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El ángel que desafió al diablo

 

Antonio J. Fernández del Campo

 

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© Antonio J. Fernández del Campo

© El ángel que desafió al diablo

 

ISBN papel: 978-84-685-2382-8

ISBN epub: 978-84-685-2384-2

 

Impreso en España

Editado por Bubok Publishing S.L.

 

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Agradecimientos:

 

A mi mujer y mis hijos, sin los cuales no podría vivir.

A mis lectores de Jimdo: Jaime, Yenny, Alfonso, Chemo, Lyubasha un largo etcétera. Gracias a todos ellos por sus ánimos, su paciencia y sobre todo por que les encantan mis relatos.

 

 

 

 

Introducción

 

 

Querido lector, tienes en tus manos cuatro libros independientes relacionados entre sí.

El primero, La casa, Se trata de un mini juego donde tú decides los pasos a seguir. Mi recomendación es que intentes sobrevivir y si no lo consigues vuelvas sobre tus pasos probando nuevas opciones. Tiene dos finales, el alternativo y el auténtico… Y muchas muertes.

En los tres libros siguientes no hay que tomar decisiones.

 

 

 

 

La casa

 

 

Si tus amigos están demasiado cerca,
quizás sean tus enemigos…

Antonio J. Fernández del Campo

 

 

Tu nombre es Lara Emmerich.

Eres una chica guapa, nadie lo duda. Tu pelo moreno y tus ojos negros hacen que los niños te miren alelados. No como a otras chicas feas y estúpidas que tienen que maquillarse si no quieren parecer cardos borriqueros y se ponen minifaldas para que se fijen en sus piernas en lugar de ver sus dientes mal puestos, su acné o su absoluta falta de inteligencia.

Es la hora de salir. Estás en clase, mirando al techo y te das cuenta de que no has escuchado ni una sola palabra de la profesora de física. Ya le pedirás los apuntes a tu amigo David. El pobre está siempre atento y tan enamorado de ti que te los dejará si se los pides. Solo hay que sonreírle un poco y devolvérselos mañana.

Es hora de volver a casa así que antes de que David se levante y se vaya te acercas y…

 

 

—Eres amable y le sonríes. (Ir)

—Se los exiges. (Ir)

 

 

Eres amable y le sonríes

 

Te acercas y te sientas en su pupitre. Está muy ocupado copiando las últimas cuentas de la pizarra y simplemente le miras con una sonrisa. Realmente es eficiente, si no tuviera esas gafas de cubo de botella y fuera tan flacucho posiblemente serías incluso más cariñosa. Pero él mismo entenderá que una chica tan mona como tú no va a interesarse por él solo por su aspecto físico.

Cuando termina de copiar, levanta su mirada y te mira con nerviosismo.

—David, no me he enterado de nada. ¿Podrías dejarme los apuntes para copiarlos esta tarde en mi casa?

—¡Oh! No puedo, ha mandado problemas —dice él, con expresión de estreñido—. Si te los dejo no podré hacerlos…

—Oh, vaya… pues se los tendré que pedir a…

—No te preocupes, Lara —se apresuró a decir David—. Mañana te traigo fotocopias incluso de los problemas resueltos.

—¿De verdad? —finges una sonrisa de agradecimiento, aunque ya estás acostumbrada a recibir toda clase de buenas actitudes de los chicos, solo por el hecho de ser una chica guapa.

—No tienes ni que pagarme las fotocopias, mi padre es abogado y puedo hacerlas en casa —añade él.

—Te lo agradecería mucho, cielo —le dices, sin perder la sonrisa.

—Pero hay un problema… —dice David—. Mañana hay que entregar los problemas… No puedes esperar para copiarlos, son obligatorios. Te pondrán un negativo si no se los enseñas al profesor.

Le miras con cierta frustración. ¿Cómo vas a entregar unos problemas si ni siquiera te has enterado de la lección?

—Cada negativo te descuenta una décima en la nota final del examen —dice Susana, una presumida empollona que se mete en la conversación—. No te puedes pasar las clases de física mirando a las moscas.

—Yo no te habría llamado así pero ahora que lo dices, sí pareces una mosca —replicas, fastidiada.

Ella te mira con odio pero no te contesta. Te conoce bien y sabe lo afilada que puedes llegar a tener tu lengua y que saldría perdiendo.

—Tengo una idea —te dice David, riéndose por tu comentario—. ¿Por qué no me acompañas a la papelería de la esquina y te haces ahora las fotocopias?

¡Atención! ¿Acompañarlo? Van a pensar que tenéis algún rollo o que te gusta. O lo que es peor, se va a hacer ilusiones porque ha tenido trato contigo fuera del instituto. Dudas por un instante antes de decidir.

 

 

—Puedes acompañarle a la papelería. (Ir)

—Le dices que da igual. (Ir)

 

 

Se los exiges

 

Te acercas a él y le dices que te deje los apuntes.

David parece muy ocupado copiando lo que hay en la pizarra.

