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Agradecimientos

Los autores agradecemos a los ocho personajes que hacen parte de este libro, así como a todos los que dieron sus testimonios y compartieron sus recuerdos para desenredar las madejas de estas vidas maravillosas.

También estamos agradecidos con Amparo Ángel, Heidi y Rolf Abderhalden, Julián y Miguel De Zubiría, Howard Gardner, Álvaro Medina, Yolanda Reyes y otros tantos que aceptaron compartir con nosotros sus visiones sobre la creatividad.

Este libro no habría podido salir adelante sin el apoyo de Ana Mercedes Botero y la Corporación Andina de Fomento, sin la confianza de Ana María Carrasquilla y el Fondo Latinoamericano de Reservas y sin el respaldo incondicional de Fedesarrollo.

Además, Mauricio tiene un inmenso sentimiento de gratitud hacia Carolina Gracia, compañera de viaje en las primeras etapas de esta aventura.

Gracias a Gustavo Patiño Díaz por la buena onda y la corrección de estilo, a la Casa Editorial El Tiempo, Canal K Music y Datamedia Comunicaciones Estratégicas por las imágenes cedidas, y a Wálter Gómez, Werner Kmetitsch, Juan Diego Castillo, Eduardo Correa Misas y Raúl Higuera por las fotografías.

Introducción

UNOS COLOMBIANOS CORRIENTES, Y TAMBIÉN EXCEPCIONALES

Este libro nació de la curiosidad y la frustración.

A mucha gente le gusta escudriñar vidas ajenas, pero esa labor es mucho más interesante si se trata de unos colombianos excepcionales que han logrado sobresalir a punta de creatividad e ingenio. ¿Quién no querría saber, por ejemplo, cómo se desarrolló la capacidad analítica de Rodolfo Llinás, el científico más prestigioso del país? ¿O cómo empezó a cultivar su alquimia Leonor Espinosa, la chef que logró ubicar su restaurante entre los 100 más importantes del mundo, y que ha llevado la cocina tradicional colombiana a los paladares del siglo xxi?

¿Y qué tal poder descubrir los entretelones de la candidatura de la epidemióloga valluna Nubia Muñoz al Premio Nobel de Fisiología o Medicina, un logro tan desconocido para muchos colombianos como el nombre de su protagonista? ¿O la manera como Andrés Orozco-Estrada pasó de ser un niñito que jugaba a dirigir una orquesta de muñecos en su casa en Medellín, a dirigir de verdad la legendaria Orquesta Filarmónica de Viena?

Todas esas son vidas admirables, pero también llenas de obstáculos y dificultades como las de cualquier otro colombiano. Y hay más. Por ejemplo, la vida de Simón Vélez, quien pasó de ser un estudiante rebelde, que echaron de varios colegios y casi no se puede graduar de la universidad, a convertirse en el arquitecto colombiano más reputado en el mundo por su trabajo con la guadua. O la de Vladimir Flórez, quien en su infancia en Armenia combinaba el oficio de vender periódicos con la asistencia a bibliotecas públicas para aprender de política y dibujo, mucho antes de convertirse en Vladdo, uno de los caricaturistas más importantes del país.

Y qué decir de la curiosidad que produce la vida de Carlos Bernardo Padilla, un hombre orquesta que pasa como si nada de crear una próspera empresa con presencia en varios países, a fundar el Centro de Investigaciones Paleontológicas de Villa de Leyva, a ser presidente en Colombia de la prestigiosa asociación gastronómica internacional Chaíne des Rôtisseurs... O la vida de Álvaro Restrepo, que por poco no sobrevive a la amarga experiencia en su colegio en Bogotá, y quien después de un viraje radical floreció como bailarín, coreógrafo, escritor y, como si fuera poco, creador de creadores.

Esos personajes tienen en común, además del éxito que han alcanzado, el uso de un mismo elemento para lograrlo: la creatividad. Se trata de una aptitud con muchas acepciones, cuyas definiciones van desde las que afirman que se trata de asociaciones inconscientes de la mente, hasta las que dicen que es un hallazgo de las uniones latentes que hay entre elementos disímiles en el universo. Pero, por diversas que sean, todas las definiciones de creatividad abarcan un mismo concepto: el desarrollo de ideas o soluciones que son a la vez novedosas, útiles y relevantes. La capacidad de desarrollar esa clase de ideas y soluciones no solo es importante para lograr metas individuales, como las de nuestros creadores, sino que además es esencial para el avance de un país como Colombia.

De hecho, este libro nace no solo de querer explorar las vidas de esos personajes, para saber cuáles fueron las circunstancias corrientes que forjaron su creatividad, sino también de la frustración de saber que ellos son la excepción y no la regla en Colombia, un país lleno de semillas de personas creativas desperdiciadas muchas veces por entornos familiares adversos y prácticas educativas deficientes. Un país abrumado por su pasado de violencia y deslumbrado por el espejismo de una bonanza advenediza, que no se ha ocupado siquiera de cultivar el capital humano necesario para seguir creciendo y generando una vida mejor para toda la población. Este libro también nació de la intención de aportar a la mejoría de ese capital humano y lograr que los colombianos puedan ser más creativos en sus propios ámbitos de trabajo.

UN PAÍS URGIDO DE CREATIVIDAD

Colombia ha tenido logros inéditos en la última década: el tamaño de la economía se duplicó, más de ocho millones de personas salieron de la pobreza y casi cinco millones pasaron a engrosar la clase media.{1} Sin embargo, nada garantiza que esos logros se puedan mantener y profundizar en el futuro próximo.

Hoy nuestra economía enfrenta dos grandes amenazas. La primera tiene que ver con las fuentes más importantes del crecimiento reciente: el auge internacional de las materias primas, que ha impulsado una bonanza mineroenergética sin precedentes en el país, y la abundancia de capitales en el mundo, que ha financiado el gasto de nuestras familias y nuestras empresas. Los dos factores se están empezando a revertir, y hoy toda América Latina está viendo cómo el crecimiento que parecía imparable ya está cediendo terreno. Ahora hemos empezado a ver grietas en la pared, como la pérdida de dinamismo de la industria nacional, el rezago de nuestra productividad agrícola y el aumento del costo del trabajo colombiano en dólares, que se ha triplicado en los últimos diez años, con la consecuente pérdida de competitividad de toda la economía.

