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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2005 Vicki Lewis Thompson

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Hablemos de sexo, n.º 61 - septiembre 2018

Título original: Talking About Sex...

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-9188-896-3

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

1

 

 

 

 

 

Jess Harkins estaba mayor para citas a ciegas. Pero lo había olvidado en un momento de locura y ahora se encontraba atrapado con la mujer que ocupaba el asiento del copiloto de su Jaguar. Suzanne Dougherty, amiga de un amigo, a la que habían descrito como «muy divertida y justo tu tipo», pero no había resultado ser así.

Durante la carísima cena en Anthony’s, habían hecho un verdadero esfuerzo por entablar conversación y ahora se dirigían a un club a bailar porque sería un insulto llevarla a casa un viernes a las nueve de la noche. Dios. ¿Por qué habría hecho caso a su amigo?

Gabe debería haberse dado cuenta de que era una locura emparejarlo con alguien como Suzanne. Después de ser su capataz de obra durante cinco años y de haber pasado juntos varios domingos caminando por sus montañas preferidas, Gabe debería haber sabido qué tipo de mujeres le gustaban a Jess. Quizá a su amigo no se le dieran bien esas cosas, o quizá ella le había insistido para que concertara aquella cita a ciegas. En cualquier caso, lo único que estaba claro era que aquello no estaba funcionando.

En ese momento, Suzanne puso la mano sobre la radio del coche.

—Voy a poner un poco de música.

—Buena idea —así llenaría aquel incómodo silencio.

En cuanto Suzanne apretó el botón, recordó la emisora en la que había dejado el dial… y recordó también lo que empezaba después de las noticias de las nueve todas las noches de lunes a viernes.

—¡Hola! Os habla Katie desde la KRZE y desde la ciudad de Tucson, donde abunda ese maravilloso símbolo fálico que es el cactus saguaro gigante. Hoy es viernes siete de octubre y esto es Hablemos de sexo.

La risa nerviosa de Suzanne retumbó en el interior del coche.

—Vaya, no me había dado cuenta de que eran las nueve.

—Mejor ponemos un poco de música —sugirió Jess, llevando la mano a la radio rápidamente.

—No, déjalo —le pidió ella—. Me gusta ese programa y hace tiempo que no lo escucho.

A Jess también le gustaba y se había acostumbrado a escucharlo todos los días, se encontrara en su casa de la colina o en el coche. La voz atrevida de la locutora lo adentraba en el mundo de los recuerdos y lo cierto era que el tema del que hablaba le interesaba bastante.

Incluso había pensado en pasar algún día por la emisora e invitarla a salir por los viejos tiempos. No lo apartaba mucho de su camino ahora que estaba construyendo un rascacielos al lado de los estudios de la KRZE, que se encontraban en una pintoresca casa de adobe de los años cuarenta. Se le había ocurrido que podría dejarle una nota. Seguramente le sorprendería recibir noticias suyas después de tanto tiempo. Por supuesto cabía la posibilidad de que estuviera saliendo con alguien, pero merecía la pena intentarlo.

Pero entonces, antes de que él pudiera poner en práctica el plan de dejarle una nota haciendo alguna referencia al pasado, ella había empezado a lanzar ataques contra su proyecto. Llevaba haciéndolo un par de semanas, incitando a los integrantes de Preservemos Nuestras Raíces, que frenaban la construcción con piquetes y con los que Jess seguía negociando. El proyecto había levantado protestas desde el comienzo, pero las del PNR eran las más sonoras. Sin embargo, después de que el ayuntamiento se decidiera en favor de la construcción, las voces de protesta habían ido desapareciendo. Todas excepto la de Katie.

Bueno, quizá la construcción estuviera ocasionando algunos problemas de tráfico para los trabajadores de la KRZE, pero pronto dejaría de importar porque la emisora iba a cambiar de sede de todos modos. La promotora Livingston Development estaba ya en negociaciones con los propietarios de la emisora para comprar el terreno.

