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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2002 Lindsay Mckenna

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

La inocencia de una mujer, n.º 174 - mayo 2018

Título original: Woman of Innocence

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

 

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-9188-596-2

Capítulo 1

 

—Morgan, ¿estás despierto?

—Mmm...

Laura sonrió al mirar a su adormilado marido. Unos finos haces de luz de luna entraban en el dormitorio de la segunda planta de su cabaña. Pudo percibir el olor a pino cuando una leve brisa agitó las diáfanas cortinas blancas junto a la cama de latón. Se arrebujó contra la espalda de su marido y le acarició el pecho con movimientos circulares. Aunque una vida cómoda había añadido algunos kilos al cuerpo de Morgan, este aún se ejercitaba para mantener la complexión fuerte y atlética que había tenido de joven.

Apoyó la palma de la mano sobre el torso cubierto de vello y le dio un beso en el hombro desnudo.

—¿Estás despierto? —repitió.

Morgan se agitó. Se obligó a abrir los párpados. Al sentir la mano pequeña de Laura en el pecho, la cubrió con la suya.

—Ahora sí.

Ella rio y le dio un beso como recompensa.

—Sé que has tenido un día duro. Debí hablarte de esto antes.

A Morgan le encantaba el tacto del camisón sedoso de Laura. El modo en que fluía sobre su desnudez hacía que fuera muy consciente de sus curvas femeninas. Se puso boca arriba y la atrajo a sus brazos. Ella acomodó la cabeza rubia en su hombro. Después del secuestro, años atrás, el trauma sufrido la había hecho cambiar. Morgan no podía culparla en esas circunstancias. También él, al igual que su hijo mayor, Jason, habían cambiado durante el incidente.

—¿Qué te preocupa? —quiso saber mientras le besaba el cabello. Respiró hondo y saboreó el aroma dulce del champú de jengibre que había empleado antes para lavarse el pelo.

Laura rio un poco y se apartó lo suficiente para mirarlo a los ojos.

—¿Cómo sabes que me preocupa algo?

Él esbozó una leve sonrisa. Los ojos de Laura brillaban con calidez y amor... hacia él. Le apretó el hombro con gentileza.

—¿Por qué no iba a saberlo? Llevamos casados mucho tiempo. Ya nos conocemos bastante bien, ¿no es verdad?

—Incluso a las dos de la mañana tienes sentido del humor —le dio un beso en la mandíbula y se pegó contra él.

—Solo contigo, créeme —suspiró.

Había perdido la cuenta de las veces que alguien de guardia lo había despertado en el cuartel general de Perseo para tratar sobre una misión. Le gustaba una buena noche de sueño, pero sabía que desde el secuestro, Laura había mantenido muchas de sus emociones encapsuladas y había perdido parte de su espontaneidad infantil. Con el tiempo había aprendido a interpretar cuándo interiorizaba las cosas y trataba de estimular la conversación con ella para averiguar qué sucedía dentro de su cabeza. Sabía que era una de esas noches, porque ella rara vez lo despertaba de esa manera. Se preguntó si la preocuparía alguno de sus cuatro hijos. En especial Jason, el primogénito, que pasaba por unos momentos bastante complicados de adolescente que empezaba a madurar.

—¿Qué te preocupa? —musitó mientras le acariciaba la espalda.

—Es Jenny —Laura suspiró y cerró los ojos.

—¿Jenny? —Morgan frunció el ceño—. ¿Mi ayudante?

—Sí.

El sueño lo abandonó al preguntarse por qué Laura necesitaba hablar de la mujer que trabajaba para él en Perseo.

—¿Qué pasa con ella?

—Sabes lo bien que nos cae a los dos —comenzó Laura.

—Sí... —por lo general Laura no hablaba de trabajo con él a las dos de la mañana. De vez en cuando lo ayudaba en la contratación de gente para Perseo. Por lo demás, estaba ocupada con sus cuatro hijos y les dedicaba su vida y su tiempo a ellos, no a la empresa—. Se ha convertido en un quinto hijo para nosotros —convino.

