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MIGUEL LEÓN-PORTILLA
(Ciudad de México, 1926)

 

Es historiador, lingüista, antropólogo y etnólogo. Ha dedicado su vida al estudio de los pueblos originarios de Mesoamérica, y por tal labor es poseedor de diversos reconocimientos nacionales e internacionales como el Premio Nacional de Ciencias Sociales, Historia y Filosofía; el Reconocimiento al Mérito Universitario; la Medalla Belisario Domínguez del Senado de la República; el Premio Internacional Menéndez Pelayo; el Living Legend Award concedido por la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos; además, ha sido acreedor a treinta doctorados honoris causa otorgados por distintas universidades alrededor del mundo. Del autor, el FCE ha publicado Huehuehtlahtolli. Testimonios de la antigua palabra, y Los antiguos mexicanos a través de sus crónicas y cantares, entre otros.

SECCIÓN DE OBRAS DE ANTROPOLOGÍA


HUMANISTAS DE MESOAMÉRICA

MIGUEL LEÓN-PORTILLA

Humanistas de Mesoamérica

Fondo de Cultura Económica

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA
EL COLEGIO NACIONAL
UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO

Primera edición, 1997
Segunda edición, 2017
Primera edición electrónica, 2018

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contraportada

Page List

ÍNDICE

Agradecimientos

Introducción

  1. Nezahualcóyotl
  2. Antonio Valeriano de Azcapotzalco
  3. Fernando Alvarado Tezozómoc
  4. Domingo Francisco de San Antón Muñón Chimalpahin Cuahtlehuanitzin
  5. Fernando de Alva Ixtlilxóchitl
  6. Sebastián Ramírez de Fuenleal
  7. Vasco de Quiroga
  8. Fray Bernardino de Sahagún
  9. Francisco Cervantes de Salazar
  10. Fray Alonso de Molina
  11. Fray Alonso de la Vera Cruz
  12. Fray Bartolomé de las Casas
  13. Carlos de Sigüenza y Góngora
  14. Lorenzo Boturini Benaduci
  15. Francisco Xavier Clavigero
  16. Manuel Orozco y Berra
  17. Francisco del Paso y Troncoso
  18. Manuel Gamio
  19. Ángel María Garibay K.
  20. José Vasconcelos
  21. Alfonso Caso
  22. Alfonso Villa Rojas
  23. Rosario Castellanos
  24. Beatriz de la Fuente

Palabras finales

Bibliografía

AGRADECIMIENTOS*

Como en otros casos, en la culminación de una obra está presente la mirada y la mano de otros. En este caso agradezco a Alejandro Cruz Atienza, director de publicaciones de El Colegio Nacional, así como a mis antiguos estudiantes Juan Carlos Torres y Hugo Ángeles, quienes con el apoyo secretarial de la señora Leticia García Hernández me han ayudado de diversas formas. También a las licenciadas Lizeth Mora Castillo y Karla López del Fondo de Cultura Económica por el cuidado que han puesto en esta edición.

INTRODUCCIÓN

El título de este libro, con todo y parecer claro, requiere explicación. Comenzaré con la palabra Mesoamérica. Con ella se nombra el área que, en unos tiempos muy extensa y en otros reducida en más de un millón de km2, ha sido el escenario a través de milenios del florecimiento de una civilización. Ésta provocó asombro en quienes, habiendo llegado de más allá de las aguas inmensas, la contemplaron, entre ellos Hernán Cortés.

Esa civilización fue originaria porque no surgió debido a la influencia de otra. Ello ocurrió hacia el segundo milenio a.C. Se reconoce que surgió en el territorio que hoy es parte de los estados de Veracruz y Tabasco. Desde allí irradió luego hacia el área maya, el Altiplano central y el occidente de México, el ámbito de Oaxaca y otras regiones del sur de México y en Centroamérica.

Mesoamérica, en cuanto a gran área cultural, tuvo ciudades, templos, palacios, escuelas y mercados. En ella había sabios y libros —los códices con pinturas y signos glíficos— y florecieron las artes y el saber.

