SKY EL LÍMITE ES EL CIELO

LA INTRAHISTORIA DEL EQUIPO QUE HA
REVOLUCIONADO EL CICLISMO MUNDIAL


RICHARD MOORE





Libros de Ruta

ÍNDICE

Prólogo        El Inicio del Camino

Capítulo 1    Masa Crítica

Capítulo 2    La Academy

Capítulo 3    Adiós Cav, ¿Hola Wiggo?

Capítulo 4    El Mejor Equipo Deportivo del Mundo

Capítulo 5    Descubriendo la Peluca

Capítulo 6    Un Tsunami de Emociones

Capítulo 7    Enfrentarse a los Maestros

Capítulo 8    El pipí de Omán

Capítulo 9    Las Clásicas

Capítulo 10  El Reconocimiento

Capítulo 11  Todos por Brad

Capítulo 12  No es el Autobús

Capítulo 13  Muy Lejos del Cielo

Capítulo 14  Toma Dos

Capítulo 15  Hámsters en una Rueda

Epílogo        La Promenade des Anglais

Agradecimientos

Índex

INTRODUCCIÓN

Este libro fue concebido como una mirada a 2010, el primer año del Team Sky en el pelotón profesional, así como al trasfondo de su construcción. El objetivo era reflejar la incertidumbre de un equipo nuevo en sus primeros pasos. Confiaba y deseaba fervientemente que esta historia pudiese acabar siendo interesante, porque sabía que no sería un camino libre de escollos. Y así se demostró.

Pero la historia no acabó ahí. No podía hacerlo. Rápidamente hubo que añadir nuevos capítulos. Era necesario que así fuera ya que sin ellos la historia no estaría actualizada. La versión que tiene en sus manos contiene capítulos referentes a la segunda temporada del equipo, 2011, y también a una campaña 2012 que acabaría convirtiéndose -aunque no quiero destripárselo, estimado lector- en un extraordinario y muy apropiado clímax para el libro.

El centro de la historia se mantiene en el año del debut, que resultó ser un auténtico ‘bautismo de fuego’.

Sin embargo, el equipo debía aprender aún muchas lecciones.

De ello iba a quedar constancia en lo sucesivo…

Richard Moore
Febrero de 2013

PRÓLOGO

EL INICIO DEL CAMINO

«Usarán tecnologías a las que todos miraremos y de las que diremos: ‘Nunca hemos visto algo así’».

Lance Armstrong

Rymill Park, Adelaida, 17 de enero de 2010

Es una calurosa y húmeda tarde de verano en el centro de Adelaida, y en Rymill Park comienza a reunirse una gran multitud. Familias enteras se sitúan a los lados de un circuito rectangular y vallado de un kilómetro de longitud alrededor del perímetro del parque mientras las terrazas de los pubs se llenan de jóvenes que beben cerveza en vasos de plástico.

La temporada ciclista de carretera solía comenzar mes y medio más tarde en algún gélido puerto a orillas del Mediterráneo, con los corredores envueltos en muchas más capas que espectadores podían contarse en el lugar. Pero este deporte ha cambiado en la última década: se ha globalizado. Y ningún evento lo ejemplifica de mejor forma que el que abre la temporada: el Tour Down Under.

Este año, sin embargo, hay otro presagio de cambio. De posible cambio. Viste camiseta blanca de manga corta perfectamente planchada, pantalones largos y zapatillas negras, cabeza afeitada cubierta con crema solar. Camina ansioso entre los coches de equipo aparcados en la zona de boxes y aguanta más de una comparación con el típico turista británico. Se llama Dave Brailsford.

En su Gran Bretaña natal, Brailsford se ha ganado una reputación como gurú del deporte. Desde 2004 ha sido la cabeza visible de British Cycling, la selección británica que, en los Juegos de Pekín 2008, lideró el mayor dominio jamás visto en la historia olímpica. Pero eso era ciclismo en pista, no ciclismo en ruta. El ciclismo en ruta -el más conocido en la Europa continental- es un mundo completamente nuevo no sólo para Brailsford, sino para Gran Bretaña, un país que siempre ha vivido a espaldas de la tradición ciclista en Europa.

Ha habido equipos profesionales británicos en el pasado. Pero han sido, sin excepción, empresas condenadas, icáreas, en busca de un sueño imposible. Cuanto más alto volaban -algunos llegaron hasta el Tour de Francia, como en 1987 un equipo particularmente desafortunado1–, más duro y lejos caían y más se quemaban sus alas. De hecho, parece que encaja extrañamente que, tras más de un siglo mirando a este deporte sólo con interés pasajero y un conocimiento limitado, Adelaida, en Australia, en la otra punta del mundo, sirva como sonado ingreso de Brailsford y su nuevo equipo británico en el mundo del ciclismo profesional.

‘Sonado’ es la palabra adecuada. Todo alrededor del nuevo equipo, el Team Sky -desde la ropa, pasando por los coches, hasta la llamativa y rimbombante presentación en Londres celebrada sólo unos días antes, desprende distinción y ambición. No sólo quieren entrar como uno más en el mundo del ciclismo en ruta. Aspiran a marcar distancias; a ser diferentes. Y para ser diferentes y tener éxito, aspiran a cambiarlo casi del mismo modo que el patrocinador del equipo, British Sky Broadcasting, cambió el paisaje del fútbol inglés en las últimas dos décadas; casi del mismo modo que Brailsford y su equipo ‘cambiaron’ el ciclismo en pista. No simplemente moviendo los postes de la metafórica portería, sino situándolos en una dimensión diferente.

El Team Sky es una idea diseñada por Brailsford en compañía de su entrenador principal y ‘mano derecha’, Shane Sutton. Sutton, un australiano delgado, rudo, nervioso e irritable, es el contrapunto al espíritu recto de Brailsford, con su conocimiento de los negocios y su máster en administración de empresas. Actúan como pareja de una forma parecida a la de Brian Clough y Peter Taylor, el legendario dúo de entrenadores de fútbol2 Y se sienten perdidos sin el otro de un modo similar a ellos.

