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nombres: | Zarauz López, Héctor Luis, autor.

título: Revolución y rebeliones en el istmo de Tehuantepec / Héctor Luis Zarauz López.

descripción: Primera edición | Ciudad de México : Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 2018 | Serie: Historia social y cultural.

palabras clave: México | Istmo de Tehuantepec | Veracruz | Historia | Revolución, 1914-1917 | Contrarrevolución | Política y gobierno, 1917-1924 | Venustiano Carranza | Álvaro Obregón | Villistas | Zapatistas.

clasificación: DEWEY 972.0614 ZAR.r | LC F1234 Z7


Imagen de portada: Autor no identificado, Juchitecos con armas, ca. 1911.


Primera edición, 2018
Primera edición electrónica, 2018


D. R. © Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora

Calle Plaza Valentín Gómez Farías 12, San Juan Mixcoac,

03730, Ciudad de México

Conozca nuestro catálogo en <www.mora.edu.mx>


ISBN 978-607-9475-95-6
ISBN ePub: 978-607-8611-12-6


Impreso en México

Printed in Mexico

Índice

Introducción


Capítulo i. El escenario y las circunstancias

Los istmeños

Cómo se construye una región. Esbozo de la economía istmeña, los esfuerzos modernizadores y el ferrocarril

La construcción del Ferrocarril Transístmico

Weetman Pearson

El impacto petrolero

Situación social y política en el istmo


Capítulo ii. La acción revolucionaria en el istmo de Tehuantepec

El preludio en Juchitán

Barruntos en el Sotavento. La inconformidad en el istmo veracruzano

El régimen de Victoriano Huerta, vuelta a las armas

Un nuevo orden. El triunfo del constitucionalismo

Tensión internacional


Capítulo iii. Resistencia y contrarrevolución

Causas de la resistencia al carrancismo

Los movimientos regionales

Revolución, petróleo y rebelión

Félix Díaz y el felicismo

Rebeliones y rebeldes en el sur de Veracruz

Cástulo Pérez, los orígenes, los vínculos al capital extranjero y al felicismo

Resistencia en el istmo oaxaqueño

Heliodoro Charis, el alzamiento popular

Limitaciones de los movimientos anticarrancistas


Capítulo iv. Vuelta a las armas e integración

La sucesión presidencial y la rebelión de Agua Prieta

La “cargada” istmeña. La integración de los rebeldes

Heliodoro Charis y Cástulo Pérez, dos procesos, dos


Capítulo v. La reconstrucción

La centralización

El centro y la región, la disputa por el poder

Las rebeliones antiobregonistas

El movimiento obrero, un nuevo invitado


Capítulo vi. Una nueva rebelión

Cruzando el umbral político

Una rebelión con muchas cabezas

La rebelión delahuertista en el istmo veracruzano

La rebelión delahuertista en Oaxaca y el istmo oaxaqueño


Epílogo


Apéndices


Fuentes consultadas


Índice temático

Introducción

Después de terminada la contienda militar contra el gobierno de Victoriano Huerta en el año de 1914, las diversas fuerzas revolucionarias que habían contribuido a su expulsión se enfrentaron al problema de llegar a acuerdos que permitieran la reorganización del país. Sin embargo, las profundas diferencias ideológicas, la diversidad de percepciones y metas planteadas en la brega y la heterogeneidad del movimiento revolucionario dieron como resultado la continuación de la lucha armada.

Entonces, la facción encabezada por Venustiano Carranza debió refugiarse en el puerto de Veracruz ante el embate de los movimientos populares de Francisco Villa y Emiliano Zapata. Desde ahí reorganizó sus huestes armadas, hizo reformulaciones de carácter social a su estrategia política plasmada en el Plan de Guadalupe e inició la recuperación del control político y militar del país, lo que alcanzó en 1916 cuando retornó triunfante a la capital. A partir de ese momento trató de instaurar una organización diferente del país, misma que con frecuencia chocó contra los poderes regionales, provocando rechazo y hasta rebeliones armadas en buena parte del territorio nacional.

Estas rebeliones que “relativizaron” el dominio carrancista fueron parcialmente integradas al sistema militar y político de la revolución, una vez que Álvaro Obregón (luego del asesinato de Carranza en Tlaxcalaltongo) asumió el poder. Primero durante el interinato de Adolfo de la Huerta y luego bajo su propio gobierno. Sin embargo, otros grupos resistieron empecinadamente a la revolución mexicana y sus gobiernos, sumándose al estallido armado que se dio entre 1923 y 1924 debido a una nueva escisión en la “familia revolucionaria”.

La presente investigación se ocupa, principalmente, de por qué, cómo y bajo qué motivaciones se dieron estas rebeliones en contra de los gobiernos emanados de la revolución, en un espacio concreto que es el istmo de Tehuantepec, formado por el cantón de Acayucan y el de Minatitlán, en el estado de Veracruz (en la parte norte del istmo) y los distritos de Tehuantepec y Juchitán, en Oaxaca (sur del istmo), a partir de la instauración “oficial” del carrancismo como corriente político-militar dominante en 1916 y hasta la erradicación de estos grupos rebeldes en 1924, en el marco de la rebelión delahuertista.

La decisión de realizar este trabajo obedece a que en principio me pareció que el tema de los movimientos contrarrevolucionarios estaba relativamente poco investigado y que con su estudio se podía comprender mejor el movimiento de la revolución mexicana.

Por trabajos realizados con anterioridad, tenía la certeza de que el escenario y los elementos proporcionados por el istmo de Tehuantepec eran ideales para desarrollar la presente investigación, ya que en esa región desde 1914 se habían dado expresiones de rechazo a las facciones triunfantes de la lucha revolucionaria.1 Además, en ocasiones estas movilizaciones obedecían a motivaciones propias de la estructura regional, lo cual les confería particularidades específicas que no se encontraban en otras partes del país.

