des1107.jpg

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2000 Betty Duran

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Juntos al atardecer, n.º 1107 - mayo 2018

Título original: The Cowgirl’s Man

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9188-222-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

Niki Keene atraía a los vaqueros como la miel a las abejas. Pero eso no parecía sorprender a Tilly Collins, la orgullosa abuela de las trillizas Keene, de las que Niki era la más pequeña, ya que había nacido veinte minutos después que sus hermanas.

Y no porque no pensara que sus tres nietas eran chicas especiales. Mientras estaba sentada a una mesa, asistiendo a la comida campestre de celebración del cuatro de julio de Hard Knox, la mujer observaba cómo Niki se deshacía de sus numerosos admiradores.

De Niki siempre se había dicho que era la guapa; de Toni, que era la buena; y de Dani, que era lista. Pero para su abuela, las tres eran igual de guapas, buenas y listas.

Tilly estaba muy contenta ese día y trataba de disfrutar del ambiente de fiesta. Había muchísima gente allí reunida y, a través de un altavoz, se oía la voz de la alcaldesa, Rosie Mitchell. Evidentemente, la alcaldesa disfrutaba mucho con la entrega de premios de la que era portavoz.

–Hola, abuela –Dani Keene Burke se sentó al lado de Tilly–. ¡Vaya calor que hace!

Tilly buscó con la mirada a la hija de once meses de Dani.

–Espero que no haga tanto calor como para que hayas dejado que Elsie se pierda.

Dani soltó una carcajada, lo que hizo brillar sus ojos marrones. Era evidente que estaba muy contenta después de haberse casado con Jack Burke, un vaquero que vivía en un rancho cercano al de la familia Keene.

–Está con Jack, que ha ido a buscar una taza de limonada para los críos.

Tilly asintió, dando por hecho que la palabra «críos» incluía a Pete, el sobrino de Jack que se había quedado huérfano.

–¿Están también Toni y Simon?

Dani asintió.

–Los recién casados han llegado tan solo hace unos minutos –contestó mientras parecía buscar algo entre la multitud–. ¿Dónde está Niki?

Tilly señaló hacia el grupo de admiradores que estaban rodeando a Niki. En un momento, éstos se apartaron y Dani pudo ver a su hermana, que estaba sonriendo a un vaquero muy alto. Estaba maravillosa con su largo cabello negro y sus enormes ojos azules.

Tilly oyó de pronto que la alcaldesa pronunciaba la palabra «Niki». En seguida pensó que debía haber oído mal, pero al volverse hacia Dani, se fijó en que su nieta también parecía extrañada.

–Niki Keene, por favor, ¿puedes subir un momento? –dijo la alcaldesa, subiendo el tono.

Niki miró a su familia con el ceño fruncido. Dani se encogió de hombros y Toni, que acababa de llegar, le saludó con la mano.

–¿Qué es lo que pasa con Niki? –preguntó–. Simon y yo acabamos de llegar y…

–Sube por favor –la interrumpió la voz de la alcaldesa–. No seas tímida.

Los admiradores de Niki la obligaron entonces a acercarse hasta el escenario que había en el centro del parque. La multitud comenzó a aplaudir al verla, aunque nadie sabía exactamente qué estaba pasando.

Tilly desde luego no lo sabía, pero supuso que debía ser algo bueno y comenzó a aplaudir igual que el resto de la gente.

La alcaldesa Rosie hizo un gesto para pedir silencio mientras Niki la miraba algo incómoda. Niki trabajaba como camarera en el bar Sorry Bastard, que pertenecía a Rosie y a Cleavon Mitchell. Llevaba trabajando allí desde que se había trasladado a Tejas con toda la familia, unos cuantos años antes. Trabajaba allí media jornada, no porque lo necesitase, sino porque se lo pasaba bien.

–Damas y caballeros –dijo Rosie con su marcado acento tejano–, hoy les tenemos reservada toda una sorpresa. Al parecer, nuestra Niki Keene ha sido nominada finalista en el concurso de Reina de las Muchachas Vaqueras, que patrocina Wild West Duds. Aquí está el certificado –añadió, agitando un documento con gesto triunfante.