De esta manera, Colombia enfrenta la paradoja del nuevo rico que ve su prosperidad amenazada, y se da cuenta de que no invirtió bien sus recursos para garantizar su bienestar en el futuro. Aunque hemos tenido un crecimiento sin precedentes en el pasado reciente, las fuentes de ese dinamismo se están debilitando, y encuentran al país con unos costos altísimos y sin haber hecho mayor cosa para mejorar su productividad.

En medio de los nubarrones, varios países latinoamericanos han dejado de mirarse el ombligo para aprender de la experiencia de otros. Al observar la historia económica reciente, no es difícil encontrar economías en desarrollo que hayan tenido algunos años de buen crecimiento, alcanzando incluso los 10.000 dólares de ingreso anual por habitante, como Colombia. Lo difícil es encontrar países que hayan superado ese ingreso, y esto se debe a que su trabajo se vuelve muy caro en términos internacionales o porque se les empiezan a desinflar sus bonanzas de productos naturales, como le puede estar sucediendo a nuestro país.

Lo bueno de esta encrucijada es que se sabe cuál es la salida. Quienes han logrado mantener un crecimiento sostenido a lo largo del tiempo han sido principalmente naciones asiáticas, que han cifrado su crecimiento en el emprendimiento y la innovación, y no en los salarios bajos y las exportaciones de materias primas, como nosotros. Una muestra de ello son los caminos disímiles que han seguido Colombia y Corea del Sur: mientras en 1980 el ingreso por habitante de los dos países era idéntico, hoy el de ese país asiático casi triplica el nuestro. El caso coreano se ha vuelto paradigmático, y todos los estudios coinciden en señalar la innovación como clave de su desarrollo. Lo malo de todo esto es que Colombia se encuentra en una situación muy deficiente en cuanto a creatividad e innovación. Mientras por el tamaño de la economía el país ocupa el lugar 31 en el mundo, por su potencial de innovación está en el puesto 60.{2}

Ese resultado es producto de varios factores que hay que atacar con urgencia. Un ejemplo es el precario estado de nuestro sistema educativo y de nuestro capital humano. Las pruebas PISA (Programme for International Student Assessment), que utiliza la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico para evaluar la situación de la educación, muestran que Colombia está en una condición lamentable. Los exámenes aplicados en 2009 —últimos para los que hay datos disponibles en el momento de escribir este libro— muestran que entre 65 países evaluados, Colombia ocupa el lugar 58 en matemáticas, el 54 en ciencias y el 52 en lectura. Lo más grave es que esas mismas pruebas revelan que la mitad de los jóvenes colombianos de quince años no entienden lo que leen, lo que no solo les cierra las puertas en el mercado laboral y les restringe la posibilidad de ejercer sus derechos democráticos, sino que además significa un inmenso lastre productivo para el país.{3}

La cosa es simple: si queremos generar el crecimiento económico sostenido que se requiere para erradicar la pobreza, consolidar la paz y cerrarle las puertas a la ilegalidad, los colombianos tenemos que iniciar una profunda transformación. El dinamismo de mediano plazo no se alcanzará exportando petróleo, mientras el aparato productivo se marchita por sus altos costos y su baja productividad. Para superar esa encrucijada es necesario mejorar radicalmente la formación de nuestro capital humano y fomentar de manera decidida la creatividad y la innovación.

TODOS PODEMOS SER CREATIVOS

Mucha gente cree que la creatividad es patrimonio exclusivo de unos cuantos genios, pero no es así. Los seres humanos somos creativos por naturaleza, a tal punto que de esa condición ha dependido la subsistencia de la especie sobre la Tierra. Cualquiera que haya estado con un niño habrá visto la manera espontánea como explora, pregunta y experimenta, y los estudios demuestran que ese comportamiento es inherente al desarrollo del ser humano.{4}

La creatividad y la innovación como rasgos característicos de la infancia son temas centrales para varias de las personas consultadas para este libro. Por ejemplo, para Rodolfo Llinás, la innovación es simplemente la realización de la personalidad de cada individuo. Para Yolanda Reyes, escritora y columnista que ha dedicado parte importante de su vida a trabajar en procesos de lectura y pedagogía infantil, los niños empiezan a ser creativos a los dos años de edad. Cuando un niño comienza a nombrar las cosas sin necesidad de verlas, ha iniciado el desarrollo de un espacio simbólico que le permite ‘hacer cuenta de’, lo que constituye la semilla de la creatividad. Los hermanos Heidi y Rolf Abderhalden —fundadores de Mapa Teatro, una de las compañías más innovadoras del arte escénico nacional— dicen que los niños son extremadamente creativos porque están en permanente tensión con el exterior y aún no han desarrollado las barreras morales que activan la autocensura.

Por supuesto que una cosa es tener una buena semilla, como el potencial creativo de la infancia, y otra muy distinta es cultivarla de manera adecuada. En este caso, la buena noticia es que la creatividad de una persona se puede cultivar, pero lo malo es que para propiciarlo se requieren ciertas condiciones del entorno familiar y educativo que no abundan en nuestro medio.

