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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2001 Kimberly Raye Rangel

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un verdadero placer, n.º 32 - junio 2018

Título original: The Pleasure Principle

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-9188-704-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

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Si te ha gustado este libro…

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Cuando le toqué los muslos, ella bajó las dos manos para detenerme y exhaló un suspiro, pero ni el acto ni la exclamación fueron los de una mujer que sintiera rubor. No mostraba la fiereza de una mujer que siente por primera vez las manos de un hombre en sus partes íntimas… Era más bien la expresión y el comportamiento de una mujer que no estaba acostumbrada a manos desconocidas…

 

Las palabras fluían de la página de Mi vida secreta, acicateando la imaginación de Nicole y rodeándola de una sensualidad tan densa y apasionada que el pulso se le aceleró y la respiración se le hizo más trabajosa, como cuando alguien trata de respirar profundamente en una sauna.

Llevaba ya tres semanas asistiendo a las clases y aún sentía el aguijonazo de la excitación cuando leía un pasaje erótico, unas chispas en el interior de su cuerpo que le hacían desear largas noches con un hombre apasionado.

Jamás hubiera esperado sentir tanta intriga por las palabras, aunque se había apuntado a la clase de la profesora Archer, no sólo porque Veronica Archer tuviera una gran reputación como experta en literatura erótica, sino también porque Nicole, francamente, necesitaba desmelenarse un poco. Algo que la apartara un poco del camino recto y estrecho.

No se lo había dicho a Tony. A él le había dicho que estaba tomando las clases por lealtad para investigar más profundamente su campo profesional. Después de todo, hacía muchos años que conocía a Ronnie Archer y las dos se habían hecho amigas por lo que, naturalmente, sentía curiosidad por compartir los conocimientos de su amiga. Además, Nicole estaba trabajando en su máster en historia del arte y Ronnie sabía mucho sobre el arte erótico a través de los tiempos.

Era una explicación de lo más razonable y Tony no había sospechado nada. Sin embargo, no era toda la verdad. Nicole había visto algo en el trabajo de Ronnie, algo que le recordaba el pasado. Solía conducir coches muy rápidos y salir con hombres igualmente veloces. Montaba en moto por carreteras secundarias con su mejor amigo, Shane, o tomaba clases de caída libre sólo porque él la desafiaba a hacerlo. No obstante, en los últimos tiempos, se había relajado mucho. Así lo había querido, aunque no significaba que hubiera borrado el pasado, o que, en alguna ocasión, no sintiera deseos de volverse un poco loca.

Sonrió al pensar en Tony, en su apostura y en su guardarropa de oficinista de banco. A pesar de que la invitaba a pasar una noche en la ciudad para satisfacer su vena salvaje, no disfrutaba con ello. Sus hermanas eran otra historia y, cuando Tony estaba de viaje o trabajando, Nicole y ellas algunas veces se iban a bailar o a una pista de automovilismo a conducir coches muy veloces. Muy divertido, pero aquélla ya no era su vida. Estaba con Tony y, al contrario de sus hermanas, él deseaba una vida tranquila y ordenada. Una familia, una casa y un perro. Todo. Nicole también lo deseaba, aunque todo tuviera sus desventajas.

Por ejemplo, había tratado en dos ocasiones de leerle pasajes particularmente atractivos, pero él se las había arreglado para cambiar de tema. Hablar de sexo o experimentar con el sexo no iba con Tony.

El sexo le gustaba. En realidad, en ese sentido, era un amante bastante competente, aunque poco imaginativo. Nicole lo amaba y eso hacía que todo quedara equilibrado. Tony era todo lo que ella deseaba en un novio y, si estaba interpretando bien las señales, en un marido. Cualquier día, él le daría un anillo y Nicole se lo pondría en el dedo sin dudarlo. Tony era todo lo que ella deseaba, tanto él como su familia. Una familia grande, ruidosa y feliz. Exactamente lo que siempre había soñado y que nunca había podido tener.

Ociosamente, pasó una página del libro que tenía delante de ella, pensando en lo afortunada que era de tener a Tony. A pesar de todo, necesitaba volver a trabajar, por lo que apartó todo pensamiento sobre su novio y se obligó a concentrarse en las páginas. No le resultó difícil, dado que las seductoras palabras captaron rápidamente su atención. En lugar de los pensamientos de su novio, la cabeza se le llenó de eróticas descripciones que hicieron trabajar a su imaginación a marchas forzadas para proporcionarle una clara imagen mental.