–¿Qué es Wild West Duds? –preguntó Tilly.

–Una marca de ropa –contestó Toni–. Es la favorita de Niki. De hecho, el chaleco que lleva es de esa marca –luego miró a Dani–. Lo que me extraña es que no nos haya contado lo del concurso.

–Sí –asintió su hermana–. Además, se trata de un concurso al que han dado mucha publicidad y, según parece, la ganadora representará a la marca durante todo un año. Hará de modelo y no pararán de fotografiarla. Así que es ciertamente extraño que Niki se haya presentado.

Tilly admitió que aquello era cierto. A su guapa nieta no le gustaba ser el centro de atención.

–Me temo que se trata de un error, Rosie –se oyó decir a Niki por el micrófono.

–No hay ningún error –aseguró la alcaldesa, sonriendo–. Mira, aquí está tu nombre, en el certificado, ¿lo ves?

–Sí, pero insisto en que se trata de una equivocación. Yo no me he presentado a ningún concurso –dijo Niki antes de darse la vuelta para marcharse.

–¡Espera un momento, Niki! –exclamó la alcaldesa poniéndose seria–. No se trata de ninguna equivocación. Te hayas presentado o no, el caso es que has llegado a la final y eso es magnífico para Hard Knox.

–Lo siento mucho, pero no quiero participar en ese concurso –Niki bajó del escenario.

Todos sus familiares se quedaron callados unos instantes.

–Pero si a Niki ni siquiera le gustan los caballos –rompió el silencio la abuela–. Creo que si quieren elegir una muchacha vaquera, se han equivocado de persona.

 

 

Clay Russell escuchó lo que acababa de decir la anciana. Clay era el campeón mundial de rodeo y representaba a Wild West Duds por todo el país. Como llevaba el sombrero vaquero hundido sobre la frente y se había puesto gafas de sol, había conseguido pasar desapercibido. Y si no hubiera sido porque no quería que nadie lo reconociera, se habría acercado a hablar con aquella mujer que se parecía a Papá Noel.

En esos momentos, estaba fuera del circuito de rodeos debido a una lesión. Así que se dedicaba a viajar por todo el país a instancias de Eve Hubbard, la dueña de Wild West Duds. Su misión actual consistía en conocer personalmente a las doce finalistas del concurso, a las que habían elegido entre miles de fotografías, para informar a Eve de cómo eran en realidad.

Hard Knox era su última parada antes de volver a Dallas para informar a Eve. La dueña de la marca quería saber también cómo se tomaban las finalistas la noticia de la nominación y era evidente que Niki Keene no se lo había tomado nada bien, pensó Clay. El resto de las nominadas, al enterarse de que habían sido elegidas, habían comenzado a dar saltos de alegría y a besar a todo el mundo alrededor.

Era evidente que aquella muchacha no era la más adecuada para convertirse en Reina de las Muchachas Vaqueras. Pero a pesar de ello, Clay se había quedado impresionado por su belleza. Su cabellera morena, sus labios carnosos y sus enormes ojos azules la convertían en una mujer guapísima. Eso sin mencionar su piel bronceada y su sinuoso cuerpo.

Por otra parte, la muchacha llevaba unos vaqueros y un chaleco de la marcha Wild West Duds. El chaleco era muy corto y dejaba al aire su vientre liso. También dejaba ver un escote deslumbrante.

Sí, era muy guapa. Pero también lo eran las otras candidatas, se dijo Clay. Y esa muchacha no tenía además ningún interés por los caballos, había asegurado la anciana. Una pena, pensó. Aunque quizá todo fuera producto de algún malentendido.

–¿Qué habrá pasado? –preguntó en ese momento una de las muchachas que estaban con la anciana. Clay supuso que debía ser hermana de la finalista–. Es evidente que Niki no tenía ningún interés por ese concurso.