—Déjame los apuntes de física, David —tu tono suena como el de una niñata estúpida y te arrepientes de ser tan vulgar.

Él te mira y te dice que esperes un momento.

Esperas, ya que sin eso que copia no tendrías los apuntes completos. Al fin termina y le repites tu petición, esta vez más impaciente y enojada. Él te mira con desagrado y te dice que no puede, que los necesita para mañana porque hay que entregar un trabajo sobre ellos.

—¿Y cómo quieres que lo haga yo si no tengo los apuntes? —le preguntas, enojada.

—Eso mismo me pregunto yo. No sé por qué no los has copiado tú misma.

Dicho eso se levanta de su silla, recoge sus cosas y se marcha, malhumorado.

 

Vuelves a casa pensando que no siempre hay que ir por la vida como si fueras superior a los demás. Sin embargo te prometes a ti misma no dirigirle la palabra nunca más a ese estúpido de David.

 

 

Enhorabuena, te has perdido la historia. Ahora no tendrás pesadillas por las noches.

(Volver)

 

 

Le acompañas a la papelería

 

Por alguna razón piensas que estás cometiendo un error que marcará tu vida.

Pero no puedes permitirte negativos este curso. Bastante difícil es física y no sueles suspender nunca. Es vergonzoso tener suspensos y si quieres estudiar Medicina necesitarás la máxima puntuación posible para la cercana prueba de selectividad.

—Vamos —le dices—, espero que lo hayas copiado bien.

David sonríe y deja fuera los apuntes de física.

Sientes curiosidad de cómo sería su aspecto sin gafas —y ciego como un topo.

De camino a la papelería, el muy torpe choca con un hombre corpulento y se le cae la carpeta desperdigando todos los apuntes de todas sus asignaturas por el suelo, en medio de la acera.

Te quedas blanca al ver el espectáculo. Es imposible saber cuáles son los de física ese día.

 

 

—Te agachas y le ayudas a recoger. (Ir)

—Haces como que no le conoces. (Ir)

 

 

Le dices que da igual

 

—Déjalo, muchas gracias, David. No iba a ser capaz de hacer esos problemas de todos modos. Tráeme las fotocopias mañana.

David asiente, con clara muestra de decepción. Pobrecillo, al menos no se ilusionará. No tiene ninguna posibilidad contigo.

Vuelves a casa sin más percances. Solo te preguntas una cosa… ¿Podrás ponerte al día en la asignatura de física? No puedes suspender, necesitas buenas notas para que cuando llegue la selectividad puedas elegir tu carrera favorita.

 

 

Nunca sabrás la pesadilla por la que podías haber pasado.

(Volver)

 

 

Te agachas y le ayudas a recoger

 

Con sumo cuidado de agacharte sin que se te vea nada, te agachas a su lado y empiezas a recoger papeles. David te los quita de las manos con cierta brusquedad:

—No me lo desordenes. ¡Vete a pedirle los apuntes a otro! Por tu culpa me pasaré la tarde ordenando papeles en lugar de hacer los deberes.

Le obedeces ofendida. Te levantas y le miras un instante.

No sabes si te da pena o si debes insultarle… No sería justo de modo que decides marcharte.

La gente está riéndose de él. Es normal que esté enfadado. Seguramente por tu culpa tiene esos problemas. Pero podía haber sido más educado, tampoco le pusiste tú la zancadilla.

Llegas a casa frustrada. No tienes apuntes, tienes un negativo y puede que mañana tampoco te deje los apuntes David. Tendrás que pensar en otro copista y por supuesto, tendrás que tomar apuntes todos los días si no quieres que te vuelva a pasar lo mismo. Al fin y al cabo un negativo no es trágico, puedes estudiar mucho y sacar muy buenas notas aún.

Cuando te estas alejando ves que el individuo que le había empujado te mira con una expresión extraña. Parece un loco, un salido que solo piensa en el sexo. Lees en sus ojos que haría auténticas bestialidades con tu cuerpo sin contar con tu consentimiento. Das gracias a Dios porque hay mucha gente y varios chicos tienen puestos sus ojos en tus lindas curvas.

Consigues irte y perderlo de vista.

 

 

Fin

Tienes un negativo y nunca consigues la nota para entrar en Medicina porque gracias a ese incidente David no te explicará las dudas que te surjan durante el año, odiarás física y terminarás siendo una niña bonita estudiando Enfermería, como tantas otras niñas que nunca pudieron ser médicos.

(Volver)

 

 

Haces como que no le conoces

 

La gente se ríe de él, no le ayudas porque por su color de cara, colorado de vergüenza, debe de estar bastante enojado y temes que lo pague contigo, que al fin y al cabo tienes la culpa de su desgracia. Al menos una culpa indirecta.

De repente el hombre rudo que le empujó aprovecha que nadie te mira y te agarra con fuerza. Te pone un trapo blanco en la boca para que no grites y te mete en una furgoneta. Intentas gritar pero respiras algo muy fuerte, cloroformo, y pierdes inmediatamente el sentido…

 

 

Comienza la verdadera historia.

