DRIVEN. VENCIDOS POR EL AMOR

V.1: Enero, 2019


Título original: Crashed

© K. Bromberg, 2014

© de la traducción, Andrea Quesada, 2019

© de esta edición, Futurbox Project, S. L., 2019

Todos los derechos reservados.


Diseño de cubierta: Taller de los Libros

Imagen de cubierta: Valua Vitaly - Shutterstock


Publicado por Principal de los Libros

C/ Aragó, 287, 2º 1ª

08009 Barcelona

info@principaldeloslibros.com

www.principaldeloslibros.com


ISBN: 978-84-17333-50-8

IBIC: FR

Conversión a ebook: Taller de los Libros


Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley.

DRIVEN.

VENCIDOS POR EL AMOR

K. Bromberg

Serie Driven 3


Traducción de Andrea Quesada para
Principal Chic

5

Sobre la autora

2


K. Bromberg es una autora best seller que ha estado en las listas de más vendidos del New York Times, el Wall Street Journal y el USA Today. Desde que debutó en 2013, ha vendido más de un millón de ejemplares de sus libros, novelas románticas contemporáneas y con un toque sexy protagonizadas por heroínas fuertes y héroes con un pasado oscuro.

Vive en el sur de California con su marido y sus tres hijos. Reconoce que buena parte de las tramas de sus libros se le han ocurrido entre viajes al colegio y entrenamientos de fútbol.

CONTENIDOS

Portada

Página de créditos

Sobre este libro

Dedicatoria


Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Capítulo 35

Capítulo 36

Capítulo 37

Capítulo 38

Capítulo 39

Capítulo 40

Capítulo 41

Capítulo 42

Capítulo 43

Capítulo 44

Epílogo 1

Epílogo 2


Agradecimientos

Sobre la autora

DRIVEN. VENCIDOS POR EL AMOR



La vida no es sobrevivir a la tormenta, sino aprender a bailar bajo la lluvia


Colton Donavan, el irreverente piloto, acaba de sufrir un terrible accidente en una carrera.

Tras pasar varias semanas en el hospital, no solo tiene por delante la recuperación física.

Colton deberá dejar atrás su pasado para poder construir un futuro junto a Rylee y hacerse con el mayor de los trofeos: el amor.


Llega el final de una trilogía apasionante que ha cautivado a un millón de lectores



«El romance entre Rylee y Colton sigue ardiendo en las páginas de esta trilogía emocionante y adictiva.»

Katy Evans, autora best seller


«Una tercera parte de alto voltaje y llena de emoción. Bromberg lo clava desde la primera hasta la última página.»

Kylie Scott, autora best seller


A mi madre y a mi padre.

Gracias por enseñarme que la vida no consiste en sobrevivir

a la tormenta, sino en aprender a bailar bajo la lluvia.

Y, por fin, estoy bailando.



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Agradecimientos


¡Madre mía! ¿Por dónde empiezo? Me criticaron porque mis agradecimientos para Driven 2. Cegados por la pasión eran muy largos, así que si eres una de esas personas, te sugiero que te saltes esta parte.

Hace poco más de nueve meses publiqué Driven. Guiados por el deseo. No estaba muy segura de lo que esperaba que sucediera. Solo sé que mi madre y mi marido no dejaban de repetirme que no me hiciese ilusiones. Podría mentiros y decir que me imaginaba que a mucha gente le encantaría y que mi carrera como escritora se dispararía de la noche a la mañana. En realidad, estaba aterrada. Nunca había hecho algo así, que me obligara a ponerme de cara al público para que me analizaran y me criticaran, o incluso para que me elogiaran. Yo solo esperaba que alguien comprara el libro sobre un piloto de coches de carreras arrogante y seguro de sí mismo y una heroína luchadora y creíble. Sí, utilicé la fórmula clásica argumental de «chica buena conoce a chico malo», pero esperaba que aquellos que lo leyeran por ese preciso motivo descubrieran que yo sabía escribir, contar una historia, llevarte a un mundo nuevo y hacerte sentir. Y hubo mucha gente que lo compró. Y otros que criticaron mi argumento. Pero también hubo otros que se enamoraron de Rylee, Colton y los chicos.

Hace poco más de seis meses publiqué Driven 2. Cegados por la pasión con expectativas diferentes y decidida a demostrar que podía escribir una línea argumental original yo sola. Que podía darle mi toque personal al maldito «segundo libro» de una trilogía y hacer que destacara de los demás con los que se le comparaba. Reescribí la mayoría de lo que ya tenía: añadí el punto de vista de Colton en los capítulos, e incorporé los superhéroes y el «te conduzco». Y, cuando lo publiqué, estaba más segura de que este libro podía hacer que mis intentos de ser una escritora de verdad fracasaran o tuvieran éxito.

Nunca podría haber esperado lo que sucedió después, nunca podría haberme esperado que agentes literarios empezarían a llamarme (agentes que en el pasado habían rechazado mis manuscritos, todo sea dicho), que otros autores a los que admiraba me enviarían correos electrónicos o que los lectores amarían el mundo y la historia que había creado. La única palabra que se me ocurre para describir mejor estos últimos cinco meses es «surreal». Completa y totalmente surreal.

Empecé a escribir la tercera entrega de esta trilogía con un borrador de ochenta páginas y la presión de los lectores para que lo escribiera rápido. ¿Menuda motivación, no? Pero, al mismo tiempo, me consideraba muy afortunada por el hecho de que todas aquellas personas quisieran más. Sé que muchos escritores trabajan durante toda su vida para conseguir llegar a este momento, así que no quería desperdiciar esta oportunidad que se me había brindado por nada del mundo. Cuando empecé este libro, tuve muchos problemas para conseguir que cumpliera las expectativas que había creado con el segundo. ¿Cómo iba a escribir algo con lo que los lectores pudieran identificarse tanto como la canción de los superhéroes o el «te conduzco»? Durante los dos primeros meses me resultó muy difícil escribir. Y, entonces, me di cuenta de que esta última entrega no tenía que ser igual que el segundo libro, no tenía que tener el mismo final impactante, porque esta era una parte diferente de la historia de Colton y Rylee. Así que, después de aquella revelación, las cosas empezaron a ir mucho mejor y acabaron convirtiéndose en lo que acabáis de leer.

