Agradecimientos

Gracias.

Es una bonita palabra para empezar los agradecimientos, ¿verdad? Y además, lo expresa todo.

Cuando comencé Mi plan D en Wattpad, hace casi cinco años, jamás imaginé que llegaría a ser publicado. Mucho menos su segunda parte. Mucho menos el final que James y Kenzie merecían.

Si tengo que dar las gracias, primero va por vosotros, esos lectores fantasma y no tan fantasma que me animaban en Wattpad con cada comentario, cada estrellita, cada visita… Vuestro apoyo fue único, maravilloso, especial, el comienzo de mi sueño.

A mis amigos. A Lata (sí, Lata) y Ángel, que estuvieron desde el inicio.

A De, siempre preguntando e interesándose por esta faceta de mi vida que al final es de las que más disfruto.

A mi padre, que nunca deja de apoyarme.

A Ce, a Robert, a Doalto, a Tamara, a Celia, a Jenny, a Karen, a Almudena, a Lau, a Fina, a Gise, a Judith, a Nuria… ¡Deberíamos ir todas a Nueva York algún día!

A Anna y Ariadna, que lo hacen todo tan sumamente fácil. Trabajar con ellas no es trabajo, sino alegría.

A Judit, la maravillosa artista que consiguió ilustrar a Kenzie y a James (sin olvidarnos de Les y Hunter), tal y como estaban en mi mente.

Y si me pongo en estos agradecimientos podría extenderme hasta el infinito, pero así que sí, tú también estás aquí.

Gracias, esa palabra tan bonita para comenzar algo.

Para finalizarlo.

Porque nunca está de más decirla,

Gracias.

Capítulo extra Especial Lily y Blake

¿Sabes esos días en los que no te apetece hacer nada? ¿Esos en los que solo quieres quedarte tirada en el sofá comiendo pizza y bebiendo refresco mientras miras un programa en la televisión que públicamente no admitirías ver?

Bien, porque así me encontraba yo el día de hoy hasta que mi compañera de piso entró a la carrera y dando un portazo.

—¡Llego tarde! —chilló, lanzando su bolso lleno libros contra mí, casi dándome en la cara.

—Tú siempre llegas tarde —rechisté, apartando el bolso y sentándome más erguida en el sofá.

Sophia se quedó parada en el salón durante unos segundos, estudiándome con sus ojos verdes. Apreté los labios porque intuía lo que se avecinaba.

—Y por lo visto hoy también vas a llegar tarde tú —dijo finalmente, aprovechando la duración de nuestra pequeña conversación para recogerse el cabello en una coleta—. Sigues en pijama, ¿por qué no estás lista?

—Estoy enferma.

Torcí el gesto y me tapé con la manta hasta los hombros, como si ese gesto me diera la razón. Sophia se acercó más a mí, poniéndose en cuclillas para poder quedar a mi altura. Me estudió fijamente durante unos largos y estresantes segundos hasta que finalmente se apartó resoplando.

—Claro, de cuentitis. No me creo que Savannah se tragara que te encontrabas mal.

—Dije que tengo la regla —admití, estirando las piernas y apartando el pelo detrás de mis orejas—. No tengo ganas de ir a trabajar.

Suspiró y me abandonó unos segundos para correr a su cuarto a cambiarse para el trabajo. Allí era precisamente donde nos habíamos conocido unas semanas antes de comenzar la universidad. Ambas éramos camareras de fin de semana en Liquid, una conocida discoteca de la zona de bares. Ella estudiaba su segundo año de carrera y yo, el primero. Ella no estaba contenta con sus compañeras de piso y yo necesitaba a alguien más para pagar el alquiler.

De hecho, necesitaba a dos personas más, pero aún no habíamos encontrado a una tercera chica que quisiera quedarse en la pequeña habitación sobrante. Al menos entre las dos podíamos apañarnos.

—Sabes que necesitamos el dinero para el alquiler. —Sophia regresó a nuestra discusión colocándose un top apretado de cuero y balanceando los zapatos de tacón en una mano—. La semana que viene toca pagar.

Volví a torcer el gesto. Tal vez estuviese exagerando cuando dije que entre las dos podíamos apañarnos.

—Solo será hoy.

Me moví a un lado cuando ella se sentó junto a mí en el sofá, justo a tiempo de que no cayera sobre mis piernas.

—Te quiero, Lil, pero tus crisis de nostalgia no son buenas para la economía de nuestros bolsillos.

Sophia sabía que había recibido una mala noticia de mis padres, que los echaba de menos, y la pizza también. Era más sensible que ella, o al menos lo demostraba más. Y estar con la regla no me ayudaba en nada.

Llamaron a la puerta interrumpiendo nuestra conversación. Me levanté rápidamente a abrir mientras ella se calzaba, lanzando al suelo la manta en la que había estado envuelta. Allí me encontré con Ruben y mi preciada caja de pizza esperando en el rellano.

Pagué y llevé la comida al salón. Aparté dos trozos de pizza de la caja antes de emprender el camino a mi habitación. Siempre hacía lo mismo, los comía de dos en dos para obligarme a mí misma a tener que volver a levantarme en caso de querer comer otro más. Mantenía la esperanza de ser lo suficientemente perezosa para no moverme, pero la comida siempre me llamaba de un modo especial.

—Y supongo que pasarás la noche escribiendo un nuevo capítulo de tu libro erótico, ¿verdad?

Me chupé los dedos y cerré la caja de pizza.

—Si lo leyeras, sabrías que no es erótico —le dije, zarandeando el refresco con mi otra mano hacia ella—. Pero sí, estaré escribiendo. Hace más de una semana que no actualizo.

Sophia se subió la cremallera de la chaqueta y me lanzó una de esas miradas que siempre me dedicaba cuando hablábamos de mi afición a escribir de forma anónima en internet.

—Rara…

—Yo también te quiero, Soph.

Le lancé un beso soplando en el aire, ya que mis manos estaban ocupadas, y ambas nos reímos.

—Duerme tranquila esta noche, dulce escritora.

—No te pases con los chupitos de vodka, recuerda que tú eres la camarera.

Y con eso me dirigí a mi cuarto y me coloqué delante de la pantalla de mi ordenador para escribir el siguiente capítulo de mi historia, tratando de distraer mi cabeza lo máximo posible de mis padres, de la agobiante tarea de la universidad y de las facturas que faltaban por pagar.

