cover.jpg

img1.png

* La Ciudadanía en controversia: análisis y conceptualización de las competencias ciudadanas/ Dory Luz González Hernández, Gustavo Octavio García Rodríguez, Chris Aleydi González Hernández, Armando Rojas Claros, Álvaro Chaustre Avendaño, Jaime Enrique Vásquez, Diego Fernando Castro Álvarez; Coordinadora Académica Dory Luz González Hernández; prólogo de Alejandro Pachajoa Londoño. -- Bogotá: Los Libertadores Fundación Universitaria. Departamento de Formación Humana y Social. Centro de Producción Editorial, 2015. 208 pág.

ISBN : 978-958-9146-54-5

(Colección Debates).

1. EDUCACIÓN POR COMPETENCIAS  2. COMPETENCIA EN EDUCACIÓN  3. CULTURA CIUDADANA. 4. EDUCACIÓN CÍVICA.  I. Título.  II. Coautores.

370.115 / C581

 

© Fundación Universitaria Los Libertadores

Departamento de Formación Humana y Social

Bogotá, D.C., Colombia.

Cra. 16 No. 63A-68 / Tel.: 254 47 50

www.ulibertadores.edu.co

 

Colección Debates

ISBN: 978-958-9146-54-5

ISBN ePub: 978-9585-478-02-2

 

Hecho el depósito que establece la ley

Primera edición: Bogotá, D.C., 2015

 

Coordinación editorial

Jenny Alexandra Jiménez Medina

Corrección de estilo

John Fredy Guzmán Vargas

Diseño y diagramación

María Fernanda Avella Castillo

María Paula Leiva Luna

Imágenes

www.shutterstock.com

 

Juan Manuel Linares Venegas

Presidente del Claustro

 

Sonia Arciniegas Betancourt

Rectora

 

Álvaro Velásquez Caicedo

Vicerrector Académico

 

Renán Camilo Rodríguez Cárdenas

Vicerrector Administrativo

 

Alejandro Pachajoa Londoño

Director Depto. de Formación Humana y Social

 

Jorge Oswaldo González

Director de Investigaciones

 

Pedro Bellón

Director Centro de Producción Editorial

 

Lápiz Blanco S.A.S.

Desarrollo ePub

 

Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida ni en su todo ni en sus partes, ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio sea mecánico, fotoquímico, electrónico, electro-óptico, por fotocopia o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la editorial. El contenido de la obra no compromete el pensamiento institucional, ni genera responsabilidad legal civil, penal o cualquier otra frente a terceros.

CONTENIDO

 

PRÓLOGO

 

PREFACIO

 

CAPÍTULO I

DESARROLLO EPISTEMOLÓGICO DEL CONCEPTO DE CIUDADANÍA Y EL DE COMPETENCIAS CIUDADANAS

 

Desde la ciudadanía hacia las competencias ciudadanas: aciertos y desaciertos de los estándares y las pruebas

Gustavo Octavio García Rodríguez - Chris Aleydi González Hernández

 

La constitución de sujetos en relación con la formación ciudadana

Estudio de caso en la Fundación Universitaria Los Libertadores

Álvaro Chaustre Avendaño - Jaime Enrique Vásquez 

 

Cultura e identidad: contingencias para la construcción de ciudadanía

Dory Luz González Hernández

 

La política: entre la justicia, los recursos y el deber

Armando Rojas Claros

 

CAPÍTULO II

EL EJERCICIO DE LA CIUDADANÍA

 

Transmilenio: ¿escenario de construcción de la ciudadanía en tiempos contemporáneos?

Diego Fernando Álvarez Castro

 

CAPÍTULO III

DIÁLOGOS Y DISCUSIONES

 

Entre comillas: diálogo sobre la ciudadanía, las competencias
y la posible apostasía de su evaluación

Gustavo Octavio García Rodríguez - Chris Aleydi González Hernández

 

NUESTROS AUTORES

PRÓLOGO

 

“Nos enfrentamos, en esencia, no a un derrumbe de valores, sino a un conflicto de valores, a dos conceptos heterogéneos, en estilo y en contenido,  de sociedad, de política y de democracia”

Hijos de la libertad

Ulrich Beck

 

La ciudadanía como categoría es controversial y controvertida, por lo que ella misma representa en los diversos escenarios (político, social, educativo, económico y cultural) y por la manera en la que configura los sujetos y sus subjetividades. Por esta razón, la producción académica alrededor de este tema suele despertar debates y confrontaciones de tipo epistemológico y teórico.

Esto es precisamente lo que el lector encontrará en La ciudadanía en controversia: análisis y conceptualización de las competencias ciudadanas. En cada uno de los capítulos de la obra se establecen percepciones de ciudadanía que emergen en la contemporaneidad y representan nuevas posiciones sobre lo que significa ser ciudadano en la denominada era de la convergencia digital y, en general, en la sociedad de hoy.

Las disertaciones que plantea el texto permiten reconocer no solo una conceptualización de la ciudadanía, sino acercarse a su ejercicio más práctico: las competencias ciudadanas, en una reflexión sobre ellas y a través de su análisis crítico y controversial. Esto permite que docentes, estudiantes, académicos e interesados en general se cuestionen sobre la importancia de establecer un camino para el desarrollo de competencias y la consolidación de un modelo de ciudadano que se acerque al contexto actual de nuestro país.

Las condiciones de violencia estructural y directa que vive la nación son una circunstancia necesaria para repensar la ciudadanía y el compromiso de la escuela en la construcción de profesionales y ciudadanos, desde condiciones de pluralidad, contingencia y sedimentación; por ello, la obra percibe la complejidad del concepto de ciudadanía, pues devela que en ella hay una lucha hegemónica por su definición, ya que esta se concreta a través de la relación de los sujetos con el poder. Allí, la disputa por los derechos individuales y colectivos y la vinculación con las instituciones que dan algún tipo de ordenamiento social y político son las formas en las que los sujetos de hoy se constituyen en ciudadanos y ciudadanas.