–En cualquier caso –comentó la que parecía ser la otra hermana–, creo que debería aprovechar la oportunidad y presentarse. El premio es muy tentador y no es la primera vez que se presenta a un concurso. Al fin y al cabo, ha sido elegida innumerables veces Miss Elk Tooth, Miss Camarera de Tejas, Miss Sol Radiante, Miss Sonrisa y…

–No sigas, Dani –dijo la abuela–. Sabes que lo pasó fatal en todos esos concursos.

«Sí, claro», pensó Clay. «En el primero pudo ser, pero en todos es imposible».

–Yo también creo que debería aceptar.

–¿Por qué dices eso, Jack? –le preguntó la abuela a su yerno.

El vaquero que estaba junto a la hermana que tenía a un bebé en sus brazos se encogió de hombros.

–Sería una buena publicidad para la ciudad.

–Hablas como si ya hubiera ganado –comentó el otro hombre que había en el grupo, y que debía ser el marido de la otra hermana.

Ambas hermanas parpadearon, sorprendidas.

–¿Crees que no ganaría, Simon? –le preguntó la que sostenía al niño.

El tal Simon no tenía aspecto de vaquero.

–Bueno, Niki es muy guapa, pero tampoco es la mujer más guapa del mundo. A mí me parece más guapa mi Toni –aseguró, dándole un beso a su mujer.

–Me temo que no eres imparcial, Simon –dijo su mujer, encantada.

–Es normal, se acaba de casar contigo –comentó la abuela–. Dani, ¿y tú que opinas? ¿Crees que Niki debería participar en ese concurso?

–Yo creo que no –aseguró Dani–. Después de lo que pasó en el último concurso, Niki juró que no volvería a participar en ninguno.

–¿Qué fue lo que pasó? –preguntó Simon.

–Que el patrocinador del concurso se tomó mal que Niki no quisiera concederle sus favores y la hizo trabajar más de la cuenta. Así que no creo que cambie de opinión.

Clay se alejó del grupo, decidiendo que ya era hora de regresar a Dallas para informar a Eve de la inconveniencia de seleccionar a esa muchacha.

–Y luego está lo de los caballos –añadió la abuela.

Clay se fijó en la cara de todos los familiares y no pudo evitar preguntarse qué problemas tendría aquella mujer con los caballos.

–Bueno, en cualquier caso, yo me voy a marchar al rancho –aseguró la anciana–. Si queréis divertiros un rato, puedo llevarme a los niños conmigo.

–¿Qué opinas, Jack? –le preguntó Dani a su marido.

–A mí me parece bien. Podemos acercarnos al Sorry Bastard para hablar con tu testaruda hermana.

–¿Qué opináis vosotros? –les preguntó entonces Dani a la otra pareja.

Clay los dejó haciendo sus planes y se alejó. Tenía que salir para Dallas cuanto antes, si no quería que se le hiciera tarde.

Pero…

¿Qué estaría haciendo Niki Keene en un bar? Al entrar en la ciudad, horas antes, se había fijado en el Sorry Bastard. ¿Trabajaría allí? Entonces le vino una imagen mental de ella y se dijo que era imposible que fuera tan guapa como recordaba.

En cualquier caso, no perdía nada por acercarse al Sorry Bastard para satisfacer su curiosidad.

 

 

Cuando Niki vio entrar a sus hermanas por la puerta del Sorry Bastard, supuso a lo que habían ido. ¿Cómo no iba a saberlo? Ellas habían sido quienes la habían obligado a presentarse al concurso de Elk Tooth, cuando vivían todavía en Montana. Y también la habían obligado a presentarse al concurso de Miss Camarera Tejana y al resto de concursos.

Pero no estaba dispuesta a presentarse a Miss Reina de las Muchachas Vaqueras. Aquello era demasiado.

Ella no era ninguna Muchacha Vaquera y nunca lo sería. Y el hecho de que su familia hubiera adquirido un rancho no cambiaba nada. Ella era feliz trabajando en el bar.

–Ponme dos cervezas, Ken –le pidió al camarero que atendía la barra.