En cuanto al periodo de estudio, vale aclarar que el planteamiento inicial de este trabajo se concentraba en las rebeliones anticarrancistas en el istmo desde 1916, para así observar su integración al Estado mexicano en el contexto del triunfo de la rebelión de Agua Prieta en 1920 o su exterminio en el curso de esos años. En principio, consideré como punto de partida el año de 1916, porque entonces se inició, en términos formales, el gobierno de Carranza, al retornar a la ciudad de México después de la derrota militar de villistas y zapatistas. Sin embargo, la investigación hemerográfica y archivística, así como los testimonios fueron mostrando que la madeja por desentrañar era más amplia y enredada.

Así apareció que por una parte era cierta la integración y pacificación de algunas facciones rebeldes a partir de 1920, pero por otra se daba la continuidad en la lucha de otros grupos hasta 1924, cuando fueron exterminados en el contexto de la rebelión delahuertista.

La misma madeja, por otra parte, mostró que el entrecruzamiento de elementos era más complejo de lo supuesto inicialmente, pues las rebeliones locales en contra de la revolución no se daban sólo como una ecuación de acción-reacción, es decir, no sólo eran provocadas por el rechazo de los campesinos y burguesías locales ante la imposición norteña, sino que tenían un vaso comunicante con el pasado, abrevando en la tradición de lucha de los pueblos, en demandas añejas de separatismo, reivindicaciones de autonomía, etc. (en el caso del istmo oaxaqueño). Paralelamente, la rebelión también se vio inmersa en la traza de los intereses internacionales (en el istmo veracruzano). Todo ello amplió considerablemente un proyecto que parecía simple.

Debido a esta complejidad, he decidido comenzar por explicar la región del istmo en sus antecedentes económicos, políticos y militares, para luego entender las rebeliones armadas que se dieron ahí entre 1916 y 1924. La parte principal de la investigación se centra en estos movimientos armados, pero no enumerados aisladamente; mi intención es comprenderlos en su formación interna y en sus motivaciones propias, como también en función de referentes políticos, militares y económicos, de orden estatal, nacional y en ocasiones internacionales. De esta forma me parece que puedo llegar a reconstruir la región y las rebeliones que ahí se dieron de una forma total, en el sentido de abarcar todos sus aspectos.

Así, el proyecto de investigación se inscribe en dos ejes principales, uno, referente a la revolución mexicana y el otro relacionado a los estudios regionales.

El istmo de Tehuantepec constituye, desde el punto de vista geográfico, una región natural. Sin embargo, en otros aspectos, como el político, cultural y de formación socioeconómica, se presentan ciertas especificidades que determinaron que el movimiento de la revolución se diera con características y motivaciones diversas en la parte norte y sur de la región. De esta forma, nos enfrentamos a dos procesos que en principio son distintos y en ocasiones complementarios, que vale la pena explicar.

Para empezar, en el norte del istmo se dio en lo económico un acelerado proceso de pérdida de la propiedad comunal, debido a la expansión de las plantaciones agroexportadoras, la construcción del ferrocarril y el desarrollo de las exploraciones petroleras. Con esto se generó un proceso intenso de urbanización, creció el sector obrero y, por el contrario, campesinos e indígenas perdieron peso específico en el contexto social, al migrar a las ciudades e integrarse a labores industriales, mientras en el campo aumentaba la importancia de los caciques ganaderos.

En los municipios zapotecos del istmo oaxaqueño se mantuvo la cohesión interna, no obstante el crecimiento de ciudades, como Juchitán y Tehuantepec, y de la propiedad privada en el campo. A ello contribuyeron elementos de identidad étnica, memoria histórica, lucha comunal y la existencia sólida de agrupaciones políticas locales.

Todo ello determinó que las rebeliones en contra de los gobiernos de la revolución, presentaran algunas diferencias entre ambas partes del istmo de Tehuantepec.

En el sur de Oaxaca la respuesta militar al carrancismo se dio de manera más significativa hasta 1919, cuando varios juchitecos, encabezados por Heliodoro Charis (años después general de división del ejército mexicano), se organizaron y formaron un batallón de autodefensa, lanzando el Plan de San Vicente. En él las demandas que aparecían de forma explícita eran dos: luchar por erradicar las milicias carrancistas asentadas en la región, debido a los abusos que cometían sobre la población civil y buscar la independencia del istmo con respecto al centro oaxaqueño para formar una provincia independiente. A estos dos elementos habría que sumar el contexto de pugnas que había por el poder local, entre los partidos “Verde” y “Rojo”, así como una larga tradición de lucha por la autonomía local. Al lanzarse el Plan de Agua Prieta, que definía el enfrentamiento nacional al carrancismo, los juchitecos rebeldes se sumaron a este movimiento logrando la victoria en la región, al tiempo que la facción ahora dominante, el obregonismo, los integraba automáticamente al nuevo gobierno.

En el sur de Veracruz la situación fue distinta, toda vez que la respuesta armada en contra del carrancismo se dio casi de manera automática, pues fue iniciada por grupos de ganaderos que veían afectados sus intereses, este fue el origen del principal líder local Cástulo Pérez. Al promulgarse la Constitución de 1917, este movimiento, como muchos otros en el país, reaccionó con más fuerza y se extendió por considerar que el nuevo orden de cosas afectaba sus intereses, vinculándose a la rebelión de Félix Díaz en su intento por recuperar el poder.

Otro elemento que aderezó desde un inicio la resistencia veracruzana fue la rápida vinculación entre los alzados y la compañía petrolera inglesa El Águila, que en buena medida fomentó, protegió y financió la rebelión, a partir de tres objetivos: 1) comprar protección de Cástulo Pérez para que no fueran afectados sus intereses, 2) presionar al gobierno mexicano en torno a la legislación petrolera, y 3) mantener control sobre el emergente movimiento obrero. Al darse la rebelión de Agua Prieta, los insurrectos del sur veracruzano (no obstante su filiación política) se incorporaron al movimiento obregonista.

