elit39.jpg

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2002 Harlequin Books S.A.

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Dos corazones en peligro, n.º 39 - junio 2018

Título original: Double Exposure

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-9188-711-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Prólogo

1

2

3

4

5

6

7

8

9

10

11

12

13

14

15

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

¡Qué no daría por un baño caliente y una mujer más caliente aún!

Hugh Armstrong batallaba contra las gélidas olas que levantaba el helicóptero del estudio mientras él nadaba, con un cabo de cuerda entre los dientes, hacia un barco de vela que se hundía ya por décima vez. El ambicioso director de la película creía, evidentemente, que él era el próximo James Cameron y que aquella escena de Antonio Banderas enfrentándose al poder de las aguas en la oscuridad ganaría premios por todo el mundo. Desgraciadamente era Hugh, y no Antonio Banderas, el que estaba realizando la escena.

Todo el mundo creía que el océano frente a las costas del sur de California era cálido y agradable. Tal vez en agosto sí lo era, incluso a aquellas horas de la noche. Sin embargo, estaban todavía en junio y, además, era un junio bastante fresco. Todo eso, unido a las hélices del helicóptero, bajaban las temperaturas hasta un punto en el que Hugh prefería no pensar.

Normalmente, le encantaba su trabajo, aunque tenía que admitir que sus escenas de doblaje favoritas eran las que tenían que ver con saltar de acantilados y saltar a través de ventanas. Él se dedicaba a aquella profesión exclusivamente por la adrenalina que le hacía sentir y, desgraciadamente, no había nada de inquietante en la situación en la que se encontraba. Nadie dejaría que se ahogara mientras rescataba a los seis actores que había a bordo del barco.

Por lo tanto, en vez del estímulo que tanto le gustaba, estaba presa del aburrimiento y del agotamiento. Además, deseaba de todo corazón tomar el avión que salía de Los Ángeles a las ocho de la mañana para poder irse a disfrutar de su fin de semana en Rhode Island. Asistir a la boda de Kim y Stuart sería estupendo, pero la verdadera atracción era poder estar con su hermano gemelo Harry, que era el padrino de Stuart. Había pasado demasiado tiempo desde la última vez que lo vio.

Por añadidura, le vendrían muy bien unos días de descanso. Cuando otra ola le golpeó en el rostro, se juró que aquella décima toma sería la buena. Reunió todas las fuerzas que le quedaban y alcanzó una velocidad que seguramente encantaría al director. Llegó al barco medio sumergido y ató la cuerda con mucha rapidez, decidido a que el director no cortara la acción como en las nueve veces anteriores.

Al llegar al barco, Hugh tomó entre sus brazos a un niño que tenía un brillante futuro en la industria del cine. Inmediatamente, Hugh comenzó a llevar al niño al barco de rescate. Las cámaras siguieron grabando. Gracias a Dios. Tal vez, después de todo, consiguiera tomar ese avión.

1

 

 

 

 

 

Volvía a llegar tarde. Un antiguo novio había acusado a Kate de llegar siempre tarde para añadir drama a su vida. En un ataque de justificada indignación, ella le había dejado, pero, en secreto, había pensado que él había dado en el clavo. Ninguna otra cosa le despertaba la adrenalina como ir con quince minutos de retraso.

Tras salir de Providence en dirección al aeropuerto de Warwick, con la capota de su descapotable bajada y la radio a todo volumen, Kate volaba en alas de esa adrenalina. Junio marcaba el inicio del buen tiempo y nada le gustaba más que ir conduciendo con el cabello volando al viento, adelantando constantemente y haciendo que cada segundo de su vida contara.

En un abrir y cerrar de ojos, llegó al aeropuerto. No tenía duda de que realizaría con éxito el recado de aquella tarde. Llevaba una fotografía de Harry Armstrong en el bolso, así que, si no lo veía al salir de las puertas, se lo encontraría en algún lado de la terminal. Tener que buscarlo sería mucho más emocionante que tener que esperarlo hasta que apareciera.

Como por arte de magia, encontró un sitio en el concurrido aparcamiento. Cuando hubo aparcado, rebuscó en su enorme bolso y sacó un cepillo con el que se peinó su corto cabello. A continuación, se miró en el espejo retrovisor para comprobar el estado de su maquillaje.

Tras dejar de nuevo el espejo en el bolso, sacó su Nikon compacta y se aseguró que tenía película. Tomar fotografías en el estudio la ayudaba a pagar el alquiler, pero últimamente lo que más le gustaba era hacer fotografías espontáneas, desde las más divertidas a las más dramáticas. En realidad, era solo un pasatiempo. Nunca le había mostrado todas las fotografías que tenía a nadie, pero nunca iba a ningún sitio sin una cámara.