Como era normal en aquel día de fiesta, el bar estaba abarrotado de gente. Había vaqueros por todas partes, se dijo Niki fijándose en las anchas espaldas de un hombre que estaba mirando sus fotos. Rosie y Cleavon habían insistido en colgar instantáneas de todos los concursos que había ganado. Le habían dicho que era bueno para el negocio y quizá llevaran razón, pero eso no hacía que le gustara lo más mínimo.

En cualquier caso, no conocía a aquel hombre, pero por su vestimenta y sus modales era, evidentemente, un forastero. Los vaqueros del lugar nunca se quitaban el sombrero dentro del bar.

Se fijó en su fuertes hombros y en su cintura estrecha. De pronto, un rayo de sol iluminó su cabello, mostrándole su color castaño claro.

–Aquí están las cervezas, Niki.

La voz de Ken la sacó de su ensimismamiento. Luego, después de llevar las cervezas a la mesa donde se las habían pedido, fue a atender a sus hermanas, que la recibieron con unas expresivas sonrisas.

–¿Dónde está el resto de la familia? –les preguntó.

–La abuela se ha ido a casa con los niños –respondió Dani–. Así que Toni y yo hemos decidido venir a saludar a la próxima Reina de las Muchachas Vaqueras.

–Ja, ja. Muy graciosa –dijo Niki, enfadada–. ¿Habéis sido vosotras quienes me habéis inscrito en ese concurso? Os aseguro que si es así, os…

–Yo no, desde luego –le aseguró Dani.

–Y yo tampoco –dijo Toni–, así que ha debido ser otra persona. Pero en cualquier caso, ahora que ya es inevitable… –se fijó en que Niki la miró muy enojada–. Bueno, lo único que digo es que no te precipites en tu respuesta. Este concurso es muy importante.

–Ah, ¿sí?

–Sí, es un concurso a nivel nacional y la ganadora será contratada como modelo de Wild West Duds durante todo un año. Además, mírate –dijo Toni, señalando sus ropas–, si siempre llevas algo de esa marca. Parece cosa del destino. Te regalarán todo un guardarropa.

–Prefiero comprarme la ropa yo misma –replicó Niki–. Ahora, perdonadme, pero estoy muy ocupada. ¿Vais a tomar algo o solo habéis venido a molestarme?

–Yo tomaré algún refresco bajo en calorías –dijo Dani.

–Yo también –añadió Toni–, pero insisto, Niki, en que deberías pensártelo mejor. Si te conviertes en la Reina de las Muchachas Vaqueras, será muy bueno para la ciudad y también para nuestro rancho.

Niki no sabía si echarse a reír o a llorar.

–Antoinette Keene, ¿por qué no te callas de una vez? No soy ninguna Muchacha Vaquera, así que menos aún puedo convertirme en su reina. Podrían demandarme por fraude.

–No digas tonterías –intervino Dani–, eso solo un nombre. A ellos les dará igual que seas una vaquera de verdad o no. Lo único que les preocupará es de que te quede bien su ropa.

–Pero es que tampoco quiero hacer de modelo –se defendió Niki–. ¡Y encima todo un año!

–Pero piensa en la ciudad y en el rancho.

–A ambos les va muy bien sin mi ayuda –repuso Niki–. Yo estoy muy contenta con la vida que llevo y no tengo ninguna intención de cambiarla.

–Pero quizá no ganes –sugirió Toni–. Quiero decir, que hay otras once candidatas para la final, que según he leído se celebrará en Dallas. Sin embargo, solo con que seas finalista, servirá para promocionar nuestra ciudad.

–Ya sabéis que no me gustan esos concursos –insistió Niki–. Así que no hay más que hablar.

–Pero…

–¡Hola, Niki!

Al darse la vuelta, vio a la reportera del Hard Knox Hard Times. Entonces, se volvió de nuevo hacia sus hermanas con una mueca en el rostro.

–¡Vaya, no me digas que también ella ha venido a hablar conmigo de toda esta tontería!

–Bueno, entonces yo no te digo nada más –insistió Dani–, solo que te lo pienses bien.