Sutton no está presente en Adelaida a una hora de que comience la primera carrera de la temporada, la primera de la historia del Team Sky. Brailsford revisa constantemente su teléfono hasta que suena finalmente. «Ha llegado el águila», reza el SMS. El vuelo de Sutton desde Perth, que llegaba con retraso, ha aterrizado. Brailsford se muestra liberado. «Bueno, es que Shane tenía que estar aquí para ver esto», dice.

Sutton llega. ¿Habrá traído champán, listo para brindar por la ocasión? «No, esas mierdas se las dejo a otro», responde irritado. Lleva la misma ropa de equipo que Brailsford, pero mientras éste parece un hombre de negocios de vacaciones, Sutton, con su camiseta blanca y sus pantalones largos oscuros, tiene el aire malévolo y calculador de un travieso colegial. Brailsford se acerca a la nevera gigante aparcada a la sombra del coche del equipo, saca un par de latas de Coca-Cola Light y le lanza una a Sutton. Las abren, toman un largo sorbo y esperan a que comience la acción. Quedan sólo unos minutos.

Brailsford ha vuelto corriendo a Rymill Park desde el hotel del equipo, el Hilton Adelaide, donde dio una motivadora charla a los siete corredores del Team Sky -el neozelandés Greg Henderson; los australianos Mat Hayman y Chris Sutton; los británicos Russell Downing, Chris Froome y Ben Swift y el italiano Davide Viganò–. Antes, los ciclistas habían sido presentados en un escenario por los comentaristas de televisión Phil Liggett y Paul Sherwen. «Nunca pensé que vería el día en que tendríamos un equipo británico en el ProTour3», sentenció Sherwen.

Aunque todos son profesionales expertos, muchos de los cuales han competido para grandes equipos, los siete hombres llamados a esta carrera por el Team Sky se ven sacudidos por los nervios mientras se preparan para el debut. El tiempo muerto entre la presentación de equipos en el centro de Rymill Park y el inicio de la prueba es un ‘agujero negro’ en el que se desatan los miedos, las dudas y la ansiedad. «Estábamos todos nerviosos, sentados sin hacer nada, esperando», recordará después Mat Hayman. «Ponerte la nueva equipación, recibir la oportunidad de ser parte de este nuevo equipo… todos sabíamos lo que se había movido alrededor de este proyecto: más de un año de trabajo, muchísima reflexión y organización. Nosotros también estamos emocionados. Todos nos hemos volcado de lleno en lo que Dave y Shane y el propio Scott [Sunderland, el director deportivo principal] están intentando conseguir aquí. Y todos hemos reconocido que hacía mucho tiempo que no estábamos tan nerviosos al afrontar un debut».

Justo antes de que abandonasen el hotel y recorriesen en bici los diez minutos de distancia hasta Rymill Park, Brailsford se dirigió a ellos. «Este es un momento de orgullo para mí y una ocasión única. Sólo vamos a debutar una vez. Es ésta, chicos. Es un privilegio. Disfrutadlo».

Brailsford había pasado 48 horas en Adelaida antes del gran debut del domingo con este critérium vespertino, seguido, dos días más tarde, por el Tour Down Under, de seis etapas. Había llegado al Hilton a última hora de la noche del viernes y se había dirigido con calma hacia el hall del hotel. «Soy un ‘angustias’. Siempre me estoy preocupando. Siempre estoy preguntándome qué habría pasado si hubiésemos hecho esto o aquello. Es algo inevitable y que nunca voy a cambiar, pero tengo confianza en que hemos hecho todo lo que podíamos para llegar bien preparados. Es un gran momento. Estoy emocionado». Quiso añadir, en cualquier caso, una nota de precaución: «No puedes pasar de tener un grupo de individualidades que se juntan unos días en Manchester a un equipo de élite en tan sólo mes y medio. Es un proceso más largo».

A pesar de ser tan tarde, Brailsford se tomó un café y después otro más. Y siguió hablando, parándose sólo para gritar a Matt White -director del Garmin-Transitions, un equipo rival-, que cruzaba el hall en ese momento. «¡Eh, Whitey!», aunque parecía que White no le oía. «¡Whitey

Brailsford parecía estar fuera de la que había sido su zona de comodidad durante muchos años: el interior de un velódromo. Analizando a sus corredores mientras rodaban por las tablas de la pista; hablando con su equipo de entrenadores; en conversación, brazos cruzados, con Shane Sutton. En el Team Sky, el cargo de Brailsford es el de ‘team principal’, un término que parece un poco vago (y, de nuevo, diferente), salvo en un aspecto importante: es el único hombre con responsabilidad en todas las áreas. Aun así, en la carretera, durante las pruebas, serán los directores deportivos quienes den las órdenes. En Adelaida, el hombre que cumple ese rol es Sean Yates, un experto exprofesional británico; de hecho, todo un ganador de etapa y maillot amarillo del Tour de Francia. Yates ha supervisado los entrenamientos del equipo durante toda la semana en Adelaida.

Es evidente que Brailsford, que acaba de llegar, todavía no está muy seguro de cuál es su posición. Este no es su mundo. No todavía. De todas maneras, Brailsford quiere centrarse de momento en los aspectos generales; en las numerosas carreras que afrontarán en el inicio de temporada y en las clásicas de primavera, que conducirán al Team Sky a su principal objetivo, el Tour de Francia, donde tratarán de apoyar a su líder y paladín de la cantera británica, Bradley Wiggins, en su intento de luchar por una plaza en el podio de París.

«La gente insiste en preguntar qué sería una buena carrera para nosotros aquí, o qué haría de ésta una gran temporada», dice Brailsford. «Lo importante es esforzarnos y no dar un nivel por debajo de nuestras posibilidades. Estamos intentando crear un entorno en el que los corredores den el máximo de sus capacidades. Por eso, si rinden por debajo de ese máximo, nosotros como staff estaremos haciendo algo mal».