Es verdad que la Conquista dejó a Mesoamérica al borde de la muerte. Sin embargo, muchos rasgos y elementos de la civilización que allí había prosperado perduraron en diversos grados. Los descendientes de los mesoamericanos prehispánicos han hecho suyas figuras emblemáticas, entre otras las de la Virgen de Guadalupe y la de Emiliano Zapata. Éstas pertenecen asimismo a los mesoamericanos que viven no sólo en lo que fue la antigua Mesoamérica, sino también a los emigrados al norte de México y a muchos lugares de los Estados Unidos, desde el suroeste hasta Chicago y Nueva York.

Al hablar en este libro de los humanistas de Mesoamérica atenderemos a quienes, de diversas formas, han dedicado mucho de sus vidas, su pensamiento y su acción al conocimiento principalmente de los antiguos mesoamericanos, pero también a sus descendientes, los millones de mujeres y hombres que mantienen elementos importantes de su legado cultural. Entre otros, conservan sus lenguas, los ingredientes básicos en su alimentación y se distinguen por su modo de ser.

Esos millones conviven con el resto de la población mexicana sin que pueda trazarse una separación entre unos y otros. Puede decirse que la mayoría de la población de México, Guatemala, El Salvador, Honduras y parte de Nicaragua y Costa Rica, a la vez que ha asimilado mucho de la moderna cultura europea, conserva en su ser no pocos rasgos de origen mesoamericano.

Ahora bien, los humanistas de Mesoamérica no necesariamente son personas nacidas en ella sino, como ya se dijo, hombres y mujeres que, acercándose a la cultura de raíces originarias, la que existió a través de milenios, y asimismo a quienes hoy mantienen rasgos de esa civilización, se sienten atraídos por ella y la investigan. Nos revelan elementos de lo que fue y, en algunos casos, se interesan también por la situación de los llamados indígenas, es decir, los más auténticos descendientes de los mesoamericanos prehispánicos. Y al surgir este interés, en algunos casos tratan de colaborar con ellos, teniendo como meta su mejoramiento y bienestar.

Quienes así obran son humanistas de Mesoamérica. Y puede afirmarse que desde el siglo XVI los ha habido y hoy, quizás más que nunca, los hay.

Por necesidad habré de limitarme en este libro a evocar sólo a algunos. La intención es expresarles reconocimiento e invitar a otros, mujeres y hombres, a formar parte de quienes merecen el título de humanistas de Mesoamérica. Como puede verse, este libro se publica no sólo para hacer recordación de ellos. El propósito va más allá, comprende participar en el rescate, el conocimiento y la colaboración. Sea ésta, pues, una invitación.

¿QUIÉNES SON LOS QUE SE RECUERDAN AQUÍ?

Mesoamérica ha atraído la atención de humanistas mexicanos y extranjeros. Esa atracción se gestó desde muy poco después de que ocurrió el encuentro de dos mundos. A partir de entonces las noticias que de esta tierra llegaron a Europa despertaron asombro.

Así, entre otros, el maestro de la pintura y el grabado, el alemán Albrecht Dürer, escribió en su diario, en fecha tan temprana como 1519, que nada había alegrado tanto su corazón como el conjunto de creaciones que Hernán Cortés había enviado a Carlos V, entre las que había objetos que le parecieron admirables.1 Y otro tanto expresaron varios humanistas europeos como el cronista Pedro Mártir de Anglería en sus Décadas del nuevo mundo, para sólo citar a dos de los muchos que podrían aducirse.

Pero si esos humanistas expresaron grandes elogios con sólo haber contemplado algunas pocas creaciones de los pueblos de Mesoamérica, hubo muchos otros que desde el mismo siglo XVI y aun desde antes, hasta llegar a nuestros días, tras experimentar una gran pasión por conocer la grandeza histórica y cultural de Mesoamérica, han dedicado sus vidas a darla a conocer.

En este libro, que es continuación y ampliación de otro que el mismo Fondo de Cultura Económica publicó en el año 2000 sobre humanistas dignos de recordar, se reúnen aquí otros varios que bien lo merecen. En esa primera edición el elenco se inició con la evocación del sabio señor Nezahualcóyotl (1402-1472), poeta y gobernante de Tezcoco, que habló de lo que era suyo y que como otros muchos sabios indígenas nos dejó el recuerdo de sus palabras. Ellas iluminan lo que hoy con nuestros propios ojos podemos contemplar del mundo prehispánico de Mesoamérica: sus templos y palacios, esculturas, pinturas y otras muchas creaciones.

