Robert Barron

CATOLICISMO

Un viaje al corazón de la fe

EDICIONES RIALP, S.A.

Título original: Catholicism: A Journey to the Heart of the Faith

© 2017 by Word on Fire Catholic Ministries

© 2017 de la versión española por MARCIANO ESCUTIA

by EDICIONES RIALP, S.A.

Colombia, 63, 28016 Madrid

(www.rialp.com)

© 2017 de las fotografías, by Word on Fire

Realización ePub: produccioneditorial.com

ISBN: 978-84-321-4848-4

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Este libro está dedicado a la comunidad

del Pontificio Colegio Norteamericano de Roma,

en cuya acogedora compañía fue escrito.

ÍNDICE

PORTADA

PORTADA INTERIOR

CRÉDITOS

DEDICATORIA

INTRODUCCIÓN LA CUESTIÓN CATÓLICA

I. MIEDO Y ASOMBRO: LA REVELACIÓN DE DIOS HECHO HOMBRE

2. SEREMOS FELICES: LAS ENSEÑANZAS DE JESÚS

LAS BIENAVENTURANZAS

LA VÍA DE LA NO VIOLENCIA

EL HIJO PRÓDIGO

MATEO 25

CONVERTID Y TRASCENDED VUESTRAS MENTES

3. «ALGO TAN GRANDE QUE NADA MAYOR PUEDE SER CONCEBIDO»: EL MISTERIO INEFABLE DE DIOS

ARGUMENTOS A FAVOR DE LA EXISTENCIA DE DIOS

DE LOS NOMBRES DE DIOS

EL CREADOR PROVIDENTE

EL PROBLEMA DEL MAL

LA TRINIDAD

4. EL ÚNICO ORGULLO DE NUESTRA NATURALEZA HERIDA: MARÍA, LA MADRE DE DIOS

LA VERDADERA ISRAELITA

THEOTOKOS

LA INMACULADA CONCEPCIÓN Y LA ASUNCIÓN DE MARÍA

MARÍA EN LA VIDA DE LA IGLESIA

CONCLUSIÓN

5. LOS HOMBRES INDISPENSABLES: PEDRO, PABLO Y LA AVENTURA MISIONERA

EL APÓSTOL DE LOS GENTILES

EL ESPÍRITU DE PEDRO Y PABLO

6. UN CUERPO SUFRIENTE Y GLORIOSO A LA VEZ: LA UNIÓN MÍSTICA DE CRISTO Y LA IGLESIA

EKKLESIA

UNA

SANTA

CATÓLICA

APOSTÓLICA

7. LA PALABRA HECHA CARNE, EL VERDADERO PAN DEL CIELO: EL MISTERIO DEL SACRAMENTO Y DEL CULTO DE LA IGLESIA

LA ASAMBLEA

CONTAR HISTORIAS

EL OFERTORIO

EXCURSUS SOBRE LA PRESENCIA REAL

COMUNIÓN Y DESPEDIDA

8. UNA GRAN COMPAÑIA DE TESTIGOS: LA COMUNIÓN DE LOS SANTOS

KATHARINE DREXEL

TERESA DE LISIEUX

EDITH STEIN

TERESA DE CALCUTA

CONCLUSIÓN

9. EL FUEGO DE SU AMOR: LA ORACIÓN Y LA VIDA DEL ESPÍRITU

EMPEZAR CON THOMAS MERTON

JUAN DE LA CRUZ Y LA ORACIÓN CONTEMPLATIVA

TERESA DE ÁVILA: LA ORACIÓN DESDE EL CORAZÓN

ORACIÓN DE PETICIÓN

DE VUELTA A MERTON

10. POR LOS SIGLOS DE LOS SIGLOS: LAS POSTRIMERÍAS

COMIENZO CON DANTE Y EL INFIERNO

PURGATORIO

EXCURSO SOBRE ÁNGELES Y DEMONIOS

EL CIELO

EPÍLOGO SE TRATA DE DIOS

AGRADECIMIENTOS

ROBERT BARRON

INTRODUCCIÓN

LA CUESTIÓN CATÓLICA

¿QUÉ ES LA CUESTIÓN CATÓLICA? ¿Qué distingue al catolicismo de todas las otras filosofías y religiones mundiales? Coincido con el beato John Henry Newman en que el gran principio del catolicismo es la Encarnación, el hacerse carne de Dios. ¿Qué quiero decir? Me refiero a que la Palabra de Dios —de cuya mente procede el universo entero— no se quedó recluida en el Cielo, sino que se metió más bien en este mundo corriente de cuerpos, en esta arena mugrienta de la historia, en esta condición humana nuestra tan desolada y comprometida. «La palabra se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn 1, 14): esta es la cuestión católica.

