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PEDRO CIEZA DE LEÓN

Grandeza de los Incas

Fondo de Cultura Económica

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA

Primera edición, 1997
    Primera reimpresión, 2003
Primera edición electrónica, 2018

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PEDRO CIEZA DE LEÓN nació en Llerena, y no en Sevilla como creían algunos, entre 1520 y 1522. Llegó a América en 1535 y, según se lee a lo largo de su obra histórica, recorrió desde Cartagena, Popayán, Cenú, Urabá, Quito, el Collao y Lima. La Gasca lo nombró cronista y le encomendó la redacción de su Crónica del Perú. Cieza guarda un curioso paralelo con Bernal Díaz del Castillo, ambos soldados convertidos en historiadores. Bernal decide escribir su Verdadera historia… pasados los años —sin haberse afectado su memoria— en respuesta a las tergiversadas versiones que había leído sobre la conquista de México. Por el contrario, Cieza de León fue un soldado-cronista in situ, que, en sus propias palabras, “muchas veces cuando los otros soldados descansaban, cansaba yo escribiendo”.

FONDO 2000 presenta aquí una selección de la Crónica del Perú, obra en cuatro partes cuya redacción terminó Cieza de León en 1550. En estas páginas se revela la curiosidad del soldado español por todo aquello que azoraba su mirada y la claridad de su vocación histórica al describirlo con la mayor objetividad posible. Como bien lo señaló Francisco Esteve Barba en su obra fundamental Historiografía indiana, en este libro “se revela el espíritu justo, ponderado e imparcial de Cieza. No es suya la visión rosada a lo Garcilaso, pero tampoco una negra interpretación del mundo prehispánico. Da a entender defectos y virtudes, evita juicios temerarios y generalizadores”.

Pedro Cieza de León volvió a Sevilla a principios de 1551. Gracias a ciertos documentos notariales se sabe que vivió holgadamente en la calle de las Armas. Ese mismo año contrajo matrimonio con Isabel López de Abreu, con quien se había comprometido desde Lima. La unión duró poco tiempo, pues Isabel murió en mayo de 1554 y, dos meses después, moría Pedro sin haber cumplido 35 años. Su amplia recolección de datos, su ardua labor como historiador en los ratos en que no se desempeñaba como soldado, nos han dejado un magnífico retrato del pasado inca, las costumbres y circunstancias de uno de los más gloriosos imperios de nuestra geografía prehispánica.

De cómo fue muy grande la riqueza que tuvieron y poseyeron los reyes del Perú y cómo mandaban asistir siempre hijos de los Señores en su Corte

Por la gran riqueza que habemos visto en estas partes podremos creer ser verdad lo que se dice de las muchas que tuvieron los Incas; porque yo creo, lo que ya muchas veces tengo afirmado, que en el mundo no hay tan rico reyno de metal, pues cada día se descubren tan grandes veneros, así de oro como de plata; y como en muchas partes de las provincias cogiesen en los ríos oro y en los cerros sacasen plata y todo era por un rey, pudo tener y poseer tanta grandeza; y dello yo no me espanto de estas cosas, sino cómo toda la ciudad del Cuzco y los templos suyos no eran hechos los edificios de oro puro. Porque lo que hace a los príncipes tener necesidad y no poder atesorar dineros es la guerra; y desto tenemos claro ejemplo en lo que el Emperador ha gastado desdel año que se coronó hasta éste; pues aviendo más plata y oro que ovieron los reyes d’España desde el rey don Rodrigo hasta él, ninguno dellos tuvo tanta necesidad como S. M.; y si no tuviera guerras y su asiento fuera en España, verdaderamente, con sus rentas y con lo que ha venido de las Indias, toda España estuviera tan llena de tesoros como lo estaba el Perú en tiempo de sus reyes.

Y esto tráigolo a comparación, que todo lo que los Incas habían lo gastaban no en otra cosa que arreos de su persona y ornamento de los templos y servicio de sus casas y aposentos; porque en las guerras las provincias les daban toda la gente, armas y mantenimientos que fuese necesario, y si a alguno de los mitimaes daban algunas pagas de oro en alguna guerra que ellos tuviesen por dificultosa era poca y que en un día lo sacaban de las minas; y como preciaron tanto la plata y oro, y por ellos fuese tan estimada, mandaban sacar en muchas partes de las provincias cantidad grande della, de la manera y con la orden que adelante se dirá.

Y sacando tanta suma y no podiendo el hijo dejar que la memoria del padre, que se entiende su casa y familiares con su bulto, estuviese siempre entera, estaban de muchos años allegados tesoros, tanto que todo el servicio de la casa del rey, así de cántaros para su uso* como de cocina, todo era oro y plata; y esto no en un lugar y en una parte lo tenía, sino en muchas, especialmente en las cabeceras de las provincias, donde había muchos plateros, los cuales trabajaban en hacer estas piezas; y en los palacios y aposentos suyos había planchas destos metales y sus ropas llenas de argentería y desmeraldas y turquesas y otras piedras preciosas de gran valor. Pues para sus mugeres tenían mayores riquezas para ornamento y servicio de sus personas y sus andas todas estaban engastonadas en oro y plata y pedrería. Sin esto, en los depósitos había grandísima cantidad de oro en tejuelos y de plata en pasta y tenían mucha chaquira, ques en estremo menuda, y otras joyas muchas y grandes para sus taquis y borracheras; y para los sacrificios eran más lo que tenían destos tesoros; y como tenían y guardaban aquella ceguedad de enterrar con los difuntos tesoros es de creer que, cuando se hazían los osequias y entierros destos reyes, que sería increíble lo que meterían en las sepulturas. En fin, sus atambores y asentamientos y estrumentos de música y armas para ellos eran deste metal; y por engrandecer su señorío, paresciéndoles que lo mucho que digo era poco, mandaban por ley que ningún oro ni plata que entrase en la ciudad del Cuzco della pudiese salir, so pena de muerte, lo cual ejecutaban luego en quien lo quebrantaba; y con esta ley, siendo lo que entraba mucho y no saliendo nada, había tanto que, si cuando entraron los españoles se dieran otras mañas y tan presto no ejecutaran su crueldad en dar la muerte a Atahuallpa, no sé qué navíos bastaran a traer a las Españas tan grandes tesoros como están perdidos en las entrañas de la tierra y estarán, por ser ya muertos los que lo enterraron.

Y como se tuviesen en tanto estos Incas, mandaron más, que en todo el año residiesen en su corte hijos de los señores de las provincias de todo el reino, porque entendiesen la orden della y viesen su magestad grande y fuesen avisados cómo le habían de servir y obedecer de[s]que heredasen sus señoríos y curacazgos; y si iban los de unas provincias, venían los de otras. De tal manera se hacía esto que siempre estaba su corte muy rica y acompañada; porque, sin esto, nunca dejaban destar con él muchos caballeros de los orejones y señores de los ancianos, para tomar consejo en lo que se había de proveer y ordenar.