Espero de verdad que hayáis disfrutado de la conclusión de la historia de Colton y Rylee. Estoy muy orgullosa del viaje que han emprendido, de la sanación por la que han pasado y del lugar donde han acabado, pero también me he quedado con una sensación un poco agridulce al haber llegado a la conclusión de esta historia, porque igual que vosotros os habéis enamorado de ellos y de los chicos, yo también.

Y, hablando de eso, me han llegado un montón de cartas de lectores a quien les ha conmovido la historia del abuso de Colton y el modo en que la escribí, ya sea por experiencia propia o por la de un ser querido. Se me ha roto el corazón al oír vuestras historias y, a la vez, me he sentido honrada de que creyerais que describía las situaciones y los efectos psicológicos fielmente. Me gustaría que no cargarais con ese conocimiento para decirme eso. Y para aquellos que sobreviven hora a hora, día tras día, vuestra fuerza me impresiona. Sé que los recuerdos nunca desaparecerán, pero espero que algún día, como Colton, podáis dejar el pasado atrás y seguir adelante.

Hay algunas personas que me han ayudado a dar forma a este libro y me gustaría dedicar un momento para mencionarlas. Ante todo, gracias a mi marido y a mis tres hijos pequeños, que han sido los que han hecho el mayor sacrificio para que pudiera escribir este libro lo más rápido posible. Pasaron de tener una madre y una esposa que siempre está presente, que nunca se olvida de nada y que está preparada para lo que sea, a tener una que casi siempre se queda soñando despierta, se despista normalmente y, a veces, se resiste a todo lo que sea espontáneo porque quiere acabar el capítulo ahora que lo ve claramente en su cabeza.

En segundo lugar, tengo que dar las gracias a Beta Biggs y a Beta Yeti. Este libro ha recorrido un largo camino desde su reacción inicial, que hacía que el capítulo 15 pareciera el capítulo 6 (es decir, que la historia era demasiado lenta), y por eso y otras muchas cosas os estaré eternamente agradecida. Gracias por darme un empujoncito, por retarme a haceros sentir más y por todos esos comentarios de «Sé que puedes hacerlo mejor». Vuestras aportaciones fueron maravillosas; los mensajes, inolvidables; y todo el proceso, indoloro (bueno, a veces). También os merecéis un poco del mérito de este libro, porque me habéis ayudado a dar un final memorable a la historia de Rylee y Colton, del que estoy orgullosa.

También tengo que dar las gracias a Beta Who y Beta Haw por sus consejos y su total honestidad. Siempre os estaré agradecida por ello y nunca me enfadaré, incluso si decido decantarme por otro camino. Los amigos son más importantes que los libros. Siempre.

Gracias a mis anteriores lectores beta.

Y hay un grupo de mujeres locas, unas 7.500 y sumando, que se hacen llamar V. P. Pit Crew en Facebook. Me habéis dejado sin palabras con todo vuestro apoyo, vuestra motivación, las amistades que habéis entablado y la comunidad que habéis creado a partir de estos libros. Vuestro apoyo infinito y vuestra implicación hace que me sienta la escritora más afortunada del mundo. Puede que la trilogía de Driven haya acabado, pero el grupo no. Ah, chicas, ¿habéis visto mis homenajes a vosotras en esta entrega?

También me gustaría dar las gracias a mis maravillosas administradoras (Cara Arthur, Amy McAvoy y Cristina Hernandez) y a la asistente de Colton (Lara) por todo lo que han hecho por mí sin pedirme nada a cambio. Chicas, las amistades que hemos hecho son mucho más valiosas que los libros que nos han unido, y siempre os estaré agradecida por ello. #Beckspert #TheRealMrsDonavan #WalkersChristinas #LaraMetHimFirst… Os lo agradezco de todo corazón. No podría haberlo conseguido sin vosotras.

Gracias a Mazanne Dobbs de The Polished Pen. Muchas gracias por pulir mis palabras y hacer que brillen. También tengo que darte las gracias por responder a mis múltiples preguntas y ofrecerme la sabiduría para soportar el torbellino que predijiste que se formaría. Siempre te estaré agradecida y nunca volveré a escribir «Action beat» sin acordarme de ti… Bueno, seguramente será para maldecir en tu nombre, pero siempre desde el cariño.

Gracias a Deborah de Tugboat Designs. Gracias por tener el valor de dar tu opinión y decirme que me había equivocado con mi primera elección para la portada de este libro. Me siento muy afortunada de tener a tantas personas como tú en mi equipo, que cuidan de mí por razones que no les benefician a ellos mismos. Me alegra que opinaras al respecto, porque tenías razón: este tercer libro tenía que contar con una pareja en la portada. Y cuando observas las tres juntas, quedan perfectas.

Gracias a Stacy de Hayson Publishing por ser tan paciente mientras editaba la historia un poquito más y por hacer que este libro tuviera un aspecto hermoso y profesional y mantuviera ese toque de la bandera a cuadros.

Gracias a Amy Tannenbaum por ser paciente con esta autora independiente y desconfiada que fue un poquito brusca contigo durante nuestras primeras conversaciones. Aprecio tu sabiduría y tus consejos, y tengo muchas ganas de ver hacia dónde damos el siguiente paso en este viaje.

Gracias a las blogueras… Me faltan palabras para expresar toda la gratitud que siento por el apoyo que me habéis dado a mí y a mis libros. Algunas de vosotras habéis estado conmigo desde el principio, cuando os envié las peticiones para leer Driven. Guiados por el deseo en abril de 2013. Sois el motivo por el que los lectores han decidido leer estos libros. Por vuestra publicidad gratuita, digamos… Nunca lo olvidaré. Muchísimas gracias por todo lo que habéis hecho para ayudarme a promocionar estos libros y por participar en las mil ideas que se me ocurren.

Gracias a Jodi Ellen Malpas por dejar que le hiciera preguntas sobre lo que pasaría a continuación, por respondérmelas con honestidad y por comprender lo ridículamente difícil que es decirle adiós a un hombre de ficción. Gracias a Raine Miller, Laurelin Paige, BJ Harvey y a los otros múltiples autores por responder a las preguntas de esta novata. Gracias a Trisha y a Clara por enseñarme a reír durante toda esta experiencia, algo que solo puede suceder con años de amistad que ya van por los dos dígitos.