Después de cerrar el coche, se colocó la ancha asa del bolso a través del pecho y se dirigió a la terminal. Tras entrar por las puertas automáticas, tomó una de las escaleras mecánicas. Constantemente, miraba de un sitio a otro buscando a Harry.

Mientras examinaba a los pasajeros que salían por la puerta, fantaseó con la idea de que era un agente de la CIA buscando a un doble agente que se parecía a Harry. A juzgar por aquella fotografía, su imagen era de lo más apropiada para el papel: espeso cabello negro, firme mandíbula y ojos azules a lo James Bond. Con toda seguridad, era una buena elección para ser el padrino de la boda de su hermana Kim, especialmente teniendo en cuenta que Kate era la dama de honor. A pesar de que iba a estar con Harry con mucha frecuencia durante los próximos días, había decidido no hacerse muchas esperanzas.

Sin duda, resultaría ser un hombre típico de la ciudad, con un buen trabajo, un buen coche y un teléfono móvil. Sería un tipo decente, pero ella ansiaba la aventura más que la decencia. Desgraciadamente, no parecía poder encontrar tipos decentes.

Hombres como su abuelo, por ejemplo. Durante la Segunda Guerra Mundial decidió alistarse para que el mundo fuera un lugar seguro para familias tan vulnerables como la suya. Un día, en una trinchera se tiró sobre una granada, sacrificándose para salvar a otros. Aquel increíble acto de valentía le ponía la piel de gallina.

Aquel era el tipo de hombre que ella quería, aunque, por supuesto, no deseaba que muriera. Hasta aquel momento, ningún hombre de los que conocía había exhibido la clase de valentía que emulara la de su abuelo Charlie. No tenía muchas esperanzas de que Harry pudiera hacerlo tampoco.

Sin embargo, tal vez su madre decidiera que Harry estaba hecho de la pasta de un buen marido y tratara de ejercer de celestina. Como Kim se iba a casar, la presión para que Kate hiciera lo mismo sería muy fuerte. Después de todo, eran gemelas. Hacía un par de días, su madre les había confesado su desilusión porque Kate no hubiera encontrado a nadie aún, dado que siempre se había imaginado una boda doble.

Kim y Kate se habían mirado y se habían entendido sin necesidad de intercambiar palabras. Entonces, las dos habían hecho todo lo posible por no reírse mientras se imaginaban que su madre trataba de vestirlas de manera idéntica por última vez.

No habían tenido que pasar por aquella tortura desde la graduación de su hermano mayor Nick. Después de hacer pedazos los vestidos con unas tijeras de podar y amenazar con hacer lo mismo con cualquier modelo que se quisiera imponer a ambas por igual, habían estado castigadas durante un mes. Sin embargo, finalmente su madre parecía haber comprendido el mensaje.

Tras volverse a meter en el bolso la fotografía de Harry, Kate de puso a examinar los rostros de los pasajeros que llegaban. Harry era muy mono. No podía negar que era médico. Kim le había dicho que Stuart y él habían ido a la Facultad de Medicina juntos. Stuart le había dicho que era alto, por lo que había deducido que a Kate no le costaría mucho localizarlo. Entonces, lo vio.

Maldita sea… Era mucho más guapo en carne y hueso que en la fotografía que Stuart le había dado. Sin embargo, el pobre parecía estar completamente agotado. Llevaba puestos unos vaqueros, una camiseta blanca y una cazadora también vaquera, lo que le daba el aspecto de una estrella del rock en vez de un médico. Tenía una barba incipiente, por lo que se preguntó si habría pasado la noche de guardia en el hospital. Qué tierno… Tal vez Harry encajaría con sus criterios mucho mejor de lo que se había imaginado.

—¡Aquí, Harry! —exclamó, al ver que avanzaba por la terminal. Seguramente, al no ver a nadie para recibirlo, había concluido que tenía que tomar un taxi.

Él ni siquiera se volvió a mirarla. Durante un momento, Kate se preguntó si se habría equivocado. No. No había duda de que era él. Tal vez estaba demasiado cansado como para prestar atención a lo que le rodeaba. Debería haber llegado a tiempo para haber podido recogerle en cuanto terminara con los controles de seguridad. Decidió que lo compensaría. Le daría tratamiento de primera clase durante el resto del día.

Lo alcanzó y se colocó delante de él, tras ponerle una mano en el brazo.

—Siento haber llegado tarde.

