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Editado por Harlequin Ibérica.

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© 2000 Harlequin Books S.A.

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Corazón robado, n.º 1067 - octubre 2018

Título original: Groom of Fortune

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1307-040-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

No lo quería.

Ni siquiera estaba segura de que le gustara.

Sin embargo, en pocos minutos iba a convertirse en su esposa.

Isabelle Fortune estaba sola en el vestíbulo de la iglesia, con los dedos firmemente cerrados en torno al ramillete de novia, mirando a través de la diminuta ventana de la puerta cómo entraba su prometido por un lateral del santuario y avanzaba hacia el altar. Vestido de esmoquin y con una confiada sonrisa en el rostro, Brad Rowan era la viva imagen del novio ansioso.

Pero Isabelle se sentía como un cordero al que fueran a llevar al matadero.

Con un estremecimiento, apartó la mirada de Brad y la volvió hacia los bancos ya abarrotados de familiares y amigos. Se habían enviado más de mil invitaciones y, al parecer, todo el mundo había podido asistir. Aunque eso no la sorprendía. Cuando los Fortunes organizaban una fiesta, todos los habitantes de Pueblo asistían al acontecimiento, pues sabían que no reparaban en gastos.

Y tampoco se sentirían decepcionados en la recepción que seguiría a la ceremonia. Aparte de todos los preparativos para la suculenta comida que se iba a ofrecer a los invitados, se había instalado en la piscina una nueva fuente de mármol expresamente traída de Italia y los jardines habían sido perfectamente podados y adornados con una increíble variedad de nuevas plantas y flores.

No, los Fortunes no habían reparado en gastos para casar a su única hija.

Isabelle sintió que se le encogía el estómago mientras miraba el interior de la iglesia, iluminada por cientos de velas, un brillante recordatorio del dinero invertido ese día. Se sobresaltó cuando Brad volvió a entrar en su campo de visión. Vio cómo se detenía frente al altar y ocupaba su puesto a la derecha del sacerdote. Sabía que se consideraba mala suerte que la novia viera al novio el día de su boda, pero teniendo en cuenta que aquella ceremonia iba a ser una farsa carente de cualquier emoción ajena al deber, no creía que la suerte, mala o buena, fuera a tener mucho efecto en el éxito de su unión.

El arrepentimiento por haber aceptado precipitadamente casarse con Brad superó en ese instante al temor que sentía. Estaba sacrificando su vida y sus sueños por sus padres, como recompensa por todo lo que habían sufrido y sacrificado por ella a lo largo de los años, y no pudo evitar preguntarse si no estaría cometiendo un error colosal que lamentaría durante el resto de su vida.

Si fuera mínimamente valiente, se iría en ese mismo instante, antes de que empezara la ceremonia. ¿Y por qué no?, pensó, aferrándose a aquella idea. Solo tenía que decirles a sus padres que no podía seguir adelante con aquel matrimonio, que no amaba a Brad, que solo había aceptado su proposición por ellos, para que la familia Fortune pudiera hacer suya la meseta Lightfoot y preservar la cueva utilizada como lugar de retiro espiritual por las tribus de nativos americanos, recuperando así la memoria de su antepasada Natasha Lightfoot, la abuela de Isabelle.

Se lo explicaría todo, pensó, aliviada. Ellos comprenderían.

Pero su alivio duró muy poco. Se mordió el labio inferior mientras recordaba lo encantados que estaban sus padres con aquella boda. ¿Comprenderían de verdad?, se preguntó, insegura. ¿O más bien…?

Se sobresaltó al oír un ruido a sus espaldas; al darse la vuelta vio que la puerta de entrada se estaba abriendo. No quería que la vieran y buscó rápidamente con la mirada un lugar en que esconderse. Sujetó con ambas manos la falda del vestido y se ocultó tras la puerta parcialmente abierta del armario ropero. Conteniendo el aliento, escuchó el eco de unas pisadas en el vestíbulo de mármol.

–¿Llegamos tarde? –preguntó un hombre en voz baja.

–No creo –respondió otro hombre–, aunque la música ya ha empezado a sonar.

–Afortunado hijo de perra… Se va a forrar con esta boda.