Dos viajes más hacia el salón para tomar más pizza y dos mil palabras del documento Word después, caí rendida en la cama y me dormí, y me desperté horas más tarde por extraños ruidos en el salón.

Miré el reloj de mi mesita. Era demasiado pronto para que Sophia hubiese regresado.

Con un mal presentimiento, me incorporé de golpe en la cama, abriendo en exceso mis ojos en la oscuridad. El ordenador estaba tirado en el suelo, al lado de la cama y apagado, tal como lo había dejado. Una luz brillaba en el móvil, anunciándome las notificaciones de comentarios por el nuevo capítulo que había subido.

El sonido de una puerta cerrándose volvió a alertarme. Si bajaba el volumen de mi respiración podía escuchar las pisadas, demasiado fuertes para ser de Sophia. ¿Había cerrado la puerta con llave? Quizás Soph la había dejado abierta al irse y no me había dado cuenta.

Con el corazón latiendo acelerado en la garganta, salí de la cama y busqué con mis ojos en la penumbra de la habitación cualquier cosa que pudiera servirme como arma defensiva contra un posible ladrón. Sophia y yo apenas teníamos cosas y la reserva de dinero para la comida seguía en la hucha de la sala. No podía dejar que nadie nos robase.

Todavía en la penumbra miré a mi alrededor en busca de algún objeto que pudiera servirme, pero lo único que encontré fueron libros, ropa desordenada y sucia y el ordenador portátil.

Tomé una pesada enciclopedia contra mi pecho y me acerqué de puntillas a la puerta. Comencé a abrirla poco a poco, procurando no hacer ruido para poder pillar al ladrón desprevenido. Lo cierto era que yo valía mejor para ese trabajo que él, porque no era exactamente lo que se dice sigiloso. Tenía la esperanza de que fuese Sophia, que llegaba antes de tiempo a casa, pero algo en mi interior me decía que no era así.

Animada por el hecho de que los ruidos no habían cesado, terminé de abrir la puerta lo suficiente como para poder pasar mi cabeza a través de ella y así escrutar el salón. Una ventaja y a la vez desventaja de un piso pequeño era que no había apenas espacio para un pasillo, así que solo dos habitaciones quedaban escondidas, mientras que la mía daba directamente a la sala de estar.

Mi respiración se quedó trabada cuando descubrí la silueta del intruso, también caminando en la penumbra del salón. Estaba encorvado detrás del sofá, buscando algo en el suelo. Parpadeé, tratando forzosamente de ver mejor en la oscuridad. Era, decididamente, un hombre. Tal vez un chico joven, no parecía demasiado mayor, y…

¡Santa madre de Dios! ¡Estaba desnudo!

O prácticamente desnudo. Me pareció apreciar unos calzoncillos, pero no quise mirar demasiado en esa dirección.

Él continuaba mirando hacia el suelo y…

Sabía que tenía que actuar rápido, antes de que notase que me había despertado. Hice uso de la adrenalina que provocaba el miedo y terminé por salir de mi habitación. Avancé en el más completo silencio hacia él. Que todo estuviese oscuro sirvió para que no me viese hasta que fue demasiado tarde.

El chico, que debía tener mi edad, giró su rostro hacia mí al tiempo que yo subía la enciclopedia hacia arriba y la bajaba con toda la fuerza posible, directa a su cara.

Capítulo uno

—Nunca me acostumbraré a viajar en metro.

Dejé la chaqueta en el pequeño perchero de pie que Melanie y Jack tenían en su apartamento de dos habitaciones, a tan solo dos manzanas de Central Park. Olía a bizcocho de chocolate casero, el postre favorito de Jack. Solo llevaba una semana viviendo con ellos y él ya lo había preparado tres veces.

—Lo harás, no te queda otra si aceptas el puesto —sentenció Mel, y también dejó su chaqueta en el perchero—. Solo tienes que memorizar las paradas hasta casa, porque nunca lograrás entender lo que dicen por los altavoces.

Crucé el espacio abierto del salón hacia la cocina para servirme un vaso de agua. En efecto, un bizcocho de chocolate reposaba sobre la encimera y una cantidad ingente de platos sin fregar descansaban a su lado.

—Sabes que voy a aceptarlo, es mucho mejor que todos los que he tenido antes. A menos que vuelva a tocarme llevar el café. Me dijiste que eso no iba a suceder, ¿verdad?

Mel llegó a mi lado y toqueteó la punta del bizcocho para robar una pepita de chocolate medio derretida y saborearla.

—Hay cafetería y máquina de café dentro del edificio, nadie te pedirá que seas la chica de los cafés. Relájate.

—Entonces solo me queda buscar piso —suspiré.

Aunque Jack y Mel no me habían presionado para que me fuera de allí, era obvio que su hospitalidad estaba reservada a un número finito de días. Aquel era su nidito de amor y yo, una completa invasora que abusaba del agua caliente.

Era un piso pequeño, mucho más que los de estudiantes en los que estaba acostumbrada a vivir, pero la zona residencial lo merecía, o al menos eso decía Mel. Además, su salario no le permitía algo más espacioso y se negaba a que Jack, su novio rico, pagase más de alquiler que ella.

Lujos que la gente sin preocupaciones de dinero puede permitirse. Yo estuve un mes viviendo de arroz y pasta, a veces incluso sin tomate, para poder llegar a fin de mes. Todo porque nos dejamos la calefacción encendida durante las vacaciones de Navidad en el piso de estudiantes y la factura fue escandalosamente elevada.

Por aquella época ya estaba saliendo con Henry y se ofreció a comprarme comida. Rechacé la oferta, porque me gustaba sentir que podía valerme por mí misma, y entonces me ofreció vivir con él unos días. La idea me espantó tanto que nunca más volvimos a sacar el tema de compartir piso.

Tomé un plato y un gran trozo de bizcocho para calmar la pena. Pensar en Henry me revolvía el estómago de esa forma retorcida y odiosa en la que también amenaza con hacerte llorar.

Nos sentamos en el sofá a aprovechar la smart TV del salón y ver Netflix, cada una con una porción de bizcocho de chocolate. Estábamos comentando lo que menos nos había gustado del último capítulo de The Walking Dead cuando Jack abrió la puerta de entrada.