Las razones eran muy sencillas: la KRZE se encontraba en un terreno al que se podía sacar muchos más beneficios. El resto de las casas de la manzana ya habían sido vendidas, e incluso se habían aprobado los planos de un centro comercial de varios pisos y un aparcamiento. Jess esperaba hacerse también con ese proyecto, pues sería el más importante en el que habría trabajado. Cuando hubiera terminado, Construcciones Harkins sería la empresa de moda en Tucson. Jess deseaba esa seguridad laboral.

Además, lo estaba pasando en grande. Los nuevos edificios redundarían en más trabajos en el centro de la ciudad y añadirían un toque interesante al horizonte. No serían la «monstruosidad sin remedio», que era como los había descrito Katie el miércoles por la noche, ni tampoco «un testimonio de la ambición y el exceso de los hombres», que era la frase que había utilizado la noche anterior. Serían bonitos. Impresionantes. Dignos de Construcciones Harkins.

Debería haber dejado de escucharla la primera vez que había arremetido contra él, pero tenía la perversa necesidad de enterarse de lo que despotricaba en cada momento. No obstante, la idea de que lo insultara delante de Suzanne no le hacía ninguna gracia. Pero ya no podía hacer nada al respecto; si insistiera en cambiar de emisora, parecería ofendido.

—En este programa, todo es sexo todo el tiempo —continuó diciendo Katie—. Y aquí tenéis un consejo del Kamasutra. ¿Cansadas de la misma postura aburrida de siempre con la mujer encima? Chicas, probad esto: poneos en cuclillas sobre vuestro chico, ajustaos bien a él, cerrad las piernas y moveos primero muy despacio para después ir subiendo el ritmo. Decidme qué tal os va.

Jess tuvo que toser para disimular un gemido de turbación. Suzanne llevaba la noche entera lanzándole señales sexuales, así que aquello no haría más que provocarla aún más.

—Una idea de lo más interesante —murmuró Suzanne—. ¿Alguna vez lo has probado con alguna mujer?

—No exactamente.

—Pues a mí me parece que debe de ser muy…

—Incómodo —interrumpió Jess—. Debe de ser muy incómodo.

—Oye, no era eso lo que iba a decir. Creo que…

—Esta noche, vamos a recibir a la doctora Janice Astorbrooke —la voz de Katie impidió que Suzanne terminara de decir lo que iba a decir. La doctora Astorbrooke es la autora de Embestida hacia el cielo: simbolismo sexual en la arquitectura.

Jess apretó los dientes con fuerza mientras pisaba el acelerador hasta el fondo para pasar un semáforo en ámbar. Por si el consejo del Kamasutra no hubiera sido suficiente, ahora tendría que escuchar cómo explicaban el simbolismo fálico de los rascacielos. Katie debía de haber pasado horas buscando en Internet hasta dar con aquella chiflada.

—Vayamos directas al grano, doctora Astorbrooke. Al venir hacia aquí, sin duda se habrá fijado en lo que está ocurriendo junto a nuestro pequeño y encantador estudio. Un agujero de ese tamaño sólo puede ser para un rascacielos. De cuarenta pisos, para ser exactos.

La doctora Astorbrooke tenía una voz grave, como de fumadora empedernida.

—Katie, mientras permitamos que los hombres construyan edificios, seguiremos viendo edificaciones como ésa, e incluso más altas. Cuarenta pisos podrían parecernos modestos.

—Bueno, estamos en Tucson, no en Manhattan —le recordó Katie.

—Me he fijado en que tenéis pocos edificios altos, pero hay algunos, y la motivación es la misma, sean del tamaño que sean.

Jess se preparó para escuchar algo que sin duda no iba a gustarle.

—¿Y cuál es esa motivación, doctora Astorbrooke? —Katie parecía dulce. Y peligrosa.

—Compensar algún tipo de deficiencia sexual.

—¡Cuidado! —gritó Suzanne de pronto.

Jess apretó el freno justo a tiempo para evitar chocar con el coche de delante.

—Lo siento —la disculpa salió de su boca de manera automática mientras su cerebro seguía intentando asimilar lo que acababa de escuchar. ¿Deficiencias sexuales? Tonterías. Estaba ganando mucho dinero por construir un estupendo complejo de oficinas. Desde luego no estaba tratando de compensar absolutamente nada.