 

 

 

 

La casa

 

 

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Tienes las manos atadas, las piernas también. Sigues en la furgoneta, pero estás amordazada y te han puesto una capucha negra de tela que por lo menos te deja respirar por sus poros. No sabes cuánto tiempo has estado inconsciente pero sí que ha sido mucho. Te preguntas cuándo piensan parar. No sabes si sabrías llegar a casa en caso de lograr escapar, pero de momento no lo ves posible. Estás a merced de algún sádico que probablemente está deseando llegar a vuestro destino para violarte y asesinarte. Odias con todas tus fuerzas esas faldas del uniforme. Siempre te han dicho lo brutos que se ponen algunos hombres con ellas y no te importaba provocarlos con tus bonitas piernas. Las de tu talla eran demasiado largas, esas te gustaban más porque enseñaban más de medio muslo. Te arrepientes profundamente de ser tan sumamente coqueta y desearías poder volver en el tiempo.

Después de una hora casi interminable la furgoneta se detiene. Oyes que tu secuestrador se levanta del asiento, te agarra como un saco de patatas y te echa sobre sus hombros. De momento prefieres hacerte la dormida. No sabes lo que pueden hacerte si se dan cuenta de que has despertado.

—Ten cuidado —le grita el conductor—. El jefe no quiere mercancía dañada.

—No la romperé —dice el otro, riéndose, subiendo su mano por tu muslo hasta debajo de la falda. Por suerte se detiene antes de llegar a las bragas. Ha supuesto un grandísimo esfuerzo para ti parecer dormida ante semejante contacto físico. Deseas gritar, patalear, forcejear, pero mantienes la calma y sigues haciéndote la dormida porque sabes que si te han secuestrado, no tendrán ningún reparo en matarte y no quieres meterles prisa. Ya tendrás tu oportunidad. Al menos eso le pides a Dios con todas tus fuerzas, la única esperanza que tienes en ese momento.

Tu secuestrador pisa sobre suelo arenoso, luego camina por cemento o piedra y tras subir un escalón escuchas crujir la madera. A juzgar por los esfuerzos y los movimientos ascendentes, está subiendo alguna escalera vieja. Te preguntas donde estaréis y si podría veros alguien que pueda ayudarte, pero deduces que no porque el viento ulula como si no hubiera más que una casa en medio del campo.

Toca el timbre y se oye un majestuoso y antiguo ding dong. Poco después se abre una gran puerta, a juzgar por el gruñido de los goznes.

Te sientan en un sillón y te dejan allí. El conductor dice que avisará al jefe y el otro no contesta.

—Vigílala —le dice el conductor—. Pero no la toques. El jefe la quiere intacta.

—Vete ya, Mike —le contesta de mala gana.

—¡Idiota, no digas mi nombre! ¿O es que quieres tener que matarla para que no nos identifique?

Aquello no te ha gustado. Por un lado Mike no asumía la necesidad de matarte, cosa que debería calmarte, por otro, el más bruto, parece que no tiene en sus planes dejarte con vida. Empiezas a sentir miedo, y luchas con todas tus fuerzas para seguir pareciendo dormida y no temblar. Sabes que tendrás una oportunidad de escapar y no quieres fastidiarla.

—Esta no escucharía la explosión de una granada —contesta el otro—. Le puse bastante cloroformo al pañuelo.

Esto te calma un poco, puede que no quiera matarte después de todo.

—Pero en cuanto el jefe termine con ella, no pienso llevarla a su casa.

Ya no te sientes, en absoluto, calmada.

—Deja de decir tonterías, estúpido. El jefe la quiere para él. No creo que la deje marchar.

—Me pregunto qué hace con ellas. Es la cuarta en un mes. —Aquella frase casi te sumerge en un ataque de pánico. ¿Han matado a tres?

—No preguntes y seguirás cobrando.

—Jo, tío, que ganas tengo de pillar una furcia. Esta me ha puesto muy cachondo.

—No tengas prisa, creo que el jefe nos ha dado un papel para la peli. Puede que durante el rodaje nos deje hacer lo que queramos con ella.

 

Tu nombre es Lara, estabas saliendo del instituto, no estás en una pesadilla. Aun así debes despertar, te obligas a despertar. Tienes que despertar o te volverás loca allí mismo. Sientes que tu corazón bombea con tanta violencia que notas tus sientes como si alguien te golpeara con el dedo. Sabes que en cuanto descubran que has despertado te va a ser imposible no gritar, no chillar, patalear, suplicar por tu vida. Pero también sabes que cada segundo que pasas por dormida es un segundo más de vida… Y nunca habías deseado tanto acumular segundos de vida.

Uno de ellos te toca la cara por encima de la capucha negra. Deseas con todas tus fuerzas que no te la quite, vería tus ojos enrojecidos por las lágrimas, se daría cuenta de que estas despierta.