Gracias a mi dulce Parker. ¡Mira, tus superhéroes también han llegado!

Y, por último, gracias a mis lectores. Sois geniales y me dejáis sin palabras cada día con vuestras notas, correos electrónicos y comentarios. Sé que es triste que la serie Driven haya finalizado, pero os aseguro que no lo habéis visto todo de Colton y Rylee. Mientras, recibiréis un libro sobre Becks y Haddie. Y si aun así echáis de menos a Rylee y a Colton, tengo algo para mantener la llama que se llama C.R.A.S.H. Dash. Para más información, dirigíos a: www.kbromberg.com/?page_id=743 o www.facebook.com/Crash13Dash

Como siempre, gracias por leer mis libros y por vuestro apoyo infinito.

Prólogo


Pum. Pum. Pum.

Me encojo de dolor cuando el sonido reverberante resuena en mis oídos.

Pum. Pum. Pum.

Estoy rodeado por un ruido blanco estruendoso, pero que a la vez es misteriosamente silencioso. Todo a mi alrededor está sumido en el silencio, excepto por ese sonido incesante.

¿Qué narices es?

¿Por qué cojones hace tanto calor? Incluso veo las ondas que las altas temperaturas provocan sobre el asfalto, pero estoy helado.

«¡Hostia puta!», pienso.

Vislumbro algo a mi derecha: un trozo de metal destrozado, neumáticos deshinchados, trozos de tapicería arrancados… Me quedo observándolo porque es lo único que puedo hacer. Becks me matará por haberme cargado el coche. Me dará una paliza y me romperá en mil pedacitos, como las piezas del coche que están esparcidas sobre la pista. ¿Qué cojones ha pasado?

Empiezo a tener sudores fríos y la inquietud se apodera de mí.

El corazón me late desbocado.

Percibo pequeños retales de confusión que bailan en los recovecos de mi consciencia. Cierro los ojos con fuerza y trato de detener el martilleo que retumba en mi cabeza. No consigo pensar con claridad. Los pensamientos se me escapan; es 

como si mis ideas fueran arena que se filtra entre mis dedos cuando intento aferrarme a ellas.

Pum. Pum. Pum.

Abro los ojos e intento localizar el maldito ruido que aumenta el dolor que siento…

«… placer para enterrar el dolor…».

Oigo esas palabras en mi mente y sacudo la cabeza para intentar comprender qué está pasando. De repente, lo veo: pelo negro que necesita un corte; manos pequeñas que sostienen un helicóptero; una tirita de Spiderman enrollada alrededor de un dedo índice que está haciendo girar las hélices de mentira del juguete.

«Spiderman. Batman. Superman. Ironman».

—Pum. Pum. Pum —dice en voz muy baja.

Entonces, ¿por qué suena tan fuerte? Veo unos ojos verdes que me observan a través de unas pestañas negras y espesas; es la inocencia personificada. En ese instante, clava la vista en mí, deja de darle vueltas a la hélice e inclina la cabeza hacia un lado para estudiarme con atención.

—Hola —digo, y la palabra reverbera en el silencio ensordecedor del espacio que hay entre nosotros.

Algo no va bien.

Nada bien.

Mi mente sigue dispersa y confusa; no entiendo nada.

Sus ojos verdes me consumen.

La ansiedad que siento disminuye cuando sonríe ligeramente y se le forma un hoyuelo en la mejilla.

—Se supone que no tengo que hablar con desconocidos —comenta, y se cuadra de hombros para aparentar ser el chico mayor que desea ser.

—Es una buena norma. ¿Te la enseñó tu madre?

«¿Por qué me resulta tan familiar?», pienso.

Se encoge de hombros, despreocupado. Me recorre el cuerpo con la mirada y, después, la fija en mis ojos. Aparta la vista y observa algo que hay detrás de mí, pero por alguna razón, no consigo dejar de mirarlo para ver qué le ha llamado la atención. No solo porque es el niño más mono que he visto en mi vida, no, sino porque es como si ejerciera una fuerza extraña sobre mí contra la que no puedo luchar.

El niño frunce el ceño ligeramente, se agacha y se toca otra tirita de superhéroes que apenas le cubre la herida que tiene en la rodilla.

«Spiderman. Batman. Superman. Ironman».

«¡Cállate de una puta vez!», quiero gritar a los demonios que habitan en mi mente. No tienen derecho a estar ahí… No tienen derecho a acechar a este pobre niño, y, sin embargo, no dejan de dar vueltas a su alrededor como si estuvieran en un tiovivo. «Como mi coche, que debería estar dando vueltas por la pista del circuito ahora mismo». Entonces, ¿por qué estoy avanzando hacia este niño tan raro en lugar de prepararme para la bronca que me echará Becks y que, a juzgar por el estado del coche, me merezco?

Pero no puedo resistirme.

Doy otro paso en su dirección. Actúo con cuidado y deliberadamente, como cuando estoy con los chicos en el hogar.

Los chicos.

Rylee.

Tengo que verla.

«Ya no quiero estar solo».

Necesito sentir su tacto.

«Ya no quiero estar roto».

¿Por qué estoy nadando en un mar de confusión? Avanzo un paso más a través de la niebla y me dirijo hacia un inesperado rayo de luz.

«Sé la chispa de mi vida».

—Te has hecho mucha pupa…

El niño resopla. Está tan mono cuando pone esa cara tan seria… Tiene la nariz bañada de pecas y frunce el ceño mientras me observa con una mirada de confusión.

«¡Gracias, sabelotodo!».

Y encima va de listo. «Los niños así me caen bien», pienso. Contengo la risa mientras fija la vista detrás de mí por tercera vez. Empiezo a darme la vuelta para ver qué está mirando, pero su voz me detiene.

—¿Estás bien?

¿Cómo?

—¿A qué te refieres?

—¿Estás bien? —pregunta de nuevo—. Parece que estás roto.

—¿De qué hablas?