En Rymill Park, el ambiente de ‘primer día de la temporada’ provoca una tóxica sensación mezcla de excitación, nervios y anticipación. Por los nuevos equipos e indumentarias; por las brillantes nuevas bicicletas; por las suaves piernas de los ciclistas, sin las marcas de caídas y rozaduras con el asfalto que las desfigurarán en las próximas semanas y meses; por los entusiastas aficionados australianos, que en años anteriores sólo habían podido ver a las grandes estrellas europeas de este deporte en la televisión y a altas horas de la noche. Todo es nuevo y brillante, excepto los 38 años de Lance Armstrong, líder de su nuevo equipo, el RadioShack, en su segunda temporada tras regresar a la competición.

En los boxes, justo después de la primera curva de este circuito de 1,1 kilómetros, los coches de los equipos se encuentran alineados frente a frente, con el vehículo del Team Sky -un Skoda, suministrado por dicho sponsor, en vez de su habitual Jaguar- flanqueado por Française des Jeux y Astana, mientras Garmin-Transitions y HTC-Columbia se sitúan justo después. Una palmada en la espalda y un susurro de ánimo son la despedida de Brailsford y Sutton a sus corredores cuando éstos abandonan la sombra que les ofrece el coche y pedalean hacia la salida.

«Tenemos una estrategia definida de carrera», asegura Brailsford mientras Sutton y él se apoyan en el capó del coche. La planificación elevada a la enésima potencia es lo que ha hecho famoso a Brailsford. Pero ambos se muestran tensos y aprensivos mientras esperan la cuenta atrás y el pistoletazo de salida.

El contrapunto de ambos es Bob Stapleton. Su posición es similar a la de Brailsford; en su caso, en un equipo rival, el HTC-Columbia. Stapleton es el hombre al mando de todo en dicho conjunto, pero siempre ha dado impresión de relajación ante ese cargo. Normalmente uno puede encontrárselo pululando por donde esté su equipo durante la mañana, charlando tranquilamente con los periodistas. Como Brailsford, Stapleton tiende a ser visto como alguien ajeno al ciclismo, un deporte con reputación de ser resistente o cauteloso hacia los advenedizos. Era y es un multimillonario hombre de negocios procedente de California que se vio catapultado a la tarea de ‘limpiar’ y dirigir uno de los mejores equipos del mundo en el año 2006. Pasado este tiempo, parece haber superado cualquier sospecha u hostilidad. Su carácter abierto y amistoso debe de haberle ayudado. Pero le ha favorecido aún más que su equipo, el HTC-Columbia, tenga éxito y gane más carreras que ningún otro.

Cuando arranca la primera carrera de la temporada 2010, Stapleton se aleja de su coche de equipo y se dirige hacia donde están Brailsford y Sutton. Pero antes de llegar, se para y se sienta sobre el capó del coche del equipo Astana, cuyo staff charla animadamente sentado en la puerta trasera, de espaldas a la acción (el aparente desinterés entre la gente que trabaja a este nivel en el ciclismo suele ser bastante típico, aunque ligeramente extraño en la primera carrera de la temporada. Sugiere cierta complacencia en algunos equipos, lo que Brailsford ha identificado como una oportunidad para avanzar).

Vestido con ropa Columbia -beige suave y turquesa pastel-, Stapleton, sonriente mientras pregunta «¿Os importa si me quedo por aquí, chicos?» y se apoya en el capó del coche del Astana para observar la carrera, se muestra tan relajado como podría estar un multimillonario de California entusiasta del ciclismo que ha tenido la posibilidad de disfrutar su pasión por este deporte montando su propio equipo. Y eso es lo que es. Su director deportivo, Allan Peiper, muestra una figura menos relajada en el coche del HTC, armado con un auricular y un walkie que le conectan a los corredores y que le hacen parecer el portero de un ruidoso pub de fútbol. Sutton y Brailsford siguen sentados en el capó del coche del Team Sky, con Sean Yates muy cerca de ellos. Pero éste no está conectado por radio con sus ciclistas. «Nuestros chicos saben lo que hacen», explica Sutton.

Lo que parece que hacen en la primera fase de la carrera es permanecer tan invisibles como sea posible. Comienzan a surgir los primeros ataques -el joven australiano Jack Bobridge es particularmente agresivo-, neutralizados por un pelotón que entra con facilidad en ritmo de carrera. A mitad de competición se forma una fuga que consigue mantener la distancia. En ella está Lance Armstrong. «Es un tío con muchos frentes abiertos este año», apunta Stapleton misteriosamente (aunque también con conocimiento).

Cuatro corredores forman la fuga de Armstrong, que trabaja bien como grupo y abre una diferencia de hasta casi un minuto sobre el pelotón. Aun así, el Team Sky, con sus distintivos buzos predominantemente negros, se mantiene anónimo, escondido hacia la mitad del pelotón. Brailsford y Sutton siguen apoyados en el capó del coche, aparentemente contentos de que el plan siga su curso, aunque las alertas se activan cuando Ben Swift aparece por los boxes retrasado del pelotón, con algunos radios de su rueda trasera rotos por un trozo de cable suelto en la carretera. El joven corredor británico recibe una bici de repuesto, es empujado de vuelta a carrera y regresa rápidamente al grupo.

Mientras Brailsford y Sutton están metidos de lleno en carrera, Stapleton observa la competición entretenido y con aparente desafección. Se pregunta en voz alta si esta prueba en circuito en el centro de Adelaida, sin ningún tipo de status ProTour -en realidad, sólo un aperitivo del evento principal de la semana, el Tour Down Under- siquiera cuenta como la primera competición del año.

«Si ganamos, es la primera carrera de la temporada», decide Stapleton, con brillo en sus ojos, tras pensar durante un rato. «Si no lo hacemos, no pasa nada».

La escapada de Armstrong se mantiene consentida en cabeza durante suficiente tiempo para que el público empiece a pensar que el estadounidense puede ganar. Pero a cuatro vueltas del final, el HTC de Stapleton se sitúa en cabeza. Una resplandeciente mancha blanca y amarilla que lidera el pelotón a una velocidad sensiblemente más rápida y mete la emoción en el cuerpo a los que están en zona de boxes.

