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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2007 Marion Lennox

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Príncipe y esposo, n.º 2130 - mayo 2018

Título original: The Prince’s Outback Bride

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9188-184-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

NO TENEMOS alternativa –la princesa Charlotte de Gautier observaba, preocupada, a su hijo desde la chaisse longue.

Max paseaba de un lado a otro del salón con vistas a los Campos Elíseos. Llevaba horas paseando.

–Tenemos que hacerlo. Es nuestra responsabilidad.

–No es responsabilidad nuestra. Los miembros de la familia real de Alp d’Estella son un puñado de sinvergüenzas y lo han sido siempre. Nos libraremos de ellos…

–Son unos corruptos –lo interrumpió Charlotte–. Pero ahora tenemos la oportunidad de hacer las paces…

–¿Hacer las paces? Hasta la muerte del príncipe Bernard pensé que yo no tenía nada que ver con ellos. Que no habría más contactos con esa pandilla –replicó Max, airado–. Después de lo que te hicieron…

–No tenemos por qué hacer las paces con ellos, sino con la gente de Alp d’Estella.

–Alp d’Estella no es asunto nuestro.

–Eso no es verdad, Max. Lo digo en serio, es un derecho de nacimiento.

–No lo es. Debería haber sido el derecho de Thiérry, pero las maquinaciones de esos sinvergüenzas lo mataron y estuvieron a punto de matarte a ti. La gente cree que soy el hijo ilegítimo de la ex esposa de un príncipe muerto. Podemos irnos y no volver nunca…

Charlotte hizo una mueca. Debería haberse preparado para aquello. Había esperado que el príncipe Bernard tuviese un hijo, pero había muerto… dejando a Max.

Desde que tenía quince años, Max había cuidado de ella y lo había hecho muy bien. Pero ahora… Charlotte había intentando mantener a su segundo hijo alejado de la sucesión pero, aparentemente, no tenía más alternativa que dejar el peso de la regencia sobre sus hombros.

Max se acercó entonces a uno de los balcones y miró las calles de París. ¿Cómo podía su madre pedirle que fuera el príncipe regente de Alp d’Estella? Él no tenía duda de lo que eso representaría para sus vidas. Poner a Charlotte bajo los focos otra vez como madre del príncipe regente…

–Tengo una responsabilidad –asintió por fin–. Para contigo. Y para con nadie más.

–Eso no es cierto. El destino de tu país está en tus manos.

–Eso no es justo, mamá.

–No –suspiró Charlotte–. Yo sé muy bien que la vida no es justa.

–Lo siento. No quería decir…

–Ya lo sé, hijo. Pero tenemos que enfrentarnos con ello quieras o no.

–Pero has sacrificado tantas cosas para mantenerme fuera de la sucesión y ahora tienes que rendirte…

–No me estoy rindiendo. No admitiré nada. Me llevaré el secreto de tu nacimiento a la tumba. No debería habértelo contado nunca, pero ahora es necesario que aceptes la regencia. Aunque podrías no tener que hacerlo, Max. Si ese niño no puede convertirse en el príncipe por derecho propio…

–¿Entonces qué? ¿Entonces dirás la verdad?

–No –contestó ella–. No dejaré que ocupes el trono.

–Pero dejarías que lo ocupase un desconocido.

–Porque es un desconocido. No tiene historia, nadie lo odia… quizá es la única oportunidad para nuestro país.

–¿Nuestro país?

–Sigo pensando en él como nuestro, sí –admitió ella–. Es mi país de adopción por matrimonio, pero pronto aprendí a amarlo enseguida. Me encanta la gente, el idioma, me encanta todo en Alp d’Estella. Salvo los ministros corruptos que lo dirigen ahora. Es por eso… por eso necesito que aceptes hacerte cargo de la regencia. Tú puedes ayudar a ese joven príncipe, Max. Yo conozco a los políticos, conozco los peligros que representan y sé que tú puedes protegerlo.

–Mamá…

–Max, lo único que sé es que debemos proteger a nuestro país. Si tú no aceptas la regencia, esos canallas seguirán robando a todos los ciudadanos de Alp d’Estella. Las cosas empeorarán… si pueden empeorar aún más. Yo creo que tenemos dos posibilidades: que tú aceptes la regencia y traigamos a ese niño… o que nos marchemos, dejando que el país se destruya para siempre.

–¿Y no hay una tercera posibilidad? ¿Contar la verdad?

–No. Después de todo lo que hemos sufrido… tú no quieres la verdad y yo no podría soportarlo.

–No –asintió él–. Lo siento. Claro que no.

–Gracias. Pero, ¿qué hacemos ahora? ¿Dices que ese niño es huérfano?

–Sí, lo es.

–Pero eso no significa que esté solo en el mundo. Quizá las personas que cuidan de él no nos dejarían llevarlo a Alp d’Estella.

