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Ángel Zapata

 

 

Luz de tormenta

 

 

 

 

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Ángel Zapata, Luz de tormenta

Primera edición digital: octubre de 2018

 

ISBN epub: 978-84-8393-635-1

 

© Ángel Zapata, 2018

© De la ilustración de cubierta: Roberto Carrillo, 2018

© De esta portada, maqueta y edición: Editorial Páginas de Espuma, S. L., 2018

 

 

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Colección Voces / Literatura 267

 

 

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Para Inés Mendoza

Como si algo hubiera aprovechado
un desastre profundo del hombre para tomar la palabra.

 

Julien Gracq

 

 

 

Un solo clamor del Ser para todos los entes.

 

Gilles Deleuze

I

El osario de las estaciones

 

Le empujan a que escale (una rampa demasiado vertical, una fachada, un muro); creen, con una fe ilimitada, en la flexibilidad de sus articulaciones, de sus miembros, ¡qué error! Y en lo que toca a su disposición, le suponen vigorosamente opuesto a todo aquello que le cerraría el paso, lo que está lejos de ser verdad.

Cuando camina en sueños, llega siempre a los restos de una antigua muralla ofrecida a los vientos alisios, llega y se va.

Y así con todo.

¿Qué le reprochan? Ya no ve costas, no ve corrientes de agua, piensa que si sus ojos resistieron abiertos en alguna otra vida fue por influencia de lo que no se ve.

Latitud

 

Los días son túneles que descienden, hace cuánto han perdido su crepitación, ahora asoma la estraza inevitable, lo que siempre tuvieron de papeles arrugados, mínimos desechos que se amontonan, que se desperdigan. O si no será el cepo gigantesco, la intemperie que está inmovilizándole mientras los días (y este día) ruedan, mientras un animal desventrado gotea sobre él, un paso más y comparecerá lo informe.

Marejadas, marejadas de sombra, afuera, errando por un cielo casi blanco.

Paso a nivel

 

Solo para los otros estaré muerto un día, no para mí. Para mí no habrá nada, habrá hormigas o alguna otra clase de seres hostiles. Ahora busco la frase que diga el pasillo inundado, el agua en que flotan hormigas, pero no viene. En su lugar encuentro clavos, clavos disimulados en la carne, clavos hendiendo la carne. Encuentro una inmensa extensión desértica, ni oscura ni verdaderamente iluminada, parecida a la noche polar.

Entre esta hora y otra

 

Pregunta si hay espacios donde los años se acumulen (la pregunta de los negligentes, se dice); ha visto hangares, ¡pero en qué tierras se asentaban!, incluso como marismas habrían resultado inconcebibles. Bosques, arroyos, elevaciones, todo está abrumado bajo el peso del tiempo. Los hombres mismos, en el momento de ir a saludarse, ¿no se esfuerzan por sobreponerse?, ¿no se descubren interiormente hundidos? Echa de menos cofres de madera donde el tiempo pudiera reposar, fermentar, hacer su obra. Qué importa lo demás. Le hablarán de un paisaje enfrentado a lo tenue, de la decantación que evapora lo tenue, y de bosques de fémures, ahora sí, perfectamente humanos.

El agua misteriosa

 

Hace unos años, por la época en que perdí a mi madre, escribí al obispado pidiendo por amor de Dios dos patas traseras de cualquier cuadrúpedo. «Siempre que las dos patas sean traseras, no tengo preferencia por ningún tipo de cuadrúpedo», decía en la carta.