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ÍNDICE

PRESENTACIÓN, por JAIME LABASTIDA

PRÓLOGO

AGRADECIMIENTOS

1. ¡ESTÁN MATANDO A LOS ESTUDIANTES!

EL PAÍS DEL NUNCA JAMÁS; UNA MAREA QUE CRECÍA; “NO ENCONTRAMOS A CUTBERTO”

2. NUNCA PENSÉ QUE FUERA A SER ASÍ

UN CARRO LLENO DE VOLANTES; HOYOS FUNKY, PATAS DE ELEFANTE Y CAMISAS DE TERLENKA; AÑOS DESPUÉS

3. EL PRESO NÚMERO 535

EL NIETO DEL AHUIZOTE; 2 DE OCTUBRE DE 1968; “CONSÍGUEME UN PEDAZO DE PAPEL”; “AQUÍ ESTAMOS”; VIAJE A NICARAGUA

4. ¡TIENEN ORDEN DE TIRAR A MATAR!

EL ADENTRO Y EL AFUERA; LA TARDE Y LA NOCHE ACIAGAS; LA BÚSQUEDA; EL SÍMBOLO SANGRANTE; LO QUE SIGUIÓ

5. NOS IBAN A ESCONDER EN UN PUEBLITO DE OAXACA

PREGUNTAS SIN RESPUESTAS; BALAS EN NUESTRO PATIO; HEMORRAGIAS TERRIBLES

6. DORMÍAMOS ESCONDIDOS DEBAJO DE LA CAMA

UN MIEDO QUE ENFRIABA LOS HUESOS; EL ESCUADRÓN DE LA MUERTE; “SALÍ DE MI GUARIDA”

7. “UNA PALOMITA BLANCA Y LIGERA”

UN RUIDO ATRONADOR; UN RADIO MEDIANITO Y ROJO

historia inmediata

LA NOCHE INTERMINABLE

Tlatelolco 2/10/68

por

GRECO HERNÁNDEZ RAMÍREZ

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siglo xxi editores, méxico
CERRO DEL AGUA 248, ROMERO DE TERREROS, 04310 MÉXICO, DF
www.sigloxxieditores.com.mx

siglo xxi editores, argentina
GUATEMALA 4824, C1425BUP, BUENOS AIRES, ARGENTINA
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anthropos editorial
LEPANT 241-243, 08013 BARCELONA, ESPAÑA
www.anthropos-editorial.com

F1235
H47

2018 Hernández Ramírez, Greco

La noche interminable : Tlatelolco 2/10/68 / Greco Hernández Ramírez. —

Cd. de México: Siglo Veintiuno Editores, 2018.

1 recurso digital – (Historia inmediata)

e-ISBN: 978-607-03-0922-9

1. Masacre de Tlatelolco, Ciudad de México, 1968

2. Movimientos estudiantiles – México – Historia – Siglo XX

3. Manifestaciones estudiantiles – México – Tlatelolco

4. México – Política y gobierno – 1946-1970. I. t. II. ser

primera edición, 2018

© siglo xxi editores, s.a. de c.v.

e-ISBN: 978-607-03-0922-9

derechos reservados conforme a la ley

PRESENTACIÓN

El 2 de octubre de 1968 es la culminación de una serie de actos represivos en contra de la cultura realizados por el gobierno de Díaz Ordaz.

Repasemos brevemente los hechos (hechos que nadie debe ignorar):

En 1965, intromisión en la Universidad Nacional Autónoma de México para obligar a renunciar al rector Ignacio Chávez. En el mismo año de 1965 ataque despiadado contra Arnaldo Orfila Reynal, director del Fondo de Cultura Económica para lograr su destitución.

En 1966 invasión armada del ejército en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo; la acción fue dirigida por el general José Hernández Toledo.

En 1967 ocupación de la Universidad Autónoma de Sonora por el ejército; acción que también dirigió el general Hernández Toledo.

Estos hechos culminaron en la noche interminable del 2 de octubre de 1968. El libro de Greco Hernández Ramírez recrea todo el ambiente íntimo de su propia familia. La narración, hecha con un tono lleno de viveza, nos muestra cómo una familia humilde pudo involucrarse en los acontecimientos y de qué manera vivió esa tragedia. Es un testimonio insustituible, realizado con pasión e inteligencia.

