Agradecimientos

A mi padre, Rade (1948-2016) y a mi madre, Goga. Por el amor que os mantuvo unidos ante todas las tempestades. Por vuestro coraje, valor y fuerza. Por juntar en mí vuestros puntos luminosos, la línea que me guía y orienta.

A mi mujer, Cecilia. Por tu amor. Por ser una inagotable fuente de apoyo. Por tu belleza. Por tu mirada de abeja.

A mi hermano, Igor. Por tu ejemplo. Por mantenernos unidos. Por acortar las distancias.

A Magda, por no dejar que mi ego me coma.

A mis suegros, Sven Erik e Ingemo. Por el cariño. Por ayudarme tanto a sentirme en casa en mi nueva tierra.

A nuestros vecinos, Markus y Johanna y sus adorables Tyra y Mio. Por ser un vendaval de risas.

A mi padrino, Zoran. Por tu cercanía y la mano tendida.

A mis queridos Fernando, Noemí, Leslie, Amelíe, Carlos y Susana, por hacer Barcelona aún más adorable.

A mí querido brat Nacho, y a mi maestro, Jordi.

A Henrik, Steve, Gorka Olivia, Raquel, Shukri, Vivecka y Erik por ser parte del mejor regalo de boda que uno podría imaginar.

A Luis, por arreglarme cada vez que me rompo.

Con un agradecimiento profundo a María Alasia y a Jordi Nadal por darme de nuevo una oportunidad.

Escribir la lista entera de amigos a los que quisiera dar las gracias podría llevarme a inventar todo un género literario nuevo, pero no me considero digno de tal proeza. Así que me limitaré a poner solamente algunos de la larga lista de nombres a los que debo una gran parte de lo que soy y cómo soy:

Tanja Vasiljevic, Àngels Balager, Branimir Sekulic, Sava Radjen, Predrag Rados, Dejan Koluvija, Sasa Djinovic, Sabine Albertelli, Anne Ponsinet, Xavi Cervera, Rafa Panadero, Sasa Markus, Marija Djurdjevic, Cristina Marrero, Christel Friis, César Muñoz, Uli Marchsteiner, David Verde, Cecile Cano, Laura Ferrera, Ruth Rodríguez, Judith Belmonte, Montse Quesada, Mladen Petrovic, Manuel Venceslá, Eva Villa, Carmen López, Audrius Stasiulaitis, Kristina Nastopkaite, Agustí Estruga, Zoran Zubovic… Y muchos, muchos más a los que humildemente pido perdón por no haber podido incluir aquí.

Y también, muchísimas gracias y un fuerte abrazo para mis compañeros de AIAM Aikido, de la Escuela Europea de Coaching, del Máster de Terapia Familiar del Hospital Sant Pau, del Curso de Mediación Intercultural, del programa de doctorado de la Universidad Pompeu Fabra, de la Facultad de Artes Dramáticas de Belgrado, del The FFI Practitioner, de Archipiélago, de la Fundación Heres, de la Cátedra de Empresa Familiar IESE, de ESADE Alumni, del Foro de la Empresa Familiar, del Judo Club Kristianstad, de Post Nord, de France 2, SFI y de Skorup.

Un fuerte abrazo a todas las personas maravillosas que prestaron su punto para conectar la línea que nos une.

* Solución al enigma planteado en el capítulo «Los problemas son dificultades inertes»

1

2

3

4

5

noruego

danés

inglés

alemán

sueco

amarilla

azul

roja

verde

blanca

Dunhill

Blends

Pall Mall

Prince

Blue Master

agua

leche

café

cerveza

gato

caballo

pájaros

PEZ

perro

1. Introducción

Tengo una gran facilidad para complicarme la vida. No es una habilidad innata, la he ido adquiriendo con el tiempo. Pero gracias a ella he conseguido tomar un tipo de decisiones que se hacen cada vez más escasas: las decisiones propias.

Acertando errores, errando aciertos, voy haciendo el camino menos transitado.

Pero no soy el único. De hecho, pertenezco a un gran movimiento que se está extendiendo a la misma velocidad que el asombro ante la falta de tiempo para digerir los empachos de realidades imaginadas.