Avanzo un paso más hacia él. Mis pensamientos evasivos se mezclan con la seriedad de su tono de voz y la preocupación reflejada en su rostro. Me está poniendo nervioso.

—Pues yo creo que tienes pinta de estar roto —susurra, y hace girar la hélice de su helicóptero con los dedos envueltos en tiritas. Después señala hacia mi cuerpo.

Noto que mi ansiedad aumenta hasta que bajo la vista y veo mi traje ignífugo intacto. Me palpo el cuerpo con las manos para asegurarme.

—No —contesto—. Estoy bien, colega. ¿Lo ves? Estoy como una rosa —añado, y respiro aliviado. El chavalín me había asustado por un momento.

—Que no, tonto —contesta. Pone los ojos en blanco, resopla, frustrado, y señala detrás de mí—. Mira. Estás roto.

Me doy la vuelta. Su tono de voz calmado me desconcierta.

Se me para el corazón.

Pum.

Se me corta la respiración.

Pum.

Se me congela el cuerpo.

Pum.

Parpadeo una y otra vez, y trato de apartar la imagen que tengo delante de mí, pero se filtra a través de una neblina viscosa que me envuelve el cerebro.

Spiderman. Batman. Superman. Ironman.

Joder. No. No. No. No.

—¿Lo ves? —dice con voz angelical—. Te lo he dicho.

No. No. No. No. 

El aire regresa a mis pulmones. Me obligo a tragar saliva a pesar del nudo que se me ha formado en la garganta.

Y ahora lo veo: el caos que hay frente a mis ojos. Pero ¿cómo es posible? ¿Cómo puede ser que esté aquí y allí a la vez?

Pum. Pum. Pum.

Trato de moverme. Intento correr, joder. Quiero decirles que estoy aquí, que estoy bien, pero mis pies no responden al pánico que se ha desatado en mi cerebro.

No. No estoy allí. Solo estoy aquí. Sé que estoy bien y que estoy vivo, porque siento cómo se me corta la respiración cuando doy un paso más para ver la escena mejor. Me invade una sensación de terror horrible, porque lo que veo… No puede ser… No es posible, joder.

Spiderman. Batman. Superman. Ironman.

El ligero ruido de la sierra me devuelve a la realidad y veo que el equipo médico está cortando el casco del piloto. En cuanto lo parten por la mitad, me siento como si me explotara la cabeza. Me fallan las piernas y caigo de rodillas. El dolor que me ha invadido es tan insoportable que lo único que puedo hacer es levantar las manos para sujetármela. Tengo que alzar la vista. Necesito ver quién estaba en mi coche. A quién tengo que partirle la cara, pero no puedo. Me duele mucho, joder.

«… me pregunto si duele cuando mueres…», pienso.

Me asusto cuando noto una mano sobre mi hombro, pero en cuanto me toca, el dolor deja de existir.

Pero ¿qué coño…? Sé que tengo que mirar. Debo ver con mis propios ojos quién está en el coche, aunque ya sepa la respuesta. Recuerdos inconexos me pasan por la mente a cámara rápida, como si fueran las piezas del cristal roto de aquel puto bar.

«El Humpty Dumpty de los cojones».

Una oleada de miedo me invade y se extiende por todo mi cuerpo. No puedo hacerlo. No puedo mirar hacia arriba. «No seas gallina, Donavan», me digo a mí mismo. En su lugar, giro la cabeza hacia la derecha y lo miro a los ojos. Son la calma inesperada en medio de esta tormenta. 

—¿Es eso…? ¿Estoy…? —le pregunto al niño, y se me forma un nudo en la garganta. 

El miedo que me da oír la respuesta no me deja hablar.

El chaval se limita a observarme con una mirada intensa, el gesto serio, los labios apretados y las pequitas bailando en su rostro. Después, me aprieta el hombro.

—¿Tú qué crees?

Quiero zarandearlo para que hable claro y me diga la verdad, pero sé que no lo haré. No puedo. Nunca me he sentido tan tranquilo y asustado a la vez, con él a mi lado en medio de todo este caos.

Me obligo a apartar la mirada de su expresión serena y fijo la vista en la escena que hay delante de mí. Me siento como si estuviera dentro de un caleidoscopio de imágenes resquebrajadas. Observo fijamente la cara de la persona que estaba en el coche de carreras. Es mi puta cara. En una camilla.

Mi corazón se detiene, se rompe y muere.

Spiderman.

Tengo la piel de color gris; los ojos, hinchados, amoratados; y los labios, cerrados y pálidos.

Batman.

La desolación que se cierne sobre mí hace que me rinda, la desesperación me consume y la llama de mi vida parpadea, pero mi alma se aferra a ella.

Superman.

—¡No! —grito con todas mis fuerzas hasta que me quedo afónico. 

Nadie se da la vuelta. Nadie me oye. Nadie responde, ni mi cuerpo ni los médicos.

Ironman.

El cuerpo que hay en la camilla, mi cuerpo, se sacude cuando alguien se sube encima de él y empieza a realizarle compresiones torácicas. Acto seguido, le levanta los párpados y comprueba el estado de las pupilas.

Pum.

Rostros precavidos. Ojos abatidos. Movimientos rutinarios.

Pum.

—¡No! —exclamo de nuevo. El pánico me invade por completo—. ¡No, estoy aquí! ¡Justo aquí! Estoy bien.

Pum.

Las lágrimas me ruedan por las mejillas. Las posibilidades desaparecen y mi esperanza implosiona.

Mi vida empieza a desdibujarse.

Fijo la vista en mi mano, que cuelga como si fuera un peso muerto por el lateral de la camilla. Hay una gota de sangre que se desliza poco a poco hacia abajo hasta que llega a la punta de mi dedo. Otra compresión torácica me zarandea el cuerpo y la gota cae al suelo. Me centro en ese rastro de sangre, incapaz de observar mi cara de nuevo. No puedo aguantarlo más.

No puedo soportar ver cómo la vida se escapa de mi cuerpo. No puedo aguantar el terror que se ha apoderado de mi corazón, la sensación desconocida que se desliza por mi subconsciente y el frío que empieza a filtrarse en mi alma.

