Image

Elena Díaz Silva
Aribert Reimann
Randal Sheppard (eds.)

Horizontes del exilio
Nuevas aproximaciones a la experiencia de los exilios
entre Europa y América Latina durante el siglo XX

 

 

 

Image

Ediciones de Iberoamericana

101

CONSEJO EDITORIAL:

Mechthild Albert

Rheinische Friedrich-Wilhelms-Universität, Bonn

Enrique García-Santo Tomás

University of Michigan, Ann Arbor

Aníbal González

Yale University, New Haven

Klaus Meyer-Minnemann

Universität Hamburg

Daniel Nemrava

Palacky University, Olomouc

Katharina Niemeyer

Universität zu Köln

Emilio Peral Vega

Universidad Complutense de Madrid

Janett Reinstädler

Universität des Saarlandes, Saarbrücken

Roland Spiller

Johann Wolfgang Goethe-Universität, Frankfurt am Main

Horizontes del exilio

Nuevas aproximaciones a la experiencia
de los exilios entre Europa y América Latina
durante el siglo XX

Elena Díaz Silva
Aribert Reimann
Randal Sheppard (eds.)

IBEROAMERICANA - VERVUERT - 2018

Image

Este libro ha sido posible gracias al apoyo del European Research Council

 

 

 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com;
91 702 19 70 / 93 272 04 47).

Derechos reservados

© Iberoamericana, 2018

© Vervuert, 2018

info@iberoamericanalibros.com

ISBN 978-84-8489-480-3 (Iberoamericana)

 

Diseño de la cubierta: a.f. diseño y comunicación

ÍNDICE

PRESENTACIÓN

Elena Díaz Silva, Aribert Reimann y Randal Sheppard

I. REDES TRANSCONTINENTALES

Pablo Yankelevich

Exilios: México en la memoria latinoamericana

Aurelio Velázquez Hernández

Las redes panamericanas de ayuda al exilio republicano español

Olga Glondys

El europeísmo y los exilios (1939-1945): pretexto para unas reflexiones acerca del estudio del exilio

Randal Sheppard

El exilio y la política transnacional en el diseño de Clara Porset

II. ENCUENTROS TRANSNACIONALES

Diego Gaspar Celaya

Exiliados españoles en el esfuerzo de guerra francés, 1939-1940

Jorge de Hoyos Puente

Simpatías y antipatías de los exiliados republicanos en México. Discursos políticos y prácticas sociales

Andrea Acle-Kreysing

El exilio antifascista de habla alemana en México durante la Segunda Guerra Mundial: una peculiar adopción del mito de la Revolución Mexicana

III. CONTEXTOS URBANOS

Aribert Reimann

Distrito transnacional. Espacios urbanos del exilio político en el Distrito Federal de México

Víctor M. Macías-González

Otros camaradas de ruta. Las colaboraciones transnacionales de los editores republicanos españoles y los activistas homófilos norteamericanos en Ciudad de México, c. 1940-1960

Bárbara Ortuño Martínez

El exilio republicano en Argentina (1936-1975). Avances, retrocesos y nuevas miradas

IV. IDENTIDADES NARRATIVAS

Guadalupe Adámez Castro

“Todo ser humano no ha muerto”. Súplicas y peticiones del exilio español (1939-1945)

María Zozaya-Montes

Sentimientos prisioneros del exilio. Contradicción burguesa entre las obligaciones públicas y las emociones privadas del intelectual Antonio Zozaya (1939-1943)

Elena Díaz Silva

Las heterodoxías del exilio: Emilio Prados a través de su correspondencia

Pilar Domínguez Prats

“El pasado ya no interesa a nadie”. Las memorias del exilio en el contexto de la transición democrática, Cecilia Guilarte

LOS AUTORES

PRESENTACIÓN

ELENA DÍAZ SILVA
ARIBERT REIMANN
RANDAL SHEPPARD

Este volumen recoge algunas de las contribuciones al congreso “Nuevas aproximaciones al exilio” que se celebró en la Residencia de Estudiantes (Madrid) en agosto de 2016. El congreso, organizado por el equipo del proyecto “Left-wing Exile in Mexico” (ERC n.º 312717) con sede en la Universidad de Colonia (Alemania), tenía como objetivo el de explorar las aproximaciones más recientes de la historiografía del exilio en Latinoamérica. Algunas contribuciones al congreso analizaron la relación del exilio con el espacio urbano, así como el papel de la política y la redes transnacionales de movilidad, información y ayuda; otras estudiaron la evolución del arte y el diseño como indicadores de los encuentros transnacionales propiciados por el exilio; y por último, otro grupo de contribuciones se interesó por la construcción narrativa de las identidades a través del análisis de fuentes orales, memorias, correspondencia y otras escrituras del yo, siguiendo diversas metodologías como las propuestas por la perspectiva de género y la historia cultural de las emociones. De esta manera, surgen no solo nuevas perspectivas sobre la experiencia del exilio sino también metodologías innovadoras para la historiografía del exilio.

La experiencia del exilio estuvo caracterizada por la intersección de aspectos contradictorios: de la victimización pasiva a configuraciones activas; del destierro involuntario a la diáspora como encuentro en nuevos contextos geográficos, políticos, sociales y culturales; de la amenaza a la integridad de la identidad personal a la multitud de maneras en la que los exiliados participaron en su reconstrucción creativa. Por eso, el reto para la historiografía del exilio consiste en la reconstrucción y evaluación de los procesos de movilidad, comunicación, organización y construcción identitaria que acompañaron a esta experiencia a través del siglo XX como prácticas descentralizadas que trasciendan las fronteras nacionales y los límites discursivos que marcaron las identidades normalizadas en la época contemporánea. En este sentido, preferimos llevar a cabo una aproximación a los “horizontes” que abren (en lugar de de-finen) las experiencias del exilio entendidas como espacios de contacto, interacción, y reconfiguración de identidades colectivas e individuales. En todo momento, ambos niveles han estado vinculados íntimamente con prácticas sociales y representaciones culturales que la investigación histórica puede utilizar como inicio tanto para la exploración empírica como para la conceptualización teórica.