La aleatoriedad del mundo cambiante hace que tomar decisiones se aleje cada vez más de nuestro campo de influencia. A cada instante, una enorme cantidad de información absorbe nuestra atención y hace que todo parezca importante. Pero

si todo es importante, nada lo es.

Cada día nos llegan peticiones: para salvar a los elefantes en Asia, la democracia en algún -stan, glaciares en la Antártida o saltamontes en Cabo Verde. Luego, por cada petición que firmamos, por cada Me gusta que ponemos, aparecen otras cinco, acompañadas, eso sí, de sus mensajes publicitarios correspondientes. La frustración y el resentimiento se multiplican. Presionados por los «Grandes Temas», nuestro mundo se va encogiendo. Nuestros propios problemas de repente parecen menos importantes y sus peticiones se quedan a la cola, por detrás de las algas, los fósiles y las conspiraciones. Nadie las atiende.

En nuestro mundo, deberíamos atender las peticiones en las que nuestras acciones realmente tienen fuerza y sentido. Ocurren dentro de la única red social en la que el valor no se define por la cantidad, sino por la calidad de las relaciones. Puede que ahí no haya elefantes, lugares exóticos o glaciares que salvar, pero todavía sigue siendo suficientemente grande como para que el aleteo de la mariposa se propague por otros mundos libres, «¡Hasta el infinito y más allá!».

Este es el verdadero poder, no la utopía inconclusa del «seamos realistas, pidamos lo imposible». Es la corresponsabilidad por coordinar las acciones, que no empieza por pedir, sino por hacer, por inventar lo posible.

Separatismo, nacionalismo, comunismo, capitalismo, feminismo, machismo, islamismo, cristianismo, hedonismo, fetichismo, nepotismo, racionalismo… La lista de los -ismos parece interminable. En ella, las realidades imaginadas antiguas chocan con las nuevas. Luchan sin piedad por conseguir nuestra atención, nuestra aceptación y, finalmente, nuestra afiliación. Condicionan nuestras vidas, nuestros estados de ánimo y temen al único -ismo que les puede plantar cara. El único -ismo que les puede otorgar o quitar sentido:

El ser uno mismo.1

Las realidades imaginadas son mapas, pero no son territorios. Ser uno mismo es salirse del mapa y conectar los puntos, es atender las peticiones del mundo real. Del propio. Aquel donde poner Me gusta no basta, sino que es necesario poner el coraje, la voluntad y el esfuerzo, donde hace falta transformar actitud y comportamiento para hacer que aparezca lo que sin uno mismo nunca se vería.

No se trata de que deje de importarte lo que está pasando en el mundo. Ni mucho menos. Es todo lo contrario. Lo maravilloso es tener la disposición por conocer y sumarle la disponibilidad por hacer.

Cuando lo conseguimos, nos damos cuenta de que lo imposible no es más que la secuencia de posibles.

El punto de partida está en distinguir entre «es importante» y «me importa», y desde ahí conectar los puntos, inventar lo posible.

La idea de este libro surgió a raíz de una conferencia que di en Vigo dentro del marco de conferencias que organiza el Club Faro. Me invitaron a hablar sobre el tema de los refugiados y los retos de las políticas de inmigración. Pero, para sorpresa de muchos presentes, opté por hablar sobre la mirada de las moscas y las abejas, sobre la fuerza que nos impulsa para encontrar y transmitir sentido a las experiencias vitales, sobre el punto y la línea.

Desde el inicio de los tiempos hubo un algo que conectó con otro algo. «La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros.» Dios y Palabra. Energía y materia. Síntesis y análisis. Punto y línea. Yo y relación. Desde el inicio, se buscan y se ofrecen, igual que nosotros mismos, atrapados en esta red de ofertas y promesas, juicios y declaraciones que llamamos vida.

Y desde lo más humano que existe, el lenguaje, emerge la fuerza de los relatos, la fuerza que construye las realidades que habitamos.

