JOSÉ LUIS ALFAYA

COMO UN RÍO DE FUEGO

La persecución religiosa en Madrid en 1936

EDICIONES RIALP, S. A.

© 2017 by FUNDACIÓN STUDIUM

© 2017 by EDICIONES RIALP, S.A.,

Colombia, 63, 28016 Madrid

(www.rialp.com)

Realización ePub: produccioneditorial.com

ISBN: 978-84-321-4781-4

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ÍNDICE

PORTADA

PORTADA INTERIOR

CRÉDITOS

PRÓLOGO

I. ROJO SOBRE NEGRO

1. AL FINAL DEL CAMINO

2. HERMENEGILDO LÓPEZ GONZALO

3. ¿UNA REVOLUCIÓN?

4. AZAÑA

5. PERSECUCIÓN

6. ROJO SOBRE NEGRO

7. UNA CEREMONIA NOCTURNA

8. LEOPOLDO EIJO Y GARAY

9. BAJO EL CALOR DE JULIO

10. EN UNA COMUNIDAD DE CLAUSURA

11. EL ÚLTIMO PASEO

12. ETAPA FINAL: PARACUELLOS

13. TESTIGOS DE SANGRE

II. UNA IGLESIA DE CATACUMBAS

1. SOBREVIVIR

2. AYUDA INESPERADA

3. REORGANIZACIÓN INTERIOR

4. MADRID, CAPITAL SITIADA

5. IGLESIA DE CATACUMBAS

6. LA IMPORTANCIA DE UN CARNET

7. LOS SACRAMENTOS, EN CLAVE

8. CONFESORES DE LA FE

9. CULTO CLANDESTINO

10. LUCES EN LA OSCURIDAD

III. TEMORES Y ESPERANZAS

1. LA DIOCESIS EN EL EXILIO

2. EL JARAMA

3. LA LABOR DEL PASTOR

4. LA GUERRA SE PROLONGA

5. LA ACTITUD DEL VATICANO

6. BURGOS, VALLADOLID, VIGO, PARÍS

7. BRUNETE

8. CADA CAMINANTE SIGA SU CAMINO

9. REORGANIZACIÓN

10. UNA CONVERSIÓN ASOMBROSA: GARCÍA MORENTE

11. EN LA LINEA DE FUEGO

IV. REFUGIADOS

1. DERECHO DE ASILO

2. ACCIÓN DE LAS EMBAJADAS

3. LABOR DE LOS REFUGIADOS

V. LA ETAPA FINAL

1. LA MINI-GUERRA CIVIL DE MADRID

2. EL REGRESO

3. PREPARACIÓN DEFINITIVA

4. ÚLTIMA PERSECUCIÓN EN MADRID

5. SAN ISIDRO, INCORRUPTO Y SALVADO

6. DEVASTACIÓN

7. NUEVOS TIEMPOS, NUEVOS TEMPLOS

EPÍLOGO: UN REGALO INESPERADO

AGRADECIMIENTOS

APÉNDICES

APÉNDICE I. VÍCTIMAS ENTRE EL CLERO SECULAR DE MADRID

APÉNDICE 2. VÍCTIMAS ENTRE RELIGIOSOS Y RELIGIOSAS

APÉNDICE 3. RELACIÓN DE SACERDOTES DIOCESANOS DE MADRID MUERTOS A CONSECUENCIA DE LA GUERRA DEL 18.VII.1936 AL 28.III.1939

BIBLIOGRAFÍA

ÍNDICE ONOMÁSTICO

JOSÉ LUIS ALFAYA

PRÓLOGO

¿QUÉ ES UN HISTORIADOR? Si la respuesta es que un historiador es el que escribe sobre historia, entonces tanto lo es quien escribe un manual para alumnos de bachillerato, como el que investiga en los archivos. Es igualmente historiador el que elabora un manual para universitarios, en el que recoja los resultados de las investigaciones más recientes y fiables, que el que publica un hecho anecdótico en una revista de divulgación para el gran público. Si admitimos esta definición de historiador y la trasladamos, por ejemplo, a la Física, tan propiamente se puede llamar físico al autor de un manual para alumnos de segunda enseñanza como al que escribe un libro de física recreativa, el poco conocido autor de un resumen, o bien investigadores como Heisemberg, Niels, Boor, Pascual Jordan o Jirac.