—Es fascinante —dijo Katie—. Entonces es algo parecido a lo que ocurre con los coches deportivos.

Era imposible que Katie supiera que él tenía un Jaguar.

—Parecido, pero aún más revelador, Katie.

Suzanne volvió a echarse a reír, un sonido que le taladró el oído.

—Acabo de darme cuenta. Están hablando de tu rascacielos, ¿verdad?

—Mi compañía es la responsable de la construcción, pero no fui yo el que lo diseñó —«muy bien, tipo listo, échale la culpa al arquitecto»—. Aunque me gusta el diseño —se obligó a sí mismo a añadir.

Mientras la doctora Astorbrooke daba más y más detalles sobre su teoría, Jess notó que Suzanne no dejaba de mirarle la entrepierna. Dios.

Por fin Katie hizo un descanso para la publicidad. Jess nunca se había alegrado tanto de oír un anuncio de neumáticos.

—Has construido varios rascacielos en la ciudad, ¿verdad? —el tono de voz de Suzanne no dejaba lugar a dudas de cuáles eran sus intenciones.

—Son nuestra especialidad —sí, le gustaba hacer rascacielos, pero eso no tenía nada que ver con su sexualidad. Le gustaba el sexo y era un buen amante. El sexo era una cosa y el trabajo otra completamente distinta.

—¿Y por qué te especializaste en eso?

—Porque construir un edificio de tantas plantas supone todo un desafío, y eso me gusta —no pensaba hablarle de su fascinación por las vigas de acero o de cuánto le gustaba levantar enormes torres de juguete cuando era niño. Si tuviera que explicar por qué le gustaba trabajar en rascacielos, tendría que admitir que disfrutaba del poder y el prestigio que llevaban consigo ese tipo de construcciones. Dos cosas de las que no había disfrutado como hijo de la cajera de un supermercado y de un padre que había desaparecido, siempre tratando de escapar de la justicia.

—¿Y qué te parece la teoría de esa doctora?

—Una tontería —se detuvo en un semáforo. Podría haberlo pasado en ámbar, pero quería demostrar que estaba totalmente tranquilo y que la conversación no le afectaba en lo más mínimo.

—Claro que lo es —convino ella. En su voz había un matiz diferente; un toque muy sexual—. Es evidente que eres un tipo muy viril.

«Maldita sea». Ahora le pediría que se lo demostrara. Se volvió a mirarla y, efectivamente, parecía más que dispuesta a dejarse seducir. Pero Jess no tenía la menor intención de hacerlo.

Volvió a ponerse en movimiento mientras de sus labios salía un resoplido. Giró a la derecha hacia la calle que volvería a llevarlos en dirección al apartamento de Suzanne.

—Suzanne, eres una mujer estupenda, pero…

—Ésa sí que es una frase típica.

Se sintió culpable inmediatamente. Lo cierto era que lo había oído en la tele y la había guardado en su memoria para cuando la necesitara. Parecía que sólo funcionaba en la ficción.

—Tienes razón —se detuvo en otro semáforo mientras buscaba algo mejor que decirle.

—Me estás llevando a casa, ¿no es cierto?

Jess suspiró.

—Es que no creo que tú y yo estemos hechos el uno para el otro —otra frase típica. No se le daba bien rechazar a nadie. Lo cierto era que no le gustaba herir los sentimientos de una mujer.

—Estabas perfectamente hasta que surgió el tema del sexo.

No había estado perfectamente, en realidad había estado fingiendo que se divertía, pero parecía que ella no se había dado cuenta. Desde luego no quería empeorar las cosas diciéndole la verdad.

—Quizá la doctora Astorbrooke tuviera razón —le espetó ella.

Tendría que aceptar la ofensa, pues la otra opción era decirle algo que le haría más daño. Al fin y al cabo, ella no tenía la culpa de que no hubieran encajado.

—Puede ser.

—Entonces será mejor que me lleves a casa. No estoy disponible para alguien con ese tipo de deficiencias.

Jess siguió conduciendo con una tremenda sensación de alivio.

