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Akal / Pensamiento crítico / 63

Jordi Carmona Hurtado

Paciencia de la acción

Ensayo sobre la política de las asambleas

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La política no es la profesión de los viejos caciques, los nuevos arribistas o los clásicos especialistas de la batalla electoral. La política es una actividad que en puridad solo puede ser practicada por aficionados, por personas comunes que se preocupan por el mundo que comparten. Nada fue más evidente que esto durante algunas jornadas de mayo y junio de 2011 y, en general, durante toda la secuencia posterior de movimientos de ocupación de plazas por todo el mundo. Sin embargo, progresivamente, con un cierto retorno a la «normalidad», ese sentir común fue perdiéndose casi por completo.

Este texto busca asentar aquella evidencia, intensa pero precaria, darle razones y mayor consistencia. Y para ello, introducir la experiencia de la ocupación de plazas en la filosofía, especialmente en el pensamiento político contemporáneo, en Hannah Arendt y Jacques Rancière: ocupar con ellos la filosofía, el concepto o lo universal, para que tal vez la filosofía nos devuelva entonces la convicción de que es posible ocuparlo todo, y de que todo esto no es mero asunto de «okupas», sino que algo esencial de la experiencia humana se pone en juego en el proceso, para todos y para cualquiera.

«Jordi Carmona Hurtado se busca los mejores cómplices y aliados: Hannah Arendt y Jacques Rancière. Y, con ellos, explora filosóficamente qué significa actuar, qué ocurre cuando escuchamos, y en qué sentido el pensamiento plural es condición de una política de emancipación.» Amador Fernández-Savater

Jordi Carmona Hurtado, doctor en Filosofía por la Université de Paris VIII y la Universidad Autónoma de Madrid, es profesor de Filosofía en la Universidade Federal de Campina Grande, Brasil.

Diseño de portada

RAG

Imagen de cubierta

Detalle de la obra Esto es lo verdadero, Rafael Sánchez-Mateos Paniagua y Fernando Baena, 2017 (fotografía de Rafa Suárez)

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© L’Harmattan, 2015

© Ediciones Akal, S. A., 2018

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.akal.com

ISBN: 978-84-460-4577-9

Por su impaciencia fueron expulsados, por su impaciencia no vuelven.

Franz Kafka

Nos apropiamos del pasado a través de la rememoración (An-Denken), del presente a través del padecimiento (pathein), del futuro a través de la acción.

Hannah Arendt

¡No puedo cantar, ni quiero

a ese Jesús del madero,

sino al que anduvo en el mar!

Antonio Machado

Prólogo

Amador Fernández-Savater

Vivimos, desde los inicios de la crisis económica en España, un tiempo político acelerado. Muchas cosas impensables antes han acaecido en los últimos años, trastocando el marco que dibujaba los límites de lo posible desde 1978. Pero al mismo tiempo, en ese tiempo de vértigo, todo parece quemarse muy rápido: movimientos, partidos, líderes.

Este libro hace sin embargo la siguiente apuesta: el 15M durará, merece durar. Lo que ocurrió en todas las plazas de las ciudades españolas en mayo de 2011 puede seguir nutriendo la imaginación política de quienes buscan aquí y ahora otro mundo posible. Es, en ese sentido, un acontecimiento intempestivo, a la vez dentro y fuera del tiempo histórico.

¿Cómo es eso posible? Porque, a diferencia de otros fenómenos políticos del presente, el 15M supuso una diferencia cualitativa con respecto a los modos establecidos de hacer y decir. La participación de cualquiera en los campamentos, la acción en común en las calles, el pensamiento plural y la escucha activa en las asambleas. Sin dirigentes, sin expertos, sin monólogos, ni argumentarios.

Para contribuir a la eternidad de ese instante de 2011, Jordi Carmona Hurtado se busca los mejores cómplices y aliados: Hannah Arendt y Jacques Ranciére. Y con ellos, explora filosóficamente qué significa actuar, qué ocurre cuando escuchamos, en qué sentido el pensamiento plural es condición de la política de emancipación. Este libro es el resultado de la exploración.