La Encarnación nos habla de las verdades centrales sobre Dios y nosotros. Si Dios se hizo hombre sin dejar de ser Dios y sin comprometer la integridad de la creatura, es que Dios no compite con su creación. En muchos de los antiguos mitos y leyendas, figuras divinas como Zeus o Dionisio se meten en los asuntos humanos solamente haciendo violencia, destruyendo o dañando aquello que invadían. Asimismo, en muchas filosofías de la modernidad, se concibe a Dios como una amenaza al bienestar humano. Marx, Freud, Feuerbach, y Sartre, aunque cada uno a su manera, sostienen que Dios ha de ser eliminado del horizonte mental si se quiere ser verdaderamente humano.

La historia de la Encarnación no tiene nada de esto. Dios se hace auténticamente hombre, pero nada de lo humano queda destruido; Dios se mete realmente en su creación, pero el mundo queda así elevado y mejorado. Ese Dios que se encarna no es un ser supremo que rivalice con lo creado sino que, en palabras de santo Tomás de Aquino, es el mismísimo acto de ser, que cimienta y sostiene toda la creación, de igual modo que el cantante da vida a su canción.

Además, la Encarnación nos habla de la verdad más importante acerca de nosotros mismos: que estamos destinados a la divinización. Los padres de la Iglesia nunca se cansan de repetir esta frase a modo de resumen de la fe cristiana: Deus fit homo ut homo fieret Deus (Dios se hizo hombre para que el hombre se hiciera Dios). Dios se ha abajado hasta hacerse carne para que nuestra carne participe de la vida divina, para que participemos en el amor que sostiene en comunión al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Por esta razón, el cristianismo es el más sublime de los humanismos posibles.

Históricamente, no hay programa religioso o político —ni humanismo griego clásico, ni renacentista, ni marxista— que haya afirmado algo tan insólito como el cristianismo. No estamos llamados solamente a la perfección moral, a la autoexpresión artística o a la liberación económica, sino a lo que los Padres orientales denominaron theiosis, a la transformación en Dios.

Cristo Pantocrator, Santa Sofía, Estambul.

Comprendo que surja la siguiente objeción: verdaderamente la doctrina de la Encarnación diferencia al cristianismo de cualquiera de las otras grandes religiones, pero ¿cómo se distingue el catolicismo de la otras Iglesias cristianas? ¿Acaso los protestantes y ortodoxos no mantienen la misma convicción de que la Palabra se hizo carne? Sin duda. Pero, como explicaré a continuación, no abrazan esta doctrina en su plenitud, no llegan al fondo de la cuestión ni sacan todas sus consecuencias.

Para la mente católica resulta esencial lo que se podría caracterizar como un agudo sentido de la prolongación de la Encarnación en el espacio y en el tiempo, extensión que es posible gracias al misterio de la Iglesia. Los católicos experimentan la Encarnación continua de Dios en el aceite, el agua, el pan, la imposición de las manos, el vino y la sal de los sacramentos; la aprecian en los gestos, movimientos, incensaciones y cantos de la Liturgia; la saborean en los textos, argumentos y debates de los teólogos; la perciben en el gobierno heredado por papas y obispos; la aman en las luchas y misiones de los santos; la reconocen en los escritos de poetas católicos y en las catedrales concebidas y edificadas por arquitectos, artistas y obreros católicos. En resumen, todo esto revela a los ojos y a la mente católicos la presencia continuada del Dios hecho hombre, es decir, de Jesucristo.