—¡Ayudadme! —Me giro hacia el niño pequeño que me resulta tan familiar y desconocido a la vez—. Por favor —suplico con un susurro implorante y con lo poco que me queda de vida—. No estoy listo para…

No puedo acabar la frase. Si lo hago, estaré aceptando lo que sucede en la camilla que tengo delante; lo que significa esta escena.

—¿No?

Solo es una palabra, pero es la más importante de mi puta vida. Lo miro fijamente, consumido por lo que sea que hay en las profundidades de sus ojos: comprensión, aceptación y agradecimiento. Y por mucho que no quiera abandonar la sensación que siento cuando estoy con él, la pregunta que me hace —escoger la vida o la muerte— es la decisión más fácil que he tomado nunca.

Y, sin embargo, la decisión de vivir, de regresar al mundo y demostrar que merezco una segunda oportunidad significa que tendré que dejar atrás la cara angelical de este niño y la serenidad que su presencia me aporta, y regresar a mi alma turbada.

—¿Volveré a verte?

No sé de dónde viene esa pregunta, pero la formulo antes de poder evitarlo. Aguanto la respiración mientras espero su respuesta, y deseo que me conteste que sí y que no.

Inclina la cabeza hacia un lado y sonríe.

—Si está escrito en las cartas.

«¿Las cartas de quién?», me entran ganas de chillarle. ¿Las de Dios? ¿Las mías? ¿Las cartas de quién, joder? Pero lo único que consigo decir es:

—¿Las cartas?

—Sí —responde. Niega con la cabeza, echa un vistazo a su helicóptero y, luego, me mira a mí.

Pum. Pum. Pum.

El ruido es más fuerte ahora y anula el resto de sonidos que hay a mi alrededor, pero todavía oigo su respiración. Todavía percibo el latido de mi corazón y siento el suspiro suave de la paz que me envuelve el cuerpo, como si fuera un susurro, cuando me coloca la mano en el hombro.

De repente, veo cómo aterriza el helicóptero de emergencias en la pista y oigo el incesante ruido de las hélices mientras me espera. La camilla avanza y todo el mundo se dirige hacia ella.

—¿No vas a ir? —me pregunta el niño.

Me deshago del nudo que tengo en la garganta y asiento ligeramente, resignado.

—Sí… —susurro. 

Percibo cómo el miedo que siento de lo desconocido se refleja en mi voz.

Spiderman. Batman. Superman. Ironman.

—Mira —dice, y mis ojos se centran en su rostro perfecto. Señala la escena trágica que tengo detrás—. Parece que tus superhéroes han venido, al fin y al cabo.

Me doy la vuelta. El corazón me late desbocado y la confusión que siento se funde con mi lógica. Al principio no lo veo, pues el piloto de helicóptero está de espaldas a mí y está ayudando a los demás a subir mi camilla al habitáculo, pero cuando se gira para colocarse en su asiento y agarra la palanca de control, lo veo tan claro como el agua.

Se me para el corazón.

Y luego vuelve a latir.

Un suspiro vacilante de alivio me recorre el alma.

El casco del piloto está pintado.

De rojo.

Con líneas negras.

Tiene el símbolo de Spiderman blasonado en la parte de delante.

El niño pequeño que habita dentro de mí se alegra. El hombre en mí se relaja.

Me doy la vuelta para despedirme del niño pequeño, pero no lo veo por ninguna parte. ¿Cómo diantres sabía lo de los superhéroes? Lo busco por todos lados. Necesito que me responda, pero se ha ido.

Estoy completamente solo.

Solo, excepto por el consuelo de aquellos a quien llevo toda una vida esperando.

Ya he tomado una decisión.

Por fin han llegado los superhéroes.

Capítulo 1


El entumecimiento me recorre el cuerpo poco a poco. No puedo moverme, ni pensar ni apartar la vista del coche destrozado que hay en el asfalto. Si miro a cualquier otro lado, entonces todo esto será real. El helicóptero que sobrevuela nuestras cabezas llevará de verdad el cuerpo roto del hombre que amo.

El hombre que necesito.

El hombre que no puedo perder.

Cierro los ojos y me limito a escuchar, pero no oigo nada. El único sonido que llega a mis oídos es el latido de mi corazón. Lo único que ven mis ojos y que siente mi corazón, aparte de la oscuridad, son las imágenes fragmentadas que hay en mi mente. Max estrellándose contra Colton y, después, Colton rebotando contra Max. Recuerdos que hacen que la llama de esperanza a la que me aferro con todas mis fuerzas titile antes de apagarse por completo. Es como si la oscuridad se hubiera tragado la luz de mi alma.

«Te conduzco, Ryles». Su voz fuerte e inquebrantable resuena en mi mente antes de desvanecerse.

Me encojo y espero a romper a llorar o a que se encienda una chispa de esperanza en mi interior, pero no sucede nada. Me pesa el alma; es como si la hubieran recubierto de plomo.

Me obligo a respirar con normalidad mientras trato de engañarme a mí misma para hacerme creer que los últimos veintidós minutos no han sucedido. Que no han serrado el coche de carreras en dos y que no han tenido que sacar el cuerpo sin vida de Colton de ahí dentro.

«Nunca hacíamos el amor». Es el único pensamiento que se me pasa por la cabeza. Nunca tuvimos la oportunidad de hacerlo después de que por fin me dijera las palabras que necesitaba oír; de que aceptara y admitiera que sentía lo mismo que yo.

Quiero viajar atrás en el tiempo y volver a la suite donde nos abrazamos y nos arropamos con el calor de nuestros cuerpos. Donde conectamos mientras llevábamos demasiada y poca ropa a la vez, pero la imagen terrible del coche destrozado me lo impide. Me han traumatizado de una forma tan atroz por segunda vez que es imposible que mi esperanza salga ilesa de esta.

«Ry, no estoy demasiado bien». Las palabras de Max me pasan por la mente, pero oigo la voz de Colton. Es Colton quien me advierte de lo que sucederá. Algo por lo que ya he pasado una vez en mi vida.

Oh, Dios. Por favor, no. No.

Se me encoge el corazón.

Mi determinación flaquea.

Las imágenes me llegan a cámara lenta.

—Rylee, necesito que te concentres. ¡Mírame! 

