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Kate Crehan

El sentido común en Gramsci

La desigualdad y sus narrativas

Traducido por: Sandra Cifuentes

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Título original de la obra:
Gramsci’s common sense: inequality and its narratives

© 2016 Duke University Press

All rights reserved. Authorised translation from the English language edition published by Duke University Press.

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Equipo editorial:

Paulo Cosín Fernández

Carmen Sánchez Mascaraque

Ana Peláez Sanz

© EDICIONES MORATA, S. L. (2018)

Nuestra Sra. del Rosario, 14, bajo

28701 San Sebastián de los Reyes (Madrid)

www.edmorata.es-morata@edmorata.es

ISBNpapel: 978-84-7112-891-1

ISBNebook: 978-84-7112-892-8

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Compuesto por: MyP

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Prefacio para esta edición española

Prólogo

Abreviaturas

Parte I. Subalternidad, intelectuales y sentido común

CAPÍTULO 1. Subalternidad

Cómo leer a Gramsci.—Voces subalternas.—¿Quiénes son los subalternos?

CAPÍTULO 2. Intelectuales

Lo orgánico y lo coyuntural.—El intelectual universal.—Producción y reproducción de conocimiento.Intelectuales orgánicos.¿Qué función cumplen los intelectuales orgánicos?Intelectuales y clases sociales.—Sentimientos, conocimientos y bloques históricos.

CAPÍTULO 3. Sentido común

Sabiduría simple.Sentido común y buen sentido.—El antirromanticismo de Gramsci.—Hacia un nuevo sentido común y una nueva cultura.—La cultura en la antropología y en los Cuadernos de Gramsci.—El sentido común y la historia.

CAPÍTULO 4. Qué saben los subalternos

¿Pueden hablar los subalternos?Lenguaje y subalternidad.—Archivo gramsciano de concepciones subalternas.—Sentido común y conocimiento subalternos.

Parte II. Estudios de caso

CAPÍTULO 5. Adam Smith ¿Un intelectual orgánico burgués?

La incorporación de los intelectuales.—La incursión escocesa en la ciencia del hombre.—Esclavos del idioma en el que escribimos.—Un intelectual de la Ilustración Escocesa.—La libertad según Adam Smith.—Intrusiones reales en la libertad natural.—Libertad de transportar, trocar e intercambiar.—Adam Smith y el auge de la economía.—Adam Smith como intelectual orgánico.

CAPÍTULO 6. El sentido común según el Tea Party

Estados Unidos gira a la derecha.—Dar forma a la narrativa desde esferas superiores.—La cruzada de los hermanos Koch.—¡Quiero que me devuelvan mi país!.—Productores y receptores.—La cruzada antiimpuestos.—Hegemonía y divulgación.

CAPÍTULO 7. El sentido común, el buen sentido y el movimiento Occupy Wall Street.

Dar nombres a verdades evidentes.—Un sueño agonizante.—El milagro del movimiento OWS.—Precursores.—Focalizar la ira.—Del dominio de lo virtual al Zuccotti Park.—Complejidad, no caos.—El buen sentido de OWS.—Cambiando de conversación.—Guerra de posición en el OWS.

Conclusión

Leer a Gramsci en el siglo xxiSentido común y buen sentido subalternos.—Los intelectuales y el espíritu creativo del pueblo.—Intelectuales progresistas en el siglo xxi.—Concepto gramsciano de clase.

Bibliografía

Índice

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El sentido común de Donald P. Trump

Al igual que todos los libros, este fue escrito en un momento histórico particular. Lo comencé durante el primer período presidencial de Barack Obama; el manuscrito se presentó antes incluso de que Donald Trump entrara en la carrera presidencial. Si yo aún estuviera trabajando en el libro podría haber usado su ascenso como uno de mis estudios de caso. En retrospectiva, los dos estudios de caso contemporáneos que elegí, el Tea Party y Occupy Wall Street (OWS), pueden verse como precursores del momento actual (2018) polarizado y turbulento en los Estados Unidos y otras partes del mundo.

Una de las realidades de nuestro mundo globalizado es la fluidez simultánea e incluso la desaparición de las fronteras nacionales y culturales, y su a menudo incrementados atrincheramiento y prominencia política. Sin embargo, es poco probable que el Estado-nación sea reemplazado en el corto plazo. Tras esta paradoja aparente subyace, en mi opinión, una economía mundial cada vez más interconectada que crea una mezcla compleja de ganadores y perdedores en todos los niveles, a lo largo y ancho de las regiones y países del mundo y dentro de las economías nacionales. El ascenso de los nacionalismos populistas durante los últimos años está estrechamente relacionado con la sensación de mucha gente de ser perdedores en un nuevo orden económico global, o con miedo de poder convertirse en uno de ellos. Exactamente cómo se desarrolla esto depende de factores locales y de cómo los ciudadanos se imaginan la historia de su país y sus realidades económicas. Pero todos los nacionalistas populistas, como Trump en los Estados Unidos, Matteo Salvini en Italia, Victor Orbán en Hungría, o el Partido para la Ley y la Justicia en Polonia, muestran a los inmigrantes como una amenaza existencial hacia “nuestra” forma de vida. Todas las batallas retóricas sobre la inmigración tienen como punto central las verdades asumidas que Gramsci denomina “sentido común” (senso comune). Son todos esos “hechos” que “todos saben que son verdad”, “hechos” que no necesitan de evidencias para respaldarlos. Estas creencias comunes dan forma a quienes son los inmigrantes y qué amenaza suponen.