«Muy bien, allá vamos», se anima a sí mismo Stapleton. Pero a la sombra de su equipo ruedan cinco corredores del Team Sky, firmes, en fila de a uno, pegados entre sí y al HTC como una sombra. Y ‘sombra’ es la palabra exacta: vestidos con su equipación oscura se muestran siniestros, amenazantes.

En la vuelta siguiente, HTC continúa liderando el grupo y Sky se mantiene por detrás. Pero en el paso posterior, a dos giros del final, la velocidad ha vuelto a elevarse y el ‘tren’ de corredores del HTC es desplazado de la cabeza: ahora son los Sky quienes copan las seis primeras posiciones, rodando en perfecta formación, con Greg Henderson, el sprinter elegido para hoy, como sexto hombre. «Está todo dentro de los planes», ríe entre dientes Stapleton.

Y es cierto: HTC aprieta de nuevo y sobrepasa a Sky. En temporadas anteriores esto hubiese sido suficiente: nada hubiese podido hacer el rival de turno. Pero Mat Hayman conduce a sus compañeros entre los HTC, los devuelve al frente y encabeza el pelotón en una larga fila india durante una vuelta completa. Una vez que Hayman se aparta, HTC toma aire y vuelve a tirar, pero Sky lleva la inercia en ese momento y son capaces de entrar de nuevo. En la última vuelta, los dos ‘trenes’ ruedan prácticamente codo con codo -parecen dos embarcaciones de remo; unidades separadas, independientes del resto del pelotón- hasta la última curva, en la que el sprinter de HTC, André Greipel, comete un error fatal: permite que se abra un pequeño hueco entre su rueda delantera y la trasera de su último lanzador, Matt Goss. Es un lapsus momentáneo de concentración, un pequeño despiste del alemán, pero los detalles que deciden la carrera a estas alturas son mínimos y ya no hay tiempo para que Greipel se recupere. Henderson se ha mantenido a cola del ‘tren’ de los Sky, mientras su ciclocomputador marca 73 km/h («Pensaba: ‘¡Joder, nunca he corrido con un equipo tan rápido!’») y cuando entran en la recta final el último lanzador de Henderson, Chris Sutton, se cuela en el hueco abierto por las dudas de Greipel. Goss intenta esprintar y recuperar el sitio, pero Sutton y Henderson ya han dado el golpe decisivo.

En la última vuelta, Brailsford y Sutton saltaron del capó del coche como si el motor se hubiese encendido de repente. Corrieron hacia la primera curva, en la que había una pantalla gigante, y observaron cómo Henderson y Sutton esprintaban con todo por la ascendente recta de meta, pasando a Goss y abriendo un hueco suficiente para mirar atrás justo antes de la línea de meta, sentarse y levantar los brazos para celebrar un sorprendente doblete.

Brailsford y Sutton celebran puños al aire y se abrazan antes de que el primero desaparezca entre una nube de periodistas. Pero Stapleton se cuela en ella y aparece para estrecharle la mano. «Lo habéis visto todos», dice entre los flashes de los fotógrafos, «he sido el primero en felicitarle. Enhorabuena, Dave, ha sido tremendo».

Incluso el habitualmente lánguido y relajado Sean Yates está contentísimo y choca las manos con sus corredores cuando vuelven a los coches. «Creo que otros equipos habrán visto esto y se habrán quedado alucinados: seis corredores enfilando el grupo, un ritmo acojonante… y encima ganan la carrera», asevera Yates.

«Ha sido una carrera de manual», dice Sutton. «Pero nunca he visto a Dave tan estresado. A una vuelta del final le tuve que dar mi pelota antiestrés y la exprimió como un loco. Mira, yo he volado hasta aquí porque Dave quería que estuviese en el estreno. Nos dimos la mano al inicio de la carrera, nos dijimos el uno al otro que esto era por fin el inicio del camino… pero a partir de ahora, todo depende de la habilidad de otros. Son ellos, los chicos, los que hacen el trabajo más difícil. Aun así, poder ser parte de esto… es absolutamente fantástico», añade mientras se da la vuelta para abrazar a su sobrino Chris, segundo clasificado.

Brailsford y Sutton saben de sobra lo mucho que importa iniciar bien cualquier empresa complicada. Su mente vuela hasta Pekín, en el segundo día de los Juegos Olímpicos, cuando Nicole Cooke ganó la medalla de oro en la prueba en ruta femenina. Aquella actuación estimuló al equipo de pista y le inspiró para salir a competir y ganar siete medallas de oro. Pero lo más ilusionante del doblete en Rymill Park -siendo sólo un critérium; siendo únicamente el prólogo del Tour Down Under- es que ha sido fruto de la perfecta ejecución de una estrategia, y que al superar al HTC-Columbia en la preparación de un sprint han batido a los mejores exponentes mundiales en este particular arte.

Era ilusionante. Para Brailsford, incluso más que eso: una gran excitación invadía su cuerpo. Era consciente de que había existido cierto recelo y montañas de escepticismo sobre los planes y ambiciones que él mismo había expresado, su intención de hacer las cosas diferente. Al calor del triunfo, se toma su revancha: «Hay gente que cree que sólo damos vueltas en círculos [en velódromos] y que no sabemos dónde nos hemos metido, pero sabemos lo que es lanzar un sprint: todos conocéis que los sprints son parte fundamental de la pista».

«Hay gente que dice que este equipo es todo marketing, luces, fuegos de artificio y todo eso», prosigue. «Pero nosotros habíamos previsto esta llegada. El planteamiento de la carrera de hoy era predecible. No pensábamos que íbamos a conseguir la victoria, pero sí teníamos claro el esquema de carrera: se marcha una fuga en el inicio y al final, es neutralizada. Sabíamos lo que iba a pasar, sabíamos que todo se decidiría en las últimas dos vueltas. Así que había que estar preparados para ello. Teníamos que tener una estrategia».

Y nadie podía discutírselo: gracias a esa estrategia, el primer día había sido un éxito.

1 N. del T.- El ANC-Halfords, que aparecerá reflejado durante el libro.

2 N. del T.- Eran el entrenador jefe y segundo entrenador del Nottingham Forest, capaces de conseguir de modo consecutivo el ascenso a la primera división inglesa, un título de Liga y dos Copas de Europa entre 1977 y 1980.