—Siento que no haya funcionado.

—Deberías pedir ayuda.

—Sí, puede que lo haga.

Se las arregló para pasar en verde casi todos los semáforos, con lo que un abrir y cerrar de ojos se encontraron frente al apartamento de Suzanne. Se despidió de ella con un apretón de manos y volvió al coche.

En cierto modo, Katie le había hecho un favor aquella noche, pero no iba a agradecérselo. Había decidido atacarlo y él iba a poner fin a dichos ataques.

Preparado para la batalla, se dirigió a la KRZE.

 

 

Durante la publicidad, Katie Peterson acompañó a la doctora Janice Astorbrooke hasta la puerta del estudio. Después, regresó para recoger sus cosas y dejar paso a Jared Williams, que debía comenzar su programa, Locos del deporte, a las diez en punto. Reunió todas sus anotaciones con el rostro resplandeciente de satisfacción.

Los muros de aquella casa de adobe que tanto quería parecían a punto de venirse abajo durante el día, pero ahora ella estaba llena de fuerza. Se sentía como una guerrera defendiendo su territorio. Aquél era su hogar aunque no fuera la propietaria.

Había sabido comprender por qué su abuelo la había vendido, desolado tras la muerte de su abuela, que había muerto cundo Katie estaba en el instituto. También había comprendido los motivos que habían tenido sus padres para no querer quedarse con ella, aunque perder a su abuela y su hogar en el mismo año había sido un duro golpe. Se había sentido impotente de no poder hacer nada ante tan importantes cambios. Al enterarse de la construcción de aquel ambicioso proyecto urbanístico que pondría en peligro la casa, había prometido hacer todo lo que estuviera en su mano para salvarla.

La doctora Astorbrooke había sido todo un hallazgo para su campaña. A juzgar por el número de llamadas recibidas durante la segunda mitad del programa, el tema había provocado una gran controversia, que era precisamente lo que Katie pretendía. Aumentar la audiencia mientras atacaba a Construcciones Harkins era la manera perfecta de acabar la jornada.

A las diez en punto, Jared entró en el estudio. Era un hombre alto, más bien larguirucho y con gafas que amaba a su mujer, Ruth, y las estadísticas deportivas, en ese orden.

Katie se puso en pie y tapó el micrófono antes de decirle:

—¿Has oído algo de mi programa?

—Todo —respondió Jared con sonrisa malévola—. Y, para que conste, yo no tengo la menor necesidad de construir rascacielos.

Katie se echó a reír.

—Nunca había pensado que la tuvieras. Ruth parece una mujer muy satisfecha.

—Le ha encantado tu programa de hoy. La he dejado escuchándolo cuando he salido de casa.

—Dale las gracias de mi parte. Todos los oyentes cuentan.

—Claro —asintió Jared al tiempo que se ponía los cascos—. Que tengas buen fin de semana.

—Gracias.

Nada más salir del cubículo de grabación, Ava Dinsmore, una de las becarias de la emisora, la felicitó por el programa. Los becarios desempeñaban un papel crucial en la KRZE debido a los apretados presupuestos. Ava tenía multitud de piercings y por su pelo habían pasado prácticamente todos los colores del arco iris. Además de hacer de recadera para todo el mundo, se encargaba de la centralita de llamadas.

—Has tenido muchas llamadas —le dijo Ava.

—Sí. ¡Ha habido una respuesta magnífica! Hasta hemos tenido que pedir a algunos oyentes que se calmaran un poco. Ha sido genial.

—También has tenido un par de llamadas personales —dijo la becaria, señalando unas notas de papel.

Katie ni siquiera hizo amago de agarrar los papeles; Ava disfrutaba haciendo cosas como leerle los mensajes en voz alta en lugar de dárselos. Y Katie admiraba su habilidad para hablar con total claridad teniendo la lengua perforada por un pendiente.

—Llamó Edgecomb. A los propietarios no les ha gustado nada el programa. Temen que pueda arruinar las negociaciones con Livingston Development.

—¡Estupendo! Así Livingston construirá su maravilloso aparcamiento en otro sitio.