Para muchos izquierdistas, la elección de Trump como el 45º presidente de los Estados Unidos fue una visión a la vez desconcertante y aterradora de lo que nos puede deparar el futuro. Aquí estaba, al parecer, el populismo nacionalista en toda su crudeza. El concepto de sentido común de Gramsci nos proporciona una herramienta poderosa con la que podemos explorar el atractivo de dicha retórica populista, ya sea en los Estados Unidos, Europa o en cualquier otro lugar del mundo. Puede ayudar a explicar, por ejemplo, por qué el mensaje de Trump ha resultado ser tan convincente para tantos estadounidenses de clase media y trabajadora, y por qué sus seguidores permanecen leales a él a pesar de que, en realidad, los principales beneficiarios de las políticas de su administración no son los estadounidenses comunes de los que él se proclama paladín, sino los más ricos del país 1.

La amenaza que representan los inmigrantes para los “estadounidenses” es el centro del mensaje de Trump, lo cual resulta particularmente irónico en una nación basada en la inmigración y en el desplazamiento de los pueblos indígenas. Su lema de campaña “¡Haz a Estados Unidos grande de nuevo!” es escuchado por sus acólitos como una llamada a retornar a un Estados Unidos que fue no solo más próspero, sino blanco. Por lo tanto se asume implícitamente que todos estos inmigrantes peligrosos son gente de color. La retórica del Tea Party prefiguró esta nostalgia por una tierra imaginaria próspera y blanca que ha sido arrebatada a sus legítimos dueños. El estudio de caso de Occupy Wall Street (OWS) se puede ver como una manifestación temprana del resurgimiento de los desafíos de la izquierda frente a la escora de EE. UU. hacia la derecha, una manifestación que generó una poderosa narrativa propia de sentido común con el lema “¡Nosotros somos el 99 por ciento!”. El lema “¡Nosotros somos el 99 por ciento!” capta, de un modo visceral, una realidad que no necesita evidencias que la sustenten, que parece una verdad obvia: las ganancias de la economía estadounidense benefician principalmente a una exigua minoría de la población, el 1 por ciento.

Las narrativas del sentido común, bien sean de izquierdas o de derechas, son relativamente impermeables a los retos basados en la evidencia. Por ejemplo, en el caso de los inmigrantes, el hecho de verificar la retórica demonizadora demostrando su falsedad, o citando evidencias que muestren el impacto positivo de la inmigración, resultan impotentes contra el sentido común que “sabe” que los inmigrantes son malos y peligrosos. En el núcleo de la línea dura de Trump con respecto a la inmigración está la deshumanización de los inmigrantes, una deshumanización propagada a través de su medio favorito de comunicación con sus seguidores, el tuit. Un típico tuit madrugador, enviado antes de las 7 de la mañana de un 19 de junio, atacaba a los demócratas por, según sus palabras, querer “inmigrantes ilegales, no importa cuán malos puedan ser, que entren e infesten nuestro país” 2. Tal imagen, comparando a los inmigrantes como una plaga, tiene el desasosegante eco de la retórica deshumanizante antijudía de Hitler.Las narrativas antiinmigración basadas en el “sentido común” pueden contrarrestarse de manera efectiva, pero se necesita algo más que corregir simplemente las falsedades o proporcionar evidencias de los beneficios de la inmigración para un país; se requiere una narrativa competente que sea igualmente poderosa y que hable a las emociones viscerales en lugar de los argumentos razonados. En el verano de 2018 se ha producido un ejemplo instructivo de cómo una narrativa eficaz de sentido común opuesta consiguió forzar el retroceso de una de las más perversas disposiciones de la línea dura de Trump sobre la inmigración.

En abril de 2018, en cumplimiento de la política de “tolerancia cero” de la Administración, los agentes fronterizos de inmigración comenzaron a separar a los niños de sus padres. Hubo un clamor inmediato en contra, pero hasta el 20 de junio Trump no rescindió esta política. Lo que forzó esta reversión fue la noción de sentido común de lo que es justo y lo que no, provocado por la evidencia visceral de lo que significaba esta política en la práctica. Las imágenes desgarradoras de niños pequeños alojados en jaulas fueron suficientemente impactantes. Incluso más todavía lo fue una cinta de audio publicada en la red por ProPublica el día 18 de junio, grabada en secreto en un centro de detención fronteriza donde fueron recluidos diez de esos niños separados, de entre cuatro y diez años de edad. Los sonidos de los aterrorizados niños, sollozando desconsoladamente y llamando a gritos a sus padres fue suficientemente devastador, pero incluso más escalofriante fue la voz masculina del agente de frontera que se escuchó bromeando sobre los sonidos de la miseria: “Bueno, aquí tenemos una orquesta, faltaba el maestro”. Como dijo la tía de uno de esos niños: “Sé que no es ciudadana estadounidense, pero es un ser humano. Es una niña. ¿Cómo pueden tratarla así?” 3. Esto no es un argumento que necesite evidencias documentadas. Por el contrario, apela a una verdad moral simple que se supone que cualquier persona cuerda captará de inmediato: los seres humanos, todos los seres humanos, tienen ciertos derechos básicos. En términos gramscianos, puede considerarse como un ejemplo del buen sentido (buon senso) que existe dentro de la masa confusa del sentido común.