A ninguno de los dos se le pasaba por alto que Jenny tenía muchos de los rasgos de Laura. El pelo rubio y corto y el rostro de duende travieso, la hacían parecer más uno de sus hijos que la asistente de Morgan. Había sido abandonada al nacer y entregada en adopción, y aún desconocía quiénes eran sus padres. Cuando Laura se enteró de eso, inmediatamente extendió una mano hacia la joven de veinticuatro años, y la convirtió en parte de su familia. A Morgan no le importaba. Jenny era una magnífica trabajadora, muy inteligente, y se había graduado en Bryn Mawr entre los mejores de su clase. Tenía una licenciatura en Psicología y hablaba con fluidez tres idiomas. Bajo ningún concepto era una asistente corriente. Era, literalmente, la mano derecha de Morgan en Perseo. Sabía todo lo que pasaba allí. Era una persona seria, de confianza y trabajadora.

—¿Sabes que dentro de una semana cumplirá veinticinco años?

—No, lo había olvidado —Morgan se frotó la cara—. Maldita sea..., menos mal que me lo has recordado —tenía por costumbre recordar el cumpleaños de todos sus empleados. Pero era Jenny quien le mantenía la lista actualizada, y conociéndola, sabía que nunca le diría que se aproximaba el suyo. No le gustaba llamar la atención. Era casi una sombra.

Laura asintió.

—Es un momento importante, cariño.

Los dos rieron. Con cincuenta y tantos años, Morgan había empezado a descubrir que su memoria no era lo que solía ser.

—Tengo en mente un regalo especial para ella —comentó Laura entusiasmada—. Y de eso necesito hablarte.

—De acuerdo... Lo que sea, cómpraselo. A ti te trata como a la madre que no tiene. No necesitas consultarme eso.

—No te muestres tan rápido en aceptar, Morgan —rio y lo abrazó—. El «regalo» que tengo en mente es poco usual y requiere tu aprobación.

—Tramas algo...

—Eres lento, Trayhern —volvió a reírse—. Debe de ser por la hora a la que te he despertado.

Le dio un beso en la frente. Morgan atesoraba esos momentos especiales que compartían. No tenían muchos, no con cuatro hijos y las exigencias de Perseo flotando sobre sus cabezas en todo momento.

—¿Por qué el hombre es el último en saberlo? —bromeó.

Laura le dio un beso en la mejilla y luego se sentó. La sábana cayó y quedó arrugada en torno a sus caderas. Vio el resplandor en los ojos azules de Morgan y alargó la mano para acariciarle el torso.

—Por eso los chicos nos necesitáis a vuestro lado.

—De acuerdo, me rindo —le tomó la mano y se la besó—. ¿De qué se trata? —le gustaba el modo en que el camisón de seda de color melocotón con el escote acentuado revelaba su cuerpo esbelto. Incluso después de haber tenido cuatro hijos, para él seguía siendo igual de hermosa y deseable.

—He estado pensando...

—Uy, uy, uy... ¡Ahora sí que estoy metido en un lío!

A pesar de la cantidad abrumadora de trabajo que tenía Morgan, cuando estaba con ella parecía más un niño que el serio y conservador estratega militar que era. Con ella se relajaba. Confiaba en ella y la amaba.

—Sí —susurró con tono perverso—, creo que así es.

Él suspiró y se incorporó hasta sentarse. Se apoyó contra el cabecero de latón sin soltarle la mano.

—De acuerdo, ¿qué has planeado para el cumpleaños de Jenny?

Laura perdió la sonrisa y se volvió un poco. La cara de Morgan era cuadrada y grande. Incluso a la luz de la luna, la cicatriz sobresalía, un recordatorio constante de aquel aciago día en la guerra de Vietnam.

—Sabes lo mucho que sueña con ir en una misión con un mercenario.

—Laura... —Morgan gimió.

—Escúchame hasta el final, cariño —alzó una mano.

—Son solo eso, Laura —explicó él—: sueños. Sabe que no puede ir en una misión. No está entrenada para ello —ceñudo, añadió—. Jenny es inteligente, brillante, ingeniosa y creativa, pero no es una mercenaria. No puedo permitir que ninguno de mis hombres corra riesgos con el fin de satisfacer un sueño romántico que ella tiene sobre esta profesión. Tú lo sabes.