Uno de sus instrumentos más poderosos son los cuentos, puentes entre nosotros y la sociedad que nos rodea, entre las emociones y los pensamientos. Recurrimos a ellos para hacernos entender. Dependemos de ellos cuando queremos atraer la atención de un inversor e inspirarle confianza. También cuando deseamos motivar a nuestro equipo y mejorar su rendimiento. Inventamos relatos para objetivos tan distintos como educar a nuestros hijos, hacer de coaches o traducir algoritmos en videojuegos.

Mientras el mundo se va haciendo cada vez más complejo, también lo hacen los relatos que lo explican. Y puede ser que, esforzándonos por dotar de sentido nuestras propias existencias, nos diluyamos en los relatos que la sociedad nos impone y perdamos el hilo de nuestra historia personal, la única que nos otorga el protagonismo.

Para no perder este hilo, en este libro sugiero tener siempre presente un ejercicio sencillo que, sin darnos cuenta, repetimos en todo lo que hacemos: conectar los puntos, inventar lo posible, encontrar los nexos que unen tu historia personal con las historias que te rodean.

Conectar los puntos invita a explorar la experiencia de la condición humana sabiendo que todo lo que nos rodea sucede y se genera en el lenguaje.

Es la actitud que uno asume ante lo «imposible». La certeza de que en la base de la estructura que lo sostiene todo no hay más que un punto y una línea.

Es la actitud de no diluirse, pararse o desesperarse por no comprender lo «imposible». Es poner la atención en aquello que depende de mí y avanzar desde la confianza de que con inventar lo posible bastará.

Un punto. Una línea.

La facilidad por complicarse la vida tiene su lado positivo. A mí me ha llevado a vivir muchos aprendizajes en diferentes países y culturas, haciendo todo tipo de trabajos y entablando relaciones con personas muy diversas. Este libro recopila algunas de mis experiencias trabajando de todo: desde camarero, traductor y cartero, hasta periodista, coach y consultor, durante las dos últimas décadas en los Balcanes, España, México y Suecia. Mis experiencias se conectan con las experiencias de otras personas y estudios relacionados. El hilo que las une a todas es el mismo que une nuestra emocionalidad y nuestra racionalidad: es el cuento.

El cuento, el relato que hago de la conexión entre mi historia personal con el contexto en el que se desarrolla, me da la coherencia que tanto necesitamos para encontrar sentido. De nuestra capacidad de construir relatos coherentes sobre la realidad que percibimos depende también la coherencia de nuestro propio ser.

Os invito a disfrutar del doble juego que en castellano permite el verbo contar: contar con uno mismo, como un ejercicio de coraje y autoestima, junto a la capacidad de contar la realidad a través de relatos coherentes acerca de uno mismo y la vida que vive ayuda a sobreponerse a las adversidades de la vida.

Tengo la esperanza de que las experiencias y sugerencias recogidas en este libro puedan ser útiles para todos aquellos que trabajan en la organización de grupos y equipos humanos o para los que simplemente están apasionados por la condición humana y su más bella manifestación: la relación con los demás. En ambos casos el procedimiento parte del mismo punto:

Convertirse en un arquitecto de decisiones para conectar con los demás física, psíquica y espiritualmente.

Asumiendo que en la práctica muchas veces la teoría se queda corta, este libro recorre a algunos ejemplos basados en experiencias personales, de otras personas o de investigaciones científicas, de puntos conectados con otros puntos gracias a decisiones conscientes.

Espero que sirva para que cada uno pueda identificar estos puntos en su propia vida, reconocer puntos nuevos y, sobre todo, tomarse este respiro extra antes de decidir. Deseo que ayude a evidenciar lo que oculta el inconsciente y a tener presente aquello que decía aquel gran filósofo de management, Peter Drucker:

Durante más de treinta años me he dedicado a enseñar la gestión de las personas en la empresa. Hoy ya no pienso que aprender a dirigir otras personas sea el aspecto fundamental que los ejecutivos tienen que aprender. Lo que hoy enseño es, sobre todo, cómo gestionarse a sí mismo.

Gestionarse a sí mismo parte de poder visualizar:

Punto. Línea.