Hasta aquí, las movilizaciones istmeñas repetían el esquema nacional de alzamientos locales y su integración al obregonismo. Sin embargo, la información encontrada en archivos y hemerotecas demostró que las acciones rebeldes presentaban continuidad hasta 1924 con el desenlace de la movilización delahuertista.

En el sur de Veracruz, los ahora exrebeldes apoyados por las compañías petroleras harían labores de guardias blancas que reprimían el naciente movimiento obrero en la región, creando enfrentamientos con el gobierno central. Así se dio un rompimiento que propició un nuevo alzamiento de Cástulo Pérez quien murió en 1923, después de enfrentarse a las tropas obregonistas, pero sus seguidores se unirían en los finales de ese año a la rebelión delahuertista, cobrando nueva fuerza dado el nuevo contexto de lucha. Otro tanto sucedió en el istmo oaxaqueño donde las pugnas locales se proyectaron en el conflicto nacional sumándose a las movilizaciones antiobregonistas.

Lo anterior abrió nuevas vetas de investigación que no estaban contempladas originalmente: el papel del movimiento obrero local, la vinculación de este con el Estado revolucionario, la importancia del contexto internacional, el papel de las compañías petroleras y la rebelión delahuertista. Ello además de la incidencia que habían tenido en la región movimientos rebeldes de orden nacional como el felicismo. O bien, elementos de la estructura interna de la región, como las filiaciones partidistas locales, elementos de lucha autónoma y étnica, por mencionar algunos de los más notables.

Con todos estos componentes, se puede considerar que la presencia del carrancismo provocó respuestas políticas y bélicas de resistencia en el istmo de Tehuantepec y en otras regiones del país, por lo cual su implantación no fue uniforme. Estos movimientos de resistencia tuvieron que ver con la afectación de los intereses políticos y económicos locales, al tratar los gobiernos de la revolución, de imponer proyectos económicos, sociales y políticos demasiado “radicales” para esas regiones (en un afán de obtener legitimidad política), o bien excesos cometidos por militares de esta facción.

En este sentido, la promulgación de la Constitución de 1917 fue otro elemento detonador que avivó la resistencia al carrancismo (el felicismo por ejemplo pedía la reinstauración de la Constitución de 1857).

Por otra parte, los grupos políticos locales desarrollaron vínculos que los identificaron con las facciones nacionales, a fin de dar viabilidad a su lucha.

Las movilizaciones que se dieron contra Carranza tuvieron su impacto, primero por limitar el establecimiento del carrancismo y luego por el papel estratégico que desempeñaron en la pugna nacional sostenida entre Carranza y Obregón. De ahí que estos bandos políticos y otros más (los de Francisco Villa, Emiliano Zapata y Félix Díaz), hicieran importantes esfuerzos por atraerlos y cooptarlos.

Más tarde, el movimiento surgido a raíz del Plan de Agua Prieta logró integrar a varios grupos armados de diversa ideología, no necesariamente identificados con los postulados de la revolución mexicana. Sin embargo, no todos ellos encontraron acomodo en el nuevo orden y siguieron en rebelión, ahora en contra de Obregón.

Los negocios e intereses internacionales, como el petróleo, también fueron muy importantes en el desarrollo de la revolución, pues actuaron como elementos de presión constante hacia los gobiernos revolucionarios y de apoyo a ciertos grupos rebeldes. En ese sentido, los alzados en el sur de Veracruz aprovecharon esa coyuntura de pugna internacional.

Las rebeliones istmeñas al parecer se integraron a las movilizaciones políticas y militares de carácter nacional, no siempre motivadas por una plena identificación ideológica, sino como una forma de sobrevivencia.

Sin embargo, las movilizaciones istmeñas acusaron todos los defectos del regionalismo, tales como el aislacionismo o la imposibilidad de extender entre otras regiones y clases sociales sus motivaciones de lucha. Todo ello coadyuvó en su exterminio al concluir la rebelión delahuertista en 1924.

En relación con los estudios historiográficos sobre la revolución mexicana, tenemos que los antiguos relatos enfatizaban las transformaciones políticas, sociales, económicas y legislativas que se habían dado a partir de 1917. De acuerdo con la versión oficial, se entendía entonces a la revolución como un proceso profundo y radical que había reorientado el sistema y que significaba un momento de ruptura total en la historia nacional.

En esos trabajos, la revolución mexicana fue revelada como popular, agrarista, campesina, nacionalista y antiimperialista. Sin embargo, desde finales de los años sesenta apareció una nueva corriente historiográfica que, bajo distintas premisas ideológicas y metodológicas, cuestionó profundamente esta percepción de la gesta revolucionaria, para orientar su interpretación hacia un fenómeno de continuidad.

Esta nueva corriente, además de desmitificar antiguos supuestos en torno a la revolución, la analizó de una manera renovada e incluso la “humanizó”. Así, se abordaron las motivaciones de los actores en la rebelión, sus ideas, la vida cotidiana, la cultura, la producción, etc. En ella desde luego anidaron renovados estudios regionales, biografías, estudios de grupos sociales, la influencia de contextos internacionales, la visión de los grupos derrotados en la contienda, etcétera.2

Así, en torno a la revolución mexicana se ha visto, durante los últimos años, una constante “renovación” en cuanto a propuestas temáticas, perspectivas de análisis, utilización de fuentes documentales, etc., que han coadyuvado a una reinterpretación general y a crear nuevos debates en torno a este proceso. Esta idea se hizo más notable a la luz de los estudios regionales, los cuales, sin embargo, no habían tocado de manera expresa la región del istmo de Tehuantepec. De estas observaciones surgió la consideración de que el proceso revolucionario en ciertas regiones del país –es el caso del istmo– no había sido cabalmente estudiado.

