Título original: The Potion Diaries: Going Viral

Publicado en Gran Bretaña por Simon & Schuster UK Ltd

© de la obra: Amy Alward Ltd, 2017

© de la traducción: Teresa Lanero, 2018

© de los detalles que acompañan el texto: Lehanan Aida, 2018

© de la presente edición: Nocturna Ediciones, S.L.

c/ Corazón de María, 39, 8.º C, esc. dcha. 28002 Madrid

info@nocturnaediciones.com

www.nocturnaediciones.com

Primera edición en Nocturna Ediciones: febrero de 2019

Edición digital: Elena Sanz Matilla

ISBN: 978-84-17834-02-9

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

Para Elv, Rachel, Lucy y Zareen,

cuyo toque mágico dio vida a estos libros

POCIONES

Alquimia

corona

1

PRINCESA EVELYN

—¿Alguna novedad? —preguntó, apoyado en el marco de la puerta con los brazos cruzados.

Lo de actuar como si fuera el dueño del cotarro se le daba peor que a Zain, pensó la princesa Evelyn. Sin embargo, ahora más o menos lo era. El príncipe Stefan. Su nuevo marido.

Quiso replicar algo ocurrente, pero cuando abrió la boca le entró uno de esos terribles ataques de tos que le provocaban sacudidas por todo el cuerpo y que cubrían su pañuelo con una nube de polvo blanco. A veces, incluso acababa de rodillas en el suelo.

—¿Sigues mal? —dijo.

Evelyn no tenía energía para contestar. Que si seguía mal. Pues claro que seguía mal. ¿No tenía ojos en la cara?

Se derrumbó en la cama y se envolvió en el edredón como si fuera una crisálida. Cerró los ojos, incapaz de recordar cuándo fue la última vez que estuvo tan débil. Notaba que su poder disminuía. Ya sabía que se sentiría diferente… Al fin y al cabo, le había cedido la mitad de su poder a su nuevo marido (por todos los dragones, cómo odiaba esa palabra). Pero era como si algo más la consumiera. Ese virus, esa misteriosa enfermedad que padecía, se estaba convirtiendo en un serio problema. Stefan le había dado una pastilla que parecía mantener a raya los peores síntomas —él también se la había tomado—, aunque no le había dicho para qué servía exactamente.

Detestaba depender de él. Llevaba sin salir de palacio desde la ceremonia en que Sam fue proclamada maestra alquimista. Siempre que pensaba en su amiga Samantha Kemi le invadía un sentimiento de culpa. Poco después de la ceremonia la vio en la tele, donde la entrevistaban en un programa de noticias; allí aseguró que Stefan había sido el verdadero artífice de la explosión del Baile de Laville y que la persona a la que habían culpado —Emilia Thoth, la malvada tía de Evelyn, ya fallecida— sólo había sido un peón en el gran juego de Stefan.

Mientras veía el programa, Stefan apareció y apagó la tele con un simple movimiento de dedo en el aire. Aunque Evelyn trató de encenderla de nuevo, la pantalla siguió negra.

Quiso discutir con Stefan sobre las acusaciones de Sam y pedirle que contara la verdad, pero su enfermedad la estaba debilitando tanto que apenas podía concentrarse…

Evelyn abrió los ojos y vio que él se acercaba.

—Me lo temía. —Le puso la mano fría en la frente. Ella se estremeció, aunque no pudo apartarse—. Eras mi última esperanza. Necesitaba que fueras lo bastante fuerte como para resistirlo. Siempre he oído que eras el miembro de la familia real más fuerte de la historia de Nova. Ahora ya sólo nos queda una opción.

—¿Hmm? —Evelyn sabía que aquello era importante, pero su conciencia seguía a la deriva—. ¿Resistir qué? —murmuró—. ¿Sabes por qué estoy enferma? ¿Para qué son las pastillas? ¿Por qué no se lo has contado a nadie? —Hizo todo lo posible por sentarse y se preguntó cuándo se le habían vuelto de plomo las extremidades.

—Silencio, princesa. Ya no habrá más pastillas para ti.

Ella fijó la mirada en su propio brazo. Tenía algo clavado. Una jeringa. Stefan le estaba inyectando algo.

—¿Qué haces? —gritó, y las palabras se le ahogaron en la garganta. Ni siquiera estaba segura de que tuvieran sentido.

—Silencio —repitió él—. El virus va a extenderse. No hay forma de detenerlo; ahora lo sé.

—Espera… —Intentó resistirse al sueño, pero se vio arrastrada por un enorme sopor, acrecentado por la mano Stefan que le apretaba la frente. Lo último que vio antes de cerrar los ojos fue la curiosa mirada de tigre acompañada de unas últimas palabras:

—Que los dragones nos amparen.

pocion

2

SAMANTHA

—Bueno…

—Bueno…

No puedo evitarlo, tengo que reírme. Las carcajadas se me escapan como el refresco de una lata recién agitada.

—¿De qué te ríes? —pregunta Zain.

—Después del tiempo que hemos esperado para disfrutar por fin de nuestra primera cita formal…, ¡no esperaba que todo fuera tan complicado!

Para mi alivio, él también se echa a reír. Se le cae un mechón de pelo negro sobre la frente cuando mira a su alrededor para fijarse en el restaurante abarrotado. Tenemos el codo tan cerca de la pareja de al lado que podríamos compartir la servilleta.

