jaz2149.jpg

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2006 Marion Lennox

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El castillo del amor, n.º 2149 - agosto 2018

Título original: The Heir’s Chosen Bride

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-9188-627-3

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Se solicita información sobre el paradero de Dougal Douglas (o descendiente directo), hermano de lord Angus Douglas, barón de Loganaich. Por favor, póngase en contacto con el bufete Baird y O’Shannasy, en Dolphin Bay, Australia, para obtener más información.

 

SEÑOR Douglas, ha heredado usted el título de barón.

Hamish lanzó un gruñido. Llevaba muchas horas de retraso. El comité de la empresa Harrington llegaría en media hora y su nueva secretaria lo estaba volviendo loco.

–Por favor, dame el correo importante.

–Pero en esta carta dicen que es usted un barón. Tiene que leerla…

–Como leo las cartas que llegan de Nigeria ofreciéndome millones de dólares. Lo único que tengo que hacer es enviar el número de mi cuenta bancaria. Jodie, por favor, deberías ser un poco más espabilada.

–Oiga, que yo no soy tonta –replicó ella, indignada.

Pero le perdonaba. ¿Quién no lo haría? Hamish Douglas era el jefe más guapo del mundo. Jodie se había puesto a dar saltos de alegría cuando Marjorie se había retirado, dejándole el puesto a ella.

A los treinta y tres años, Hamish era alto, moreno y guapísimo de morirse. Tenía el pelo ligeramente rizado, con el que se peleaba a menudo, unos ojos castaños siempre burlones y una sonrisa increíble. Cuando sonreía, que no era a menudo.

Hamish era uno de los corredores de Bolsa con más futuro de Manhattan, pero no parecía disfrutar de la vida.

Quizá sonreiría al saber que era un barón.

–Esto es diferente –insistió–. En serio, señor Douglas, tiene que leer esta carta. Si es usted quien esta gente cree que es, ha heredado ciertas posesiones. Y «ciertas posesiones» en palabras de un abogado deben de querer decir una fortuna.

–No he heredado nada. Es una tomadura de pelo.

–¿Qué es una tomadura de pelo? ¿Jodie te está molestando con el correo otra vez?

Jodie iba a levantarse, pero en cuanto se abrió la puerta del despacho volvió a dejarse caer sobre la silla. Marcia Vinel era la prometida de Hamish. Un problema. Jodie la había oído decirle en más de una ocasión que debería despedirla.

–Es una secretaria temporal. No tiene experiencia.

–Pero me cae bien –había replicado Hamish para alegría de Jodie–. Es inteligente, intuitiva y organizada. Además, me hace reír.

–Tu secretaria no está aquí para hacerte reír, Hamish –había replicado Marcia.

No, pensó Jodie, guardando la ofensiva carta en una carpeta. La vida era algo demasiado serio como para reírse. En la vida lo único importante era ganar dinero. Para ellos.

–¿Qué dice la carta? –preguntó Marcia–. ¿Es uno de esos timos en los que sólo caen los tontos?

Jodie se puso a teclear en el ordenador, como si el asunto no fuera con ella.

–¿Dónde está la carta? –insistió la novia de su jefe.

–Es una de ésas en la que te ofrecen millones –suspiró Hamish–. Y Jodie no me está molestando. Venga, Marcia, tengo mucho trabajo.

–He venido a decirte que la delegación de Harrington llegará dos horas más tarde de lo previsto. Su vuelo se ha retrasado, así que puedes relajarte.

–Voy a cambiar las reuniones que tenía para esta tarde –dijo Jodie entonces, levantándose–. Pero creo que debería leer la carta.

No le gustaba Marcia, pero Marcia lo obligaría a echarle un vistazo.

–Jodie, por favor. Una carta en la que dicen que tengo un título nobiliario y que he heredado una fortuna… eso son cosas de niños.

–Pero no piden los datos de su cuenta bancaria. Sólo dicen que se ponga en contacto con un bufete de abogados en Australia. Puede comprobarlo si quiere.

–Déjame ver –dijo Marcia entonces, como Jodie había supuesto. Marcia era abogada y trabajaba para la misma empresa que Hamish. Ella era el cerebro, él el dinero decían algunos…

Pero Hamish había ganado el dinero usando su cerebro. En fin, eran un buen equipo, desde luego.

Hubo un silencio mientras Marcia leía la carta. Y tampoco ella parecía pensar que era un engaño. Podía verlo en su cara.