Son las palabras de Max de nuevo. Me flaquean las piernas y el cuerpo empieza a fallarme, como la esperanza con la que contaba, pero unos brazos me sostienen y me sacuden.

—¡Mírame! —No. No es Max. No es Colton. Es Becks. 

Consigo fijar la vista en sus ojos. Son como una piscina azul rodeada por la aparición repentina de líneas de expresión. Y reflejan miedo. 

—Ahora tenemos que ir al hospital, ¿de acuerdo? 

Su voz es amable pero firme. Creo que piensa que si me habla como si fuera una niña pequeña, no me romperé en los mil pedazos en los que se ha convertido mi alma.

No puedo deshacerme del nudo que se me hecho en la garganta para responderle, así que me sacude de nuevo. El miedo ha reemplazado al resto de emociones. Asiento y no hago ningún otro movimiento. No se oye ni una mosca. Hay decenas de miles de personas en las gradas, pero nadie habla. Todos miran con atención al equipo de limpieza que recoge lo que queda de los coches que había en la pista.

Me esfuerzo por oír algo. Por detectar alguna señal de vida. Pero solo encuentro silencio.

Noto que Becks me rodea con un brazo y me sostiene mientras salimos de la torre de control que hay encima de la línea de salida, bajamos las escaleras y nos dirigimos hacia una furgoneta con la puerta abierta. Me empuja ligeramente para que me dé prisa en subir, como si fuera una cría.

Beckett se sienta a mi lado, me entrega mi bolso y mi móvil y se abrocha el cinturón.

—Arranca —le ordena al conductor.

La furgoneta sale disparada y la inercia me empuja hacia el asiento mientras nos alejamos de allí. Miro por la ventanilla cuando descendemos por el túnel y lo único que veo son coches completamente inmóviles y esparcidos por la pista. Son lápidas coloridas en un cementerio de asfalto silencioso.

«Explota, explota, arde…». La letra de la canción flota desde los altavoces y llena el silencio letal de la furgoneta. Me lleva un rato procesarla, porque tengo la mente en blanco. 

—¡Apágala! —grito, aterrada. 

Aprieto los puños y tenso la mandíbula mientras las palabras de la letra se funden con la realidad que trato de bloquear sin éxito.

Me estoy poniendo histérica.

—Zander —susurro—. Zander tiene una cita en el dentista el martes. Ricky necesita unas zapatillas nuevas. Aiden empieza las clases particulares el jueves y Jax no se lo ha apuntado en el calendario.

Levanto la vista y me doy cuenta de que Beckett me está mirando fijamente. Por el rabillo del ojo, observo a otros miembros del equipo que están sentados detrás de nosotros, pero no sé cómo han llegado hasta aquí.

Estoy a punto de explotar.

—Beckett, necesito el teléfono. Dane se va a olvidar y Zander tiene que ir al dentista, y Scooter…

—Rylee —contesta con un tono firme, pero niego con la cabeza.

—¡No! —grito—. ¡No! Necesito el teléfono.

Empiezo a desabrocharme el cinturón y estoy tan nerviosa que ni siquiera me percato de que lo tengo en la mano. Trato de pasar por encima de él para abrir la puerta de la furgoneta en movimiento, pero Beckett me agarra con fuerza para impedirme que lo haga.

Pierdo el norte.

—¡Suéltame!

Lucho contra él. Me retuerzo y me muevo entre sus brazos, pero me sujeta con firmeza para contenerme.

—Rylee —repite, y la voz rota que emerge de su garganta hace juego con la tristeza que siento en el corazón.

Me dejo caer en el asiento, pero Beckett no me suelta. Le cuesta respirar. Me agarra la mano y me la estrecha; es la única muestra de desesperación en su semblante estoico. Sin embargo, ni siquiera tengo fuerzas para hacer lo mismo.

El mundo se vuelve borroso, pero el mío ya se ha detenido hace tiempo. Está tumbado sobre una camilla en alguna parte.

—Lo amo, Beckett —susurro finalmente.

«Me impulsa el miedo…».

—Lo sé —contesta. Suspira profundamente y me besa en la coronilla—. Yo también.

«… Me alimento de desesperación…».

—No puedo perderlo.

Mis palabras no son más que un susurro, como si pronunciarlas en voz alta las hicieran realidad.

«… Me estrello contra lo desconocido». 

—Yo tampoco.


***


El sonido de las puertas automáticas de la sala de urgencias del hospital me hiela la sangre. Me detengo cuando lo oigo.

Ese ruido da paso a recuerdos dolorosos, y el blanco angelical de los pasillos me provoca todo tipo de emociones, excepto paz relajante. Me parece raro que la hilera de luces fluorescentes del techo sea lo que se me pase por la mente; era lo único en lo que podía centrarme mientras empujaban su camilla por el pasillo. Oigo cómo los doctores se intercambian palabras de jerga médica, mis pensamientos incoherentes se hacen un lío y mi corazón reza por Max, por mi bebé y por la esperanza que me queda.

—¿Ry? —La voz de Beckett me aleja del pánico que se ha apoderado de mí y de los recuerdos que me asfixian, y me devuelve a la realidad—. ¿Puedes andar tú sola?

La delicadeza que percibo en su tono me invade; es reparadora. Me entran ganas de llorar cuando oigo su voz. Se me hace un nudo en la garganta y me escuecen los ojos a causa de las lágrimas que luchan por escapar, pero no lo consiguen. 

Respiro hondo para darme fuerzas y empiezo a caminar. Beckett me rodea la cintura con un brazo y me ayuda a dar el primer paso. 

Recuerdo la cara del doctor. Estoica. Seria. Movía la cabeza hacia delante y hacia atrás. Nos miraba con tristeza en los ojos. Su postura indicaba rendición. Recuerdo lo mucho que deseaba cerrar los ojos y desaparecer para siempre. Las palabras «lo siento» salieron de su boca. 

No. No. No. No puedo oír esa frase otra vez. No puedo escuchar que alguien me dice que he perdido a Colton, especialmente cuando acabamos de encontrarnos.