Desde sus inicios durante los años setenta del siglo XX, la historiografía del exilio político respondió a una serie de circunstancias contemporáneas y al desarrollo conceptual de una historiografía más general. Para los casos de los españoles y alemanes que habían huido de la persecución fascista tras el ascenso del nacionalsocialismo en Alemania y la derrota de la Segunda República española, la reflexión histórica mostró una demora significativa por razones diferentes, aunque con efectos similares. En el caso español, la autohistorización del exilio republicano dio sus primeros pasos a finales de los años cincuenta siendo representado por Carlos Martínez y su Crónica de una emigración que recibió atención por parte de la comunidad académica de habla inglesa, entre otras, por ejemplo de Patricia Fagen. En el caso del exilio europeo de habla alemana, la preeminencia del exilio comunista dio pie a una ola de persecución estalinista pocos años después del final de la Segunda Guerra Mundial (por haber realizado su emigración fuera de la Unión Soviética) antes de que los miembros de la emigración política estuvieran en una posición de ofrecer su propia narrativa del exilio, como Paul Merker en 1969. La complejidad de una memoria del exilio dividida durante la Guerra Fría se tradujo en una demora en la investigación académica durante casi treinta años, situación que no presenta muchas diferencias con respecto al caso español. Cuando la muerte de Franco brindó, por primera vez, la oportunidad de conmemorar el exilio republicano como parte del legado nacional antifascista, la memoria del exilio antifascista quedó contestado entre los dos Estados alemanes hasta 1990. Los pioneros académicos desde los años setenta se centraron en dos tareas para la historización del exilio: primeramente, en recuperar la memoria de la política antifascista y, en segundo lugar, en documentar, sobre todo, el legado cultural de la emigración intelectual. En este proceso la narrativa del exilio fue subyugada a la narrativa de la identidad nacional antes de la duradera herencia de la memoria posfascista en Europa. En busca de “la otra España” o “la otra Alemania” la memoria del exilio asumió una postura de oposición a la narrativa hegemónica nacional y, sin embargo, ocultó en el proceso una parte importante de la experiencia transnacional del exilio. Además, la historiografía del exilio logró integrar aspectos sistemáticos del desarrollo de la especialización disciplinaria de la historiografía más reciente, como aproximaciones al exilio desde las perspectivas de la historia social, de la historia de las mujeres y de la infancia, así como de la historia oral y los estudios de la memoria. De esta manera, surgió una caja metodológica de herramientas para la investigación que caracteriza al ámbito de la investigación histórica en nuestros días cada vez más diversificado, así como especializado. Las tendencias actuales se concentran en las áreas de los estudios de género (en particular de la masculinidad y de las sexualidades), en la aplicación de enfoques más recientes como el linguistic turn o el spatial turn a los estudios del exilio, y de los discursos contemporáneos (sociales o culturales) como lugares de (re)construcción de identidades o subjetividades. Nuestro volumen tiene como objetivo reunir una modesta colección de contribuciones a estas tendencias de innovación metodológica en el campo de los estudios del exilio.

La primera parte, dedicada a los “Redes transcontinentales”, recoge los textos de Pablo Yankelevich, Aurelio Velázquez Hernández, Olga Glondys y Randal Sheppard. En su trabajo titulado “Exilios: México en la memoria latinoamericana”, Pablo Yankelevich analiza la experiencia del exilio latinoamericano en México tras el ascenso de las dictaduras en el Cono Sur durante la década de los setenta. En este contexto, el principal reto metodológico de la historiografía del exilio consiste en la labor de recuperar la memoria, para evitar que “el antónimo de olvidar no sea recordar sino justicia” (Yerushalmi). Manteniendo la posición crítica del historiador ante esta exigencia epistemológica, su capítulo nos presenta los efectos demográficos en los casos argentino, brasileño y chileno, la experiencia del terror y la consiguiente percepción selectiva del régimen echeverrista por parte de los exiliados, así como la integración profesional que como consecuencia pudo contribuir al establecimiento de redes transamericanas fundadas en la experiencia del exilio. Estas experiencias combinaron horizontes de victimización con construcciones activas como parte de una experiencia transnacional. En su capítulo, titulado “Las redes panamericanas de ayuda al exilio republicano español”, Aurelio Velázquez Hernández sigue las huellas de las actividades de los organismos de ayuda a la España republicana en diferentes contextos americanos como Argentina, Uruguay, Estados Unidos y México. Teniendo en cuenta el trasfondo que representa la situación internacional cambiante durante los años cuarenta, las iniciativas para una organización transcontinental no llegaron a alcanzar un éxito concluyente pero la integración regional de las redes de organizaciones en el norte y el sur del continente americano respectivamente abrieron nuevos horizontes para el desarrollo de una política transnacional en apoyo de la Segunda República, así como en apoyo de los exiliados. El límite de estas formas de organización prorepublicana estuvo marcado de nuevo por el papel del Partido Comunista y sus estrategias regionales para extender su influencia política por todo el continente. El comunismo también adopta una posición clave en el capítulo de Olga Glondys, aunque de una manera negativa. En “El europeísmo y los exilios (1939-1945): pretexto para unas reflexiones acerca del estudio del exilio”, identifica en el exilio antifascista norteamericano una corriente de europeísmo izquierdista y anticomunista nacida en torno a la publicación Partisan Review (Nueva York), al movimiento “Socialismo y Libertad” y al Congreso por la Libertad Cultural. La presencia de numerosos exiliados políticos en estas organizaciones nos ofrece una mirada transnacional al contexto ideológico del europeísmo antitotalitario que, a su vez, formó una parte importante en la confrontación ideológica de la Guerra Fría a partir de los años cuarenta, cuando México se configuró como arena propicia para la confrontación entre seguidores y detractores del comunismo soviético. Destacada simpatizante comunista era la cubana exiliada en México Clara Porset, protagonista del capítulo de Randal Sheppard, “El exilio y la política transnacional en el diseño de Clara Porset”. Como artista y diseñadora, Porset ocupó una posición central en la red artística transnacional fundada en Ciudad de México en la década de los veinte, participando en la reformulación del modernismo ante la influencia norteamericana. Su vinculación con los círculos privilegiados de la élite cultural mexicana posrevolucionaria coincidió con su firme adhesión al comunismo internacional y con el desarrollo desde una posición del modernismo clásico a la formulación de una crítica del funcionalismo que fomentó el uso de materiales y formas precoloniales para el diseño moderno. Este horizonte político-cultural representa una arena importante del legado cultural del exilio.

