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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2004 Leslie Kelly

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

En el calor de la pasión, n.º 199 - julio 2018

Título original: Wickedly Hot

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

 

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-9188-855-0

Prólogo

 

Lynnette Grayson había encontrado finalmente a la mujer perfecta para su nieto Ryan, y estaba decidida a juntarlos le gustara a él o no.

—Es morena, como más le gustan —murmuró mientras enumeraba sus cualidades—. Inteligente, sin duda. Alta y esbelta, con expresión misteriosa...

Y, sobre todo, era interesante.

Ryan estaba demasiado cómodo y relajado en su apartamento de Manhattan. Dedicado por entero a su trabajo en una importante empresa de arquitectura, salía con muchas mujeres y no sentía nada especial por ninguna.

Necesitaba a alguien que le supusiera un reto.

—Alguien que lo espabile un poco —dijo Lynnette, recordando la horrible mujer de hielo que Ryan había invitado a cenar la última vez que sus abuelos fueron a la ciudad.

Su nieto no era una persona fría, pero aquella ciudad grande e impersonal lo había hecho olvidarse de sus orígenes. Su familia era gente apasionada y fascinante, rápidos en el amor y fieles para siempre. Ella misma incluida, admitió Lynnette con una sonrisa. Había hecho esperar a su marido para casarse, pero había sabido que Edward era el hombre de su vida en cuanto él la tomó de la mano.

—Las mujeres de hoy en día no tienen ningún misterio —añadió con un suspiro de disgusto—. No tienen delicadeza ni rasgos peculiares.

Excepto Jade Maguire, la joven de Savannah a quien había conocido la semana anterior.

Jade era exactamente lo que Ryan necesitaba. La mujer perfecta que aparecía en el momento perfecto. Ryan tenía treinta años y ya iba siendo hora de que se estableciera y formara una familia. Sus otros nietos estaban felizmente casados, pues todos ellos habían seguido la tradición familiar al enamorarse perdidamente de la persona adecuada nada más conocerla, y ella no descansaría hasta que le ocurriera lo mismo a Ryan. Era el mayor de sus nietos y, aunque nunca lo admitiría en voz alta, su favorito.

Por desgracia, tenía el presentimiento de que iba a mostrarse un poco testarudo.

Ya había intentado emparejarlo con anterioridad y los resultados habían sido bastante... desafortunados. Pero en esa ocasión era distinto, porque esa vez no lo estaba invitando para un fin de semana habiendo invitado al mismo tiempo a una joven que conoció en el banco. Ni tampoco estaba celebrando una fiesta cuyos únicos invitados eran Ryan y la nieta de una amiga. Esa vez no se trataba de la florista, ni de la maestra de escuela, ni de aquella encantadora jovencita que se dedicaba a vender casas. Ninguna de ellas le había resultado a Ryan interesante, y mucho menos lo habían enamorado a primera vista.

No, esa vez había elegido sabiamente. Una historiadora, amante del arte, que había montado su propio negocio. Un negocio que, al igual que ella, era apasionante, singular y misterioso.

Jade Maguire dirigía una de esas agencias que se dedicaban a organizar escalofriantes recorridos turísticos por la vieja ciudad sureña de Savannah. Lynnette nunca había realizado uno de esos paseos, pero su parte aventurera le decía que seguramente le encantaría recibir un susto de muerte en una calle a oscuras por la noche. Jade les había contado unos cuentos de fantasmas estremecedores cuando fue a ver a Lynnette para recuperar el cuadro que colgaba sobre la chimenea.

—¿Quién lo hubiera dicho? —murmuró Lynnette, mirando la pared vacía donde había estado el hermoso retrato de una joven—. Nosotros también robábamos la propiedad ajena.

El tatarabuelo de Lynnette había robado el cuadro de una hacienda sureña durante la Guerra Civil. Jade había presentado pruebas evidentes: cartas, la copia de un artículo de un viejo periódico, e incluso la copia de la factura escrita a mano por el pintor.

Jade les había pedido a Lynnette y a su marido que consideraran la posibilidad, ahora o en un futuro próximo, de donar el cuadro a la Sociedad Histórica de Savannah. Lynnette había accedido de inmediato, no sólo porque era lo correcto, sino también porque estaba buscando la manera de que Ryan fuera a ver el cuadro a Savannah.

Aunque eso no sería muy probable, porque Ryan sospechaba que su abuela estaba tramando otra cita a ciegas y no acudiría sólo porque ella se lo pidiera.

De modo que tenía que andarse con cuidado y ser prudente y astuta. Ryan no podía sospechar siquiera que estaba intentando emparejarlo con Jade Maguire.

—¿Cómo puedo hacerlo? —susurró, sin apartar la mirada de la pared desnuda. Y de repente, igual que pasaba con todas sus buenas ideas, la solución se encendió en su cabeza.

Sonrió y agarró el teléfono. Cuando Ryan contestó, adoptó rápidamente una voz débil y quejumbrosa, acompañada de unas lágrimas. No haría falta mucho más. Su nieto tenía debilidad por cualquier mujer que estuviera llorando.

—¿Ryan?

—Abuela, ¿qué ocurre?

—Te necesito —le dijo entre falsos sollozos—. Me temo que me han estafado —cruzó los dedos y, tras prometer en silencio que se confesaría la próxima vez que fuera a la iglesia, soltó la mayor trola de toda su vida—: Una horrible mujer me ha robado el cuadro que me dejó mi padre.