Así, es importante definir la ciudadanía como “una condición y como una potencialidad”, tal como lo han señalado autores como Bonvillani (2008). De hecho, puede verse como un estatus jurídico al formar parte de un grupo políticamente organizado, es decir, los derechos y deberes de un individuo que pertenece a un Estado-nación.

En concordancia con lo anterior, la ciudadanía no deviene plenamente con la simpleza de pertenecer a un Estado democrático, sino en relación con los derechos, los cuales se constituyen en una potencia cuando se accede de manera equitativa a los bienes materiales y simbólicos de los que dispone la sociedad. Estas miradas están lejos de generar las condiciones necesarias para lo construcción de una ciudadanía sustantiva, ya que, por un lado, no puede desprenderse del tutelaje estatal —incapaz— y, por el otro, la visión de peligrosidad exige una represión y persecución constantes por parte del Estado para mantener el control.

Por ello, es necesario pensar en categorías como la igualdad para el ejercicio de la ciudadanía, pues en las actuales condiciones de desigualdad, la ciudadanía se vuelve una meta por alcanzar, ya que resignificaría a todos los sujetos como merecedores de los bienes materiales, simbólicos y culturales de la sociedad. En ese sentido, la ciudadanía quedaría expuesta en un debate de inclusión-exclusión por la búsqueda de la integración social. La invitación reside, entonces, en pensar las maneras particulares de construcción de la ciudadanía y el pensarse a sí mismo como agente social en tramitación de sus necesidades y dispuesto en el espacio público.

Ahora bien, el fenómeno de la globalización trae consigo la metamorfosis de hábitos y prácticas, pues la dinámica mercantilista, científica, tecnológica y comunicacional busca que estos sean asumidos de manera similar en distintas partes de la Tierra. Las nuevas apropiaciones tecnológicas hacen que sea arrollador el fenómeno de universalización de gustos y preferencias. La televisión y el internet permiten hoy crear un espacio simbólico global; en consecuencia, se habla de las ciudades-mundo, que en sí mismas contienen el mundo y rebasan las fronteras, al sujetar en ellas habitantes de variados orígenes.

Adicionalmente, se añaden otras características e implicaciones de la globalización, tales como la expansión del capitalismo y las políticas de libre cambio; la tecnologización de diferentes aspectos de la vida humana; la paradoja dada por los abrumadores cambios en los diversos niveles; la importancia de los medios de comunicación masiva en la representación de la realidad, lo que acelera el intercambio de tecnología, capital, información, entre otros; la predominancia de lo urbano sobre lo rural; la preeminencia del tiempo sobre el espacio; la polarización de la riqueza, y la contaminación y la destrucción del medioambiente, como lo señala Alegre (2008).

En este sentido, la globalización trae consigo la adopción del cosmopolitismo, basado en un mundo donde el consumo es el estilo de vida. El individuo posmoderno no se reconoce en el discurso universalista, sino en aquello que él mismo selecciona en al ámbito privado y desde aquellos actos diferenciadores que le permite el consumo. La realidad muestra que los procesos intersubjetivos se realizan a través de los hábitos de consumo compartidos y de la adaptación a imágenes mercantilizadas.

A pesar de lo anterior, este fenómeno convive con manifestaciones en contra de la globalización, por un lado, y con extremismos nacionales y religiosos xenofóbicos, o de discriminación racional o de género.

En el segundo aparte, atinente a las fragmentaciones de la razón y lo real, se retoma la universalización o racionalización del mundo; de esta forma, la globalización es producto de la modernidad, y en ella se gesta la dicotomía entre racionalidad e irracionalidad. En esta lógica moderna, lo irracional es visto como defectuoso, como lo otro, y al ser así, tiene un carácter de inferioridad constitutiva. El paso de un mundo sacralizado a otro donde domina la razón y la instrumentalidad deja un desencantamiento, el mismo que se da en el siglo XX respecto a la modernidad. El mundo de la globalización estaría desencantado doblemente —he aquí el debate—, pues no es un desencantamiento de la razón, sino de la coerción que esta ejerce sobre el sujeto. Ese desencantamiento de hoy es en contra de lo dicotómico, lo formal de la razón.

La diversidad, la fragmentación, y no la dicotomía, están presentes en la contemporaneidad; pero esta multiplicidad puede ser perjudicial, pues las voces de los diferentes sujetos serían tan diversas que en algún momento se invisibilizarían, legitimando los discursos propios de la mayoría dependiente del mercado. Así, el tema de las ciudadanías, las fronteras y los territorios tiene una implicación particular: se reconoce el territorio tradicionalmente asociado a un espacio geográfico que se liga a la política y a la guerra. Por otro lado, y en esta línea, al ser la ciudad el dispositivo que fortalece las fronteras físicas, ellas alcanzan el cosmopolitismo, pues allí se alojan sujetos de diferentes procedencias y culturas, atravesando los límites y accediendo a este espacio. Pero lo mismo no sucede con las naciones, pues estas en algunos casos son cerradas, colocan barreras de acceso y de permanencia.

En ese sentido, la ciudadanía universal está más ligada a la ciudad que a la nación, lo que genera una contradicción, porque es la nación la que da acceso a la ciudadanía, y no la ciudad. La nación posee una similitud con las comunidades cerradas, pues en ellas los miembros tienen rasgos distintivos que les aseguran principios y derechos únicos, lo cual fomenta la desigualdad y la exclusión. La ciudadanía efectiva solo se lleva a cabo en las colectividades abiertas con prácticas realizadas en conjuntos. Lo que hoy se busca es una comunidad global homogenizada, en vez de una sociedad global diversificada.