Las condiciones ideales del entorno familiar constituyen una singular combinación de libertad, disciplina, apoyo y exigencia. Según Mihály Csíkszentmihályi, estudioso de los procesos creativos y autor del influyente libro Flow, sobre los estados mentales fructíferos, los padres deben ofrecerle a un niño claridad sobre lo que se espera de él, interés en sus actividades, libertad para escoger lo que quiere hacer y exigencia para que sea cada vez mejor en  ello.{5}

El ámbito familiar desempeñó un papel central en el desarrollo creativo de varios de nuestros personajes, incluso mucho más que el entorno educativo. Rodolfo Llinás dice que sus grandes maestros no estuvieron en el colegio, sino en su familia: su padre y su abuelo. Algo parecido sucedió con Carlos Bernardo Padilla, quien encontró en su papá todo el respaldo para desarrollar los experimentos más insólitos cuando era tan solo un muchacho. Entre tanto, el colegio por poco hace colapsar las aspiraciones de algunos de nuestros creadores, como lo demuestran los amargos recuerdos escolares que tienen Simón Vélez y Álvaro Restrepo.

Eso no es extraño en un contexto como el nuestro, donde el sistema educativo tiene unas deficiencias inmensas. Así lo confirma Julián De Zubiría, director del Instituto Alberto Merani, uno de los colegios que más han explorado las técnicas pedagógicas en Colombia y que tiene el mérito de haber estado en los primeros lugares en las pruebas de Estado en varios años entre 2000 y 2012. Según él, un niño llega hasta donde la sociedad, el maestro y la escuela se lo permitan, y en la actualidad el sistema educativo es un obstáculo y no un catalizador para el desarrollo de los estudiantes. Las cifras le dan la razón. Según las pruebas del IcFEs, de cada cien jóvenes de grado once, menos de cinco alcanzan un buen nivel en competencias interpretativas y deductivas.{6}

Esto demuestra a las claras que la mejora de nuestro capital humano y el incremento de su potencial creativo deben comenzar por una profunda transformación de nuestro proyecto pedagógico. Esa necesidad de un profundo cambio educativo no es exclusiva de Colombia. Howard Gardner, uno de los mayores expertos en creatividad e inteligencias múltiples del mundo, afirmó, en una conversación sostenida con él en su visita a Bogotá hace unos años, que los colegios constituyen una de las instituciones más reacias al cambio que hay en la sociedad y que no sobrevivirán en su forma actual. Gardner visualiza una estructura escolar mucho más fluida en el futuro, probablemente vinculada a las empresas o las necesidades productivas de un país. Además advierte que los colegios masivos nunca serán una fórmula adecuada para fomentar la creatividad en una sociedad, porque esta labor exige un trabajo mucho más directo y personalizado.

De cualquier manera, unas circunstancias adversas en el ámbito familiar o educativo pueden dar al traste con la formación de cualquier persona, incluso de los talentos con mayor potencial. Julián De Zubiría afirma que el medio ambiente tiene un papel mucho más importante en la formación de una persona que otros aspectos, como la genética. Esa certeza significó un cambio en el enfoque del Instituto Alberto Merani en el año 2000: de ser una institución exclusivamente concentrada en niños con condiciones excepcionales, pasó a orientarse hacia niños corrientes que pueden convertirse en talentos sobresalientes. De Zubiría incluso advierte que la experiencia del Instituto Merani muestra que muchos niños con un alto coeficiente intelectual terminan teniendo un mal desempeño, y viceversa. Eso significa que los grandes innovadores no tienen que ser personas geniales de nacimiento.

CREER PARA CREAR

A menudo se piensa que una creación es el producto de una epifanía y que esta aparece como salida del sombrero de un mago, pero no es así. Frente a un problema o una incógnita, el hemisferio izquierdo del cerebro empieza la búsqueda de respuestas o soluciones racionales, en un ejercicio intenso de concentración, pensamiento lógico y analítico y atención a detalles. El proceso puede derivar en frustración al no encontrar nada, y eso impulsa al cerebro a iniciar una nueva búsqueda en los lugares menos conocidos, a salirse de los caminos obvios, a intentar algo más, y ahí es cuando el hemisferio derecho, con todas sus asociaciones aparentemente inconexas, lejanas y disparatadas, entra en acción, en un ejercicio de divagación y relajación (por eso es que un baño caliente puede resultar tan prolífico). Ese es el terreno fértil de toda una batalla mental, a menudo agotadora y muy emotiva.

No obstante, el proceso creativo no termina con una revelación, porque las ideas geniales hay que trabajarlas hasta lograr su refinamiento, y eso inicia todo un nuevo proceso mental y emocional. De ahí que “la creatividad ocurre en un ciclo de pensamiento consciente, pensamiento inconsciente, iluminación y verificación”, según señala Arthur Miller, profesor de Historia y Filosofía de la Ciencia en la University College London, tras escudriñar las vidas creativas de Einstein y Picasso.{7}

Vivimos en un mundo donde se privilegia el conocimiento y la acumulación de saber; la inteligencia mental suele considerarse como el paradigma del éxito. Pero la experiencia de los grandes creadores y de las personas del común —ambas colmadas de limitaciones, problemas y crisis— revela que el intelecto es importante, mas no suficiente para hacer frente a las vicisitudes de la vida. Para Daniel Goleman, filósofo y uno de los más famosos investigadores de las inteligencias humanas, “en el mejor de los casos, el cociente intelectual contribuye aproximadamente en un 20 % a los factores que determinan el éxito en la vida, con lo que el 80 % queda para otras fuerzas”.{8} Y en la constelación de esas otras fuerzas está la inteligencia emocional: aquella que incluye “habilidades tales como ser capaz de motivarse y persistir frente a las decepciones, controlar el impulso y demorar la gratificación, regular el humor y evitar que los trastornos disminuyan la capacidad de pensar, mostrar empatía y abrigar esperanzas”.{9}

Es bien sabido que las emociones moldean y modulan la percepción de la realidad y determinan el camino por seguir. A la hora de dar el salto para afrontar una dificultad o salir de una zona de confort y abrazar la incertidumbre para evolucionar, la emocionalidad es rectora. Como lo expone el médico Mario Alonso Puig —médico especializado en medicina mente-cuerpo de la Universidad de Harvard, y experto en temas de liderazgo y creatividad—, lo que hace posible superar el miedo derivado de esas situaciones es la fe en sí mismo y la pasión. Para él, “la palanca emocional que nos permite vencer el miedo no procede del intelecto —no digo que no se ayude de él— [...], sino de un lugar definido por dos elementos: la fe y la pasión. [...]. ¿Por qué? [...]. Porque el intelecto no tiene la capacidad suficiente para desplegar el potencial humano; tiene la capacidad para ayudarnos a analizar, para ayudarnos a considerar, pero no para ayudarnos a desplegar. Lo único en nuestra experiencia que tiene capacidad para despertar algo dormido es la pasión y la fe”.{10} ¿Y cómo se entiende la fe? “Como el sentido de certeza sobre algo a pesar de no tener evidencia”,{11} agrega.