Hablar de la revolución mexicana y sus causas como un todo, uniforme y general, hoy en día es prácticamente imposible. No es nuevo afirmar que debemos pensar en varias revoluciones o bien en una revolución que tuvo características distintas a lo largo del país, en orden de ser precisos en la interpretación de este proceso. Esto se debe a que México se constituyó como un país diverso en su economía, política, conformación social, cultura, etc., proveyendo, dadas tales diferenciaciones, de características particulares al movimiento de 1910, en las distintas regiones, entre las diversas clases sociales y las variadas visiones que existían sobre el país.3

De tal fragmentación deriva la necesidad de los estudios regionales como instrumento de aproximación y enfoque preciso a una realidad por demás compleja. La importancia de este tipo de estudios reside en que ayudan no sólo a precisar las características particulares del proceso de la revolución mexicana en determinado lugar del país, sino que además, permite hacer nuevos acercamientos e interpretaciones generales de este movimiento, pues al poner de relieve las características específicas con que se dio el movimiento revolucionario en las regiones, se ha demostrado que algunos supuestos y generalizaciones, consideradas por mucho tiempo como válidas para todo México, requieren ser reconsideradas, confirmadas, negadas o simplemente estudiadas por primera vez. Tal es el caso que se presenta en la región del istmo de Tehuantepec.

Debemos comprender bien que el estudio de la revolución implica el reconocimiento de la heterogeneidad de este proceso, solamente observando la diversidad de causas, la complejidad de la formación económica, de motivaciones, etc., se puede entender plenamente este proceso y llegar al alma de la revolución mexicana.

Por lo anterior he decidido abordar las rebeliones en el istmo de Tehuantepec desde la perspectiva de los estudios regionales, ya que ello permite enfocar con precisión aspectos que un estudio general deja de lado, de manera que así, se pueden encontrar puntos en ocasiones divergentes de las reconstrucciones generales.4 Tales diferencias tienden, más que a descalificar las historiografías generales, que incluyen de manera genérica a lo específico-regional, a clarificar y enriquecer estas reconstrucciones, aportando nuevos datos que los estudios “macro” han omitido o simplemente desconocen.5

En ese sentido, no importa qué tan pequeño sea el problema, tiempo o espacio de estudio, ni si reproducen fielmente los hechos generales funcionando como eco; incluso puede ser más importante conocer eventos que escapan a la norma, pues así se puede conocer todo un universo que está fuera de lo “usual” y “hegemónico” pero también nos permite conocer el funcionamiento de ese ente “hegemónico” ante lo “extranormal”. Así, en el curso de esta investigación sobre las rebeliones istmeñas, la información recabada fue otorgando la medida del entramado que habría de tejerse entre la región y sus referentes estatales (Oaxaca y Veracruz), nacionales (los gobiernos de Carranza, De la Huerta y Obregón), con eventos internacionales (la demanda de materias primas, la guerra mundial), o eventos políticos (las elecciones locales, estatales y nacionales), militares (la revolución, la guerra en Europa), económicos y legislativos (la Constitución de 1917, las leyes petroleras); ya que todos estos elementos cruzan por el istmo y lo enlazan con la dinámica de un todo más complejo, de manera que la región es un pedazo de la totalidad y como parte que es, ayuda a comprenderla.

Los estudios regionales no buscan sustituir a los estudios generales (ya se sabe que no por ver el árbol dejamos de contemplar el bosque), pero sí son necesarios para su reformulación o para lograr una nueva visión panorámica. Los estudios regionales permiten encontrar mayores y nuevos elementos para comprender el funcionamiento del Estado y de la sociedad mexicana. En ese sentido, Lucien Fevre señalaba: “Nunca he conocido, y aún no conozco, más que un medio para comprender bien, para situar bien la historia grande. Este medio consiste en poseer a fondo, en todo su desarrollo, la historia de una región.”6

No obstante la cascada de trabajos de orden regional que han aparecido desde la década de los setenta, la historiografía sobre la revolución mexicana relativa al istmo de Tehuantepec ha sido más bien exigua; por el contrario, han abundado los trabajos de corte antropológico, etnohistórico o político.

Por ejemplo, acerca del istmo veracruzano, están los trabajos de David Ramírez Lavoignet y Félix Báez. Desde el punto de vista lingüístico se encuentran el de Antonio García de León en torno al náhuatl de la región y el muy ilustrativo de Guido Münch.7

Sobre el desarrollo urbano y los desastres ecológicos aparecieron los textos de Margarita Nolasco, Leopoldo Allub y Alejandro Toledo.8 Varios trabajos más se han concentrado en las luchas obreras y campesinas de la región; entre otros, el texto de Elena Azaola sobre la rebelión magonista de 1906 y los relativos al movimiento obrero de Manuel Uribe, Julio Valdivieso y Leopoldo Alafita.9

Centrados en la formación socioeconómica de la región, apareció el breve ensayo de Marie Prevost Schapira, Martín Aguilar y Leopoldo Alafita, y más recientemente la tesis de Ángeles Saraiba Russel.10 Sin embargo ninguno de estos textos se ha centrado, ni abundado sobre las causas, orígenes o características de la primera gran revolución del siglo xx y las rebeliones en su contra en esa región.

Existen además varios trabajos que han abordado específicamente el movimiento revolucionario en el estado de Veracruz, desde los muy oficialistas de Leonardo Pasquel, hasta los más contemporáneos de Romana Falcón, Soledad García y Ricardo Corzo, sobre Cándido Aguilar y Adalberto Tejeda.11 No obstante la valía de estos estudios, en ellos no se menciona de manera mínimamente extensa el proceso revolucionario en el sur del estado.