—No exageres —le acarició la cara—. ¿Recuerdas que la semana pasada me mencionaste que tenías una misión de nivel uno en Agua Caliente, en Perú? Dijiste que necesitabas asignar a alguien para que entrevistara a las pilotos de los Apaches de la mayor Maya Stevenson, las de la misión de secreta que tendrá lugar en México. Jenny es psicóloga. ¿Quién mejor que ella para entrevistar y ayudar a seleccionar a las tres mujeres adecuadas para la misión? Una asignación de nivel uno no representa peligro. ¿Por qué no puedes destinar a Jenny al grupo y hacer que sienta que realiza algo importante? Deja que lleve las entrevistas y elija a las pilotos. Creo que si lo haces, conseguirás que pierda la visión romántica que tiene de ese mundo. Ahora mismo, de lo único de lo que habla es de formar parte de uno de tus equipos de mercenarios.

—Laura... —gimió y cerró los ojos.

—Morgan, es algo pequeño, pero que significará mucho para Jenny.

Él abrió los ojos y estudió la cara en sombras. Sabía que no podía negarle nada. Nunca había podido. Amar a Laura era toda su vida. Sus hijos eran prueba de ello, y su amor había profundizado y mejorado con los años. Era su mejor amiga. Y rara vez recurría a ese vínculo para conseguir algo, como estaba haciendo en ese momento.

Pensó en los muchos animales que Laura había rescatado en el transcurso de los años. Y si quería ser honesto, tenía que reconocer que también lo había rescatado a él. Había sido abandonado en todos los sentidos posibles, pero ella le había abierto su corazón y su vida, sin preguntas.

No pensaba hacer que le suplicara. La respetaba demasiado para participar en ese tipo de juego. Vio que los ojos aterciopelados irradiaban amor por él. Suspiró y le apretó la mano.

—¡De acuerdo, de acuerdo! ¿Quién está disponible para ir en esta falsa misión de mercenarios?

Laura soltó el aliento contenido, se adelantó y le rodeó los hombros anchos y cálidos.

—Gracias, cariño —le dio un beso rápido en la boca y añadió—: Matt Davis llega mañana de Bosnia. Ha estado en una misión de nivel cuatro, y supongo que le gustaría algo más seguro y tranquilo.

—¿Davis? —enarcó una ceja—. ¿Para hacer de canguro de Jenny? No, Laura. No es una pareja idónea. Es como querer mezclar agua y aceite.

—Él es el único disponible —se mordió el labio en un gesto reflexivo—. Es muy agradable. Y también atractivo. Y está soltero.

—¿Todo es en beneficio de Jenny?

—No empeora las cosas que no esté casado, Morgan —rio.

—No querrás hacer de casamentera otra vez, ¿verdad? —preguntó, ceñudo; sabía que tenía propensión.

—¿Yo? No. Si quieres, ve tú mismo a comprobar la base de datos. No hay nadie disponible salvo Matt. Estoy segura de que si le explicas los motivos por los que le ofreces esta misión, aceptará. Tiene un corazón blando.

—Mmm. Es mi cabeza la que está blanda si imagino que aceptará. Voy a tener que emplear mucha persuasión, Laura. Tiene treinta años y no le gustará el papel de canguro de una novata. Diablos, Jenny ni siquiera es eso —se mesó el pelo negro e hizo una mueca.

—Matt habla español. Y se trata de una misión de habla española —le recordó—. Y Jenny también conoce el idioma. No habrá problemas. Además, ella planifica todas las misiones contigo y con Mike Houston. El hecho de que no haya participado en ninguna no significa que no las conozca. Creo que si le explicas la causa a Matt, aceptará de buen grado.

—No estoy tan seguro...

—Por encima de cualquier cosa —continuó Laura—, no permitas que Jenny piense que no se trata de una misión importante. Deja que crea que contribuye de verdad..., que es la mejor persona para ese trabajo.

—No puedo dejar que Jenny piense que lo vamos a repetir, Laura. No está cualificada en maniobras militares ni entrenada para ello.

