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ÍNDICE

 

 

 

 

 

 

 

Portadilla

Índice

Introducción

Capítulo I. Los orígenes

Capítulo II. La República

Capítulo III. El Alto Imperio: la historia

Capítulo IV. El Alto Imperio: la geografía

Capítulo V. El Alto Imperio: el derecho y la guerra

Capítulo VI. El Alto Imperio: la vida material

Capítulo VII. El Alto Imperio: la vida del espíritu

Capítulo VIII. Del siglo III al Bajo Imperio

Capítulo IX. El fin de Roma

Epílogo

Créditos

INTRODUCCIÓN

 

 

 

 

 

 

 

La historia de Roma es la historia extraordinaria de una pequeña ciudad que estuvo a punto de desaparecer cien veces en dos siglos (509-338) y que después se impuso a sus vecinos más próximos, y luego a toda una región, el Latium, y más tarde al mundo entero, el mundo de la época, el mundo mediterráneo. ¿Cómo explicar este milagro? Ni la organización política, ni la vida económica, ni las estructuras sociales, ni las producciones culturales presentan un carácter extraordinario.

Esa conquista la efectuó un régimen aristocrático y un ejército de reclutamiento. Por sorprendente que pueda parecer, Roma se vio forzada con frecuencia al conflicto; sus habitantes amaban la paz, detestaban la guerra. Pero cuando era preciso hacerla, la hacían, y no se detenían hasta lograr la victoria.

Más tarde, este Imperio fue preservado durante cuatro siglos por una monarquía y por un ejército profesional.

La economía no era muy diferente de la que practicaban los pueblos vecinos; se fundaba sobre el trigo, base de toda la alimentación. Los antiguos añadieron la viña y el olivar, constituyendo así la trilogía mediterránea de los geógrafos, pero también el garum una salmuera que se convertiría en el condimento universal; la cerámica, extendida por todas partes, el textil, la metalurgia y la madera, tan importante y que ha dejado poco rastro. Un hecho, sin embargo, merece ser destacado: la República ha tenido a su disposición grandes cantidades de hombres, y ha podido enviarlos a todas partes, desde el estrecho de Gibraltar hasta los confines de Siria; el Alto Imperio conoció un sorprendente equilibrio entre población y producción.

La sociedad que daba vida a esta economía era también muy parecida a la de los países vecinos. A su cabeza se encontraban las 300 familias (luego 600); eran los nobles que dirigían el Estado bajo la República, y lo hacían también funcionar en el Alto Imperio. Más abajo en la escala social, los caballeros (equites) se repartían entre la función pública y las actividades económicas. Una sólida clase de notables municipales, justo debajo de ellos, dirigía la economía y la vida de las ciudades; apasionados amigos de la paz, amaban al Imperio que garantizaba su poder.

El Imperio lo perdió el régimen monárquico y el ejército profesional. Los hombres libres, ciudadanos o no, hacían funcionar la economía; no era esa una incumbencia de los esclavos, contrariamente a lo que se creyó a veces en los siglos XIX y XX.

Los nobles se dedicaban sobre todo a la vida intelectual; en ese campo, Roma ha aportado muy poco: mucho lo tomaron de los Griegos, esos Griegos tan vencidos y sin embargo tan inteligentes. Eso se debía sin duda, pensaban los Romanos, a una razón religiosa. Porque los Romanos estaban persuadidos de ser el pueblo más religioso del mundo.

Una terrible crisis se abatió sobre el Imperio en el siglo III de nuestra era. El Imperio se recuperó, e incluso conoció un renacimiento en el siglo IV. A finales de ese mismo siglo IV, Occidente sufría toda clase de dificultades, y se convertía en el Occidente bárbaro; el Oriente por el contrario encontraba la fuerza de un nuevo renacer, pero en un contexto diferente, y llegaba a ser el Oriente «bizantino», pero ¿eso era aún Roma?

 

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Actualmente son muchos los debates que agitan el mundo científico. Con todo, no hay que dejarse llevar por el pesimismo. Un cierto número de datos pueden considerarse bien fundados, y muchos de esos debates versan sobre cuestiones menores o son sencillamente falsos debates. Se han planteado problemas y, con frecuencia, se han resuelto.

Los historiadores actuales utilizan siempre todavía los textos llamados literarios; son escasos (un hombre puede, en su vida, leer toda la literatura griega y latina relevante sobre la historia de este mundo). Sin embargo, al leerla, encontrará siempre algo nuevo. No se puede prescindir de la epigrafía, de la numismática, de la papirología y de la arqueología. En esos campos, la masa de documentos es infinita, y cada año aporta su lote de novedades.

Capítulo I

LOS ORÍGENES

 

 

 

 

 

 

La Ciudad de Roma nació el 21 de abril del 753 a. J.C., al menos eso cuenta una leyenda más o menos confirmada por la arqueología: el mito cubre la realidad deformándola. Observemos que la palabra Ciudad se escribe con mayúscula cuando se trata de Roma, la Urbs.

 

 

I. LA GEOGRAFÍA

 

Las condiciones geográficas explican en parte el desarrollo de Roma. El primer asentamiento se instaló en el Latium, en la margen izquierda del Tíber que, en ese paraje, discurre de norte a sur aproximadamente. Esa es la razón por la que los antiguos llamaron a esa orilla la margen latina, en oposición a la margen etrusca u orilla derecha, situada en Etruria, que comenzaba al otro lado del agua. Contra lo que dice la leyenda, Roma no se asentaba sobre siete colinas, sino sobre tres. En el cuaternario, una lengua volcánica, venida de los montes Albanos y de la Sabina, alcanzó el Tíber. Más tarde la erosión hizo su obra y aisló tres colinas (de norte a sur: el Capitolio, el Palatino y el Aventino) cortando la meseta de las Esquilias en cuatro lenguas que, vistas desde abajo dan la impresión errónea de ser otras tantas colinas (de sur a norte: Celio, Esquilino, Viminal y Quirinal). El Vaticano formó parte de Roma tardíamente. Estas siete alturas aislaban dos depresiones: el emplazamiento del futuro Foro y del futuro Campo de Marte. El Tíber deja Roma a 13 metros sobre el nivel del mar. Las colinas tienen una altura media de 50 metros, con una cima a 84 metros en el Quirinal.