–Hamish, ¿tienes un tío que se llama Angus Douglas? ¿En Australia?

–No –contestó él–. Bueno, creo que no…

–¿No conoce a sus tíos? –preguntó Jodie.

–Mi padre emigró desde Escocia cuando era un niño. Hubo una pelea familiar… no sé. Nunca le habló de mi familia a mi madre y murió cuando yo tenía tres años.

–¿Y nunca te has interesado por tu familia? –preguntó Marcia, sorprendida.

–¿Para qué?

–Para saber quiénes son. Para saber si tu padre pertenecía a una familia adinerada…

–No, mi padre no tenía dinero. Emigró después de la guerra, cuando todo el mundo salía huyendo de Europa. Cuando se casó con mi madre no tenía nada –contestó Hamish, pensativo–. Lo único que sé es…

–¿Qué?

–En la universidad, mi compañero de habitación estudiaba Historia Contemporánea. Una vez miré un libro sobre la historia de los emigrantes escoceses para ver si podía encontrarlo… Por lo visto, mi padre salió de Glasgow en 1947, en el Maybelline. No había otro Douglas en la lista de pasajeros, así que tenía que ser él.

–A lo mejor emigró al mismo tiempo que su hermano –opinó Marcia–. Y a lo mejor su hermano se marchó a Australia. Cariño, en esta carta dice que ese hombre se llamaba Angus Douglas, barón de Loganaich, y que murió hace seis semanas en Australia. Están buscando a su hermano, Dougal Douglas, o algún descendiente directo. Tu padre se llamaba Dougal, ¿no?

–Sí.

Hamish hizo una mueca y Marcia sonrió. Jodie conocía bien esa sonrisa. Significaba que empezaba a oler dinero.

–No creo que haya muchos Dougal Douglas –murmuró Hamish–. Y en la lista de pasajeros del Maybelline, la dirección de mi padre era un sitio llamado Loganaich, Escocia. Lo miré en el mapa y es un pueblo pequeñísimo. Pensé que algún día iría a visitarlo, pero…

–Pero tenías mucho trabajo –terminó Marcia la frase por él.

Desde luego que sí. Hamish había sido uno de los alumnos más jóvenes en conseguir el título de Comercio en la Universidad de Harvard. Después de eso, enseguida encontró trabajo en una prestigiosa firma de Bolsa en Nueva York y había escalado puestos con la velocidad del rayo. A los treinta y tres años, era socio de la empresa y multimillonario. No había tenido tiempo de volver a Escocia para buscar a su familia.

–Esto es genial –sonrió Jodie–. En la carta dicen que no están seguros de que sea usted la persona que buscan, pero podría ser. Su padre era uno de los tres hermanos Douglas que emigraron de Escocia en 1947. Los otros dos se fueron a Australia y su padre vino a Estados Unidos.

–Puede leerla él mismo –le espetó Marcia, tan encantadora como siempre, dándole la carta a su prometido.

–Será un engaño.

–Léela.

–Seguramente no será nada –insistió él, pero leyó la carta de todas maneras–. Esto de Loganaich… quizá debería echar un vistazo.

–Yo me informaré sobre el bufete –dijo Marcia–. De hecho, voy a hacerlo ahora mismo.

–No hace falta…

–Claro que sí –lo interrumpió Jodie–. Señor Douglas, en la carta dicen que es usted un barón y que ha heredado un castillo y todo. Un barón escocés. A lo mejor tiene que ponerse una falda escocesa.

–No pienso enseñar mis rodillas –sonrió Hamish.

Entonces sonó el teléfono y llegó el fax que había estado esperando toda la mañana, de modo que volvieron a trabajar.

Los castillos y los títulos tendrían que esperar.

 

 

–Creen que lo han encontrado.

Susie Douglas, de soltera McMahon, estaba sentada en la alfombra, frente a la chimenea del gran salón del castillo de Loganaich, jugando con su hija, Rose Douglas, de catorce meses, que empezaba a quedarse dormida.

–Era de esperar –suspiró Kirsty, su hermana gemela.

–Los abogados han buscado por todos los Estados Unidos. Y ahora creen haber encontrado al barón. En cuanto llegue… creo que volveré a casa.

–Pero no puedes irte –protestó Kirsty, horrorizada–. Ésta es tu casa.