De ese modo, la experiencia del 15M es arrancada de la coyuntura política, una verdadera trituradora, e inscrita en una tradición revolucionaria que aparece y desaparece como el Guadiana desde hace dos siglos: soviets, consejos, secciones populares y distritos revolucionarios. Es el «tesoro sin edad» de que hablaba Hannah Arendt. Una constelación –de acontecimientos, de luchas, de nombres y lugares– donde resonar, donde seguir resonando, fuera del tiempo lineal combustible, en cada aquí y ahora, en cada presente donde se juegue el sentido de la vida en común.

PREFACIO

Aullidos del 15M

Han pasado solo seis o siete años, pero parecen haber sido muchos más, desde aquellos días de mayo y junio de 2011, y toda la vida colectiva que se siguió de ahí. Algunos todavía seguimos tratando de vivir del mismo modo; aunque ya solo un delgado hilo nos una con aquello. Pero aun así un hilo, una especie de pasarela mental, que al menos permite y da fuerzas para no ceder a las presiones del modo de ver dominante: un delgado hilo de resistencia. No un hilo rojo ni negro, tampoco un hilo de muchos colores, más bien un hilo que no se diferencia por ningún color dominante, sino que hay que observar con más detalle para hacerse una idea. Y en el que al final conseguimos distinguir a mucha gente, muchas cosas sucediendo al mismo tiempo, pero sobre todo algunas pequeñas escenas de ruptura del orden habitual de las cosas. La atención concentrada en esas pequeñas escenas, sin embargo, puede hacernos percibir algo que tiene su importancia: algunas condiciones de posibilidad de la revolución en nuestro siglo, para nuestra generación.

Evidentemente, eso no es suficiente para que haya realmente una revolución. Puede que los tiempos todavía no estén lo bastante maduros para la lucha de clases mundial. Puede también que, al revés, las personas hace tiempo hayan dejado de ser tan inmaduras como para querer revoluciones en general. ¿Quién es todavía tan ingenuo como para creer que se puede cambiar la política o la sociedad? ¿Quién cree todavía en la igualdad, en la participación de cualquiera? ¿Eso no suena muy bobo, muy 15M? ¿No es una fijación propia de nostálgicos del 15M, esa patología tan común? Además, varios grandes intelectuales de nuestro país lo explicaron claramente para quien quisiera entenderlo. Para ello inventaron un concepto muy paradójico y chocante, el de «elitismo democrático». Aunque en realidad no fuese tan nuevo: el «elitismo democrático» es una traducción de la «aristocracia obrera», concepto que puede escogerse entre el arsenal de armas intelectuales contra los excesos revolucionarios que Lenin recopila en su ensayo La enfermedad infantil del «izquierdismo» en el comunismo.

Según esos adalidades de la causa proletaria (o populista, o republicana, o vaya usted a saber), la igualdad política (asambleas, comisiones, grupos de trabajo, círculos y demás) era en realidad una manera de crear una nueva élite. ¿Pues quién puede practicar realmente esa igualdad política? ¿Quién puede pasar el día en discusiones interminables sobre la ley D’Hondt o sobre proyectos de estructuras asamblearias chiripitiflaúticas? Pues muy probablemente los que tienen tiempo de sobra para perder, los parásitos de la buena sociedad. Y, en todo caso, nunca los buenos trabajadores, nunca los que no tienen tiempo. Esos sabios modestos suelen recordarnos también que en Grecia las asambleas populares, tan aparentemente abiertas e igualitarias, solo funcionaban sobre la base del trabajo esclavo. Aunque claro, podría responderse, en nuestro país europeo, aunque sea del sur y la periferia de Europa, los trabajadores han llegado a tener algo de tiempo. Pero no, se dirá, los honrados trabajadores cuando tienen tiempo se dedican a las pequeñas cosas que hacen de la vida algo cálido y hogareño, se dedican a cultivar las virtudes de la vida doméstica.

Aunque, una vez más, podría alegarse que el cultivo de los valores simples de la vida familiar no parece que vaya a conducir directamente a los pueblos a su emancipación, o a que los trabajadores superen la sociedad capitalista. También podría pensarse que si el elitismo democrático es un problema, si es un problema que muchas personas participen en la política, porque en realidad no son tantas, o no son todas, y entonces se crea un nuevo elitismo, tampoco parece una solución maravillosa que entonces no participe nadie, o que solo participen los que siempre participaron: los especialistas, los que saben, los formados, los que tienen carisma, los competentes, y que además resulta que por casualidad son todos amigos, o amigos de amigos, o del mismo medio social inmediato.