–He hecho averiguaciones… su tutora oficial es una amiga de la familia. Una mujer de veintiocho años que se quedó con el niño cuando sus padres murieron en un accidente de tráfico. No lo sé, puede que se muestre encantada de volver a su vida normal.

–Habrá que decirle que el niño tendrá que aceptar la corona, contigo a su lado…

–Yo estaré siempre en la sombra, mamá. Lo ayudaré a distancia. No puedo hacer nada más –Max metió las manos en los bolsillos de su pantalón y se volvió para mirar hacia la calle de nuevo–. Quizá será el primer príncipe decente que tenga el país en siglos. No puede ser peor que lo que ha habido hasta ahora, desde luego. Pero tienes razón, no podemos dejarlo solo. Yo seré el príncipe regente hasta que cumpla los veintiún años.

–¿No vivirás en Alp d’Estella?

–No. Si no existiera esa estipulación sobre la regencia ni siquiera habría venido a París. Pero Charles Mevaille ha estado aquí esta mañana… Charles debía ser el único político decente de Alp d’Estella, antes de que los Levout hicieran imposible que se quedara. Él me ha dicho lo que hay que hacer para que las instituciones funcionen como es debido. Las leyes son complicadas, pero parece que, fuera quien fuera mi padre, como hermanastro del último heredero puedo hacerme cargo de la regencia. Y como príncipe regente puedo empezar a colocar los peldaños para que él…

–¿Pero quién cuidará del niño?

–Contrataremos a una niñera. Y será criado en el palacio, como corresponde a un príncipe de sangre real.

–Pero… –Charlotte abrazó a Hannibal, su caniche, como si necesitara consuelo–. Esto es terrible… poner a un niño en esa posición…

–Es un niño huérfano, mamá. No tengo ni idea de cuáles son sus circunstancias en Australia, pero una vez que Alp d’Estella esté bien gobernado, ésta podría ser su gran oportunidad en la vida.

–¿Para convertirse en millonario? –susurró Charlotte–. ¿Para ser famoso? Max, pensé que te había educado mejor.

Él se volvió hacia su madre, contrito.

–Claro que sí. Pero que yo sepa, ese niño no tiene familia… sólo una mujer que probablemente estará harta de cuidar de él. Si quiere venir con el niño a Alp d’Estella le pagaremos lo que pida. Si no, buscaremos la mejor niñera posible.

–¿Pero tú te quedaras con él?

–No puedo vivir en Alp d’Estella. Ni tú ni yo podemos hacerlo, ya lo sabes.

–¿Ninguno de los dos tiene valor para hacerlo quieres decir?

–Mamá…

–Tienes razón. No tenemos valor… desde luego, yo no lo tengo. Esperemos que este pequeño sea lo que nosotros no podemos ser.

–Cuidaremos bien de él –le aseguró Max.

–A distancia.

–No le pasará nada.

–¿Pero aceptarás el papel de príncipe regente?

–Ya te he dicho que sí –murmuró él, irritado.

–No sabes cómo lo siento, hijo. Serán trece años de responsabilidades…

–Los dos sabemos que no hay alternativa. Y podría haber sido mucho peor.

–Si yo no hubiera mentido… pero no volveré a hablar nunca de eso…

–Nadie te pide que lo hagas. No pasa nada, en serio.

–Mientras esa mujer deje venir al niño…

–¿Por qué no iba a hacerlo?

–Quizá tenga más sentido común que yo hace cuarenta años.

–Entonces eras muy joven. Demasiado joven para casarte.

–¿A qué edad debería casarse uno? –suspiró su madre.

–No lo sé, a los ochenta –intentó bromear Max–. O nunca. El matrimonio es un riesgo demasiado grande. ¿Cómo vas a saber si la gente se casa contigo por tu dinero o por tu título? Bueno, en fin, es hora de empezar a moverse. Tenemos sólo tres semanas para acabar con esto.

–¿Vas a ir a Australia?

–No puedo hacerlo desde aquí.

–Muy bien, entonces irás a Australia. Pero vamos a pedirle a esa mujer un gran favor.

–Todo lo contrario. Vamos a liberarla de una enorme responsabilidad.

–Quizá –murmuró Charlotte–. Pero puede que nos encontremos con una mujer íntegra. Una mujer a quien no le interese el título o el dinero… ni para ella ni para el niño. ¿Eso no sería un problema?

Capítulo 1

 

HABÍA una camioneta hundida en el barro, delante de su coche.

¿No era Australia un país quemado por el sol? Maxsim de Gautier, próximo príncipe regente de Alp d’Estella, sólo llevaba seis horas en Australia, pero la impresión era de un país inundado.