Boquiabierta, Isabelle se inclinó un poco más hacia la puerta para tratar de escuchar. La voz del primer hombre le sonaba vagamente familiar, aunque no lograba ponerle un rostro.

El otro hombre rio.

–Como si no tuviera ya un conducto directo a la cuenta de banco de los Fortune.

El primer hombre también rio.

–Es un hijo de perra muy ambicioso.

–Es un genio, y nosotros tenemos la suerte de estar en el asunto.

–Desde luego. Aunque debo admitir que me preocupé cuando Mike empezó a pedir un trozo más grande del pastel.

¿Mike?, repitió Isabel en voz baja, confundida. ¿Mike Dodd? Aunque no había conocido personalmente al capataz que había muerto a principios de año en un accidente en la obra del Hospital Infantil que estaba construyendo su familia, se había sentido tan afectada por lo sucedido como el resto de la familia Fortune. Pero, ¿de qué pastel estaban hablando aquellos hombres? Apoyó el oído contra la puerta con la esperanza de escuchar algo más.

–Brad se ocupó de ello –estaba diciendo el segundo hombre–. Ese tipo se queda tan pancho aunque esté sometido a la máxima presión. Es increíble la sangre fría que tiene.

Isabelle se llevó la mano a la boca para reprimir un gemido. ¿Su prometido estaba implicado en la muerte de Mike Dodd? ¿Pero cómo? ¿Y por qué?

–Eso es fácil cuando lo único que corre por tus venas es hielo.

Anonadada por lo que acababa de escuchar, Isabelle oyó que la puerta del santuario giraba sobre sus goznes. La música del órgano invadió el vestíbulo mientras los recién llegados entraban. Luego todo volvió a quedar en silencio.

Se apoyó débilmente contra la pared sin apartar la mano de su boca.

¡Dios santo! Si lo que acababa de escuchar era cierto, su prometido era responsable de la muerte de Mike Dodd.

Y en unos minutos ella iba a convertirse en la esposa de un asesino.

 

 

Link Templeton miró el reloj del coche y pisó a fondo el acelerador de su todo terreno. Debía llegar a la iglesia antes de que fuera demasiado tarde. Antes de que se celebrara la boda.

El sudor empapaba su frente y se deslizaba irritante entre sus omóplatos.

Sabía intuitivamente que Brad Rowman era culpable de asesinato. Aunque, al margen de los papeles encontrados por la hermana de Mike Dodd, Angélica, que habían llegado a sus manos a través de la abogada de esta y que mostraban indicios de una maniobra de encubrimiento, carecía por completo de pruebas. Pero a lo largo de los años había aprendido a fiarse de sus instintos, y estos casi nunca lo habían defraudado.

Los papeles le habían dado la información suficiente para liberar a Riley Fortune como sospechoso de asesinato y habían reforzado su teoría de que Brad era el responsable de la muerte de Dodd. Pero aún carecía de la evidencia necesaria para encerrar a Rowman y conseguir que lo condenaran en un juicio.

Sin embargo, con o sin evidencia, debía impedir que se celebrara la boda.

¿Pero cómo reaccionaria Isabelle cuando le dijera que el hombre al que amaba era un asesino?

Lo odiaría. Tenía suficiente experiencia comunicando malas noticias en su trabajo como investigador criminal para la ciudad de Pueblo como para saber que el mensajero raramente recibía halagos por parte de la familia y los amigos del acusado. Ya había experimentado la indignación de los Fortune cuando se vio forzado a arrestar al hermano de Isabelle, Riley Fortune, como sospechoso de la muerte de Mike Dodd.

Gruñó mientras avanzaba a toda velocidad por la carretera. No importaba lo que Isabelle Fortune o su familia pensaran de él. Lo importante era el caso. Lo que le producía satisfacción era esposar a un criminal y retirarlo de las calles para que no pudiera hacer más daño. Ese era su trabajo.

Pero no lo era interrumpir una boda de la alta sociedad.

