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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2008 Amy Lanz

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Por una historia, n.º 142 - octubre 2018

Título original: Falling for the Deputy

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-093-3

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Tenía la cabeza a punto de estallar.

Su madre acababa de llamarlo por tercera vez aquella mañana para preguntarle si el reportero del Western Carolina Sun había llegado ya a Applegate.

Gracias a Dios, no.

Sin inmutarse ante sus cada vez más irascibles respuestas, Lily insistió en que Mack llevara al periodista o a la periodista a cenar a la granja una noche de aquella semana. Para una agradable velada hogareña en la que se mezclaran los negocios con el placer, le había dicho. Pero eso no iba a ocurrir. La gente, y su madre entre ellos, creía que porque Mack estuviera acudiendo a Alcohólicos Anónimos y hubiera regresado al Cuerpo, estaba listo para volver a unirse a la raza humana.

Pero no lo estaba.

Todavía tenía que esforzarse por mantenerse sobrio. Y cumplir con su trabajo lo ayudaba. Punto.

Mack aparcó el vehículo del Departamento del sheriff a un lado de la carretera, tras un coche que parecía una ruina. Le echó un vistazo. El color estaba prácticamente oxidado por todas partes. Tenía la luz trasera del conductor rota. La parte de atrás estaba literalmente cubierta de pegatinas tan desteñidas que apenas se podían leer. Dos de ellas captaron su atención: La verdad os hará libres y Reza por la paz, trabaja por la justicia. Qué fácil.

Al principio creyó que el coche estaba abandonado. No resultaba raro en las montañas y valles del condado de Colum, en Carolina del Norte, encontrar coches robados, destripados y saqueados a un lado de la carretera. Pero Mack dudaba que aquella ruina hubiera podido llamar la atención de un ladrón ni en sus mejores días. El coche tenía sin embargo un adhesivo de identificación en la rejilla. Mack entró en su coche e inició el ordenador para comprobar los datos.

Cuando se abrió la puerta del otro vehículo y salió su conductor, Mack se detuvo. A pesar del reflejo del sol de mediodía, recorrió de manera instintiva con la mirada la figura de aquella mujer esbelta que se hacía visera en los ojos con una mano. En la otra llevaba un mapa de carreteras arrugado. Tenía puesto un jersey tan diminuto que parecía que le hubiera encogido al lavar, un vestido desteñido que le llegaba hasta los tobillos y que decía a gritos que había salido de un mercadillo benéfico y unas botas negras y altas parecidas a las que usaba su abuela. Cuando la mujer se quitó la mano de los ojos, Mack se dio cuenta de que era joven. Y guapa. Salió del coche y se acercó a ella.

—¿Puedo ayudarla?

Ella sonrió, y aquel rostro fresco enmarcado por un cabello rubio rojizo le hizo pensar que aquella joven no había sufrido una decepción en toda su vida.

—¿Es ésta la carretera que lleva a Applegate?

—Una de ellas —Mack miró el interior del coche con curiosidad. Libros, cuadernos y papeles sueltos poblaban el asiento de atrás. Seguramente se trataría de una estudiante de la Universidad de Brevard, aunque parecía demasiado joven incluso para eso.

—¿Una de ellas? ¿Ése es el sentido del humor local? —ladeando la cabeza hacia un lado, lo miró directamente a los ojos. Mack parpadeó y sintió cómo se tragaba una dosis de su propia medicina. Normalmente era él quien incomodaba a los demás debido a su tamaño y al uniforme. Pero su presencia no impresionaba ni lo más mínimo a aquella joven. Estaba casi a la misma altura que él, y tan cerca que podía distinguirle las pecas de la nariz.

Mack torció el gesto.

—¿Humor? No, a mí ya no me queda de eso. ¿Sabes que tienes una de las luces de atrás rota? —añadió para demostrarlo.

—Deberías ver cómo quedó el otro tipo —la joven sonrió traviesa, dejando al descubierto unos dientes perfectos—. Humor —se explicó.

—Esto no tiene gracia. Podría ponerte una multa.

—Oh, no, por favor —dijo ella como quien rechazaría un segundo trozo de tarta—. Lo arreglaré cuando llegue a Applegate.

Jóvenes. No tenían ni una sola preocupación en el mundo. Sólo se preocupaban de su aspecto y de divertirse. Mack sintió una punzada de envidia. Después de todo lo que él había visto y vivido, nunca podría volver a sentirse despreocupado en su vida.

