Nico Quindt

La más odiada

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La noticia más dura


Se acuerdan qué les prometí contarles por qué Louis tenía mi número de teléfono, bueno no es casualidad que yo sepa exactamente dónde vive. El día que mi madre murió parecía que el mundo se me había caído encima. Salí a la calle y comencé a caminar sin rumbo. Mi padre lo notó recién cuando estaba a pocas cuadras de la casa de Louis y salió en mi busca. Louis se encontraba afuera de su casa sentado como un idiota en el cordón de la calle, me reconoció y me llamó por mi nombre.


—¿Sophia? Sophia ¿qué haces aquí?

Sequé de manera inmediata las lágrimas de mis ojos.

—Vine a conocer cómo hacen para vivir en estos barrios de la pobreza —respondí con rapidez.

—Y ¿por qué estás llorando?

—No entiendo por qué tú no estás llorando… mira donde vives.

—Sophia… tú no lloras por nada… ¿qué te sucedió?

—¿Por qué debería contarte? ¿Qué va a cambiar si te cuento?

—¿De la realidad? Sea cual fuera, absolutamente nada, pero en este momento estás necesitando un amigo… saliste sola a perderte caminando, es obvio que estás buscando escapar de algo muy doloroso…

—Detente ahí cerebrito, no necesito que me analicen, sé perfectamente lo que hice…

—Y entonces ¿qué es lo que necesitas?

—Nada…

Mi padre llegó justo en ese momento en la camioneta. Le pasé mi número a Louis y le pedí que me escribiera. Él lo hizo y hablamos hasta tarde. Era el único en toda la escuela que sabía lo que era pasar situaciones adversas, ciertamente no me agradaba ninguno del resto de esos imbéciles que solo eran niños mimados y sin cerebro.


Jamás supieron por mí que mi madre había muerto. Pasaron meses hasta que poco a poco mis compañeros se fueron enterando de la noticia, debido a que algunos de los padres eran empleados de mi padre.

Louis sabía guardar un secreto.


*

Fuimos saliendo de la escuela. Miré a Julieta alejarse junto con sus amigas y la imaginé por un momento dentro de un calabozo. «No podría sobrevivir allí».

—Me debes el beso a la directora aun —le comenté a Brandon.

—Lo necesita con urgencia —impugnó con astucia.

En algo coincidía con este idiota.

—Por eso te mandé a que lo intentaras, pero eres un incompetente, no puedes besar a una señora tan mayor —le recalqué.

—¿Quieres que te lleve a tu casa? —Me preguntó subiéndose a su Porsche convertible— puedes viajar sentada aquí arriba si prefieres… —señaló su propio regazo.

Había cosas a las que era mejor no responder. Brandon era un lunático que solo tenía una cosa en mente. Levanté mi dedo mayor por sobre los otros y lo miré inclinando la cabeza. Él sonrió y aceleró.

Esperé por un tiempo a que llegara el vehículo de mi padre, hasta que me cansé. Con todo el ajetreo y la revolución en la que se vio envuelta la ciudad con la broma pesada del ántrax en los sobres, me extrañó que mi padre no me hubiese ido a buscar a la salida de la escuela. Por lo general, cuando decía frases como las que había dicho era porque haría lo contrario. Déjenme explicarles porque quizás lo que para mí parezca obvio para ustedes no: si mi padre me decía que nunca iría a buscarme a la salida de esa escuela de perdedores, era porque esa misma tarde estaba allí esperándome. Era una especie de código interno que solo manejábamos entre él, yo y mamá.

Seguro la perra de Maddison lo tendría secuestrado, esa bruja iba a morir si me quitaba el amor de mi papá.

Estuve tentada a llamarlo, pero no quería que sonara el teléfono en la casa de esa zorra y que pensara que yo era una niña mimada que necesitaba a mi papi para todo, y ni qué pensar si estaba presente en ese momento el bastardo de Liam. Caminé todo el trayecto a mi casa y me arrepentí de no haber llevado la camioneta ese día.