Es muy difícil saber si de las asambleas, círculos y demás hubiese podido surgir una nueva élite política. En cualquier caso, y para cualquier observador un poco informado, lo mínimo que se puede decir es que en esos espacios la preocupación por seleccionar nuevas élites no era la principal. Y si uno va poniéndose un poco serio, habría que admitir lo contrario. Pues la preocupación principal del 15M fue crear las condiciones de una política inclusiva, en la que muchas personas diferentes, con condiciones de vida diferentes y niveles de implicación posible también diferentes, pudiesen convivir, pudiesen hablar entre sí sobre los problemas de la vida en sociedad y actuar juntos para tratar de resolverlos. El 15M trató precisamente de hacer una política no elitista, de poner en marcha una política en cuya construcción participase efectivamente cualquier persona. Es cierto que hubo innumerables dificultades y el objetivo no se consiguió hasta el final; pero si el movimiento pudo sacudir a la sociedad española, y si junto a movimientos semejantes sacudió la vida colectiva en diferentes países del mundo entero, fue precisamente por tomar en serio que algo así era posible. Que era posible construir una verdadera democracia. Que la democracia no es solo un significante vacío usado por las élites para contentar al pueblo, sino que puede tener un contenido real. Esa fue la ingenuidad fundamental del 15M. Pero esa misma ingenuidad o esa misma ilusión es la que le permitió existir, la que le dio pies para caminar y un cuerpo para moverse en el espacio social.

Pobres ilusos, deben de haber pensado a menudo quienes ma­duraron y aceptaron virilmente hace mucho que la política no es más que una lucha por el poder interna a las élites y que hay que hacerse un hueco en ella o que lo máximo que podría suceder es que por fin llegue al poder la buena élite, la élite honrada que hace política para la gente honrada común que no se mete en política. Esperanza Aguirre, representante de las viejas élites españolas del capital y del nacimiento, dijo primero con su agudeza habitual que esa pobre gente del 15M, que parecía tener buenas intenciones, en realidad estaba conduciéndonos a todos a algún tipo de totalitarismo soviético con su democracia de consensos. Los profesores universitarios de izquierda dijeron después que quienes se preocupaban por construir una política que incluyese a cualquiera y a todo el mundo estaban en realidad seleccionando una nueva élite esclavista. Esa es la ilusión que se denunciaba sin cesar: bajo el deseo aparentemente tan razonable de que todas las opiniones diferentes se expresen y la deliberación se desarrolle en todos sus matices, está la locura totalitaria; bajo las ensoñaciones igualitarias de las asambleas populares, la dura realidad de la desigualdad social, de las clases o de las castas. Una nos dice que todo intento de acabar con la opresión lleva a una opresión todavía mayor, a una opresión total; los otros que la democracia es un espejismo, pues no hay más que élites y grupos de poder por todas partes. Ambos nos dicen, en el fondo, que querer cambiar nuestro mundo es una vanidad, que no hay manera de alterar la reproducción «natural» de la sociedad.

Pero en medio, por si no bastase con argumentos retóricos para devolver a los ilusos a la dura realidad, hubo la ley mordaza; pues el 15M y todos los movimientos que surgieron como olas de ese mar de ocupaciones de plazas, asambleas populares y acciones colectivas tuvieron el privilegio de que el Estado legislase directamente en su contra. Mientras todos los otros servicios públicos adelgazaban, la institución policial creció exponencialmente en un tiempo récord. Y por si no bastase con la represión y la violencia directa en las calles contra los manifestantes, ahí estaban las multas exorbitadas, que dolían tanto o más que los golpes a las personas que participaban en el 15M, en general trabajadores y trabajadoras precarias, estudiantes, desempleados y demás perroflautas que no tenían un duro, y que además perdían mucho tiempo y muchas energías recurriéndolas.

