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SECCIÓN DE OBRAS DE POLÍTICA Y DERECHO


VIDA Y MUERTE DE LA DEMOCRACIA

John Keane

Vida y muerte de la democracia

Fondo de Cultura Económica

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA
INSTITUTO NACIONAL ELECTORAL

Primera edición en inglés, 2009
Primera edición en español, 2018
Primera edición electrónica, 2018

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John Keane, reconocido a nivel mundial por su pensamiento creativo sobre la democracia, es profesor de política en la Universidad de Sidney y en el Wissenschaftszentrum de Berlín (WZB). Entre sus libros más conocidos se encuentran Tom Paine: A Political Life (1995), Václav Havel: A Political Tragedy in Six Acts (2000), Democracy and Media Decadence (2013) y When Trees Fall, Monkeys Scatter. Rethinking Democracy in China (2017).

SUMARIO

Presentación

Presentación a la edición en español

Malas lunas, breves sueños

Primera parte
DEMOCRACIA ASAMBLEARIA

I. Atenas

II. Occidente visto por Oriente

Segunda parte
DEMOCRACIA REPRESENTATIVA

III. Sobre el gobierno representativo

IV. El siglo estadunidense

V. La democracia del caudillo

VI. El cementerio europeo

Tercera parte
DEMOCRACIA MONITORIZADA

VII. Bajo el baniano

VIII. Cambios radicales

IX. Recuerdos del futuro

X. ¿Por qué la democracia?

XI. Nuevas reglas democráticas

Créditos de las fotografías e ilustraciones

Índice analítico

Índice general

PRESENTACIÓN

Cuando el presente se nos muestra confuso o demasiado complejo, la revisión del pasado puede ser un faro para transitar entre la niebla del hoy hacia un futuro más claro. Dados los tiempos por los que transcurre la democracia en la actualidad, de desafección y desencanto con la vida pública, Vida y muerte de la democracia representa una linterna que nos ayuda a comprender por qué las prácticas, las instituciones y la lógica misma de la democracia, forjadas en una historia de 2 600 años, todavía importan y son centrales en la vida pública de nuestro presente.

Como lo apreciarán los lectores de este texto, Vida y muerte de la democracia, de John Keane, es un proyecto intelectual de amplio alcance, tanto por las dimensiones de la indagación histórica que la obra nos presenta como por la profundidad de las reflexiones que ofrece. Además de ser un proyecto intelectual de gran calado, este libro es un proyecto vital en por lo menos dos sentidos. Por un lado, es el resultado del tesón intelectual y de la curiosidad académica y de investigación de su autor, John Keane; ésta es quizá la faceta vital más evidente de este proyecto. Por otro lado, nos ofrece elementos para comprender el proceso de construcción de una institución política, de una idea de comunidad, que ha sido columna vertebral de la humanidad desde hace más de dos milenios. Se trata, pues, de un proyecto vital en lo individual y en lo colectivo.

Sin pretender agregar mucho más a lo que ya constituye una obra rica en exploraciones históricas y argumentaciones sobre el devenir de la democracia y sus perspectivas futuras, quiero aprovechar la oportunidad de presentar Vida y muerte de la democracia para subrayar algunas reflexiones a las que la obra de John Keane nos conduce y que me parecen relevantes en la coyuntura actual de la democracia en México —país que acoge la primera edición en español de esta obra—, pero también en otras latitudes. Se trata de cinco reflexiones básicas.

1. La democracia es mucho más que elecciones, pero no hay democracia auténtica sin voto libre, secreto e informado. La historia que John Keane nos narra en esta obra confirma que la democracia es mucho más que acudir periódicamente a ejercer lo que ahora es —y no desde hace mucho tiempo— un derecho ciudadano universal: votar de forma libre y secreta por nuestros representantes. La vitalidad de la democracia, en su sentido más amplio, se observa también en una diversidad de espacios sociales: en las relaciones entre los géneros, en el combate a la discriminación, en el respeto a la identidad, entre muchos otros. Dicho en una frase, una sociedad democrática es aquella en la que todas las personas tienen derecho a tener derechos.