—Supongo que entre los estudios de la universidad y el trabajo en ZoroAster se me ha olvidado ser humano.

—Te perdono —contesto con una mueca—. Normalmente soy yo la complicada.

—Eso es verdad, empollona de la alquimia —se burla. Le lanzo la servilleta y él la esquiva sin más. Luego se acerca para susurrarme:

—¿Estás lista para que nos larguemos de aquí?

—¿Por qué? ¿Se te ocurre algo mejor?

—Estaba pensando que podríamos ir a ver la danza de los kelpies.

Sonrío.

—¡No la veo desde que tenía unos tres años!

—He oído que la han actualizado hace poco. Puede ser cursi, pero…

—Me parece perfecto. —Lo que sea con tal de salir de aquí. Cuando Anita se enteró de que íbamos a venir al emblemático restaurante de Marco Darius Winter, el MDW, casi se ahoga con el batido especiado de calabaza y café. Incluso cuando le expliqué que estaríamos en el salón informal, y no en el comedor más elegante, se moría de la envidia.

—Aun así, ¡es uno de los restaurantes más modernos de la ciudad! ¿Cómo conseguisteis reservar?

—Ni idea —reconocí—. Se ha ocupado Zain.

—¡Qué suertuda!

Puede que sí, aunque no me había dado cuenta. Por un lado, llevo en Kingstown toda la vida y puedo contar las veces que he estado en la calle Morray (también llamada, con sorna, calle Millonetis), la zona más cara de la ciudad, con tiendas lujosas y restaurantes exquisitos. Pues bien, el MDW está justo en el centro. Se trata de un lugar tan sofisticado que pueden permitirse contratar a camareros dotados, de modo que los platos desaparecen por arte de magia en cuanto se acaban y las copas nunca están vacías.

Sólo espero que no cobren cada vez que las rellenan, aunque es lo más probable, dado que sirven el agua de grifo con hielo especial de glaciar. Como Zain insistió en pagar, no he llegado a enterarme.

No soy tan fan de los programas de cocina como Anita, así que no aprecio los diminutos platos que sirven ahora —muy artísticos, eso sí— a modo de tapas novanianas. No puedo evitarlo: me siento fuera de lugar, como una vieja precoz, porque preferiría ir a tomar una hamburguesa al garito de Hungry Joe antes que gastar más dinero aquí. Además, la gente sólo habla del príncipe Stefan y de la princesa Evelyn. Como la pareja de al lado. Aprieto los dientes cuando retoman el tema durante el postre:

—Bueno, yo creo que él está bien… Ahora que la princesa se ha casado, me siento mucho más segura —dice la mujer mientras golpea con delicadeza la capa de caramelo de su crema tostada—. Y qué luna de miel tan bonita. ¿Crees que podríamos hacer una reserva en el Luxe Resort para las próximas vacaciones?

El hombre asiente.

—Como quieras, cielo. No olvides que es un movimiento político muy pensado. El rey Ander no es tonto, y ahora los dos países están más unidos que nunca.

—Te equivocas —intervengo mientras me giro para colocarme frente a él.

—Sam… —Oigo que Zain me llama y noto que su tono es de advertencia, pero no puedo parar:

—Stefan es peligroso —prosigo—. ¡Engañó a la princesa para que se casara con él!

El hombre suelta el tenedor y levanta las manos como si le estuviera atacando por encima de su trozo de tarta de mousse de chocolate.

—Señorita, más respeto al príncipe Stefan —suelta la mujer, que me apunta con la cuchara como si fuera un arma.

La expresión del hombre pasa de la sorpresa a la curiosidad.

—Un segundo, ¿no te conozco? ¡Eres la alquimista que salió en esa entrevista de la tele, en las noticias de Nova!

Qué vergüenza. Ya no soy la alquimista que ganó la Expedición Salvaje y que salvó a la princesa, sino una loca de remate a quien tuvieron que callar por liarla en directo.

—Lo siento mucho, señor. Ya nos íbamos —se disculpa Zain mientras se levanta.

El hombre se cruza de brazos.

—No, espera… Quiero oír a esta jovencita. ¿Por qué es peligroso el príncipe Stefan?

Trago saliva y me detengo un instante. Necesito que la noticia se extienda y, aunque mi público sea sólo de dos personas, llevo tiempo preparándome para este momento.

—Para empezar, me secuestró en el Baile de Laville y me obligó a buscar la receta del aqua vitae; como eso no funcionó, convenció a la princesa para que se casara con él y la infectó con un virus contagioso.

—Creo que fuiste tú quien dijo que lo del aqua vitae era un mito —interrumpe el hombre—, que no existía nada semejante.

—Y no existe, pero…

—Y la princesa tenía que casarse para no poner en peligro a toda Nova, ¿no es así?

—Sí, pero…

—Y aunque la princesa tenga un virus mortal es capaz de volar a la playa para pasar allí una fabulosa luna de miel, donde, por cierto, la fotografían con un aspecto completamente feliz y saludable.

Me quedo pálida.

—¿Hay fotografías de eso?

El hombre asiente mirando a su pareja. Ella pone los ojos en blanco y saca el móvil de un elegante bolsito.

—Aquí están. Mira.

Después de tocar un par de veces el teléfono, me enseña un «robado» donde aparecen en la playa; el príncipe Stefan le pasa el brazo por los hombros bronceados a la princesa. A pesar de que la foto está un poco borrosa, como si la hubieran tomado desde lejos, es obvio que son ellos.