Otros varios maestros indígenas de la palabra podrían presentarse aquí. Me concentro en Nezahualcóyotl como un símbolo ya que en otros libros, como Quince poetas del mundo náhuatl, lo he presentado reuniendo ahí las palabras que nos dejó dichas.

Opto por añadir aquí testimonios sobre las aportaciones de otros también nahuas, uno es Antonio Valeriano de Azcapotzalco, nacido antes de la llegada de los españoles y luego, siendo joven, colaborador del gran fray Bernardino de Sahagún en las pesquisas que nos revelaron no poco de la grandeza cultural de la Mesoamérica prehispánica. A Valeriano debemos además composiciones en su lengua materna, de gran belleza, y asimismo textos que escribió en latín, el cual aprendió en el Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco.

Además de Antonio Valeriano evoco también a Fernando Alvarado Tezozómoc, de la nobleza mexica, que nos dejó dos importantes crónicas sobre el pasado prehispánico de su pueblo. Y otro tanto puede decirse de Chimalpahin Cuauhtlehuanitzin, oriundo de la región de Chalco-Amecameca, a quien debemos sus Diferentes historias originales y otros textos en náhuatl. Contemporáneo de éste fue don Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, al que también acudo; trazó imágenes de sus ancestros y de la historia y cultura del reino de Tezcoco.

Muy diferentes pero a la vez afines fueron los españoles Vasco de Quiroga y Sebastián Ramírez de Fuenleal. Éste tenía amplia experiencia en el trato con gentes derrotadas por los españoles, cual era el caso de los árabes después de la toma de Granada. Enviado a México, fue nombrado presidente de la Segunda Audiencia, es decir del cuerpo colegiado con funciones jurídicas y de gobierno. Vino a sustituir a Nuño Beltrán de Guzmán, que había cometido crímenes y toda suerte de desmanes. Ramírez de Fuenleal pronto se interesó por la suerte de los vencidos y asumió su defensa. También se interesó por conocer lo tocante a las realidades naturales y culturales de México: entre otras cosas preparó una descripción geográfica de la región central y asimismo de las realidades culturales del país. Gracias en buena parte a él se fundó el Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco. A él acudieron centenares de jóvenes nahuas que estudiaron ahí las materias propias de las humanidades y asimismo recibieron lecciones de medicina. Hombre en verdad benemérito, su memoria ha quedado semiolvidada siendo acreedor de reconocimiento.

A su vez, don Vasco de Quiroga, Tata Vasco, que por su pensamiento y obras ha sido ampliamente reconocido, fue a todas luces un humanista con experiencia de jurista que actuó en España en defensa de quienes lo requerían, llegó como oidor a México y colaboró con don Ramírez de Fuenleal.

Con su acción logró la supresión de la esclavitud de los indígenas y, poco después, la fundación de los pueblos-hospitales de Santa Fe. Fueron éstos centros creados para la defensa y el apoyo de los pueblos indígenas. Allí Tata Vasco se esforzó por introducir una forma de organización social y política de carácter cristiano. Su inspiración se originó en la Utopía de Tomás Moro. El recuerdo de Tata Vasco perdura hasta hoy en muchos lugares de la que fue su diócesis, en Michoacán.

Fray Bernardino de Sahagún fue un franciscano que se había formado en la célebre Universidad de Salamanca y que llegó a México en 1529. Con sobrada razón se le atribuye la invención del método de investigación antropológica en el Nuevo Mundo gracias al cual obtuvo numerosos testimonios acerca de la cultura de los pueblos de la región central de México con una visión integral. El conjunto de las obras de Sahagún, fruto de sus pesquisas a lo largo de muchos años, es una de las principales fuentes para conocer la historia antigua de México. La UNESCO declaró en 2015 que sus obras pertenecen a la memoria del mundo.

Asimismo ocupa aquí un lugar el español Francisco Cervantes de Salazar que, siguiendo las huellas de otro gran humanista, Juan Luis Vives, llegó a ser rector en México de la recién creada universidad. A él debemos, entre otras cosas, unos diálogos en latín sobre la Ciudad de México escritos en 1550 y acerca de la que fue la primerísima universidad. Escribió también sobre la Conquista de México.

A esos humanistas sumo ahora la figura de Alonso de Molina, autor del primer vocabulario de la lengua náhuatl, aportación pionera en la lexicografía del continente americano. Fue también autor de una gramática de la misma lengua y de otros textos de considerable interés.