—¿A que no adivináis quién ha conseguido encontrar vino blanco del que os gusta para la cena de esta noche?

Otro de mis grandes vicios tras dejar la universidad: el vino blanco. Mel bromeaba con que era igual que Claire Dunphy de Modern Family: neurótica, mandona y adicta al vino blanco. Y además lo compartía con Jack.

La sonrisa que iluminaba su rostro desapareció con lentitud al darse cuenta de lo que estábamos haciendo, dejando tras de sí una fina hilera de arrugas que me recordaban lo cerca que estaba de los treinta años.

—¿Estáis viendo The Walking Dead sin mí? —gimió, y la bolsa que llevaba en la mano chocó contra el suelo, junto con un leve tintineo del cristal de las botellas al chocar entre sí—. ¿Otra vez?

Me mordí el labio, culpable. Efectivamente, estábamos haciéndolo.

—Perdón —se disculpó Mel mientras se ponía de pie e iba hacia él—. Es que hacía mucho del último capítulo y no podíamos esperarte…

Jack dejó que le rodeara el cuello en un abrazo de lo más empalagoso. Miré hacia otro lado cuando fueron a besarse. Los últimos labios que había besado eran los de Henry.

¿Jack no había traído vino?

—Solo ha pasado una semana —oí que se quejaba—. Esto es motivo de ruptura.

Mientras ambos continuaban discutiendo acerca de si estaba mal o no ver un capítulo nuevo de la serie sin la pareja, me levanté del sofá y tomé la bolsa del suelo. Aunque las botellas estuviesen templadas, necesitaba una copa de vino. Ya que no podía tener amor en mi vida, al menos tendría un poco de alcohol.

—¿Qué hay esta noche para cenar? —preguntó Mel. Se acercó a mí mientras intentaba incrustar el sacacorchos en la botella.

Arqueé las cejas hacia ella.

—¿Me lo preguntas por alguna razón en concreto o es mi increíble don para quemar comida lo que tanto te atrae?

Como agradecimiento por dejar que me quedase unos días en su piso y encontrarme trabajo, había intentado preparar una cena para los tres al poco de mi llegada. Jack me prohibió usar el horno después de que me pasara echando levadura a la tarta y lo ensuciara todo. Mi madre había impuesto la misma prohibición en casa cuando vivía con ella.

Aquel día terminamos pidiendo comida rápida.

Jack se metió entre las dos para sacar una sartén de lo alto del armario.

—Abridme paso, chicas: prepararé un salmón para chuparse los dedos.

A diferencia de Mel y de mí, a él sí le gustaba cocinar. Y se le daba bien. Igual que a su hermano.

Hundí con fuerza la punta afilada del sacacorchos en el tapón del vino. Hacía mucho tiempo, casi cuatro años para ser exactos, había estado saliendo con el hermano de Jack, James Smith. El idiota y payaso de mi vecino. Me hacía rabiar como nadie, pero también reír, y a su lado cada día pasaba más rápido. Sin embargo, la ruptura fue tan mala, o para mí al menos tan dolorosa, que no me había atrevido a sacar el tema delante de ellos. Ni siquiera me había aventurado a comportarme como la chica madura de casi veintiún años que se espera que sea y no pregunté qué tal estaba o qué era de su vida.

En mi defensa, ellos dos tampoco lo habían sacado a colación.

Aunque con lo guapo y carismático que era James (además de un completo idiota), era probable que tuviese nueva novia o ligue. Seguramente se había ido a un país extranjero, como Italia, a viajar y conocer mundo. Yo debería irme a un país extranjero.

—Oye, Kenzie, respecto al trabajo, quería comentarte…

Pero lo que sea que quisiese comentarme Mel quedó ahogado por el sonido de cristales al romperse y sustituido por un gran grito de pánico. Jack comenzó a maldecir mientras el líquido templado empapaba mi ropa y pies.

—¡No os mováis! —dijo, dejando de lado la cena—. Voy a por algo para recoger los cristales.

Mi ineptitud para abrir botellas de vino y el recuerdo de uno de mis exnovios habían terminado con una botella de vino blanco rota en el suelo. Apenas había notado cómo se resbalaba de la encimera por la fuerza que estaba ejerciendo con el abrebotellas.

¿Sabéis qué? No merece la pena echarle la culpa al vino o a mi exnovio. Era una torpe, y me parece que eso no lo solucionaría en la vida.

Capítulo dos

Dejarme llevar por la desesperación nunca fue una de mis mejores facultades, pero si la desesperación me hacía avanzar, aunque fuese profesionalmente, no podía ser tan malo, ¿verdad?

—Y esta es la quinta planta, donde trabajarás a partir de ahora —dijo Melanie cuando las puertas del impoluto y silencioso ascensor se abrieron.

Después de conseguirme trabajo en la empresa de su novio en Nueva York, Melanie se había ofrecido a darme un paseo por las instalaciones y enseñarme mi nuevo lugar de trabajo. Ella también trabajaba en la empresa de Jack, pero con la diferencia de que, mientras que yo era la novata en el departamento de marketing y ventas, ella ya se sentaba tranquilamente en su despacho de recursos humanos. Ser la novia del jefe tenía sus ventajas.

La seguí en silencio al interior del departamento. Era todo un amplio espacio de paredes blancas y techos no muy altos, con escritorios dispuestos unos al lado de otros. Entre ellos había diminutos separadores de ambientes que regalaban cierta privacidad. Un pequeño pasillo en el medio daba paso a los despachos cerrados, situados al final, junto a las ventanas. Mel señaló hacia ellos al ver que los miraba.

—Allí está la sala de reuniones de tu equipo, y el de la derecha, el que tiene las cortinas echadas, es el de tu jefe de departamento.

Las paredes de los despachos consistían en amplias ventanas que dejaban al descubierto lo que había tras ellos. Sabía que a Jack le gustaba que sus trabajadores se llevasen bien entre ellos y que hubiese confianza. Cada cierto tiempo organizaba una especie de campamento de fin de semana para crear y fortalecer lazos. No sabía si era buena idea o simplemente estaba un poco chiflado.

—¿Es majo? —pregunté distraídamente.

Mel se llevó la mano a la barbilla y frunció el ceño.

—Bueno… La verdad es que hay algo que deberías saber sobre…

—¡Cuidado!