No basta, por tanto, para ser historiador haberse licenciado en Historia y haber escrito sobre el pasado, como no basta para ser físico, haberse licenciado en Física y haber escrito algo sobre esta materia. Un físico, en el lenguaje generalmente aceptado, es un investigador; un hombre que, a fuerza de experimentación, pensamiento y paciencia hace avanzar los conocimientos que se tienen en física en un determinado momento; que se plantea problemas y construye hipótesis de trabajo, cuya validez comprueba mediante la experimentación.

Del mismo modo, creo que verdaderamente puede llamarse historiador al investigador del pasado, aquel que se plantea problemas e intenta resolverlos, no con hipótesis (pues no es el mismo método el que deba utilizar el físico que un historiador), sino acudiendo a las fuentes conocidas para verificar datos, a los archivos, en busca de documentos con los que pueda reconstruir un retazo del pasado, o corregir y rectificar lo que hasta entonces ha corrido como cierto sin serlo.

Creo que puede afirmarse, sin que quepa la menor duda, que José Luis Alfaya entra de lleno en esta categoría. Se ha planteado una cuestión, o un problema si se prefiere llamarlo así: ¿Qué pasó en la diócesis de Madrid-Alcalá entre julio de 1936 y abril o mayo de 1939? Hubo quienes se quedaron dentro de sus límites y quienes el comienzo de la guerra les sorprendió fuera de ellos. ¿Qué ocurrió dentro? ¿Cómo se desenvolvió lo que puede llamarse Iglesia de Catacumbas? ¿Y qué fue lo que vivió la que se puede llamar la Diócesis en el exilio?

La abundancia de bibliografía sobre la Guerra de España aumenta cada año, con libros de muy distinto valor, y algunos —no es posible saber si muchos o pocos— de valor nulo, pues no aportan ni un dato nuevo, ni una rectificación (se entiende una rectificación basada en fuentes que se utilizaron mal por falta de sentido crítico); lo que aportan son las opiniones del autor o su particular interpretación, sin que nada garantice que tal opinión o cuál interpretación sea la verdadera; incluso a veces se encuentran algunos que incurren en errores de bulto. Pues bien, el presente libro es otro más que añadir a la copiosa bibliografía existente, pero que aporta la reconstrucción de una pequeña parcela apenas conocida, y eso sólo parcialmente y en sus aspectos más generales. Debe tenerse en cuenta, sin embargo, que lo que ahora se publica es un resumen, sin apenas aparato crítico para que pueda ser leído con facilidad, de una Tesis Doctoral elaborada concienzudamente, en la que cada afirmación está respaldada por las fuentes.

Acerca de lo que antes se llamó La Iglesia clandestina, en general se conoce suficientemente; hay estudios particulares elaborados, generalmente, a petición del obispado, por Institutos y Congregaciones religiosas, sobre la suerte que sus miembros corrieron en territorio republicano; en cambio, para hacerse una idea de cómo se fue organizando la vida parroquial de la diócesis, hay que acudir a los informes —de gran valor histórico— de sacerdotes que se hacían cargo de las parroquias de los pueblos a medida que iban siendo liberadas. De los primeros, muchos están publicados, pero los segundos permanecen inéditos. El libro de A. Montero Historia de la persecución religiosa en España, 1936-1939 (Madrid, BAC, 1961), que acredita a su autor como un historiador excelente, sirvió de falsilla…, hasta cierto punto. De hecho, tanto el planteamiento como la orientación del presente libro es nuevo.

Aparte de los datos sueltos en Montero, algunos artículos, y los mencionados estudios de Institutos religiosos, han sido las fuentes inéditas las que constituyen el cuerpo de este libro. Para lo que fue la vida religiosa de la diócesis que quedó bajo el dominio del Gobierno republicano (cada vez menos republicano y más socialista o comunista), aparte las fuentes publicadas, el autor ha recurrido al testimonio de los sacerdotes que vivieron aquellos años —hasta el 28 de marzo de 1939— en Madrid o pueblos de la diócesis.