Louis Pasteur sentenció que “el azar privilegia a las mentes preparadas”, pero aun para los poseedores de estas —desde el más loco de los artistas hasta el más meticuloso y racional de los científicos—, la pasión y la fe en sí mismos han sido fuerzas motoras de la creación. No en vano crear está solo a una letra de distancia de creer.

PARA EMPEZAR A CAMBIAR

Como ya se mencionó, la capacidad creativa de una persona tiene que ver con distintos elementos, como su capacidad cognitiva, su ámbito familiar, su entorno educativo, su potencial intelectual, su inteligencia emocional, y su propia personalidad. La mayoría de esos elementos se pueden cultivar y modificar, lo que significa que la creatividad es una capacidad que se puede fomentar.

Rodolfo Llinás afirma que la capacidad intelectual de los niños colombianos podría elevarse de manera exponencial con una adecuada educación: “A los niños hay que enseñarles en contexto, y resulta que la contextualización nunca se hace al principio de la vida, que es cuando se necesita”. Llinás agrega que uno de los principales problemas de la educación en Colombia es que se enseña de la misma manera a todo el mundo, sin tener en cuenta las diferencias entre las personalidades y las capacidades de cada cual. “Todos somos curiosos, y lo que hace que alguien sea curioso tiene que ver con su personalidad. Todos nacemos con distintas personalidades y la mejor educación consistiría en entender cuál es la de cada criatura”.

De esa confrontación entre la personalidad de un niño y el proceso educativo surge una de las tensiones más importantes para el desarrollo de las personas creativas: la que se da entre la libertad y la disciplina. Aunque parezca contradictorio, el ejercicio de la libertad es mucho más fructífero si se da dentro de un marco caracterizado por reglas claras y trabajo sistemático. Yolanda Reyes afirma que para que un niño pueda crear, requiere previamente estructuras predecibles en las cuales se puedan incorporar las cosas nuevas, y esas estructuras surgen de las reglas y los límites que conlleva la disciplina.

En palabras de Tony Wagner, autor del libro Creating Innovators, si no existe primero la autoridad, posteriormente no podrá existir la insubordinación inherente a cualquier acto de creatividad.{12} Por su parte, Rolf Abderhalden afirma que los grandes creadores contemporáneos han tenido un diálogo muy intenso y laborioso con la tradición que los antecede, porque de otra manera no habrían podido transgredir para innovar.

Aunque hay diversas perspectivas sobre el desarrollo de la creatividad, algunos elementos emergen como un denominador común. La mayoría de los enfoques coinciden en que para que una persona pueda sobresalir en el campo creativo debe tener, además de una educación adecuada, una verdadera pasión por lo que hace, una gran destreza en su oficio y el propósito de trascender fronteras en su trabajo y en su vida. Cada una de estas facetas se desarrolla en un momento distinto de la vida de un creador y requiere diferentes circunstancias.

Como lo señala Howard Gardner, para un creador es fundamental sentir pasión por lo que hace y derivar gran placer de ello.{13} Por eso es fundamental que un niño tenga la libertad necesaria para identificar qué le gusta, antes de perfeccionar su destreza en esa actividad, proceso en el cual el juego y la exploración tienen un papel fundamental. No sobra recordar que la importancia del juego en el aprendizaje ha sido subrayada por grandes maestros de la pedagogía, como Johann Heinrich Pestalozzi, Maria Montessori y John Dewey.{14}

Sobre este tema conviene recordar una anécdota de la formación temprana de Andrés Orozco-Estrada. Un día su mamá, preocupada porque su niño estaba jugando a dirigir una orquesta con la baqueta de un xilófono, decidió llevarlo adonde una sicóloga para que le dijera qué debía hacer. La respuesta de la especialista fue contundente: “Deje que siga jugando y no le limite la creatividad”.

También vale la pena recordar que Leonor Espinosa fue una niña muy inquieta, que a los ocho años leía poesía y le encantaban los oficios artísticos —esculpir, moldear, pintar, dibujar, grabar, entre otros—. Al cabo de su primaria, y como reconocimiento por su talento, le ofrecieron una beca para estudiar en la Escuela de Bellas Artes de Cartagena, y aunque a su mamá no le gustaba la idea, ella insistió y acudió sola a sus clases extracurriculares durante todo el bachillerato. Y no hay que olvidar que Álvaro Restrepo cultivó con mucha dedicación y buenos resultados actividades diversas como la literatura, el dibujo y la música, antes de encontrar la danza y la coreografía como terrenos integradores de sus intereses.

En ese sentido, uno de los objetivos más importantes del proceso educativo debe consistir en la identificación temprana de la vocación de un niño, para después empezar a perfeccionar sus destrezas. Para Miguel De Zubiría, fundador del Instituto Alberto Merani y presidente de la Academia Colombiana de Pedagogía y Educación, un talento creativo no se puede desarrollar si no hay muchísimo trabajo de por medio. Miguel De Zubiría coincide con Howard Gardner y Malcolm Gladwell, autor de Outliers, reconocido libro sobre grandes talentos, en una premisa que se conoce como “la regla de las 10.000 horas”, que establece que ese es el mínimo de trabajo que se requiere para dominar una disciplina, requisito fundamental para poder después innovar en ella.{15}

De esta manera, tras una etapa de gran libertad del niño para identificar qué le gusta, debe empezar un periodo de una gran disciplina y una profunda concentración para desarrollar sus destrezas en esa área. Si seguimos la pauta de las 10.000 horas, significa que una persona tiene que dedicarle al menos cinco horas diarias durante diez años a su formación, para poder tener la destreza necesaria para innovar en su propio ámbito de trabajo. No es casualidad que todos los creadores estudiados en este libro hayan sido desde siempre unos grandes trabajadores, consagrados de manera casi obsesiva a perfeccionar su oficio.