Esas y otras armas retóricas y no tan retóricas fueron usadas para que progresivamente los asuntos del Reino de España volviesen a la normalidad. Aunque en medio también hubo Podemos y las diferentes iniciativas municipalistas, que en su origen se presentaron como una ola más del 15M, dando espacios a la ilusión democrática en una forma nueva y en un nuevo contexto. Y no exactamente una ola más: sino una ola que venía del 15M pero lo llevaba a una fase superior, más realista, más seria, más eficaz. Era el gran paso, el paso de la indignación a la organización, del movimiento social a su articulación política. Por fin empezaríamos a madurar, por fin podríamos dejar de desgañitarnos en las calles y empezar a cambiar realmente las cosas en los espacios donde hay en juego un poder real de decisión. Pero nada es perfecto en nuestro mundo, y pronto pudimos comprobar que si bien las diferentes iniciativas políticas (o más bien electorales) supusieron un cambio efectivo en las dinámicas de movilización, no estaba tan claro si esa transformación llevaría realmente la ilusión democrática del 15M a una fase superior o más bien acabaría por liquidar sus últimos restos. En cualquier caso, esa democracia real que algunos denunciaban como una mera ilusión fue usada precisamente de un modo cada vez más consciente como un medio de ilusión. La democracia de cualquiera fue volviéndose cada vez más el contenido de un discurso electoral, una idea con mucho prestigio popular, usada para vender cierta imagen que se ponía a competir con otras en el mercado de los partidos. Se alejó progresivamente también de las posibilidades de nuestro presente, para solo figurar en el futuro, pasando a ser una promesa de gobierno que solo sería realizable cuando realmente tomásemos el poder; y era preciso entender que no bastaba con tomar el poder en algunas ciudades o en algún país de la periferia de Europa, sino en muchas ciudades, en muchos países; y era necesario entender también que tampoco bastaba con tomar el poder político, sino que el verdadero poder no es tan aparente como creen los ilusos, es el poder oculto de las corporaciones, y entonces hay que tomar el poder en la economía antes de soñar con transformar nada, y antes hacer mucha pedagogía para que los ilusos entiendan las raíces reales del poder… Por eso lo más urgente era formar una máquina de guerra electoral eficaz, y para ello era necesario «ensuciarse», es decir, admitir que solo los mejores iban a dirigir el proceso, y que la prueba definitiva de que eran los mejores es que de hecho eran los que dirigían el proceso. La dura lección que había que aprender, que especialmente las almas bellas o los cándidos izquierdistas debían aprender, era que si uno quiere igualdad en el futuro debe también querer desigualdad en el presente, que si uno quiere emancipación de la gente en el futuro debería también querer embrutecimiento, politiqueo y mesianismo barato en el presente. Pues fueron precisamente los que denunciaron el peligro de un «elitismo democrático» quienes más hicieron por transformar la política inclusiva en un proceso de exclusión destinado a formar una nueva élite que tampoco era tan nueva, pero que se presentaba en cualquier caso como la buena. Aunque esto último es humanamente imposible de comprobar, y la democracia tiende a volverse de nuevo una cuestión de fe.

Pero la fuerza de ruptura del 15M consistió precisamente en arrancar la política de ese tipo de debates eclesiásticos y conducirla a cierta concreción, al encuentro cuerpo a cuerpo: en practicarla al nivel de las personas, de sus preocupaciones y sus deseos reales, de los lugares donde viven. La igualdad efectiva o la participación de cualquiera no fueron los contenidos de una promesa electoral, sino los principios de construcción de otra política. No la «nueva política» de Podemos o de las iniciativas municipalistas, sino realmente «otra» política; no un partido alternativo de gobierno entre otros partidos, sino el esbozo de una vida política global alternativa: la puesta en práctica en el presente de otro mundo de la política. El 15M y los movimientos con él emparentados en el mundo entero tampoco se dejan encerrar en las viejas dicotomías entre socialismo y anarquismo, entre organización y espontaneidad. Pues lo más interesante de los movimientos de ocupación de plazas es que las personas cualquiera que participaban en ellos esbozaron espontáneamente formas alternativas de organizar la vida política de la sociedad. Y por eso se requiere tanta mala fe para considerarlos movimientos antipolíticos o simples movimientos sociales que necesitan ser articulados políticamente, pues nunca en los últimos tiempos hubo un interés tan intenso por la política, por el conocimiento y la discusión colectiva de las formas que articulan nuestra vida común, y por la experimentación de formas heterogéneas de organización.