Concretamente, los archivos del Arzobispado de Madrid-Alcalá, que así era entonces (cuya documentación catalogó el autor al consultar las carpetas correspondientes) suministraron el material para conocer cómo el obispo de Madrid-Alcalá, Leopoldo Eijo y Garay, fue aunando una Curia Diocesana y manteniendo el contacto con los sacerdotes de la zona nacional, que al recuperar las parroquias de los pueblos en los que iban entrando, lo primero que hacían era enviar un informe sobre el estado en que se habían encontrado la iglesia, la casa parroquial y el espíritu de los feligreses. Casimiro Morcillo solía servir de enlace entre la Curia y los sacerdotes, viajando y manteniendo el contacto con ellos. De este modo se reorganizó la diócesis en el exilio y se planificó la reconstrucción de los distintos aspectos organizativos y pastorales para cuando fuera posible regresar a Madrid y reanudar la vida de la diócesis.

Ha tenido además José Luis Alfaya la iniciativa de entrevistar a los sacerdotes que permanecieron en Madrid, o refugiados en las Embajadas y Legaciones, para que contaran sus vivencias en aquellos años. Estas entrevistas las grabó y luego, transcritas las cintas, las dio a leer a los entrevistados, y fueron firmadas por ellos. Así, aportaron su testimonio de lo que habían vivido o visto en aquella zona durante los años de la guerra José María García Lahiguera (arzobispo dimisionario de Valencia), Félix Verdasco (párroco jubilado de Aranjuez), Félix Aguado, que fue capellán 2.º del Cerro de los Ángeles, Cecilio de Santiago (párroco de San Jerónimo el Real), la fundadora de la Oblatas de Jesucristo Sacerdote y otros, que sumados a los ya conocidos (por ejemplo, las vivencias de las Carmelitas Descalzas del Cerro de los Ángeles, recogidas en la obra biográfica de la Madre Maravillas Si tú le dejas), fueron fuentes preciosas que le han servido a José Luis Alfaya para trazar la vida de la iglesia clandestina dentro del territorio de la diócesis en el que la persecución fue grande, demostrando con datos que las cifras de víctimas sacerdotales, barajadas hasta ahora, resultan bastante menores a las reales.

Es, pues, esta una aportación de positivo valor, que puede y debe figurar entre las que contribuyen a conocer la historia de aquellos años de guerra, una historia tan apasionante que, a más de cincuenta años de los acontecimientos, sigue interesando y siendo objeto de estudios, ensayos, interpretaciones que, probablemente, se irán incrementando a medida que se vayan buscando y conociendo nuevas fuentes. Esperamos que libros como este de José Luis Alfaya contribuyan en adelante a mostrarnos lo que sucedió, y sustituyan a la histórica polémica partidista (si es que a eso se le puede llamar historia) que tanto abunda a favor o en contra de unos y otros.

FEDERICO SUÁREZ VERDAGUER (1917-2005)

Catedrático de Historia Contemporánea

Estas estimadas palabras, escritas por un experto historiador, para prologar la 1.ª edición de mi libro Cómo un río de fuego, publicado en 1998, siguen siendo vigentes, casi veinte años después, cuando se recuerda el 80.º aniversario de aquella “locura incivil”. Como lo son todas las guerras.

En esta nueva versión, renovada y ampliada, deseo y espero llegar al gran público que, asombrosamente, aún desconoce en gran parte este rincón de nuestra historia. Porque, pensemos como pensemos, a todos nos afecta.

Por eso, cuando en 1985-86 tuve la ocasión de trabajar en los archivos históricos del Arzobispado de Madrid, rastreando documentos que me ilustraran en el apasionante tema en que venía trabajando, no me imaginaba el tesoro que allí, oculto por el polvo de decenios, me aguardaba.

Se trataba de documentar fehacientemente, la odisea de la Iglesia de Madrid durante la Guerra Civil. El estudio, en realidad, no era nuevo, pero sí el enfoque. Existían muchos trabajos, algunos muy especializados, que ya profundizaban en diversos aspectos, tanto a nivel militar, como político o social. A este respecto la bibliografía pasa por ser una de las más numerosas. Incluso en el aspecto religioso, se ha trabajado profundamente el tema de la persecución religiosa y social en España y en Madrid. Pero faltaba una investigación en profundidad. Concretamente, faltaba descubrir y describir la vida de la Iglesia madrileña, dentro y fuera de la capital, durante aquellos tres años de terror que, como un río de fuego, inundaron tantos lugares de una España herida de muerte. No se trataba de realizar un martirologio simplemente, lo que de algún modo ya existía, aunque diría que sustraído a la Historia. De hecho, a raíz de esta publicación se puso en marcha el proceso de los mártires de Madrid, amplísimo, y aún pendiente de completar e introducir, a la hora de escribir estas páginas.

