus secuelas de ventajosos intercambios comerciales y de posibles travesías peligrosas:

Estuve en Batavia, ciudad celebérrima que poseen los mismos en la [J]ava Mayor y adonde reside el gobernador y capitán general de los estados de [H]olanda. Sus murallas, baluartes y fortalezas son admirables. El concurso que allí se ve de navíos malayos, macasares, sianes, bugises, chinos, armenios, franceses, ingleses, dinamarcos, portugueses y castellanos no tiene número. Hállanse en este emporio cuantos artefactos hay en la Europa y los que en retorno de ellos le envía la Asia. Fabrícanse allí, para quien quisiere comprarlas, armas excelentes. Pero con decir estar allí compendiado el universo lo digo todo (p. 90).

Son años fructíferos en su vida y en su economía, en los que consigue, al parecer, la estima social que anhelaba y el apoyo del propio gobernador de las islas; pero no están exentos de riesgos. Su bonanza, al amparo del gobernador de Cavite, conlleva –como contrapartida–ciertas misiones peligrosas. En una de ellas, Alonso Ramírez es capturado por piratas ingleses el 4 de marzo de 1687, como especifica él mismo: “Aún más por mi conveniencia que por mi gusto me ocupé en esto, pero no faltaron ocasiones en que, por obedecer a quien podía mandármelo, hice lo propio; y fue una de ellas la que me causó las fatalidades en que hoy me hallo” (p. 91).

El párrafo siguiente de Infortunios, que describe las pésimas condiciones de defensa de la fragata en que se embarca Alonso con rumbo a Ilocos, ha sido subrayado numerosas veces por la crítica como muestra de la postración en que se encontraba el imperio español en América y como ejemplo de la crítica incipiente que los criollos iban desarrollando ante este estado de cosas. Pero a la luz de las nuevas expectativas lectoras creemos que ha de ser interpretado de manera muy diferente a como se ha hecho hasta ahora. La crítica a las débiles y miserables defensas de la fragata3031Nuestra Señora de Aránzazu y San Ignacio32