Para Gramsci, las narrativas políticas progresistas con el potencial para inspirar movimientos de oposición eficaces se originan en el mencionado buen sentido, aquellos hechos cuya “verdad” no precisa evidencia, “verdades” que se sienten en lugar de pensarse concienzudamente. “¡Somos el 99 por ciento!” y “Ella es un ser humano” son buenos ejemplos. Aquellos que pudieran traer una transformación social radical deben estar atentos a ese buen sentido y construir a partir de él. Gramsci sostiene que la tarea de los intelectuales progresistas es transformar el crudo sentimiento de injusticia y de opresión que surge de la experiencia subalterna. Partiendo de esos inicios embrionarios, los intelectuales crean comprensiones del mundo que desafían las narrativas dominantes existentes de maneras coherentes y pensadas, y apelan directamente a las emociones de las personas. Tal transmutación, sin embargo, exige un diálogo genuino entre los subalternos oprimidos por un determinado régimen de poder y los intelectuales progresistas. Este diálogo es complejo y adquiere muchas formas. Desentrañar las formas que adopta es un leitmotiv fundamental de los Cuadernos de la cárcel.

Están surgiendo nuevas formas de nacionalismo populista en todas partes, una realidad política estrechamente vinculada a un mundo cada vez más desigual. Es crucial construir movimientos capaces de desafiar esos nacionalismos y transformar las desigualdades estructurales que los sustentan. El análisis de Gramsci del diálogo extraordinariamente complejo del que surgen las narrativas efectivas de oposición se nos ofrece como un punto desde el que podríamos comenzar.

1 Desarrollo este argumento en “The Common Sense of Donald J. Trump: A Gramscian Reading of Twenty-First Century Populism” in Trump and Political Philosophy: Leadership, Statesmanship, and Tyranny editado por Angle Jaramillo Torres y Marc Benjamin Sable, 2018. Cham, Switzerland: Palgrave Macmillan, pp. 275-291.

2 https://twitter.com/realDonaldTrump/status/1009071403918864385?ref_src=twsrc%5Etfw%7Ctwcamp%5Etweetembed%7Ctwterm%5E1009071403918864385ref_url=https%3A%2F%2Fwww.cnn.com%2Fpolitics%2Flive-news%2Fimmigration-border-children-separation%2Findex.html accessed 5 August 2018

3 Citado en “Listen to Children Who’ve Just Been Separated From Their Parents at the Border” por Ginger Thompson, ProPublica (https://www.propublica.org/article/children-separated-from-parents-border-patrol-cbp-trump-immigration-policy de 5 de agosto 2018).

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Para aquellos intelectuales a los que les gusta autodenominarse progresistas, la relación que existe entre el conocimiento que generan en su calidad de eruditos y el mundo que se extiende más allá de la academia, es una pregunta constante. El presente libro trata sobre un intelectual para quien dicha pregunta fue fundamental: el marxista italiano y cofundador del Partido Comunista de su país, Antonio Gramsci. Paradójicamente, fue su arresto en 1926 por parte del régimen fascista de Benito Mussolini lo que le permitió su mayor legado, esto es, los así conocidos Cuadernos de la cárcel que Gramsci escribió mientras estuvo en prisión. Condenado a veinte años tras las rejas, resultando truncada su vida como activista político, el italiano se propuso continuar con dicha actividad de la única forma que ahora le estaba permitido dentro de su régimen de confinamiento: un riguroso programa de estudio. Antes de ser encarcelado, escribió múltiples artículos periodísticos, que, no obstante, siempre le parecieron efímeros, «escritos que debían morir después de cada día», tal como lo mencionara en una de sus cartas enviadas desde prisión (PLII 1, 66). Se negó rotundamente a aceptar cualquier intento de publicar su material periodístico en formato de libro. La prisión le brindaría el tiempo suficiente para desarrollar análisis intelectuales mucho más profundos, según esperaba. En su calidad de erudito se imponía exigentes estándares, pero también creía que el conocimiento verdaderamente importante era aquel que se expandía más allá de los círculos estrictamente académicos. Esta es una actitud muy distinta a la que adoptó otro estudioso del poder, también de enorme fama: Michel Foucault. Al final de sus días, según su biógrafo, Didier Eribon, Foucault se mostró preocupado porque sus libros circulaban demasiado ampliamente: «La divulgación masiva de un libro académico es un desastre en términos de su comprensión, pues se abre la posibilidad de una multitud de interpretaciones erróneas. Desde el momento mismo en que un libro supera el círculo de lectores a los cuales ha sido específicamente dirigido, es decir, aquellos intelectuales que conocen el dilema estudiado y las tradiciones teóricas a las que este alude, ya no producirá “efectos de conocimiento” sino “efectos de opinión” como Foucault los denomina» (Eribon, 1991, 292). Pero Gramsci no manifiesta el menor desdén por tales “efectos de opinión”, como sí lo hace Foucault. De hecho, las opiniones colectivas que moldean de manera tan considerable la forma en que las personas viven su vida cotidiana y los procesos que permiten el intercambio de tales opiniones son materia de vital relevancia en los Cuadernos de la cárcel. El italiano consideraba Un término clave a este respecto es senso comune (sentido común), que Gramsci emplea para referirse a todas aquellas conclusiones heterogéneas a las que las personas llegan no por medio de una reflexión crítica, sino porque constituyen verdades preexistentes del todo evidentes. Sin embargo, es importante puntualizar que el término italiano senso comune es muchísimo más neutral que la expresión «sentido común» del inglés 2. El término en inglés con su connotación abrumadoramente positiva, enfatiza, por así decirlo, el aspecto del sentido, mientras que su par italiano (senso comune) hace lo suyo con la naturaleza comunitaria (comune) de la respectiva opinión. En los cuadernos escritos en prisión, Gramsci reflexiona sobre las complejas raíces de tales conocimientos colectivos, sus cambiantes y a menudo contradictorios componentes, las diversas formas en que estos resultan ser aceptados como incuestionables, quiénes los aceptan y cuándo y en qué forma mutan. El aspecto colectivo aquí es de gran relevancia: «Porque lo que importa no es la opinión de Fulano, Mengano o Zutano, sino aquel conjunto de opiniones que han llegado a ser colectivas, que han llegado a ser un elemento y una fuerza social» (PNIII, 347). Básicamente, lo que interesa a este activista es aquel conocimiento que pone en marcha movimientos políticos capaces de ocasionar transformaciones radicales. De hecho, se cuestiona si un movimiento filosófico es tal «solo cuando se dedica a desarrollar una cultura especializada para grupos restringidos de intelectuales» (SPN, 330). Para Gramsci, a diferencia de Foucault, el conocimiento más importante sería precisamente aquel que se ha expandido más allá de aquellos intelectuales que conocen el dilema estudiado y las tradiciones teóricas a las cuales este alude; conocimiento que, encarnado en colectividades conscientes de sí mismas, tiene el poder de influir en el mundo. Y, para él, las colectividades más importantes son las clases sociales.