Él la miró atónito, como si no entendiera de lo que ella hablaba.

—Debería haber llegado con más tiempo. Me llamo Kate Cooper, la hermana gemela de Kim —añadió ella, a modo de disculpa—. Stuart y Kim me pidieron que viniera a recogerte.

—¡Oh! —exclamó él, con una expresión de sorpresa en el rostro—. Es genial. No creí que nadie…

—Lo sé y siento no haber llegado a tiempo. ¿No tienes nada más de equipaje?

—No. Esto es todo.

—Estupendo. Entonces, vamos a mi coche.

—Me parece bien.

—Stuart hubiera venido a recogerte, pero le surgió algo —comentó ella, mientras comenzaban a andar.

—No lo dudo. Después de todo, se va a casar pasado mañana.

—Bueno, ese es exactamente el problema.

—¿Es que están teniendo problemas?

—No, no. No de ese tipo. Solo están algo abrumados por lo que se ha montado. Mis padres han venido desde Florida y mi hermano Nick llegó ayer. Esta mañana, lo han hecho mis primos Clint y Maureen. La madre de Stuart lo ha hecho con su nuevo marido y el padre de Stuart se presentó con su nueva esposa. Las hermanas de Stuart han estado muy ocupadas con todo esto, pero, a pesar de todo, hay que socializar constantemente y también demasiadas intrigas familiares. Kim y Stuart no están pasando a solas el suficiente tiempo.

—Hmm.

Al salir de la terminal, los dos se pusieron unas gafas. Las de aviador que él se puso le dieron aún más si cabe el aspecto de una estrella de vacaciones que de un médico. Kate no podía esperar a entrar en Newport con él en el asiento del pasajero.

—Mi coche está por aquí —dijo Kate—. No está lejos, pero si quieres esperar aquí, podría venir a buscarte.

—¿Es que te parezco tan débil?

—No, no, claro que no, pero pareces algo cansado —respondió ella, admirando sus fuertes músculos.

—Bueno, no lo estoy tanto. Adelante.

—De acuerdo. Está ahí abajo. Es ese rojo.

—Estupendo.

—Tal vez lo encuentres algo pequeño —comentó Kate, admirando de nuevo su altura—. Debería haber tomado prestado el coche de mi primo…

—¡Dios santo! ¡Por el modo en que te estás preocupando sobre mí, debo de parecer un gato escaldado!

—En absoluto —respondió ella. Cuando llegaron al coche, abrió el maletero y apartó un poco su propia maleta—, pero parece que no has descansado mucho en las últimas veinticuatro horas.

—En eso sí tienes razón. De hecho, ni siquiera creía que pudiera llegar a tiempo.

—Pues lo has conseguido, y lo bueno es que tienes esta noche para descansar antes de que las cosas se vuelvan a acelerar mañana por la mañana. Kim y Stuart han tomado el transbordador a la isla Block para poder pasar allí la noche solos antes de que dé comienzo la última parte de todo esto.

—Tiene sentido. Creo que es una buena decisión —observó él, mientras Kate cerraba el maletero. Entonces, ambos se dirigieron hacia las puertas del vehículo.

—Te llevaré a la posada, donde se alojan todos los invitados, y te podrás relajar durante lo que queda de noche. No hay necesidad de reunirse con nadie de la familia más tarde. De todos modos, creo que todos ellos planearon ir a un concierto al aire libre.

—Relajarse en una acogedora posada parece una idea estupenda.

Kate ya había dejado el bolso en el asiento de atrás y estaba lista para sentarse en su asiento cuando vio que, cerca de su coche, había un Gran Danés sentado tras el volante. La ventana estaba bajada, probablemente porque el dueño sabía que nadie trataría de robarle el coche con un perrazo como aquel en el asiento delantero.

—¿Puedes darme un segundo? —le preguntó a Harry. Entonces, abrió el bolso y sacó la cámara.

—Claro, pero…

—Volveré enseguida.

Se acercó al coche e hizo un par de fotografías. Entonces, se colocó en un ángulo diferente y siguió disparando. El perro se inclinaba sobre el volante y parecía estar posando para ella. Era fantástico…

De repente, el fuerte sonido de la bocina del todoterreno la sobresaltó. Entonces, miró a su alrededor para ver si alguien se había dado cuenta de lo que estaba haciendo. Mientras tanto, el perro siguió apretando la bocina. Kate decidió volver hacia su coche, dado que había empezado a sospechar que el perro estaba entrenado para meter ruido si alguien se acercaba demasiado.

—¡De acuerdo! ¡Ya me marcho! —le gritó al sabueso—. ¡Deja de hacer eso!