—Ya estoy viendo el título —dice.

—La colegiala acorralada —responde Mike, con su voz ligeramente menos grave que el otro—. ¿Cómo lo vamos a pasar, tío? Ninguna, hasta ahora, estaba tan buena como esta.

—Vete a por el jefe, tío —dice el otro—. Que me muero de ganas de empezar.

Oyes pasos fuertes, sin duda ha salido corriendo escaleras arriba buscando a esa persona. No te tranquiliza quedarte sola con ese animal. Temes que no sepa mantener las manos quietas. Oyes cómo se acerca y sin duda alguna te mira.

—¿Estás dormida? —pregunta en un susurro, como si hablara con una de sus fantasías sexuales.

No te mueves. Pero te cuesta mantener el ritmo tranquilo de la respiración. Temes que tus lágrimas te delaten por debajo de la capucha, pues ya gotean por tu barbilla.

Oyes a varias personas bajando por las escaleras de la casa. No sabes si calmarte o asustarte todavía más ya que al menos, delante de su jefe, ese bruto no te pondrá las manos encima… todavía.

—Fijaos —dice una voz distinta, más mayor. Debe tener unos sesenta años o puede que más—. He ahí mi musa. Esta vez habéis elegido bien, qué tipo, es toda una estrella.

—Tienes que ver su cara, jefe. Parece un ángel.

—No es bueno que las traigáis demasiado guapas, estúpido. La gente se solidariza demasiado con la desgracia de sus padres. Es peligroso tener a la policía presionada por los medios de comunicación. Debe tener cara de guarrilla para que no levante polvo su desaparición.

—Pero la película saldrá mejor —dice Mike—. La podrá vender más cara.

—No nos pagan por lo guapa que sea —responde el jefe—. Nos pagan por lo mucho que sufren.

Crees que te vas a desmayar, pero no puedes perder el sentido. No deseas dormir para no volver a despertar. Pero por otro lado empiezas a desear que te maten pronto y sin dolor. No quieres morir, ni que te violen, pero mucho menos quieres que te torturen de forma horrible. Y por sus palabras, eso es lo que ibas a padecer.

—Quitadle la capucha a nuestra estrella —dice el jefe.

Sientes que te tiran del pelo y arrancan algunos mechones al quitarte la capucha bruscamente. Al darte la luz en los ojos no consigues verlos, pero es que no quieres. Tienes la esperanza de que te suelten si no les puedes reconocer la cara. Pero no parecen preocupados por ese problema. Asumen que no vivirás mucho tiempo.

El amigo de Mike es el único que ya habías visto antes. Tiene una cara de loco peligroso, te mira como si fueras una muñequita de porcelana sin alma. Igual que si mirara una revista porno, con unos ojos de vicioso asqueroso. Su compañero, Mike, es menos corpulento, parece un hombre normal, rubio, con el pelo liso, marcadas entradas anunciando calvicie, y con gafas. Unas gafas elegantes, caras, bonitas. Parece inofensivo y te mira como si fueras una mercancía, un beneficio para su bolsillo. El jefe es un gordo con barba oscura llena de canas. Esta calvo y te mira con recelo. Realmente parece que es al único que no le gustas.

—Es demasiado guapa. Seguro que se provoca un gran jaleo al desaparecer.

—¿Y qué? —dice el bruto.

El hombre mayor, está fumando un puro y la ceniza está a punto de caer. Da una profunda calada a su puro mirándote fijamente.

— Nuestro cliente podría negarse a pagar por una película suya si la ha visto en las noticias. Estas cosas funcionan si el piensa que es solo un juego. Algunos se echan atrás si las chicas dejan una vida atrás..

—Pero si las ven retorcerse de dolor —dice Mike, extrañado.

—Ya, pero como son feas anónimas no les importa demasiado. Esta ni es fea ni será anónima. Procuraremos deformarle la cara digitalmente para que sea irreconocible. Pero para la próxima vez, ahorrarme la tarifa de informática y traer una fea.

—Sí, jefe —dice el bruto, frotándose las manos.

—Empieza el show. Llevadla al plató —ordena el gordo. La ceniza cae al suelo y nadie más que tú se da cuenta de ello. ¿Por qué te importa la ceniza en un momento así?

Te arrastran por las manos hasta una habitación oscura y notas que te quitan las ataduras de las manos y pies. La mordaza también te la quitan, pero no ves nada. Se cierra la puerta.

—Rodando —oyes una voz en un altavoz cascado.

Se encienden unos deslumbradores focos y ves una camilla de un hospital. Estas en la recreación de un quirófano. Por suerte, aún estás sola. Te sientes observada, juntas las piernas para evitar que puedan tomar imágenes desde alguna de las sombras y te pones en pie. Respiras agitada, observas a tu alrededor todo cuanto ocurre o tienes al alcance. Ves una bandeja donde unas tijeras llenas de sangre están entre otros utensilios de cirujano. Aunque te da asco piensas que podrías defenderte con ellas si las necesitaras. Pero no sabes si deberías o no atreverte a cogerlas ya que te están filmando y sabrán con toda seguridad que te has armado con ellas. Y no quieres que puedan usarlas en tu cuerpo.