Un grito acelerado nos interrumpió mientras un trabajador nos adelantaba apresuradamente. En una mano llevaba una bandeja con dos cafés y en otra, un montón de folios. Un escalofrío me recorrió. ¡Me habían dicho que no hacía falta servir cafés!

—¡Ten más cuidado, Archie! —gritó mi amiga, y luego sacudió la cabeza y reanudamos la marcha.

Seguí a Mel hasta casi el final del pasillo, donde giró a la derecha, prácticamente frente al despacho del jefe. Se paró al lado de un escritorio vacío, a excepción del viejo ordenador de sobremesa.

—Y este es tu rincón.

Al menos tenía una mesa para mí, aunque, a juzgar por el ordenador, quizá tendría que hacer todo el papeleo a mano.

—No te preocupes por Frankie —dijo Mel al captar mi mirada, y dio unas palmadas al monitor gris—. Si se traba solo tienes que darle un par de golpes y vuelve a la vida. Es viejo, pero el cacharro funciona de fábula.

Suspiré, y temí que Frankie y yo no íbamos a llevarnos demasiado bien. Después dejé de mirar el escritorio y me atreví a observar a los demás. En la sala había otros quince trabajadores, con ordenadores tan viejos como el mío. La empresa de Jack se expandía y él había decidido convertir Nueva York en su sede central, por lo que había apostado a lo grande. Al menos podría haber comprado material de oficina nuevo y no traer el que había en sus otras oficinas.

Saludé con una pequeña sonrisa a un chico que se sentaba un poco más allá cuando nuestras miradas coincidieron y él cabeceó como saludo. Esperaba que ninguno de mis compañeros me odiase por haber conseguido el trabajo gracias al enchufe de mis amistades.

—Venga, Kenz. —Mel intentó consolarme, porque, aunque ya había aceptado aquel trabajo, que en el fondo necesitaba bastante, sabía que no estaba del todo convencida de poder hacerlo bien—. Te prometo que no está tan mal, yo me divertí mucho trabajando aquí.

En realidad, el puesto que estaba cubriendo era en el que Melanie había trabajado todos los veranos desde que terminó el instituto hasta que se graduó en la universidad. Si tenía cualquier problema o duda, siempre podía hablar con ella.

—¿Si lo hago mal, Jack se va a enfadar mucho? —pregunté, dudosa.

Era una especialista en meter la pata. No me extrañaría nada que terminase incendiando a Frankie o derramando café sobre la ropa de mi nuevo jefe.

—No te preocupes, todo lo que tienes que hacer es organizar, y se te da genial —me aseguró. Luego me dio un fuerte abrazo lleno de ánimos—. Además, Mara va a estar aquí para ayudarte con lo que sea.

Melanie miró más allá de ella a una chica joven que tecleaba con fuerza en su ordenador. A diferencia de los demás, estaba usando un portátil. Como no se dio por aludida, Mel volvió a decir su nombre, esta vez más alto. Finalmente, la chica lo oyó y, mientras dejaba de teclear, movió sus ojos poco a poco hacia nosotras. Eran de un azul profundo.

—Mara, esta es Kenzie, la chica que te dije que se incorporaba hoy —anunció Mel, sonando más formal que de costumbre—. ¿La cuidarás por mí?

Mara asintió y arrastró su silla lejos para levantarse y poder estrecharme la mano. Esperaba que no notase lo sudadas que las tenía.

—Por supuesto, es un placer.

Tan rápido como tomó mi mano la apartó, y supe que sí se había dado cuenta. No tuve tiempo de avergonzarme más, porque Melanie volvió a darme otro abrazo fuerte y, antes de marcharse, susurró en mi oído:

—Vendré a buscarte para comer juntas, pero si tienes cualquier problema, no dudes en llamarme.

Esperé hasta que mi amiga desapareció por el hueco del ascensor y a que el chico guapo compartiera otra sonrisa conmigo para sentarme. Dejé mi bolso sobre el escritorio y encendí el ordenador.

—Se llama Elliot —susurró Mara. Al volverme hacia ella la descubrí inclinándose sobre el pequeño cuadrado de madera que separaba nuestros escritorios—. Es muy simpático, pero yo prefiero a nuestro jefe.

Alcé las cejas con sorpresa.

—Yo prefiero no pensar en hombres.

El ordenador continuaba emitiendo un ronroneo bastante inquietante y la pantalla había pasado de negro a gris.

—¿Una mala ruptura? —preguntó Mara, y asentí—. No te preocupes por Frankie, es lento, pero al final arranca. Pasa lo mismo con todos los ordenadores, por eso me traigo el mío de casa.

Genial. La de minutos que perdería esperando. Minutos que podría emplear, por ejemplo, en buscar un lugar para vivir.

Oí la silla de Mara arrastrarse, y al volverme hacia ella me encontré su cabeza todavía más cerca de mi lugar de trabajo.

—Te explico, aquí guardamos todos los documentos en la nube. Tienes acceso directo desde una carpeta que hay en tu escritorio. ¿Qué te parece si imprimes las notas para la reunión de luego? No debería ser muy complicado.

Al menos diez minutos después de mi llegada, el ordenador finalmente se encendió. Me costó mucho más tiempo conseguir que el archivo se abriera. Mara me explicó que las notas se guardaban en función de la fecha en la que serían utilizadas. Después de eso solo había que mandarlas a la impresora e ir a buscarlas. Ella se las llevaría al jefe, que había pasado la mañana en el departamento de financiación preparando la reunión.

Mara tenía razón. El trabajo fue muy fácil y eso me animó bastante. Pude continuar feliz el resto del día, curioseando dentro de las subcarpetas del ordenador y familiarizándome con la empresa. Poco antes del descanso para comer fui un momento al baño y, al regresar, todo mi repentino buen humor desapareció. Mara me esperaba apoyada contra mi escritorio y con cara de pocos amigos.

—¿Qué ocurre? —pregunté con cierto matiz de miedo.

—Era una tarea sencilla, Kenzie. ¿Cómo has podido meter la pata en tan poco tiempo?

No sabía de qué hablaba hasta que me lo explicó. Las notas que había impreso no correspondían a la reunión de hoy, sino a la de mañana. Me había confundido, quizá distraído después del tiempo de espera hasta que el ordenador se encendió.