«Dios mío… oh…».

Se reclinó en la silla casi sin darse cuenta de que estaba utilizando una vieja carpeta para abanicarse. Normalmente, su lugar favorito de estudio en la parte trasera de la biblioteca resultaba bastante gélido. No obstante, en aquella ocasión, parecía increíblemente cálido.

 

La atraje hacia mí. Con una mano le estaba acariciando el trasero y me estaba mojando el dedo de la otra en su…

 

Vaya. ¿Cómo podía una persona enfocar aquello desde un punto de vista puramente académico? Ella no podía, al menos no en aquella ocasión, un hecho particularmente frustrante considerando que estaba en la biblioteca de la Universidad de Nueva York con el propósito específico de trabajar en el trabajo de aquel semestre, o, más bien, con el propósito de decidir el tema de su trabajo. Sabía que quería hacer algo que comparara la erótica histórica con los trabajos más modernos, pero era un tema demasiado amplio. En vez de centrarse más en un punto, se había quedado completamente en blanco, lo que no era bueno, teniendo en cuenta que debía reunirse con Ronnie el lunes para repasar su tesis.

Normalmente, se le daba mucho mejor centrarse en un tema, pero, en aquella ocasión, su mente no lograba centrarse. Tal vez era porque se trataba de un asfixiante sábado de verano porque ya había terminado los trabajos de las otras dos clases que estaba tomando aquel verano. Se había embarcado en un curso muy exigente y, como siempre, el apretado horario estaba pudiendo con ella.

«Ni hablar».

La voz que le hablaba desde el interior de la cabeza era la suya propia. Sabía perfectamente que no se refería a la pesada carga de trabajo. La presión y las fechas límite le proporcionaban una adrenalina que le gustaba. No. Por mucho que se negara a admitirlo, su distracción no se veía causada por sus clases. La explicación era sencilla y complicada a la vez. Shane.

Él había sido su mejor amigo durante muchos años, pero iba a abandonarla para mudarse de Manhattan a Texas. Nicole aún no había podido hacerse a la idea de que se marchaba. Shane había formado parte de su vida desde sus primeros recuerdos. Habían ido juntos al colegio y habían compartido gastos cuando los dos decidieron irse a Nueva York a estudiar, encantados de poder escapar de unas familias de pesadilla y jurando ayudarse a escapar de todas las pruebas a las que la gran ciudad pudiera someterlos.

Siete años más tarde, Shane había terminado sus estudios de Derecho y estaba trabajando como ayudante del fiscal. Aunque era igual de ambiciosa, Nicole iba más despacio. Había terminado sus estudios de historia y, en aquellos momentos, se encontraba realizando un máster. Estaba decidida a conseguir las mejores notas académicas para conseguir un trabajo en el Metropolitan, o, si sus sueños se hacían realidad, en el Louvre. Shane y ella habían tomado caminos muy diferentes, pero habían recorrido la distancia juntos. Por eso, no le gustaba pensar que Shane se fuera a marchar. Una gran variedad de sentimientos se habían apoderado de ella. Dolor, ira, traición… A pesar de las promesas que se habían hecho, él iba a regresar. Lo que empeoraba la situación era que Tony fuera a pedirle matrimonio. ¿Cómo se podía preparar una boda sin tener al mejor amigo cerca para recibir apoyo moral? No obstante, tenía que admitir que Tony podría negarse a realizar aquel deber en particular. De vez en cuando podía convencerlo para que la acompañara de compras, pero planear una boda era algo demasiado cursi para él.

A pesar de todo, deseaba tenerlo cerca. No podía hacerse a la idea de que él se marcharía dentro de dos días. Shane era parte de su ella. Su amistad le resultaba esencial. No le hacía mucha gracia la idea de tratar de mantener una amistad a más de dos mil kilómetros de distancia.

Por mucho que no le gustara la idea, no podía hacer nada al respecto. Lo había intentado. Una parte de su ser deseaba desesperadamente que no llegara el lunes para que Shane no se marchara nunca. Otra parte de ella deseaba que ya fuera la semana siguiente para que hiciera algún tiempo que él se había marchado y ella pudiera así concentrarse en su trabajo.

Como si quisieran captar su atención, las páginas se agitaron con la brisa que proporcionaba el improvisado abanico que tenía en la mano. Bajó la mirada y, una vez más, la evocadora prosa captó su atención.