Gramsci es considerado frecuentemente uno de los teóricos más relevantes de la cultura marxista. Lo que suele ser obviado, como menciono en mi anterior libro Gramsci, cultura y antropología, es que la cultura es un concepto fundamental en los cuadernos del político italiano pues esta, entendida en su sentido antropológico de modo de vida, constituye para su autor una de las principales maneras de experimentar la desigualdad de clase en la vida diaria. Tal argumento también es parte importante del presente libro, aunque aquí, en lugar de enfatizar el concepto gramsciano de cultura, analizo más bien lo que el intelectual italiano entiende por clase. Mi postulado es que la razón por la cual Gramsci presta tanta atención a la representación del senso comune u opinión popular y por qué motivo aborda tal representación de la manera en que lo hace, es porque interpreta las principales desigualdades de clase como entrelazadas en cada aspecto de la vida. Ya que el concepto de clase es hoy en día muy frecuentemente relacionado solo con la desigualdad económica, es importante aclarar que para Gramsci este incluye mucho más que eso.

Los cuadernos, según mi lectura, están respaldados por un concepto de clase amplio e inclusivo, ciertamente no restringido al ámbito meramente económico. Se trata de una noción de clase que argumenta que las desigualdades estructurales se multiplican con el paso del tiempo. Pero, aunque dicha desigualdad quizás se arraigue en las relaciones económicas más fundamentales, según las recientes interpretaciones populares, jamás podrá ser considerada un simple epifenómeno, pues la clase puede adoptar diversas formas. La relación existente entre las principales desigualdades que dan forma a la realidad que el ser humano afronta y el constantemente cambiante flujo de las experiencias vividas es siempre compleja, llena de matices y nunca determinista. En los cuadernos, su autor reflexiona sobre las innumerables maneras en las que la desigualdad se manifiesta, sobre los diversos escenarios de poder que esta genera y sobre las complejas formas en que tales escenarios son experimentados por quienes habitan en ellos. Es fácil pasar por alto la crucial importancia que se otorga en los cuadernos de Gramsci al concepto de clase, en parte porque este no está definido de manera precisa en ninguna de sus páginas. Sin embargo, ello se debe a que la naturaleza de la clase es, por así decirlo, su tema principal. Esto nos trae a la mente El capital de Karl Marx que, como muchos han lamentado, tampoco ofrece una definición clara del término. El punto, a mi entender, es que tanto El capital como Cuadernos de la cárcel lo que pretenden es explorar las complejas y diversas maneras en que la desigualdad estructural se manifiesta en el contexto de la historia humana. No existe definición concisa posible del término clase, porque las formas que adopta en los tiempos y escenarios actuales no pueden reducirse a ningún tipo de esencia simple.

Uno de los rostros que asume el concepto de clase es una cosmovisión particular. Como seres humanos, damos sentido a la vida por medio del relato propio de nuestro mundo particular en términos de tiempo y espacio, es decir, por la manera en que damos cuenta de «cómo son las cosas», con raíces complejas y profundas en las principales relaciones sociales del entorno que habitamos. Podemos cuestionar o incluso rechazar tal relato, pero las redes de inteligibilidad en las que nuestra socialización se desarrolla desde que nacemos son una realidad a partir de la cual comenzamos a funcionar; todos somos, en cierto grado, criaturas de opinión popular. Y, sin embargo, en momentos históricos concretos se producen transformaciones sociales radicales. Pero ¿cuándo y por qué ocurren? Con la lectura de los cuadernos surge también la pregunta: ¿cuál es la relación entre la opinión popular y las transformaciones sociales?

Para representar la manera multifacética en la que Gramsci entiende la idea de clase, me ocupo de tres de sus principales conceptos: la subalternidad, los intelectuales y el sentido común. En este libro analizo en qué forma dichos conceptos constituyen, en su conjunto, una manera de abordar el terreno de la desigualdad de clase en cuanto realidad vivida, que explora en detalle las formas diversas y cambiantes que esta puede adoptar. Considerar así la desigualdad permite perfilar la compleja relación existente entre la realidad de las circunstancias en las que las personas viven y las explicaciones que estas dan de tales circunstancias, el relato al que recurren para otorgar algo de sentido al mundo que habitan.