—Sí, como por ejemplo en el solar que hay al otro lado, y dejarán a la emisora atrapada en medio. De cualquier modo, no habrá manera de poder emitir.

—¡Por eso tenemos que detener toda la construcción! Aún no pienso aceptar la derrota.

—Pues eso es lo que quiere Edgecomb que hagas, que aceptes la derrota y vuelvas a los temas de siempre: juguetes eróticos, ideas para las caricias preliminares, cosas así.

—Anoche hablé de dos películas para adultos y entrevisté a una bailarina de topless.

—Lo sé —asintió Ava sin que se le moviera ni un mechón de pelo—. Pero entre una cosa y otra, lanzaste algunas puñaladas contra la construcción. Y hoy todo el programa ha girado en torno a eso. Edgecomb quiere que lo dejes.

—Ya veremos —el lunes por la noche, Katie esperaba un invitado que hablaría de las connotaciones sexuales de cosas como los tornillos y las tuercas, lo cual le daría pie para hacer algunos comentarios sobre la construcción. Estaba deseando que llegara ese programa.

—Según dijo Edgecomb, puedes luchar contra la construcción todo lo que quieras… pero en tu tiempo —continuó diciéndole Ava con una sonrisa en los labios—. Aunque debo reconocer que jamás habría imaginado que pudieras encontrar la manera de relacionar el sexo con la construcción.

—Internet se ha convertido en mi mejor amigo —lo cierto era que no le había resultado tan difícil relacionar dichas cosas, puesto que, para ella, Jess Harkins y el sexo siempre estarían unidos. Pero prefería morir antes que admitir ante nadie que tenía algo personal contra el responsable del proyecto.

—Me encantaría poder ver la cara de ese constructor cuando se entere de lo del programa de hoy. ¿Te imaginas cómo se sentirá un aguerrido tipo de la construcción cuando sepa que lo han estado llamando «flojeras» en antena? Tienes suerte de que tu número no aparezca en la guía.

—Yo no lo he llamado flojeras —dijo Katie sonriendo por dentro—. Era la teoría de la doctora Astorbrooke, no la mía —aunque no sentía ninguna lástima por Jess, se lo tenía bien merecido.

—Sí, ya he visto cómo te has protegido. Bueno, ¿vas a cejar en tu campaña de difamación?

«Ni hablar».

—Hablaré con Edgecomb —respondió, mirando el reloj de la pared—. ¿Qué más mensajes había?

—Uno era de Cheryl, que dice —anunció Ava antes de bajar la mirada para leer—: «Dales duro, Katie. Nos vemos mañana frente a unos margaritas. A las seis donde siempre» —volvió a mirarla—. Ha dicho muchas más cosas, pero ése es el resumen.

—Muy bien. Gracias.

—¿Puedo ir con vosotras?

—Claro —Katie intuía que Ava se había aburrido de los vagos de sus amigos y quería encontrar gente nueva con la que salir. Katie y su mejor amiga Cheryl, abogada de éxito, serían perfectas para ella en esos momentos.

—¡Estupendo! Gracias.

—Será divertido. ¿Algún mensaje más?

—Ah, sí. Tu madre quiere saber por qué atacas al pobre Harkins.

Katie se quedó sin habla unos segundos. Parecía que Ava había dejado aquel mensaje para el final a propósito. Cuando se trataba de encontrar trapos sucios, era como un perro sabueso.

Cheryl jamás dejaría un mensaje tan incriminatorio como ése, pero su madre… bueno, a ella siempre le había encantado Jess y se había enfadado mucho cuando Katie había roto con él. Quizá incluso quisiera que la gente de la emisora se enterara de que habían sido novios.

—Supongo que se refiere al tipo que dirige Construcciones Harkins —dijo Ava con malicia.

—Eh… sí.

—¿Tu madre lo conoce?

Katie trató de pensar con rapidez. Habría preferido que nadie de la emisora se enterara de su relación con Jess, pero gracias a su madre, Ava ya sospechaba que había algo oculto. Si no le decía la verdad, la becaria empezaría a imaginar cosas y podría ser peor.