—Estaba superenfadado conmigo, no veas la regañina que me he tragado por ti —se quejó, y cruzó los brazos sobre el pecho—. Claro, al final he tenido que decirle que fue culpa de la nueva. Lo entiendes, ¿no? —Asentí, aunque sentía que estaba palideciendo—. Te está esperando en su despacho, ahora quiere hablar contigo.

Miré hacia atrás. Las cortinas seguían bajadas, aislándolo de los demás. Primer día de trabajo y ya me iban a echar la bronca. Di que sí, Kenzie. Tú no pierdas tu esencia.

Al menos no le había tirado café a nadie…

—Claro, ahora voy…

Comencé a dirigir mis pasos a la puerta con resignación. No me pasó desapercibida la sonrisa de suficiencia de Mara. Tomé aire y golpeé la madera. No recibí respuesta y me volví hacia mi compañera, quien con las manos me indicó que no esperara y entrara. Deseaba terminar cuanto antes con todo aquello, así que tomé el pomo entre las manos, lo giré y entré en la habitación.

Mi corazón se detuvo. No fue durante mucho tiempo, y quizá ni lo hizo, pero así lo sentí. Un pequeño brinco y después pude oír los latidos frenéticos, tomando carrerilla mientras cerraba la puerta tras de mí, sin dejar en ningún momento de mirar la cara de mi jefe. Era él. James Smith. Mi exnovio.

Estaba sentado ante su escritorio, revolviendo unos papeles. Ni siquiera se había dado cuenta de que había entrado. Se me helaron los huesos y tuve unas ganas espantosas de salir corriendo de aquel despacho.

Al escuchar el sonido de la puerta al cerrarse alzó el rostro y sus ojos se encontraron con los míos. Por su expresión supe que la sorpresa también le había golpeado con la misma fuerza que a mí.

—Tú… —dijo después de unos segundos de shock inicial en los que ni siquiera me había alejado de la puerta—. ¿Qué haces aquí?

Lo mismo podía preguntar yo, pero en realidad tenía sentido. Era el hermano pequeño de Jack, el jefe. Debería haber supuesto que tendría un buen puesto esperándolo. Seguro que Melanie también lo sabía, pero ninguno de los dos me había dicho nada… Y eso era lo que menos me sorprendía de la situación.

Tomé aire y me forcé a dar unos pasos hacia el frente. James se había puesto de pie, con las manos apoyadas sobre la mesa. Su sorpresa era demasiado obvia para fingirla. Nos habían tendido una trampa a ambos.

—Yo… —tartamudeé, y me mordí el labio antes de continuar con más firmeza—: Mara me dijo que querías verme. Soy la que imprimió las notas mal.

Decir que me sentía incómoda era quedarse corta. No solo metía la pata de forma catastrófica el primer día de trabajo, casi arruinando una reunión, sino que el jefe que me llamaba para echarme la bronca… ¡era mi exnovio! «Tierra, trágame» era una de las muchas frases que se me pasaban por la cabeza en aquel momento.

Me detuve cuando llegué frente al escritorio. Sin apartar sus ojos verdes de los míos ni un solo segundo, quitó las manos de la mesa y se irguió. Me di cuenta de que había crecido unos cuantos centímetros desde la última vez que nos vimos. Bordeó la mesa llena de papeles y se acercó a mí. Había una distancia de dos metros entre nosotros, y parecía que ninguno de los dos se atrevía a sortearla.

—¿Trabajas aquí?

Era obvio. Sin embargo, asentí. Delató su nerviosismo al rascarse la mandíbula, cubierta por una capa diminuta de barba rojiza, igual que su pelo.

—Bueno, es toda una sorpresa —confesó, y la expresión de asombro comenzó a desaparecer—. No tenía ni idea.

—He empezado hoy —informé—. Melanie me ayudó a conseguirlo.

No sabía qué más decir. Las ganas de salir corriendo de la habitación, que sentía cada vez más pequeña y asfixiante, crecían por momentos.

James dio un pequeño paso hacia mí e, inconscientemente, yo también me acerqué a él. Me sentía extraña. Estaba con una de las personas con las que más confianza había tenido, alguien a quien había querido mucho, y actuábamos como extraños que se reencuentran.

—¿Cómo estás? —preguntó.

—Bien… Creo. ¿Y tú?

La situación era muy extraña.

—Bien también —asintió, y tras unos segundos callado continuó—: ¿Estarás mucho tiempo por aquí?

No sabía si su pregunta camuflaba el hecho de que en realidad no me quería por allí, pero James nunca fue del tipo rencoroso.

—Pues si no me despides por haber confundido las notas, espero que bastante tiempo.

El recordatorio de las notas nos llevó de nuevo al presente y a la razón de por qué yo estaba en su oficina, lista para recibir una reprimenda en mi primer día de trabajo.

—Eso… No pasa nada, es tu primer día. Pero que no vuelva a ocurrir.

Sus palabras sonaron un poco forzadas. Tuve la impresión de que no iba a echarme la bronca y me pregunté si quizá nuestra relación pasada había tenido algo que ver. No iba a quedarme allí para comprobarlo. Necesitaba salir, airearme y ver a Melanie para echarle la bronca y pedir explicaciones.

—No pasará, lo prometo.

Empecé a retroceder, dispuesta a alejarme de él, cuando James dio un paso más en mi dirección. Parpadeé esperando que dijera algo, pero no lo hizo. Solo siguió mirándome. Recordé la ruptura y lo mal que lo había pasado después, pero ya no éramos unos críos. Ahora tocaba actuar con más madurez.

Tomé aire profundamente y estiré el brazo hacia él, con la mano abierta. No podía renunciar al trabajo, y si íbamos a vernos todos los días, mejor comenzar con buen pie, olvidando el pasado.

—Me ha gustado verte de nuevo —mentí, porque mis sentimientos eran tan confusos que no sabía con exactitud si me había gustado o no.

James tomó mi mano con la suya. Era cálida. Apretó con fuerza y eso me obligó a dar un paso adelante. Al final quedé frente a él, tan cerca como no habíamos estado en casi cuatro años.

—A mí también, Mackenzie.

Capítulo tres

—Venga ya, Kenzie. Admite que si te lo hubiese dicho, no habrías aceptado el trabajo.

Removí el café con la cucharilla de plástico mientras Melanie me daba pequeñas pataditas impacientes por debajo de la mesa. Acababa de descubrir de una forma bastante embarazosa que mi exnovio, al que hacía cuatro años que no veía, era mi nuevo jefe. Y que mi amiga, quien lo sabía de sobra porque era ella quien me había encontrado el trabajo, no me había dicho nada.