3 El ProTour (actualmente WorldTour) es la primera división de grandes carreras ciclistas.

CAPÍTULO 1

MASA CRÍTICA

«Pensé: ¡qué diablos! ¿Qué se supone que tienes que hacer? ¿Pararte…? Esto es el Tour de Francia: no vienes a estar parado».

Bradley Wiggins

Bourg-en-Bresse, 13 de julio de 2007

Había sido una típica etapa llana de inicio de Tour de Francia. Típica, a menos que por casualidad fueses británico.

La sexta etapa, sobre 199’5 km desde Semur-en-Auxois hasta Bourg-en-Bresse, transcurría por la llana pero atractiva campiña de Borgoña, entre campos dorados, casas de piedra y orgullosos châteaux. Pero entre la ráfaga habitual de ataques por parte de corredores dispuestos a lucirse en la fuga del día, un hombre consiguió marcharse en solitario.

Estaba en la parte delantera del pelotón, perfectamente situado para responder a esos intentos Había seguido una de las primeras aceleraciones y miró hacia atrás para comprobar que le acompañaban cuatro corredores y que se había abierto un espacio entre ellos y el pelotón. ¡Tenemos hueco! Perfecto. Bajó la cabeza adoptando una posición más aerodinámica y aumentó la presión sobre los pedales: la misma postura y esfuerzo que le habían propulsado hasta sus títulos mundiales y olímpicos de persecución. Cuando volvió de nuevo la vista atrás observó que se había quedado solo. No estaba seguro de lo que había sucedido: si sus compañeros de fuga se habían descolgado de su rueda o habían renunciado a ese intento. Y no estaba seguro de qué hacer. Así que siguió adelante.

Bradley Wiggins, corredor del equipo francés Cofidis, siguió rodando solo, con los codos acoplados, la nariz aguileña cortando el viento, piernas largas y delgadas deslizándose arriba y abajo en un martilleo incansable, kilómetro tras kilómetro. Mientras el pelotón deambulaba a sus espaldas contento de dejar que un corredor en solitario al frente acabase consigo mismo, el inglés acumuló una ventaja que llegó hasta unos desmesurados dieciséis minutos. En ese momento había unos 9 km entre él y los demás. Era una actuación insólita. Y probablemente estaba condenada al fracaso. Pero Bradley Wiggins estaba al fin dejando su huella en el Tour de Francia.

La temporada anterior, cuando Wiggins -entonces con 26 años-disputó su primer Tour, fue uno de los únicos dos corredores británicos en la prueba; el otro era David Millar, de vuelta tras una sanción de dos años por dopaje. Wiggins era un invitado extraño en aquella fiesta. Campeón olímpico de persecución, una superestrella de la pista, pero un ‘don nadie’ en la carretera. Durante cinco temporadas, desde que pasó a profesionales con el equipo Française des Jeux con apenas 21 años en 2002, Wiggins corrió con dos de los equipos más asentados y con mayor tradición del pelotón -el propio FDJ y Crédit Agricoleantes de trasladarse a una tercera formación francesa, Cofidis, en 2006.

Los que le seguían tenían la impresión de que el ciclismo en ruta era más un hobby que una profesión para él. Era lo que Wiggins hacía cuando no se estaba preparando para unos Campeonatos del Mundo o unos Juegos Olímpicos. Tenía la fortuna de estar en equipos que le permitían explotar su obsesión por la pista, o a los que quizás simplemente no les importaba su presencia y que podían permitirse pagar a fondo perdido su sueldo -25.000 libras de inicio [30.000 euros], que llegaron a ser 80.000 (más de 90.000 €) pasados unos años-, o tomárselo como una pequeña inversión en el mercado británico. Aunque cualquier interés que los patrocinadores de sus equipos -la lotería nacional francesa, un banco francés y una compañía de crédito gala- pudiesen tener en dicho mercado debía de ser, como mucho, insignificante.

Durante su primer Tour, muchas mañanas Wiggins abandonaba la clausura del autobús de su equipo, se subía tranquilamente a su bicicleta y se dejaba llevar entre el público hacia el control de firmas. Después se dirigía al Village Départ, cuya entrada está limitada a invitados, VIP’s, medios acreditados y también a corredores… aunque en la era de los autobuses de lujo de los equipos, pocos ciclistas se dignan en aparecer. Wiggins era distinto. Le gustaba leer la prensa británica y tomar un café con periodistas de su país en la carpa de prensa de Crédit Lyonnais.

Una mañana hacia la mitad de su debut en el Tour, mientras esperaba en el Village Départ a su mujer, Cath, que venía de visita, le preguntaron a Wiggins qué le estaba pareciendo la carrera. «Em, creo que puedo ganarla», dijo. Se paró por un momento antes de desplegar una irónica media sonrisa. La idea era ridícula. Era la forma de confirmar su posición en carrera, y también la idea que tenía de sí mismo: un mero outsider.

No es que tuviese desinterés por la prueba. El conocimiento de Wiggins del Tour de Francia, su respeto por él y la admiración hacia sus campeones eran enormes; sólo que parecía no entender lo que él, Bradley Wiggins, estaba haciendo allí y qué podía aportar a esa fiesta, si es que había algo. En realidad, la impresión que daba era la un ciclista de club inglés que hubiese sido lanzado en paracaídas a la carrera más grande del mundo; parecía inconsciente o reacio de su propio talento.

En otra ocasión, Wiggins se demoró en exceso con su café y sus periódicos. Uno de sus directores en Cofidis vino a por él corriendo gritándole: «Brad! Allez!». La carrera se había marchado sin él. Entre hojas de papel y tazas de café desparramadas, Wiggins se levantó como un resorte, cogió su bicicleta, pedaleó por la hierba apurado y saltó al asfalto justo a tiempo para alcanzar la parte trasera de la larga y serpenteante caravana de vehículos que sigue la prueba, alcanzando finalmente el pelotón para sobrevivir otro día más en carrera. Después de tres semanas, finalizó 123° en París. Como cualquier otro corredor que simplemente termina el Tour, no dejó una huella destacable aquel año.