—Vamos, Sam. —Zain agarra mi abrigo—. Sentimos haberles molestado.

—No…, no lo entiendo —tartamudeo. La mujer sigue mostrando fotos sonrientes y se me cae el alma a los pies con cada una de ellas. Cojo el abrigo y salgo pitando de la sala, aunque no lo bastante rápido como para no oír a la mujer, que despotrica en voz alta sobre lo mucho que ha bajado el nivel de la clientela del MDW.

—¿Estás bien? —me pregunta Zain al salir mientras me coge la mano con fuerza.

—Sí. —Se me escapa un gran suspiro—. Lo siento; ya sé que dijimos que esta noche no sacaríamos el tema, pero no he podido evitarlo. No consiento que hablen de lo estupendo que es el príncipe. ¿Por qué nadie lo ve como es en realidad?

—¿Porque es un maestro de la manipulación que cuenta con todos los recursos de palacio?

—Será por eso. Lo único que quiero es que la princesa se ponga en contacto con nosotros.

—Lo sé.

A él le duele tanto como a mí. La última vez que vimos a Evelyn fue en la ceremonia en que me nombraron maestra alquimista. Y lo último que dijo, antes de que el servicio secreto se la llevara, fue que había caído enferma. Desde entonces he hecho todo lo que he podido para contactar con ella y ya no sé cómo llamar su atención; sólo me falta encadenarme a la verja del palacio. Como la princesa no me escucha, he intentado hacer correr la voz acerca del príncipe Stefan contactando con toda la gente que conozco en los medios de comunicación gracias a mi victoria en la Expedición, publicando en las redes sociales, escribiendo cartas a palacio…, pero nadie quiere hacerme caso.

—¿Podemos olvidar el asunto durante el resto de la noche? —Zain me tira de la mano.

—Entonces, ¿tú tampoco sabes nada?

Hace una mueca de dolor e intenta disimularla encogiéndose de hombros.

—El palacio es así. Ellos contactan con nosotros y no a la inversa, por muy amigos que seamos. Además, Stefan está aprendiendo lo básico. Cuando se asiente más, seguro que Evie contactará contigo y las cosas volverán a la normalidad. Así que… ¿olvidamos el tema? —Se queda mirándome a través de su flequillo y noto que mengua mi determinación.

—De acuerdo. Olvidado.

Caminamos de la mano hacia la costa, donde tiene lugar la danza de los kelpies. Hay dos grandes gradas delante del agua y Zain paga varias coronas para acceder a ellas. La atmósfera es festiva, con puestos de juegos absurdos y algodón de azúcar por todas partes, y con tenderos dotados que hechizan juguetes para que se iluminen en la oscuridad mientras se pone el sol.

—Vamos —dice Zain—, que voy a conseguirte un peluche.

—¿En serio? —No puedo evitar tener un escalofrío—. ¿Y si te lo consigo yo a ti?

—Lo siento, campeona, estos juegos sólo son para dotados. —Zain señala un cartel que hay encima de uno de los puestos.

—¡Qué injusto! —Me pongo las manos en las caderas—. ¿Y eso no es discriminación?

Los dotados —gente como Zain o mi hermana Molly— pueden manipular los flujos de magia del aire a través de un objeto, como una varita o un par de guantes. Los dotados más poderosos de Nova son los miembros de la familia real, incluyendo a nuestra amiga desparecida del mapa, la princesa Evelyn, que pueden canalizar la magia con las manos. Yo en cambio soy corriente, lo que significa que no puedo usar la magia.

Trato de no deprimirme demasiado con este asunto. La mayoría de los alquimistas somos corrientes, de modo que podemos trabajar con ingredientes mágicos sin el peligro de que se produzcan efectos adversos. Por el contrario, los dotados que intentan mezclar ingredientes acaban con el cuerpo y la mente trastornados, así que no suele merecerles la pena correr ese riesgo. Sólo ha habido una alquimista dotada en el mundo, que yo sepa. Otro escalofrío me recorre la espalda, a pesar de lo abrigada que voy.

Zain me da un golpecito en el hombro; cree que sigo ofendida por el cartel de «Sólo dotados».

—No es más que un juego. Observa.

Vuelvo a prestarle atención, aunque sé que mi estremecimiento se ha producido por pensar en Emilia Thoth, la alquimista dotada —tía y enemiga de la princesa— que me raptó en la Gira Real. «Está muerta», digo para mis adentros, y no puede hacernos daño, ni a mí ni a mis amigos.

Zain saca la varita y se acerca al encargado para pagar la partida. El juego consiste en una gran ruleta, como una diana de dardos, que tiene agujeros situados de forma estratégica en distintos lugares. Cada agujero aparece marcado con una puntuación.

—Es muy fácil —dice el encargado—. Hago girar la ruleta y tú usas la varita para acertar en los agujeros. El hechizo tiene que ser una simple bola de goma; nada sofisticado, por favor. Cuantos más agujeros alcances, más alta será la puntuación y mayor el premio, ¿de acuerdo? Cinco agujeros, seis intentos.

Zain asiente. Su cara de concentración me hace reír.

—¿Listo? Tres, dos, uno… —El hombre hace girar el tablero.

Con rápidos movimientos de muñeca, Zain lanza bolas rojas hacia la ruleta. Lo que no espera —ni yo tampoco— es que todas ellas salgan despedidas sin atinar en ningún agujero. Después de los seis disparos, la puntuación es cero.