La segunda parte del volumen, dedicada a los “Encuentros transnacionales”, reúne los trabajos de Diego Gaspar Celaya, Jorge de Hoyos Puente y Andrea Acle-Kreysing. En su trabajo, titulado “Exiliados españoles en el esfuerzo de guerra francés, 1939-1940”, Diego Gaspar Celaya analiza el encuentro de los refugiados republicanos españoles con el escenario del esfuerzo de guerra francés a partir de 1939. Desde los campos de internamiento muchos de los excombatientes de la Guerra Civil española aceptaron la oferta del gobierno francés para ingresar en unidades militares de la Legión Extranjera o en los Regimientos de Marcha de Voluntarios Extranjeros, así como en las compañías de trabajadores extranjeros. Este encuentro nos revela la influencia que tuvo el inicio de la Segunda Guerra Mundial en septiembre de 1939 en la modificación de las percepciones que los oficiales franceses tenían sobre los veteranos republicanos españoles, convertidos en combatientes respetables y respetados, pero anteriormente identificados como sospechosos izquierdistas. El encuentro de los republicanos españoles con su país anfitrión adquirió un significado diferente en México, donde Jorge de Hoyos Puente, en su artículo titulado: “Simpatías y antipatías de los exiliados republicanos en México. Discursos político y prácticas sociales”, identifica sentimientos de simpatía y antipatía como ingredientes del discurso identitario contemporáneo en la comunidad del exilio español. Ya desde el mismo momento en el que embarcaron adoptaron ese discurso selectivo compuesto por una muestra de una gratitud explícita y asimismo por una marcada distancia con respecto a la sociedad mexicana –actitud que es reflejo de los prejuicios racistas y el aislamiento relativo consecuencia de la cultura de sociabilidad en el exilio–. La inquebrantable lealtad a las autoridades políticas priistas y el privilegio destacado en cuestiones educativas (así como el avance social a las élites posrevolucionarias) contribuyeron a la consolidación del mito oficial del exilio republicano en México. Sin embargo, las antipatías implícitas individuales se pueden identificar a través de las entrevistas del Archivo de la Palabra. La actitud del exilio alemán de denominación política comunista en México, que analiza Andrea Acle-Kreysing en su capítulo, titulado “El exilio antifascista de habla alemana en México durante la Segunda Guerra Mundial: una peculiar adopción del mito de la Revolución Mexicana”, demostró una relación con el legado de la Revolución Mexicana no menos ambivalente. Mientras precursores como B. Traven y Alfons Goldschmidt habían ensalzado la Revolución desde perspectivas diferentes con respecto a la construcción de etnicidad y su estimación sobre los cumplimientos, fracasos y potenciales durante la época posrevolucionaria, la adopción del legado revolucionario por parte del exilio de habla alemana durante los años cuarenta reveló el carácter profundamente político inspirado por el antifascismo. De esta manera, la perspectiva del exilio alemán logró asociar la ideología posrevolucionaria con su propia lealtad al comunismo internacional preparando así el escenario imaginario para la aparición de la literatura del posexilio dedicada a temáticas latinoamericanas tras el regreso de los exiliados a Europa.