Desde otra óptica, el voto también es clave no sólo por la posibilidad de elegir, en libertad, a los gobernantes de una comunidad política. El voto es importante en la medida en que conduce a otros procesos y prácticas que son consustanciales a la democracia y que, en cierta medida, le dan sentido y fuerza al voto mismo. En efecto, los procesos electorales, que culminan con el sufragio ciudadano, permiten al mismo tiempo abrir espacios y oportunidades para la deliberación pública, dar cauce pacífico a las diferencias y divergencias que están presentes en sociedades plurales y son además un instrumento privilegiado, acaso no el único pero sí uno de los más poderosos y efectivos, para la exigencia y el control ciudadano de los gobernantes. Hay que insistir en ello: la democracia no se agota en el ejercicio del voto, pero es impensable si se carece de él, si no se puede ejercer en libertad, con garantías de secrecía, y si los votos no se cuentan bien para hacerlos efectivos. Se trata de una condición necesaria, si bien no suficiente.

Recordar lo anterior no es menor en tiempos en los que cada vez es más insistente la búsqueda de pretendidas soluciones alternativas a la vía electoral para designar a los gobernantes. Ello ocurre en medio de un generalizado menosprecio a las elecciones, olvidando que se trata de un momento privilegiado de la vida democrática que resume la expresión de la autonomía individual de cada una de las y los ciudadanos. La lectura de Keane es un buen antídoto, pues, para las tesis que tienden a reducir el momento electoral a un mecanismo meramente instrumental que puede ser eventualmente sustituido por otros, menos farragosos, más “sencillos” y más prácticos. Estas posturas olvidan que las elecciones son sin duda un procedimiento, pero también son algo más: son un espacio que permite igualar a todos los individuos en el ejercicio de sus derechos políticos —de hecho son el momento más igualador de la vida pública— y logra que la voluntad individual de los ciudadanos incida en la construcción de la voluntad colectiva que anima a las políticas públicas. Se trata justamente de aquello que la larga tradición democrática que viene de Kant y pasa por Kelsen define como autonomía y que constituye el valor que le da fundamento a la democracia.

2. La democracia es un concepto que congrega múltiples significados y expectativas, lo que tiene ventajas y desventajas. En su devenir histórico, nos muestra Keane, la democracia ha adquirido un amplio número de significados. Esto ha facilitado, en ocasiones, la movilización ciudadana en favor de sociedades más plurales, tolerantes y libres. Víctima de su propio éxito como fórmula de convivencia política, en particular a partir de su “triunfo” a finales de la década de 1980 y de su expansión en los pasados 30 años, la democracia también ha llegado a sobrecargarse de expectativas y de la más amplia diversidad de preocupaciones de la vida pública. En el espejo de la democracia vemos reflejada, sólo por mencionar un puñado de preocupaciones, lo mismo la libertad de expresión y la rendición de cuentas que el empoderamiento ciudadano y la transparencia en el ejercicio de los recursos públicos, la participación ciudadana o la división de poderes.

Hay cosas que las instituciones de una democracia representativa están diseñadas para atender, pero no todo puede ser resuelto por la democracia y, en particular, por su dimensión electoral: por el ejercicio del voto. Es positivo que la democracia condense anhelos y por ello mueva a la acción pública, pero la sobrecarga de expectativas, en especial en un contexto con problemas de alta sensibilidad social (corrupción, inseguridad) y complejidad (desigualdad, violencia), corre el riesgo de extender el desencanto en la democracia al desencanto con la democracia, sobre todo si las autoridades electas se convierten, como ha sucedido en más de una ocasión, en óbice para la solución misma de esos problemas.