Una de las razones por las cuales el paso del conocimiento a la opinión es asunto de suma complejidad para Gramsci es porque, por una parte, el italiano demuestra enorme respeto por quienes serían llamados en el lenguaje actual «las masas». De hecho, tal como veremos más adelante, considera que el discurso político capaz de desafiar con eficacia la hegemonía dominante tiene sus raíces, precisamente, en la experiencia de dichas masas. Por otra parte, Gramsci no es un político populista; los intelectuales, para él, cumplen una función fundamental en la elaboración y transformación del conocimiento incoherente —propio de aquellos que son subordinados, a quienes llama, en coherencia, «subalternos». Sin embargo, es igualmente crucial que la filosofía de carácter coherente desarrollada por los intelectuales pueda ser expresada como un nuevo tipo de sentido común fácilmente asimilado por dichos subalternos y que las masas lleguen a reconocerlo como conocimiento de su propiedad. Solo entonces la sofisticada filosofía de los intelectuales podrá convertirse en un «factor social poderoso» (PNIII: 347). En resumen, la relación existente entre los subalternos y los intelectuales es, para Gramsci, profundamente dialógica; perfilar el complejo intercambio generado entre el conocimiento de los intelectuales y la opinión popular de las masas es una de las principales preocupaciones de sus cuadernos.

Para complicar todavía más el vínculo entre conocimiento y opinión, Gramsci considera que las nuevas filosofías creadas por los intelectuales a partir del sentido común de los subalternos han sido, en sí mismas, producidas por estos últimos. De igual manera esto se produce por medio de los partidos políticos: «Para algunos grupos sociales, el partido político no es otra cosa que el modo propio de elaborar su propia categoría de intelectuales orgánicos, directamente en los campos político y filosófico» (SPN: 15). Los intelectuales originados de manera orgánica por un grupo o clase que se eleva hacia el poder deben distinguirse de los intelectuales tradicionales. Tal distinción y la trama de relaciones que vinculan a intelectuales, subalternos y sentido común se encuentran en el corazón mismo del enfoque gramsciano sobre la desigualdad como realidad vivida, enfoque que considera a la clase como un complejo entramado de realidades económicas, sociales y políticas, con relatos propios de dichas realidades.

Este libro se organiza en dos partes. Los primeros cuatro capítulos establecen los rasgos más importantes de la subalternidad, los intelectuales y el sentido común tal como se presentan en los Cuadernos: el capítulo 1 se ocupa de la subalternidad, el capítulo 2 de la figura del intelectual y el capítulo 3 del sentido común. El capítulo 4, por su parte, explica que, en su conjunto, estos tres conceptos constituyen una teorización de la compleja relación dialógica establecida entre la experiencia de desigualdad, explotación y opresión y el discurso político que expresa dicha experiencia.

Los tres capítulos de la segunda parte abordan el asunto de la pertinencia de los cuadernos de Gramsci para los analistas contemporáneos. Escritos hace más de 80 años, ¿es posible que las reflexiones de este marxista italiano de principios del siglo xx brinden un punto de partida válido para aquellos interesados en entender la desigualdad que se vive ocho décadas más tarde, así como sus raíces históricas? Con el fin de sugerir una utilidad potencial de los conceptos gramscianos vinculados entre sí de la subalternidad, los intelectuales y el sentido común, los he aplicado a tres diferentes estudios de caso: uno histórico y dos contemporáneos. Por su parte, para ayudar a esclarecer el habitualmente mal interpretado concepto de «intelectual orgánico», el capítulo 5 nos retrotrae a la Escocia del siglo xviii, cuando un nuevo orden burgués comenzaba a emerger sobre la base del capitalismo industrial. El capítulo en cuestión se centra en la figura de Adam Smith, un intelectual que llegaría a ser conocido como uno de los primeros teóricos del capitalismo. ¿Cómo podemos interpretar a esta celebridad de la Ilustración escocesa si vamos más allá de su popular figura y lo situamos en su propio contexto histórico? ¿Es posible considerarlo un intelectual orgánico de la burguesía? He escogido un personaje más bien histórico que contemporáneo como ejemplo de intelectual orgánico, pues solo con el beneficio de la retrospectiva podemos identificar a los intelectuales orgánicos de una clase emergente. Por el contrario, en el flujo constante del momento actual, jamás tendremos certeza de cuáles de las muchas corrientes de opinión representan genuinamente una nueva hegemonía en gestación.

Los estudios de caso que se presentan en los capítulos 6 y 7 nos trasladan desde el siglo xviii a nuestros días y desde el concepto de intelectual orgánico al de sentido común. Cada uno de ellos analiza un movimiento político en particular que podría considerarse artífice de un intento de popularizar o elaborar un sentido común específico: el capítulo 6 estudia el caso del Tea Party, movimiento nacido de la derecha política estadounidense, y el capítulo 7 está dedicado al fenómeno de Occupy Wall Street, una manifestación de descontento que convocó a una diversidad de activistas de izquierdas. Cada capítulo explica por separado las diversas formas que adopta el sentido común en ambos movimientos. En el caso del Tea Party, se trata de un sentido común enraizado lejos de la nueva narrativa capitalista, a menudo considerado como nacido a raíz de Adam Smith. El movimiento Occupy Wall Street, por el contrario, debió luchar por una nueva configuración de sentido común, capaz de captar de manera visceral el sentimiento de muchos, en el Estados Unidos del siglo xxi, con un sistema económico que beneficia solo a los más ricos.

En el capítulo final reflexiono sobre lo que el enfoque del concepto de clase contenido en los cuadernos de Gramsci puede ofrecer al lector del siglo xxi, particularmente aquel interesado en estudiar las brutales desigualdades de nuestro actual mundo globalizado.

En el curso de la escritura de este libro tuve el privilegio de mantener interesantes charlas sobre el legado de Gramsci con muchos colegas y amigos. Joseph Buttigieg, Alessandro Carlucci, Marcus Green, Aisha Khan, Shirley Lindenbaum, Maureen Mackintosh, Mauro Pala, Frank Rosengarten, Steve Striffler y Cosimo Zene me ayudaron a analizar los diversos dilemas planteados en los cuadernos del italiano y el beneficio de su lectura en el mundo contemporáneo. La realización de dos talleres en los cuales presenté algunos aspectos preliminares de mis argumentos me permitió afinarlos y, en ocasiones, replantearlos: el taller organizado en 2010 por Cosimo Zene en el School of Oriental and African Studies (SOAS) que aglutinó la teorización gramsciana de la subalternidad con aquella de B. R. Ambedkar sobre los dalitas de la India y el taller del año 2013 denominado Antonio Gramsci: In the World que fuera organizado por Roberto Dainotto y Fredric Jameson en la universidad de Duke. Los dos críticos anónimos de la Duke University Press brindaron comentarios extremadamente profundos y de enorme utilidad.