—Estoy de acuerdo —alzó la mano—. Dile que es su cumpleaños y que consideraste que podía llevar a cabo esta misión. Puedes dejar bien claro que nunca habrá otra. Creo que si Matt le permite probar lo que es una misión real, sin el peligro que conlleva, no tardará en perder la idea romántica que proyecta sobre los mercenarios y sus misiones. Quizá necesita participar en una, experimentarla, para comprender los rigores y tensiones por los que pasa nuestra gente. Podría ayudarla a ser una asistente mejor cuando planifique las misiones con Mike y contigo.

—Planteas argumentos razonables —convino Morgan—. Quizá deberíamos enviarla en una misión segura. Podría sugerirle a Matt que la dramatice un poco en su beneficio. Por lo general, las misiones de nivel uno son aburridas como mil demonios para un mercenario.

—Lo vas entendiendo, Morgan —suspiró—. Siento que esto beneficiará a todos los implicados. Jenny cumplirá su sueño. Y tú recuperarás una asistente con una comprensión más plena en la planificación de misiones.

—Matt es el único que no va a beneficiarse de este viaje —Morgan rio entre dientes.

—Mmm —murmuró Laura al acomodarse en sus brazos—. Matt es un chico grande. Creo que se adaptará a la situación. Jenny es bonita y en absoluto tonta. No tardará en descubrir que es una joven de recursos.

Morgan sonrió y la pegó a su cuerpo. Mientras ella se frotaba como una gata contra él, le susurró:

—¿Qué te parece si dejamos a un lado los negocios?

—Me gusta despertarte a las dos de la mañana, Trayhern...

Al besarse, Morgan sintió que ella sonreía. Tenía el cuerpo cálido y sensual mientras la rodeaba con los brazos.

—Sí —gruñó—, sin interrupciones...

—Ni teléfonos ni faxes...

—Ni niños que entren necesitando algo...

Laura suspiró.

—Solos nosotros dos... Aprovechémonos de la situación, ¿quieres, cariño?

 

 

—Necesito que me hagas un favor especial, Matt. Siéntate —le indicó el sillón de piel que había junto al enorme escritorio de madera de arce de su despacho en el complejo Perseo. Mientras se sentaba, Matt Davis lo observó con sus críticos ojos grises.

—¿Un favor?

La puerta del despacho de Morgan se abrió y los interrumpieron. Jenny entró con una bandeja de plata con café, leche, azúcar y unos deliciosos donuts de crema. Eran la perdición de Morgan. Por suerte, Jenny solo había puesto dos en la bandeja..., uno para cada uno de los interlocutores. Laura le había dado órdenes estrictas de que ya no podía llevar la habitual media docena.

—Pasa, Jenny —murmuró—. Puedes dejar la bandeja sobre la mesa, ahí.

Matt se frotó los ojos con gesto cansado. La pequeña asistente rubia le dedicó una sonrisa de bienvenida, igual que había hecho cuando esa mañana lo hizo pasar para la cita con Morgan. Percibió el aroma de una fragancia muy leve. «¿Quizá lilas?» Desterró ese pensamiento, molesto consigo mismo. En ese momento solo deseaba dormir una o dos semanas. No obstante, los ojos azules grandes y expresivos de la asistente atravesaron su corazón pertrechado y lo conmovieron como si careciera de defensas. Debía de medir un metro cincuenta y cinco aproximadamente, y su peso rondaría los cuarenta y cinco kilos como máximo. Tenía la complexión de un pájaro y parecía frágil. Como si pudiera romperse si alguien la miraba de mal humor o decía una palabrota en su presencia. Sin embargo, era vivaz, pura efervescencia. Un rayo de sol en su lóbrego trabajo. Quizá por eso Morgan la había contratado: aportaba luz al mundo tenebroso en el que ellos vivían. No podía culparlo. Jenny era atractiva sin ser una belleza despampanante. Los mayores atributos que tenía eran los ojos y esa sonrisa constante y dulce en una boca de labios llenos.

—Gracias, Jenny —murmuró Morgan mientras se preparaba para servir café en las delicadas tazas de porcelana—. Nosotros lo haremos.

—Claro... —ella asintió y se dio la vuelta. Al hacerlo, la punta de uno de sus delicados mocasines se enganchó con una bota gastada y sucia de Matt—. ¡Ay! —exclamó mientras trastabillaba y caía desequilibrada y agitando los brazos.