En lo que se refiere a la historiografía de la revolución en el istmo oaxaqueño, encontramos un poco más. Gracias a la labor de recuperación cultural e historiográfica de los juchitecos, aparecieron varias compilaciones y textos testimoniales en torno a este periodo,12 aunque muy pocas reconstrucciones y análisis de estos hechos. Por otra parte, todos ellos concentrados en la rebelión armada de Che Gómez en 1911, pero que han dejado de lado los años posteriores, salvo el texto biográfico de Heliodoro Charis elaborado por Víctor de la Cruz.13

Al igual que en el estado de Veracruz, en Oaxaca aparecieron varios libros que analizaban el proceso revolucionario y sus reacciones. Entre los de corte oficialista están los de Jorge L. Tamayo, Guillermo Rosas Solaegui, Alfonso Francisco Ramírez y Ángel Taracena. Entre los estudios recientes, particularmente valiosos son los textos de Francisco José Ruiz Cervantes. Sin embargo, en ellos no se ha enfocado sobre la región istmeña.14

Por otra parte, los estudios referentes a la revolución mexicana han abundado sobre todo en el origen, desarrollo y proyección de las corrientes dominantes o más significativas del movimiento. Son numerosos los trabajos sobre el maderismo, villismo, zapatismo, carrancismo o el obregonismo. Sin embargo, independientemente de la corriente historiográfica, existen muy pocas investigaciones particulares sobre las resistencias que enfrentó el amplio movimiento revolucionario a lo largo del país.

Entre los estudios que se han abocado a este aspecto, destacan la tesis doctoral de Javier Garciadiego Dantán sobre movimientos contrarrevolucionarios, el de Peter V. N. Henderson relativo a Félix Díaz y su movimiento, el de Francisco José Ruiz Cervantes referente al movimiento soberanista en el estado de Oaxaca y el de Antonio García de León que trata sobre la lucha de los llamados “mapaches” en el estado de Chiapas.15

Con todas estas referencias y partiendo de la premisa de que la región no está aislada, y que, por el contrario, interactúa en mayor o menor medida con ámbitos externos, se procedió a realizar la investigación de fuentes en varios niveles.

El primer acercamiento al tema provino de las fuentes locales, aunque estas son limitadas por la falta de literatura específica. Se consultaron periódicos y revistas locales, asimismo algunos pequeños fondos documentales originales de la región, pues los archivos municipales habían sido quemados precisamente durante el movimiento revolucionario. Sin embargo, obtuve información valiosa e interesante, a través de entrevistas realizadas con algunos sobrevivientes de esa época. Este acercamiento inicial planteó los primeros problemas y el curso que debía seguir la investigación.

En lo sucesivo, la búsqueda se hizo combinando los ámbitos nacional y estatal. Por una parte, consulté archivos gubernamentales muy cercanos al oficialismo; en el Archivo General de la Nación (agn), los fondos de Presidentes, de la Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas (scop), Ferrocarriles, etcétera; el de Venustiano Carranza en el Centro de Estudios de Historia de México (Condumex) y los de varios generales carrancistas y obregonistas como Juan Barragán, Amado Aguirre, Jacinto B. Treviño, en el archivo del Instituto de Estudios Sobre la Universidad (iesu) de la Universidad Nacional Autónoma de México, los de Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles en el Archivo Calles Torreblanca, y otros más. Asimismo, varios periódicos de orden nacional como Excélsior, El Universal, El Pueblo, etc., y los diarios oficiales de Oaxaca y Veracruz, entre otros, que fueron revisados en distintas hemerotecas. Paralelamente, se consultaron archivos de algunos rebeldes anticarrancistas que tenían una presencia nacional, como el archivo de Félix Díaz en Condumex, y el de Emiliano Zapata en el agn y en el iesu.

También, entre los archivos oficiales, se encuentran el Archivo Histórico de la Secretaría de la Defensa Nacional, donde pude revisar los fondos histórico y de cancelados, accediendo a material que todavía es poco consultado. Igualmente, en el Archivo Histórico de la Secretaría de Relaciones Exteriores se encontraron interesantes expedientes en los que se abundaba en las protestas de los gobiernos extranjeros debido a la revolución y las rebeliones.

Simultáneamente, hice la búsqueda consecuente en fuentes de los estados de Veracruz y Oaxaca, realicé varios viajes a las ciudades de Xalapa y Oaxaca a fin de trabajar los archivos estatales en el Archivo General del Estado de Veracruz y Archivo General del Estado de Oaxaca.

Por otra parte, consulté archivos particulares de algunos militares que tuvieron gran importancia en las cuestiones de gobierno estatal, como el de Adalberto Tejeda en el Instituto Nacional de Antropología e Historia (inah) y el de Heriberto Jara en el iesu. De igual forma procedí con algunas publicaciones hemerográficas locales, inaccesibles o desconocidas en la Ciudad de México (Mercurio y Patria, de Oaxaca; El Heraldo de la Revolución, editado en Veracruz; La Opinión, de Minatitlán, y Neza, en Juchitán), que aportaron valiosa información sobre las particularidades de la revolución y la rebelión en esos estados.

Como en la documentación que se iba recabando aparecían de manera recurrente los vínculos entre las rebeliones del sur veracruzano y las compañías petroleras, fue necesario abrir una indagatoria que recorriera este eje. De esta manera, me acerqué a fuentes de carácter extranjero o internacional que permitieran contrastar los informes gubernamentales en torno a las rebeliones y la pugna por el petróleo. Así, consulté revistas especializadas como Oil and Gas Journal de Oklahoma, y un fondo de recortes de prensa británica relativo a México (en la Biblioteca Miguel Lerdo de Tejada de la Secretaría de Hacienda). Asimismo, me encontré en distintos archivos con recortes de prensa extranjera que me permitieron complementar esta visión “antirrevolucionaria” que existía fuera de México.