La tercera sección, denominada “Contextos urbanos”, incluye los trabajos de Aribert Reimann, Víctor M. Macías-González y Bárbara Ortuño Martínez. En “Distrito transnacional. Espacios urbanos del exilio político en el Distrito Federal de México”, Aribert Reimann explora la topografía transnacional del exilio político europeo en el entonces Distrito Federal de México. Las estructuras urbano-geográficas del exilio deberían ser investigadas como indicativos de los tejidos sociales y políticos que formaron la experiencia y la vida política en el exilio mexicano. Las comunidades exiliadas mantuvieron espacios en la ciudad para la interacción que dieron como resultado la creación de oportunidades para la comunicación y la práctica transnacional, aunque también para el desarrollo de prácticas conflictivas incluso violentas. Una tendencia visible en la geografía urbana del exilio es el alto nivel de actividades transnacionales en ambos campos, en el de la comunidad prosoviética en el entorno comunista y en el de los socialistas antiestalinistas, por ejemplo, el movimiento “Socialismo y Libertad”. En el capítulo “Otros camaradas de ruta. Las colaboraciones transnacionales de los editores republicanos españoles y los activistas homófilos norteamericanos en Ciudad de México, c. 1940-1960”, Víctor M. Macías-González analiza la prensa homófila distribuida en la capital mexicana, concretamente la revista ONE: The Homosexual Magazine, introducida por activistas estadounidenses huidos de la represión homosexual en Estados Unidos, quienes a su vez se encontraban íntimamente vinculados con la política de la izquierda comunista y con la corriente política prorepublicana española. Además de funcionar como un destino turístico y un lugar de refugio, la ciudad proporcionó espacios alternativos para la publicidad y la experimentación de una sociabilidad alternativa, en torno a la Librería de Cristal y los bares metropolitanos. El paisaje urbano se convirtió en un laboratorio para la experimentación de otras formas de vida y de relación no heteronormativas (homófilas) entre las clases medias, estructura social donde tratan de integrarse con el fin de afianzar su honorabilidad y decencia. Por otro lado, también se analiza la influencia ejercida por los exiliados homosexuales estadounidenses en los círculos de los homosexuales mexicanos de Ciudad de México, entre otras cosas, a través de la traducción y publicación de obras homófilas. En “El exilio republicano en Argentina (1936-1975). Avances, retrocesos y nuevas miradas”, Bárbara Ortuño Martínez nos ofrece una aproximación historiográfica-metodológica para el caso del exilio republicano español en Argentina, con atención específica a la metrópolis de Buenos Aires concentrada en el contexto historiográfico y la situación de las fuentes primarias. Así se abre la vista a la geografía social de las comunidades del exilio en la ciudad con sus zonas de alojamiento y sociabilidad. El horizonte cronológico es introducido a través de la segunda generación del exilio y su participación en el avance educativo y profesional, así como la experiencia de la “democratización del bienestar”.

La última sección, titulada “Identidades narrativas”, trata de las formas discursivas que intervienen en la construcción de las identidades individuales y personales en el exilio, tanto las construidas en su contemporaneidad como las reconstruidas a través de la memoria, y reúne los trabajos de Guadalupe Adámez Castro, María Zozaya-Montes, Elena Díaz Silva y Pilar Domínguez Prats. En el capítulo titulado “‘Todo ser humano no ha muerto’. Súplicas y peticiones del exilio español (1939-1945)”, Guadalupe Adámez Castro analiza las peticiones al Servicio de Evacuación de los Republicanos Españoles (SERE) escritas por los exiliados que en 1939 se encontraban en los campos de internamiento. Estos documentos no solamente evidencian la polifónica desesperanza y el deseo urgente de salir de Europa, sino que contienen también una serie de evidencias importantes que sirvieron para la construcción narrativa de la identidad discursiva del exiliado. Las peticiones de los refugiados reflejan el uso de estrategias lingüísticas para destacar aspectos comunes, remiten a la camaradería, a la antigüedad de la militancia sindical y al sacrificio personal por la continuidad de la lucha antifascista. Así, la construcción discursiva debe formar parte de la interpretación de los horizontes identitarios que abre el exilio, sobre todo para el caso de aquellos que lograron el pasaje al hemisferio americano. Uno de los pasajeros del barco Sinaia que cruzó el Atlántico rumbo a México en el verano de 1939 fue Antonio Zozaya, el protagonista del capítulo escrito por María Zozaya-Montes, titulado “Sentimientos prisioneros del exilio. Contradicción burguesa entre las obligaciones públicas y las emociones privadas del intelectual Antonio Zozaya, 1939-1943”. Siguiendo su trayectoria desde Barcelona hasta el exilio que le conduce a Francia y con posterioridad a México, mediante las cartas que envía a su hijo asilado en Bogotá, se puede observar el frágil equilibrio entre los ideales republicanos que conforman su identidad en la esfera pública, como periodista independiente y venerado, y la conflictividad emocional que subyace en sus relaciones privadas y personales. La tensión entre la función pública-política y los conflictos familiares constituyeron la lógica discursiva de su identidad burguesa que mantuvo en el exilio valorando siempre por encima de sus problemas en el orden privado y la expresión de sentimientos y afectos, la reputación y la respetabilidad, así como el mantenimiento de la paz y los ideales familiares. De esta manera, la perspectiva analítica sobre los horizontes narrativos del exilio consigue un conocimiento avanzado de la formación identitaria que se reconstruye o reformula constantemente en relación con el contexto social y público. El caso del poeta Emilio Prados es el foco del capítulo de Elena Díaz Silva, titulado “Las heterodoxias del exilio: Emilio Prados a través de su correspondencia”. La intersección de la experiencia del exilio con la heterodoxia sexual, así como la aceptación e interiorización de los discursos que exaltaban una masculinidad normalizada ocupan una posición central en las cartas escritas desde el exilio mexicano. Su paso por la Residencia de Estudiantes le descubre todo un horizonte de posibilidades que hay que situar en relación con los discursos de la reforma sexual, que le permiten a duras penas construir de una forma sólida su subjetividad. Su hostilidad hacia el exilio republicano en México y la paradójica proyección que hace en su hijo como “hombre completo”, así como de su (auto)percibida identidad defectuosa, sirven como un fuerte recordatorio de la íntima relación discursiva que existe entre la esfera de lo personal e individual y la esfera pública o de la colectividad. La confrontación discursiva en la narrativa de la escritora exiliada Cecilia Guilarte adoptó un carácter diferente tal y como lo explora Pilar Domínguez Prats en “‘El pasado ya no interesa a nadie’. Las memorias del exilio en el contexto de la transición democrática, Cecilia Guilarte”. La experiencia del retorno desde el exilio durante los años sesenta y de la marginalización doble a la que es abocada –como republicana y como mujer– durante la Transición española, dejó huellas profundas en las cartas de Guilarte, tal y como se puede comprobar también en una entrevista en 1984. De esta manera, se aprecia el horizonte de desilusión y frustración del posexilio en su narrativa que combina cuestiones de orden político con el género. Manteniendo equidistancia con respecto al feminismo, así como con respecto al nacionalismo vasco, la posición discursiva de Guilarte se caracteriza por la adopción de un tono irónico y sarcástico, instrumentos para el distanciamiento y la emancipación de su experiencia histórica.