Recorrió con los dedos el plástico roto del faro.

—Asegúrate de que te lo arreglan. Llévalo al taller de Mel. Está en la calle principal —Mack se dio la vuelta para marcharse—. Y luego ven a la oficina del sheriff con la factura. Para demostrarme que has cumplido con tu palabra.

—Sí, señor. Yo soy una mujer de palabra.

¿Estaba equivocado, o bajo aquella demostración de respeto latía cierta burla? Se volvió para mirarla. Sus ojos grises no revelaban más que una luz clara e ingenua. Una niña. Eso era.

—¿Y por quién pregunto? —la joven escudriñó su nombre en la identificación de la camisa.

—Por el ayudante del sheriff Whittaker —sin perder más tiempo, Mack se dirigió a su coche patrulla.

—¿Ayudante Whittaker? —su voz, clara, alta y musical, navegó por el aire como el canto de un pájaro.

Mack se dio la vuelta a regañadientes para volver a mirarla.

—¿Sí?

—Éste es uno de los caminos que lleva a Applegate, pero ¿voy en la dirección correcta?

¿Habría exudado él semejante inocencia alguna vez, aunque fuera de niño?

—Está… Está en la dirección correcta.

Mack dio un paso atrás y se dio contra el radiador del coche patrulla.

—El taller de Mel no tiene pérdida —se apresuró a decir—. Está justo al lado de los juzgados.

Ella se pasó los dedos cerca de la cabeza en un gesto que era mitad saludo mitad despedida. Mack pensó que tal vez estuviera burlándose de él.

Se sentó detrás del volante del coche patrulla y esperó a que la joven se pudiera en camino. Aquélla era su excusa. De hecho le hubiera gustado quedarse sentado indefinidamente al borde de la carretera y no hacer nada más que observar cómo las águilas ratoneras recogían material para construir sus nidos. Pero dentro de una hora tenía una cita en el cuartel general con ese reportero del Sun.

Una razón más que explicaba aquel dolor de cabeza que se le había iniciado en la base del cráneo y que se abría camino hacia las sienes.

En un intento publicitario de demostrarles a los residentes del condado lo lejos que había llegado el recién remodelado departamento, el sheriff Garrett McQuire había solicitado aquella entrevista. Mack lo veía bien. Su jefe y amigo desde hacía mucho tiempo había trabajado sin descanso para organizar el desastre que el antiguo sheriff Easley y sus compinches habían dejado detrás. Lo que Mack no había previsto era que Garrett se iría de luna de miel y lo dejaría a él con el reportero. Tenía la sospecha de que el sheriff veía la cesión de responsabilidades como una parte de la rehabilitación personal de su ayudante. Si Mack no le debiera tanto a Garrett, tanto profesional como personalmente, habría pospuesto la cita hasta su vuelta.

Pero arrancó el coche patrulla y se dirigió al pueblo. Si tenía que pasar por aquello, más le valía llegar el primero a la cita. No quería que ningún periodista anduviera por ahí sin vigilancia.

 

 

El coche dio unos cuantos tirones de protesta cuando Chloe conducía en segunda por la calle principal de Applegate. Entornando los ojos para protegerse del sol, buscó el taller de reparación de Mel. Ah, allí estaba la cúpula de los juzgados, y a su lado se encontraba el garaje. Chloe se paró delante y tiró del freno de mano. Sacó un cuaderno de la parte de atrás del coche y apuntó unas cuantas notas sobre la primera impresión que le había causado el ayudante Whittaker.

Treinta y tantos años. Era guapo, los uniformes tenían ese efecto automático sobre los hombres. Mandíbula fuerte. Una nariz que podría haberse considerado griega si el ayudante no se la hubiera roto. ¿Sería una antigua lesión deportiva? A juzgar por la cerrada expresión de sus ojos oscuros, Chloe tenía la sensación de que no revelaba nada que no quería que se supiera, ni sobre su trabajo ni sobre sí mismo. Iba a resultar problemático.

El Departamento del Sheriff del condado de Colum. Aquél sí que era un proyecto potencialmente gratificante. Su primer reportaje firmado. Un leve escalofrío le recorrió la espina dorsal al pensarlo.

«Ayudante Whittaker. Sin sentido del humor. Insiste en los detalles», escribió a toda prisa antes de arrojar el cuaderno al asiento del copiloto.