Palmeó con enfado el volante. No podía permitir que Isabelle se casara con Brad Rowan. No sabiendo que era un hombre capaz de asesinar. ¿Y si después de casarse Isabelle descubría alguna información que lo señalara como culpable? ¿Sería capaz de matarla para silenciar su voz, como había hecho con Mike Dodd? Apretó los dedos en torno al volante hasta que los nudillos se le pusieron blancos. No permitiría que Brad le hiciera daño. De ningún modo. Él…

Trató de apartar aquellos pensamientos de su mente, pero no pudo apartar la imagen de Isabelle. Recordó el día en que había ido a casa de Cynthia Fortune y se había encontrado por casualidad con que estaban celebrando una fiesta para celebrar el compromiso de Isabelle. Cuando sus miradas se encontraron fue como si un rayo hubiera caído entre ellos. Él permaneció inmóvil, paralizado por los ojos color violeta de Isabelle, con el pulso latiendo violentamente en sus oídos y cada nervio del cuerpo alerta.

Y estaba seguro de que ella había experimentado el mismo efecto.

Fue la risa de un invitado lo que finalmente le hizo reaccionar. Apartó enseguida la mirada de Isabelle… pero nunca había podido olvidar la expresión de sus ojos. La conciencia. El deseo. Había reconocido ambas cosas porque había vivido con ellas desde aquel día.

Volvió a gruñir. «Está enamorada de otro hombre», se recordó, asqueado. Y aunque no lo estuviera, él era demasiado mayor y estaba demasiado hastiado como para ser la pareja de una mujer como ella.

Vio un destello rojo en el aparcamiento de la iglesia y, de inmediato, un coche deportivo descapotable se cruzó directamente en su camino.

–¡Maldición! –exclamó a la vez que pisaba a fondo el freno y giraba el volante a la derecha para evitar chocar.

Con el corazón latiéndole como un martillo neumático, vio que la mujer que había tras el volante arrancaba un velo de boda de su cabeza, lo alzaba y dejaba que el viento se lo llevara.

¿Isabelle?, se preguntó, a la vez que reconocía el coche y a su conductora. ¿Adónde iba? Se suponía que iba a casarse. ¿Qué diablos había pasado?

Miró hacia la iglesia en busca de una respuesta, pero las puertas estaban cerradas. Y aunque el aparcamiento estaba lleno de coches, no había un alma a la vista. Miró de nuevo el coche que se alejaba y otra vez a la iglesia. «No es asunto tuyo», se dijo. «No tienes ninguna jurisdicción en lo referente a los asuntos personales de Isabelle Fortune».

–Me da lo mismo –murmuró. Apretando la mandíbula, metió primera, pisó el acelerador a fondo y salió a toda velocidad tras el deportivo rojo.

 

 

Isabelle se alejó por la autopista que llevaba al desierto sin otro pensamiento que el de poner la máxima distancia posible entre ella y la iglesia. Condujo durante casi una hora con la mente paralizada y los dedos firmemente sujetos en torno al volante. El viento agitaba violentamente su pelo y golpeaba su rostro, pero ella solo era consciente de la línea blanca que se extendía ante su vista.

Una gota de lluvia golpeó contra el parabrisas. Otra golpeó su mejilla, produciéndole un dolor punzante que le hizo salir de su trance. Miró hacia lo alto y vio que el cielo estaba cubierto de amenazadoras nubes grises. Redujo la marcha y detuvo el coche en el arcén. Con dedos temblorosos, presionó el botón de la capota del coche, encajó esta en su sitio y luego volvió a ponerse en marcha.

No sabía a dónde iba. Pero su destino era lo de menos. Lo único que importaba era alejarse.

Sus ojos se llenaron de lágrimas. ¿Qué pensarían sus padres cuando descubrieran que se había ido? ¿Se enfadarían? ¿Se preocuparían? ¿Qué dirían los invitados cuando descubrieran que la novia había dejado plantado al novio en el altar?

¿Y qué haría Brad? ¿La seguiría?

Asesinato.

Un escalofrío recorrió su espalda al recordar lo que había escuchado.

Era muy difícil de creer, pero algo en su interior le decía que podía ser cierto. Aunque conocía a Brad de casi toda su vida, nunca había llegado a confiar plenamente en él. Sin duda, siempre había sido amable y atento con ella, sobre todo desde que se habían comprometido, hacía tres meses, pero siempre había sentido que ocultaba una personalidad diferente tras su cuidadosa fachada exterior.

Volvió a estremecerse mientras la lluvia arreciaba. Puso en marcha los limpiaparabrisas y aferró el volante con firmeza. Sabía que las tormentas podían resultar muy traicioneras en el desierto.