Se trataba, sobre todo, de aportar una parte de esa historia desconocida, que dormía plácidamente, como el buen vino en sus cubas, a la espera de adquirir la mayoría de edad, la madurez de la conciencia histórica, libre de prejuicios y recelos, de oportunismos y resentimientos. Libre para ofrecer, sin miedos ni pasiones subjetivas que distorsionan los hechos, la verdad histórica en sus documentos y en sus protagonistas.

Durante estos años he seguido trabajando, despacio, en nuevas fuentes. La historia de la Humanidad ha dado, en tan corto espacio de tiempo, un giro inesperado. Hoy se puede hablar, con paz, de “rojos” y de “azules”, de “fascistas” y “comunistas”, de “nacionales” y “republicanos”. Pero la Historia no permite ya hablar de “buenos” y de “malos”. Porque todos fueron buenos… y todos fueron malos. Porque, después de ochenta años, quizás hemos empezado a comprendernos. Quizás. Y a aprender de la sabiduría de la Historia, y de la “historia” en minúscula, de cada hombre que luchó y murió por un ideal, que, sea el que sea, merece el respeto del espectador que, sin anacronismos, se asoma, quizás asombrado, al umbral de nuestra historia, tan reciente y tan lejana.

En estos últimos treinta años ha cambiado tanto la mentalidad de occidente que hoy resulta increíble que los hechos descritos hayan existido realmente, que no sea todo ello sino producto de una mente exacerbada y revanchista, que el hombre hubiera podido caer tan bajo. Realmente resulta increíble, si no fuera porque, por desgracia, en tantos lugares del planeta se siguen repitiendo, incluso acrecentados. Si no fuera por los documentos, que hablan por sí solos.

Por eso, dejemos que la historia hable sin engaños. Sin tergiversar sus palabras. Que transmita su experiencia para futuras generaciones. Es proverbial que el pueblo que olvida su historia está condenado a repetirla. Y, hoy, nadie lo desea.

Evitando, así y en lo posible, adentrarme en un tratamiento político del problema bélico (salvo en algunas páginas que ilustran los acontecimientos), por lo demás excesivamente cultivado, he procurado centrar la investigación en el papel que la Iglesia de Madrid desempeñó durante este trienio.

Sin pretender que coincida con el 80.ª aniversario de la guerra, pero concurriendo con esa ocasión, he procurado que esta nueva edición llegue al lector desbrozada de tecnicismos y sin la constante remisión a notas a pie de página. He incluido algunas referencias dentro del texto, con objeto de facilitar la lectura. Para la amplia bibliografía consultada, remito a los lectores a la edición de 1998.

Querría concluir esta introducción, con dos poemas:

Subían con el alba…

Como piratas de nocturnas voces

—patillas y fusiles— encendidos

odio en el dril y el corazón saltando.

…Se llevaban al pálido muchacho

(de latín y de novia), y la escalera

repetía el sollozo de la madre

ululando en la noche sin faroles.

Y abajo estaba el auto, y la siniestra

sonrisa del “paseo” hasta la muerte.

Hacia un polvo y un yeso de cipreses,

para tirar en un solar la carne

que abrigaron la madre y las hermanas,

para llenar de hormigas una boca

que bebió dulce leche y tibios besos.

Era la horda del alba, la machada

y descompuesta y verde; entre dos luces

entre la luna y la aurora; con la sangre

como un aceite sobre el mono infame.

¡Brigada de las tres de la mañana!

AGUSTÍN DE FOXÁ

(De La brigada del amanecer)

* * *

Alba y ocaso, aurora y sol poniente,

fecha mortal y claro alumbramiento,

este día, gran día, inmenso día.

Convulsa, ciega, temerariamente,

en un horror, en un sacudimiento

alumbra España lo que al fin quería…

Sufre el mapa de España, grita, llora,

se descentra del mar y su mejilla

tanto se decolora

que se pierde de grana en amarilla.

Se retuerce su entraña en tal manera,

que lo que va a parir ya está en la aurora:

18 de julio: Nueva Era.

RAFAEL ALBERTI

(De “18 de julio”)