Zain se queda tan boquiabierto que podría colársele una de las bolitas en la garganta.

—¡Está trucado! —exclama, fingiendo horror.

Una vez más, no puedo contener la risa.

—Venga, que nos vamos a perder el espectáculo —le apremio mientras le tiro de la manga.

—Espera, otra vez.

—Si no hay más remedio… —Sonrío y miro al encargado, que tiene pinta de engreído. No sé por qué, pero creo que ahora no le va a ir mucho mejor.

Me vibra el teléfono y bajo la vista. En la pantalla aparece el asunto de un mensaje entrante:

A/A: SAM KEMI (DOCUMENTAL)

Lo primero que pienso es: ¿otra vez?

¿Cuántas veces hay que repetírselo a esta gente? Paso del mensaje y decido ocuparme de él en otro momento.

Un fuerte gemido me indica que Zain ha fallado. Me meto el teléfono en el bolsillo y le doy una palmadita en el hombro.

—¿Podemos irnos ya?

—Sí, de acuerdo. —Mira con mala cara al hombre, aunque sonríe cuando se vuelve hacia mí.

Me derrito un poco más. Somos una pareja extraña: él es el heredero de la mayor empresa de pociones sintéticas del país, una industria que amenaza el negocio de mi familia. Yo soy una maestra alquimista perteneciente a una de las familias de elaboradores de pociones más antiguas de Nova. Aun así, lo que hay entre nosotros parece que funciona.

—¿Qué mirabas con esa cara? —pregunta, y me echa el brazo por encima para que me acerque a él mientras subimos las escaleras metálicas hacia la grada.

La mayoría de los asistentes son familias con niños pequeños, aunque hay también unos cuantos adolescentes. La danza de los kelpies no tiene fama de ser muy sofisticada, pero a los Zamantha nos pega mucho más que un restaurante rancio. Además, nuestros asientos están en una zona relativamente vacía y tenemos mantas para taparnos. Será agradable, acogedor y, sin duda, más apropiado para una cita.

—¿A qué te refieres?

—Te he visto ojeando el teléfono y frunciendo el ceño. Parecía algo importante.

Sacudo la cabeza.

—No, no es nada… La pesada de la productora de televisión que quiere hacer un documental sobre mí. Dice que el interés acerca de la Expedición Salvaje y la Gira Real está en alza y que debería sacarle probecho, con b. —Pongo cara de resignación—. Es probable que sea un timo. Es como el cuarto o quinto correo que me manda, a pesar de que ya le contesté que no.

A Zain se le iluminan los ojos.

—¿En serio? ¡Suena muy guay! ¿Me enseñas el mensaje?

Me echo a reír.

—¿Te interesa mucho? —Abro el correo y le paso el teléfono.

Lo mira con rapidez.

—Sam, ¿estás de broma? Esto es real. Esta mujer… —señala el nombre de la remitente, Daphne Golden— es una directora estupenda. Ha dirigido la última película de Yolanda.

—¿En serio? Es una peli muy buena.

—¿Lo ves? Podría estar muy bien. ¿Qué quieren hacer? En el correo no da detalles; lo único que hace es rogarte que aceptes —añade.

Suelto un profundo suspiro.

—Bueno, quieren rodar en la tienda algo así como «la vida cotidiana de una alquimista». Quizá también acompañarme al instituto y esas cosas. Entrevistar a mi familia y a mis amigos… y a ti, seguro. Dice que tengo cosas que contar. Ya sabes, lo de la maestra alquimista más joven de la historia de Nova, la experiencia de la Expedición y de la Gira… Todo eso.

—¡Suena genial!

Arrugo la nariz.

—¿Tú crees? Yo no lo veo así. Estaba deseando que la fama se disipara, terminar el instituto y… no volver jamás a la tele. Ahora es como si buscara más atención. Me sorprende que quieran hablar conmigo después de todo lo que se comenta por ahí.

—Oye, eres un personaje público en Nova y la gente va a hablar de ti, lo quieras o no. Quizá sea una oportunidad para contar tu versión de la historia.

—Tal vez.

—Y seguro que pagan bien.

—Sí, pero…

—Yo me lo pensaría seriamente; una oportunidad como esta no se va a repetir. Así podrías decir la verdad acerca de tu familia; todavía hay gente que cree que estáis escondiéndole al mundo el aqua vitae.

Ese fue el gran escándalo del mes pasado: pensaban que habíamos desarrollado un remedio para todo, la poción más potente del mundo…, y que la habíamos destruido o nos la habíamos guardado para nosotros. Y no es verdad.

Vuelvo a mirar el mensaje. Un documental… podría ser divertido.

A nuestro alrededor suenan unas trompetas y las luces se atenúan.

—Lo pensaré —le susurro a Zain cuando empieza el espectáculo, contenta por cambiar de tema. Unos láseres rojos y verdes bailan sobre el agua mientras se eleva una pantalla por detrás. Proyectan un vídeo introductorio con varios anuncios de medicamentos de ZoroAster. Zain y yo nos miramos y ponemos cara de resignación ante semejante cursilada. Sin embargo, acurrucados bajo la cálida manta de lana, con mi mejilla apoyada en su hombro y dándonos la mano, no podría imaginar una primera cita «formal» más perfecta.

Bueno, hasta que aparece un rostro sonriente en la pantalla. Una cara angulosa con ojos atigrados color ámbar.