—¡Hola! ¡Llegué! —Avisé como una desquiciada. Nadie me respondió. Sí, evidentemente estaba en lo de la perra de Maddison, la odiaba.

—Hola divina, hermosa, increíble… tanto tiempo sin verte. No creía en el amor a primera vista hasta que te vi a ti y me enamoré perdidamente —le dije a mi imagen en el espejo.


Haber estado presa jamás me preocupó, y ¿saben por qué? Porque sabía que tenía a mi padre que buscaría al mejor abogado de la ciudad y me sacaría de ahí. Ninguno de los problemas en los que me metía me habían preocupado o atemorizado, porque nunca vi a mi papá con miedo a nada. Él siempre parecía tener las situaciones bajo control. Incluso la forma de sobrellevar la muerte de mi madre parecía haber estado planeada meticulosamente. Austin tenía un mapa de la vida y un manual de las situaciones que yo jamás tendría. Por suerte tampoco lo necesitaba, por suerte lo tenía a él en mi vida. Era todo lo que precisaba.

Me senté a mirar series en Netflix y a comer algunas frutas lipolíticas, busquen en Google lo que es lipolítico así dejan por una vez de tener sus abdómenes como packs de algodón.

Golpearon a la puerta. Abrí.

—Sí, ya existo… ¿cuál es tu siguiente deseo? —Atendí. «Sophia, siempre sabes qué decir para ser sesenta veces más fantástica que el minuto anterior».

Eran dos oficiales de policía con las gorras contra el pecho y rostros preocupados.

—Lo sentimos enormemente señorita. Debe acompañarnos, es por orden de la jueza —dijo suavemente el oficial a mi derecha.

—Pero, no entiendo qué ha sucedido, no puedo irme así, primero déjeme que avise a mi padre para que llame a mi abogado. Pensé que ya estaba todo aclarado con la justicia…

—No se trata de eso señorita Laurent… su padre… ha muerto hace unas horas, un accidente de tránsito…

—No, no es verdad… usted me está mintiendo, no puede ser verdad…

Mi padre había hecho divertida la muerte de mi madre, casi no recuerdo haber llorado, pero ahora él ya no estaba aquí y por primera vez en años, lloré. Lloré desconsoladamente. El mundo pareció desvanecerse, era la sensación más horrible de todas. No sabía si gritar, si llorar… nada me parecía suficiente para expresar lo que me estaba retorciendo el alma por dentro, como si una muralla se hubiese posado sobre mis hombros, como si un torniquete me apretujara las entrañas, como si de repente el aire fuera más espeso y no entrara por mis pulmones.

De pronto no sentí más las piernas, el pecho se me cerró y caí de rodillas al suelo…


¡Hola soy Sophia! Esta historia no termina aquí. No se pierdan mi próximo libro: La más odiada 2.

Un sophiabrazo ¡Nos vemos perdedoras!

Quindt, Nicolás Alejandro

   La más odiada : ella no es difícil, es simplemente imposible / Nicolás Alejandro Quindt. - 1a ed. – Buenoas Aires : Nicolás Alejandro Quindt, 2017.

   Libro digital, 

   Archivo Digital: descarga y online

   ISBN 978-987-42-5381-1

   1. Narrativa Juvenil Argentina. 2. Novelas Románticas. I. Título.

   CDD A863.9283

 © Nico Quindt2018

Queda hecho el depósito legal establecido por la ley 11.723.

AVISO

La más odiada no tiene como intención fomentar el odio racial, cultural o religioso. Esta novela es una parodia orientada solamente a entretener y divertir, en ningún momento es mi intención ofender a ninguna persona cualquiera sea su color de piel, religión, preferencia sexual, contextura física, preferencia sexual, género, etc. Como tampoco lo es fomentar la discriminación de ningún tipo. Aclarado esto, quiero agregar que Sophia Laurent va a discriminar sistemáticamente a cualquier persona que no sea ella misma, esta novela no pretende hacer foco sobre ningún grupo en particular. Espero tomen todo a risa que es lo que esta historia pretende: hacerlos reír.