Matt la vio tropezar. Al instante se adelantó con un brazo extendido para sujetarla. No le costó ningún esfuerzo atraparla. En unos segundos tuvo su cuerpo ligero en brazos.

—¿Estás bien? —preguntó mientras la ayudaba a enderezarse. La vio ruborizarse, avergonzada. Morgan se había incorporado del sillón que ocupaba, pero desde donde se hallaba, no habría podido ayudarla.

—¡Sí, sí..., lo siento! Lo siento mucho... —con rapidez se apartó de él y miró con pesar a Morgan—. Soy tan torpe… Estoy bien, Morgan. De verdad —alzó una mano para evitar que saliera de detrás de la mesa. La expresión que reflejaba en la cara era de auténtica preocupación. Adoraba a su jefe, que la trataba como a una igual, no como a una rubia tonta.

—¿Estás segura? —inquirió él, deteniéndose.

—Muy segura —agitada, se pasó la mano por el pelo. Lo llevaba corto—. Gracias por evitar que me abochornara por completo —le dedicó una sonrisa a Matt.

Este no pudo evitar devolverle el gesto. Era como un duendecillo. Más como el sol danzando sobre las aguas de la vida que una mujer corriente.

—No le des más importancia —musitó, alargando la mano hacia el café.

—Os dejo —dijo y salió con premura de la habitación.

Morgan tomó un donut de crema.

—¿Sabes?, estos donuts son los mejores del mundo —lo observó como haría un joyero con un diamante.

—Cómetelos —bufó Matt—. Hoy no necesito azúcar.

—Mmm, yo tampoco, pero... ¿Seguro que no quieres el otro?

—Seguro —Davis sonrió y bebió el café, que tenía un aroma delicioso.

Morgan le dio un mordisco con expresión de absoluto placer en la cara.

—Es uno de los pequeños placeres de la vida —suspiró mientras disfrutaba de cada mordisco.

Davis rio entre dientes y se sentó; volvió a extender su cuerpo de un metro ochenta y cinco mientras sujetaba la taza entre las manos.

—Mejor que te lo comas tú. En nuestro trabajo no viene bien el sobrepeso.

—Yo tengo aquí unos tres kilos de más —se palmeó el estómago.

—Sí, pero tú has pasado de los cincuenta y yo tengo treinta. Hay una gran diferencia —Matt sonrió.

De buen humor, Morgan tomó el segundo donut y se sentó. Lo comió con la misma satisfacción lenta que había dedicado al primero.

—Será nuestro secreto. Laura cree que solo como uno al día.

—De acuerdo —convino Matt con el amago de una sonrisa.

Morgan se limpió las manos con la servilleta blanca de algodón que había en la bandeja, tomó un sorbo de café y rodeó otra vez su escritorio.

—Y ahora —murmuró—, tengo que pedirte un favor.

Capítulo 2

 

Feliz cumpleaños, Jenny —felicitó Morgan a su asistente. La miró con cariño mientras ella entraba en la sala de guerra, donde se asignaban todas las misiones. Laura permanecía a su lado con una sonrisa en la cara.

Jenny se detuvo frente a Morgan, sentado al otro lado de la enorme mesa oval. Abrió mucho los ojos al ver la tarta decorada con rosas amarillas.

—¿Una tarta? —musitó. Se llevó una mano al corazón al ver las veinticinco velas encendidas—. No teníais que hacer esto —comentó, conmovida. Con un nudo en la garganta, pidió un deseo y sopló las velas mientras los Trayhern aplaudían. A la izquierda de la tarta había una carpeta azul. La reconoció como una carpeta de misión. Encima tenía un lazo rojo y plateado. Lo que la desconcertó fue el hecho de que en la carpeta estaba escrito su nombre—. ¿Qué es? —preguntó con expectación.

—Tu regalo, Jenny —Laura sonrió con ternura—. De todos nosotros para ti. Adelante, ábrelo.

Vio la sonrisa que Morgan intercambió con Laura y la dominó la expectación.

—Pe... pero —tartamudeó, señalando la carpeta— se trata de una asignación de misión. ¿La he archivado incorrectamente? —se enorgullecía de su forma de archivar y aún no había perdido ninguna carpeta.