Para finalizar, a los editores de este volumen nos gustaría agradecer la extraordinaria acogida y hospitalidad de la Residencia de Estudiantes, así como a los autoras y autores por su contribución al congreso y a esta publicación. Dicha reunión y esta publicación, por otro lado, no hubieran sido posibles sin la generosa asistencia financiera del European Research Council.

I.

REDES TRANSCONTINENTALES

EXILIOS: MÉXICO EN LA MEMORIA LATINOAMERICANA

PABLO YANKELEVICH

Evocar el pasado es algo más que una enumeración de sucesos, es calibrar la distancia entre aquello que nos sucedió y la manera en que ahora lo recordamos. Saber valorar la experiencia de vivir, saber el qué, el cómo y el porqué de lo vivido alude a un espacio donde es tan importante recordar como imprescindible olvidar. Justamente de eso depende la posibilidad de discernir entre lo que merece ser olvidado y aquello que amerita ser recordado. Por este motivo el memorioso Funes, en el célebre cuento de Borges, será siempre un extraordinario ejemplo. Funes era un perfecto ignorante, incapaz de discriminar entre lo importante y lo superfluo, para Funes todo era exactamente lo mismo.

América Latina vive una explosión de memorias. El trauma de las dictaduras, la búsqueda de justicia, la necesidad de vindicar a una generación de militantes asesinados o detenidos-desaparecidos y la exigencia de revisar acciones y opciones políticas que condujeron a la derrota de la izquierda, ayudan a explicar la proliferación de testimonios de diversos orígenes y sentidos. Daría la impresión que América Latina registra aquello que Régine Robin, reflexionando sobre en el caso europeo, ha llamado “una saturación de memoria”.1 Una sobreabundancia de memorias que cristaliza en relatos de protagonistas, en congresos, premios, actividades educativas, artísticas, y en una edificación y rescate de espacios donde conmemorar o bien resguardar la memoria de los crímenes.2

La memoria se ha constituido en un campo específico del trabajo académico, desde donde se reflexiona acerca de la naturaleza y vínculos del recuerdo con el quehacer político, y por supuesto con la historia del tiempo presente.3 Transitar y cultivar ese campo puede resultar tan fascinante como complejo. El arco de dificultades se despliega desde lo metodológico hasta lo ético. Sucede que se trabaja bajo parámetros históricos fundados en la simultaneidad entre el pasado y el presente: muchos de los protagonistas del fenómeno a estudiar pueden brindar sus testimonios, entre esos protagonistas hay una memoria colectiva que recrea aquel pasado, pero además hay una cuestión medular: la contemporaneidad entre la experiencia vital del historiador y el pasado que investiga.4 Sin embargo, aquí no se acaban los problemas. La misma historiografía de la historia reciente aparece fuertemente asociada a las “memorias de los hechos traumáticos”,5 es decir, memorias de heridas colectivas producto de auténticas catástrofes sociales: guerras, matanzas, dictaduras. Trabajar con los testimonios de las víctimas abre una dimensión que no solo obliga a desplegar mecanismos que garanticen veracidad en la reconstrucción histórica, sino además el trabajo del historiador se conecta con un “deber de recordar”, imperativo que más que “la verdad” exige la imperiosa necesidad del juzgamiento y castigo a los responsables de los crímenes. Pensando en ello, el historiador Joseph Yerushalmi lanzó la provocadora pregunta: “¿es posible que el antónimo de olvidar no sea recordar sino justicia?”.6 En su dimensión epistemológica, el historiador está obligado a redoblar una toma de distancia que asegure el sentido de la crítica, el entrecruzamiento y la interpretación de las fuentes documentales, sin que ello signifique desatender un legítimo interés por actuar desde una ética cívica interesada en incidir o participar en demandas que reclaman reparación y justicia.7

Las dictaduras latinoamericanas de los años sesenta, setenta y ochenta torturaron y asesinaron por millares a hombres y mujeres, desaparecieron a parte de una generación, arrasaron organizaciones políticas, sindicales y culturales. Entrenados en los círculos del infierno nazi hicieron lo posible para emular a sus maestros, hasta que al fin lo consiguieron: dejaron de ser humanos. Ni duda cabe sobre la inhumanidad de estos seres, aunque justo es reconocerlo durante décadas estos personajes tuvieron a sus patrias como únicas guaridas donde rumiar glorias pasadas; algunos lograron evadir acciones judiciales por delitos de lesa humanidad para fallecer en sus patrias y en sus camas, como el guatemalteco Efraín Ríos Montt, el chileno Augusto Pinochet y el haitiano Jean-Claude Duvalier. Aunque, para muchos de estos asesinos el resto del mundo se levantó amenazante como un territorio donde podían ser detenidos por crímenes que no prescriben y que no lo harán mientras haya memoria.