Nico Quindt 

1

No tengo la culpa de ser la mejor


Soy Sophia Laurent. Sí, sí lo sé. No te gastes en decirme lo hermosa que soy, te dije que ya lo sé. ¿Qué? Que además soy perfecta. Bueno lo acepto, no puedo evitarlo…

Pero no te preocupes, no toda la novela hablará de lo grandiosa que soy… bueno sí. Pero en mi defensa te diré que esta no es una típica historia en la que yo me enamoro. Esta es la novela donde todos se enamoran de mí ¿Qué hago para merecerlo? Solamente maltratarlos, los hombres son estúpidos… te aman cuando tú los detestas… si no saben esto, entonces están perdidas.

Así que no esperes una historia cliché donde en el último capítulo un chico rico, pobre, malo o bueno me hace recapacitar sobre mi conducta y me obliga a darme cuenta de que el amor existe y los pajaritos y bla, bla, bla, porque eso no sucederá…

Yo no soy difícil, simplemente soy imposible. Y les advierto, no se adelanten a odiarme porque cuando me conozcan me amarán…


Seguramente te preguntarás ¿cómo llegué a ser tan genial? Bueno, comenzaré a contarles acerca de mi papá: Austin Laurent.

¿Qué puedo decirles además de que es el hombre más guapo que hayan visto jamás? Obvio, es mi padre. ¿De dónde creen que sale toda esta belleza?

Aunque pensándolo bien quizás es el culpable de que yo sea así… así de genial.


Déjenme comenzar a hablarles de él:

Podría contarles, por ejemplo, cuando tenía cuatro años y le pregunté: “¿por qué nunca santa Claus me trajo un regalo?”

—No, no empecemos a creer en Santa Claus, Santa Claus no existe, son los idiotas de los padres de tus amiguitas los que inventaron a Santa y ahora por culpa de ellos todos tenemos que regalar idioteces a las fracasadas de nuestras hijas para que se nos consideren buenos padres, pues déjame decirte que no te compraré nada, a menos que me pidas los últimos zapatos de Prada…

—¡Me leíste la mente es justo lo que quiero! —Me alegré.

—Por supuesto que los quieres, y por supuesto que los tendrás, una Laurent no puede no usar los últimos zapatos…


Imaginen lo que sucedió cuando yo repetí, palabra por palabra, lo que mi padre me había dicho, en el jardín de niños… esa fue la primera vez que me odiaron. Algunos niños lloraron al enterarse al día siguiente, por medio de chicos más grandes, de que era cierto lo que yo decía acerca de la no existencia de Santa… y mi padre los llamó “maricas”.


Ahora les hablaré de mí, que es lo que realmente importa. Tengo la edad perfecta, o sea diecisiete años, el cuerpo perfecto y el rostro perfecto.

Ese día entré a la cafetería de la escuela piojosa a la que asistía, en realidad no era una escuela piojosa, era la mejor escuela de la ciudad, pero, así y todo, estaba muy por debajo de mi categoría. Ni siquiera lo de mi propia categoría estaba en mi categoría.


Había un chico. Louis. Era el único que me hablaba. No era rico como casi todos los demás, todo lo contrario, había sido becado por su coeficiente intelectual y eso lo ponía en un lugar de “no tan idiota como el resto de los chicos”. Aunque no por eso significaba que lo trataría de manera más amable, al contrario, lo trataba igual que a todos, pero a él no le importaba, se reía a carcajadas pensando que yo solo bromeaba. Louis era un muchacho de cabello castaño oscuro con mirada tímida, pero que denotaba sagacidad. Era guapo y listo, si no fuera por su pobreza sería demasiado para cualquiera de las odiosas de la escuela.