En continuidad, las fronteras se vuelven barreras de contención de aquellos individuos que quieren gozar los beneficios de una ciudadanía plena; incluso derivan en la reafirmación de ciudadanías diferenciadas. Las ciudadanías faltantes es una categoría que trae Alegre (2008): refiere a aquellos que no tienen derecho de acogida ni de ciudadanía en los países más desarrollados: los deportados; al igual que aquellos que son invisibles desamparados en esos países, es decir, sin papeles; y también entran en esta categoría aquellos que no tienen protección por las carencias estructurales. En consecuencia, las fronteras no solo marcan un límite exterior o interior, sino que demarcan los distintos grados de ciudadanía.

El presente libro, entonces, configura una idea de ciudadanía en un contexto contemporáneo; específicamente aborda las concepciones de ciudadanía que advierten su constitución desde las teorías emergentes y de borde.

Los primeros capítulos hacen un recorrido sugestivo sobre la concepción de ciudadanía y advierten la multiplicidad teórica para abordar la complejidad epistemológica en que se afianza dicho discurso. En uno de estos primeros capítulos se inserta un ejercicio práctico referido a la constitución de sujetos desde la ciudadanía, en el caso específico de la Fundación Universitaria Los Libertadores. Tal ejercicio se convierte en un insumo atractivo para quienes debaten las competencias ciudadanas y la manera en que operan en la educación superior.

Igualmente, esta obra invita al lector a disertar acerca del concepto de justicia y sus implicaciones en la construcción de ciudadanía, así como en el camino de la colectividad y el bien común. Por otro lado, hay un apartado en el que uno de los autores concibe a Transmilenio como un dispositivo modulador de la constitución de ciudadanos, y explica las prácticas en las que opera la subjetividad, el poder y la docilidad.

Para finalizar, el libro se adentra en los meandros de las competencias ciudadanas, con un diálogo ameno entre expertos en el tema que se abocan a reconfigurar el concepto y sus prácticas en el ámbito educativo. Así, pues, el texto se constituye en un instrumento de análisis, debate y controversia en uno de los temas actuales y coyunturales: la ciudadanía y el desarrollo de sus competencias.

REFERENCIAS

Alegre, J. (2008). Ciudadanías, globalización y fragmentaciones de la razón y lo real. En, Pensares. España: Universidad Nacional de Córdoba. N° 5, pp. 269-287. 

Bonvillani, A. (2008). Construcción de ciudadanía “Desde abajo”: posibilidades y límites en la experiencia de un grupo de jóvenes pobres. Pensares, Nº 5, pp. 459- 478.

 

Alejandro Pachajoa Londoño

PREFACIO

 

 

 

La producción editorial La ciudadanía en controversia: análisis y conceptualización de las competencias ciudadanas surge como resultado de las discusiones e investigaciones desarrolladas al interior del Departamento de Formación Humana y Social, en lo que corresponde al desarrollo epistemológico del concepto de ciudadanía, y a sus aristas teóricas desde el escenario de la teoría clásica, moderna y posmoderna. Igualmente, pretende abordar las competencias ciudadanas desde la intencionalidad misma de la institucionalidad educativa, siendo su necesidad presentar una mirada nueva, producto de los cambios generacionales de la sociedad de la información y el conocimiento.

En este sentido, la obra tuvo en cuenta las siguientes disertaciones producto de procesos investigativos generados en contextos académicos:

Desarrollo epistemológico del concepto de ciudadanía: se ponen de manifiesto las diversas concepciones de ciudadanía que se han gestado a lo largo del tiempo, abordando la construcción de ciudadano en cada uno de dichos escenarios. En este apartado, la ciudadanía liberal, republicana, comunitaria y neo republicana adquieren especial atención en toda su dimensión teórica. Análogamente, también forman parte de este recorrido las nuevas concepciones que se establecen a partir de las dinámicas contemporáneas y cuyo resultado se acerca a lo digital, el consumo, las posturas de borde y las percepciones contra hegemónicas de la ciudadanía. 

Las competencias ciudadanas: para el desarrollo de este aspecto, se tienen en cuenta los resultados investigativos y las disertaciones alrededor del análisis de las competencias ciudadanas planteadas por el Estado, en especial en el caso de la Fundación Universitaria Los Libertadores, a través de un análisis cualitativo que da cuenta del impacto de las competencias en el progreso de la ciudadanía y del ejercicio profesional en la esfera pública.

Los escenarios y contextos de la ciudadanía: la ciudad y la digitalidad son hoy los escenarios del trasegar del ciudadano. En este aspecto, la obra pretende discutir sobre uno de los espacios y dispositivos destinados a la regulación y producción del ciudadano: el caso del Transmilenio. Allí se abordan múltiples miradas sobre la relación del ciudadano y uno de sus lugares constitutivos.

Diálogos y discusiones: constituye disertaciones y discusiones de los expertos y especializados en el tema de la ciudadanía y las competencias ciudadanas a partir de entrevistas, que permitan dilucidar a profundidad la relación ciudadanía-competencia-educación.

img2.png

img3.png

DESDE LA CIUDADANÍA HACIA LAS COMPETENCIAS CIUDADANAS: ACIERTOS Y DESACIERTOS DE LOS ESTÁNDARES Y LAS PRUEBAS*

Gustavo Octavio García Rodríguez

Chris Aleydi González Hernández

* Resultado de investigación del proyecto “La noopolítica como mediación en el análisis de las competencias ciudadanas”, financiado por la Fundación Universitaria Los Libertadores y perteneciente al grupo de investigación Nipon Estudio Anime, inscrito en el Departamento Administrativo de Ciencia, Tecnología e Innovación (Colciencias).