La colaboración prestada por Mark Porter-Webb en la búsqueda y preparación de imágenes contenidas en opiniones para «¡Nosotros somos el 99 por ciento!» publicadas en Tumblr y los eslóganes del movimiento OWS fue inestimable. También estoy enormemente agradecida a mi editora en Duke, Gisela Fosado, por su respaldo a mi proyecto y su ejemplar eficiencia.

1 PLI y PLII es la abreviatura que la autora utiliza en el texto cuando cita: 1994 Letters from Prison: Antonio Gramsci, 2 vols. Editado por Frank Rosengarten. Traducido al ingles por Ray Rosenthal. New York: Columbia University Press. Véanse resto de abreviaturas en pág. 9. (N. del E.)

2 La autora se refiere a la expresión inglesa pero puede hacerse extensivo al sentido que tiene en castellano. (N. del E.)

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FSPN Further Selections from the Prison Notebooks/Antonio Gramsci. Traducido y editado por Derek Boothman. Minneapolis: University of Minnesota Press, 1995.

PLI Letters from Prison: Antonio Gramsci, vol. I. Editado por Frank Rosengarten. Traducido por Ray Rosenthal. Nueva York: Columbia University Press, 1994.

PLII Letters from Prison: Antonio Gramsci, vol. II. Editado por Frank Rosengarten. Traducido por Ray Rosenthal. Nueva York: Columbia University Press, 1994.

PNI Antonio Gramsci: Prison Notebooks, vol. I. Editado por Joseph A. Buttigieg. Traducido por Joseph A. Buttigieg y Antonio Callari. Nueva York: Columbia University Press, 1992.

PNII Antonio Gramsci: Prison Notebooks, vol. II. Traducido y editado por Joseph A. Buttigieg. Nueva York: Columbia University Press, 1996.

PNIII Antonio Gramsci: Prison Notebooks, vol. III. Traducido y editado por Joseph A. Buttigieg. Nueva York: Columbia University Press, 2007.

SCW Antonio Gramsci: Selections from Cultural Writings. Editado por David Forgacs y Geoffrey Nowell-Smith. Traducido por William Boelhower. Londres: Lawrence and Wishart, 1985.

SPN Selections from the Prison Notebooks of Antonio Gramsci. Editado y traducido por Quintin Hoare y Geoffrey Nowell-Smith. Londres: Lawrence and Wishart, 1971.

Parte I.
Subalternidad, intelectuales
y sentido común

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Debe enfatizarse que son precisamente los primeros elementos, las cosas más elementales, las primeras en ser olvidadas... El primer elemento es que realmente existen gobernantes y gobernados, dirigentes y dirigidos.

Antonio Gramsci, Cuadernos de la cárcel, 144

Este libro es un relato sobre la desigualdad. En su historia sobre el capitalismo moderno, El Capital en el siglo xxi, Thomas Piketty señala:

La historia de las desigualdades está determinada por el modo en que los actores económicos, políticos y sociales perciben lo que es justo y lo que no lo es, así como de las relaciones de poder entre esos actores y las elecciones colectivas resultantes (Piketty, 2014, 20).

Sin embargo, en su calidad de economista, Piketty subraya la medición cuantitativa de la desigualdad y las reformas políticas que podrían llegar a disminuirla, no los procesos mediante los cuales los actores económicos, políticos y sociales llegan a su particular comprensión de lo que es justo y lo que no lo es. Son precisamente dichos procesos los que estudia este libro. ¿Cuál es el origen del discurso que explica por qué razón ciertas desigualdades específicas son inevitables, necesarias y hasta beneficiosas o, por el contrario, injustas, nocivas y de ningún modo inevitables? Además, ¿de qué manera algunos de tales discursos se instalan a sí mismos como obviedades, como aquellas verdades que el marxista italiano Antonio Gramsci denomina senso comune?

La desigualdad solía teorizarse recurriendo al concepto marxista de clase. Sin embargo, en estos últimos tiempos, dicho concepto ha perdido terreno tanto en los círculos académicos como en los populares. Pero si lo que pretendemos es entender la desigualdad, de qué forma se vive y por qué puede llegar a considerarse tanto justa como injusta, tal vez nos hemos apresurado demasiado en descartar la utilidad de la noción marxista de clase. Una razón por la cual este criterio para abordar el tema de la desigualdad se encuentra desacreditado actualmente es porque suele entenderse el concepto marxista de clase como circunscrito al ámbito económico, tal como explica con estas palabras Richard Wolin:

Aquel ortodoxo énfasis marxista en la universalización del marco teórico de clase que reduce el conflicto social de manera unilateral a la oposición entre trabajo asalariado y capital (2010, 358).