Newman decía que una idea compleja equivale a la suma total de todos los aspectos contenidos en ella. Esto quiere decir, a su entender, que realmente se conocen las ideas a lo largo de grandes extensiones de espacio y tiempo, con el gradual desarrollo de sus muchos perfiles y dimensiones.

La Encarnación es una de las ideas más ricas y complejas jamás propuesta a la mente, y por eso requiere del espacio y tiempo de la Iglesia para poder revelarse. Por eso, para comprenderla en plenitud, hay que leer los Evangelios, las Epístolas de Pablo, las Confesiones de san Agustín, la Suma Teológica de Tomás de Aquino, la Divina Comedia de Dante, la Subida al Monte Carmelo de san Juan de la Cruz y la Historia de un Alma de Teresa de Lisieux, entre otras muchas obras maestras. A la vez hay que saber mirar y escuchar, contemplar la Catedral de Chartres, la Santa Capilla de París, la Capilla de la Arena en Padua, el techo de la Capilla Sixtina, el Éxtasis de santa Teresa de Bernini, la Iglesia del Santo Sepulcro, la Crucifixión plasmada por Grünewald en el Retablo de Isenheim, las sublimes melodías del canto Gregoriano, de las Misas de Mozart, y de los Motetes de Palestrina. El catolicismo es asunto tanto del cuerpo y los sentidos como de la mente y el alma, precisamente porque el Verbo se hizo carne.

Lo que me propongo hacer en este libro es guiar a los lectores en un viaje exploratorio del mundo católico, pero no con un estilo docente, pues no me interesa mostrarles los objetos católicos como si fueran piezas de un museo cultural. Más bien prefiero actuar a modo de mistagogo, introduciéndoles progresivamente con más profundidad en el misterio de la Encarnación, con la esperanza de transformarlos con su fuerza. Con el teólogo Hans Urs von Balthasar, mantengo que el catolicismo verdaderamente se aprecia desde dentro de los confines de la Iglesia, del mismo modo que las vidrieras de una catedral, que pueden aparecer muy grises desde fuera, pero brillan en todo su esplendor si se contemplan desde el interior. Quiero llevar a los lectores hasta el fondo de la catedral del catolicismo, porque estoy convencido de que la experiencia les cambiará y enriquecerá su vida.

Catolicismo es una gran celebración, en imágenes y palabras, del Dios que tiene sus delicias en conducir a los seres humanos a su plenitud de vida. Comenzaré con Jesús, que es el punto de referencia constante, principio y fin de la fe católica. Intentaré mostrar la unicidad de Jesús, y cómo su pretensión de hablar y actuar en la persona misma de Dios lo separa de cualquier otro filósofo, místico o fundador religioso. También demostraré que su resurrección de los muertos no solamente confirma su identidad divina sino que lo constituye en Señor de las naciones, el único a quien se debe lealtad total y definitiva. Seguiré explorando las extraordinarias enseñanzas de Jesús, palabras simples y profundas, que literalmente han cambiado el mundo. Intentaré mostrar por qué son el camino hacia la auténtica alegría.