En esa etapa de desarrollo de la destreza suele ser muy importante la figura de un tutor, que crea en el talento de la persona, la persuada para que avance en su formación y la estimule para que siga adelante. Un ejemplo de ello es el papel que tuvo en la carrera de Nubia Muñoz el epidemiólogo Pelayo Correa, uno de los pioneros del estudio del cáncer en Colombia, quien no solo fue esencial en la formación de ella como investigadora, sino que además le abrió el camino para continuar sus estudios en el exterior. Por otro lado, Héctor Osuna, uno de los más célebres caricaturistas de la historia de Colombia, se convirtió sin proponérselo en mentor de Vladdo, al inculcarle el valor de la independencia y la libertad en el oficio, además de recomendarlo para su trabajo en la revista Semana.

El trabajo de los grandes creadores no termina ahí. Muchas personas pueden sentir pasión por lo que hacen y tener una gran destreza para ejecutar su oficio, pero los auténticos creadores deben tener, además, el ímpetu necesario para desafiar límites y trascender fronteras. Por eso no es raro que las personas creativas tengan algunas características que los convierten en seres extraños para el resto de la gente, como la testarudez, la competitividad, la excentricidad, la arrogancia y una actitud temeraria frente a los desafíos que se les presentan.

Los casos más elocuentes estudiados en este libro son los de Simón Vélez y Rodolfo Llinás, quienes tienen una personalidad tan arrolladora que incluso son vistos como unos provocadores de oficio, debido a sus posiciones férreas y sus comentarios iconoclastas. Además, ambos son radicales en la defensa de la posibilidad de fracasar en sus intentos de ir siempre más allá. Simón Vélez lo pone en estos términos: “Yo no hago otra cosa que hacer chambonadas y estupideces para ir aprendiendo”. Y Llinás remata así: “Pobrecito el que no meta la pata”.

Con todo, Colombia es un país que ofrece muchas posibilidades, pero también muchos obstáculos para el desarrollo de la creatividad. Simón Vélez afirma que acá existe la libertad para hacer lo que uno quiera para expandir los límites de una disciplina, en contraste con Estados Unidos o Europa, donde, según él, no habría podido hacer ninguno de los ensayos que ha hecho para descubrir las posibilidades estructurales de la guadua. Entre tanto, los hermanos Abderhalden, que están en permanente contacto con creadores internacionales del teatro contemporáneo, dicen que Colombia es un lugar muy estimulante porque está en plena ebullición, y así lo confirman sus pares extranjeros que visitan el país.

Sin embargo, los obstáculos son igualmente poderosos. Aparte de las deficiencias del sistema educativo, son notables los problemas del entorno familiar. No hay que olvidar que, según Profamilia, la mitad de los niños que nacen en Colombia no fueron deseados por sus padres, lo que permite inferir las circunstancias difíciles en que crece buena parte de los colombianos.{16}

Otros factores adversos a la creatividad se presentan en el desarrollo de las actividades profesionales. Los hermanos Abderhalden destacan que en Colombia no hay crítica ni confrontación profesional que haga crecer el trabajo. Por su parte, Andrés Orozco-Estrada destaca lo desalentador que es el bajo nivel de exigencia del público y de los mismos músicos en el campo de las orquestas sinfónicas. Así mismo, Simón Vélez señala las grandes dificultades que implican para el desarrollo de la guadua en el país la excesiva normatividad y la corrupción de los funcionarios. Eso para no profundizar en los obstáculos para el desarrollo de la ciencia, que hicieron que Rodolfo Llinás y Nubia Muñoz hubieran tenido que emigrar para desarrollar sus carreras.

Está claro que Colombia tiene grandes oportunidades para el desarrollo de la creatividad, pero también enfrenta grandes obstáculos para lograrlo. Conocer los retos y las oportunidades que han enfrentado los creadores estudiados en este libro puede servir para que todos avancemos un poco más en el desarrollo de algo tan natural para el ser humano como respirar, y que tanta falta nos está haciendo: crear.

RODOLFO LLINÁS

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Rodolfo Llinás es el científico más reconocido de Colombia. Su trabajo le ha merecido una gran admiración y un profundo respeto, hasta el punto de que algunos de sus colegas lo califican como uno de los cinco neurocientíficos más importantes del mundo. Su prestigio lo ha llevado a hacer parte del selecto equipo del Brain Activity Mapping, un ambicioso programa lanzado a comienzos de 2013 por el gobierno de Estados Unidos para saber qué es, qué hace y hasta dónde puede llegar el cerebro.

Las reacciones en Colombia ante sus logros son variadas. Para los miembros de la comunidad científica nacional, Llinás constituye un referente obligado, por la excelencia de su trabajo. Para el común de los colombianos es un personaje brillante que trabaja en cosas exóticas, algunas de ellas revolucionarias, como la búsqueda de la cura del alzhéimer, y otras que parecen sacadas de una película de ciencia ficción, como aquella de cambiar la configuración del agua para potenciar las funciones celulares o la de llegar algún día a conectar dos cerebros. Unos y otros callan cada vez que él habla, aunque muchas veces no entiendan sus elucubraciones ni descifren el sentido de sus sarcasmos.