La Ciudad es inseparable de su río. El Tíber encierra en su curso una isla, la isla Tiberina, que facilitaba el paso entre el Latium y Etruria. Actualmente presenta un régimen mediterráneo contrastado, con un caudal medio de 220-245 m3 por segundo. Se caracteriza por mínimos de verano y máximos de primavera, acompañados a veces de crecidas violentas, que inundaban todas las partes bajas de la Ciudad y destruían los almacenes, reduciendo al pueblo al hambre.

 

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El emplazamiento de Roma

 

No volveremos a decir que la Ciudad estaba bien situada o que lo estaba en una encrucijada: eso se puede decir de todas las ciudades. Ocupaba una posición central no solo en Italia, sino también en el Mediterráneo. El Latium es una llanura pobre y pantanosa, sobre todo en la parte del litoral, vecina de otras dos regiones igualmente bajas pero ricas, Etruria al norte y la Campania al sur. Está dominado por los Apeninos, que atraviesan toda Italia; esa cordillera terciaria alcanza los 2.487 metros en el monte Velino, a 80 km al este-nordeste de Roma. No lo separa de Etruria más que el curso del Tíber que discurre a lo largo de la ruta más antigua, la Vía Salaria (ruta de la sal). Otras varias rutas permiten comprender qué relaciones tuvieron los romanos, y con qué vecinos. La Vía Aurelia subía hacia el norte, a lo largo del litoral etrusco; la Vía Cassia seguía el trazado de la precedente pero tierra adentro; la Vía Emilia remontaba hacia el nordeste y Rímini a través de los Apeninos; la Vía Cecilia llegaba también al Adriático pero saliendo directamente hacia el este; hacia el sur, la Vía de Tibur (Tívoli) y la Vía Latina alcanzaban la Campania. Andando el tiempo, Italia y el mundo mediterráneo se cubrieron de rutas: todos los caminos conducían a Roma.

 

 

II. LA HISTORIA

 

Más que la geografía, es la historia la que hizo de Roma lo que ella fue.

Con todo, la historia se apoya aquí en parte sobre la leyenda. Dos hermanos de ascendencia divina, Rómulo y Remo, quisieron fundar una ciudad. Discutieron para decidir quién ejercería allí la autoridad; el debate se complicó y Rómulo mató a Remo.

En realidad, el primer poblamiento importante del lugar se puede datar, por los cascos de cerámica encontrados, hacia finales del siglo VIII a. J.C.; unas cabañas de pastores se encontraban en el lugar, sobre la margen izquierda del Tíber; sus habitantes venían tal vez de Alba o de Lavinium.

La arqueología nos acaba de revelar que el emplazamiento de Roma ha sido ocupado desde la Prehistoria y hasta los comienzos del primer milenio, aunque no de manera continua (al menos no tenemos constancia de ello). Los primeros habitantes venían sin duda de comunidades diferentes, quizá fuesen Latinos, Sabinos o Etruscos. Los Latinos constituían una rama dentro de los pueblos italianos, pertenecientes al mundo de los indoeuropeos, y que llegaron a la península en el curso del segundo milenio. Pero fue sin duda en el curso del siglo VIII antes de nuestra era cuando algunos pastores, seguramente Latinos, construyeron cabañas en el actual emplazamiento de Roma. Esas cabañas se reagruparon para formar pueblos, que se unieron más tarde para dar lugar a la Ciudad.

Fue sobre todo gracias a los Etruscos como los pueblos llegaron a formar la Ciudad. Construyendo un gran colector, la cloaca máxima, de la que aún se puede ver la boca por encima del lecho del Tíber, desecaron un terreno pantanoso para instalar allí el foro, con una plaza para los ciudadanos, el comitium, y una sala de reunión para los ancianos, la curia. Un puente permitió atravesar el río (el nombre de Roma viene quizá del etrusco Rumon, «puente»). Los templos, construidos principalmente sobre la colina del Capitolio, completaron el dispositivo. Roma conoció un siglo de civilización etrusca.

Es habitual decir que la primera Roma fue gobernada por reyes etruscos. Ciertamente, no ofrece duda que los Etruscos ocuparon allí un lugar importante. Pero tampoco estuvieron siempre en conflicto ni incluso en competencia con los Latinos. Los objetos recuperados por los arqueólogos presentan una gran diversidad. E incluso la leyenda alterna los soberanos de nombre latino en primer lugar, y etrusco a continuación. Por otra parte, los aristócratas italianos han estado siempre muy relacionados entre ellos.

La leyenda nombra seis reyes: Numa Pompilio, el organizador de la religión; Tulio Hostilio, el padre del ejército; Anco Martio, el constructor; Tarquinio el Viejo; Servio Tulio, el fundador de la vida cívica y, en fin, Tarquinio el Soberbio, teóricamente responsable de la caída de la monarquía por haber violado a una Latina, la virtuosa Lucrecia, en el 509. La arqueología muestra que una revolución tuvo lugar a principios del siglo V, de lo que da testimonio la desaparición de las importaciones de cerámica etrusca. Así pues, en realidad, los Latinos conquistaron su independencia expulsando a los Etruscos.