Entre los siniestros productos de aquellas dictaduras figuran los exilios, es decir, la salida involuntaria de un país con el único objetivo de preservar la libertad o la vida misma. El exilio no escapó a ese “deber” de recordar; sin embargo, el esfuerzo por construir un campo de estudios históricos alrededor de este fenómeno ha adolecido de un significativo retraso. Durante décadas, las únicas aproximaciones a los destierros productos de las dictaduras latinoamericanas fueron hechas desde un triple mirador: el primero, con una perspectiva literaria a través de ensayos, poesías, cuentos y novelas escritas en y desde el exilio; el segundo, de carácter psicológico, dando cuenta de los trastornos ante situaciones de desarraigo, inserciones en los países de acogida y reinserciones cuando el regreso fue posible; y el tercero, de carácter testimonial, presentando una polifonía de voces autorreferenciales sustentadas en los recuerdos del exilio.8

Trabajar con los exilios latinoamericanos obliga a reconocer un fenómeno múltiple y heterogéneo. Hay diferencias en las nacionalidades de origen, en las experiencias políticas y en los países de recepción. Hay diferencias de género, de edades, de formación profesional, de compromiso político, de duración del exilio, diferencias que se reproducen además en el interior de cada uno de los exilios. Sobre esta base propongo hacer un ejercicio de memoria, es decir, trabajar con los recuerdos de un contingente de sudamericanos (argentinos, brasileños, chilenos y uruguayos) que, lanzados al exilio en los años sesenta y setenta, desenvolvieron esa experiencia en México. Trabajar con las memorias del exilio, es poner a la vista segmentos de subjetividades que nutrieron experiencias exiliares gestando identidades y que de una u otra forma han confluido en ese mare magnum de memorias políticas y de políticas de la memoria que parecen instalarse en América Latina. Pero también dar cuenta de esas memorias, es ensanchar el conocimiento de un territorio en el que México emerge con peculiar excepcionalidad.

Si se contrastan testimonios y estudios de exilios a lo largo de las dictaduras militares9, es posible advertir la especificidad del caso mexicano. El sentido de pérdida consustancial a toda condición de exilio10 parece haber sido procesado de forma especial por parte de quienes se dirigieron a México. ¿Cuáles son las claves para entender la manera en que una colectividad golpeada y profundamente sacudida por el destierro, terminó valorando las vivencias mexicanas como fundamentales en el proceso de reconfiguración identitaria? La respuesta no se agota en el hecho de una nación que abrió sus puertas permitiendo salvar vidas o resguardar libertades, sino y sobre todo se vincula a una serie de compensaciones desenvueltas en la diaria cotidianidad de los exiliados. En cierta forma y con esta misma preocupación, la antropóloga Margarita del Olmo ha estudiado el caso de sudamericanos en Madrid, aunque centrando la atención en la naturaleza y el sentido de la crisis identitaria inherente a toda salida forzosa del país de origen, para luego formular una sugerente hipótesis en torno a que la superación de aquella crisis y el inicio de un proceso de reconformación se expresó, para el caso madrileño, en la posibilidad de convertir al propio desarraigo en una forma peculiar de identidad, abriendo con ello un proceso en el que la identidad perdida o alterada dio paso a una nueva anclada en la toma de conciencia por parte del exiliado de su condición de emigrante.11

El rescate testimonial entre los exiliados en México permite descubrir otro tipo de aprendizajes en la reconstrucción de una identidad puesta en jaque por el destierro. A diferencia de España, los vínculos migratorios entre Sudamérica y México eran irrelevantes antes de los golpes de Estado y como se verá más adelante las referencias a México y las redes migratorias previas a la llegada del exilio fueron inexistentes en la mayoría de los casos. ¿Por qué México se convirtió en un destino privilegiado? Pero, además: ¿Qué sucedió en México?

En la búsqueda de respuesta pondré en consideración cuatro premisas. La primera: no llegaron inmigrantes sino perseguidos políticos, hombres, mujeres y niños para quienes México emergió como una, y a veces la única posibilidad para preservar la libertad y en muchos casos la vida. No llegaron para quedarse; siempre pensaron en retornar en cuanto las dictaduras tocaran su fin. Segunda premisa: los perfiles socio-profesionales de las comunidades exiliadas que se dirigieron a México no presentan diferencias sustanciales respecto al resto de quienes abandonaron sus países rumbo a otros destinos en América y en Europa; sin embargo, las distancias resultan notables en el terreno de las inserciones laborales y profesionales desenvueltas en tierras mexicanas. Tercera premisa: una contención cultural ofrecida a los recién llegados permitió conjurar el desarraigo a través de una multiplicidad de prácticas a cuya sombra de manera invisible, tal vez involuntaria, fueron construidos los puentes con el país que dio amparo. Y la última: ese proceso de inmersión en formas, costumbres y usos de la vida mexicana, hizo posible el descubrimiento de una particular forma de procesar la extranjería. Ser extranjero, ser diferente entre diferentes es complicado, pero puede serlo más en una nación donde de manera permanente se remarca esa distancia a partir de la tradicional pregunta: ¿usted no es de aquí verdad?, fórmula con la que el mexicano rompe el silencio cuando enfrenta por primera vez a un extranjero. Sucede que en México, de manera contradictoria, convive la solidaridad hacia los perseguidos con una marcada reticencia hacia quien no ha nacido en su territorio. Por los intersticios de esta dualidad, desafiando el ambivalente sentimiento de admiración y temor ante los extranjeros, los exiliados fueron desembarcando para inaugurar un experimento cuyas consecuencias aún muestran signos vitales a pesar de las décadas transcurridas desde que concluyeron los exilios.