El país lo redescubrió hace un par de décadas, mucho tiempo después de haber desarrollado una exitosa carrera en la escena científica internacional. En más de medio siglo que lleva viviendo en el exterior, Llinás ha construido una relación peculiar con Colombia. Echa de menos varias cosas, especialmente las circunstancias que marcaron su infancia y su adolescencia, y es muy crítico de otras, como el sistema educativo. Muchas personas ven en él una especie de faro que podría señalar el camino para que el país salga de la infame situación en que se encuentra en el campo de la ciencia y la educación, pero cada vez que ha intentado hacer algo le han dado un portazo en la cara. De hecho, es uno de los pocos colombianos que han desarrollado un revolucionario sistema integral de enseñanza, que de manera insólita terminó archivado en un armario.

Como si se tratara de una obra del teatro del absurdo, el ritual se repite una y otra vez sin que nada cambie. En cada una de sus visitas al país, la gente se alborota y los periodistas lo acaparan, pero todas sus semillas caen en terreno estéril. A pesar de todo, él sigue viniendo porque mientras más pasan los años (ya ronda los ochenta), más necesidad tiene de ver a su gente, de revivir su pasado y de afianzar sus recuerdos. Según cuenta su hermana, Patricia Llinás, a él le encanta venir a Colombia solo para ver a la familia y salir a comer con un par de amigos. Lo demás es una alharaca que sube y baja como la espuma y que desparece tan pronto aborda el avión de regreso a su casa, en Nueva York.

Los medios de comunicación nacionales registran sus visitas con la curiosa mezcla de admiración y desconcierto que generan sus opiniones, algunas veces provocadoras, otras veces crípticas y siempre polémicas. Margarita Vidal destacó en la Revista Credencial su personalidad distante y su mirada cortante. A Darío Restrepo le dijo en una entrevista en CityTv que era estúpida su intención de descifrar sus orígenes. En otra conversación en el Canal RCN le dijo “gordo” a Álvaro García, quien tuvo el acierto de agradecerle con ironía, haciéndolo estallar en una carcajada signada por la vergüenza. Y cuando Carlos Francisco Fernández, del periódico El Tiempo, le preguntó si las nuevas generaciones son más inteligentes que las de antes, se limitó a responderle: “No hable caca”.

Algunos pensarán que esta manera de actuar, desafiante y prepotente, puede reflejar su fastidio por tener que responder cien veces las mismas preguntas irrelevantes (detesta, por ejemplo, que le pregunten si echa de menos los tamales), cuando podría estar usando ese tiempo en el laboratorio para seguir persiguiendo metas que muchos consideraban inalcanzables. Otros creerán que su estilo displicente tiene que ver con la frustración de saber que la admiración que genera en Colombia tiene mucho más ruido que nueces. Pero lo cierto es que ese comportamiento lo acompaña desde siempre.

Según Patricia, “Rodolfo no tiene pelos en la lengua para decir lo que siente. No es raro que a una persona que acaba de conocer le diga ‘Qué pesar que no nos entendamos’ o le pregunte ‘¿Por qué usa esos zapatos tan feos?’”. Para Jorge Reynolds, inventor del primer marcapasos artificial externo con electrodos internos y amigo de Llinás desde la adolescencia, ese es un rasgo esencial de su personalidad: “Rodolfo es tajante y dice cosas desagradables. Lo hace pasar a uno unas penas...”.

En el fondo, esa actitud cortante e inquisitiva hace parte de un rasgo mucho más integral de Llinás que la simple intención de incomodar: el uso del diálogo provocador como herramienta pedagógica y analítica. Cualquier conversación con él se parece a una pelea entre un peso pesado profesional y un wélter aficionado. Todo arranca con una mirada fulminante y un silencio sepulcral de Llinás, continúa con un par de interrogantes suyos sobre cualquier cosa que dejan al interlocutor por el piso, avanza con varias muestras de sentido común teñidas de ironía, sigue con múltiples argumentos iconoclastas que no dejan títere con cabeza y termina con un inmenso alarde de erudición.

Cualquiera de esas exigentes conversaciones está salpicada de ejemplos, analogías y anécdotas que ayudan a ilustrar sus argumentos. Eduardo Rueda, egresado del Gimnasio Moderno de Bogotá, médico y amigo suyo desde el bachillerato, dice que Llinás sabe cosas muy complejas, pero que a la hora de explicarlas las puede poner al alcance de cualquiera. Todo ello sucede de la mano de una inmensa capacidad histriónica y una auténtica pasión por la narración, herencias de la casa paterna donde cualquier cosa ameritaba una puesta en escena, lo que hace que sus interlocutores entiendan al menos las nociones básicas de lo que ha estado haciendo Llinás metido en un laboratorio dieciocho horas diarias durante más de cincuenta años.

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Rodolfo Llinás empezó a interesarse por el sistema nervioso desde los últimos años del bachillerato, cuando todavía era un muchacho del montón. “En el colegio era un tipo bastante corriente, aunque empezaban a gustarle ciertas cosas raras. Por ejemplo, ya comenzaba a llamarle la atención la neurología y se interesó por la hipnosis. Después hizo su tesis de medicina sobre la vía óptica, con un análisis lleno de matemáticas que solo entendían él y su director”, recuerda Eduardo Rueda. Tras haber hecho su doctorado en neurofisiología en la Universidad de Canberra (Australia), fue director del Departamento de Neurobiología de la Universidad Northwestern en Chicago y director de la División de Neurobiología de la Universidad de Iowa, hasta que la Universidad de Nueva York lo nombró profesor y director del Departamento de Fisiología y Neurociencias, cargo que ejerce hasta el presente.

El cerebro, siempre el cerebro, y por razones fundamentales. “¿Qué soy yo? —pregunta Llinás adoptando una pose teatral—. Lo que somos tiene que ver con el cerebro y solo con el cerebro. Por eso el estudio del cerebro es el estudio de la naturaleza de lo que somos”. A primera vista esa afirmación parece una frase corriente, pero en el fondo tiene implicaciones muy serias sobre lo que cada uno de nosotros es (o lo que cree ser) y sobre nuestro papel en la vida.