Así que se acercó a ella y habló en voz baja:

—Escucha, esto no puede salir de aquí.

—Puedes confiar en mí —aseguró con los ojos brillantes.

—Lo digo en serio. Si esto se sabe, podría tener problemas.

—No se sabrá.

—Está bien —sólo esperaba que el deseo de que la invitara más veces a salir con Cheryl y ella fuera lo bastante fuerte para cumplir con su promesa—. Salí con Jess Harkins en el último año de instituto.

Ava parpadeó varias veces.

—No puede ser. Vaya, supongo que lo vuestro no funcionó, ¿no?

—No.

—¿Y estás tratando de vengarte o algo así?

—No —no dejaba de decirse a sí misma que no hacía aquello por venganza sino por justicia. Sólo trataba de proteger lo que era suyo legítimamente—. No es más que una coincidencia.

—Pero dijiste que con ese rascacielos trataba de compensar algún tipo de deficiencia sexual. Parece que tienes algún interés personal.

—Te recuerdo que no fui yo la que lo dijo. La doctora Astorbrooke…

—Sí, lo sé. Pero sí que fuiste tú la que la invitó al programa. ¿Tan malo era en la cama?

—Ava, no pienso contestar a esa pregunta —Katie acababa de darse cuenta de que, al tratar de evitar los comentarios, quizá lo había empeorado todo.

—Entonces supongo que tampoco vas a decirme por qué rompisteis.

—No. Lo siento.

—Lástima. Supongo que tu madre tampoco lo sabe; si lo supiera, no lo habría llamado «el pobre Harkins».

De eso no estaba tan segura. La mayoría de las madres, incluyendo la suya, habrían estado encantadas con la decisión que Jess había tomado la noche del baile de graduación. Sin embargo a Katie le había dolido enormemente.

Había llegado a creer que lo había superado, pero entonces había aparecido el cartel de Construcciones Harkins junto a la emisora. Los planes de la constructora de derribar toda la manzana, que incluía también los terrenos de la antigua casa de su abuela, ya eran lo bastante malos, pero que Jess formara parte de dichos planes era una tortura añadida. Durante su adolescencia, había creído que conseguiría convertirse en locutora, como lo había sido su abuelo, y quedarse en Tucson, donde vivían todos sus amigos y donde perdería la virginidad con Jess la noche del baile de graduación.

Pero Jess, su primer amor, el muchacho al que creía tan enamorado de ella como lo había estado su abuelo de su abuela, no había querido ayudarla. Una vez más, Katie había tenido esa frustrante sensación de que las cosas importantes de su vida no dependían de ella. No quería volver a sentirse tan vulnerable jamás.

—Comprendo por qué no quieres que nadie sepa que fue tu novio —le dijo Ava—. No te preocupes, no se lo diré a nadie.

—No sabes cuánto te lo agradezco.

—No hay problema.

—Gracias —no tenía otra alternativa que confiar en Ava. Al menos no había seguido indagando en su historia sexual con Jess… o más bien su falta de historia sexual—. Bueno, me voy. Te veo mañana a las seis en Jose’s. Sabes dónde está, ¿verdad?

—Claro.

—Podríamos sentarnos en la terraza.

—Iré temprano y conseguiré una mesa —Ava parecía emocionada con la idea, así que quizá se olvidara de su sed de cotilleos.

—Buena idea —Katie se dirigió hacia la puerta, una antigüedad tallada en México que su abuelo había transportado desde Nogales en su camioneta para regalársela a su abuela. Siempre había hecho cosas así para demostrar cuánto la amaba. Y ella había hecho lo mismo: le hacía sus postres preferidos o le buscaba antiguos discos para aumentar su colección. Lo suyo había sido muy especial.

Antes de que Katie tuviera tiempo de poner la mano en el picaporte, se giró solo. Y sintió un premonitorio escalofrío cuando vio que la puerta comenzaba a abrirse. Un segundo más tarde, tenía la mirada clavada en unos furiosos ojos marrones que reconoció de inmediato. El corazón se le aceleró del mismo modo que lo había hecho tantas veces en el instituto.

Jess Harkins había escuchado el programa de esa noche.