—Capítulo uno —se oye en el altavoz—. Jack el destripador.

Deseas esconderte, pero no tienes dónde. Hay dos salidas, la puerta por la que entraste (escuchaste varios cerrojos) y la puerta del otro lado de la habitación. El calor es agobiante, el olor a sangre podrida te revuelve las tripas. La puerta que tienes delante suena, han abierto el pestillo y alguien va a entrar…

—Lara, piensa rápido —te dices…

 

 

—Coges las tijeras de cirujano y las mantienes escondidas en la mano. (Ir)

—Te colocas cerca de la bandeja para poder cogerlas si ves que tiene sentido hacerlo. (Ir)

—Te colocas junto a la puerta para golpear al que quiera entrar, por sorpresa. (Ir)

 

 

Coges las tijeras de cirujano y las mantienes escondidas en la mano

 

—Cuidado, chico, la fierecilla ha cogido las tijeras —te traiciona el altavoz.

La puerta se abre de una patada y ves a un enorme tipejo enmascarado. Su máscara es del diablo y ves que lleva un cuchillo de cocina del casi treinta centímetros de largo.

Se te caen las tijeras. Qué puedes hacer contra un arma así… El miedo te impide reaccionar mientras el corpulento asesino te atraviesa por la mitad mientras se ríe a carcajadas.

Al menos vas a morir pronto, piensas…

Pero ese animal te coge y te sube a la camilla. Y te vuelve a apuñalar en un pulmón dejándote sin aliento.

—Pero si no ha durado un minuto. Haz algo muy bestia, hazla sufrir antes de que muera, que tenemos que vender la cinta.

Te gustaría poder decir que perdiste el sentido para siempre, pero la agonía a la que te someten tardó horas en terminar…

 

 

Estás muerta.

(Volver)

 

 

Te colocas cerca de la bandeja para poder cogerlas si ves que tiene sentido hacerlo.

 

Das dos pasos tímidamente y evitas revelar tus intenciones sabiéndote observada.

La puerta se abre de una patada y aparece un hombre enorme con una máscara roja, con la cara del demonio. Al verte tan quieta camina lentamente hacia ti, como si quisiera cazar un gato. No te mueves. Ves que no está armado y no te será difícil clavarle las tijeras en el cuello si finges bien que el miedo te tiene paralizada.

—Nadie me dijo que estuvieras tan buena. Creo que voy a disfrutar un rato contigo antes de romperte —dice, con voz ronca.

No respondes, se acerca como un depredador, cortándote la fuga con los brazos abiertos, el muy idiota cree que piensas salir corriendo por la puerta. No sabe lo que le espera.

Cuando ya está tan cerca que puedes olerle el aliento, haces como que le vas a golpear con la mano izquierda, pero él se cubre enseguida. No terminas tu golpe, coges las tijeras y en cuanto vuelve a descubrirse se las clavas en la yugular.

Empieza a gritar como un cerdo mientras se desangra. Te insulta repetidamente y trata de cogerte, eres mucho más ágil que él y le esquivas con facilidad.

Se oye una carcajada en el altavoz.

—Así me gusta, me acabas de ahorrar un sueldo, princesa. Si logras acabar con todos mis empleados voy a dejarte escapar con lo que le pagaría a uno de ellos. Serías mi heroína, la película la vendería por millones de euros. Ah… Prometo no denunciarte a la policía por asesina múltiple.

—¡Cerdo! —gritas—. Si logro matarlos a todos, no pienso dejarte con vida, ¡maldito hijo de puta!

—Puede que le cojas el gusto y te contrate para una segunda película. ¡No me provoques! Porque en esta he traído drogadictos desesperados. La próxima voy a cobrar a los mejores cazadores para que puedan entrar a matarte.

Esa perspectiva no te gusta nada. Decides guardarte las amenazas en el futuro. Solo has matado a uno y por lo que parece, hay más. Al verte las manos manchadas de sangre sientes que si sales con vida de esa, no serás la misma. Vas a pasar mucho tiempo para poder superar ese trauma. Pero ya lo asimilarás luego, cuando lo superes.

Entras en la nueva habitación. Es bastante más grande. Está llena de sombras. Hay una bombilla solitaria en el centro y ves que hay sacos sangrientos colgados en todas partes. Podría haber un asesino ahí escondido. Te das cuenta de que has dejado las tijeras en el cuello del de la careta, pero no te importa demasiado, no sabes si habrá muerto todavía y no quieres que pueda ponerte las manos encima antes de morir. Además, te dio suerte no haberlas cogido.

—Capítulo dos —dice el altavoz—. El escondite.