Chloe se bajó del coche y al entrar en el garaje se topó con la parte inferior del cuerpo de un mecánico que sobresalía bajo una camioneta.

—¿Señor Mel? —preguntó con la educación propia del sur—, me envía el ayudante Whittaker.

—¡Señor Mel! Vaya, ésta sí que es buena —la parte superior del cuerpo del mecánico apareció entonces delante de sus ojos.

Chloe se dio cuenta al instante de su error. Aquella persona no podría confundirse nunca con un hombre. Tenía una melena pelirroja salvaje recogida con un pañuelo, la sonrisa de una actriz de cine y formas típicamente femeninas. Pero la voz de la mujer parecía haber surgido de un antro lleno de fumadores. Chloe no sabría definir qué edad tenía.

La mecánico se colocó las manos manchadas de grasa en las caderas.

—Así que el ayudante te manda a ver al señor Mel. Tal vez haya recuperado por fin el sentido del humor.

—Ha sido un error. Me dijo que llevara el coche al taller de Mel y yo saqué mis propias conclusiones. Lo siento. Ése no es mi estilo.

—Bueno, yo soy Mel. Diminutivo de Melody. Vamos a mi oficina —dijo limpiándose las manos con un trapo—. Me merezco un descanso.

Chloe siguió a la mujer hasta una habitación más estrecha que un vestidor.

—¿Café? —preguntó levantando una cafetera automática—. Es el néctar de las diosas.

—Sí, por favor.

—Eres nueva en el pueblo —dijo la mujer pasándole una taza llena.

—Soy reportera del Western Carolina Sun —respondió Chloe dándole un sorbo a su café.

—¿Periodista? —Mel detuvo la taza en el aire. La energía de la habitación pasó de positiva a claramente negativa.

—El sheriff McQuire sugirió que escribiéramos un artículo sobre su renovado departamento —explicó Chloe tratando de demostrar credibilidad—. Tengo mi primera entrevista con él dentro de unos minutos.

—Eso va a ser difícil, teniendo en cuenta que está de luna de miel —Mel lanzó una carcajada y se dio una palmada en el muslo, derramando el café por el suelo—. Apuesto a que lo ha hecho adrede.

Chloe apretó su taza con ambas manos con la esperanza de que el calor calmara su creciente irritación.

—¿Y con qué motivo?

—Tal vez el sheriff Garrett sea consciente de la necesidad de dar una imagen positiva, pero no tiene una buena relación con la prensa después de que acosaran a su mujer —Mel dejó la cafetera de nuevo en su sitio—. Hicieron sufrir a todo el pueblo.

De acuerdo. La rica heredera a la fuga. Pero…

—Yo no formaba parte de aquel acoso.

Mel alzó una ceja.

—Entonces —continuó Chloe a pesar de la desconfianza de la otra mujer—, ¿quién va a ser mi entrevistado?

—En ausencia de Garrett es el ayudante Mack Whittaker quien está al cargo. El mismo que te mandó aquí para… ¿qué? —preguntó Mel.

—Para arreglar el faro roto de mi coche. Me dijo que no me multaría si lo traía aquí.

—Tengo que decir que este nuevo departamento es bueno para mi negocio.

—¿Tienen un acuerdo? —le espetó Chloe rebuscándose los bolsillos para sacar su bloc de notas. Pero se dio cuenta de que se lo había dejado en el coche.

Mel dejó caer un trapo en el lugar donde se había derramado el café.

—No —aseguró con sequedad mientras se inclinaba para limpiarlo—. Lo que quería decir es que este equipo sigue la ley a rajatabla.

—¿Y cómo es el ayudante Whittaker? —preguntó Chloe tratando de volver a conectar con la otra mujer.

Mel arrojó el trapo empapado en café a una papelera que había al lado de la puerta.

—Vamos a echarle un vistazo al faro —dijo con tono profesional.

Si aquél era el nivel de respeto y cooperación que iba a encontrar en Applegate, pensó Chloe, ese trabajo estaba hecho a su medida.

 

 

Mack dejó abierta la puerta de la oficina del sheriff. Un gesto simbólico para que el reportero viera que el departamento no tenía nada que esconder.