EL DESAFÍO EN LA CONSOLIDACIÓN DEL CONCEPTO DE CIUDADANÍA

El concepto de ciudadanía ha sido fabricado a lo largo de la historia a través de los diálogos que vinculan la política, la democracia y la moralidad. En la actualidad se postulan algunos modelos de ciudadanía que corresponden a los imperativos sociales, culturales y tecnológicos de las sociedades contemporáneas.

La ciudadanía, una categoría dinámica y cambiante, muestra inconfundiblemente su carácter intersubjetivo, pues a través de ella se revelan las múltiples relaciones que se tejen entre el Estado y la sociedad civil; relaciones que se hacen evidentes por medio de las prácticas ciudadanas vinculadas a los derechos, las obligaciones, los mecanismos de participación y los discursos relacionados.

La polisemia de la ciudadanía invita a desentrañar las marañas históricas y sociales que sostienen las prácticas ciudadanas, es decir, las prácticas intersubjetivas que son dadas para evitar las tensiones que surgen al calor de la individualización, la jerarquización y la concentración del poder.

En primera medida, ciudadanía y ciudadano son conceptos que se relacionan con las formas de organización humana y con las transformaciones que estas sufren a lo largo del tiempo. La ciudadanía se constituiría, entonces, como un concepto cambiante según épocas, países y tradiciones, es decir, como una verdadera heterogeneidad que permite relaciones armoniosas y discordantes en las prácticas sociales.

LA CIUDADANÍA, UNA CONSTRUCCIÓN HISTÓRICA Y SOCIAL

Las complejas relaciones que se tejen en una sociedad, ya sea en las estructuras de clases o en las instituciones, constituyen el ramillete significativo, los atributos y las prácticas de lo que son el ciudadano y la ciudadanía1. A pesar de que no es necesario realizar un recorrido histórico-social para comprender el concepto de ciudadanía, es pertinente aproximarse a estos contextos para poder realizar una reflexión sobre los modelos existentes y así, desde la educación, cuestionarse sobre los contenidos y métodos relacionados con el tema.

Grecia, el primer concepto de ciudadano

Grecia fue la pionera en la construcción de concepciones aún relevantes en la actualidad, como las de política, democracia y ciudadanía. Los griegos se organizaban en ciudades-Estado conocidas como las “polis”. Allí, una pequeña porción de hombres era considerada como ciudadana, la cual tenía una serie de derechos adquiridos y, a la vez, una gran cantidad de responsabilidades con la polis. En ese sentido, para los griegos, el ciudadano era aquel individuo que participaba en la justicia y el gobierno:

 

El ciudadano es tal en cuanto polites, en la medida que participa activamente de la vida de la polis. La democracia ateniense, tomada como forma de gobierno típica de la polis, además de directa, es activa, no defensiva como la democracia liberal. El ciudadano goza de libertad, y esta no tiene otro sentido que el de cumplimiento de los deberes políticos (Fayt, 1993, p. 176).

La convivencia y la comunidad se constituían como elementos vitales para el desarrollo de la polis. La convivencia era la necesidad de compartir un espacio con los demás. Para llegar a esta máxima, eran necesarias la ética y la moral como vías fundamentales para el desarrollo de la virtud ciudadana.

Aristóteles afirmaba que en el ciudadano radicaban profundas diferencias, dependiendo del régimen político en que este se encontrara; por ejemplo, para él, no existía un ciudadano estático, pues no eran iguales el ciudadano de una democracia y el de un régimen oligarca. Así, la noción de ciudadano varía por los atributos y las prácticas del régimen político en que se encuentre.

El ciudadano romano y la res publica

Los romanos conservaron algunos modelos griegos, pero a su vez desarrollaron aspectos que estos no trataron, por ejemplo, la res publica o “la cosa pública”. Al poseer la ciudadanía, los romanos tenían el deber de ocuparse de lo público, por lo cual se les permitía ocupar cargos públicos, políticos y religiosos: “La condición de ciudadano es síntesis de participación activa en la vida política de la civitas” (Fayt, 1993, p. 180).

Ser ciudadano en Roma era posible por herencia vía paterna, es decir, un hijo de una ciudadano romano adquiría legítimamente la ciudadanía. Así, el ciudadano romano, al tener un certificado que lo acreditaba, podía votar, ser miembro de la asamblea o ser un magistrado. Esto permitía una distinción frente a los otros, por su participación sociopolítica activa.

Con el espíritu romano conquistador y expansionista nació la idea de “ciudadano del mundo” —muy utilizada en la actualidad—, que otorga el derecho de ciudadano a los conquistados, pero sin las prebendas del ciudadano legítimo de Roma, o “ciudadano de primera”. Posterior a la decadencia del Imperio romano y hasta el surgimiento del capitalismo, la ciudadanía como categoría política pierde fuerza, al intervenir factores como la religión que no permitieron desarrollar al ciudadano plenamente, pues las formas de gobierno imperantes en el Medioevo son reemplazadas por la relación de vasallaje.

Las revoluciones

Con el surgimiento de las ciudades-Estado vuelve a ser un foco de interés el ciudadano. La Revolución Industrial y el capitalismo hacen que se retome la idea de un sujeto que tiene un lugar privilegiado social y políticamente. Al dejar a la Iglesia de lado, la educación se vuelve una prioridad para el Estado, a través de la inculcación de valores nacionalistas y de la homogenización de un modelo de ciudadano, con el fin de alcanzar el mentado progreso.

Lo que sucede en este contexto es relevante para la constitución de un modelo de ciudadanía que imperó durante años. Por ejemplo, la disputa constante entre la clase aristócrata y la burguesía emergente procuró el perfilamiento de un ciudadano liberal que reivindicara la igualdad y la justicia, así como los derechos individuales enmarcados en una naciente nación.