Pero probablemente el asunto no se reduzca a la mala fe. La mala fe de los otros no explica la falta de confianza en las propias fuerzas, ni el éxito de las armas retóricas; y tampoco lo explica hasta el final el contraataque policial, completamente previsible. ¿El 15M fue derrotado? Si pensamos que el objetivo del 15M era cambiar la política, y cambiar a partir de ahí la vida social en su conjunto, podemos decir que fue, efectivamente, derrotado. Solo hay que echar un vistazo a la vida política española, por no decir nada de la mundial: la idea igualitaria, la idea democrática y social está siendo derrotada por todas partes, sí. Pero hay algo en el final de recorrido del movimiento que no es explicable en términos de victoria o derrota. Hay algo así como una muerte «natural» del movimiento, una muerte por agotamiento, por extenuación, por pérdida de la energía, por no ver cómo continuar. De ahí que el 15M como movimiento no fuese realmente derrotado, sino que se retirase en cierto momento de la partida. Como una especie de muerte dulce, consciente, deliberada. Eso sí, con esa retirada, con ese abandono de las ocupaciones, la idea democrática también fue muriéndose progresivamente: pues las ideas no pueden vivir en nuestro mundo sin cuerpos colectivos que las practiquen.

Los diferentes movimientos de estilo 15M también fueron derrotados, a veces con consecuencias extremadamente violentas, como ocurrió tras las revoluciones árabes. Pero ni la muerte «natural» o apacible del 15M ni la muerte violenta de otros procesos emparentados anulan la Vida de esos movimientos, que es la profunda impresión que han dejado en la existencia de las personas que participaron en ellos, y la marca que han producido en la historia de la emancipación. Lo que ha sucedido una vez puede suceder otras veces. Esos movimientos recientes han mostrado que en nuestro mundo sigue siendo posible algo que se creía definitivamente enterrado en el pasado. Incluso, tras el desastre social provocado por la crisis capitalista de 2008, podía preverse que algo así ocurriría; pero las formas sorprendieron y cogieron desprevenido a todo el mundo. En lugar de salir a la calle para que­­jarse ante sus representantes de sus penosas condiciones de vida, tal y como era de esperar, las masas se reunieron para discutir y experimentar sofisticados sistemas de democracia directa. En lugar de mostrar su pobreza, manifestaron una capacidad de resistencia, de organización, de cuidado mutuo, de invención y de imaginación política de una riqueza extraordinaria. Esa capacidad común, esa irrupción de la capacidad política de personas anónimas es lo que sorprendió a todo el mundo. Y junto a esa ca­­pacidad común se apropiaron de la escena pública ciertas formas de tomar la palabra, de escucharse, de manifestarse colectivamente, a veces muy novedosas (el extraordinario silencio del 15M, por ejemplo, los aplausos y gritos mudos), que reconocemos como el estilo 15M. También reapareció, alrededor de las asambleas y la democracia directa, una forma casi legendaria de organización popular, la reactivación de una especie de tradición de republicanismo plebeyo que atraviesa la historia a contrapelo y se remonta a los orígenes inmemoriales de la democracia.

El problema es que ni la novedad política ni el renacimiento de tradiciones olvidadas son fáciles de entender, todavía menos de asimilar. Y no solo para los que desprecian la igualdad y la democracia, sino también para los que las aprecian. Tampoco contribuye a ello nuestro modo habitual de entender la política, ni siquiera cuando se trata de las tradiciones revolucionarias. Eso tal vez explique hasta cierto punto la «derrota», la falta de consistencia subjetiva y de confianza en las propias fuerzas para no ceder ante las armas reales y retóricas, o la incapacidad de creer de un modo suficientemente intenso en lo que estábamos haciendo y teníamos delante de las narices. Por eso tal vez sea útil un ligero desvío.

No un desvío por la teoría, sino por el pensamiento. No es otro el propósito de este ensayo. Escrito en un primer momento de receso del 15M (entre finales de 2011 y principios de 2012), con el acontecimiento todavía muy cerca y presente, su intención es simplemente contribuir a una comprensión de la última secuencia de movimientos de emancipación.