Dejó el sombrero en la percha que había detrás de la puerta y luego se sentó al borde del escritorio sintiéndose nervioso. El dolor de cabeza había mejorado un poco. A él le gustaba la parte de su trabajo relacionada con la ley y el orden, no las relaciones públicas. Consultó el reloj. Dos veces. Garrett y él habían hablado de las ganas que tenían de que se contara la historia del nuevo Departamento del Sheriff del condado de Colum. Por eso confiaban en recibir a un periodista que no tuviera planes ocultos y escribiera una historia imparcial que reflejara tanto los peligros como los inconvenientes de las fuerzas del orden en zonas rurales. Ambos estaban de acuerdo en que el artículo no debería hablar de personas concretas, sino del equipo. Mack se puso rígido al pensar en la posición que ocupaba ahora en el escaparate. El lápiz que estaba agarrando se partió en dos.

—Supongo que la perspectiva de encontrarse conmigo no será lo que genere tanta tensión.

Mack giró la cabeza y se encontró con la dueña de aquella ruina de coche en el umbral de la puerta, cargada con una enorme mochila.

—¿Te han arreglado el coche? —le preguntó poniéndose de pie.

—Mel dice que puedo recogerlo esta tarde antes de que cierre.

—¿Eso te desbarata los planes? —la verdad era que no le interesaba. Estaba tratando de ser… humano. Cercano. Practicaba para cuando llegara el periodista—. ¿Tienes que ir a clase?

—No —la joven entró en la habitación—. Iba a quedarme aquí una semana de todas formas. En la posada de June. Mientras me ocupo de lo que he venido a hacer.

—Deja que lo adivine. Las costumbres de los apalaches.

Los profesores de la Universidad de Brevard solían enviar a sus alumnos a hacer trabajos de campo en el condado de Colum.

—No. He venido a verlo a usted. Bueno, al sheriff McQuire. Pero tengo entendido que en estos momentos está usted al mando.

—Así es. ¿En qué puedo ayudarte?

—Soy Chloe Atherton, reportera del Western Carolina Sun —se presentó extendiendo la mano.

Mack aspiró con fuerza el aire e hizo caso omiso de la mano extendida. ¿Aquella joven era la periodista?

—Podrías habérmelo dicho en la carretera —dijo estrechándole por fin la mano.

—Y tú podrías haberme dicho que Mel era una mujer —respondió Chloe tuteándolo mientras colocaba la pesada mochila en una silla—. ¿Podemos empezar? —sin esperar respuesta, comenzó a sacar cosas de la mochila.

Mack permaneció de pie. El escritorio se interponía con solidez entre ellos.

—¿Desde hace cuánto tiempo eres periodista?

—Me parece que soy yo la que hace las preguntas —aseguró alzando ligeramente la barbilla en gesto desafiante—. Pero no soy una niña de dieciocho años. Tengo veintiséis.

Chloe dejó sobre la mesa un cuaderno, un lápiz, una pequeña grabadora y lo que parecía ser una cámara de fotos muy cara. Como si el espacio fuera suyo.

—¿Cuántos años tienes tú?

—¿Necesitas saberlo? —respondió Mack frunciendo el ceño.

—Mi periódico lo pide.

—Treinta y cinco —respondió sintiéndose de pronto diez años mayor—. Pero se supone que el artículo no va a hablar sobre mí.

—Tal vez no, pero eres mi primer entrevistado.

Maldición. Aunque parecía una adolescente, se manejaba con la seguridad de una profesional.

—Hoy puedo darte sólo una hora —le advirtió Mack—. Podemos utilizarla para diseñar un esquema para el resto de la semana.

—¿Sólo una hora? Creía que…

Mack alzó una mano para cortarla.

—¿Ese coche tuyo podrá soportar una semana viajando por estas carreteras?

—Mi intención es ir en el coche contigo.

Mack se frotó la frente. El dolor de cabeza había regresado de su retiro.

—Me temo que no va a poder ser.

—Ayudante Whittaker, te recuerdo que la idea de este artículo fue del sheriff McQuire. Él se puso en contacto con mi periódico y sugirió una historia de interés humano que hablara sobre una semana en la vida del departamento de un sheriff. No podré hacerme una idea de lo que entraña este trabajo si tengo que ir detrás en otro coche, ¿verdad?

—No creo que Garrett… que el sheriff McQuire tuviera en mente eso. No me ha dicho nada.

—Llámalo.

—Está de luna de miel.

Chloe dejó el cuaderno en el regazo, se cruzó de brazos y se reclinó en la silla.