Pero su segundo Tour en 2007 está demostrando ser ligeramente distinto. Termina cuarto en el prólogo y con su gran escapada en la sexta etapa camino de Bourg-en-Bresse consigue al menos dejarse ver. Durante cinco horas acapara las imágenes de televisión, que lo muestran trabajando sin cesar en solitario. El paisaje pasa rápido, pero es como si Wiggins, vestido con el traje rojo del Cofidis, fuese parte de él. Muchos se fijan en su estilo, su suavidad de pedaleo, su clase. «Il est fort», dicen. «Un bon rouleur».4

A mitad de etapa, la diferencia de Wiggins sobre el pelotón ha bajado a ocho minutos y 17 segundos, todavía un margen considerable. Sigue mostrándose fuerte, rodando sin aparente esfuerzo. Y entre algunos de los periodistas que se han reunido ante los monitores de la sala de prensa emerge una teoría como motivación para su ataque en solitario. La pista está en la fecha: 13 de julio. Hace cuarenta años desde que el único campeón del mundo en ruta británico hasta la fecha, Tom Simpson, se desmayó y murió en el Mont Ventoux mientras disputaba el Tour de 1967. Wiggins es un patriota y un entusiasta de la historia del ciclismo; el típico hombre que podría decirte no sólo la fecha de la muerte de Simpson, sino también qué zapatillas llevaba.

Así que eso lo explica todo: Wiggo lo está haciendo por Tom.

En la aproximación final a Bourg-en-Bresse, Wiggins comienza incluso a desafiar los pronósticos -y a los equipos de los sprinters, que tiran ahora al frente del pelotón en busca de su presa- y se muestra como firme alternativa para el triunfo de etapa. Pero cuando entra en los 20 kilómetros finales -tras una breve parada para cambiar una rueda rota, que lanza molesto a la cuneta mientras los frenos de su coche de equipo chirrían sufriendo para no chocar con él-, Wiggins entra en un tramo largo y recto de carretera en el que comienza a levantarse un fuerte viento frontal. Es un serio hándicap. El pelotón siempre puede rodar sensiblemente más rápido que un grupo pequeño o un corredor solo si se lo propone, pero más aún si hay viento de cara.

Cuando Wiggins pasa bajo la pancarta de los últimos 10 kilómetros, con su ventaja desintegrada, es ya un muerto a pedales. El pelotón le deja tambalearse en cabeza hasta engullirlo, casi por casualidad, a 6 kilómetros de meta. Una de las cámaras de televisión situada en un helicóptero permanece con Wiggins mientras los corredores fluyen a ambos lados y el británico desciende por el pelotón hasta ocupar la cola del mismo.

El belga Tom Boonen gana el sprint masivo y es rodeado por periodistas y cámaras de televisión mientras aminora su marcha hasta pararse después de la línea de llegada. Otros corredores también atraen su propio corrillo. Tras unos largos 3 minutos y 42 segundos, aparece finalmente Wiggins: el 183°, el último corredor en cruzar la línea. Mientras se para con gesto fatigado y seca su cara llena de salitre con el dorso de sus guantes, un corrillo se acerca también hacia él.

¿Así que era por Simpson? «¿Perdón?», responde Wiggins. Hoy es el aniversario de la muerte de Simpson, le explican.

«Nah, nah. No me había dado cuenta», dice encogiéndose de hombros. «Pero sí es el cumpleaños de mi mujer, Cath. Estará viéndome por la tele en casa con los niños. Supongo que era lo más cercano a poder pasar el día con ella».

Para decepción de los periodistas, admite que no tenía marcada esta etapa para atacar. «Estábamos cinco en un pequeño corte de salida, di un relevo largo, miré atrás y vi que estaba solo. Tú no eliges quedarte solo tal cual, simplemente te sucede. Pensé: ¡Qué diablos! ¿Qué se supone que tienes que hacer? ¿Pararte…? Esto es el Tour de Francia: no vienes a estar parado. Así que decidí continuar. Cuando conseguí un minuto de ventaja, pensé que habría un contraataque y alguien me alcanzaría, pero no ocurrió. Y seguí hacia adelante».

«Cuando cogí diez, quince minutos, pensé que quizá podía ganar la etapa. Incluso a 15 km de meta llegué a creérmelo, pero entonces entró ese maldito viento de cara llegando al final. Todavía iba rodando a 45 km/h, pero sabía que por ahí podía ir a 52 ó 53. A 10 de meta ya sabía que no tenía ninguna opción por culpa del viento».

Aun así, era un día hacia el que Wiggins podría volverse en el futuro con orgullo. Y se había ganado su primera visita al podio, cuyos escalones le robaron los últimos gramos de energía que quedaban en sus piernas para recoger le prix de la combativité: el premio diario al corredor más agresivo.

Dos plazas por delante, también descolgado del pelotón cuando aumentó la velocidad de cara a meta, había pasado otro corredor mientras esperábamos a Wiggins. Era joven y estaba en su debut en el Tour, pero su cara, su ceño fruncido, eran muestra de una gran decepción. Era Mark Cavendish, y su largamente esperado estreno en la carrera más importante del mundo era una de las principales razones de la llegada a Bourg-en-Bresse de Dave Brailsford, el director de rendimiento de British Cycling.

Una hora más tarde, con los rescoldos de la acción de la etapa apagándose y los miembros del ingente ejército de trabajadores de la caravana del Tour desmontando ruidosamente la línea de meta, Brailsford toma asiento en un bar y repasa los pormenores del día. Mientras sus acompañantes toman cerveza, él pide agua mineral. «Estoy entrenando», explica. «Voy a correr L’Étape du Tour [la popular y multitudinaria marcha cicloturista] con Shane».