«¡FELICIDADES A NUESTRO NUEVO PRÍNCIPE STEFAN DE NOVA!», reza el subtítulo. Los kelpies aparecen por delante de su perfil sereno y ondeante, y saltan sobre las olas para honrar al flamante miembro de la familia real con una coreografía de pezuñas acuáticas y crines cubiertas de espuma. Deberían impresionarme, pero lo único que veo es rojo por todas partes.

A mi lado, Zain me estrecha con fuerza la mano.

—Recuerda, tienes que olvidarlo…

Aprieto los dientes durante dos segundos más, hasta que los fuegos artificiales comienzan a salir por detrás de la cabeza de Stefan, momento en el que tiro la manta al suelo y me levanto.

—No puedo ver esto.

—¡Sam!

—Quédate si quieres, pero bajo ningún concepto voy a honrar a ese gusano. Me da igual que nadie lo entienda y que no quieran escuchar. Jamás me creeré que ha cambiado. No confiaría en el príncipe Stefan aunque me fuera la vida en ello.

pocion

3

SAMANTHA

Suena un portazo detrás de mí.

Mi madre está sentada en la mesa de la cocina y mira el reloj con cara de sorpresa.

—¡Sam! ¡No te esperaba hasta más tarde! Tu padre acompañó a Molly a natación…

Cuando se fija en mi expresión, deja de hablar. He venido corriendo como un rayo desde el espectáculo de los kelpies. Zain se ofreció para traerme, pero necesitaba caminar. Al ver ese vídeo he vuelto a sentir una rabia que estaba oculta y que ahora no puedo disimular.

—¿Va todo bien? —me pregunta mi madre, atravesando con su suave voz la niebla roja que se extiende frente a mis ojos.

—No —respondo entre dientes. Necesito calmarme. Necesito té.

—¿Qué sucede, cariño? Deja, yo lo preparo —dice mientras me quita la tetera de las manos. Mi madre es dotada, aunque su magia es débil y no suele usarla dentro de casa. Su objeto (una vara de zahorí) está arriba, en su tocador—. ¿Por qué no te sientas?

Hago lo que me sugiere y me derrumbo en una de las sillas de la cocina.

—No lo entiendo. ¿Cómo puede creer en él la gente?

Mi madre no necesita preguntarme de quién hablo. En este momento, en todos y cada uno de los programas de la tele y de las portadas de los periódicos aparece el príncipe Stefan. Está en plena ofensiva de relaciones públicas y eso es exactamente lo que a mí me parece: ofensivo. Stefan puso en peligro a la princesa contratando a Emilia Thoth y desencadenando los acontecimientos que condujeron a la búsqueda del aqua vitae, y ahora se ha casado con ella sólo para aprovecharse de su inmenso poder mágico. Parece que nadie se ha percatado de que la princesa lleva de manera sospechosa mucho tiempo ausente de la vida pública, salvo por unas cuantas fotos borrosas.

Cada vez que él aparece en los medios de comunicación, se me tensa la cara. Es imposible no verlo; hay fotos y vídeos suyos por todas partes, con su bonito rostro radiante y zalamero, sus enigmáticos ojos de tigre y su pelo rubio perfectamente peinado. Mi voz es la única nota discordante en este océano de adoración y esperanza.

Pero yo no siento esperanza, sino ira.

Lágrimas de serafín mezcladas con árbol de Bodhi: para retirar el velo que cubre nuestros ojos de manera que podamos ver la verdad que se oculta frente a nosotros.

Aunque sé que sería un delito, se me pasa por la cabeza elaborar una remesa gigante de esta poción y verterla en el sistema hidráulico de Nova. Al menos sería mejor que el sirope pro-Stefan que parece haber ingerido todo el mundo.

Pero, claro, yo soy la única que lo vio en Gergon, la única que sabe que estuvo detrás de la explosión del Baile de Laville. Y cuanto más domine los programas de televisión, la prensa y las redes sociales, más difícil será que alguien me crea.

¿Cómo ha podido la princesa casarse con alguien tan malo?

Si lo que dices es cierto, ¿no se le habría visto ya el plumero?

A esto se le añade la voz de mi madre:

—No lo sé, cielo. Supongo que la gente quiere tener la mejor opinión de su familia real.

—¿Aunque haya pruebas que demuestren lo contrario?

—Es tu palabra contra la suya. Nosotros te creemos…

—¿Y qué pasa con la princesa? Está desaparecida en combate, no hay ni rastro de ella en toda esta pantomima publicitaria. ¿A nadie le parece raro?

—Estará ocupada. La vida de recién casada nunca es fácil.

—Claro, sobre todo si te has casado con un miserable como él.

—Además, el público está deseando conocer al nuevo príncipe. Nada de esto es anormal, cielo.

Pongo mala cara. Ya he oído ese argumento demasiadas veces.

—¿Y qué hay del polvo blanco que vi en la manga de Evelyn? Es el síntoma del virus que me mostró Stefan y que se ha extendido por su país. ¿A nadie le importa eso?

La expresión de mi madre permanece neutra, tan diplomática como siempre, aunque en su ceño se forma una pequeña arruga. Me dan ganas de señalársela y exclamar: «¡Ajá! ¡Tú también estás preocupada!», aunque me contengo.

—A ti te importa —contesta con amabilidad—. Y como a ti te importa, a nosotros también. Si la princesa te pide ayuda, tú y el abuelo estaréis preparados para proporcionársela. Si lo que quiere es privacidad, tendrás que esperar a que se ponga en contacto contigo. No puedes hacer nada más.