JAIME LABASTIDA

Dedico este testimonio a mi hermano Cutberto,

a mi madre y a mi padre, quienes creyeron

en la construcción de un mejor país y por ello,

junto con otras miles de personas,

forjaron con auténtica pasión aquel movimiento.

También se lo dedico a todas las personas

que murieron el 2 de octubre de 1968.

PRÓLOGO

Corría el año 1999 y vivía yo en Alemania. Amanecía un 2 de octubre y al despertar, recordé que ese día se celebraba un aniversario más del movimiento estudiantil y social que originaría una fecha crucial en la historia moderna de México, quizá la más emblemática de todas en cuanto a lucha social se refiere: el 2 de octubre de 1968. Ese día, después de una maraña de meses convulsos, el pueblo sufrió uno de los mayores agravios que registra la historia contemporánea por parte del Estado mexicano. Aquella histórica tarde, mi hermano mayor asistió al mitin convocado por el Consejo Nacional de Huelga en la Plaza de Tlatelolco y sobrevivió a la masacre allí perpetrada por el gobierno.

Año tras año, cuando llegaba esta fecha, me venía una sensación que luego se iba otra vez; una chispita de lumbre provocada por algunos recuerdos que al cabo de un rato se desvanecía pero que, al año siguiente, obsesiva y recurrente, volvía a regresar para luego irse nuevamente. Con el paso de los lustros, mi convencimiento de escribir lo que vivió mi familia aquella noche infausta y los días de esa época ha ido creciendo; como cuando uno se detiene en la orilla del mar y una espuma tibia moja tus pies que, con el caer de la tarde y con el ir y venir de las olas, se torna agua fría que poco a poco crece hasta acabar siendo una ola.

Aquella mañana del 2 de octubre de 1999, de nuevo recordé que durante muchos años, diría que a lo largo de toda mi infancia, había hojeado una y otra vez perplejo las interminables fotografías en blanco y negro de la histórica revista política fundada y dirigida por el periodista Renato Rodríguez Menéndez titulada por qué?, cuyos ejemplares siempre estaban presentes en mi casa. Esa revista de denuncia que, a lo largo de muchos números, mostraba en blanco y negro larguísimas filas de estudiantes detenidos la noche del 2 de octubre de 1968 en la Plaza de Tlatelolco o durante otras protestas a lo ancho de la ciudad; cientos de jóvenes con la mirada aterrorizada y la esperanza atenazada, de pie y con los brazos en la cabeza contra una pared de piedra y muy alta que, después supe, era la iglesia de aquella plaza. Detrás de ellos, soldados apuntándoles con bayonetas o golpeándolos. Otras fotos mostraban en el piso personas sangrando, mutiladas, asesinadas. Y otras más a decenas de estudiantes siendo subidos a las “julias” o “perreras”, como se les llamaba en aquella época a las camionetas policiacas destinadas a las detenciones durante los disturbios callejeros. La tarde y la noche del 2 de octubre de 1968, el Estado mexicano saldría de su cloaca con su faz verdadera para bramar su maldad y descuartizar alevosamente a su prole.

Por muchos años, mi madre me contó que cuando era niña vivía en la colonia Guerrero, a principios de los años treinta y que, por horas y horas, se iba a jugar al jardín de Santiago en Tlatelolco. Me contaba que allí había un enorme y hermoso lago al que gente pobre iba con bolsas llenas de moscos que vaciaban al agua para atraer los cientos de ranas que habitaban en aquel manantial. Era un vital y chispeante ecosistema conformado por cientos de especies, en el que la gente atrapaba las ranas y luego las vendía para obtener algo de dinero. Al paso de los decenios, ese lago se ha evaporado por completo y su existencia pretérita yace ahora enterrada bajo un laberinto de calles grises. En la actualidad es sólo hojarasca y escarcha, mitad viento mitad recuerdo, que el tiempo se ha ido llevando imperceptiblemente para confinarlo en la memoria de sólo unos cuantos. Hoy en día, ya casi nadie lo recuerda. Una tarde de finales de mayo en un cumpleaños de mi madre, descubrí con agrado algunos pasajes sobre este lago en Los bandidos de Río Frio, la excelente novela de Manuel Payno que describe de manera magistral la vida de la Ciudad de México a mediados del siglo XIX.