Y a Isabelle nunca le habían gustado las tormentas, algo por lo que sus hermanos se habían burlado a menudo de ella.

Reprimió un grito cuando un ensordecedor trueno hizo que el coche retumbara. Fue seguido de un rayo que cortó el cielo negro como un cuchillo, dividiéndolo aparentemente en dos.

Deseando haber elegido otra dirección para huir, miró frenéticamente a su alrededor en busca de algún lugar seguro en que refugiarse… pero lo único que había a su alrededor era el desierto y las lejanas sombras de las montañas.

Siguió conduciendo con los nervios a flor de piel mientras los rayos seguían cayendo peligrosamente cerca.

Esperando localizar una emisora que informara sobre el tiempo, o al menos algo de música que apagara en parte el ruido de la tormenta, alargó una mano hacia la radio. Justo en ese momento, las ruedas delanteras del coche golpearon un gran charco de agua y el volante giró violentamente en su mano. Isabelle reprimió un grito a la vez que trataba de recuperar el control del volante con ambas manos, pero el coche viró locamente y acabó chocando contra una zanja lateral de la autopista.

Un grito desgarró el aire. El de Isabelle.

A continuación solo hubo oscuridad.

 

 

Link se mantuvo distanciado para que Isabelle no supiera que la estaba siguiendo. Temía que se asustara y acabar chocando si se daba cuenta. Y, a la velocidad a la que estaba viajando, estaba seguro de que no saldría indemne de un accidente.

Cuando empezó a llover redujo la distancia, pero solo lo suficiente como para mantener a la vista sus luces traseras.

–Reduce la marcha, Isabelle.

Acababa de murmurar aquello cuando un rayo iluminó de lleno el deportivo rojo. Link vio el charco que cubría una ligera hondonada de la autopista por delante de este y rogó para que Isabelle también lo viera. Presionó el acelerador para reducir la distancia.

–¡Oh, no! –exclamó al ver que el deportivo comenzaba a zigzaguear violentamente y se encaminaba a toda velocidad hacia la zanja.

Detuvo su todo terreno a un lado de la autopista, echó el freno de mano y salió rápidamente del vehículo. La lluvia golpeó su rostro, cegándolo mientras corría hacia el deportivo. En unos segundos estaba empapado hasta los huesos.

Cuando abrió la puerta del deportivo solo pudo ver la cabeza de Isabelle asomando por encima del air bag.

–¡Isabelle! –gritó, tratando de hacerse oír por encima de la tormenta. Al ver que no respondía, sacó una navaja del bolsillo de su pantalón–. ¡Enseguida te saco! –gritó más alto. Clavó la navaja en el air bag y lo desgarró para que se desinflara con más rapidez. Luego lo apartó a un lado y se inclinó hacia ella. Tenía el rostro cubierto por el fino polvo blanco que había soltado el air bag. Lo apartó cuidadosamente en busca de alguna herida. Luego deslizó los dedos por su garganta para localizar su pulso. Aliviado al sentirlo bajo su mano, se arrodilló junto a ella y tomó su rostro entre las manos–. Isabelle –susurró, asustado al ver lo pálida que estaba.

Tras lo que pareció una eternidad, las pestañas de Isabelle se agitaron y sus párpados se alzaron lentamente. Link vio que tenía las pupilas dilatadas y supo que, a pesar de que había despertado, no era consciente de su presencia.

–Te encuentras bien –murmuró, como si solo por decirlo fuera a ser cierto–. Enseguida vas a estar a salvo.

Isabelle parpadeó dos veces y enfocó lentamente la mirada.

–¿Link? –susurró, incrédula.

–Sí, soy yo. Te he seguido desde la iglesia.

Los ojos violetas de Isabelle se llenaron de lágrimas.

–Oh, Link –gimió, y se apoyó contra su pecho.

Él la rodeó con sus brazos y se sentó en el borde del asiento junto a ella.

–Tranquila –dijo, a la vez que acariciaba su pelo, negro como el azabache–. Estoy contigo.

Isabelle lo rodeó con los brazos por el cuello y se aferró a él como si fuera su salvavidas.

–Tienes que ayudarme –sollozó, histérica–. Tengo que escapar.