Los alcances de esa afirmación se vislumbran en uno de sus libros, publicado en Colombia en 2003 con prólogo de Gabriel García Márquez y titulado El cerebro y el mito del yo. Este nombre luce bastante simplón y pedestre al lado del original —I of the Vortex—, que juega con las palabras para revelar la esencia de su análisis: el I del título es a la vez el yo y el ojo del torbellino, que hace referencia al movimiento constante de energía que se da en el cerebro para generar la conciencia.

Según Llinás, la conciencia, el yo o la identidad de cada uno de nosotros solo es un estado funcional del cerebro. Eso quiere decir que el cerebro, el sistema nervioso o el cuerpo humano trascienden por mucho la noción del individuo, y de hecho pueden operar al margen de él. En otras palabras, la conciencia como sustrato de la subjetividad es solo una de las múltiples funciones del cerebro y no existe por fuera del funcionamiento del sistema nervioso. En suma, lo que cada uno de nosotros cree que es, no es más que una creación de nuestros cerebros.

¿Y cuál es la razón de ser de esa función cerebral que da lugar a la noción del yo? Según Llinás, la respuesta está en el objetivo que cumple el cerebro en la evolución de las especies. El cerebro es un requisito evolutivo para el movimiento, lo que explica que ese órgano solo aparezca en los animales. La esencia de la función cerebral radica en su capacidad para predecir qué puede pasar si el animal hace un movimiento u otro, y la certeza de esa predicción es la que determina si el animal sobrevive o no. ¿Qué tan cerca está ese hueco que está en mi camino? ¿Qué tan rápido corre ese tigre que me está persiguiendo?

El sistema nervioso hace esas predicciones comparando el mundo externo, percibido a través de los sentidos, con la representación interna que todos tenemos de la realidad. La predicción no solo se genera en el nivel consciente, porque la función predictiva del cerebro apareció en la evolución antes que la conciencia. Sin embargo, ese mismo proceso evolutivo dio origen a la mente como un instrumento para refinar la calidad de la predicción. Lo que conocemos como conciencia o el yo es el evento que unifica los componentes fraccionados de la realidad externa y de la representación interna de la realidad, permitiendo que el cerebro haga su predicción y el individuo reaccione.

Esta explicación suena bastante razonable para entender el papel del cerebro en la supervivencia del individuo, pero es completamente subversiva a la luz de la cultura dominante en occidente, con sus ideas antropocéntricas y su certeza sobre la trascendencia del individuo. Según los planteamientos de Llinás, el individuo no solo desaparece con la muerte del cuerpo, sino que además se diluye mientras el cuerpo está vivo en aquellos momentos en que la función cerebral del yo no está activada. “Es como saltar lazo: mientras usted está saltando, esa función existe, pero cuando deja de saltar, esa función desaparece. Así sucede con la conciencia”.

La reducción de la conciencia, como sustrato del yo, a una simple función cerebral, suscita profundos interrogantes sobre el rol que nuestra cultura le ha dado al ser humano en el universo. ¿De modo que todo lo que somos —nuestros sueños, nuestras ideas, nuestra percepción del mundo— desparece cuando muere el cerebro? Llinás va mucho más allá: “Pues claro que sí. Además uno se muere todas las noches. Cuando uno se acuesta y se duerme, el yo desaparece y uno está muerto. Así de simple.”.

Estos planteamientos conllevan una crítica profunda a las religiones que suponen la trascendencia del individuo. “Cuando uno se muere no hay nada. Claro que siempre hay gente suficientemente astuta que se da cuenta de que las personas le tienen miedo a la muerte y le ofrecen algo que le quita esa idea. Así nació la Iglesia, la gran multinacional de todos los tiempos, y todas las demás religiones, que son la misma vaina, con excepción del budismo. Las razones para inventar la religión son políticas y económicas, y uno se da cuenta rápidamente. Yo me di cuenta de niño”.

Su hermana Patricia recuerda que todos en su familia hicieron la primera comunión, pero solo la mamá y la hermana mayor eran creyentes. Su papá, Rodolfo y ella misma fueron ateos desde siempre. Llinás redondea con uno de sus tradicionales sarcasmos: “Las personas que más he querido en mi vida han sido creyentes, pero yo nací sin fe. ¿Y la culpa es de quién? Pues de Dios, que no me dio fe”.

Por supuesto que el tema del yo y el cerebro no es el único que ha abordado Rodolfo Llinás en la decena de libros y los más de 350 trabajos que ha publicado. En sus investigaciones sobre las bases físicas de la conciencia apareció un asunto que ha llamado mucho la atención del público general: la identificación en la fisiología cerebral de la causa de algunas enfermedades mentales y la posibilidad de encontrar una cura para ellas.

Según Llinás, enfermedades como la esquizofrenia, la depresión, el párkinson, los trastornos obsesivo-compulsivos, ciertas clases de epilepsia y los tinnitus son producidas por una misma circunstancia. Esos males no son otra cosa que estados funcionales de un cerebro que no está operando bien. De acuerdo con sus investigaciones, todos ellos son síntomas de una disritmia del tálamo cortical del cerebro. Lo mejor del hallazgo es que esa disritmia se podría corregir con drogas o con una cirugía en el cerebro.

En una conferencia que dictó en 2007 en la Universidad EAFIT de Medellín, Llinás expuso un caso que ilustra muy bien la situación. “Un paciente que había tenido esquizofrenia durante veinte años, y estaba desesperado porque había ido a todas partes y no le habían resuelto su caso, llegó a la Universidad de Nueva York y le dijeron que visitara al doctor Llinás. Entonces le miramos el cerebro y encontramos una disritmia, y pensamos que tal vez se podía mejorar si se hacía una pequeña lesión para disminuir un poquito la inhibición en la parte anterior del tálamo. Lo hicimos, y el señor dejó de ser esquizofrénico y lleva cinco años bien. La esquizofrenia no es ninguna locura, es un problema neurológico en el que una parte del tálamo está hiperpolarizada y genera la activación de zonas extrañas”.