Mantengo la cabeza agachada. Cuento los azulejos del suelo mientras Becks me guía hacia la sala de espera. Creo que me está hablando. ¿O quizá a una enfermera? No estoy segura, porque no logro concentrarme en nada que no sea apartar los recuerdos de lo sucedido o deshacerme de la desesperación que siento, para que quizá un rayo de esperanza ilumine de nuevo mi desolado corazón.

Me siento en una silla al lado de Beckett y no aparto la vista del móvil, que no deja de vibrar. Me han llegado mil mensajes y llamadas de Haddie, y ahora mismo no tengo fuerzas para contestarle, aunque sé que está muy preocupada. Supone demasiado esfuerzo, demasiado de todo.

Oigo los pasos del resto de personas que nos siguen por el pasillo, pero me centro en el libro infantil que hay en la mesa que tengo frente a mí. El increíble Spiderman. Tengo la mente muy dispersa y no dejo de pensar en mil cosas a la vez. ¿Colton tuvo miedo? ¿Sabía lo que estaba pasando? ¿Cantó aquella canción que le dijo a Zander?

Solo de pensarlo se me rompe el corazón, pero no lloro.

Por el rabillo del ojo veo unos zapatos cubiertos con fundas desechables quirúrgicas. Oigo que se dirigen a Beckett.

—El especialista necesita saber con exactitud cómo fue el impacto para hacernos una idea de las circunstancias a las que nos enfrentamos. Hemos tratado de ver la repetición por televisión, pero han dejado de emitirla. 

No. No. No. Las palabras resuenan en mi mente y, sin embargo, el silencio me tranquiliza.

—Me dijeron que usted seguramente lo sabría.

Beckett se remueve a mi lado. Habla con la voz tan llena de emoción que siento la necesidad de clavarme las uñas en los muslos. Se aclara la garganta antes de hablar. 

—Se estrelló contra la valla de contención y cayó bocabajo… creo. Estoy intentando recordarlo. Espere. —Apoya la cabeza entre las manos y se masajea la sien. Suspira e intenta recomponerse para pensar con claridad—. Sí. El coche estaba bocabajo. El alerón golpeó la parte superior de la valla y el morro era la zona más cercana al suelo. La parte del medio del vehículo chocó contra la barrera de cemento. El coche se desintegró alrededor de Colton.

El grito ahogado de las miles de personas del público cuando se produjo el accidente todavía resuena en mis oídos.

—¿Hay algo que podáis contarnos? —pregunta Beckett a la enfermera.

El sonido inconfundible del metal que se rompe a causa de la fuerza que se ejerce sobre él.

—Ahora mismo, no. Todavía es demasiado pronto y queremos valorar la situación…

—Se pondrá…

—Le informaremos en cuanto sepamos algo.

El olor de la goma quemada sobre el asfalto engrasado.

Oigo el sonido de unos pasos y unos susurros. Beckett suspira y se pasa las manos por la cara. Después, alarga el brazo, me agarra la mano con la que me aprieto el muslo y me la estrecha con fuerza.

El neumático solitario rodando sobre el césped y rebotando contra la barrera de la pista.

«Por favor, dame una señal», ruego en silencio. Lo que sea. Algo que me diga que me aferre a la esperanza que se desvanece por momentos.

Los timbres de los móviles rebotan entre las paredes estériles de la sala de espera. Una y otra vez. Son como los pitidos de las máquinas de respiración asistida que se escuchan desde aquí. Cada vez que una se queda en silencio, una parte de mí también lo hace.

Oigo que se le corta la respiración a Becks y, acto seguido, trata de reprimir el llanto, lo cual me golpea como si fuera un huracán y destroza la poca resolución y fe que quedaban en mi interior. A pesar de que intenta no llorar con todas sus fuerzas, no lo consigue. La tristeza que siente puede con él y se desliza por sus mejillas en silencio; me mata por dentro pensar que el hombre que ha sido mi principal punto de apoyo se derrumbe ahora. Cierro los ojos con fuerza y me obligo a ser fuerte por Beckett, pero solo oigo las palabras que me dijo ayer por la noche.

Niego con la cabeza. Entro en estado de pánico; no puedo creérmelo.

—Lo siento mucho —susurro—. Lo siento muchísimo. Todo esto es culpa mía.

Beckett se queda quieto durante unos segundos y, luego, se enjuga las lágrimas con el dorso de la mano. Y el gesto, secarse las lágrimas como un niño pequeño y avergonzad, hace que el corazón se me encoja todavía más.

No puedo evitar sentir pánico cuando caigo en la cuenta de que soy la razón por la que Colton está aquí. Lo aparté y no lo creí. No lo dejé descansar la noche antes de la carrera, y todo porque soy una cabezota y estaba asustada.

—Yo he provocado esto. 

Las palabras me matan. Se me clavan en el alma y la desgarran.

Beckett levanta la vista y me mira con los ojos rojos.

—¿De qué hablas?

Se acerca a mí y busca mis ojos con la mirada.

—Todo… —Se me corta la respiración y hago una pausa—. Lo he vuelto loco estos últimos días, y tú me dijiste que si lo hacía, sería culpa mía si…

—Ryl…

—Y me peleé con él, lo dejé y nos quedamos despiertos hasta tarde, y por mi culpa se subió a ese coche estando cansado…

—¡Rylee! —exclama finalmente. Sigo negando con la cabeza. Me arden los ojos; las emociones me sobrepasan—. No es culpa tuya.

Me sobresalto cuando me abraza y me acerca a él. Le agarro la parte delantera del traje ignífugo y noto la aspereza de la tela contra mi mejilla.

—Ha sido un accidente. Se estrelló solo. Así son las carreras. No es culpa tuya. 

Se le quiebra la voz cuando lo dice, pero no acepto su explicación. Me envuelve entre sus brazos; estoy atrapada. Una sensación de claustrofobia me amenaza y siento que voy a ahogarme.

Me levanto de golpe, porque necesito moverme y deshacerme de la inquietud que me consume el alma. Camino de un lado para otro por la sala de espera. Cuando llevo un rato, el niño que está sentado en la silla de la esquina se levanta de su asiento para recoger un lápiz. Lleva unas zapatillas que emiten una luz roja y me llaman la atención. Entrecierro los ojos, las escudriño y observo que tienen un triángulo invertido con una «S» en el centro.