Cerró los ojos y dejó que su propia imaginación sustituyera a las palabras. Quería fingir que era una erudita interesada en el lenguaje por su significación literaria. No era cierto. En vez de eso, el lenguaje la intrigaba, le caldeaba la sangre tal y como había imaginado. Le hacía desear que se hubiera quedado en la intimidad de su apartamento en vez de haber ido a la biblioteca, donde cualquiera podría imaginarse lo que estaba pensando con sólo mirarla a la cara.

En la historia, no se proporcionaba la descripción del hombre. Sin embargo, Nicole se lo había imaginado con cabello oscuro, casi negro. El cabello de Tony. ¿Quién si no podría conjurarle aquella imagen en la cabeza? Sus propios dedos revolverían ese cabello, convirtiéndolo así en un Tony más salvaje que sólo existía en su imaginación.

El hombre tendría las manos ásperas, como si trabajara ocasionalmente con ellas, aunque no callosas ni duras. Transmitirían fuerza y seguridad. Ella echaría la cabeza hacia atrás y dejaría que aquellas manos le acariciaran los senos, permitiendo que pulgar e índice le apretaran con suavidad el rosado pezón entre las yemas.

En su imaginación, se arqueó, sintiendo cómo las oleadas de placer se le extendían desde los senos hasta el clítoris. Lo tenía allí, entre las piernas, sintiendo cómo el duro nacimiento de la barba le arañaba la sensible piel mientras la acariciaba con la lengua en delicioso contrapunto con la excitación que las manos le producían a ella sobre la piel.

No podía ver el rostro de su amante, tan sólo el cabello oscuro de la cabeza que tan íntimamente se le encajaba entre las piernas y los anchos hombros. Con las manos le acariciaba el vientre, cada vez más cerca del lugar en el que la boca le estaba proporcionando tanto placer. Tal vez no pudiera ver que era Tony, pero conocía sus caricias. Firmes. Seguras. Tal y como él era.

Muy pronto, la yema de un pulgar se unió a la lengua y las sensaciones añadidas prácticamente le hicieron perder el control. Con la otra mano le acariciaba el vientre, como calmándola y prometiéndola en silencio más emociones si tenía paciencia.

Sí… Podía ser paciente…

Se movió un poco en la silla, aún consciente, afortunadamente, de que seguía en la biblioteca. Aunque su mente se estuviera volviendo loca, tenía que mantener el control sobre el cuerpo. El diablo que tenía entre las piernas se movió y el roce de su mejilla contra el muslo de Nicole le provocó nuevas y eléctricas sensaciones por todo el cuerpo. Estuvo a punto de gemir en voz alta, pero el sonido se le heló en la garganta. Justo en aquel momento, él levantó la cabeza lo suficiente como para que ella pudiera verle los ojos. No eran los profundos ojos color chocolate de Tony… Aquellos ojos eran verde esmeralda y resultaban demasiado familiares.

No. No podía ser. Él no podía estar en sus fantasías.

Entonces, le vio el rostro al completo y no hubo posibilidad alguna de error. La fabulosa mandíbula, la pícara sonrisa… Conocía a aquel hombre. Oh, sí… Lo conocía muy bien…

¡Shane! Su mejor amigo. Un hombre que no debía ocupar lugar alguno en sus fantasías. Entonces, ¿qué estaba haciendo en la que estaba teniendo en aquel momento?

 

 

El apartamento era muy pequeño y en un espacio tan reducido los humos lo estaban mareando. Al menos, eso fue lo que se dijo Shane Walker mientras desatornillaba el último de los armarios de la cocina para poder sacarlo a la escalera de incendios para lijarlo y pintarlo.

Los productos químicos de la pintura debían de estar afectándolo. No había otra explicación. No importaba que todo estuviera muy bien ventilado y que casi no oliera a nada en el pequeño apartamento.

No. Tenía que estar algo mareado porque, si no era así, ¿qué excusa tenía para tomarse un respiro, sentarse en el suelo de Nicole y repasar la caja de fotografías y cartas que había encontrado en uno de los armarios de la cocina, justo detrás de la botella de tequila?

Se sentía muy mal por haberlo hecho. Las fotografías de la caja eran muy normales. De él, de ella, de los dos juntos, montando en barca, en bicicleta… Recuerdos de lo mucho que solían divertirse. Por supuesto, no había ninguna de sus familias, pero sí muchas de sus amigos. Nada del otro mundo.

No era asunto suyo.