–Estoy muy ocupada –dijo Niki, dirigiéndose a la barra–. Ahora mismo os traigo un par de botellas de agua mineral.

–¡Cobarde! –la llamó Toni.

Niki se alejó, ignorando el comentario.

 

 

El bar estaba tan oscuro que con las gafas de sol puestas Clay apenas podía ver nada, pero en un momento distinguió una mesa libre cerca de donde estaban las hermanas Keene.

Al tratar de alcanzarla antes de que la viera alguien más, chocó con un vaquero.

–Lo siento –dijo Clay–, pero es que quería sentarme en esa…

«Mesa», terminó para sí. El joven vaquero que se acababa de sentar en ella lo miró, sonriéndole ingenuamente.

–No ha sido nada –dijo el vaquero, tendiendo la mano hacia él–. Me llamo Dylan Sawyer. ¿Dice que está buscando una mesa?

–Sí, y estaba a punto de conseguirla –dijo, estrechando la mano del otro hombre–. Yo soy Clay.

–Muy bien. Estoy esperando a unos cuantos amigos, pero si quieres, puedes unirte a nosotros –dijo, señalando una silla vacía.

Clay se sentó sin pensárselo dos veces. Luego dejó el sombrero sobre la mesa.

–¿Trabajas por aquí?

Dylan asintió.

–En el Bar–K.

–Me suena haber oído hablar de él –comentó Clay.

–Es el rancho de las hermanas Keene. ¿Eres forastero?

–Sí, solo estoy de paso.

–¿Estabas en el parque cuando anunciaron que Niki Keene había ganado el concurso?

–Sí estaba, pero yo entendí que solo era finalista.

Dylan soltó una carcajada.

–Es lo mismo porque a menos que alguien la convenza, parece que la muchacha no quiere participar en ese concurso.

–¿Cree que hay alguna posibilidad de que alguien la convenza?

–¿Quién sabe? Pero de lo que sí estoy seguro es de que si participara en ese concurso, lo ganaría. ¿Has visto alguna vez a una mujer más guapa? –le preguntó el vaquero, girándose hacia la barra, en donde Niki estaba recogiendo otra bandeja con bebidas–. Es toda una belleza.

–Es cierto –admitió él, mirando hacia ella en el mismo momento en que Niki levantaba la cabeza.

Ambos quedaron mirándose durante unos breves instantes.

 

 

La mirada del forastero sacudió a Niki como si hubiera sido alcanzada por una descarga eléctrica. Era el mismo hombre al que había visto antes mirando sus fotografías.

¿Por qué llevaría ese hombre gafas de sol dentro del bar con la poca luz que había?

También se preguntó qué haría sentado con Dylan Sawyer.

–Niki, la mesa nueve está esperando a que les lleves estas bebidas.

–Lo siento, Ken –dijo ella, agarrando la bandeja y tratando de ignorar la mirada del forastero.

Después de servir las bebidas de la mesa nueve, decidió acercarse a la mesa del forastero. Podría haber dejado que lo sirviera Tracy, pero eso habría sido un acto de cobardía. Y ella no era ninguna cobarde.

Así que levantó la barbilla y se dirigió hacia los dos hombres. De cerca, el forastero tenía todavía mejor aspecto, solo que seguía sin poder verle los ojos. Pero lo que sí podía ver era su ancha mandíbula, que contrastaba con su sensual boca. Y cuando le sonrió, pudo ver cómo contrastaban sus dientes, muy blancos, con su piel morena.

–¿Qué tal, Dylan? –saludó ella al joven vaquero–. ¿Habéis decidido ya lo que vais a tomar?

–Yo quiero una cerveza –respondió Dylan–. ¿Y tú, Clay?

–Creo que no quiero nada –contestó Clay, levantándose y poniéndose el sombrero antes de salir del bar.

Niki se quedó mirándolo, asombrada. Todo lo referente a aquel forastero le parecía de lo más extraño.

–Ahora mismo te traigo tu cerveza –le dijo a Dylan.

Niki se pasó el resto del día pensando en el guapo forastero.