Rápidamente, volvió a introducir la cámara en el bolso y se metió en el coche. Harry se estaba partiendo de risa.

—¡Dios mío! —exclamó Kate—. ¿A quién se le ocurre entrenar al perro a tocar la bocina? ¿Es que nadie utiliza ya alarmas?

—Supongo que no —comentó él, riendo—. Entonces, ¿te dedicas a la fotografía, como Kim?

—Sí.

—¿Trabajas por libre?

—Técnicamente, soy fotógrafo en un estudio, como Kim. Yo me ocupo de las fotos de glamour y a ella le van los niños y las mascotas.

—¿Qué quieres decir con eso de «técnicamente»?

Kate dudó. Cuando su padre se jubiló y les dejó a Kim y a ella el estudio que había convertido en un buen negocio, las dos estuvieron encantadas. Y así seguía siendo para Kate, aunque… ya no se divertía con las fotografías de estudio. Sin embargo, hacerle la foto al Gran Danés, aun con el ruido de la bocina, había sido muy divertido.

—Supongo que quiero decir que es a lo que me dedico principalmente. Sin embargo, he empezado a tomar fotografías improvisadas como esa solo por el gusto de hacerlo.

—¿Donde las cosas no son tan previsibles?

—Efectivamente, aunque las fotografías de estudio también resultan gratificantes. Muy gratificantes.

—Estoy seguro de ello.

Kate tenía la extraña sensación de que él comprendía perfectamente su conflicto personal, aunque casi no se conocían. Intrigada, lo miró de soslayo y vio que estaba realmente encajonado en el coche.

—¿Has echado el asiento completamente hacia atrás?

—Sí.

—Siento mucho que el coche sea tan pequeño…

—Mira, Kate, después de lo que he pasado, esto no es nada…

—Te llevaré a la posada tan rápido como me sea posible —prometió ella.

En aquel momento, llegaron a la cabina donde se abonaba el importe del aparcamiento. Cuando se acercó su turno, Harry se incorporó ligeramente en el asiento y se sacó la billetera del bolsillo.

—Déjame que pague yo.

—¡Por supuesto que no! Ya está demasiado mal con que llegara tarde a recogerte —replicó ella, mientras trataba de agarrar el bolso, que estaba sobre el asiento trasero.

Al hacerlo, rozó el fuerte cuerpo de Harry y descubrió que una proximidad tan cercana le quitaba el aliento y la azoraba como nunca se había sentido en toda su vida. Debería haber sacado el dinero antes de arrancar el coche.

El empleado del aparcamiento carraspeó para llamar su atención. Mientras que Kate estaba todavía tratando de sacar el monedero del bolso, Harry extendió la mano y le entregó un billete al mozo.

—Gracias, señor —dijo él, dándole inmediatamente el cambio.

Kate abandonó la lucha por encontrar la cartera y lo miró.

—Gracias por pagar, pero estás haciendo que me sienta muy culpable. Déjame que te invite a tomar algo este fin de semana.

—Me encantaría.

Kate volvió a arrancar el coche y siguió con su camino, lo que supuso una bendición para ella. Se sentía tan nerviosa que no confiaba en la reacción que podría haber tenido. Aquel padrino tenía una sonrisa… Kim y Stuart no le habían advertido que sería tan atractivo. La foto que ellos le habían dado no captaba en absoluto su magnetismo.

—Resulta muy agradable sentir el sol. Por supuesto, cualquier cosa es mejor que nadar en agua fría durante seis horas.

—¿Y por qué estabas haciendo eso?

—Tuve que sacar a seis personas de un barco que estaba sumergido parcialmente. Nos llevó la mayor parte de la noche.

—Eso es… increíble —susurró ella, muy impresionada. Sintió que un escalofrío le recorría la espalda. ¿Habría encontrado por fin a su héroe?

—Al menos, todo salió bien, pero el helicóptero no hacía nada más que embravecer el agua, lo que hizo que el rescate fuera mucho más difícil. Sin embargo, todo se terminó y he conseguido llegar a tiempo para la boda de Stuart y de Kim.

—Estoy segura de que te van a estar muy agradecidos —afirmó ella.

Un héroe iba a ser el padrino de la boda de Kim. Horas antes, había arriesgado su vida para salvar a seis personas y, en aquellos momentos, estaba en su coche e iba a pasar los siguientes cuatro días en Providence. Kate casi no podía creer que aquello estuviera ocurriendo, pero pensaba aprovechar la circunstancia al máximo.