De esta forma, nacen los discursos que implican el reconocimiento y la pertenencia a un territorio donde todos los individuos gocen de condiciones de igualdad jurídica, aunque no necesariamente social o económica. Se trata de un individuo situado en un Estado-nación que tiene los mismos deberes y derechos en la comunidad.

El contexto de revoluciones constituyó un punto trascendente para la construcción del concepto de ciudadanía, pues este ha sido imperativo en los modelos de ciudadanía actuales que permean también el trasegar político. En este marco, la pugna liberalista y republicana y su discurso ciudadano representan la vanguardia de las revoluciones francesa y norteamericana.

Ciudadanía contemporánea

La idea de vincular la ciudadanía a la nación es proveniente del Estado, pues si bien Habermas afirmaba que “la ciudadanía no ha estado nunca ligada conceptualmente a la identidad nacional” (citado en Horach, 2009, p. 13), desde el siglo xviii se identificaba la ciudadanía con la nación. Las ciudadanías del siglo xx, cimentadas en los modelos anteriores, tuvieron como ejes articulares las dimensiones legales, políticas y participativas. En el primer caso, haciendo referencia a los derechos y los deberes; en el segundo, a una actitud participativa y activa en la comunidad política; y en el tercero, a la participación en la vida de la comunidad.

MODELOS DE CIUDADANÍA

En el apartado anterior fue evidente que la ciudadanía evoca la constitución de derechos y deberes y su relación con el Estado y la comunidad política. Por esta razón, la concepción actual de ciudadanía se erige en los principios de igualdad, de pertenencia de un individuo a una colectividad y de unidad componente de la democracia.

Ciudadanía liberal

La ciudadanía liberal se entendió como la no interferencia del Estado en la voluntad soberana del individuo; es decir, el individuo es el único que tiene la potestad de llevar su libertad. Por esto, una premisa de la ciudadanía liberal es el individualismo: el individuo vela por su bienestar, privilegiando así sus bienes sobre los de la comunidad:

El individualismo es el elemento más importante de la ciudadanía liberal. Sobre todo por su reacción contra el despotismo del Antiguo Régimen, el liberalismo ha privilegiado fuertemente los derechos individuales y su esfera de acción. Por lo general, el bien individual queda por encima del bien común, y la finalidad del Estado es únicamente instrumental, es decir, permitir la libertad de los individuos, sin interferir con ellos. Los derechos individuales y sus inherentes proyectos subjetivos son el eje de este modelo. Se muestra una férrea prevención de evitar la tiranía de las mayorías y las lesiones que se pudieran ocasionar con respecto a las libertades individuales (Horach, 2009, p. 15).

La participación política en la ciudadanía liberal se articula con el ejercicio del beneficio particular, donde el individuo es el único que puede defender sus intereses; incluso, el Estado no puede intervenir en la defensa de estos. Los derechos políticos son de carácter instrumental, con lo cual la representación de los intereses ciudadanos es cedida a una élite política.

El papel del Estado en la ciudadanía liberal es el de un Estado neutro que responde a las opciones morales de los individuos. Esta orientación se presenta como opción al problema del pluralismo, pues este vincula la participación ciudadana por el bien y la autonomía. El Estado es un garante de la equidad, el civismo, la cooperación y el autorrespeto. En este sentido, el Estado debe proveer las libertades individuales, si exige una lealtad cívica.

Ciudadanía republicana

El modelo de ciudadanía republicana implicó replantear el modelo liberal y se situó como una alternativa frente a este. La idea del vínculo del individuo con la comunidad es mucho más fuerte, sin traspasar lo público, velando así por lo propio, pero con la premisa de los valores y la moral.

La intersubjetividad prima en el republicanismo, incluso pensándose una alteridad del sujeto; esto es, un ideal de libre expresión en el que el ciudadano puede llegar a acuerdos, pero con la rectitud del respeto mutuo y la veracidad que se espera en un diálogo regulado y equitativo. El ciudadano republicano es un ciudadano activo en la vida política, por cuanto participa de los debates sobre la conformación de la agenda pública y el desempeño de las funciones públicas.

Al respecto, Habermas (1998) da un especial énfasis a la vida pública y activa de los ciudadanos, en el sentido de que pueda regir la vida en el ámbito privado y, sobre todo, en la esfera pública. Al ser autónomos en la esfera privada, podríamos ser autónomos en la esfera pública:

Sacar a los pobres de su pobreza no es tan solo un asunto de caridad, conciencia y deber ético, sino una condición indispensable (aunque meramente preliminar) para reconstruir una república de ciudadanos libres a partir de la tierra baldía del mercado global (Bauman, 2002, p. 186).

El modelo de la ciudadanía republicana busca la igualdad económica y el fortalecimiento de la democracia, dándole importancia a lo público por encima de lo privado.

Ciudadanía comunitaria

Consecuente con el modelo anterior de ciudadanía, el modelo comunitarista es más sectaria respecto a los deberes hacia la comunidad, por cuanto privilegia políticamente los conceptos de comunidad y bien sobre la idea de lo justo. La ciudadanía comunitarista busca valores culturales particulares, y el Estado protege la permanencia de la cultura y la autodeterminación nacional. Este tipo de ciudadanía privilegia los deberes hacia la comunidad sobre los derechos individuales, y promueve así la existencia de deberes especiales con la comunidad inmediata:

El comunitarismo no parte, como sí hacen el republicanismo y el liberalismo, de unos principios definidos de lo que se entiende por justicia, sino que estos se dejan a la dinámica del consenso grupal. En los casos más dogmáticos, la lealtad al grupo viene impuesta, dejándose fuera de la comunidad a quien no acepta los criterios de la misma (Horach, 2009, p. 17).

Este tipo de ciudadanía propugna la participación política de los diferentes grupos minoritarios que componen una sociedad, reconociendo en ellos la igualdad de derechos y su participación en la esfera pública.