En cuanto a los archivos internacionales, debo decir que en la ciudad de Londres pude acceder al archivo de Weetman Pearson (localizado en el Science Museum) y al Public Record Office. Ello me impulsó a acercarme a los archivos consulares de los Estados Unidos de América (conservados en el National Archives de Washington), a través de la serie de microfilmes localizados en El Colegio de México. En esta vertiente de investigación debe incluirse el Archivo Histórico de Petróleos Mexicanos, ya que contiene los documentos que pertenecían a las compañías extranjeras hasta el momento de la expropiación petrolera, y que constituye un campo prácticamente virgen.

La información encontrada en estos acervos permitió tener una visión más completa del papel desempeñado por los intereses internacionales en el proceso de la revolución mexicana.

En el curso de la investigación pude acceder a otros archivos de menor tamaño pero también de importancia (el de Frans Blom en San Cristóbal de las Casas, Fernando Iglesias Calderón en el agn, Jorge Denegri en el inah, los papeles de Sabino Luna en Minatitlán, etc.), que complementaron la información. Me parece que esta estrategia de búsqueda de datos permitió un acercamiento al tema de estudio, desde distintos flancos, lo que espero me haya dado una visión completa del mismo.

El trabajo de reconstrucción se centró en el periodo de 1916 a 1924 en relación con las rebeliones en contra de los gobiernos emanados de la revolución; sin embargo, es imposible desprender este tema de sus antecedentes políticos y militares más inmediatos contenidos entre 1910 y 1915, así como de lo relativo a la formación socioeconómica de la región, rastreada desde el siglo xix.

En función de todas estas consideraciones, la estructura del trabajo comprende diversos aspectos. Entre los capítulos I y II se conforma el primer bloque de la investigación, en el cual se esboza la región del istmo en su geografía, economía, demografía y devenir histórico, desde el siglo xix hasta los inicios de la revolución, la lucha contra Victoriano Huerta y el establecimiento del constitucionalismo. Todo ello funciona como un amplio antecedente a las rebeliones istmeñas que se dieron en contra de los gobiernos de la revolución.

El primer capítulo se refiere a la región del istmo partiendo desde una breve descripción geográfica que permita al lector conocer esta zona, pero tratando de profundizar en su contexto económico desde el siglo xix y hasta el inicio del movimiento revolucionario. Así, se podrán conocer los distintos momentos de un largo proceso de modernización e integración económica de la región a circuitos de mercado internacional, así como sus consecuencias en el plano social y político.

En el segundo capítulo se aborda la forma peculiar en que se dio la lucha revolucionaria en el istmo, considerando los referentes nacionales y estatales de Oaxaca y Veracruz. Este periodo, que va de 1910 hasta 1916, es en el que se gestan y explotan los movimientos rebeldes como respuesta a la revolución.

Un segundo bloque lo constituye el capítulo tercero, en el cual se pretende describir y analizar el contexto general de rebeliones que se daban en el país, sus características y causas, incluyendo a las rebeliones istmeñas.

Precisamente, las rebeliones que iniciaron los istmeños para resistir al régimen carrancista, son enfocadas ampliamente, no sólo en el plano local (tanto en el istmo oaxaqueño como en el veracruzano), sino también en función de otras movilizaciones estatales y nacionales con las que de alguna forma se vincularon o identificaron, así como la importancia del factor exógeno que representó la disputa por el petróleo mexicano. En este espacio se tratará de identificar quiénes eran los rebeldes, a qué impulsos respondía su movilización, en qué contexto se daba, cuáles eran sus limitaciones y cuáles sus ventajas sobre el ejército federal. Ello hasta 1919, año en que la pugna por la sucesión presidencial entre Venustiano Carranza y Álvaro Obregón encauzaría una nueva rebelión de carácter nacional, que modificaría radicalmente el curso de los alzamientos locales.

Los capítulos iv, v y vi integran un bloque en el que se trata la continuación de los procesos de cooptación y rebelión durante los periodos presidenciales de Adolfo de la Huerta y Álvaro Obregón, haciendo énfasis en la rebelión delahuertista.

De esta forma, en el cuarto capítulo se aborda el interinato de Adolfo de la Huerta, así como el encumbramiento de Álvaro Obregón, que dieron pauta a la pacificación e integración de los rebeldes istmeños, reproduciendo así el esquema nacional.

Como las rebeliones istmeñas se integraron al gobierno de la revolución sólo de manera temporal o parcial, fue preciso continuar la investigación hasta el periodo de Obregón. Las rebeliones istmeñas son abordadas en un quinto capítulo desde sus ligas con las compañías petroleras, sus nexos estatales y nacionales con otros movimientos. También es importante observar cómo nuevos elementos, tales como el ascenso del movimiento obrero, dieron un nuevo matiz a los rebeldes del sur veracruzano, mientras que en la parte oaxaqueña las rebeliones se encontraban a punto de desaparecer.

Finalmente, se planteó un sexto capítulo para tratar el desenlace de los rebeldes istmeños, que hacia finales de 1923 habían cobrado fuerza al aprovechar una nueva disputa por el poder nacional, en esta ocasión en el marco de la pugna electoral entre Álvaro Obregón y Adolfo de la Huerta, lo cual dio origen a una nueva rebelión, a la cual se integraron los últimos vestigios de las movilizaciones istmeñas hasta su exterminio.

Al cabo de varios años de investigación he hurgado, reunido documentación y finalmente tratado de dar y de darme una explicación de la conformación del istmo de Tehuantepec como una región, de cómo se dio la revolución mexicana en ese espacio y las reacciones en su contra. En la decisión de abordar esta tarea imperó la valoración de que mi estudio podría significar una aportación, por tratarse de un tema y una región poco investigados, y que con ello pudiera coadyuvar a entender el complejo universo que fue la revolución mexicana, lo cual espero haber logrado. Sin embargo, debo reconocer que también influyeron mis vínculos personales con esa región que me llevan a quererla profundamente.