Se consoló con el hecho de saber que a Nicole no le habría importado que mirara en aquella caja si él se lo hubiera pedido. Eran amigos desde el colegio y estaba seguro de que ella se lo habría permitido. De hecho, no creía que Nicole le ocultara ni un solo secreto. Sabía que la tortuosa relación que Nicole tenía con su madre aún le daba pesadillas. Sabía que, hacía muchos años, había decidido sacarse el carnet de moto porque se había sentido muy excitada y sorprendida por la vibración entre las piernas cuando un amigo la llevó a su casa. También sabía que se había apuntado a la clase sobre novela erótica de Ronnie.

Tanto por calenturiento interés como por fascinación académica.

Desde la universidad, conocían prácticamente todos los detalles sobre la vida del otro, desde el tipo de anticonceptivo que ella utilizaba a la chica con la que Shane había tonteado en la primera fiesta de Navidad del bufete.

Lo sabían todo, excepto el único secreto que Shane le había ocultado a ella. Era el más importante de todos. Shane no se lo había dicho porque tenía miedo de que ese secreto pudiera terminar con su amistad, y no había estado dispuesto a correr aquel riesgo. La verdad era muy peligrosa. Podía ser dura, dolorosa y maravillosa al mismo tiempo.

La verdad era que estaba enamorado de Nicole Davenport. Suponía que estaba enamorado de ella desde el primer momento en el que la vio, allí, junto al tobogán del patio del colegio de primaria de Sam Houston. Los dos tenían siete años y él se había tropezado y había caído al suelo. El helado que él llevaba en la mano había caído en el precioso vestido de color rosa que ella llevaba puesto. Al contrario que el resto de las chicas, que habrían llorado y pataleado, Nicole se había echado a reír y se había sacudido el vestido, provocando que la mancha fuera aún más grande. Entonces, se había ofrecido a compartir su helado con él.

Desde aquel día, Nicole se había convertido en su mejor amiga, en su mayor confidente. Sin embargo, jamás la había considerado más que una amiga. Todo había cambiado seis meses atrás, cuando él había regresado a su casa después de una cita especialmente mala y había llamado a Nicole para contarle todo sobre la rubia estúpida que había invitado a cenar. Entonces, se había dado cuenta.

Nicole.

La mujer que había tenido delante de las narices desde el principio. Ella era la mujer adecuada para alguien como Shane. Estaba seguro al cien por cien.

No se lo había dicho. Lo malo de conocer tan bien a una mujer como conocía a Nicole era que sabía muy bien sus manías sobre las relaciones con los hombres. Si un ex novio le decía que sólo quería ser su amigo, no había problema, pero si el pobre infeliz seguía sintiendo algo por ella o, peor aún, le decía que aún estaba enamorado, cuando rompían lo hacían para siempre. Incluso lo borraba de su agenda.

—Es demasiado incómodo —le había dicho Nicole en una ocasión—. Billy Crystal sólo tenía razón a medias —añadió, refiriéndose a una de sus películas favoritas, Cuando Harry encontró a Sally—. Los hombres y las mujeres pueden ser amigos. Nosotros somos la prueba. Sin embargo, eso sólo ocurre si el sexo y el amor romántico no entran jamás en la ecuación. Si no es así, las posibilidades de un final feliz se esfuman inmediatamente…

Shane había comprendido rápidamente lo que ella se refería. La vida de Nicole no había sido fácil y había logrado salir adelante con dureza. Era una optimista nata y estaba completamente segura de que todo podía tener un final feliz. Tal vez por eso se aferraba a aventuras tan descabelladas como la caída libre o el descenso de los rápidos, porque creía con toda convicción de que nada podía ir mal. Que el resultado de todo siempre era bueno.

—Dios, ¿te imaginas que nos hubiéramos acostado juntos alguna vez? —le había preguntado ella durante la misma conversación—. ¿Cómo habría podido vivir todos estos años sin ti en mi vida?

Había sido una pregunta retórica que Shane no se había molestado en contestar. Jamás habían salido juntos, a menos que se contaran las citas en las que habían salido juntos con sus respectivas parejas y en las que, en muchas ocasiones, habían terminado charlando juntos o bailando mientras sus acompañantes se emborrachaban o se marchaban con otras personas.