Hasta ahora, Brailsford -ya convertido en rostro familiar en pruebas de ciclismo en pista- nunca ha sido un habitual del Tour de Francia. Pero es lógico: está fuera de su jurisdicción. Tres años antes había heredado un programa de desarrollo centrado en la pista, conocido como ‘Plan de Rendimiento a Nivel Mundial’, diseñado por su predecesor en el cargo, Peter Keen. Mientras Brailsford charla con nosotros en Bourg-en-Bresse, advierte que el plan de Keen ya ha cumplido una década exacta de vida; lo que no sabe todavía, más allá de sus sueños más locos, es que en trece meses los Juegos de Pekín le traerán un éxito glorioso.

Sin embargo, hay algo más que está pasando en Bourg-en-Bresse y no tiene nada que ver con Pekín ni con el ciclismo en pista. Brailsford, que no deja de regodearse en el brilló de su equipo en los recientes Campeonatos del Mundo de pista en Palma y que planea los trece meses que restan hasta Pekín con la suprema confianza que sólo puede dar semejante dominio, parece estar mirando más allá, hacia un horizonte distante e imaginario. Se puede ver en sus penetrantes ojos azules; arden de entusiasmo y brillan con la ilusión del chiquillo que sube a las cunetas y disfruta de un emocionante primer contacto con este espectáculo, con el Tour de Francia.

Mientras dibuja su sueño, su entusiasmo se intensifica; sus planes progresan rápido y cobran vida en su imaginación y ante nuestros ojos aquí mismo, bajo la gran copa de un árbol a las puertas de un bar de Bourg-en-Bresse.

Han existido varios catalizadores, dice Brailsford, que contribuyen juntos a formar una «masa crítica», un punto de inflexión necesario para que el plan que aquí nos explica tenga éxito. «Brad ha hecho buena carrera hoy –apunta–. Es bonito verle intentarlo». Pero esta escapada de Wiggins había sido sólo la guinda del pastel, el colofón a un inicio de carrera imponente. Unos días antes, Brailsford había presenciado en Londres, junto a cerca de un millón de personas, la primera salida del Tour en tierras británicas. La carrera había arrancado con un prólogo por las calles de la capital, pasando por el Parlamento, el Palacio de Buckingham y Hyde Park, antes de que al día siguiente una etapa en línea condujese hasta Canterbury por unas rutas de principio a fin repletas de espectadores. Había sido extraordinario. Durante ese fin de semana se podía afirmar sin miedo ni disculpa que Londres era la capital del ciclismo. Aquel arranque hizo a Christian Prudhomme, el director del Tour, elogiar a Londres y Gran Bretaña de una forma en que ningún francés lo había hecho desde Napoleón III. «No sé cuándo volveremos», dijo Prudhomme. «Pero una cosa está clara: es imposible que no volvamos».

Mas Brailsford siente que se está cocinando algo aún más significativo que la salida de Londres. Hay cinco ciclistas británicos corriendo: la mayor participación desde que el último equipo británico en disputar el Tour, el aciago ANC-Halfords, concurriese en 1987. Y entre esos cinco corredores hay dos jóvenes muy prometedores: Mark Cavendish y Geraint Thomas.

Y eso ha hecho pensar a Brailsford. Doce meses después de presenciar cómo un Cavendish con 19 años ganaba una medalla de oro en los Campeonatos del Mundo de pista en Los Ángeles, Brailsford y Sutton se encontraban en los Juegos de la Commonwealth en Melbourne. Al ser los Juegos de la Commonwealth y estar los corredores compitiendo para sus home nations en lugar de hacerlo para Gran Bretaña, Brailsford y Sutton no estaban tan atareados, o bajo tanta presión, como solían estarlo durante cualquier gran campeonato. Pasaron bastante tiempo sentados juntos en las gradas observando a Cavendish ganar otra medalla de oro en la pista, esta vez para la Isla de Man, y discutiendo sobre el futuro. Viajaron atrás con su mente hacia los Juegos de la Commonwealth de Manchester en 2002, o adelante, hacia los de Delhi 2010. Entre medias, por supuesto, estaban los Juegos Olímpicos. Y por todas esas fechas resulta evidente el sentido de repetición del ciclismo en pista, de estar atados a ciclos de grandes campeonatos. Porque esa es la limitación de esta disciplina: todo se estructura en torno a los Juegos y los Campeonatos del Mundo. No hay un equivalente en los velódromos al Tour de Francia o al Giro de Italia; al Tour de Flandes o a la París-Roubaix. Esas pruebas de ruta son los monumentos del deporte; allí es donde está la historia, el prestigio y, sobre todo, el dinero. «Pensábamos entonces –explicaba Sutton después– que no podíamos seguir haciendo esto para siempre. Había que hacer algo diferente».

La conversación no fue más allá. Pero diez meses después, de vuelta a Los Ángeles para una prueba de la Copa del Mundo de pista, Brailsford y Sutton volvieron a encontrarse con ratos muertos y de nuevo comenzaron a pensar más allá de Pekín. Irónicamente, esos momentos se debían al infortunio sufrido por uno de los últimos grandes talentos salidos de Gran Bretaña, Ben Swift. Tenía que haber corrido la prueba de madison junto a Rob Hayles, pero se cayó y se rompió la clavícula. «Shane y yo tuvimos mucho tiempo para estar solos y charlar –cuenta Brailsford– e inevitablemente acabamos hablando del futuro».

Y así hasta Bourg-en-Bresse y el bar en el que Brailsford bebe agua a sorbos mientras la media tarde va dejando paso a la noche. Lo que más sorprende siempre de Brailsford es su entusiasmo: se desgañita contando sus planes; encorva los hombros y recoge las manos frente a su cara, casi como hace el jugador de rugby Jonny Wilkinson cuando se prepara para un tiro a palos; después las moldea en formas que cambian constantemente mientras habla: «Lo de Londres ha reforzado la idea que tenía, pero esto es algo sobre lo que he llevo elucubrando durante mucho tiempo y siento que ha llegado la hora de crear un equipo profesional británico».

«Un equipo que venga aquí –aclara–, al Tour de Francia. Desde mi punto de vista, si alguien me preguntase qué es lo siguiente que querría hacer, sería esto. Teníamos una corazonada de que Cav [Cavendish] y Geraint llegarían hasta este nivel, pero pensarlo y verlo hecho realidad son dos cosas distintas. Cuando Geraint tomó la rampa de salida en el prólogo de Londres, me di cuenta de que ya no era un simple sueño. Ver a Cav y a Geraint en este momento te hace pensar que estamos preparados».