—Lo sé —digo con un suspiro. Le doy un sorbo al té verde y espero a que mi corazón recupere su ritmo normal.

—Bueno, a lo mejor puedes hacer algo más.

Levanto una ceja.

—¿A qué te refieres?

—No tienes por qué quedarte esperando. Tienes tu vida. Después de todo por lo que has pasado este año, quizá podrías centrarte en ti. Es tu último curso en el instituto y pronto empezarás esas prácticas tan importantes en ZoroAster. Tal vez Anita y tú podrías iros juntas de vacaciones a algún sitio.

Me quedo callada mirando el té.

—Sí, tal vez. Lo siento, mamá, supongo que estoy cansada. Me termino el té arriba, ¿vale?

—¿Seguro que estás bien?

Me encojo de hombros.

—Sí. Creo que… es sólo que la echo de menos, ¿sabes?

—Claro que sí. Este año la princesa ha sido una parte importante de tu vida, pero antes de nada es un miembro de la familia real. Regresará cuando pueda.

Una vez en mi habitación, me siento al escritorio y abro el portátil. Por inercia, me identifico en Connect y, cuando se carga la página, veo que Kirsty ha escrito un mensaje muy largo en su muro. Kirsty es la buscadora de nuestra tienda; viaja por el mundo buscando ingredientes para abastecernos cuando nos quedamos sin existencias. Me ayudó durante la Expedición Salvaje a encontrar los ingredientes para la poción amorosa y también en la búsqueda del diario de mi bisabuela. Le doy a «me gusta» a muchas de sus últimas fotos y publicaciones.

ATENCIÓN, AMIGOS

Las cosas no van bien en Nova.

El nuevo príncipe procede de un lugar donde se trata a los corrientes como ciudadanos de segunda en comparación con los dotados.

¡Tenemos que escuchar a mi amiga Samantha Kemi cuando nos advierte de que es peligroso!

Debemos mantenernos en guardia, no podemos permitir que nos arrebaten nuestros derechos.

¡Luchemos por los corrientes!

Su mensaje me llena de orgullo. Kirsty es una de las pocas personas que también conocen la verdadera naturaleza del príncipe Stefan y su relación con el aqua vitae. No la veo desde la Gira Real, aunque me pareció vislumbrarla entre la muchedumbre en una foto de una manifestación de la Asociación de Derechos de los Corrientes (ADC). Con la atención puesta en Gergon desde la boda real y el ascenso al trono del príncipe Stefan, Kirsty ha dado un salto enorme con su campaña para que los corrientes tengan el mismo trato y los mismos derechos que los dotados. Ha viajado tanto que apenas la he visto últimamente.

A diferencia de Gergon, Nova ha sido siempre un lugar donde los dotados y los corrientes han vivido en armonía. Hasta que la princesa Evelyn amenazó ese equilibrio a principios de año. Como princesa de Nova, necesitaba casarse al cumplir los dieciocho años para compartir su poder mágico; de lo contrario, ese poder crecería tanto que se descontrolaría y la destruiría a ella… y a la ciudad de Kingstown. Su negativa inicial a contraer matrimonio —y las medidas extremas que tomó al elaborar una poción amorosa para evitarlo— supuso un riesgo enorme para su vida y para la vida de su pueblo. La ADC lo tildó de irresponsabilidad, incluso de imprudencia. Ellos creen que no debería existir una familia real, que es una locura que unos cuantos acumulen tanto poder, aunque gran parte de ese poder sea puro espectáculo. Piensan que deberíamos seguir el modelo de Pays, donde el pueblo derrocó a la monarquía después de una revolución larga y sangrienta. Allí, cuando acabaron con el linaje real, repartieron entre la gente el poder mágico sobrante.

Me estremezco. No quiero que «acaben» con la princesa.

Yo creo que el modelo de Nova funciona, siempre y cuando la familia real obedezca las reglas. Tienen el poder, pero están obligados por ley a no hacer mal uso de él. Y tenemos un gobierno electo —formado por dotados y corrientes— para mantenerlo todo controlado.

Porque la realidad de nuestro mundo es que hay dotados y corrientes, así que tenemos que aprender a vivir juntos.

El equilibrio lo es todo. El equilibrio es la paz.

El equilibrio es armonía.

Cualquier alquimista que se precie lo sabe. Incluso podríamos afirmar que el equilibrio es el objetivo final de la alquimia. Hay gente que dirá que no, que su objetivo final es el cambio. Pero los alquimistas cambian las cosas por una razón: para encontrar el equilibrio perfecto entre la luz y la oscuridad, ya se trate de elementos, de pociones o de formas de pensar.

Por eso, a pesar de que Kirsty me lo ha pedido varias veces, no me voy a unir a la ADC. Ella cree que les vendría bien un «rostro» como el mío. A partir de toda la publicidad desatada por la Expedición, mi popularidad en las redes sociales pasó de cero a astronómica. Incluso tengo una plataforma, aunque sólo la uso para tratar de desacreditar al príncipe Stefan.

Pero no quiero ser la marioneta de nadie.

La siguiente publicación casi me hace cambiar de opinión. No es de ninguno de mis amigos. Tampoco es uno de esos artículos que te aparecen por haber buscado cosas similares con anterioridad. Lo que me llama la atención es una foto espantosa de mí, una captura de pantalla de cuando me interrumpieron en la redacción de las noticias de Nova para que no despotricara contra el príncipe Stefan. Aparezco con el moño deshecho y los ojos en blanco. Parezco una loca.