—Hola —me saludó sonriendo. Claro, típico gesto que se le dibujaba a un hombre al ver mi rostro grandioso.

—¿Qué quieres, pobre? ¿Acaso deseas que te dé empleo para podar mi cerco? No, gracias, ya tengo jardinero… ah ¿no?, entonces ¿por qué me hablas? Ya veo, debes de tener hambre… ok, ponte debajo de la mesa cuando esté almorzando y tendrás algún hueso con qué entretenerte…


Louis lanzó una de sus carcajadas al aire y se fue a sentar con sus amigos a una de las mesas dispuestas en perpendicular al gran ventanal. Me agradaba ese chico. No se emocionen, me agradaba como si fuera una mascota. Nada en especial.


Me dirigí directo al mostrador a ordenar mi menú, era odioso tener que ir a solicitar mi almuerzo en lugar de que una sirvienta me lo trajera hasta la mesa, pero así eran las reglas decadentes de mi escuela. Estaba ese grupo de idiotas haciendo la fila para comprar… pasé por delante de ellas sin siquiera mirarlas y pedí un menú especial de bajas calorías para gente light y top. Como no podía faltar, una de esas arpías se quejó…

—¡Hey! La fila está atrás —levantó la voz Jessica. Esa mugrosa. Jessica era una chica rubia de rasgos delicados, bastante bonita para lo que pretendía.

Yo la miré indignada. Sin mencionar lo indignada que estoy de tener que describir a cada una de estas infelices para que puedan entender quiénes son, y por sobre todo tener que decir que son bonitas estas idiotas, ¡si ellas son bonitas, yo entonces soy grandiosa!


—¿Desde cuándo una fea le habla en ese tono a una linda? —Repliqué. Tomé mi almuerzo, bufé cuando les pasé cerca y me fui a sentar, negando con la cabeza. No podía creer su descaro.


Estaba desenvolviendo los utensilios para comer de sus respectivas servilletas de papel y sirviéndome el refresco en el vaso descartable, cuando las vi sentarse justo en la mesa de en frente.

Me levanté de mi asiento y me dirigí a la barra de la cafetería, directo a hablar con el dueño del lugar.


—Perdón ¿no hay un sector para que se siente la gente de menor calidad económica? Me molesta comer delante de ellas… —dije señalando a las infelices con educación forzada y un poquito de desprecio que hice notar al fruncir los labios. Era mi gesto favorito, obvio no pueden verlo porque estoy escribiendo esta historia y no filmándola idiotas, pero me tomaré una foto luego para que lo vean.

—Lo lamento señorita Laurent deberá comer donde todas…

—Pero, usted al menos entiende mi reclamo, ¿no? Yo no debo comer con el resto… ellas no son como yo.

—¿Ah no? ¿Usted tiene tres brazos o cuatro piernas?... —dijo con sarcasmo.

—Noooo… pero tengo una chaqueta Dolce Gabbana y unos Louis Vuitton en los pies… —remarqué arqueando las cejas, ya poseída por la impertinencia de ese soquete—. Ya veo, no lo entiendes, sigue pelando cebollas…


*

El estúpido maestro Della Fontaine. Un abuelito de unos cuarenta años, amargado y pulcro, que no dejaba de molestarme en cada una de sus tediosas clases, acomodó sus libros de literatura sobre el escritorio. Cuando lo vi entrar en el aula, me crucé de brazos. Él comenzó a escribir en la pizarra y a dictar imbecilidades sin sentido.

—Señorita Laurent ¿qué le sucede que no escribe? —Preguntó con su tono despectivo y paternal.

—Las lindas no necesitamos hacer nada… para eso nacimos, para que el mundo esté a nuestros pies… algún esclavo lo hará por mi… —le respondí monumental.

—Si para cuando termine la clase no tiene todo copiado en su cuaderno le pondré un cero.