—Entonces trato hecho. Tendrás que confiar en mi palabra. Ya ves que cumplo, he llevado a arreglar el faro.

No iba a patrullar con él. Mack no iba a discutir ahora, pero al día siguiente se le ocurriría alguna excusa para no tener a esa reportera vigilando cada uno de sus movimientos.

Qué diablos, si apenas estaba empezando a hablar con sus compañeros. ¿De verdad sería aquello idea de Garrett?

—Veamos —la joven estaba escribiendo algo en el cuaderno—.Una manera de plantear el artículo es desde la perspectiva de la evolución de una oficina rural. Al entrar en el pueblo he visto una colonia de vacaciones muy grande. Sin duda el progreso, o como queramos llamarlo, ha cambiado la idiosincrasia del condado. Y habrá cambiado vuestro trabajo.

Mack dejó a un lado por un instante el problema de tener que ir a patrullar con ella y se la quedó mirando fijamente. Sólo había tardado unos minutos en llegar a la raíz de los problemas del departamento. El sheriff Easley no había sido capaz o no había podido meterse en el siglo XXI. Por supuesto, el problema era más complejo, pero la joven se había acercado mucho.

—¿Ayudante Whittaker? ¿Está de acuerdo con mi afirmación?

—El crecimiento descontrolado es un problema importante —replicó con un gruñido.

Ella escribió algo.

—Tengo una idea aproximada del quién, el qué, el dónde y el cuándo. Lo único que me falta es el por qué —Chloe chupó la punta del lápiz—. ¿Por qué ha llamado el sheriff McQuire a los medios? ¿Es año de elecciones? ¿Tiene que salir bien parado en las encuestas?

A Mack no le gustaban las preguntas que parecían inofensivas pero encerraban veneno.

—El sheriff McQuire quiere que escribas sobre el departamento, no sobre él. Ni sobre mí. Ni sobre ninguno de los ayudantes como individuos, sino como un equipo que cumple con su deber. Nuestro trabajo es proteger y servir.

Mack rodeó el escritorio y se inclinó hacia delante hasta que su rostro quedó a escasos centímetros del de ella.

—Y ahora deja que yo te haga un par de preguntas. ¿Tienes algo que demostrar? ¿Este trabajo es un paso para mejores y más importantes encargos? ¿Tu jefe estará más contento con un reportaje sólido o con un reportaje inventado?

Chloe reaccionó a su intimidación aspirando con fuerza el aire y echándose hacia atrás en la silla. ¿Qué había despertado aquella chispa en el ayudante Whittaker?¿Actuaba así con todos los periodistas, o tenía un problema únicamente con las mujeres reporteras? Chloe escribió una nota mental para recordar que debía averiguar el número de mujeres que trabajaban en el departamento y cómo las trataban.

—Deja que te replantee la pregunta —sugirió entonces—. ¿Por qué querría el sheriff que una extraña anduviera fisgoneando en su departamento? ¿Por qué no redactar una nota de prensa? Y en cualquier caso, ¿por qué pensáis que vuestra rutina diaria puede ser de interés para el público?

—A ver cómo te lo explico —Mack apretó las mandíbulas y se apoyó en el escritorio—. La historia de esta oficina se remonta a Inglaterra y a los días de Robin Hood. El sheriff es un funcionario electo, la autoridad de ley más alta del condado.

—¿Y bien? —ahora le tocaba a ella el turno de irritarse. Nunca le habían gustado los sermones.

—Y bien —Mack le dio un golpecito al cuaderno con el dedo índice—, si el electorado tiene sentido común, querrá saber cómo cumplimos con nuestro deber.

Mientras alzaba la voz, Mack dejó caer accidentalmente unas carpetas que estaban en lo alto de un armario. Hizo caso omiso al desastre. Cielos. Si aquél era el ayudante, ¿cómo sería el sheriff?, se dijo Chloe, pero se negó a desanimarse. En honor a la verdad, su ardor cívico le gustaba. Cargaba la sala de electricidad. ¿De qué servía tener una profesión si uno se emocionaba con ella?

Chloe cruzó las piernas, se sentó muy recta y se enfrentó a la fiera mirada del ayudante. No tenía los ojos simplemente marrones, sino que se dio cuenta de que tenían un tono nuez. Y eran duros.

—El sheriff dijo que le habéis dado la vuelta por completo a la oficina. ¿Cuál era el problema?