Ciudadanía multicultural

El principal representante de este modelo ciudadano es Kymlycka, quien lo define como pluralismo cultural:

Se refiere a tres clases de grupos, con sus correspondientes derechos específicos para cada caso: a) los grupos desfavorecidos (mujeres, discapacitados, etc.), que deben tener derechos especiales por un espacio de tiempo determinado; b) grupos de inmigrantes y minorías étnicas o religiosas: son acreedores de derechos multiculturales, y además de forma permanente, por lo que mantendrían su identidad diferenciada; c) minorías nacionales: exigen “derechos de autogobierno”. Prefieren mayor grado de autogobierno que una representación mayor en el conjunto del Estado (Horrach, 2009, pp. 17-18).

Kymlicka habrá de proponer como salida un “uso operativo” del concepto de ciudadanía, teniendo como referente principal a las minorías étnico-culturales. Así, se debe reconocer y defender, además de los derechos individuales de las personas, un conjunto de derechos particulares para los grupos étnico-culturales minoritarios; derechos que el autor engloba en tres grupos: poliétnicos, especiales de representación y de autogobierno.

Se puede considerar que esta ciudadanía propicia que la democracia de los Estados multinacionales construya como principios constitucionales el reconocimiento y el apoyo a las minorías étnicas, propendiendo a una justicia con igualdad, acomodándose a las necesidades diferenciadas y manteniendo los derechos colectivos que posibilitan la manutención de las diferentes culturas. El multiculturalismo propone darle la voz a las minorías y los grupos étnicos, para que estos expresen sus necesidades y puedan participar en los procesos políticos y económicos.

Ciudadanía posnacional

La actual noción de ciudadanía responde a los modelos económicos imperantes y a los intereses de colectividades específicas. Habermas se ha dedicado al análisis de la situación ciudadana en la actualidad, a partir de lo cual reconoce la presencia de unos Estados posnacionales que son la suma de los Estados plurinacionales y pluriétnicos. En esta situación sobresale una ciudadanía de tipo incluyente, pues a través de la vinculación entre Estado y ciudadano se llega, en términos constitucionales, a la integración de las diferencias en una nación.

Los planteamientos de Habermas (1998) alrededor de la ciudadanía gozan de amplio reconocimiento y vigencia en la actualidad, en particular porque hacen referencia a las posibilidades de una Europa unificada que enfrente las problemáticas derivadas de la inmigración, la identidad nacional y el insignificante papel del Estado en materia de ciudadanía.

Para Habermas (1998), en el caso europeo, son tres los acontecimientos históricos que inciden en la relación entre la noción de ciudadanía y la identidad nacional: 1) la reunificación alemana, 2) la constitución de la Comunidad Europea y 3) los gigantescos movimientos migratorios desde las regiones pobres del este y el sur a los que se va a enfrentar Europa occidental. Por estos acontecimientos es necesario la consolidación de un modelo ciudadano más pertinente, donde la reflexividad y la crítica estén presentes en las relaciones Estado-ciudadano, pero con primacía de una especie de patriotismo constitucional.

Ciudadanía digital

Actualmente, las nuevas tecnologías —en particular, internet— han permitido que el acceso a la información y los mecanismos de participación cambien. Hoy se puede hablar de una ciudadanía digital que, por un lado, privilegia los derechos sociales y digitales vinculados al acceso a la red y, por otro, interviene activamente en la acción política. Las formas participativas van desde la participación simple no vinculante y coyuntural hasta las formas organizativas de gobernanza2. De esta manera, la ciudadanía hoy responde a la responsabilidad social en la acción ejercida mediante la participación en las esferas locales, nacionales e internacionales de la sociedad.

Además, la ciudadanía digital se relaciona con las normas de comportamiento vinculadas al uso de las tecnologías y a los valores y derechos de los sujetos. Antes de emprender una ciudadanía digital, es necesaria una educación tecnológica que se fundamente en valores de tolerancia, libertad, diálogo y solidaridad, pues ello permitiría el buen funcionamiento de las democracias participativas, apartaría un uso endogámico de las herramientas dispuestas y fomentaría la participación.

El problema radica en conseguir que internet no sea solo visto como una herramienta de selección-búsqueda de información y de comunicación mediática-pasiva. Es necesaria la intervención de la escuela para que se desarrolle un conocimiento sobre las estructuras sociales, los mecanismos de participación activa y los procedimientos institucionales. Al respecto, desde una perspectiva pedagógica, Gonzálvez (2011) propone una relectura del concepto de educación, una alfabetización integral, un fortalecimiento de la ciudadanía digital y la inclusión de la dimensión ética, de desarrollo humano y justicia global. La educación cívica en la cultura digital consiste en aprovechar al máximo el caudal tecnológico disponible, centrado en el uso correcto y adecuado de la tecnología para la participación y el interés por la justicia, en clave cosmopolita.

LAS COMPETENCIAS CIUDADANAS, UN INSTRUMENTO DE MEDICIÓN

El Ministerio de Educación Nacional (MEN) necesitaba saber si los colegios y las universidades formaban buenos ciudadanos. Se pensaba la ciudadanía como respetar los derechos de los demás, favorecer los procesos colectivos y propiciar una relación armónica con el Estado:

El núcleo central para ser ciudadano es, entonces, pensar en el otro. Se basa en tener claro que siempre hay un otro, y tener presente no solo al otro que está cerca y con quien sabemos que vamos a relacionarnos directamente, sino también considerar al otro más remoto, al ser humano aparentemente más lejano —al desconocido, por ejemplo, o a quien hará parte de las futuras generaciones—. Todos podemos reconocernos como compañeros de un camino bien largo (Mockus, 2004).