Años después y ya casada con mi padre, en el año 1947 ambos se mudarían al corazón del barrio de Tepito a tres cuadras de Tlatelolco, primero a un cuartito en la calle Libertad 128 en donde nació mi hermano mayor, Cutberto, y al año siguiente a una vecindad antigua y de gente muy pobre ubicada en la calle Jesús Carranza 30. Ahí vivirían 11 años, y es donde nacerían y pasarían la infancia sus siguientes cinco hijos. A finales de 1960, la familia se mudaría a unas cuadras de ahí, a una casa propia en la calle de Tenochtitlán 84 y también localizada en el centro de este histórico barrio, donde los hermanos menores nacimos y crecimos.

Es por eso que, como familia, viviríamos en primera persona y con gran intensidad aquel año agitado, aquellos días turbulentos, y aquella noche interminable del 2 de octubre de 1968. No sólo por la cercanía de nuestra casa a la Plaza de las Tres Culturas, sino también porque mi padre, mi madre y Cutberto participaron con pasión y vigor en la agitación de aquel movimiento estudiantil y popular que deseaba un México mejor, pero que trágicamente culminó en aquella noche en la que el Estado mexicano babeó irracionalmente su estupidez histórica. La poca preparación escolar de mis padres (ella sólo acabó la primaria y él era completamente analfabeto) no les impidió entender lúcidamente la importancia de aquel movimiento y, con ello, involucrarse de lleno en apoyar su causa. Aquella tarde de otoño, Cutberto protagonizó en el mitin en Tlatelolco justo lo que mostraban las fotos de la revista por qué? leída por mí durante tantos años en mi infancia, ya que fue uno de aquellos jóvenes detenidos y encarcelados esa noche por las fuerzas gubernamentales que reprimieron el mitin.

Decenios después, en una tarde con lluvia mi madre nos contaría a algunos hermanos y a mí su terrible experiencia en esos días de 1968 debido a la aterrada y enloquecida búsqueda de Cutberto en las diferentes morgues, anfiteatros y hospitales de la ciudad. Mi hermano cuate Aníbal y yo teníamos casi tres años de edad, y la única memoria que tenemos de esa época es, justamente, algunas imágenes ya imborrables de lo que pasó en la tarde y la noche del 2 de octubre. Ambos recordamos que caían balas en el patio de nuestra casa, así como el paso de algunos camiones de militares enfrente de nuestro portón; asimismo, recordamos que a los hermanos más pequeños nos metieron debajo de una cama o de una mesa para protegernos. Y que así pasamos muchas noches.

Por todo ello, durante años en mi cabeza ha habitado una idea que con el paso del tiempo ha ido creciendo, como una marea que se agranda con el caer de la tarde. Lo que fue una llamita de fuego ahora es ya un resplandor que enceguece: la necesidad de escribir el testimonio de lo que hace cincuenta años vivimos como familia en aquel año convulso y, en particular, aquella noche otoñal que fue inolvidable, interminable, infinita; porque al llegar el amanecer habían sucedido muchas cosas infaustas, terribles y profundas, tantas que marcaron la historia moderna de nuestro país.

A través de los siete diferentes relatos que componen este testimonio familiar, reconstruyo distintas dimensiones entrelazadas que conformaron aquella intensa experiencia con la perspectiva de una familia humilde y común de un barrio humilde (pero histórico) de esta ciudad en los años sesenta: desde el tenso ambiente político que calaba en las calles y las escuelas, la experiencia de un individuo que vivió en primera persona la masacre perpetrada en el interior de aquella plaza, sus días posteriores como detenido político en una cárcel, y la dura angustia que se vivió en el interior de esta familia como consecuencia de ello, hasta el contexto citadino en donde se cristaliza esta historia (es decir, la moda, el paisaje urbano, la gente, el léxico popular y el espíritu de esa parte de la ciudad hace cincuenta años). El desarrollo y la fusión de estos aspectos alumbran un testimonio muy personal, intimista, y que evoluciona en la distancia corta de una familia. Éste es el espíritu que da vida a este texto, que no quiere ser un alegato político, un análisis social o una explicación académica de aquellos sucesos. Tampoco es escrito por dirigentes del movimiento o por personalidades del Estado. Es un testimonio de lo que vivieron personas humildes, del pueblo, y ésa es su fortaleza. Con el fin de ilustrar mejor lo que pasaba aquellos días, incluyo algunos volantes y caricaturas que circularon en aquella época sobre este tema.