3. Al ser altamente sensible y contingente al juego político, la democracia demanda, para su recreación, de responsabilidad y validación constantes. El recorrido histórico que John Keane hace en Vida y muerte de la democracia es una llamada de alerta sobre el carácter contingente, vulnerable incluso, de la democracia y sus instituciones a las ambiciones políticas de todo tipo y origen. Hasta hace relativamente poco tiempo, quizá hasta el periodo previo a la explosión de la burbuja financiera de 2008 y la consecuente crisis económica de aquellos años, la democracia se presentaba como el destino al que toda comunidad política llegaría en algún momento, la meta inescapable de una sociedad en progreso. Pero lo que hemos visto en la década pasada, en especial en años recientes (además de la vasta evidencia que Keane aporta en su análisis histórico de siglos), es que si bien es probable que no haya forma de gobierno más favorable al desarrollo humano incluyente que la democracia, tampoco hay ninguna que sea tan frágil y vulnerable, desde dentro y fuera, a su propia continuidad. Dicho con brevedad, la democracia no puede darse por sentada. Si algo debe quedar claro con la lectura de este texto es que la democracia es el arreglo organizativo más demandante para cualquier comunidad política que decida tomar esa ruta. La democracia exige la responsabilidad de todos los que participan en su recreación, acaso de formas diferenciadas, en función del espacio que cada uno ocupa: de partidos y candidatos, de legisladores y gobernantes, de medios de comunicación, de servidores públicos, y por su puesto de las y los ciudadanos.

4. El surgimiento de prácticas antiliberales, incluso autoritarias, dentro de regímenes nominalmente democráticos es un recordatorio de por qué debemos revalorar algunos de los componentes básicos de la democracia. Éste es uno de los fenómenos descritos por John Keane en su obra: países que eligen por vías democráticas a sus líderes y representantes, quienes, sin embargo, al paso del tiempo, vulneran los derechos y libertades que la democracia liberal se supone debe garantizar. Con el fin de mantenerse en el poder, autoridades electas por la vía de las urnas buscan imponer una visión única, que desplaza disidencias y diferencias, avivando sentimientos populares de seguidores acríticos. Ilustro el punto de forma muy breve, con ejemplos ya por algunos conocidos.

En Birmania (Myanmar), el proceso de democratización de años recientes ha ido deteriorándose de tal forma que ha favorecido la incitación a la violencia en contra de una minoría, los rohinyás. Como medio para “cortejar” el voto popular, algunos políticos electos han proyectado una imagen de las minorías de ese país como las culpables de sus problemas. Se trata de un recurso que también fue empleado en las elecciones presidenciales en los Estados Unidos en 2016, donde los migrantes, los mexicanos o los musulmanes, se convirtieron en los “enemigos favoritos” de candidatos y políticos para obtener el favor de algunos segmentos del electorado. En Turquía, las autoridades democráticamente electas han ido coartando en años recientes las libertades de la oposición y de la prensa, con el argumento del control al terrorismo. En Europa Occidental, partidos populistas de extrema derecha, como Alternativa para Alemania, han propuesto instaurar una versión de la democracia que relaja o trastoca los controles que establecen las instituciones de un Estado democrático liberal, incrementando, por ejemplo, el uso de instrumentos de la democracia directa como el referéndum.

Se trata, en mayor o menor medida, del resurgimiento y la difusión de la lógica schmittiana de concebir la democracia y la política como un ámbito (como el ámbito, diría Carl Schmitt) para identificar las diferencias y, paulatinamente, negar la “otredad” erosionando, con ello, las bases de una convivencia pacífica y tolerante de la diversidad ideológica y política. Hoy vivimos una acentuación cada vez mayor de la paradoja que es intrínseca a las democracias: el llevar el germen de la antidemocracia latente en sus entrañas y tener que convivir con ello.

Todos estos procesos y eventos históricos enfatizan por qué es preciso revalorar la democracia representativa y liberal, y qué sucede cuando abandonamos los componentes básicos que le dan sentido y razón de ser: el ejercicio del voto libre y secreto, los pesos y contrapesos entre poderes públicos, la libertad de prensa y de expresión, la tolerancia y el respeto a quien es o piensa distinto como base de la convivencia civilizada y el papel que tienen los ciudadanos y los partidos políticos como actores en cuyos comportamientos y prácticas se cifra la consolidación y permanencia de una democracia liberal.