—¡Claro que no! O sí, no lo sé. Pero al menos hubiese estado preparada para cuando lo viese. ¡No sabes lo mal que lo he pasado ahí dentro! Ni siquiera sabía qué decirle.

Me lamenté y dejé de lado el café, porque odiaba cómo sabía el de máquina. Con lo moderna que era la empresa de Jack, y no se había dignado a conseguir una máquina de café en condiciones. Eso sí, disponía de una salita para que todo el personal pudiera almorzar sin tener que salir del edificio si quería. Allí estábamos Mel y yo, rascando los últimos minutos que quedaban antes de tener que regresar a nuestros puestos de trabajo.

—Debiste haberlo supuesto, Kenz —dijo a modo de disculpa—. El dueño de la empresa es su hermano. De todas formas, ¿cómo pudiste meter la pata en el primer día de trabajo?

A pesar de cómo lo dijo, se estaba riendo. Una parte de mí me decía que Melanie ya se había imaginado que la fastidiaría de alguna manera, aunque fuese enviándole al jefe las notas erróneas para la reunión.

—Eso no importa, Jack y tú nos mentisteis a los dos. ¡James tampoco sabía qué decirme!

Escondí la cara entre los brazos sobre la pequeña mesa. Aún no había superado que Henry me hubiese dejado, así que no estaba preparada para preocuparme por otro de mis exnovios. Aunque básicamente la lista se reducía a dos: Henry y James.

Recordar a Henry tampoco me ayudaba a superar aquel momento.

—Estoy segura, ojalá lo hubiera presenciado —se burló.

Le lancé una mirada fulminante a través de las pestañas. Eso era una gran amiga, sí, señor. Después se puso a hablar sobre su día: una de sus compañeras había traído pasteles porque era su cumpleaños, pero eran de canela y Melanie tenía alergia. Me estaba contando lo mal que lo había pasado porque le rugía el estómago y de repente su voz se fue apagando hasta desaparecer. Cuando la miré, sus ojos apuntaban en otra dirección.

—Hum… Hola, chicas, ¿qué tal?

Reconocí el tono de voz de James antes de girarme, e incluso así no pude evitar que mi corazón diese otro vuelco. Tenía que empezar a controlarlo antes de que se volviese un incordio constante. Especialmente si a partir de ahora iba a ver a James todos los días.

—Hola, guapo —saludó Mel, y le guiñó un ojo—. ¿Cómo tú por aquí?

James se rascó la coronilla mientras se encogía de hombros.

—Quería hablar con Kenzie —confesó después de unos segundos de incómodo silencio—. A solas, si puede ser.

Lejos de sentirse ofendida, Mel no dudó en abandonarme a mi suerte, a pesar de que le imploré con los ojos que no lo hiciera.

—Claro, quería pasarme a ver a Jack antes de volver al trabajo —afirmó con resolución, y se levantó de la mesa—. Luego puedes acompañar a Kenzie hasta su oficina para que no se pierda, ¿verdad?

Solo le faltó añadir: «Porque trabajáis en el mismo departamento». Se despidió de mí con una caricia en la coronilla y se alejó, dejándonos solos. En realidad, había un pequeño grupo de trabajadores terminando su almuerzo, pero no nos prestaban atención, ni nosotros a ellos.

James tomó el asiento que Mel había dejado libre, frente a mí. Me obligué a mirarlo a los ojos.

—¿Qué querías? —pregunté, y aunque mi intención había sido la de ser amable, la pregunta sonó un poco borde.

Carraspeé para sacar la tensión de la garganta. El día estaba siendo un completo desastre.

—Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que nos vimos, y ahora vamos a trabajar juntos —comenzó, señalando lo obvio—. Quisiera que nuestro pasado no afectase al trabajo.

Sus palabras sonaron muy profesionales. ¡Qué envidia! Asentí, porque, si no iba a despedirme, me gustaría no llegar todos los días a trabajar con el estómago revuelto por los nervios y la incomodidad.

—Estoy de acuerdo, no tiene por qué afectar.

Noté que James jugueteaba con los dedos sobre la mesa. Era una señal de que estaba nervioso, como yo. Sin embargo, no dejaba que su voz lo traicionara. Había pasado tanto tiempo a su lado que, a pesar de no habernos visto durante años, todavía lo conocía lo suficiente para saber cuándo se ponía nervioso.

—Me gustaría limar asperezas —añadió al cabo de un rato—. Quizás así pudiésemos tener un buen «nuevo comienzo».

Fruncí el ceño. También lo conocía lo suficiente para saber que había algo más detrás de esa afirmación.

—¿Qué estás proponiendo, James?

Al pronunciarlo, su nombre me escoció en la lengua, y sus ojos brillaron traviesos, lo que provocó otro vuelco brusco en mi corazón. Lo achaqué a los nervios. Después de años sin vernos, era imposible que continuara sintiendo algo por James. No puedes mantener el amor cuando una persona está fuera de tu vida, pero James siempre me había parecido atractivo, y verlo había despertado sentimientos dormidos que podían llegar a confundirme.

Por eso no podía estar más en desacuerdo con lo siguiente que dijo.

—¿Te apetece salir a cenar algún día conmigo?

Abrí la boca para contestar y la cerré inmediatamente. Tenía que estar bromeando. No podía estar pidiéndome una cita.

—No es lo que piensas —explicó rápidamente al ver mi cara, y soltó sus manos enredadas para alzarlas frente a mí en posición de defensa—. Sería como… una reunión de negocios. No hay nada mejor que una buena cena y un poco de vino para limar asperezas.

Acababa de dejarlo con Henry y él era mi exnovio. Ir a cenar juntos, aunque solo fuese por trabajo, no parecía la mejor idea.

—Vamos a coincidir mucho a partir de ahora, solo quiero hacer las cosas más fáciles.

Me mordí el labio inferior, porque sus palabras tenían sentido. El grupo de trabajadores que estaba en la sala comenzó a hacer ruido con sus sillas al levantarse para regresar a sus puestos. Los observé y miré la hora en mi teléfono.

James se levantó el primero. Observé su rostro derrotado.