Dos elementos clave de la arquitectura de decisiones que hacen aparecer lo posible.

2. Conectar los puntos

Un punto. Una línea. No hay más.

Se repite en todo lo que nos rodea. En todo lo que hacemos y en todo lo que deseamos conseguir.

Un punto de partida. Una relación. Un final.

Y vuelta a empezar.

Desde la arquitectura hasta la agricultura. Desde la petanca hasta la aritmética. Desde la astronomía hasta la escritura. Desde la religión hasta la física cuántica.

Desde el nacer hasta el morir.

Un punto. Una línea.

Un miedo. Un paso.

Un deseo. Una mirada.

Un silencio. Una palabra.

Parece muy sencillo. Entonces, ¿por qué es tan complejo?

No son los puntos y las líneas lo que nos complica la vida, son las decisiones que nos obligan a tomar. Pero, en el fondo, el patrón siempre se repite.

Un punto. Una línea.

Persona. Sociedad.

Planeta. Galaxia.

Síntesis. Análisis.

La siguiente ilusión óptica es una buena manifestación gráfica de lo que nos encontramos en nuestro día a día. Contiene parte de la respuesta a ¿por qué es todo tan complejo?

La malla de la ilusión de Ninio es la vida resumida en su esencia pura. La imagen consiste en un entramado de rayas grises donde se ubican una docena de puntos negros distribuidos de forma equidistante a través de toda la imagen. Los puntos están ahí, pero la mayoría de las personas no logramos verlos de forma simultánea. El motivo de ello es que el cerebro «elimina» algunos de estos puntos.

Todo lo que hacemos, lo que nos motiva, impulsa y condiciona, va de esto. De esta malla, que es la vida misma.

Tratamos constantemente de conectar los puntos para construir modelos, esquemas, ejemplos, normas, leyes, religiones, empresas… En todos estos modelos, el patrón se repite: un punto de partida y una línea que conecta con su correspondiente finalidad.

Esta línea representa las relaciones que se establecen y la energía invertida para llegar del punto A al punto B.

Punto por punto, línea por línea, el patrón se repite infinitamente construyendo eso que llamamos realidad.

Pero observa la imagen de nuevo. Tómate tu tiempo.

Los puntos parecen intermitentes.

Ahora están. Ahora no.

Sin embargo, eso no es cierto. Lo cierto es que ahora los ves. Ahora no.

Los perdemos de vista. Nos distraemos. Cuando no los encontramos nos desesperamos. Pero con el tiempo el cerebro aprende a protegerse y, antes de que nos frustremos, hace algo que se le da muy bien: genera sus propias conclusiones.

Nos montamos nuestras películas y nos inventamos cuentos, y cuanto más listos somos, más rápido lo hacemos.

Esto explica por qué las personas con un alto coeficiente de inteligencia tienen mayor probabilidad de juzgar mal a los demás. Según un estudio de la Universidad de Nueva York,2 una mayor capacidad intelectual supone ser más rápido para detectar e identificar los patrones que rigen los estereotipos así como para formarse una opinión y tomar decisiones sobre ellos, sin invertir tiempo en conocer un poco mejor a la otra persona. Por otra parte, el hecho de tener un alto coeficiente de inteligencia permite también rectificar para cambiar las ideas preconcebidas y vencer los estereotipos con la misma rapidez.

Pero el poder de rectificar no reside en la mente, sino en el alma. Reside en la humildad de reconocer aquello que tan modestamente confesó Sócrates: decir «Sé que no sé nada» es ser capaz de volver al punto A sin temor a empezar de nuevo.

El miedo que nos impide pronunciar esa frase es parte de un proceso muy importante. Quizá el primordial desde el aspecto social: la creación y la percepción de un orden propio. Es la obsesión por ponerlo todo en su sitio, aquel que consideramos adecuado dentro del patrón de puntos y líneas que tenemos aprendido. Pero ahí yace uno de los peligros más grandes que afronta la humanidad y la explicación de por qué aparecen regímenes totalitarios y otras formas de populismos. Los humanos tememos tanto el desorden que somos capaces de elegir cualquier forma de orden, aunque este sea nocivo.