San Pablo designa a Jesús como «el icono del Dios invisible». Con esto se refiere a que Jesús es el signo sacramental de Dios, el modo privilegiado de ver cómo es Dios. Por eso contemplaremos a Dios —su existencia, creatividad, providencia y naturaleza trinitaria— bajo la lente de la Palabra hecha carne. Después seguiremos con María, el receptáculo en el que Dios vino al mundo. Haré hincapié en su calidad de culminación del pueblo de Israel, la única que verdaderamente expresa la añoranza de Dios hacia su pueblo, la que es, así, el prototipo de la Iglesia, el nuevo Israel. Las últimas palabras de Jesús a sus discípulos constituían una exhortación a salir a todas las naciones y promulgar la buena nueva. Pedro y Pablo fueron los protagonistas indispensables de la Iglesia primitiva, pues encarnaron plenamente este espíritu misionero. Mostraré cómo estos hombres del siglo primero siguen siendo los arquetipos de la vida misionera de la Iglesia actual.

Pablo proclamó que la Iglesia de Jesucristo no es una organización sino un organismo, un cuerpo místico. Así pues, presentaré la Iglesia como algo vivo, cuyo fin es reunir al mundo entero en alabanza a Dios. Y la acción central de la Iglesia, su «fuente y cumbre» en palabras del Vaticano II, es la Liturgia, el culto ritual de Dios, por lo que recorreremos los gestos, cantos, movimientos y teología de la Liturgia. Como el fin último de la Liturgia y de la Iglesia es hacer santos, santificar a la gente, el Catolicismo se toma tan en serio a los santos en toda su diversidad y nos los presenta con gran entusiasmo.

Así pues, dedicaré un capítulo a una breve semblanza de cuatro amigos de Dios que encarnaron cada uno a su modo la vida en Cristo. La gente santa levanta la mente y el corazón a Dios; busca apasionadamente la comunión con el Creador y reza. Consiguientemente, pasaré después a hablar de oración y me centraré en varias personas concretas —Tomás Merton, San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Ávila que dan expresión concreta al camino místico. Por último, consideraré las realidades últimas: el Infierno, el Purgatorio y el Cielo. Dios busca tener una amistad íntima con cada uno de nosotros, lo que depende de nuestra libertad. Cómo respondamos en último término al amor divino —el sol que brilla igualmente para buenos y malos— marcará claramente la diferencia.

Confío en no haber escrito un laborioso estudio teológico, pues el libro está abarrotado de historias, biografías e imágenes: un comentario del cardenal Francis George en la logia de San Pedro justo después de la elección de Benedicto XVI, «el caminito» de santa Teresa de Lisieux, la procesión de las velas de Lourdes, el camino a Auschwitz de Edith Stein, penitentes irlandeses en Lough Derg, peregrinos en hinojos dirigiéndose a venerar a la Virgen de Guadalupe, la Madre Teresa recogiendo a moribundos en las calles mugrientas de Calcuta, Karol Wojtyla trabajando a fondo en el seminario clandestino durante la ocupación nazi, el hijo pródigo recogido en el abrazo de su padre, Pablo prisionero en Filipo, Pedro crucificado en la colina vaticana, el «jardín floreciente de vida» de Angelo Roncalli, y muchas más.

No obstante, como la tradición católica es de un alto nivel intelectual, el libro contiene también argumentos teológicos, a veces de naturaleza técnica. Y es que a menudo escucho a ateos que tachan la religión de estupidez primitiva y pre-moderna.

La Santa Capilla, interior, París.

Convoco así a Tomás de Aquino, a Pablo, a Teresa de Ávila, a Joseph Ratzinger y a Edith Stein -con todo su rigor intelectual- como aliados en la pelea contra el ateísmo descalificador. Puede que algunos encuentren más convincentes las partes líricas del libro y que otros prefieran los pasajes más intelectuales, o valoren más las imágenes e ilustraciones. Perfecto. Precisamente, parte del genio de la tradición católica consiste en no rechazar nada. Hay sitio de sobra para todos en este amplio espacio, e intento comunicar algo de esa amplitud en el libro. G. K. Chesterton, uno de los escritores católicos más peculiares, divertidos e inteligentes del siglo XX, comparó una vez la Iglesia a una casa con mil puertas. Espero que este libro se convierta en una de sus atractivas entradas.