—Está bien, entiendo que no quieras. Era solo una idea absurda…

Si había algo que recordaba sobre James Smith era que él nunca se daba por vencido. Si eso había cambiado, ¿qué más cosas serían diferentes en él? Siempre conseguía hacerme reír, y si continuaba manteniendo esa capacidad, no me vendría mal pasar un rato divertido.

Además, tenía razón. Necesitábamos limar asperezas, y era mejor hacerlo en un ambiente más relajado que el de la empresa. Aquel despacho era asfixiante.

—¿Qué te parece este viernes? —pregunté antes de que pudiera arrepentirme, y me puse de pie.

Tardó unos segundos en comprender a qué me refería, y cuando lo hizo una pequeña sonrisa traviesa se instaló en sus labios. Mi estúpido corazón dio otro vuelco, sacudido por los recuerdos que dicha sonrisa traía consigo.

—Suena genial.

Capítulo cuatro

—No pienses que un trozo de bizcocho de chocolate va a arreglar la situación.

Especialmente porque estaba comenzando a hartarme de comerlo tan a menudo. Era lo mismo que me había ocurrido en la universidad con las pizzas. Aunque quizás ese caso se debía a que eran pizzas congeladas de mala calidad y te aburrían tan rápido como las grasas malas se adherían a tus órganos y te enfermaban.

—¿Y con café? —añadió Jack, acercándome una taza humeante.

Arrugué la nariz, pero acepté la bebida a regañadientes.

—No creas que esto va a solucionar la traición —murmuré—. Y dame ese trozo de bizcocho también. He dicho que no lo arreglaría, no que no lo quisiera.

Jack suspiró y se dejó caer en el suelo frente a mí. Estaba en el sofá de la sala viendo el capítulo que no pudimos acabar de The Walking Dead como venganza y él había interrumpido mi sesión de odio con comida. Aunque, si era sincera, no podía estar muy enfadada con Jack. Al fin y al cabo, me había dado un trabajo bastante decente, y no iba a renunciar a él aunque James fuera mi jefe. Algunos compañeros demasiado entusiastas lo comparaban con trabajar para Google. Vale, teníamos seguro médico, vacaciones pagadas por la empresa e incluso una sala de fitness (que dudaba llegar a utilizar algún día), pero yo aún no había visto la sala de masajes gratis o la piscina.

—Mierda, si tú estás así de enfadada, no quiero saber lo que me va a hacer mi hermano cuando me vea.

—Sí, estaba bastante sorprendido por verme allí —le recriminé.

Al menos había sacado una cosa positiva al reencontrarme con mi exnovio: por fin llevaba más de ocho horas seguidas sin pensar en Henry y lamentarme por su partida. No soy buena manejando más de dos situaciones tristes al mismo tiempo.

Una melodía tensa y siniestra comenzó a resonar desde los altavoces estéreo. Alguien estaba a punto de toparse con un zombi putrefacto o con un humano trastornado que decide ser más monstruoso que los propios monstruos. Y eso los hace peores, porque se supone que es la conciencia lo que los diferencia, pero parecen carecer de ella.

Jack se sirvió un trozo de bizcocho y se sentó a mi lado en el sofá.

—¿Y bien? ¿Cómo ha ido el primer día?

Podía contestar con un simple bien o quizá comentarle lo perdida que estaba o lo horrible que era trabajar con un ordenador que tardaba media hora en arrancar. En su lugar me decidí por chincharle un poco más.

—Pues creo que mi nuevo jefe me encuentra atractiva, ¿sabes?

A medida que las palabras salían de mi boca rogué porque no le dijera nada a James. Estaba inventándomelo para fastidiarlo y sería muy embarazoso si llegaba a sus oídos.

Jack se volvió rápidamente hacia mí.

—¿James te ha hecho algo?

A juzgar por el tono de preocupación en su voz, quizás aquella no fuese la mejor respuesta que podría haberle dado. Por si no estaba del todo segura, Jack añadió:

—Sé que es mi hermano y que fuisteis pareja, pero me tomo muy en serio las agresiones sexuales en el trabajo.

Oh, Dios mío. Jack tenía razón. No debería hacer bromas con un tema tan serio y que en muchas ocasiones no recibe la atención que merece.

—No, James no ha hecho nada —negué, y dejé la taza humeante frente a la mesita baja que custodiaba el sofá—. Perdona, ha sido una broma pesada para hacerte sentir mal.

Supuse que no era un buen momento para comentar que James y yo iríamos a cenar el viernes. Para limar asperezas. Puramente amistoso y profesional. Una quedada. Ni siquiera era una cita.

Tenía que cancelarlo.

Un trozo de bizcocho desapareció frente a mis ojos cuando Jack decidió picotear de la porción que me había ofrecido. Con todo el chocolate que comía, no entendía cómo se mantenía en forma.

—No te dijimos nada porque sabíamos que entonces rechazarías el trabajo.

—Sí, Mel me ha dicho lo mismo esta mañana —asentí. En el televisor, un zombi apareció de la nada—. ¿Y no había algún puesto libre en otro departamento?

Al instante quise borrar mis palabras. Jack ya había hecho bastante ofreciéndome un puesto para el que debía de haber gente mucho más cualificada y, además, me acogía en su casa de buena gana hasta que encontrara un sitio donde vivir. Sin embargo, él no se lo tomó a mal, o al menos no mostró ninguna reacción.

—La verdad es que estábamos pensando en montar una guardería para los hijos de los empleados, pero Mel comentó que allí no encajarías demasiado bien —contestó, reflexivo.

Arrugué la nariz sin proponérmelo. Mi amiga tenía razón. Los niños y yo nos llevábamos peor que mal. En alguna ocasión había llegado a pensar que para los pequeños yo era la encarnación de It.

—Tiene razón —afirmé—. Cuando fui de visita a casa de Eric y Alia, hice llorar a su bebé solo con aparecer en la habitación. Es como si los niños tuviesen un radar anti-Kenzies.

—No será para tanto, mujer —bromeó Jack.

Un grito proveniente del televisor nos sobresaltó. Ahora ya no había un zombi, sino varios, y habían conseguido morder a alguien.