5. La redefinición de los partidos políticos como instrumento de agregación de preferencias e identidad ideológica. En un contexto de laxitud ideológica y de pragmatismo electorero de los partidos, lo que parece definir la identidad partidista no es tanto el apoyo ciudadano a propuestas, plataformas y políticas de partido, sino el rechazo y la oposición, con frecuencia más emocional que racional, a las opiniones y prácticas de los contrarios. En tiempos recientes, lo que define el clivaje político entre partidos depende cada vez menos de la defensa de una postura ideológica o programática. En la era de la fragmentación política, de la indefinición ideológica, del pragmatismo a ultranza, lo que parece definir más una identidad partidista es “contra qué (o peor aún, contra quiénes) me opongo” que “a favor de qué me movilizo”. El mecanismo de identidad opera enfatizando los defectos del otro (de lo otro), más que construyendo opciones y alternativas de futuro. El resultado tiende a ser la polarización política que, por cierto, termina por ser a la larga un caldo de cultivo ideal para que la lógica schmittiana antes mencionada germine y madure.

Quizá es en parte por ello que en años recientes, y cada vez más, la política se asemeja a una contienda deportiva. Preguntar “¿Por quién votarás? o ¿por qué partido se simpatiza?” se asemeja mucho a lo que un aficionado desea saber de los otros como punto de partida de un encuentro deportivo: “¿A quién le vas?” Bajo esta lógica, se desarrolla otra peligrosa práctica en la contienda político-electoral reciente. Cunde la sensación de que el foco de atención, el objetivo principal de la contienda, se desplaza del triunfo del “equipo propio” (léase partido político) a evitar a toda costa el triunfo del “equipo adversario”. Impugnar los resultados electorales como “práctica sistemática” (la judicialización de la política) o no reconocer el triunfo bien obtenido del contendiente son evidencia de esta forma de entender la política como deporte, del énfasis en evitar el triunfo del adversario, más que buscar el triunfo propio como objetivo. Paradójicamente, a pesar del pragmatismo de políticos y partidos en el escenario electoral, este desplazamiento en la atención de los objetivos de la contienda, hace difícil encontrar posiciones de negociación, puntos de acuerdo —conceder y obtener algo a cambio—, una práctica que, por cierto, caracteriza la vida en democracia, donde ninguna de las partes contendientes gana siempre o en todo y quien pierde tampoco lo hace en todos los temas y posiciones.

Hay muchos otros temas que surgen de la lectura de Vida y muerte de la democracia, y que ameritan discusión y análisis. Por ejemplo, la idea de la democracia monitoreada, y las crecientes demandas ciudadanas para establecer nuevos mecanismos de control que complementen y en algunos casos compensen la disfuncionalidad de órganos de representación que no pueden o no quieren ejercer sus facultades de contrapeso frente a otros poderes públicos. Se trata de una sugerente idea, por cierto, que podría —debería— convertirse en el cauce institucional del creciente descontento e insatisfacción con los resultados insuficientes y hasta precarios que a juicio de muchos hoy ofrecen los sistemas democráticos. La democracia monitoreada como idea para encauzar el descontento actual en un mayor involucramiento político representa una interesante alternativa para rescatar a la democracia en tiempos de desafección, alejamiento e indolencia. En suma, Vida y muerte de la democracia, de John Keane, es una lectura sin duda estimulante, vasta en introspecciones y sugerente en desmitificaciones sobre los antecedentes y las perspectivas de la democracia.

Como titular responsable del organismo de Estado que tiene a su cargo la organización de los procesos electorales en México, como académico e investigador interesado en los problemas que afectan la vida democrática en nuestro país y en otras latitudes, y como ciudadano, agradezco a John Keane, su disposición para publicar Vida y muerte de la democracia por primera vez en español y, al mismo tiempo, por ser el primer intelectual extranjero en participar, en el verano de 2017, en el ciclo de Conferencias Magistrales Estacionales que organizó el Instituto Nacional Electoral. Extiendo también mi más amplio reconocimiento al Fondo de Cultura Económica por la edición de esta obra, que les permite a los estudiosos en democracia y política, y a la sociedad mexicana toda, acercarse a un texto que habrá de enriquecer nuestra comprensión sobre los orígenes de la democracia, su larga historia y entender qué debemos hacer para recuperar y mantener su vitalidad.

LORENZO CÓRDOVA VIANELLO
Consejero Presidente del INE
Tlalpan, Ciudad de México, febrero de 2018

VIDA Y MUERTE DE LA DEMOCRACIA

Para Alice y George