Entendido en este sentido reduccionista, el concepto de clase es, ciertamente, fácil de descartar por excesivamente simplista. Pero la tradición marxista contiene versiones mucho más ricas e interesantes de dicho concepto que integran numerosas otras formas en las que se manifiesta la desigualdad estructural, y que prestan atención a las diversas maneras en las que personas de distintos estratos sociales entienden lo que es justo y lo que no lo es. Una aproximación al concepto de desigualdad particularmente nutrido y matizado puede hallarse en los hoy en día muy celebrados cuadernos que Antonio Gramsci escribió durante los años de encarcelamiento durante el régimen fascista de Benito Mussolini. En el corazón del postulado gramsciano existe la preocupación por la compleja transición entre la experiencia de desigualdad vivida —habitualmente arbitrada por las explicaciones que se dispone de ella— y el discurso y los movimientos políticos capaces de ocasionar cambios radicales a este respecto.

La clase, siempre que no se la defina estrictamente en un sentido económico, es fundamental para el pensamiento de Gramsci. Personalmente, he decidido abordar su multifacética interpretación del concepto por medio de tres elementos que considero relevantes en la forma en que el italiano teoriza sobre el poder: la subalternidad, los intelectuales y el sentido común. Estudiar la manera en que Gramsci emplea estos conceptos y la conexión entre ellos nos brinda un mapa del criterio aplicado que nos permite sumergirnos en la compleja relación existente entre la perspectiva política y económica desde la cual las personas ven el mundo, y la concepción que tienen de dicho mundo.

Este capítulo en particular presenta el concepto de subalternidad que Gramsci plantea en los mencionados cuadernos, pero previamente es preciso estudiar la naturaleza de estos como tales textos. Inconclusos, jamás concebidos para su publicación y consistentes en una serie de notas inconexas que abarcan una variedad de temas dispares, los cuadernos de Gramsci implican un enorme desafío para el lector. Y, a menos que comprendamos las condiciones en las cuales fueron escritos y las cuestiones fundamentales que en ellos se abordan, no es sencillo captar el abierto y creativo marxismo que inspira el proyecto global, un marxismo que está siempre atento a las múltiples formas en que la desigualdad entre gobernantes y gobernados, líderes y liderados, puede manifestarse.

Cómo leer a Gramsci

En noviembre de 1926, a pesar de su inmunidad parlamentaria, Gramsci fue arrestado por las autoridades fascistas de la época. Junto a otros veintiún líderes del Partido Comunista italiano, fue sometido a una farsa de juicio en junio de 1928. La condena nunca estuvo en duda y una de las mayores sentencias recayó sobre el futuro autor de los posteriormente famosos Cuadernos de la cárcel: veinte años, cuatro meses y cinco días. Aludiendo a este físicamente insignificante pero intelectualmente imponente prisionero, el fiscal de turno pronunció en su momento una frase que ya forma parte de la historia: “Durante veinte años debemos impedir funcionar a este cerebro”. Pero Gramsci estaba decidido a que ello jamás ocurriera. Solicitó autorización para permanecer en una celda individual y permiso para escribir. La petición fue concedida en enero de 1929 y el día 8 de febrero de aquel año escribió las primeras líneas de sus famosos Cuadernos. Prosiguió sin tregua hasta 1935, cuando su deteriorada salud volvió imposible la tarea. Moriría en 1937 como paciente del hospital Quisisana, aún bajo vigilancia policial y tan solo pocos días después del cumplimiento de su ya reducida sentencia.

Tras su publicación en Italia a finales de la década de 1940, los cuadernos pronto comenzaron a adquirir carácter internacional. Un momento clave para el mundo angloparlante fue la publicación en 1971 de Selections from the Prison Notebooks de Antonio Gramsci por parte de Quintin Hoare y Geoffrey Nowell-Smith, obra que incluyó una cantidad importante de las notas escritas en prisión por el político italiano organizadas por temas. La publicación comenzó rápidamente a ser consultada por científicos sociales de una amplia gama de disciplinas y nunca ha dejado de reeditarse desde entonces. La obra Marxismo y literatura de Raymond Williams, publicada en 1977, popularizó todavía más los conceptos gramscianos entre quienes no hablaban italiano, al igual que el trabajo realizado por Stuart Hall y otros miembros del Centro de Estudios Culturales de la Universidad de Birmingham. Hasta ahora, sin embargo, no existe ninguna traducción completa al inglés de los Cuadernos de la cárcel, más allá de la aparición de los primeros tres volúmenes de un total de cinco que han sido editados por Joseph Buttigieg.

En cuanto texto, los treinta y tres cuadernos escritos por Gramsci no tienen posibilidad de resumen. Si bien se presentan en ellos ciertos temas recurrentes, su riqueza radica en las diversas formas en que su autor explora y amplía dichos temas; captar el argumento final exige una minuciosa lectura. En parte se debe a que el intelectual no brinda ninguna recapitulación pulida de sus reflexiones, sino más bien ofrece al mundo las huellas que fueron quedando plasmadas en el papel de una mente en constante movimiento.

En la presente obra, acompañamos al italiano en su periplo por un espeso terreno intelectual. En ocasiones sigue sendas ya delineadas, pero a menudo se desvía de ellas forjando su propio camino, al tiempo que cuestiona categorías y pensamientos convencionales arraigados. Esto ocurre muy especialmente en sus escritos sobre los intelectuales y la generación del conocimiento. Seguir el ritmo de análisis de este político exige que prestemos una estrecha atención a los giros y avatares de una mente incansable.

El formato mismo de sus Cuadernos nos enfrenta a un dilema. Cada uno de ellos se compone de varias notas independientes, algunas de apenas dos o tres frases sueltas y otras de varias páginas. En su conjunto, “reflejan la complejidad y la confusión propias de un laberinto textual”, como Buttigieg ha señalado (PNI, ix). Si pretendemos hallar la manera de recorrer dicho laberinto, debemos comenzar considerando las condiciones en las cuales Gramsci escribió los Cuadernos y cómo abordó la tarea de llevar un registro de sus reflexiones.