Los líderes y los regímenes políticos autoritarios, totalitarios y destructivos no son otra cosa que aquellos puntos intermitentes que nos hacen perder la orientación y el equilibrio. Nos marean hasta tal punto que, ante el miedo de caer en lo desconocido, nos lanzamos a los brazos de sus narrativas, aparentemente más sólidas y fiables. Sacrificamos nuestra libertad, nuestra dignidad y la ética a cambio de la ilusión de seguridad que supuestamente encontraremos en el punto B, un lugar que solo tiene cabida en el imaginario narrativo de aquellos que diseñaron la campaña electoral.

Cuesta mucho no dejarse engañar. El tiempo aprieta y obliga a tomar decisiones. ¿Qué punto escoger? ¿Dónde está el punto que veía hace un rato? ¿De dónde sale este otro?

Tic-tac-tic-tac…

El estrés aumenta mientras las manecillas avanzan.

Buscamos la geometría para sentirnos seguros.

La geometría nos ayuda a entender y predecir las relaciones. Asociamos su ausencia con el caos. La humanidad, en sus días más oscuros, ha demostrado la triste disposición a aceptar cualquier tipo de orden, por muy nocivo y destructivo que fuera, ante los cambios propuestos por muchos puntos desconocidos que no se amoldaban a la geometría del momento. Las peores barbaries que la humanidad ha vivido surgen de la imposibilidad de comprender cómo se relacionan los puntos y de predecir cómo se relacionarán en el futuro. Es lo que denominamos «caos». Pero al caos no le falta geometría, sino simetría. Nos descoloca porque es impredecible, disonante, porque no se amolda a nuestro diseño de la realidad, aquel que generamos a partir de nuestro propio juicio.

El caos nos enseña que nuestra forma de orden es un frágil segmento artificial perdido en la infinidad de realidades existentes.

Una vez que llegamos al punto B, no tardamos en buscar con qué sustituirlo y recurrimos a lo que nos es más familiar: a nuestras creencias y preferencias intuitivas, a nuestra idea del orden. Es por eso que un poco de desorden no viene mal para poder desaprender. Nos devuelve a la realidad y podemos observar que «lo exterior no depende de mí, el albedrío depende de mí».3

Dos restos de manzana, el cargador del móvil, seis pilas de papeles y un montón de libros sin relación aparente, un sobre abierto, fotos de familia, el reloj de mi padre, una revista abierta, el reloj de arena, un cuenco de madera lleno de bolígrafos usados, una taza de café frío medio vacía, un teclado, una pantalla. Es lo que tengo enfrente mientras escribo estas líneas. Cualquier persona ordenada estaría colapsada. Pero yo sigo. El desorden me facilita esas pequeñas distracciones que necesito cada vez que me detengo, me muestra aquellos puntos intermitentes hacia los que trazar nuevas líneas.

Y así, cuando menos lo esperaba, aparece ese punto que me llama la atención. Trazo una línea y descubro que la mesa desordenada me ofrece las ventajas que necesito para seguir. Incluso la ciencia se pone del lado de los desordenados y vaticina que las mesas como la mía promueven el pensamiento creativo y estimulan nuevas ideas. Nuevos insights. «Estar en una habitación desordenada lleva hacia lo que las empresas, industrias y sociedades más necesitan: creatividad», afirma el autor del estudio. Las virtudes del desorden en función de un nuevo orden.

Resulta que un ambiente ordenado nos impulsa a ser convencionales y a evitar riesgos y, cuando lo tenemos, nos entra miedo al cambio y una cierta parálisis. Sobre todo hoy, cuando la población humana incrementa de forma progresiva. Ya somos más de siete mil millones de almas. Siete mil millones de corazones que palpitan. Siete mil millones de puntos que se conectan en el caos.

Impresiona, claro que sí. Y más cuando pensamos que la línea que va del punto A al punto B es la suma de todas las relaciones que se suceden durante su recorrido y las decisiones que tomamos para llegar allí.