 

 

—Te pones bajo la bombilla para ver acercarse al siguiente asesino. (Ir)

—Buscas un objeto contundente con la mirada para poder defenderte, igual que antes. (Ir)

—Te escondes en alguna sombra a esperar quieta. (Ir)

 

 

Te colocas junto a la puerta para golpear al que quiera entrar, por sorpresa

 

Te colocas junto a la puerta.

—Cuidado, Sansón —dice el altavoz—. Te ha preparado una emboscada detrás de la puerta.

La puerta entonces se abre de una patada y se estrella contra tu nariz. La fuerza del impacto te hace caer al suelo y empieza a salir sangre de tu nariz. Al tocártela piensas que te la has partido y que si sales de esta no vas a tenerla como una boxeadora el resto de tu vida. Qué ironía, sabes que esa vida no será tan larga como para curártela.

El hombre lleva una máscara del demonio. Te coge con una fuerza sobre humana y te echa sobre la camilla. Antes de que te des cuenta te ha arrancado las bragas y trata de penetrarte.

Entonces pataleas, forcejeas, gritas. Pero cuanto más luchas, más fuerte te agarra.

—¡Cállate, zorra! —Y de un puñetazo pierdes el sentido.

 

No vuelves a despertar más.

 

 

Estás muerta.

(Volver)

 

 

Te pones bajo la bombilla para ver acercarse al siguiente asesino

 

Te pones bajo la bombilla para ver acercarse al siguiente asesino.

Entonces escuchas los gritos alocados de un hombre que entra corriendo en la sala. Lleva en cada mano un cuchillo y al verte a plena luz parece loco de contento. Corre a por ti y tú te das cuenta tarde de que has tomado la peor decisión de tu vida. Y además es la última.

Sus cuchillos te atraviesan antes de que puedas empezar a correr o gritar.

 

 

Estás muerta.

(Volver)

 

 

Buscas un objeto contundente con la mirada para poder defenderte, igual que antes

 

Buscas un objeto contundente por la sala. Pero solo ves sombras y sacos colgados del techo, cajas apiladas. Puedes ir a una de esas cajas por si tienen algo dentro que puedas usar como arma. Al meter la mano en el oscuro contenido de la caja tocas algo blando y húmedo. Sacas la mano temiendo lo peor. Huele a cadáver putrefacto.

Efectivamente, tu mano está manchada de sangre ennegrecida y sueltas un grito de asco que no puedes contener.

Te limpias en la falda compulsivamente y cuando ves que no te queda nada de esa sangre en la mano te tranquilizas un poco.

—Odio las mujeres histéricas —oyes justo detrás de ti.

Notas el frío y afilado filo de un cuchillo al cortarte la garganta…

 

 

Estás muerta.

(Volver)

 

 

Te escondes en alguna sombra a esperar quieta

 

Piensas que lo mejor es esperar en una sombra y esperar que el próximo sea tan bruto como el otro. Si no sabe donde estás, no podrá hacerte daño.

Te acurrucas junto a unas cajas llenas de basura y esperas… Pero pronto te arrepientes porque en tu plan no entraba la posibilidad de que te encuentren. Empiezas a temblar de miedo, temiendo que el chivato de la cámara te traicione porque no tienes ningún arma a mano. Piensas arrancar una tabla de las cajas, pero no tienes fuerza suficiente y podrías delatarte si el asesino ya te estaba acechando.

—Jimmy, está asustada y acurrucada entre esas cajas —dice el altavoz.

Oyes pisadas de alguien que corre. Se asoma una persona con un cuchillo en cada mano y se queda mirando la sombra donde estás.

—No veo nada —dice.

—Te aseguro que está ahí. Entra y sácala, que no puedo rodar con tanta oscuridad.

—¿Por qué tuvo que tocarme a mí la sala oscura? ¡Sabes que odio la oscuridad!

—Y yo os odio a todos —responde el altavoz—. Si mueres no voy a llorar por ti.

—Mamón, hijo puta —dice Jimmy—. Vigila a tu pequeña Ángela, porque como no me pagues lo que me prometiste después de esto, pienso ir a por ella.

—No me hagas temblar —dice el altavoz.

—Sal de ahí, conejito —parece que ya no quiere discutir más con su jefe y se dirige a ti. Pero no te ve así que no ves otra opción que quedarte quieta y no respirar. Si teme la oscuridad quizás puedas usarla de arma.

—¡Cabrón! —dice, nervioso—. Aquí no hay nadie. ¡Enciende los malditos focos!

Al pasar la mano por el suelo descubres una pequeña piedrecita entre la arena, las ideas empiezan a fluir. Ese hombre tiene tanto miedo como tú. La coges y con sumo cuidado de no hacer ruido la tiras lo más lejos posible.

La piedra impacta contra la arena, lejos, en otra sombra.

Jimmy se gira rápidamente con los cuchillos al frente. Al no ver nadie empieza a reírse como un loco mental.

—¿Qué te pasa, Jimmy? ¿Le tienes miedo a una mujer indefensa? —preguntan los altavoces.