–El tiempo que he vivido aquí ha sido estupendo –admitió Susie, mirando con cariño los maravillosos muros cubiertos de tapices. Las dos armaduras que guardaban el pasillo eran en sí mismas una obra de arte. Y hablaba con ellas todo el tiempo. «Buenos días, Eric». «Buenos días, Ernst».

–Pero no puedo vivir en el castillo para siempre. No es mío. Accedí a quedarme hasta que muriese Angus y ha muerto. Kirsty, cariño, Eric y Ernst le pertenecen a otra persona –dijo Susie, suspirando–. Es hora de marcharse.

–Pero yo no quiero que te vayas –insistió su hermana.

Sin embargo, una parte de ella sabía que tenía razón. La despedida era inevitable.

Tras la muerte de su marido, Rory, Susie quedó destrozada. Además de las heridas que sufrió en el accidente de coche que mató a su marido, su hermana había caído en una terrible depresión. Desesperada, Kirsty se la había llevado a Australia para que conociese al tío de Rory, lord Angus Douglas, barón de Loganaich. Un gran título para un hombre maravilloso. En el barón habían encontrado un amigo y Susie se había recuperado de sus heridas y de su infinita tristeza allí, en el castillo. Después de dar a luz a su hija, empezó a mirar la vida con ilusión otra vez.

Pero su casa estaba en Estados Unidos. Su negocio de diseño de jardines estaba en Estados Unidos. Ahora que Angus había muerto no había nada que la retuviese allí.

Pero mientras Susie se recuperaba, Kirsty, su hermana gemela, se había enamorado del médico local. Kirsty y Jake tenían una casa, niños, un perro, gallinas… toda la catástrofe doméstica. Su hogar estaba allí, en Dolphin Bay, Australia.

–Angus debería haberte dejado este castillo a ti.

–No podía hacerlo.

–¿Por qué no?

–Este castillo fue construido con el dinero que había heredado de su familia. Cuando el verdadero castillo en Escocia se quemó, Angus utilizó parte del dinero de la herencia para reconstruirlo aquí, en Australia, pero no podía dejárselo a alguien que no fuera un sucesor directo. Y un hombre. Si yo hubiera tenido un hijo sería diferente, pero ahora irá a parar a un sobrino que no conocemos, Hamish Douglas, un americano.

Había dicho «un americano» con tal tono de desagrado que Kirsty tuvo que reír.

–Lo dices como si los americanos fuesen bacterias. Te recuerdo que tú también lo eres, Susie Douglas.

–Ya no me siento americana –suspiró ella, mirando a su hija–. Además, tengo a mi pequeña australiana.

–Medio americana, medio escocesa y nacida en Australia. Pero es de aquí, desde luego.

–Por eso ya no estoy segura –volvió a suspirar Susie–. Rory me dejó dinero suficiente para comprar una casita y vivir feliz para siempre con mi niña. Pero tengo que trabajar y en Dolphin Bay no hay trabajo para una diseñadora de jardines.

–Pero estoy yo –dijo Kirsty.

–Ya sabes que eso es muy importante para mí. Pero necesito un trabajo. Rory murió hace casi dos años y… las heridas del accidente están casi completamente curadas…

–Gracias a Dios.

–Me gustaba mucho cuidar de Angus, pero este castillo sin él parece vacío. Lo único que puedo hacer es cuidar del jardín y cuando llegue el nuevo propietario…

–¿Cuándo llega?

–No lo sé –contestó Susie–. Pero los abogados dicen que lo han encontrado. Si te dijeran que has heredado una fortuna, ¿no vendrías corriendo?

Kirsty sonrió con cierta tristeza. Aquel título, aquella fortuna, habían provocado tantas penas…

–Sí, supongo que sí.

–Cuando llegue, ya no tendré nada que hacer.

–A lo mejor no viene. O a lo mejor quiere que te quedes cuidando del castillo.

–¿Y mantenerlo para nada? ¿Qué harías tú si hubieras heredado este castillo?

–Convertirlo en hotel –contestó Kirsty. Era la verdad. Angus había construido aquel castillo como una réplica exacta del castillo de Escocia y era como salido de un cuento de hadas. Demasiado grande para una familia–. Pero a mí me parece una casa estupenda.

–Sí, claro. Catorce habitaciones, una sala de banquetes, un salón de baile, un invernadero… y Rose y yo. Aunque Jake y tú vinierais a vivir aquí con los niños, tendríamos tres habitaciones por cabeza. Es absurdo.

–Pero no puedes marcharte –insistió su hermana.

–Yo creo que debo hacerlo.