CUÁNTOS FUERON

Considero exiliado a toda persona que debió abandonar su país por motivos de persecución política, con independencia de las instancias o instituciones a las que acudió, si es que lo hizo, para poder trasladarse al extranjero. En México existen varias fuentes documentales que permiten, con algunas precauciones, cuantificar la dimensión del exilio sudamericano. En relación con los asilados políticos, una fuente confiable son los reportes de la cancillería mexicana,12 aunque sabemos que el número de exilados fue muy superior al de los asilados políticos. De entre estos últimos, el caso más nutrido fue el chileno; como es sabido, México rompió relaciones diplomáticas con el gobierno de Pinochet no sin antes establecer un puente aéreo por donde transitaron algo más de setecientas personas entre septiembre de 1973 y noviembre de 1974. A esta cifra, habría que sumar el núcleo familiar de los asilados que posteriormente llegaron a México, así como chilenos que se trasladaron a México desde otras latitudes.13 Las cifras más optimistas indicarían que la comunidad chilena exilada con residencia permanente en México pudo haber rondado las 4.000 personas, en el entendido de que el país fue también un territorio de tránsito desde donde muchos asilados emigraron a otras naciones de Europa, África, América del Norte y Australia. Para el caso de Uruguay, entre finales de 1975 y comienzos del 1977 se otorgó asilo a una cifra aproximada a las 400 personas; a ellas luego se sumaron familiares.14 Se puede suponer que la comunidad uruguaya exilada en México, podría haber alcanzado una cifra cercana al millar y medio de personas. La embajada mexicana en Buenos Aires otorgó asilo a unos setenta argentinos entre 1974 y 1976; no obstante, el exilio argentino en México fue uno de los más numerosos, con una cifra cercana a las 6.000 personas. Por último, en el caso de Brasil, el gobierno mexicano entre 1964 y 1978 otorgó asilo a poco más de un centenar de brasileños, a los que se hay que sumar aquellos brasileños asilados en la embajada mexicana en Chile en 1973, así como los que desde un tercer país se trasladaron a México. De acuerdo a inferencias censales, y a información del núcleo de asilados, la comunidad de brasileños en México alcanzó un par de centenares de personas.15

Cabe precisar que los censos nacionales de población en México registran un aumento sustantivo en el número de habitantes de estas nacionalidades entre 1970 y 1980. De tener en cuenta que las comunidades sudamericanas en México anteriores a 1970 eran muy reducidas, los conteos generales de población estarían reflejando una tendencia que podemos relacionar directamente con una migración de carácter político.

Image

Fuente: IX Censo General de Población y Vivienda, México, Secretaría de Industria y Comercio, Dirección General de Estadística, 1970; y X Censo General de Población y Vivienda, México, Secretaría de Programación y Presupuesto, Instituto Nacional de Estadística, Geografía Informática, 1980.

Estamos frente a un universo de algo más de diez mil personas. Para México la cifra es significativa. Se trata de un país con escasa tradición inmigratoria, donde la presencia extranjera en el total de la población representaba menos del 0,4% en aquellas décadas. También se trata de una cantidad pequeña en comparación con las cifras de personas que emigraron producto de la instauración de las dictaduras militares. Se trata en suma de una minoría, eran pocos en México y además eran pocos en relación con todos los que salieron al exilio.16

El flujo de perseguidos políticos hacia México atendió a la lógica represiva en cada uno de los países de origen. Para el caso argentino, el deterioro del ambiente político desde mediados de 1974 indujo a algunos a optar por la salida del país, situación que se fue acrecentando hasta la escalada represiva producto del golpe de Estado en marzo de 1976. Un proceso similar se observa en el caso uruguayo, donde la represión fue en aumento desde 1973, pero no fue hasta 1975-1976 en que comenzó el éxodo significativo. Brasil, por su parte, reconoce dos momentos de salida, uno en 1964 cuando el derrocamiento del gobierno de Goulard, y otro durante la coyuntura de 1968-1969 con motivo del recrudecimiento de la represión a raíz de las protestas populares y el accionar de organizaciones guerrilleras. Por último, el caso chileno, donde la salida masiva respondió directamente al golpe de septiembre de 1973.

Cabe destacar que las primeras opciones de exilio no siempre apuntaron a México. En un principio los perseguidos buscaron países vecinos o cercanos. Antes de 1973 muchos brasileños huyeron a Uruguay y a Chile, lo mismo pasó con los uruguayos que se refugiaron en Argentina a partir de 1973; en realidad, esta movilidad fronteriza quedó cancelada cuando el mapa político de las naciones del Cono Sur fue dominado por gobiernos militares. Ya en 1976, el accionar conjunto de las fuerzas armadas convirtió a México en una –y a veces la única– opción donde encontrar refugio en el espacio latinoamericano. Por estas razones no sorprende encontrar solicitudes de asilo de brasileños, argentinos, uruguayos y chilenos en embajadas mexicanas distintas a la de sus países de origen. Entre todos estos casos, el más significativo numéricamente es el de los brasileños en Chile tras el golpe de Estado de 1973; es que en realidad y según apunta Denis Rollemberg,17 la caída del gobierno de Allende se significó como el segundo exilio de muchos brasileños que desde 1968 habían salido de su país.