—¡Cabrón! Me has engañado, estaba en aquella sombra. Se supone que nos ayudarías.

—Busco espectáculo. Y la tensión vende.

Notas cierto alivio porque parece que te has ganado el favor del demente que ha preparado todo eso. O es eso, o que ya no sabe donde estás. Aun así agradeces que no insista en que estás en ese rincón.

Jimmy se aleja a la otra sombra. Entonces te preguntas cuánto tardará en dar contigo. Sabes que sin armas no tienes nada que hacer. Echas de menos las tijeras del quirófano.

Piensas:

 

 

—Busco algo con lo que atizarle. (Ir)

—Permanezco quieta hasta que vea una oportunidad mejor. Quizás termine enloqueciendo del todo. (Ir)

—Busco otra sombra de la que ni siquiera sospeche. (Ir)

 

 

Busco algo con qué atizarle

 

En algún lugar debe de haber algo contundente para poder defenderte. Es evidente que sin un arma, no puedes hacer nada a ese asesino.

Buscas con la mirada alguna piedra, algún objeto punzante… Pero desde el rincón donde estás no ves más que el suelo que tienes cerca de la luz. Las cajas que te ocultan con su sombra están abiertas por arriba y deduces que debe de haber cadáveres apilados, ya que el olor es nauseabundo. Te incorporas un poco y palpas el interior de una de las cajas. Al tocar algo húmedo, blando y frío la retiras asustada.

Al hacer ese movimiento brusco el asesino se vuelve justo a tiempo para ver tu brazo esconderse en la sombra. ¡Te ha visto!

Corre hacia ti y te saca de las sombras cogida por el cuello con una sola mano. Intentas defenderte pero su cara de satisfacción y sus armas te hacen ser más precavida. No puedes hacerle nada.

—Eres una preciosidad. Ven con papá.

Te lleva justo frente a una de las cámaras a plena luz y antes de mediar palabra, te atraviesa de lado a lado. Notas que la vida se te escapa mientras oyes sus risas histéricas de triunfo.

 

 

Estás muerta.

(Volver)

 

 

Permanezco quieta hasta que vea una oportunidad mejor. Quizás termine enloqueciendo del todo

 

Te faltan ideas mejores. Cualquier movimiento podría delatarte.

El asesino se aburre de buscar al otro lado de la sala y vuelve a donde tú estas, palpando la oscuridad. Te apartas y te vas retirando pero al fin da contigo.

Te coge del pelo y sin mediar palabra, como si le diera grima tocarte, con un giro rápido de sus cuchillos te secciona el cuello y oyes cómo tu cuerpo cae al suelo muerto, mientras él sostiene tu cabeza por tus pelos…

 

 

Estás muerta.

(Volver)

 

 

Busco otra sombra de la que ni siquiera sospeche

 

Buscas rápidamente una sombra donde esconderte, mientras está de espaldas.

No es muy difícil ya que hay sombras por todas partes y él hace demasiado ruido buscando al otro lado de la sala.

Te escondes tras un saco voluminoso que cuelga del techo. Es una sombra pequeña pero para encontrarte allí debe buscar antes en todas las demás sombras. De todas formas no piensas quedarte mucho tiempo. Huele a putrefacción. Ese saco debe tener un cadáver desde hace un tiempo que no quieres ni imaginar. ¿Otra víctima de esos chiflados? Lo ignoras. Solo deseas no ser tú la próxima.

El asesino vuelve a la sombra de las cajas y palpa con las manos en la oscuridad. El muy canalla te habría encontrado si hubieras estado allí.

—¡Mierda! —grita, exasperado—. Esto no es lo que me dijiste, Ramón. No puedes contratarme para matar a alguien y luego me la escondes entre sombras. Si quieres una película snuff, yo te la daré. Pero no me van las pelis de terror, tío. Enciende las putas luces o me largo.

—Eres un cabronazo, Jimmy. La acabo de ver salir de esa sombra. Se esconde tras ese saco que cuelga a tu izquierda.

—¡No me toques los cojones! —grita, creyendo que es imposible.

—Te lo juro —se oye de los altavoces.

—Como no esté pienso subir a arrancarte los intestinos, cacho cabrón. ¡No voy a oler todos esos putos sacos de muertos! ¡Ese no es mi trabajo!

Mientras discuten descubres que hay un camino oscuro que te lleva a una amplia zona negra. No ves nada de lo que puede haber allí pero sabes que ese Jimmy irá a buscarte por mucho que despotrique. Caminas sigilosamente hasta la sombra grande y allí palpas en el suelo sacos de cadáveres dispuestos en montones. El olor es nauseabundo y solo el miedo a morir te impide vomitar allí mismo. Cuando te das la vuelta ves que Jimmy está donde te escondías. Está gritando furioso. Por suerte la sombra del saco ya no te hace falta.