A medida que los años fueron pasando, Shane salía con chicas a menudo y el sexo venía dado, por supuesto. En alguna ocasión, Nicole y él, mientras estaban completamente borrachos, bromearon sobre cómo sería acostarse juntos, pero jamás lo habían dicho en serio. Hacía tantos años que se conocían… Entonces, ¿por qué de repente la veía con otros ojos? ¿Sería porque aún no había conocido a otra mujer que lo hiciera reír como ella o con la que compartiera las mismas aficiones?

No. Era mucho más que eso. Nicole no era un último recurso. Era su único recurso. Simplemente había tardado mucho tiempo en darse cuenta.

Aquella misma semana se había dado cuenta también de otra cosa. Tenía que decírselo. Tenía que arriesgarlo todo para decirle a su mejor amiga que la amaba.

Por supuesto, una parte de su ser aún creía que si le decía a Nicole lo que sentía por ella, no se vería rechazado. O, aunque así fuera, ella lo colocaría a un nivel diferente de los otros hombres que había habido en su vida. A él por lo menos no lo borraría de la agenda.

El problema era que no podía estar seguro. No se imaginaba a Nicole echándolo de su vida, pero todos los días ocurrían cosas que él no se habría imaginado nunca, como, por ejemplo, el hecho de que él fuera a regresar a Texas. ¿Quién le habría dicho que, después de escapar del infierno que había sido su infancia, volvería allí voluntariamente?

Sin embargo, así eran las cosas. Le faltaban dos días para abandonar Nueva York y regresar a Houston, Texas, para unirse a un selecto grupo del Departamento de Justicia. Había sido un gran salto para un abogado que sólo llevaba dos años ejerciendo, especialmente dado que su superior le había prometido que, si llevaba a cabo su labor tan bien como todos esperaban, lo enviarían a Washington cuando el grupo se disolviera.

Trabajar para la oficina del fiscal del distrito en Washington D. C… Eso sí que era algo que merecía la pena. Sería un estúpido de dejar escapar esa oportunidad y, en lo que se refería a su profesión, Shane no lo era.

En cuanto a Nicole… En ese aspecto, tenía que admitir que era algo estúpido, en especial últimamente.

Durante los últimos dos años, había ayudado a meter entre rejas a algunos de los delincuentes más desagradables que se habían enfrentado con el Departamento de Justicia. Se le había dado muy bien planear, recoger pruebas e interrogar a un testigo. Iba mejorando día a día.

Había decidido poner a prueba esas habilidades en el terreno personal. Iba a decírselo. Aquel mismo día. Iba a demostrarle que él era el hombre con el que debía estar y que siempre lo había sido. Había estado posponiéndolo varios meses, pero, al ver que estaba a punto de regresar a Texas, había comprendido que no podía esperar más.

Sin embargo, no era sólo el viaje lo que lo empujaba. Si fuera sólo eso, podía hablar con Nicole después de instalarse en Texas y empezar con su trabajo. No. Había más factores en juego. Por lo que Nicole le había comentado, Tony iba a pedirle que se casara con él muy pronto. Shane no podía perderla así, dejando que otro hombre se la robara delante de sus narices, en especial cuando Tony no era el hombre adecuado para ella. Shane no tenía ninguna duda al respecto. Nicole estaba enamorada, pero también se estaba esforzando demasiado, cambiando todo lo que tenía que cambiar para encajar en el molde que Tony había preparado para ella.

Si, al final, Nicole elegía a Tony, sería su decisión. Sin embargo, primero necesitaba conocer todos los detalles, siendo el más importante de ellos que Shane estaba enamorado de ella. Que la deseaba. Que encajaban juntos a la perfección, sin necesidad de que ella cambiara nada.

Lo sabía sin lugar a dudas, igual que sabía que Nicole se enfrentaría a aquella sencilla verdad. Tenía sus razones para desear a Tony y las comprendía. Este hecho le proporcionaba una ventaja que estaba dispuesto a utilizar.

Miró hacia la cocina, donde había dejado su maletín, y sonrió al recordar lo que contenía. No se trataba de notas ni de documentos legales, sino de algo que había creado utilizando toda la habilidad de la que disponía. Unas pruebas para el plan que había empezado a considerar como Shane contra Tony, con la juez Nicole presidiendo el tribunal.

Sabía que podía terminar destruyendo la amistad que había entre ambos, pero tenía que correr el riesgo. Por primera vez en sus vidas, otro hombre podía reclamarla para siempre. Shane no estaba dispuesto a perder el partido sin ni siquiera haber jugado.

La ganaría para sí y lo haría aquella misma noche. En aquel partido, Shane no tenía intención alguna de jugar limpio.