Superman.

La palabra acaricia los recuerdos que guardo en mi subconsciente, pero aparto la mirada porque alguien ha cambiado de canal en la televisión que hay en la sala. Oigo el nombre de Colton y aguanto la respiración. Me da miedo mirar, pero también quiero ver qué están emitiendo.

Parece que la sala entera se levanta y se mueve colectivamente. Una masa de trajes de color rojo y rostros que reflejan emoción miran la pantalla con atención. La televisión muestra la imagen de una nube de humo y coches de carreras que avanzan con rapidez. El ángulo es diferente del que teníamos en la pista de carreras ya que nosotros vimos más, pero cuando el coche de Colton se acerca a la curva, cortan la emisión. Todo el mundo que se había reunido alrededor del televisor se desilusiona al darse cuenta de que la escena que anticipaban ver ansiosamente no se emitirá. La noticia llega a su fin y el presentador informa de que, es estos momentos, Colton está ingresado en el hospital de Bayfront.

Veo el cuerpo sin vida de Colton en la camilla, y Max está en su asiento, a mi lado. El parecido que tienen ambas situaciones me deja sin aliento y un dolor profundo me invade cuando caigo en la cuenta. Los recuerdos se funden.

Me doy la vuelta y veo que los Westins entran en la sala de espera. La madre regia e imponente de Colton tiene el rostro pálido de preocupación. Me trago el nudo que tengo en la garganta; soy incapaz de apartar la vista de ellos. Andy la sostiene con delicadeza y la guía hasta una silla para que se siente mientras Quinlan le agarra la otra mano.

Beckett se une a ellos de inmediato y ofrece a Dorothea y a Quinlan un abrazo rápido pero sentido. Andy extiende los brazos hacia Beckett y le da un abrazo más largo, lleno de dolor y desesperación. Oigo un llanto ahogado y casi me derrumbo.

La escena hace que se me pasen por la mente mil recuerdos dolorosos del funeral de Max. Un ataúd rosa pequeño encima de un ataúd negro grande, ambos cubiertos de rosas rojas. Me recuerda a las palabras que no puedo volver a escuchar: «Las cenizas a las cenizas y el polvo al polvo». Me hacen rememorar los abrazos vacíos que no te ayudan a encontrar consuelo. Los que te dejan sensible y desprotegida cuando ya sientes que te han arrebatado todo.

Empiezo a deambular de nuevo por la sala de espera entre los susurros de la gente.

—¿Cuándo nos dirán algo?

Rostros que normalmente son fuertes y enérgicos reflejan preocupación. Dejo de caminar y clavo la vista en los ojos de Andy y Dorothea.

Nos limitamos a mirarnos; nuestras caras son como espejos de la incredulidad y la angustia del otro, hasta que Dorothea estira el brazo para agarrarme la mano. 

—No sé qué… Lo siento mucho… —digo, y niego con la cabeza una y otra vez.

—Ya lo sabemos, cariño —contesta. Me abraza y me estrecha con fuerza; nos apoyamos la una en la otra—. Lo sabemos.

—Colton es muy fuerte. 

Eso es lo único que dice Andy mientras me acaricia la espalda y trata de consolarme. Pero esto —abrazar a sus padres, ofrecernos consuelo mutuamente, nuestras mejillas cubiertas de lágrimas y los llantos— hace que la situación sea todavía más real. La esperanza que tenía de que todo esto solo se tratara de una pesadilla se ha desvanecido. 

Me aparto e intento concentrarme en algo, en lo que sea, para no volverme loca.

Pero no dejo de ver el rostro de Colton. La mirada de certeza absoluta cuando se puso en pie en medio del caos de su equipo —el mismo equipo que está aquí sentado conmigo, con las caras hundidas entre las manos, los labios apretados y los ojos cerrados mientras rezan— y admitió lo que sentía por mí. Tengo que detenerme para recuperar el aliento. El dolor que irradia de mi pecho, de mi corazón, persiste.

La televisión vuelve a captar mi atención. Oigo susurros en mi mente y me doy la vuelta para ver la pantalla. Es un tráiler de la película de Batman. Me siento esperanzada de nuevo cuando pienso en lo sucedido durante esta última hora.

El libro de Spiderman encima de la mesa. Las zapatillas de Superman. La película de Batman. Trato de racionalizar que todo esto es solo una coincidencia, que ver tres de los cuatro superhéroes es una ocurrencia casual. Intento decirme a mí misma que necesito ver el cuarto para creérmelo. Que necesito a Ironman para completar el círculo, para interpretarlo como una señal de que Colton sobrevivirá.

De que regresará a mi lado.

Empiezo a buscar y miro alrededor de la sala de espera mientras la esperanza que siento en mi interior acecha y se prepara para florecer, por si encuentro la última señal. Me tiemblan las manos; mi optimismo aguarda bajo la superficie, prudente de no levantar mucho la cabeza.

Se oyen sonidos desde el pasillo y el ruido, las voces, hacen que ardan todas las emociones que me recorren el cuerpo.

Y estoy a punto de explotar.

Una mujer rubia con un par de piernas largas entra por la puerta, y no me importa que se la vea tan devastada y preocupada como yo. Todo el dolor que siento en mi corazón, toda la angustia, sale a refulgir y estalla.

Es como si me hubiera caído un rayo encima.

Cruzo la sala en segundos y todas las cabezas se vuelven en mi dirección cuando me oyen gritar.

—¡Vete! —espeto. 

Hay tantas emociones que se han despertado dentro de mí al mismo tiempo que lo único que siento es un cúmulo de confusión abrumadora. Tawny se gira hacia mí y me mira con los ojos abiertos como platos y los labios operados en forma de «O».

—Manipuladora hija de…

Se me corta la respiración y me quedo a media frase cuando los brazos fuertes de Beckett me agarran por detrás y me aprietan contra él.

—¡Déjame! —Me retuerzo para que me suelte, pero me agarra con más fuerza—. ¡Déjame!

—¡Vale ya, Ry! —gruñe mientras me sujeta. Su exclamación reservada pero firme me llega a los oídos—. Tienes que reservar ese fuego y energía, porque Colton va a necesitarlos. Hasta la última puta gota.