Al menos había encontrado la granja, aunque no era lo que él esperaba. Él había imaginado una propiedad grande y verde, pero las tierras parecían secas, prácticamente un pedregal. Sobre la puerta de entrada a la granja colgaba un viejo cartel en el que decía Tiempo de sueños. Con aquella lluvia y en aquel ambiente, casi parecía una broma.

Y ahora no podía seguir adelante.

De modo que tendría que ir andando el resto del camino. O nadando.

O podía quedarse allí hasta que dejase de llover.

Aunque podría no dejar de llover nunca. El Mercedes que había alquilado en el aeropuerto era suficientemente lujoso, pero llevaba cinco horas conduciendo y veinticuatro horas en avión y no pensaba seguir sentado ni un segundo más.

¿Habría una entrada trasera a la granja?, se preguntó. Debía haberla si esa camioneta estaba perpetuamente allí. Max consultó el mapa que le había dado un investigador privado, pero en el mapa sólo había una entrada delantera.

En fin, había llegado demasiado lejos como para volverse atrás. Tendría que mojarse. ¿No se suponía que los príncipes tenían ayudantes de campo y asistentes que evitaban esas cosas?

¿Dónde estaban esos ayudantes cuando uno los necesitaba?

En ninguna parte. Y él no era un príncipe de verdad… al menos no un príncipe legítimo.

En el Mercedes había un paraguas, pero no era suficiente para contener el aguacero. Estaba empapado antes de abrir la puerta del todo pero, aun así, caminó a paso rápido hasta la casa, mirando la camioneta de reojo.

Entonces se detuvo.

La camioneta no estaba vacía. Parecía haber alguien en el asiento de atrás, pero el vaho le impedía ver quién era. Sin embargo, sí podía ver el asiento delantero. Y había seis ojos mirándolo… los ojos de una mujer, un niño y un perro marrón. Max se quedó mirando y ellos lo miraron a su vez, aparentemente tan sorprendidos como él.

Debía ser Rachel, pensó. La mujer de la que le había hablado el investigador. Pero… no parecía ella. La fotografía que había visto, encontrada en los archivos de la universidad, había sido tomada años antes. Era una mujer atractiva, pensó, pero no en el sentido clásico. Era pelirroja, con el pelo rizado, y la cara llena de pecas. Al menos en la fotografía. Y tenía una sonrisa más contagiosa que bella. Gianetta y ella habían ido juntas al baile de fin de curso. El vestido que llevaba en la fotografía era muy sencillo, pero tenía cierta clase.

Pero ahora… reconocía las pecas y los rizos pelirrojos, pero el rostro que lo miraba no era el de la mujer de la foto. Estaba muy delgada y tenía ojeras. Daba la impresión de no haber dormido en mucho tiempo.

¿Y el niño que había a su lado? Tenía que ser Marc. Era un chico de pelo oscuro y ojos marrones, con un jersey de rugby de color rojo. Debía estar en la preadolescencia, esa época en la que los chicos son todo brazos y piernas.

Se parecía a Thiérry, pensó Max, atónito. Parecía un Gautier.

Recordó entonces lo que le había dicho el investigador privado:

–La tutora de Max se llama Rachel Donohue. Viven en una granja al sur de Victoria que era de los padres del chico antes de que murieran en un accidente de tráfico, hace cuatro años. Hemos hecho una investigación preliminar sobre la mujer, pero no hay mucho que contar. Es enfermera, pero no ha trabajado como tal en cuatro años. Su madre murió cuando tenía doce y estudió gracias a una beca… y no se consigue una beca en Australia si se tiene dinero. En cuanto a sus circunstancias actuales… tendremos que visitarla para saberlo, pero es una comunidad muy pequeña y todo el mundo se enteraría de que hay alguien haciendo preguntas.

De modo que eso era lo único que Max sabía sobre aquella mujer. La mujer que estaba entre él y lo que necesitaba Alp d’Estella.

Y no sabía por dónde empezar.

De repente, ella bajó la ventanilla.

–¿Está usted loco? ¡Se va a ahogar!

No era precisamente una bienvenida agradable. Quizá podría invitarlo a subir a la camioneta, pensó. Pero no, si abrían la puerta se empaparían.

–¿Dónde va? –preguntó la mujer.

Max se fijó en la puerta de la camioneta. Pintado en ella había un letrero que decía: D & G Ketering.

G de Gianetta.

Habían pasado cuatro años desde que Gianetta y su marido murieron en un accidente. ¿Qué hacía esa mujer allí? Cuando preguntó al investigador, le había contestado:

–Francamente, no sabemos por qué está allí la señorita Donohue. Suponemos que vive de la granja. Y como la granja es del niño, cuando cumpla la mayoría de edad, ella se quedará sin su puesto de trabajo. Dada la situación, creemos que querrá hablar con usted.

–Estaba buscando la granja Ketering. ¿Es usted Rachel Donohue?