Y eso es justo lo que dice el titular:

SAMANTHA KEMI: ¿MAESTRA ALQUIMISTA O AMENAZA PARA LA SOCIEDAD?

Siento un escalofrío. No pincho en el artículo para leerlo, sino que tecleo el hashtag público #SamanthaKemi.

La página se carga con más rabia todavía.

¿CELOSA O HASTIADA? ¿Por qué Samantha Kemi no deja en paz al príncipe y a la princesa?

TEST: ¿Puedes identificar estas cinco rabietas de Sam Kemi?

Y, lo peor de todo, hay un llamativo titular de ÚLTIMA HORA:

CAPTADA POR LA CÁMARA: Samantha Kemi pone verde al príncipe en el célebre restaurante MDW.

Debajo aparece automáticamente el vídeo de mi discusión con la pareja de la mesa de al lado grabado por algún otro cliente.

La cabeza se me desploma sobre el escritorio.

Cada vez que le intento contar a la gente la verdad acerca de Stefan, tergiversan mis palabras. Necesito un modo de dar mi versión de los hechos y para eso tengo que controlar las imágenes que se muestran y las palabras que se dicen.

Me asalta un pensamiento, una mezcla de miedo y nerviosismo. Salgo de Connect y entro en el correo. Quizá sí que tenga una oportunidad para contar la historia desde mi punto de vista.

El mensaje de Daphne Golden está el primero en la bandeja de entrada.

Un documental. Un programa para la tele.

«Pero odias los focos. Odias ir a la tele». Esta vez, la voz que tengo en la cabeza suena bastante fuerte.

Pero no es una emisión en directo.

Pulsando unas cuantas teclas, llamo a Zain y espero a que aparezca su cara en la pantalla.

—Hola, preciosa —contesta con una amplia sonrisa—. ¿Qué tal? ¿Llegaste bien a casa?

—Sí, sin problemas. Siento haber salido pitando.

—No tienes que disculparte. La próxima vez tendremos que organizar una cita totalmente exenta de príncipe Stefan.

—Ya te digo. —Le devuelvo la sonrisa. Me alegra que no esté enfadado conmigo por interrumpir nuestra cita, sé que lo entiende—. Oye, estaba pensando en lo que dijiste sobre el documental en el espectáculo de los kelpies.

A Zain se le ilumina la mirada.

—¿Vas a hacerlo?

—Con una condición: quiero que me acompañes.

Se le queda la cara congelada. Temo que se haya caído la conexión, hasta que parpadea con fuerza y responde:

—Espera, ¿lo dices en serio?

—¿Por qué no? Después del instituto seré becaria en ZA, así que tú también eres parte de mi historia. Y creo que sería mejor si estuvieras a mi lado. Me sentiría más cómoda. Sé que estás ocupado con la universidad, pero podrías encajarlo entre tus clases…

—De acuerdo —asiente, y recupera la sonrisa.

—¿En serio?

—¡Sí, está bien! ¡Hagámoslo!

Mi sonrisa ahora hace juego con la suya.

—Voy a responder ahora mismo, a ver qué dice.

Abro el correo de Daphne en otra ventana y lo leo con rapidez. Parece dispuesta a empezar cuanto antes: «¡Empecemos ahora que estás tan candente como el magma!» son sus últimas palabras.

—Estoy contestando su correo —informo a Zain—. Le he puesto la condición de tu participación y… listo. —Lo envío antes de cambiar de opinión.

—Avísame cuando te diga algo. Ahora será mejor que siga estudiando.

—Claro, voy a… —La señal de un nuevo correo suena a mitad de la frase—. Espera un segundo, acaba de contestar. Dice: «¡Estupendo! Zain y tú quedaréis perfectos. Estaremos allí por la mañana para organizarlo todo. Asegúrate de que tus padres se encuentren en casa para firmar los permisos y reserva las vacaciones de mitad de trimestre para el rodaje».

Parpadeo delante de la pantalla mientras se abren los documentos que Daphne me ha enviado: muestras de sus trabajos anteriores, nuevos artículos sobre mí que ha encontrado por ahí, bocetos del guión para el documental y un largo contrato que debo firmar.

—¿Sam? ¿Estás bien? —Más que ver a Zain, lo oigo, ya que tengo la pantalla cubierta de documentos.

Minimizo todos los archivos hasta que vuelvo a verle la cara. El nerviosismo y la emoción de ser tan espontánea y atrevida aún corre por mis venas. Hasta que la realidad hace acto de presencia.

—Eeh… ¿Zain? Vuelvo ahora. Creo que será mejor que hable con mis padres.

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4

SAMANTHA

Vierto sin querer el agua caliente en la encimera de la cocina, aunque esta vez es por los nervios, no por enfado. La puerta de atrás se cierra y la voz alegre de mi padre anuncia que él y Molly ya están en casa. Aprieto los puños para dejar de temblar. Contarles lo del documental a mi madre y a mi abuelo fue sorprendentemente fácil: ambos pensaron que sería una buena oportunidad para mí.

Quizás incluso demasiado buena. Mi madre hizo un montón de preguntas sobre la identidad de Daphne Golden para asegurarse de que era real. Después de enseñarle sus muestras de trabajos anteriores y sus credenciales, llegó a la conclusión de que parecía auténtica.