Cruciales para la supervivencia física e intelectual del italiano durante sus años de reclusión fueron Tatiana Schucht, hermana de su esposa Julia, y Piero Sraffa, un economista italiano de tendencia izquierdista y amigo de toda la vida de Gramsci. Tatiana, en particular, constituyó una incondicional fuente de apoyo práctico y emocional. Permaneció en Italia hasta la muerte de Gramsci, en gran parte para socorrerlo, e hizo todo lo que estuvo a su alcance para ayudar a su cuñado a sobrellevar las adversidades de la vida en prisión. Mantenerlo debidamente provisto de materiales de escritura fue una de sus tareas. Y el prisionero fue muy claro y específico con respecto a sus necesidades en tal sentido. Le proporcionaría, según se lo solicitó por carta:

Cuadernos de formato normal, como los escolares, y no de muchas hojas, máximo 40 o 50, de manera que no se transformen en amontonamientos misceláneos cada vez más farragosos (PLII, 141).

Pero mantener el orden no fue tarea fácil, pues Gramsci trabajaría en una serie de cuadernos distintos de manera simultánea. Su intención inicial era emplear un cuaderno para cada tema, pero ello no fue del todo posible. En primer lugar, su mente trabajaba de tal manera que estaba constantemente buscando vínculos entre asuntos aparentemente diversos. Además, las autoridades de la prisión insistían en que los cuadernos se mantuvieran siempre almacenados bajo su custodia y Gramsci solo estaba autorizado a tener una cantidad limitada de ellos con él en su celda. Por consiguiente, solía usar simplemente el que estuviera a su disposición en cada momento, sin importar el tema. Para complicarle aún más la vida al lector, muchas de sus notas son elípticas y aparecen fragmentadas, dando cabida a un abanico de interpretaciones. Su amplitud de pensamiento es una de sus mayores fortalezas como intelectual, pero ello implica que, si pretendemos sumergirnos en el laberinto que nos presenta, es preciso que lo leamos con extrema minuciosidad.

Aunque Sraffa vivió en Gran Bretaña durante los años que duró el arresto de Gramsci, realizó viajes regulares a Italia para visitar a su amigo en prisión. También se mantuvo en contacto con varios líderes comunistas italianos en el exilio y encabezó una campaña en los medios internacionales que buscaba la liberación de esta importante figura política de la época. Ello permitió garantizar que el prisionero de Mussolini no fuera olvidado por el resto del mundo. Además, cumplió la crucial misión de abrir una cuenta a nombre de Gramsci en una librería de Milán (costeada por él mismo, como hombre rico que era) que permitió al intelectual conseguir libros y otra clase de publicaciones. A pesar de verse limitado en sus solicitudes de material escrito a lo específicamente autorizado por la prisión, esta cuenta le facilitó la lectura de una amplia variedad de libros y periódicos. Sin el apoyo de Tatiana y de Sraffa, es improbable que Gramsci hubiera podido escribir sus tan celebrados cuadernos: fue su respaldo el que lo hizo posible y, tras la muerte del autor, fueron ellos quienes se ocuparon de rescatarlos del olvido.

Además de los cuadernos, también contamos con muchas de las cartas que Gramsci escribió estando en prisión, que se encuentran disponibles en inglés en la magnífica edición de Frank Rosengarten. La mayor parte de ellas fue enviada a Tatiana. Una vez sentenciados, los prisioneros solo eran autorizados a escribir cartas a sus familiares directos. Y aunque, en efecto, Gramsci envió misivas a varios miembros de su familia, Tatiana se convirtió en su principal destinatario. Esto se debió, en parte, a que no siempre le resultó fácil escribirle a su esposa. Ella estableció su residencia en Moscú durante los años que duró el encarcelamiento y se vio afectada por diversos problemas físicos y emocionales, por lo tanto, se comunicó con su esposo solo de forma intermitente.

La cuenta abierta con la librería milanesa fue un recurso particularmente crucial, dado el carácter dialógico del pensamiento de Gramsci. En efecto, la mayor parte de sus notas comienzan estableciendo un vínculo con lo mencionado por otro autor. En una de sus cartas a Tatiana, escrita en diciembre de 1930, explica las razones de su necesidad como intelectual de sentirse partícipe de un diálogo:

Toda mi formación intelectual tuvo un carácter polémico, de manera que me resulta imposible pensar desinteresadamente o estudiar por estudiar. Ocasionalmente me ocurre que me pierdo en una secuencia específica de reflexiones y descubro, por decirlo de algún modo, suficiente interés en las cosas en sí mismas como para dedicarme a su análisis. Normalmente me hace falta entrar en diálogo, ser dialéctico para llegar a obtener estímulo intelectual. Ya te dije una vez cuánto odio eso de andar arrojando piedras a la oscuridad. Quiero sentir un interlocutor, un adversario concreto (PLI, 369).

Sin embargo, su renuencia a “estudiar por estudiar” no se vincula únicamente con su deseo de “sentir la presencia de un interlocutor específico”, sino también habla de una preocupación por las ideas como realidades vivas y no como mero pensamiento abstraído del caótico flujo del quehacer diario.

Los libros que Gramsci leyó durante sus años en prisión no solo incluyeron ilustres estudios académicos, sino también material de divulgación popular sobre historia, sociología, política y cultura. De igual modo, solicitó constantemente una variedad de periódicos y revistas del más amplio espectro político, según lo que las autoridades de prisión le permitieran recibir. Insistía en leer material de naturaleza más efímera y popular y no solo textos elaborados, pues consideraba que lo importante no eran los debates circunscritos a un puñado de intelectuales, sino las ideas y creencias que moldean y dan forma a la vida de las masas populares.

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