Finalmente debo comentar que el presente libro se materializó en el curso de varios años de trabajo. En tal proceso conté con la atención y asesoría de colegas y amigos, así como con la ayuda de instituciones, a los cuales quiero manifestar mi agradecimiento.

En una primera etapa este texto se gestó como tesis doctoral contando con la invaluable asistencia de la doctora Eugenia Meyer, quien fungió en su momento como directora del proyecto. Asimismo me beneficié de los valiosos comentarios de colegas como los doctores Friedrich Katz, Antonio García de León, Javier Garciadiego, Ricardo Pérez Montfort, Mario Ramírez Rancaño y Enrique Plasencia de la Parra. Otros colegas que me prestaron su ayuda y tiempo fueron los doctores Mario Contreras, Manuel Uribe y Francisco José Ruiz Cervantes. Por otra parte, conté con el apoyo profesional del personal de varias instituciones gubernamentales y privadas, como el Archivo General de la Nación, el Fideicomiso de Archivos Plutarco Elías y Calles y Fernando Torreblanca, la Hemeroteca Nacional, la Biblioteca Miguel Lerdo de Tejada, Centro de Estudios de Historia de México carso, entre otras.

En un segundo momento esta investigación fue convertida en el libro que ahora se edita, en esta etapa ha sido fundamental el apoyo del Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, mi casa de trabajo, así como de su personal en general. En lo particular va mi agradecimiento a la doctora Donají Morales, colega que hizo un minucioso trabajo en torno a las adecuaciones editoriales y revisiones finales del texto.

Asimismo debo reiterar mi agradecimiento a don Héctor, doña Aura, Paulina, Martín y Sofi por haberme impulsado a realizar este trabajo.

Con todos ellos estoy en deuda permanente.

Finalmente debo señalar que este trabajo se hizo merecedor del Premio Salvador Azuela 2005, que concede el Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones en México, asimismo obtuvo Mención Honorífica del Premio Marcos y Celia Maus, que otorga la familia Maus y la Facultad de Filosofía y Letras de la unam, en el periodo 2004-2005.

notas

1 A fin de precisar el periodo en el que se dan estas movilizaciones, me refiero a ellas como anticarrancistas o antiobregonistas, y en forma genérica les llamo antirrevolucionarias, por oponerse a los gobiernos emanados de la revolución mexicana.

2 Con relación a los estudios sobre la revolución mexicana es útil conocer el texto de Tobler, “La movilización campesina”, 1985, p. 314. El texto de Martínez, Los sentimientos de la región,2001, p. 63, y el de Florescano, El nuevo pasado, 1991, pp. 69-152.

3 En ese sentido, vale retomar lo dicho por François Xavier Guerra en torno de la revolución mexicana: “Es única porque es la consecuencia de una crisis política y, por lo tanto, en ese sentido hay revoluciones porque hay hundimiento de la legitimidad del porfiriato. Es totalmente diversa porque, cuando desaparece esa legitimidad que daba coherencia a todo un conjunto extremadamente heterogéneo, toda la diversidad local y regional estalla produciendo tantas revoluciones como regiones humanas, como comarcas, como relaciones de fuerzas locales existen en México.” Guerra, México: del antiguo, 1989, p. 5.

4 “Para la microhistoria, la reducción de escala es un procedimiento analítico aplicable en cualquier lugar, con independencia de las dimensiones del objeto analizado”, Burke, Historia y teoría, 2000, p. 122.

5 Luis González, comentando un texto de Finberg, Approaches to History, va un poco más lejos y dice: “La historiografía microscópica, como suele ser la parroquial, contiene más verdad que la telescópica; se alcanza una mayor aproximación a la realidad humana viendo lo poco que es posible ver desde la propia estatura que contemplando un gran panorama desde una elevada torre o desde la ventanilla de un avión de retroimpulso.” González, Pueblo en vilo, 1968, p. 13.

6 El comentario es de Carlos Martínez Assad sobre la cita de Fevre, ambos aparecen en Martínez, Los sentimientos de la región, 2001, pp. 28 y 35.

7 Ramírez, Los constituyentes federales, 1979; Báez, Los zoque-popolucas, 1973; García de León, Pajapan: un dialecto, 1976, y Münch, Etnología del Istmo,1983.

8 Nolasco, Cuatro ciudades, 1979, y Allub, “Heterogeneidad, estructural”, 1983.

9 Azaola, Rebelión y derrota, 1982; Uribe, “Tradición, petróleo”, 1986; Uribe, “Identidad étnica”, 1995, y Valdivieso, Historia del movimiento, 1963.

10 Prévôt, “El sur de Veracruz”, 1994; Aguilar y Alafita, “El istmo veracruzano”, 1995, y Saraiba Russell, “Procesos modernizadores”, 2000.

11 Pasquel, La revolución en el estado, 1972; Falcón y García, La semilla en el surco, 1986, y Corzo, Nunca un desleal, 1986.

12 Véase Gómez, Cartas y telegramas, 1982; Matus, Mi pueblo durante la revolución, 1985; Zarauz, Archivo de Adolfo, 1988, y Ruiz, Documentos sobre el asesinato, 1992.

13 A saber el artículo de Cruz, El general Charis,1993, y Zarauz, Archivo de Adolfo, 1988.

14 Tamayo, Oaxaca en el siglo xx, 1956; Rosas, Oaxaca en las tres etapas, 1968; Ramírez, Historia de la revolución, 1970, y Taracena, Apuntes históricos, 1941. Entre los estudios recientes el de Ruiz, La revolución en Oaxaca, 1986, es particularmente valioso.