—Cielo, ¿estás segura de que quieres tanta atención?

Me encojo de hombros.

—De todos modos, tengo una plataforma; supongo que esta es una oportunidad para usarla de manera responsable.

—Bueno, estoy orgullosa de ti. Sé que te comenté que necesitabas una distracción, pero ¡no esperaba que la encontraras tan rápido!

—Mientras yo no tenga que salir en televisión, puedes hacer lo que te plazca. Ahora eres una maestra alquimista —dice mi abuelo. Ese es su refrán últimamente. Aunque tenga el título de maestra alquimista y acepte la responsabilidad que eso conlleva, todavía sigo esperando su visto bueno.

Él parece saberlo, de modo que reserva su beneplácito sólo para mis remedios más perfectos y me atormenta con los secretos de la tienda: me siento como una poción a la que añaden los ingredientes gota a gota para que no los absorba demasiado rápido y que así sea capaz de retenerlo todo. Aunque estoy impaciente por aprender, es humillante recordar lo poco que sé, a pesar de mi pomposo título.

Aún me queda un hueso duro de roer: decírselo a Molly. Desde que empezó la Expedición Salvaje he estado en el ojo del huracán y he robado la atención de toda la familia, sobre todo la de mi abuelo. Ahora que las cosas parecían relajarse, no sé cómo se tomará mi hermana que nuestra casa se llene de cámaras para rodar un documental sobre… mí.

—Hola, Molly. Hola, papá —saludo mientras me doy la vuelta con una sonrisa en la cara.

—Sam tiene un notición —anuncia mi madre.

Mi padre levanta las cejas con sorpresa.

—¿De verdad? Pues Molly también. Empieza tú, Sam —me anima.

—Claro. Bueno… —Alargo las sílabas mientras Molly y mi padre me miran con expectación—. Daphne Golden, una gran directora de la meca del cine, quiere rodar un documental sobre mí. Va a venir mañana con un equipo de gente para comenzar a grabar, pero prometo no ser muy invasiva: no dejaré que os graben si no queréis. Mi padre levanta las cejas casi hasta la parte superior de la frente, intercambia una mirada con mi madre y por fin sonríe.

—Parece… una experiencia interesante para ti.

—Gracias, papá —contesto.

Me preparo para la respuesta de Molly, pero, para mi sorpresa, sonríe de oreja a oreja.

—Suena muy bien —dice—. ¿Y queréis saber cuáles son mis noticias? —Tiene las mejillas coloradas de la emoción.

—Claro, cuéntanos —responde mi madre con una carcajada.

—Toda mi clase ha recibido esto hoy. Mirad. —Molly saca un sobre estampado en relieve con el sello real o, mejor dicho, con el nuevo sello real, que incluye las dos montañas gemelas de Gergon detrás del tradicional escudo del unicornio y la sirena.

Mi madre abre la carta y, al leerla, pone los ojos como platos y se queda con la boca abierta. Vuelve a leerla, esta vez en voz alta:

—«La familia real de Nova tiene el placer de invitar a la clase de 8.º A del colegio Saint Martha a la presentación formal del nuevo príncipe Stefan de Nova y su esposa, la princesa Evelyn. La visita tendrá lugar el día 20 de septiembre. Por favor, lea detenidamente el folleto adjunto para preparar el viaje al Gran Palacio flotante». —Se produce un momento de silencio mientras guarda la carta en el sobre—. Molly, ¡una excursión al Palacio! —Mi madre está tan emocionada que casi no puede terminar la frase.

—¡Es algo muy importante! —añade mi padre.

—Importantísimo —coincido. Me alegro mucho por Molly y siento que me quito un peso de encima. Que la princesa reciba visitas oficiales significa que no está tan enferma.

De manera instintiva miro el móvil, como si todo esto significara que yo también puedo recibir de pronto un mensaje de la princesa. Lo más seguro es que lo siguiente que haga sea ponerse en contacto con sus amigos para decirles que se encuentra bien.

Pero no hay nada. Le escribo:

¡Hola! Molly ha recibido tu invitación. Según parece, ¡irá a visitarte a palacio! Te echo de menos. Espero verte pronto. ¡Contesta!

Molly baila por la cocina.

—¡Voy a ir al palacio! —canta—. ¡Voy a ir al palacio! Ay, Dios mío, ¿y qué se pone una para ir al palacio? —Se detiene con los ojos muy abiertos. vMe echo a reír.

—¡Lo más probable es que lleves el uniforme del colegio, boba! Te encantará, aunque en realidad yo nunca he estado allí; al menos, no de manera oficial. Por lo general, los encuentros los llevan a cabo en el castillo.

El castillo es una extraña construcción que ha mantenido protegida a la familia real novaniana durante siglos. Es grande e imponente, y se encuentra en la cima de Kingstown Hill, el punto más alto de la ciudad (porque los rascacielos que conforman los distritos financiero e industrial están fuera de la ciudad propiamente dicha). Aunque en realidad los miembros de la realeza viven en un palacio invisible y flotante que está suspendido encima de la ciudad gracias al poder mágico de la familia real. Su mera existencia es símbolo de su enorme poder y garantiza su seguridad.

Garantiza su seguridad.

Hasta que el peligro se instaló en su interior.

—Estoy nerviosa por conocer al príncipe —confiesa Molly, y de un salto se sienta sobre la encimera, a mi lado.