Humanista que se suma a los presentados aquí es fray Bartolomé de Las Casas, varón eximio que dedicó su vida a la defensa de los indígenas y nos dejó obras tan importantes como la Historia de las Indias y su Apologética historia sumaria, en la que pasa revista a las grandes creaciones culturales de los pueblos indígenas.

Otro defensor de los indios, jurista, filósofo y teólogo, fue fray Alonso de la Vera Cruz. Maestro en el Colegio de Tiripetío en Michoacán, tuvo discípulos indígenas como don Antonio Huitziméngari. Maestro en la recién creada Universidad de México, escribió tratados en defensa de los derechos de los pueblos naturales. Fue un genuino humanista de Mesoamérica.

Don Carlos de Sigüenza y Góngora fue un personaje cuya vida se desarrolló durante la segunda mitad del siglo XVII. Admiró profundamente la antigua cultura de Mesoamérica y escribió acerca de ella. Fue un auténtico científico que con sólidos argumentos polemizó con sabios del Viejo Mundo. Heredó y enriqueció la colección de códices y otros documentos recogidos por don Fernando de Alva Ixtlilxóchitl.

Ya en el siglo XVIII ocupa un lugar muy importante el italiano Lorenzo Boturini. Llegado a México a mediados de ese siglo, reunió un gran caudal de textos literarios e históricos en náhuatl, varios de ellos relacionados con las colecciones formadas por Alva Ixtlilxóchitl y luego por Sigüenza y Góngora. Su vida, una verdadera aventura, se tradujo a la postre en el legado de la copiosa documentación que alcanzó a reunir.

El elenco de los humanistas que aquí reúno comprende además al jesuita Francisco Xavier Clavigero, exiliado en Italia en el siglo XVIII. A él debemos la Historia antigua de México en la que reveló al mundo la trayectoria cultural del pasado prehispánico, contemplado a la luz de un enfoque clásico que confirió a su obra la razón de su perdurabilidad hasta el presente.

HUMANISTAS MÁS CERCANOS A NOSOTROS

En los siglos XIX y XX la serie de los humanistas de Mesoamérica se incrementó grandemente. Aquí nos fijaremos en algunos.

Uno es Manuel Orozco y Berra, quien en el siglo XIX hizo grandes aportaciones, tanto en el campo de la lingüística mesoamericana como en los de la historia y la geografía. Sus obras, después de siglo y medio de publicadas, mantienen interés permanente.

Francisco del Paso y Troncoso (1842-1916), nacido en Veracruz, desde muy joven se sintió atraído por la lengua y la cultura del México prehispánico. Gracias a él los estudiosos mexicanos hemos tenido acceso a fuentes de primera mano. Incansable, las recopiló durante una larga estancia en varios países europeos. Por su trabajo, que ha iluminado aspectos de la antigua cultura, su persona merece ser incluida entre estos humanistas.

Otro humanista que vivió buena parte del siglo XX es Manuel Gamio (1873-1960). Fue él arqueólogo, etnólogo, historiador y antropólogo en el sentido más amplio de la palabra. A él debemos trabajos tan célebres como La población del Valle de Teotihuacan y su actuación al frente del Instituto Indigenista Interamericano.

Ángel María Garibay (1892-1967), hombre conocedor de las lenguas clásicas: griego, latín y hebreo, se adentró también en el estudio del otomí y el náhuatl. A la literatura producida en esta última lengua dedicó gran atención. Entre sus varios libros sobresale su Historia de la literatura náhuatl en dos grandes volúmenes. Con ella se abrió una gran puerta para ingresar al conocimiento de este legado de cultura.

A esta pléyade de varones podría añadirse otro buen número de nombres. En este libro daré entrada a un paradójico y controvertido José Vasconcelos. Apoyó él la obra pictórica de contenido indigenista de Diego Rivera. Soñó con la raza cósmica y vio en los indígenas un estorbo. Entra aquí porque, a pesar de sí mismo, propició la pintura mural de tema indígena. Y la obra que apoyó con miles de efigies de indígenas quedó para siempre en la conciencia de México. A él, así como a Manuel Gamio, a Ángel María Garibay, a Alfonso Caso, a Alfonso Villa Rojas, a Rosario Castellanos y a Beatriz de la Fuente los traté personalmente, y de ello ofrezco recuerdos por testimonios.