—¡Te lo advertí, cabronazo! ¡Te voy a matar! ¡Enciende las putas luces o subo y te destrozo! ¡Conmigo no se juega!

—Cálmate. Busca un poco más, no puede estar muy lejos.

Jimmy corre hacia tu sombra soltando cuchilladas al aire. Está tan furioso que no oye cómo tropiezas y caes de espaldas a la pila de cadáveres justo cuando uno de sus cuchillos iba a cortarte el cuello. Tropieza con el primer muerto y casi pierde el equilibrio cayendo encima de ti. Por suerte, no se cae.

No puedes ni respirar ya que estás tumbada boca abajo sobre un cadáver putrefacto. Estás temblando pero tus temblores no hacen tanto ruido como el asesino enfurecido y su respiración agitada. Está completamente histérico.

—¡Enciende las putas luces! —grita.

—¡No hay más luces, idiota! Apáñate como puedas . No me dirás que te acojona la oscuridad. Solo es una niña la que se esconde y se supone que debe ser ella la que te tenga miedo a ti, no al revés. Menudo gilipollas me he buscado…

Jimmy apuñala con saña el cadáver que tiene delante. Te alegras de no haberte hecho pasar por un muerto más. Si tiene que apuñalar a todos tendrá que llegar al otro lado del montón donde tú estás.

No se te ocurre la manera de acabar con ese loco. Solo puedes esperar y rezar por que cumpla sus amenazas. Esperas que de verdad suba y mate al que habla por los altavoces.

Pero pronto te das cuenta de que es puro teatro. Solo trata de dar emoción a la película pues sobreactúa de forma pésima. Probablemente sabe que estás allí detrás, escondida.

 

 

—Intentas hacerle caer. Tienes sus pies a escasos dos metros. (Ir)

—Te alejas de allí. (Ir)

—No haces el menor ruido. (Ir)

 

 

Intentas hacerle caer. Tienes sus pies a escasos dos metros

 

Empujas el cadáver que está sobre la pila y este cae rodando. Le golpea las piernas pero no le hace caer. Con furia y casi con histeria, arremete con su gran cuchillo contra el saco y lo despedaza. Luego lo arrastra hacia la luz y al ver que es un saco, da un grito desgarrador de furia.

Es un momento perfecto para escurrirte hacia el otro lado de la sombra, de nuevo tras el saco que cuelga del techo ya que está demasiado histérico como para oír nada. Te quedas muy cerca del saco que cuelga, con la precaución de que el asesino siempre quede al otro lado del mismo. Vigilas que tu sombra nunca se salga del contorno de la sombra del saco.

Entonces el asesino corre como un animal salvaje a la oscuridad donde antes te encontrabas y lanza estocadas en todas direcciones. Oyes el estridente metal chocar con las pareces haciendo incluso chispas.

Cuando se harta de gritar y acuchillar a las sombras se vuelve corriendo a la luz como un energúmeno.

—¡Maldita! ¡Déjate ver, puta! ¡No tengo el día entero para jugar al escondite!

—No me puedo creer que no esté en esa sombra, la vi entrar —dijo el altavoz.

—Como no la encuentre en un minuto, vete preparando el dinero, mamón. No pienso ir saco por saco abriendo y oliendo cadáveres. Tendrás que enviar a otro para matarla.

Parece más calmado. Pero solo más que antes ya que se nota que se está tratando de controlar, ya que no tiene intención de malgastar ese minuto.

Por su extrema agresividad te das cuenta de que no debes dejar que te encuentre ya que seguramente podría matarte a puñetazos, aunque lograras robarle las armas.

Busca por todas las sombras, a golpe de machete. Por suerte la sombra del saco la da por descartada y la va dejando para el final. Está de espaldas examinando las sombras del otro lado de la sala. Hace tanto ruido que podrías correr a otra sombra que acaba de atacar con auténtica saña. Piensas que allí no volverá a buscar más.

 

 

—Corres a aquella sombra. (Ir)

—Vuelves por el camino de la sombra a los sacos apilados en la oscuridad. (Ir)

—No te mueves. (Ir)

 

 

Te alejas de allí

 

Al levantarte él te oye y lanza una estocada al vacío.

Con tan mala suerte para ti que te secciona el cuello a la altura de la tráquea. Al notar que ha dado en el blanco, te agarra con brutalidad, mientras aún sientes tu sangre a borbotones bajar desde tu cuello calentando tu cuerpo, te tira con fuerza hacia la luz.

—Voy a pasarlo bien contigo… —dice, con ojos de sádico.

Por suerte no ves ni oyes nada más…

 

 

Estás muerta.

(Volver)

 

 

No haces el menor ruido

 

Enojado, coge uno de los cadáveres y lo levanta sobre su cabeza. Entonces grita:

—¡Sal de una vez!

Arroja con todas sus fuerzas el cadáver hacia la oscuridad y el cuerpo te alcanza con todo su peso. No puedes evitar un gemido de dolor ya que te derriba por completo y te impide moverte por su enorme peso.