Decenios después, cuando los tres hermanos más chicos de esta familia éramos ya jóvenes, solíamos ir a jugar a la Plaza de Tlatelolco. Luego vendría el terremoto de 1985, del que recuerdo en especial las casas de campaña que el gobierno de la República Checa regaló a los damnificados de Tlatelolco y que harían su campamento en esa misma plaza. Sobre todo, tengo en mi cabeza las imágenes del gigantesco edificio Nuevo León colapsado y en el cual decenas, si no es que cientos de personas murieron. Al año siguiente comencé la carrera en la UNAM, por lo que caminaba diario de Tepito hasta la estación del metro Tlatelolco para ir a la facultad, en Ciudad Universitaria. Después de titularme dejé de ir a Tlatelolco por unos 25 años, pero a principios de 2017 volví a visitarlo y es cuando comienza con fuerza la escritura de este testimonio.

Han pasado ya cinco decenios de los sucesos de 1968 y a mi madre se le vino encima la edad. Aunque nunca perdió la hermosura que habita en sus ojos, ya no nos cuenta nada porque, con el larguísimo paso del tiempo, ha olvidado todo sobre su vida; su memoria, antaño un vital y chispeante lago azul, al paso de los lustros se fue evaporando y acabó por secarse. Ahora, sus recuerdos son sólo escarcha que el viento del tiempo ya ha barrido, por lo que aquellos hechos yacen bajo el laberinto gris de su total olvido. Mi padre, quien también fue protagonista, murió hace lustros sin dejar a nadie siquiera una cajita con algunos recuerdos de sus experiencias. Por su parte, mucha gente que vivió tales sucesos murió aquella tarde y noche y, con el paso de los años, otros que también los vivieron ya se han ido sin habernos legado su testimonio. De hecho, de la gran mayoría de ellos no conocemos su historia porque no la escribieron; igualmente, el larguísimo paso de la vida ha ido desdibujando de la memoria de sus familiares aún vivos aquellos hechos, tal como le pasó a mi madre.

Antes de que comencemos todos a olvidar; antes de que naufraguemos en el tiempo; antes de que nuestros recuerdos también se vuelvan hojarasca y viento y acaben por secarse, escribimos con urgencia esta microhistoria. Otras microhistorias irán emergiendo y juntos seguiremos tejiendo, poco a poco, la narrativa de esa noche, de esos días y de aquellos años. Es por ello que escribimos este testimonio familiar. Y lo escribimos porque muchas de las causas que desembocaron en aquella noche del 2 de octubre de 1968 persisten en su esencia, como una noche infinita, en el México de 2018: pobreza, desigualdad social, injusticia e impunidad, falta de oportunidades, ausencia de un verdadero Estado de Derecho consolidado y democráticamente elegido, corrupción en el gobierno y en muchísimos sectores de la sociedad, así como rapiña, oprobio, agravios y abusos de autoridad por parte de muchos políticos.

Ha caído la tarde y la narración de lo sucedido esos días, 50 años después, nos ha engullido. Éste es nuestro testimonio de aquella noche interminable.

GRECO HERNÁNDEZ R.

CIUDAD DE MÉXICO, 2018

AGRADECIMIENTOS

Agradezco mucho a mi hermano mayor, Cutberto, el haber compartido y escrito conmigo su testimonio, eje principal sobre el que gira este libro. Él debió haber sido coautor pero, por diversas razones personales, no quiso serlo. Por supuesto, para mí es como si lo fuera. Asimismo, agradezco a mis demás hermanos el haber aceptado compartir también sus propias vivencias. He tratado de conservar lo más que pude la fidelidad de cada uno de los relatos. El testimonio de mi madre es reconstruido por lo que ella misma nos contó a algunos de mis hermanos más jóvenes –incluido yo–, a lo largo de la vida. Los testimonios de Nohemí y de Hortensia fueron escritos por ellas mismas. Todas las narraciones en audio se grabaron entre el 14 de marzo y el 29 de julio de 2017, y los testimonios escritos se recopilaron entre los meses de marzo y noviembre de 2017. Nibsen Solís transcribió los audios a texto. Finalmente, agradezco mucho a mis editores Jaime Labastida, José María Castro Mussot, Adolfo Castañón y Luis Galeana su magnífica labor para la difusión del texto. Agradezco especialmente a Jaime Labastida por sus excelentes críticas, correcciones y comentarios al texto para que éste mejorara mucho, así como su entusiasmo para que se publique.