Es preciso aclarar que los sudamericanos que ingresaron a México lo hicieron bajo dos modalidades: la primera, en calidad de asilados políticos, la segunda a través de la calidad de turista. El problema radica en que este tipo de visas se otorgaron a millares de conosureños que por sus propios medios ingresaron a México, pero este visado escondió también un mecanismo que permitía a centenares de personas recuperar su libertad. En concreto para el caso argentino, tanto el gobierno de Isabel Perón (1974-1976) como el presidido por la Junta Militar (1976-1983) dispusieron que algunos presos políticos salieran en libertad bajo la condición de abandonar el país. De manera que los abogados defensores de estos presos o sus propios familiares tramitaron visas ante representaciones diplomáticas a los fines de que el detenido viajara al extranjero. Por esta vía, entre 1975 y 1976 cerca de un centenar de argentinos salieron de sus celdas rumbo al aeropuerto, munidos con una visa de turista entregada por la diplomacia mexicana en Buenos Aires.18 Situación similar se observa cuando llegaron a México, en marzo y mayo de 1975, algo más de 150 presos políticos chilenos liberados por la Junta Militar.19 Para el caso de Brasil encontramos que en 1969 llegaron a México un contingente de detenidos, cuya liberación fue producto de una acción guerrillera. Se negoció la vida del embajador norteamericano, secuestrado por la guerrilla a cambio de la liberación de presos políticos.20 Y por último, la calidad de turista fue también entregada a personas que estaban bajo la protección de ACNUR; este organismo gestionó el ingreso a México de perseguidos políticos y cuando las respuestas eran positivas, las legaciones mexicanas en Buenos Aires, Santiago, Montevideo y Río de Janeiro otorgaban el visado de turista.

El mayor flujo de sudamericanos en México se observa a partir de la segunda mitad de la década de 1970, en términos cuantitativos fueron mucho más los que ingresaron en calidad de turistas que en condiciones de asilados diplomáticos, y es esta circunstancia la que obstaculiza precisar el volumen de exiliados en México, puesto que es difícil discriminar entre aquellos que se internaron como turistas porque realmente lo fueron, y aquellos que aprovecharon esa calidad para luego gestionar distintas formas de residencia legal. Por otra parte, el exilio sudamericano debe ser entendido como un proceso colectivo desarrollado a partir de la sumatoria de acciones individuales. No se trató de un fenómeno organizado, como lo fue el destierro republicano español, sino que asistimos a una migración de carácter personal, que se materializó a través de salidas permanentes a lo largo de varios años. Esta particularidad permite recortar los estratos sociales que accedieron al exilio, en el sentido de que el primer criterio de selectividad social fue la posibilidad de financiar el viaje o, en todo caso, poseer las redes de contactos personales, políticos o profesionales para preparar la salida del país. Sobre esta base, es posible afirmar que el exilio fue una opción reservada a sectores medios de las sociedades sudamericanas.

Entre los exiliados, una parte estuvo integrada por militantes con una clara adscripción política, pero un porcentaje importante de quienes decidieron y pudieron exiliarse, lo hicieron por un temor lógico a la represión pese a no ser lo que las dictaduras consideraban como “subversivos”, entre ellos amigos y familiares de detenidos o de “desaparecidos”, personas que habían realizado actividades de tipo intelectual, como profesores universitarios, estudiantes, periodistas, gente vinculada al mundo de la cultura y las artes. Llegaron profesionales e intelectuales reconocidos, aunque en la mayoría de los exilios se trataba de gente joven, entre los veinte y los cuarenta años de edad, estudiantes y profesionales, hombres y mujeres que muy recientemente se habían incorporado o trataban de hacerlo a los estrechos mercados laborales en sus respectivas sociedades.

ESCAPAR DEL TERROR

Desde el miedo y la persecución o desde la cárcel y la tortura e inclusive desde la misma “muerte”, México aparece como una opción de supervivencia. Un chileno residente en la localidad de Chillán, militante socialista y diputado nacional por la Unidad Popular, en la mañana del golpe de Estado escuchó por la radio la noticia de su propia muerte acaecida en un enfrentamiento con una patrulla militar. Al cabo de unos días leyó en El Mercurio que el ejército había descubierto en su casa un arsenal con armas de gran calibre. Aquello era una farsa tendiente a justificar ante la opinión pública lo que fueron simples asesinatos. Escondido en Santiago de Chile, consigue reencontrarse con su esposa embarazada de ocho meses y con su hijo de un año de edad. “Estábamos en la casa de una tía de mi mujer […] ya habían hecho varios allanamientos y estábamos corriendo riesgos de ser detenidos, no solo yo y mi mujer sino también la tía porque nos permitió escondernos. Es un momento de mucho pánico, entonces empezamos a buscar asilo”. Los perseguidos fueron a la embajada de Santo Domingo “porque nos dijeron que estaban dando asilo, fuimos a la casa del embajador, y entonces salió la empleada doméstica gritando y llamando a la policía […] tuvimos que huir”. Recién entonces se dirigieron a la embajada mexicana. Burlando el cerco militar ingresaron a la sede mexicana donde les fue conferida la calidad de asilados políticos. “Cuando llegamos a México, el primer acto de difusión internacional que se realizó fue la exhibición de un afiche francés que mostraba el rostro de Salvador Allende dibujado a partir de un diseño que enlistaba los nombres de la gente que había sido asesinada en las primeras horas del golpe, y cuando voy a verlo me encuentro que en la cuarta fila estoy yo”.21 El embajador mexicano en Chile ofreció asilo a miembros destacados de la Unidad Popular. Protegido por la inmunidad diplomática recorrió Santiago en busca de la viuda de Salvador Allende y de algunos ministros y parlamentarios para ofrecerle protección del gobierno mexicano. “Me acuerdo que Hugo Miranda era entonces senador, estaba escondido en una casa donde fui por él, […] no quiso asilarse porque creía que era algo transitorio y que seguramente solo se trataría de presentarse a hacer algunas declaraciones y con eso iba a quedar resuelto el problema. Durante media hora no lo puede convencer […] eso le costó a Hugo Miranda dieciocho meses de prisión”.22

23