Pero comprender no es simplemente aplicar conceptos ya cocinados a algo empírico indiferente: es dejar aparecer los fenómenos como ellos quieren mostrarse. No es tanto explicar una teoría, como describir una cosa. Y dejar que esa cosa, ese algo del mundo altere también nuestros conceptos, nuestros modos habituales de ver y de pensar y nuestras tradiciones intelectuales en general. Comprender es dejar que los conceptos sean atravesados por el movimiento: es ocupar, en cierto modo, el concepto mismo, la filosofía. De eso trata y eso busca este libro. Parte de una intuición muy simple: que un nuevo mundo de la política también implica un nuevo modo de pensar. Esa intuición, como tantas cosas en este libro, asimismo proviene del 15M: es lo que durante la ocupación de plazas se llamaba «pensamiento colectivo», y que aquí hemos traducido por «pensamiento plural». ¿Alguien lo recuerda? Era ese pensamiento tan práctico, que tenía tan en cuenta la situación común del mundo de las plazas ocupadas y que se desarrollaba dentro de un proceso de trabajos y acciones. Ese pensamiento que era sobre todo escucha, «escucha activa», como se decía en el 15M, más que discurso. Un pensamiento que era también fundamentalmente una consideración, un respeto igual por las maneras de ver de cualquiera que participase en el proceso. No una manera de agitar a las masas, sino de incluir y de hacer partícipe a cualquiera en el proceso.

De ahí también la importancia de las asambleas, pese a su mala reputación como cháchara torpe, inefectiva e interminable (y habría que preguntarse más lentamente de dónde viene esa mala reputación, y qué tipo de juicios y prejuicios contiene). Las asambleas, asambleas de personas cualquiera y no de representantes, estilo 15M, las asambleas en las que se practica un pensamiento colectivo o plural no son importantes por su eficacia a la hora de tomar decisiones: son importantes porque favorecen la emancipación política de cualquiera. Pero tampoco hay que entenderlas de un modo condescendiente, en el sentido de dar voz para que las personas simples también puedan expresarse. Pues esas personas «simples» se convierten en iguales a ti desde que no se limitan a «expresarse», sino que opinan y deciden tanto como tú en los procesos de construcción colectiva. Y eso crea un malestar, evidentemente, en las personas que se consideran especialmente capacitadas para conducir a los otros: crea un malestar profundo en las élites y las oligarquías, sean reales o imaginarias. Pero también crea un bienestar público, una felicidad colectiva como la vivida muchas veces durante el 15M. Y la cuestión entonces no es dar rienda suelta a la nostalgia con respecto a esa alegría pública del 15M, sino tratar de entenderla, de comprenderla. Pues, lejos de ser un afecto vacío o un delirio pasajero es inseparable de la irrupción de una gran inteligencia colectiva.

Nos ha parecido que es posible describir filosóficamente esa forma de inteligencia, ese pensamiento colectivo o pensamiento plural que es el rasgo principal de los movimientos de ocupación de plazas. Hemos considerado que tal vez saliendo de ciertos lugares comunes a la hora de pensar los procesos revolucionarios podríamos contribuir a dar más consistencia a lo que se esbozó en 2011, y quién sabe si contribuir también a que ese esbozo se convierta en algo mayor en el futuro.

Una aliada esencial en este proceso, una especie de amiga, de amante o de compañera filosófica ha sido Hannah Arendt. En Arendt, en su rechazo de la filosofía política clásica, en su discusión con la tradición revolucionaria dominante (el marxismo), en su búsqueda de un modo ampliado de pensar, en su filosofía de la pluralidad y del comienzo (initium), en su recuperación tan particular de la tradición revolucionaria de los consejos, hemos visto a alguien que nos permite penetrar con gran profundidad en procesos como el 15M. No somos los únicos. En la investigación marxista, Christian Dardot y Pierre Laval, con su libro Común –que en torno a las discusiones actuales sobre economías alternativas al capitalismo reconstruyen cierta historia marginalizada de las invenciones institucionales del movimiento obrero, y ponen el acento en que lo común no es algo «natural» o dado, sino el producto de una praxis e inseparable de una constitucionalidad específica–, redescubren a la Arendt no solo de los consejos de fábricas, sino de barrio, de escuela, etcétera. También la feminista Judith Butler, una de las pocas filósofas que ha tomado en serio la irrupción reciente de asambleas populares, hace de Arendt la principal interlocutora a la hora de pensar su política crítica de manifestaciones de la condición precaria. Así como toda la tradición neoanarquista que procede de Murray Bookchin, con su insistencia en el aspecto civil y político de la revolución ecológica y social, y que ha conocido una nueva vida no solo en los Occupy, sino en la lucha del movimiento de liberación kurdo.