Calcular las interacciones entre individuos es relativamente sencillo. Si tomamos como muestra un grupo de cincuenta personas, existen mil doscientas veinticinco combinaciones de interacciones unilaterales. Sin embargo, el cálculo de todas las posibles combinaciones de relaciones entre todos es más complejo por un simple motivo: las relaciones nunca son estáticas, sino que evolucionan. Se transforman. Se rompen. Se multiplican. Se estancan. Se reinventan.

Pero debemos ser capaces de actuar como los controladores aéreos, que organizan el aterrizaje de muchos aviones en muy poco tiempo. En vez de entrar en pánico y quedarnos paralizados, debemos mantener la calma y tratar de decidir punto por punto. Línea por línea.

El ser humano ama el orden e incluso está dispuesto a sacrificar la libertad para conseguirlo. Pero nadie nace siendo controlador aéreo, sino que debe convertirse en uno poco a poco, aprendiendo a ordenar. Eso sí, el ejercicio siempre parte de un desorden inicial en el que debemos encontrar aquellos patrones de orden que nos permitan volver al punto inicial o usar lo aprendido para trazar una nueva línea hacia aquel punto que se nos acaba de ofrecer.

En un mundo de tanta aleatoriedad es muy fácil caer en una vorágine que consuma nuestras fuerzas, tal como nos pasaría si nos absorbiera un tornado. Volando sin control. Dando tumbos. Recibiendo golpes. Diluidos. Lamentando la mala suerte.

De suerte nada.

La fuerza para trazar la línea hasta el punto que va a sacarte de ahí está en tu interior. Está también en ti la voluntad de escuchar las voces que te permitan trazar la línea para rescatarte y ayudarte a salir del tornado. Es tu red social. Es la gente a la que puedes ver y tocar. La que nutres con tu calidez.

De suerte nada. Eres un controlador aéreo autónomo y, como tal, no dejas tus decisiones en manos de la suerte. Confías en ti. En tu albedrío. En los aprendizajes que tuviste y en los desaprendizajes que tendrás.

De suerte nada. No creas en ella. Cree únicamente en los ciclos que te lleven a cumplir aquel propósito que te impulse hacia el punto final y permitan que el trazo de tu línea sea fuerte y deje huella a su paso.

No es nada fácil hacerlo en esta algarabía de búsqueda de sentido. Pero es mejor que aferrarse a una noción preconcebida del orden, como si anduvieras por un andamio que te dicen que sostiene el caos. Pero es un andamio muy frágil que, en este enredo ininteligible, se aguanta gracias a realidades imaginadas aceptadas como verdades.

Nuestras mentes están dispuestas a aceptar cualquier realidad avalada por una figura con suficiente poder o autoridad. Sobre todo cuando sentimos que nosotros mismos no tenemos ni uno ni la otra. Pero si logras mantener siempre presente que el poder es la capacidad para generar acciones, y no una extraña entidad que reside en las altitudes misteriosas, intransitables e inalcanzables, el sentido dependerá de ti.

El poder está en ti.

Cuando el punto al que nos dirigimos no aparece hace falta acción, hace falta moverse, mirar a otro lado, tener el coraje para dar un paso al vacío. Y, como en la imagen de Ninio, el punto siempre acaba apareciendo.

Recuérdalo cuando estés en el medio de la nada y los puntos no aparezcan. Cuando te pares y desde la desesperación grites al vacío: «What’s the point?!»,4 el vacío responderá: «Caminante, no hay camino…».

Sé valiente. Da el paso. Di la palabra.

No hay que temer al desorden. Hay que temer no tener respuestas ante él y no poder dar el paso, no poder decir la palabra, no poder conectar los puntos de los ciclos que trae el cambio y aprender de ellos. Confía y recuerda que, hagas lo que hagas, nunca puedes perderte porque eres parte de un juego infinito en el que todos los puntos se conectan, en el que el cambio es la única constante.

Un punto. Una línea. No hay más. Igual que en la ilusión de Ninio, todo depende del punto de vista y de las relaciones que se establecen desde tu perspectiva.