Mack permaneció inmóvil durante unos instantes, mirándola fijamente. Luego entornó los ojos y pareció como si hubiera tomado una decisión.

—Hace cinco años —comenzó a explicar—. Zach Taylor vendió cuatrocientos acres de tierra de primera calidad a un constructor que, a cambio, construyó dos complejos: uno con viviendas permanentes para ejecutivos y unas caras residencias de vacaciones. Esos complejos atrajeron a cientos de familias a Applegate. La población del condado de Colum creció desmesuradamente.

—Lo que supuso nuevos problemas para vuestro departamento.

—En aquel momento no era nuestro, no era del sheriff McQuire.

—Pero había problemas.

—Sí. Aunque creo que el sheriff McQuire prefiere que te concentres en el presente, no en el pasado.

Así no era como se trabajaba en prensa, pero ella sabía escoger sus batallas.

—¿Cómo cambiaron las cosas?

Chloe se fijó en su lenguaje corporal mientras esperaba. El ayudante del sheriff comenzó a recorrer arriba y abajo la estrecha oficina, pasando por encima de las carpetas caídas.

—Por un lado, ahora nos atenemos estrictamente a las normas.

Chloe apuntó sus palabras sin hacer comentarios.

Ya habría tiempo de determinar si el nuevo sheriff llevaba el departamento con honradez.

«Cree sólo en lo que ves, en lo que puedes comprobar», le decía siempre su madre, que era científica.

—¿Y por otro lado? —preguntó alzando la cabeza.

—Por otro lado hemos llevado el departamento a la era informática.

Chloe disimuló un bostezo. Se apostaba el sueldo de un mes a que a sus lectores no podrían importarles menos los ordenadores del sheriff. Pero el personal ya era otro tema. Sin ir más lejos, aquel ayudante en particular. Beligerante. Ardiente. Protector. Pero ¿qué protegía exactamente? Muy pronto lo averiguaría.

—¿Y qué me dices del equipo humano del sheriff? —le preguntó.

—¿Qué pasa con nosotros?

—¿Qué os hace diferentes del equipo anterior?

Mack dio un respingo.

—A nosotros nos escogen a dedo.

—¿No os eligen como al sheriff?

—No, pero…

—¡Mack! —otra ayudante asomó la cabeza por la puerta—. Te buscan en el instituto.

Chloe guardó el lápiz, el cuaderno y la cámara en la mochila y encendió la grabadora de bolsillo.

Mack se puso el sombrero y salió con la otra ayudante. Chloe fue corriendo detrás, observando cada movimiento, recogiendo cada palabra.

—¿De qué va la historia? —preguntó Mack.

—Bandas rivales otra vez —respondió la otra ayudante. En su identificador estaba escrito el apellido Breckinridge—. Lo mismos de siempre. Pero esta vez alguien sacó un cuchillo.

—¿Tenemos a alguien allí?

—McMillan y Sooner respondieron a la llamada. Los chicos están retenidos en la cafetería hasta que lleguéis los padres y tú. La mayoría son del programa. Por eso te ha llamado a ti el director Cox.

Chloe no entendía nada de lo que estaban diciendo. Confiaba en que la grabadora lo recogiera todo. La ayudante Breckinridge se detuvo ante la doble puerta acristalada que daba al aparcamiento, pero Chloe se deslizó detrás de Whittaker. Él no se dio cuenta de su presencia.

Cuando Mack subió al coche patrulla, ella hizo lo mismo en el asiento del copiloto.

—¿Qué diablos crees que estás haciendo? —ladró él.

—Trabajar en mi historia.

—La entrevista de hoy ha terminado. Bájate —le dijo con suma seriedad.

Pero ella también hablaba en serio.

—Conduce.

Mack la miró fijamente.

—Mientras conduces —añadió Chloe—, puedes ir explicándome la historia de este altercado.

Murmurando entre dientes, Mack encendió la llave del motor. Mientras sacaba el coche patrulla del aparcamiento, ella podía sentir su rabia.

—No voy a perder el tiempo discutiendo contigo.

Tenía las venas hinchadas y el pulso le temblaba en las sienes.

—Pero cuando volvamos, voy a llamar al Sun y a pedir que venga alguien a remplazarte.

No se atrevería. Pero en caso de que así fuera, Chloe se arrebujó en el asiento y se preparó para defender su derecho a estar allí.