—Sí —musitó Morgan con su voz profunda—, exactamente. Y no, no la guardaste mal.

Con expresión confusa, Jenny introdujo los dedos debajo del lazo y lo retiró con cuidado. Con la carpeta en la mano, los miró perpleja.

—Tiene mi nombre, es un error. El mercenario que reciba esta misión debe tener su nombre en la...

—¿Por qué no la abres y lees lo que dice la asignación? Creo que gran parte de la confusión que te domina en este momento se aclarará.

Jenny se sentó, apoyó la carpeta en el regazo y la abrió. Los ojos se le desorbitaron. Se quedó boquiabierta. Miró a Morgan y a Laura y susurró:

—¡No puede ser!

—¿Por qué no? —quiso saber Morgan.

—Porque… mmm… solo soy tu asistente, Morgan... para Perseo... —observó incrédula la misión. Su nombre figuraba como comandante. Debajo había otro nombre: Matt Davis; era el segundo al mando. Leyó más y vio que era la misión de Agua Caliente, en Perú, en una instalación militar secreta conocida como Base Jaguar Negro.

Se le aceleró el corazón al continuar con la rápida inspección de la información. Se le encomendaba entrevistar a todas las candidatas voluntarias de la Base Jaguar Negro que quisieran trabajar de incógnito para Perseo en una futura misión en la frontera entre México y Estados Unidos. Tenía que entrevistar a las pilotos y luego seleccionar a las tres que considerara mejor cualificadas para la tarea. Era una misión de nivel uno, lo que significaba que no era arriesgada.

Morgan intercambió una mirada cálida con Laura. Volvió a centrar su atención en Jenny, que aún tenía la cabeza inclinada mientras repasaba el contenido de la carpeta con avidez. Tenía un rostro muy abierto y expresivo, y a Morgan le gustó poder ver su reacción.

—Jenny, consideramos que has trabajado aquí el tiempo suficiente como para emprender una misión segura pero necesaria para Perseo —le explicó con voz de autoridad. Jenny alzó la cara para mirarlo y él vio que tenía los ojos húmedos—. Sabemos que hace mucho que sueñas con participar en una misión en vez de estar aquí sentada, procesando órdenes e informes. Creo que participar en una misión, te ayudará a entender mejor el trabajo que desempeñas aquí. Y Laura pensó que era un buen regalo de cumpleaños. ¿Tú qué dices?

Al borde de las lágrimas, Jenny luchó por contenerlas. Su mirada pasó de la expresión gentil de Morgan a las facciones sonrientes y orgullosas de Laura. Su corazón sabía que había sido Laura la instigadora de todo.

—No... no sé qué decir...

—Un «sí» bastará —rio Morgan.

—Pero... ¿cómo sabéis que estoy preparada? Quiero decir, no soy una mercenaria entrenada. Carezco de experiencia militar. Jamás he disparado una pistola... —se llevó la carpeta al pecho y la voz le desafinó por la ansiedad—. Sé que un millón de veces os he dicho que anhelaba la oportunidad de una misión..., pero también sé que no soy valiente ni tengo pasta de heroína como la gente maravillosa que empleáis. Soy un ratón, un ratón aburrido sin ningún entrenamiento militar como el de tus mercenarios, Morgan.

Laura sonrió con ternura.

—No todas las misiones requieren habilidad militar, Jenny. Eres licenciada en Psicología. Consideramos que eras la persona más cualificada para esta misión. Llevas un año con nosotros y conoces el procedimiento. Y también conoces a la mayoría de nuestros empleados y sabes el tipo de persona que buscamos —señaló la carpeta que Jenny aún aferraba contra el pecho—. La mayor Maya Stevenson ha aceptado dejar que vayáis a su base y entrevistéis a cualquier piloto de helicóptero Boeing Apache que pueda querer tomar parte en futuras misiones.

Bloqueada, con el corazón desbocado porque jamás había soñado con que le dieran una misión, dijo con voz temblorosa:

—Pero, Laura, no tengo conocimientos militares, a excepción de lo que he aprendido aquí. No sabría cómo evaluar a las voluntarias... —la miró con expresión de pánico.