—Me alegro de haber podido venir —dijo él—. Ahora, si no te importa, voy a cerrar los ojos para relajarme durante un rato. Traté de dormir en el avión, pero la persona que iba sentada a mi lado no hacía más que tratar de entablar conversación.

—Estaré tan callada como un muerto —prometió Kate.

Decidió aminorar la velocidad y colocarse en el carril derecho, dejando que todos los coches la adelantaran. No iba a correr el riesgo de no dejar descansar a una carga tan valiosa.

—Descansa —añadió—. Ya te avisaré cuando hayamos llegado.

 

 

Hugh Armstrong cerró los ojos y dio gracias por aquel trozo de paraíso. Estaba sentado bajo un cálido sol, junto a la pelirroja más bonita que había visto en mucho tiempo. Y, dado que estaba rodeado de glamour todos los días, aquello era decir mucho.

Tal vez parte del atractivo de Kate era que no estaba en el mismo ambiente que él. No trataba de conseguir un papel de estrella gracias a su belleza, lo que le permitía relajarse un poco más sobre su aspecto.

Abrió los ojos un poco y la volvió a estudiar. Sí, era bellísima. Probablemente utilizaba protección solar para proteger aquella perfecta piel, especialmente si solía conducir con la capota bajada. Llevaba el cabello muy corto, con un corte a capas que era tan moderno y popular.

La camiseta blanca, con la cintura recortada, le sentaba como una segunda piel. Los vaqueros mostraban una buena porción de cintura que a él le encantaba y que hacía que la boca se le hiciera agua. Unos mules con los dedos al descubierto completaban su atuendo. A pesar de que llevaba los pies ocultos por el salpicadero, recordaba perfectamente que las uñas de los pies, como las de los dedos, iban pintadas de un rojo profundo.

En la muñeca, llevaba cinco pulseras de oro que tintineaban cada vez que giraba el volante. Los pendientes de aro también eran de oro. A pesar de llevar varios anillos, ninguno de ellos ocupaba el dedo anular de la mano izquierda. Muy pronto descubriría si había alguna relación en su vida. Si no, iba a ser un agradable fin de semana. Volvió a cerrar los ojos.

Normalmente, podía dormir en cualquier parte, pero su sensual perfume se lo impedía. No había mencionado a Harry. Se preguntó si enviarla al aeropuerto para recogerlo habría sido cosa de su hermano. Le había dejado un mensaje antes de marcharse, sin estar completamente seguro de cuándo pensaba Harry marcharse de Chicago. Tal vez, había sido él quien había informado a los Cooper de su llegada. Harry sabía la debilidad que él sentía por las pelirrojas de ojos verdes, lo mismo que Stuart. Cualquiera de los dos podría haberle preparado aquella sorpresa.

Harry podría haberse retrasado por un parto inesperado, por ejemplo. Eso mismo le habría ocurrido a él si su aspirante a James Cameron hubiera decidido que la escena no valía.

En vez de eso, podría pasar algo de tiempo con Kate Cooper, hermana gemela de la novia. Se sentía algo anquilosado por no haber tenido tiempo de recuperarse de su trabajo antes de meterse cinco horas en un avión. Quería estar en forma, en caso de que Kate quisiera divertirse aquel fin de semana…

Hugh se alegraba por su amigo, pero, personalmente, le parecía que casarse era buscarse problemas. Una vez había oído que crear una familia significaba proporcionar rehenes al destino. No podía estar más de acuerdo y no quería dar al destino tanto poder.

Preocuparse por una esposa ya sería lo suficientemente aterrador, pero, si tenía hijos alguna vez, sabía que se convertiría en una masa de nervios, considerando todos los peligros a los que la vida los enfrentaría. No. Prefería estar libre de ataduras. Además, tenía un trabajo arriesgado y no creía que una familia debiera soportar la presión de saber que, tal vez un día, no regresara a casa.

A pesar de todo, el riesgo era muy importante para él… Durante los pocos segundos que duraba la escena, se sentía invencible. Le gustaba arriesgarse cada vez más, aunque aquello no significaba que era un alocado. Se mantenía en forma, por lo que siempre esperaba salir sano y salvo. Sin embargo, era consciente de que los accidentes ocurrían…

No obstante, le encantaba su vida. Era un mundo lleno de glamour, de excitación y de hermosas mujeres. Muchas de ellas buscaban las mismas aventuras, breves y llenas de pasión, que encajaban tan bien con el estilo y la personalidad de Hugh. No estaba seguro de las reglas que había en Rhode Island, pero tenía intención de descubrirlas. En aquellos momentos, estaba libre. Si la suerte estaba con él, Kate lo estaría también.