En ese sentido, la propuesta del MEN radicaba en buscar fortalecer las habilidades convivenciales, proyectando en los estudiantes la idea de “un buen ciudadano”, un individuo capaz, bien sea en habilidades, conocimientos, disposiciones y actitudes favorables para el desarrollo de una ciudadanía. Si esto es posible, “el concepto de ciudadanía da criterios para evaluarse, para evaluar a los demás, para exigirse y para formarse expectativas. Se busca que el ciudadano se examine, piense, se autoevalúe, se autorregule, participe y acuerde” (Mockus, 2004).

Esta perspectiva de evaluación consintió la aparición de las competencias ciudadanas como una forma de evaluación del ciudadano, a partir de la observación de cómo ejerce la ciudadanía, cuál es su identidad y cómo asume los derechos y deberes propios y de los otros ciudadanos. Así, las competencias ciudadanas, en cuanto modelo pedagógico para la formación en ciudadanía y como estrategia de evaluación de los ámbitos escolar y universitario, requieren de una continua mirada reflexiva que abra la discusión acerca de su real peso en la formación de los estudiantes. Aquí se ha establecido la necesidad de fomentar miradas críticas que complementen el rol oficial que cumplen en la estructura de la educación nacional.

Es importante reiterar que el objetivo no es propender a la anulación o el descrédito de las competencias ciudadanas; lo que se ha buscado es brindar elementos para su fortalecimiento, por cuanto las condiciones de nuestro país así lo ameritan. El conflicto armado interno aún inconcluso, las condiciones económicas de exclusión social de amplios sectores de la población y ciertos factores culturales como el machismo son solo algunos elementos necesarios de considerar para abordar un problema que, según se ha destacado, no posee la atención que merecería. Se comparte aquí el punto de vista de Gómez (2005) en relación con los retos que este panorama impone:

La naturaleza y condición de la ciudadanía y el ser ciudadano no solo atraviesan actualmente por un sinnúmero de desafíos, barreras y limitaciones que convierten este concepto en una de las piedras angulares de los debates de la filosofía y la ciencia política contemporáneas, sino también, y quizás principalmente para nuestros intereses, ponen en entredicho los fines de la educación y el ideal de sociedad que se propone (p. 57).

Las barreras serían las siguientes, de acuerdo con la lectura de Gómez (2005, p. 58): a) políticas, por cuento es manifiesta la existencia de ciudadanos de segunda y tercera clase; b) económicas, ya que los derechos del ciudadano, en la actualidad, se subordinan a los de un consumidor que asume el rol de cliente; y c) convivenciales, lo cual encuentra sustento en las luchas y discusiones llevadas a cabo por el feminismo, el poscolonialismo, la teoría crítica de la raza y los movimientos sociales.

 

Teniendo en cuenta este referente inicial, y para entrar en materia de competencias ciudadanas, se retoma el marco general en el cual estas han sido establecidas. Hacia el 2008, el MEN presentó la formulación de un conjunto de competencias denominadas genéricas o transversales para la formación en la educación superior, cuyo objetivo principal obedecía a posibilitar “un monitoreo de la calidad en la educación superior en el país y que puedan constituirse [las competencias] en el elemento articulador de todos los niveles educativos: inicial, básica, media y superior” (MEN, s. f., p. 1). La razón por la cual el MEN optó por el esquema de las competencias también contaría con una serie de razones que, en lo fundamental, responderían a necesidades actuales de alta prioridad para la sociedad:

El aprendizaje para toda la vida, la comprensión de contextos y situaciones que exige la toma de decisiones argumentada, las posibilidades de análisis y de crítica ante diversos enunciados se han identificado como competencias que deben ser fuertemente desarrolladas ante el cambiante estado de las tecnologías de la información y la comunicación y el vertiginoso avance de los conocimientos sobre aquellos aspectos que demanda la sociedad de los futuros profesionales, universitarios, técnicos o tecnólogos (MEN, s. f., p. 1).

Las competencias seleccionadas han sido organizadas en cuatro grupos: a) comunicación en lengua materna y en otra lengua internacional, b) pensamiento matemático, c) ciudadanía, y d) ciencia, tecnología y manejo de la información. Cada grupo cuenta con sus respectivos estándares, a la manera de desempeños observables3. Con todo, el MEN (s. f.) expone como propuesta principal agrupar las competencias, que denomina genéricas, en tres grupos:

 

1. Competencias abstractas del pensamiento: razonamiento crítico, entendimiento interpersonal, pensamiento creativo, razonamiento analítico y solución de problemas.

2. Conocimientos y competencias prácticas necesarias para el despliegue de las competencias abstractas: conocimiento del entorno, comunicación, trabajo en equipo, alfabetización cuantitativa, manejo de información, comunicación y TICs.
3. Dinamizadores para el desarrollo de las competencias genéricas: saber aprender y recontextualizar (p. 3).

 

En este punto es necesario hacer referencia a lo que la propuesta ministerial entiende por competencia: “Es un ‘saber hacer’ en el que se conjugan pensamiento, conocimiento y habilidades” (MEN, s. f., p. 2). Es importante destacar que el debate mismo sobre el sentido y significado del concepto de competencia es amplio y cuenta con varias posturas, lo cual no permite llegar a consensos4. Sin embargo, debe resaltarse que desde el terreno de la psicología se han producido varios elementos para su comprensión, sobre todo desde perspectivas biológicas y neurológicas. Con todo, dos son los referentes principalmente contemplados en el ámbito educativo:

Hasta ahora, la discusión del término competencia se ha realizado más cercana a sus significados etimológicos, en donde se ha clarificado su tránsito del campo de la lingüística, al laboral, para posteriormente adquirir significado en la atribución de pautas de desempeño en un sujeto, como capacidad para resolver algún problema. […] De esta manera podemos reconocer dos puntos de influencia específicos para el empleo del término competencias en educación. Uno proviene del campo de la lingüística, el otro del mundo del trabajo (Díaz, 2009, p. 71).