Alfonso Caso (1896-1970), a partir de sus estudios de derecho y filosofía, se sintió más tarde atraído por conocer el significado de las inscripciones en las estelas prehispánicas de la zona arqueológica de Monte Albán, Oaxaca. Investigó con gran acuciosidad en esa y otras zonas arqueológicas. Descifró el contenido de varios códices tanto mixtecos como del Altiplano central de México.

Su actividad fue más allá. Participó en la creación del Instituto Nacional de Antropología e Historia y fundó el Instituto Nacional Indigenista. Desde ahí irradió varias formas de acción en favor de los pueblos indígenas contemporáneos. A él se debe la organización de los Centros Coordinadores Indigenistas desde los cuales se atendían aspectos comunitarios de educación, atención hospitalaria, comunicaciones y otros. Fue un hombre de pensamiento y acción.

Colaborador durante varios años de Alfonso Caso, Alfonso Villa Rojas (1906-1998) se distinguió como etnólogo e indigenista. De origen maya y profesión inicial de maestro normalista, gracias al apoyo que le ofrecieron algunos antropólogos estadunidenses estudió en la Universidad de Chicago y trabajó luego investigando sobre la cultura de varios grupos, entre ellos los mayas de Quintana Roo, los tzeltales, tzotziles y lacandones de Chiapas, así como los mazatecos de Oaxaca. Publicó obras tanto en español como en inglés. Además de trabajar en el Instituto Nacional Indigenista laboró en el Indigenista Interamericano y en la UNAM. En él reconocemos a un auténtico humanista de Mesoamérica.

Debo mencionar aquí (si bien no ahondaré en su vida) a una mujer de excelsa espiritualidad, sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695), considerada la Décima Musa. Fue ella autora de una poesía que sigue causando asombro, entre la que incluyó algunas composiciones en náhuatl. Al lado de los varones antes mencionados, es ella presencia imborrable de un humanismo al que cautivó Mesoamérica, del que derivó en gran parte su inspiración.

Otro buen número de mujeres deberían incluirse entre quienes dedicaron sus vidas a conocer y dar a conocer aspectos de las culturas que florecieron en Mesoamérica. Aquí al menos recordaré a dos mesoamericanistas insignes del género femenino: Rosario Castellanos (1925-1974) y Beatriz de la Fuente (1929-2005). Ambas dedicaron gran parte de su existencia a tareas que las hacen acreedoras de recordación y valoración por sus grandes méritos.

Rosario Castellanos, de estirpe chiapaneca, además de haber escrito novelas de tema indígena, trabajó en Chiapas al lado de tzotziles y tzeltales. Una muestra de su actividad la ofrece el Teatro Petul, acercamiento cultural que cautivó a miles de indígenas. Embajadora de México en Israel, ahí murió dejándonos contribuciones perdurables en relación con los pueblos originarios.

Por su parte Beatriz de la Fuente, en tiempos más recientes, se concentró en el arte mesoamericano. Entre sus obras, sacadas a la luz por la UNAM, sobresalen sus estudios sobre la escultura olmeca y huasteca así como, sobre todo, su magno proyecto en torno a la pintura mural prehispánica. Publicó, junto con el equipo de investigadores que organizó, varios volúmenes sobre pintura teotihuacana, así como de Monte Albán en Oaxaca, de Cacaxtla en Tlaxcala y otras. Y cabe añadir que su magno proyecto continúa, guiado por una discípula suya, María Teresa Uriarte, también de la UNAM.

Añadiré sólo que las figuras y las obras de quienes evoco en este libro han sido en distintos modos motivo de admiración y modelo para mi propia verdad. Experimento profunda admiración por tan extraordinarios humanistas. Sus vidas, pensamiento y obras son, como dice un texto en náhuatl, “luz de gruesa antorcha que no ahúma”. Evocarlos es acercarlos a las nuevas generaciones que podrán enriquecerse culturalmente con sus aportaciones. Bien puede decirse que con su saber se fortalece nuestro existir en la tierra.

MIGUEL LEÓN-PORTILLA
Investigador emérito de la UNAM
y miembro de El Colegio Nacional

Nezahualcóyotl aparece aquí ataviado de militar durante la guerra contra Azcapotzalco (Códice Ixtlilxóchitl).