Tal vez, a diferencia de esos autores, en nuestro ensayo insistamos más en los aspectos más ligados al pensamiento o la filosofía; y solo a partir de ahí abordemos la política. Podría parecer innecesaria o exagerada esa preocupación por la filosofía: ¿para qué ir hasta el fondo de las cosas, si uno ya puede manejarse más o menos en la superficie, o si uno ya tiene bastante a veces con conseguir sobrevivir en la superficie? ¿Pero cómo, entonces, producir cambios que no sean sino superficiales, si uno no quiere ir hasta la raíz de las cosas? La filosofía se parece a los movimientos de emancipación en que para existir debe sacudir por igual los cimientos del mundo, estos últimos las raíces del orden social, y la primera de nuestras formas de pensar y de percibir. De ahí que nuestras sociedades se vuelvan conservadoras en las formas de pensar y de vivir en un mismo proceso, y que la poca inquietud filosófica de nuestro tiempo no nos diga nada bueno a ese respecto. El neoliberalismo, evidentemente, no va a esforzarse lo más mínimo para que las personas piensen en sí mismas o en el mundo en el que viven, o para que traten de pensar por sí mismas en general: bastante tiene con tratar de convencerlas de que deben seguir trabajando o buscando empleo, consumiendo y demás; y de que todo el mundo es el enemigo de todo el mundo en la guerra económica; y de que nada es gratis en este mundo; y de que no hay cómo salir de la carrera a no ser muriendo; y de que cualquier otra sociedad es imposible. La práctica filosófica se parece a la acción revolucionaria en que ambas necesitan salir de la carrera para poder existir, necesitan dar un paso hacia un lado en lugar de un paso hacia adelante, ambas necesitan parar por un tiempo y así crear una temporalidad diferente a la del ritmo de reproducción del capital y de los procesos electorales que le acompañan. Ambas se vuelven entonces capaces de recrear nuestros modos de ver, de pensar, de sentir el mundo y lo que es posible o no hacer en él, de cambiar experimentalmente el modo en que nos relacionamos con la realidad y la realidad social misma.

Por su búsqueda de un modo político de pensar que es un pensamiento al nivel de la pluralidad, y que resonaba de una forma tan potente con lo que en las plazas se llamaba «pensamiento colectivo», nos ha parecido que había que tratar de comprender los movimientos de ocupación de plazas principalmente a partir de un diálogo con Hannah Arendt: que había una afinidad muy profunda entre lo que Arendt se propuso y lo que los movimientos de ocupación de plazas se propusieron. Ella una vez resumió qué tipo de relación vital deseaba establecer con la política cuando dijo: «Lo que quiero es participar». ¿Qué otra cosa afirmaron sin cesar las innumerables personas que ocuparon las plazas? Pero entender hasta el final qué significa «participar» implica una transformación completa de nuestra manera de entender la política. E implica, como una de sus consecuencias principales, retomar la tradición revolucionaria desde cierto ángulo un poco diferente al habitual. Como a otras muchas, nos parece que hay una oportunidad hoy de replantear seriamente la cuestión de la revolución, y convertirla progresivamente de nuevo en una tarea y un horizonte del presente. Replantearla seriamente y con toda la paciencia que sea preciso: no solo desde la paciencia del concepto, que también, sino sobre todo desde la paciencia de la acción, esa poderosa paciencia activa que los movimientos de ocupación de plazas demostraron. Ese «vamos despacio porque vamos lejos», que remitía una vez más al pensamiento colectivo o plural y sus procesos, y que el aventurismo electoral parece haber olvidado por completo, para reconducirnos a una velocidad de vértigo y con muchas piruetas a donde ya estábamos.