1. ¡ESTÁN MATANDO A LOS ESTUDIANTES!

Siendo un niño de 14 años, allá por 1934, mi padre, Manuel, llegaría a vivir al D.F. proveniente de Teposcolula, un pueblo en la región mixteca de Oaxaca. Con el tiempo, y arrastrado por las circunstancias de su pobreza y falta de escolaridad, junto con (quizá) una pizca de aventura, acabaría vendiendo ropa usada en las calles del barrio de Tepito. En 1947, a los 27 años se casaría con Consuelo, mi madre, quien llevaba bajo el brazo 17 primaveras cuando se fue a vivir con él. A lo largo de los años, llevarían una vida durísima en las calles alborotadas de este cruel y despiadado barrio; por ser mujer, para ella la vida ahí sería desde el inicio aún más difícil. Siendo tan joven, su alma era un crisol en donde se fundían, como por alquimia, días llenos de esperanza, un corazón libre, generoso y rebelde, así como un semblante en la cara colmado de lozanía, como la arena blanca de una isla al amanecer. Al llegar a Tepito, estos ingredientes formarían en ella una amalgama que sería la semilla de su nueva vida, y los hijos que daría a luz pronto empezarían a arribar a la arena blanca de sus playas. El trabajo honrado y el amor a sus hijos siempre serían el motor que movería la rueda de su vida.

A finales de 1959, se construyeron tres enormes mercados en este barrio que dieron albergue a los cientos de ambulantes que llevaban decenios (si no es que siglos) vendiendo dispersos por las calles de esa zona. Hay que recordar que ya en tiempos de los mexicas, Tepito era un barrio marginal donde la gente vivía de la vendimia y del pequeño cultivo de parcelas. Desde 1960 mi familia vivía sobre la calle Tenochtitlán de este sonadísimo e histórico barrio bravo, y mis padres habían comprado varios locales en uno de esos mercados en los que vendían trajes y pantalones de casimir usados.

Al acabar el verano de 1968, vivía yo una época de transición, justo entre la secundaria y el bachillerato. Acababa de terminar la secundaria en una escuela del Instituto Politécnico Nacional de las que en aquella época se llamaban Prevocacionales, o simplemente “Prevos”. De la “Prevo 4”, que estaba ubicada sobre la calle Peralvillo en Tepito, entré a estudiar a la Vocacional 7 del Politécnico en Tlatelolco. Soy Efrén, el tercer hijo de Manuel Hernández y Consuelo Ramírez, y en aquellos infaustos días tenía yo 17 años. Después de haber cursado un año en la “Voca 7” y como resultado de los sucesos del 2 de octubre, ésta sería trasladada primero a El Toreo de Cuatro Caminos y tiempo después al oriente de la ciudad, muy cerca de la cárcel de mujeres de Santa Martha Acatitla.

Me involucré superficialmente en el movimiento estudiantil y popular de 1968. Quizá sería mejor decir que, dada su gran fuerza, el movimiento me arrastró en sus mareas a involucrarme. Sin embargo, aunque participé poco, me daba clara cuenta de los sucesos, de la magnitud de la situación, de la importancia del movimiento y del ambiente enrarecido y peligroso en lo político de aquella época. Las protestas de 1968 tuvieron un profundo impacto en la dimensión social y, en mi caso, además lo tuvieron en el seno de mi familia. Este impacto es lo que quiero describir, ya que lo viví en primera persona. También quiero pintar un retrato breve del ámbito social, geográfico y urbano de este barrio de la Ciudad de México que, aunque sólo algunos de sus habitantes participamos en el movimiento estudiantil, por su cercanía a Tlatelolco sí vivió los sucesos del 2 de octubre en carne propia. Sin embargo, el Tepito que yo aquí describo, el de hace cincuenta años, el tiempo lo ha borrado ya casi por completo. Por eso, para entender el ambiente en el que ocurre la historia que contamos a lo largo de este libro, es que trato de explicar su naturaleza en los años sesenta.

EL PAÍS DEL NUNCA JAMÁS

Tepito es el país del nunca jamás, donde nada es lo que parece ser y la realidad se torna en espejismo; es un lugar en el que la vida sucede en una dimensión enrarecida, enrevesada, y donde la razón habita en una bruma extraña. Laberinto con minotauros salvajes, Tepito es violencia que hiere el espíritu humano; es crisol de personajes sui generis