Brailsford esboza cómo funcionaría ese equipo, en particular cómo se financiaría. Porque los planes que nos expone en esta conversación necesitarían un apoyo importante, un sponsor solvente y dispuesto a insuflar muchos millones en el proyecto: «El tipo de patrocinador que buscamos tendría que ser británico. Sería una iniciativa británica. Todo estaría basado en la innovación y en correr limpios. En un primer momento se buscaría ser competitivos: ese sería nuestro objetivo inicial. Pero a largo plazo, el objetivo es tener un equipo ganador. No montarías un equipo profesional si no quisieses ganar. No cabe en nuestra mentalidad no aspirar a ganar».

¿El dinero? «No puedo hablar mucho sobre el tema, pero en la City se mueven grandes cantidades y quien las controla es un círculo muy pequeño de gente. Si entras en ese círculo… encontrar el dinero no es obstáculo. Y no creo tampoco que los haya. Quiero decir: todos los equipos que hay aquí están recibiendo entre 3,5 y 9 millones de euros al año. Es un montón de dinero, y todos tienen contratos de cuatro años. Pero si no hubiese unos retornos decentes por ello, no lo estarían recibiendo, ¿no?».

¿Pero cómo lo haría Brailsford? ¿Iba entonces a combinar él la dirección de un equipo de Tour de Francia con su actual trabajo como director de rendimiento de British Cycling? «Habría que montarlo como una empresa privada… o como parte de un organismo federativo, lo que sería una novedad», esgrime. «Ninguna otra federación dirige un equipo profesional. Pero no hay muchos países que tengan el tipo de estructura de financiación que tiene Gran Bretaña».

Una de las razones, según nos explica Brailsford, por las que está en el Tour, aparte de correr L’Étape du Tour en unos días, es negociar los contratos de algunos corredores británicos. Resulta curioso que esté actuando casi como su agente. Durante estos días, Brailsford se ha dado cuenta de un problema… que también puede ser una oportunidad. El problema viene porque los corredores a los que lleva tienen contrato o están bajo control de equipos que operan de forma independiente a British Cycling y poseen prioridades muy diferentes -incluso opuestas-. No están, por ejemplo, ni remotamente interesados en los Juegos Olímpicos. Esto es un problema para Brailsford, y una frustración. Porque los corredores en cuestión, con Cavendish y Thomas a la cabeza, han sido criados y desarrollados por British Cycling. Por ello, Brailsford quiere traerlos de nuevo bajo su paraguas.

«Los chicos que hay aquí saben que quiero hacerlo [montar un equipo profesional] y están absolutamente locos con la idea», dice Brailsford. «Estoy negociando sus contratos por ellos, así que sé lo que pone. Y conozco, o estoy aprendiendo, cómo están estructurados los equipos y cómo operan».

«Tenemos una filosofía ya muy asentada sobre cómo hacemos las cosas en British Cycling. Los corredores son el centro de todo. Pero si miras a muchos de los equipos que hay aquí en el Tour, no funcionan así. Ni siquiera ven a sus corredores entre carrera y carrera. No saben cómo están, no se preocupan de cómo les va… es una locura».

Eso es también, o así lo cree Brailsford, un motivo por el cual la cultura del dopaje tiene tanto predicamento en el ciclismo en ruta: expectativas / presión, sumadas a ausencia de preocupación / responsabilidad, son un caldo de cultivo ideal. Él dice que intentaría trabajar de modo distinto: «Si nos metiésemos en esto de cualquier modo, sería 100% limpios. Tenemos una generación joven en pleno desarrollo; son corredores que no quieren hacer trampas. Hay un público con muchas ganas y unos ciclistas cuyo potencial está aún por explotar. Lo vimos en Londres y de camino a Canterbury: la gente gritando en las cunetas a pesar de todo el ambiente destructivo que han generado los casos de dopaje».

¿Y qué pasa con la vieja guardia; con Wiggins y el dopado rehabilitado, David Millar? ¿Podrían formar parte del proyecto? «Yo quisiera pensar que sí es posible que los tengamos antes de que se retiren –dice Brailsford–. Hay muchos elementos del ciclismo británico separados entre sí y yo quiero unirlos. En lugar de ser un país de facciones, vamos a intentar trabajar juntos y ver hasta dónde llegamos».

«Todo depende de la progresión y explosión de algunos corredores», añade. «No vamos a impulsar nada hasta que no sean suficientemente buenos para estar en lo más alto. Hasta que no tengamos una masa crítica de talento británico, no podemos hacerlo. Tampoco es que vayamos a fichar veinticinco corredores británicos, pero necesitas esa masa crítica; no vamos a salir con un equipo lleno de extranjeros. Pero conociendo lo que sé de estos jóvenes, hay suficiente talento como para que algún día podamos hacerlo. Ese no es el problema».

«Y además, con Cav tenemos un ganador. Es el rematador que necesitamos».

Brailsford menciona el dopaje y la idea de correr limpios. El equipo británico de pista había demostrado que se podía hacer: ganaban en todos los lados y nunca se vieron salpicados por ningún escándalo. Pero el ambiente era bastante diferente al de la ruta. El ciclismo en pista no tenía esa cultura de dopaje tan asentada del ciclismo de carretera, y esa fue precisamente la razón por la que el predecesor de Brailsford en su cargo, Peter Keen, decidió ignorar la ruta en 1997.

Rubio y joven, poseedor de un contagioso entusiasmo por las cosas, Keen fue reconocido como un visionario durante su etapa como director de rendimiento. Él era el científico del deporte que había entrenado a Chris Boardman cuando éste logró su medalla de oro olímpica -el primer ciclista británico en 84 años- en los Juegos de Barcelona ‘92, y también quien posteriormente le ayudó a afrontar la difícil transición entre pista y ruta: de los títulos mundiales y olímpicos y el récord de la hora, a ganar el prólogo del Tour de Francia y vestirse con el maillot amarillo.