—¡Louis! Ponte a escribir —le ordené dándole mí carpeta para que anotara esas inutilidades. Él se puso de inmediato a copiar en mi cuaderno y en el suyo al mismo tiempo. Yo le sonreí al maestro y él me miró con odio.


*

Al fin en casa con mi adorado padre… lejos de esa escuela de inútiles.

—Hola mi reina —dijo mi papá apenas me vio entrar.

—Hola mi hermoso… —sí, mi papá es hermoso y le digo hermoso, ¡dejen de pensar en incesto pervertidas!

—¿Cómo te fue?

—Bien… —respondí dándole un beso en la mejilla y un abrazo. Me pinchó un poco con su barba apenas recortada.

—¿Discriminaste a alguna chica más pobre? —Me preguntó con seriedad.

—Como siempre…

—¿Le rompiste el corazón a un chico que no tendría oportunidades contigo?

—Lo habitual…

—¿Humillaste a las feas?

—Lo normal…

—Bien, me alegro… buena chica… —me acarició con ternura.

—Solo un profesor estúpido quiere que escriba las idioteces que habla…

—¿Una linda escribiendo? ¿No le dijiste que hay esclavos que lo harán por ti? E incluso computadoras…

—Se lo dije, pero parece no querer entender… —levanté los hombros y alcé las manos con las palmas hacia arriba.

—Supongo que pusiste a algún chico pobre que está ilusionado contigo a que copie tus tareas…

—Todos están ilusionados conmigo… —hice una mueca con la comisura de la boca y levanté la ceja.

—Te amo princesa.


Subí a mi habitación a cambiarme de ropa, el uniforme escolar era una bazofia. Nos igualaba a todos, como si alguno de esos desgraciados pudiera ser igual a mí.


*

Me desperté temprano para asistir a la clase de Gimnasia. Era lo único que me agradaba de esa escuela de infradotados. El magnífico momento donde podía demostrarles que era realmente superior.


El profesor Banner era un hombre viejo… como de unos veintitrés años. Pero aun así me caía bien. O al menos su clase era agradable.


El juego era fútbol, mi deporte favorito. Mis piernas eran muy fuertes, además de tener una buena habilidad. El profesor no hacía jugar varones y mujeres mezclados y yo destacaba entre ambos.


«OK, perdedores. Aquí voy». Tomé el balón y lo llevé conmigo eludiendo a tres de los chicos.

—Hasta luego fracasados —les dije. Anna se me acercaba decidida a quitarme la pelota. Era una muchacha de cabellos rojizos y finos, de tez muy blanca. Una arpía de primera línea. Le di un golpe con el codo en los dientes y cayó al suelo desistiendo de perseguirme. Era habilidosa, pero también me gustaba el juego rudo. «Qué perfecta soy por Dios»


Continué avanzando, Julieta venía hacia mí, tímida con su carita de idiota y su cabello sedoso debo reconocerlo, era muy delgada, pero tenía bellas curvas. Trabé con fuerza contra ella y creo que casi le quiebro sus débiles huesitos de cristal.

—Ve a jugar a las muñecas, niña mimada.


Llegué hasta la portería, tenía a la chica gorda en el arco. Era a la única de esas idiotas a la que no odiaba, pero el juego era el juego y yo era implacable e iba a destruirla. La bola de grasa me miraba fijo. Apunté a su rostro, segura de darle en la nariz, quizás si le rompía la quijada sería una mejoría para esa cara desproporcionada. Pateé con todas mis fuerzas y le acerté de lleno en su horrible rostro. Volví a recuperar la pelota, ya con la portera de culo en el suelo y anoté el gol.

—Sí! ¡Soy increíble!


Louis vino a chocar los cinco y quedó con la mano en el aire.

—Ni lo sueñes idiota.

—¡Señorita Laurent! ¡Venga para aquí! —Ordenó El profesor Banner.

—No es necesario que me felicite, profesor… ya sé q…

—Nadie va a felicitarla —me interrumpió—. No te vas a retirar hasta que no pidas disculpas a todos tus compañeros…