—¡No! —se lamentó Jack, y parte de su café le cayó en el pantalón, aunque apenas se inmutó—. A mí me gusta ese personaje, y ahora morirá o le amputarán la pierna…

Capítulo cinco

Segundo día de trabajo y, por supuesto, continuaba sintiéndome como una extraña. Elliot, el chico guapo de ojos agradables que se sentaba unas mesas más al frente, había intercambiado un par de sonrisas conmigo, pero ahí acababa todo. Por el momento seguía frustrada porque no tenía ni idea de cómo me enfrentaría a mi nuevo jefe teniendo en cuenta nuestro pasado, pues sospechaba que no sabría hacer el trabajo (ni este ni ninguno) y porque el maldito ordenador no se encendía y esa mañana tenía muchas cosas que hacer.

Para colmo, Mara llegó tarde, revolviéndolo todo y tirándome parte de su café hirviendo en el dorso de la mano. ¿Quién posa un envase de cartón con la fuerza del martillo de Thor y espera que no salpique?

—Ayer metiste la pata, no pasa nada —dijo al ver mi cara, en lugar de disculparse—. En mi primer día aquí me confundí de planta y me presenté a todo el departamento de finanzas como la nueva becaria. Lo peor es que nadie me dijo nada y se comieron todos los dónuts que llevé.

Abrí los ojos con horror. ¿Había que llevar comida el primer día? ¿Por qué Mel no me avisó?

Mara interpretó mi repentino horror como compasión y suspiró mientras se dejaba caer en su silla. Comenzó a desabotonarse la americana que llevaba con un elegante movimiento que se contradecía con su rápida respiración. Debajo llevaba un vestido con escote pronunciado que dejaba lo justo y necesario a la imaginación.

Una vez tuve una camiseta con un corte parecido, pero justo después de comprarla me salió un grano enorme en medio del escote, se enquistó y tardó siglos en curar. Meses, si me atenía al tiempo real. Al final no estrené la camiseta. De hecho, creo que se la presté a una de mis compañeras de piso y nunca me la devolvió.

—¿Te gusta? Es de Forever 21 —dijo al percatarse de mi mirada. Sacudí la cabeza, alejando con velocidad mis ojos de su pecho—. El vestido, quiero decir. Las tetas son naturales, heredadas por parte de la familia de mi madre.

Sentí cómo me ardían las mejillas mientras ella se llevaba las manos al pecho y apretaba. Bajé la vista a mi propio pecho. Para empezar, me había puesto una blusa con cuello barco, sin escote, y en lugar de sujetador usaba un bralette. Los bralettes fueron mi mejor descubrimiento del año. Eran muy cómodos y quedaban bonitos como lencería, pero daban la impresión de disminuir la talla del pecho. En mi cómoda (en estos momentos maleta) había más bralettes que sujetadores.

Mara siguió la dirección de mis ojos e hizo un mohín.

—Si quieres, un día podemos ir de compras.

No estaba muy segura de aceptar su invitación, ni siquiera de que fuese una invitación seria. Bajé de nuevo la mirada a mi pecho. Nunca me había sentido intimidada o influenciada negativamente por su tamaño. ¿Por qué iba a hacerlo ahora?

—Buenos días, chicas —canturreó una voz sobre nuestras cabezas.

Dejé de mirar mis pechos a la misma velocidad vertiginosa con la que dirigí mis ojos hacia arriba y me encontré con unos alegres ojos de color verde intenso. Siempre me había fascinado que James pareciera contento en la mayoría de las situaciones, especialmente después de conocerlo mejor y darme cuenta de la persona que había detrás de la imagen de chico bromista y despreocupado que daba al mundo. En el fondo, James Smith era una persona madura y emocional, pero a veces son estas personas las que más esconden sus verdaderos sentimientos a los demás, y lo hacen bajo una careta de falsa felicidad.

—Hola, jefe, ¿cómo estás?

Los ojos de James se apartaron de mí para mirar a Mara y segundos después bajaron hacia su escote. Bien, borremos eso de persona madura. Ni siquiera sé por qué lo pensé.

—Listo para la reunión de hoy —contestó, y por fin apartó la mirada.

Tampoco podía culparlo. Incluso yo había desviado los ojos hacia ella. Mierda, ojalá hubiese usado sujetador esa mañana. Y otra blusa.

Entonces sus ojos volvieron a posarse en los míos.

—Mackenzie —dijo, y mi nombre completo sonó tan extraño viniendo de sus labios que no pude evitar mostrarme sorprendida. James carraspeó antes de continuar—. Cuando tengas un momento, me gustaría hablar contigo, si puede ser.

Asentí, porque ¿qué otra cosa podía hacer? Cuando se fue, Mara se inclinó sobre mi asiento.

—¿Te riñó mucho ayer por haber impreso mal los papeles?

Negué con fuerza. Frankie por fin se había encendido, así que traté de centrarme en el trabajo. Con suerte, hoy lo haría bien.

Mierda. ¿De qué querría hablarme James? Sospechaba que no sería sobre el trabajo.

—Es un buen jefe —afirmó Mara, y de pronto cambió de tema—. Oye, ayer te vi mirando pisos de alquiler. ¿Tienes donde vivir?

Menuda compañera cotilla me había tocado. Pero parte de mí sabía que mis sentimientos negativos hacia su persona se debían a que le gustaba James, lo cual no tenía sentido, ya que James y yo no éramos nada. Por supuesto, no iba a contárselo. En su lugar, me esforzaría muchísimo para que congeniáramos. Al fin y al cabo, si la cosa salía bien, pasaría mucho tiempo con ella. Más que con James.

—Por ahora vivo en casa de una amiga, Mel, aunque es solo temporal.

Temporal, porque ya me había hartado de oírlos «hacerlo» cada noche. En serio, ¿las parejas normales lo hacen todas y cada una de las noches? Pues entonces está claro que Henry y yo no éramos una pareja normal.

Mierda, ni siquiera James y yo. Y mira que él lo hacía bastante mejor.

—Es que resulta que mi compañera de piso y yo estamos buscando a alguien para que ocupe la habitación que queda libre. Antes compartíamos piso con un chico, Jaden, muy majo, pero se mudó con su novia. Te lo digo por si te interesa.

¿Vivir con Mara? Cuando dije que quería intentar llevarme bien con ella no me refería a lavar nuestra ropa interior en la misma lavadora. Eso era demasiado nivel de confianza.

Asentí y volví la mirada a mi ordenador, lo que se entendía como un «me lo pensaré», pero bastante más amable. No descartaría su oferta tan rápido.