Sus trabajos también han traído esperanza para los pacientes que sufren de alzhéimer. De acuerdo con sus investigaciones, el origen del problema es que una molécula se vuelve tóxica y evita que las cosas se muevan correctamente dentro de las células. Con el uso de drogas adecuadas esta situación podría evitarse en algunos casos, y ciertos tipos de alzhéimer podrían mejorarse. Aunque Llinás está convencido de sus hallazgos, la aplicación de las soluciones aún no está cerca, pues por razones de salud pública el desarrollo de las drogas y su uso masivo deben estar antecedidos de múltiples investigaciones de campo que confirmen plenamente su efectividad.

Mientras las pruebas de campo y los requisitos de salud pública avanzan a su propio ritmo, Llinás sigue adelante con otras investigaciones y propone ideas que parecen de ciencia ficción. Una de ellas tiene que ver con la posibilidad de cablear el cerebro para generar visiones, olores, movimientos, pasiones y toda clase de sensaciones. La tecnología ya existe (unos nanocables que se pueden introducir a través de los vasos sanguíneos), pero aún no se puede focalizar en las zonas deseadas.

Aunque todavía no se sabe cuánto tiempo más tomará el perfeccionamiento de la técnica, desde ya se vislumbra la revolución que implicaría en varios aspectos. Con esta tecnología los ciegos podrían ver, los sordos podrían oír y la gente del común podría conocer todo el mundo sin salir de su casa.

Pero no todos los efectos serían tan favorables. Con el cableado cerebral se podrían conectar dos cerebros, lo que significaría la comunicación plena entre dos personas. Esto traería efectos positivos, porque al saber exactamente cómo piensan y sienten los demás, una persona podría convertirse en un mejor ser humano. Lo malo es que al pensar y sentir como los demás, las personas perderían su individualidad. Cuando uno pueda entrar en la mente de los demás y viceversa, los humanos nos convertiríamos en otro ente social completamente distinto al que conformamos hoy, con consecuencias impredecibles. “Imagínese que yo supiera qué está pensando la mayoría de la gente o que la mayoría de la gente sepa qué estoy pensando yo. ¡En ese momento yo desaparecí!”.

Son tantos y tan serios los interrogantes que se abren con esta posibilidad, que el mismo Llinás, que siempre tiene respuestas para todo, se muestra tan desconcertado como quien acaba de crear un Frankenstein. “La creación de estos supersistemas ya está pasando por medios externos. Todo el mundo ve en televisión las mismas noticias, y por lo tanto hay una homogenización de los procesos mentales. Entonces se empiezan a disminuir las diferencias y eso es gravísimo para la supervivencia de la humanidad, porque mientras más homogéneos seamos, más vulnerables seremos. A pesar de todo eso, el proyecto ya tiene vida propia”.

El pesimismo de Llinás sobre el futuro de la humanidad no se limita a la posibilidad de que exista un supersistema conformado por cerebros conectados, que sus propias investigaciones están contribuyendo a crear. Sus ideas acerca de las tendencias sociales y los problemas de salud pública son radicales y no tienen ni un ápice de corrección política. “Hoy los hombres son mucho más brutos que los antiguos. Hay una cantidad de gente que debería haberse muerto y no se murió. Mire en Estados Unidos la cantidad de gordos que hay. son máquinas que no hacen más que comer y hacer popó. El sistema se va a morir porque estos gordos tienen una capacidad infinita de comer y producir diabetes”.

Sus posturas iconoclastas también abarcan los sistemas políticos. “Hay un problema gravísimo y tiene que ver con la democracia. El problema de la democracia es que crea gordos, así como IBM y la Iglesia católica, que en el fondo son la misma vaina. Habría que deshacerse de ellos, pero desafortunadamente el proyecto comunista no sirvió. ¿Qué hacemos con seis mil millones de personas? ¡La explosión demográfica es un problema de la madona! La única manera de resolverlo es con tiranías, pero el problema es que casi por definición los tiranos son brutos”.

Y su visión sobre la capacidad de la inteligencia humana de mejorar el mundo es modesta, por decir lo menos. “Hay demasiada gente y la mayoría es bruta. Los inteligentes sobreviven porque son inteligentes, pero hasta cierto punto, porque si los brutos se siguen reproduciendo, se van a tragar a los inteligentes. El problema es que la mayoría de los seres vivos no alcanzan la inteligencia, porque es un estado muy complejo, no es un estado estable y siempre desaparecerá. La brutalidad sí es estable: los árboles y las bacterias nunca desaparecerán. Claro que la Tierra puede perder su vida si le da un totazo grande un aerolito o si nos ponemos bravos y armamos una guerra; de las dos cosas, lo más probable es que hagamos una guerra”.

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Rodolfo Llinás empezó a desarrollar su capacidad analítica cuando tenía cuatro años, y los hechos más determinantes de su formación se dieron durante su infancia y su adolescencia. Tratar de rastrear sus orígenes es exponerse a recibir un regaño, como el que le dio al periodista Darío Restrepo en una entrevista que le hizo para CityTv: “Esas son las carajadas de Colombia. ¡Esa manera estúpida que la gente tiene de tratar de localizar en una geografía mínima una historia de dos millones de años!”.

Estupidez o no, Llinás nació en Bogotá en 1934, con una mezcla de sangre costeña, santandereana y catalana en sus venas y, sobre todo, con sangre de investigador. Su padre, Jorge Llinás Olarte, nacido en Sabanalarga, fue un cirujano de tórax responsable de la primera cirugía de corazón abierto en Colombia. Su madre nació en Santa Marta y cuando tenía veintitrés años de edad llegó a Bogotá, donde no pudo quitarse un cierto dejo costeño al hablar. Los Llinás Riascos son tres hermanos: Rodolfo, el mayor, y Margarita y Patricia, sus dos hermanas. Ese detalle no es menor, pues habría de tener consecuencias en la combinación de consentimiento y disciplina que lo rodeó.

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