15 Garciadiego Dantán, “Revolución constitucionalista”, 1981; Henderson, Félix Díaz, 1981, y García de León, Resistencia y utopía, 1985.

Capítulo I.
El escenario y las circunstancias

Para abordar el estudio de una región es preciso determinar el espacio geográfico al que nos referiremos, así como establecer cuáles son los factores, de distinto orden, que pudieran ser un motor de integración regional.

En ese sentido, una región se constituye a partir de una serie de elementos y no de uno solo: entre esta diversidad, la geografía suele ser fundamental en un principio, pero no es el único determinante, pues la región también se puede integrar a partir de factores demográficos, económicos, políticos e históricos. Así, la construcción de vías de comunicación, la inversión de capitales, los movimientos poblacionales, el surgimiento de empresas productivas, el desarrollo de polos demográficos, la aparición de grupos de poder, al igual que aspectos culturales y en ocasiones étnicos, van hilvanando este espacio.

En México, desde la colonia se comenzaron a gestar grupos políticos y económicos de interés regional, que, debido a la fragmentación económica imperante, fueron adquiriendo una mayor sustancialidad. Son estos grupos regionales los que empezaron a recoger (en especial, aprovechando la corriente federalista) los sentimientos de pertenencia local y parroquialismo que los detonaron como grupo político. Más tarde, durante el porfiriato, la economía adquirió un fuerte aliento modernizador, se dio entonces una mayor integración comercial a los mercados extranjeros, y una nueva forma de organización espacial en función de la inserción regional al mercado nacional e internacional. En general, esta integración es más pronunciada cuando las fuerzas económicas y las relaciones de producción son más intensas y especializadas, cuando se dan polos económicos, que eventualmente definirán una nueva regionalización o confirmarán una ya existente.1

En función de lo anterior, podemos citar lo dicho por Eric Van Young:

El concepto de región en su forma más útil es, según creo, la “especialización” de una relación económica. Una definición funcional muy simple sería la de un espacio geográfico con una frontera que lo activa, la cual estaría determinada por el alcance efectivo de algún sistema cuyas partes interactúan más entre sí que con los sistemas externos. Por un lado, la frontera no necesita ser impermeable y, por otro, no es necesariamente congruente con las divisiones políticas o administrativas más familiares y fácilmente identificables, o aún con los rasgos topográficos.2

Para el estudio del istmo de Tehuantepec (como de cualquier región), también debemos considerar las causas y efectos de orden histórico. De esta forma podemos develar cómo se fueron dando una serie de elementos, desde el demográfico y el étnico hasta eventos políticos y sociales, que en conjunto han cohesionado la región.

Así, una región representa un ente dinámico compuesto por diversos elementos, susceptible de modificarse en el curso del tiempo. Los elementos que en un determinado instante la integran pueden desaparecer, o bien sumarse algunos nuevos.3 En ese sentido, Bryan Roberts comenta que “los límites de las regiones suelen también cambiar con el tiempo a medida que se le añaden áreas nuevas o se fragmentan y reagrupan algunas viejas. Las fuerzas que empujan al cambio son, por ejemplo, empresas nuevas y dinámicas que requieren mano de obra, y regulaciones gubernamentales que difieren de las empresas existentes.”4

Por otra parte, debemos considerar que las expresiones o elementos que determinan una región no son únicos, cualquiera que sea su índole (geográfica, histórica, social, etc.), pero sí tienen una integración propia. Es decir, que la estructura interna de una región no es homogénea, sino que suele ser diferenciada; incluso, la formación regional con frecuencia parte de esos desniveles que se acoplan e integran. Es por ello que el istmo de Tehuantepec aparece como un espacio que comparte una geografía, elementos económicos, demográficos, culturales e históricos, diferenciados entre sí, pues no es lo mismo el sur oaxaqueño, agrario, con una fuerte presencia indígena, que el sur veracruzano, industrializado, con movimiento obrero organizado, receptor de intensas migraciones de población, aunque a la vez son complementarios. Aquí cabe la reflexión de Luc Cambrezy: “la característica principal de la Región (con mayúscula) consiste en asociar y conjuntar una gran diversidad de espacios –de microrregiones si se prefiere– que, por sus características de complementariedad a nivel agrícola e industrial, se interrelacionan y participan en la dinámica general de dicho espacio”.5

Tal es el caso del istmo de Tehuantepec, en donde encontramos una gran región que contiene por lo menos dos ámbitos, espacios o subregiones, que no son idénticos pero que se ven intensamente interrelacionados y que eventualmente se complementan.

De hecho, el istmo se encuentra dividido por una línea geopolítica, que desparrama la región entre los estados de Veracruz y Oaxaca, pero que al ser un espacio de intensa migración y encuentro, deviene más bien una porosa frontera que permite una copiosa interacción económica, demográfica y cultural entre las dos partes, llegando a ser esta comunicación, en cierto momento, mucho más importante que la sostenida con sus respectivos centros estatales (Xalapa y Oaxaca), debido al aislacionismo en que se mantuvo la región hasta bien entrado el siglo xx.

Con la construcción de las vías de comunicación y el inicio de la industria petrolera se solidificó la formación regional, ya esbozada desde el siglo xix mediante algunos intentos de integración política y comercial. Ahora, a partir de los inicios del siglo xx, se dio no sólo en lo económico, sino también en lo poblacional, cultural e incluso en lo étnico.

Podemos entonces considerar que la región representa la unidad de grupos sociales que, asentados en un cierto espacio geográfico natural, ha adquirido, a través del proceso histórico, una dinámica propia, autónoma, con una tendencia particular y una identidad singular.

La región del istmo de Tehuantepec se encuentra bien delimitada al norte por el Golfo de México y al sur por el océano Pacífico;6