El ensayo que ofrecemos ahora al lector de lengua española, y que había aparecido anteriormente en una forma algo diferente en francés, consiste principalmente en un intento de comprensión de las virtualidades de los movimientos de ocupación de plazas a partir de un diálogo bastante libre con el pensamiento de Hannah Arendt. En ese diálogo ponemos a hablar a otros pensadores que también nos parecen haber contribuido en los últimos años a renovar el pensamiento de la política, y que presentan alguna afinidad con esos movimientos. El principal de ellos es Jacques Rancière. Si Arendt nos permite entender qué es pensar políticamente con gran claridad, y nos abre una tradición revolucionaria olvidada con la que ha reconectado el 15M, Rancière tiene para nosotras una importancia esencial, pues nos permite entender de una manera prístina qué es la igualdad. La igualdad política no es una utopía de ilusos, ni la fe de gente simple con buen corazón pero poco avispada. La igualdad política entre personas cualquiera, como la que practicó el 15M y a la que apuntaba constantemente el nuevo mundo de la democracia esbozado en las plazas, se asienta en una igualdad todavía más fundamental, que es la igualdad de las inteligencias. Rancière nos permite ver con toda claridad que la igualdad no es algo utópico y lejano, sino un hecho banal y corriente, un hecho de todos los días sin el que ni siquiera se entendería la desigualdad ni la dominación. Es la igualdad que vuelve incluso posible que funcione la sociedad desigualitaria: la igualdad que permite que el subordinado entienda las órdenes de su superior y pueda ejecutarlas, la igualdad que hace comprender al gobernado las razones por las que otros deben gobernarle y él debe permanecer al margen de las decisiones que le conciernen. Es esa igualdad de las inteligencias que comparten todos los seres hablantes, independientemente de su posición arbitraria en la sociedad, y que los movimientos del estilo 15M hicieron aparecer con gran fuerza. El desafío de todo movimiento de emancipación es inventar formas de manifestar esa igualdad, de ponerla en acción en la sociedad, darle espacios y tiempos para que se muestre y demuestre a sí misma. También en eso hay mu­cho que aprender del esbozo revolucionario producido por los mo­­vimientos de ocupación de plazas.

Esa política inclusiva de participación de cualquiera, esa intensa escucha, esa paciencia en la construcción de los procesos y esa puesta en acción tan intensa e imaginativa de la igualdad son, ciertamente, fenómenos poco corrientes en nuestro mundo. Son como voces disonantes en relación al murmullo constante propio al sentido común habitual (neoliberal) de nuestras sociedades, como aullidos solitarios de disenso que, sin embargo, se elevaron poderosamente desde lo más profundo de la vida social, agujereando su superficie hace tan solo unos pocos años. En este ensayo hemos querido mostrar cómo es posible seguir escuchando esos aullidos, y cómo una escucha atenta puede descifrar su sentido y sus razones, y el modo en que se corresponden los unos con los otros para darnos, así, una imagen coherente de ese esbo­zo de otro mundo de la vida en común que comenzó a existir con los movimientos de ocupación de plazas; y cómo depende de cada una de nosotras inventar las formas de su continuación.

Confeccionar un libro es una tarea tan colectiva que agradecer y reconocer a todas las personas que participaron en el proceso es del todo imposible. Además, habría que comenzar agradeciéndole a la Naturaleza por ofrecernos tan generosamente los árboles para escribir lo que pensamos; y cada escritor debería ser consciente de que debe corresponder a ese regalo y esforzarse por hacer libros que alegren al mundo y a los hombres que viven en él tanto como los alegran los árboles. También habría que agradecer infinitamente a todos los trabajadores y trabajadoras que participaron en el proceso de producción de este libro como objeto material. Asimismo quiero agradecer al editor de Akal, Tomás Rodríguez, que confió muy generosamente en él. A Miriam Martín, que realizó una primera revisión del texto en español. Y a Amador Fernández-Savater, que hizo de puente con el editor, y cuyo diálogo constante ha ayudado a que muchas de las ideas de este libro vieran la luz, y que además consigue en general, con sus actividades, que la vida política española no se muera de aburrimiento. Y qué decir de toda la gente del 15M, especialmente de la Acampada-Sol, que son el corazón que late en este libro. Y qué decir de todos los amigos y amigas, compañerxs del arte, la política y la vida y compinches. También hay que agradecer, en referencia al estado anterior del libro, a las personas que en la universidad española me animaron a terminar lo que en su momento fue una extraña tesis doctoral. Y agradecer a las personas con las que, especialmente en París VIII, he conocido una manera imaginativa, valiente y rigurosa de entender la práctica de la filosofía que creía hasta entonces imposible, con la que me identifico completamente y a la que aspiro desde entonces.

PRIMERA PARTE

¿Qué significa moverse políticamente?