Antes que desarrollar aquí una presentación en la que se enumeren autores (como Piaget, Chomsky, Hymes, Vigotsky, Habermas o Perrenoud) y se sinteticen sus planteamientos frente al concepto de competencia, sus pros y contra, el interés se orienta a resaltar una serie de puntos de debate y reflexión relacionados:

 

  1. Las competencias han propiciado un estimulante y necesario debate académico y pedagógico que ha dado luces para avanzar en la mejora de los procesos de formación en todos los niveles educativos, de cara a una serie de realidades cambiantes en la contemporaneidad. Ellas también constituyen una propuesta de superación del enciclopedismo en la educación. Sin embargo, el principal punto que se cuestiona de su apuesta es que su aplicación superficial e instrumentalizada termina por fomentar una mentalidad igualmente instrumental e irreflexiva5, a la manera de “la realidad debe dominarse, más que reflexionarse sobre ella” (Aristimuño, 2009).
  2. El concepto de competencias no es muy sensible a la hora de tener en cuenta el contexto cultural en el que se desarrollan; de hecho, es insuficiente la claridad sobre lo que se entiende por contexto. En efecto, las competencias contemplan el contexto como entorno de un hacer, pero sin llegar a dimensionar las repercusiones culturales existentes de fondo (Salas, 2005).
  3. Las competencias son un modelo que se está implementando paulatinamente en las universidades; por tanto, es necesario considerar que su puesta en práctica es progresiva y no abrupta6, y ellas tienen implicaciones curriculares7, didácticas y, claro está, en la evaluación (Salas, 2005). Este último es un aspecto particularmente sensible en el modelo de las competencias, por cuanto lo que este propone difícilmente puede evaluarse en su dimensión real a la luz de pruebas que acentúan los resultados, como lo tienden a hacer las pruebas Saber y Saber Pro. En efecto, llevar las competencias al entorno educativo “demanda una transformación radical, mas no inmediata, de todo un paradigma educativo, implica cambios en la manera de hacer docencia, en la organización del sistema educativo, en la reflexión pedagógica y sobre todo de los esquemas de formación tan arraigados por la tradición” (Salas, 2005, p. 9). Díaz (2009) va más allá cuando se pregunta: “¿Realmente el enfoque de competencias representa una innovación, o solo una apariencia de cambio?” (p. 67). Desde su perspectiva, prevalece la parcialidad y superficialidad en las aplicaciones de este enfoque: “La innovación de esta manera es una compulsión, pues el sistema educativo no se concede tiempo para examinar con detenimiento los resultados de la misma. Los tiempos de la innovación no responden a una necesidad pedagógica, sino a la dinámica que la política educativa asume en cada ciclo presidencial” (p. 69).
  4. No es sencillo clasificar u organizar las competencias; este es un enfoque reciente que se caracteriza por la heterogeneidad de las aplicaciones particulares en casos concretos (Díaz, 2009).

 

En el marco de la evaluación, las competencias ciudadanas, entonces, apuntan a lo siguiente:

[Se] evalúan las competencias de los estudiantes para analizar y comprender su entorno, en el marco ético que inspira la Constitución Política de Colombia. Se evalúa la comprensión de conceptos básicos de la Constitución y competencias como la valoración de argumentos, la multiperspectividad y pensamiento sistémico (Universidad Nacional de Colombia, 2012, p. 25).

En la tabla 1 se sintetizan los procesos que son evaluados en el módulo correspondiente a las competencias ciudadanas del pregrado:

Tabla 1. Procesos y desempeños de las competencias ciudadanas

PROCESOS

DESEMPEÑOS

1. Comprender qué es la Constitución Política de Colombia y sus fundamentos.

• Conocer las características básicas de una constitución.

• Reconocer que la Constitución promueve la diversidad étnica y cultural del país, y establece que es deber del Estado su protección.

• Conocer que Colombia es un Estado social de derecho e identificar sus características.

2. Conocer los derechos y deberes que la Constitución consagra.

• Conocer los derechos fundamentales de los individuos.

• Conocer los derechos sociales, económicos y culturales.

• Conocer los derechos colectivos y del ambiente.

• Conocer los deberes de los ciudadanos que consagra la Constitución.

3. Conocer la organización del Estado de acuerdo con la Constitución.

• Conocer las funciones y alcances de las ramas del poder y de los organismos de control.

4. Analizar y evaluar la pertinencia y solidez de enunciados.

• Examinar los argumentos presentados.

• Valorar la solidez y pertinencia de la argumentación.

5. Reconocer, contrastar y valorar distintas perspectivas.

• Analizar situaciones de conflicto.

• Reconocer diferencias de concepciones o ideologías.

• Analizar alternativas de solución para conflictos o problemas sociales.

6. Comprender que los problemas o fenómenos sociales y sus soluciones son multidimensionales y reconocer interacciones entre estas dimensiones.

• Caracterizar y contrastar las dimensiones que hacen parte de una situación, de un problema o de su solución

• Reconocer y comprender interacciones entre distintas dimensiones de problemas sociales.

• Reconocer y comprender las consecuencias que una propuesta de solución tiene en diferentes dimensiones de un problema social.

• Caracterizar y contrastar las dimensiones que hacen parte de una situación, un problema o su solución.


Fuente: Universidad Nacional de Colombia (2012, p. 25)

Como se podrá ver, según el MEN (s. f.) existe una serie de énfasis en los siguientes puntos: la resolución pacífica de los conflictos, el reconocimiento de los derechos de los demás, el equilibrio de intereses y la comprensión de las relaciones entre individuo, sociedad y Estado. Y en este mismo marco, continúa señalando: