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Gabi Martínez

Es autor prolífico y consolidado de narrativa, ficción, ensayo y viajes (Barcelona 1971). Está considerado un pionero de su generación a la hora de romper géneros y un máximo representante español de literature de viajes. Su obra narrativa incluye Ático (2004), por el que fue seleccionado por la Palgrave/MacMillan como uno de los cinco autores más representativos de la vanguardia española de los últimos veinte años; Sudd (2007), que fue adaptado al cómic; Los mares de Wang (2008), Mejor Libro de No Ficción del año según Condé Nast Traveller, finalista del II Premio Internacio

 

 

 

 

© Gabriel Martínez Cendrero

Publicado de acuerdo con Casanovas & Lynch Literary Agency

Edición en ebook: marzo de 2019

 

© Nórdica Libros, S.L.

C/ Fuerte de Navidad, 11, 1.º B

28044 Madrid (España)

www.nordicalibros.com

 

ISBN: 978-84-17651-29-9

 

Maquetación: Diego Moreno

Corrección ortotipográfica: Victoria Parra y Ana Patrón

Composición digital: leerendigital.com

 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

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Animales invisibles

 

 

CubiertaAnimales invisibles es un proyecto sobre animales misteriosos, sea por pertenecer a las leyendas de los diferentes lugares, por estar presuntamente extinguidos o por ser casi imposibles de localizar. El libro propone una aventura literal en cada una de sus presentaciones, durante las que se sigue el rastro de un animal simbólico en el territorio explorado. A través de la relación que los habitantes tienen con ese animal, de su forma de cuidarlo, perseguirlo o recordarlo, el público va a descubrir no solo una geografía sino también el imaginario de una sociedad. Pivotando entorno a la idea del viaje, cada capítulo introduce el suspense proponiendo una aventura literal en la que los lectores, los viajeros potenciales, parten en busca de un objetivo: un animal.

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Índice

 

 

Portada

Animales invisibles

Introducción

Picozapato

Gran Barrera de Coral

Yeti

Moa

Tigre coreano

Danta

Catalejos

Promoción

Sobre este libro

Sobre Gabi Martínez

Créditos

Contraportada

Si te ha gustado

Animales invisibles

te queremos recomendar

Reforma o revolución

de Rosa Luxemburg

 

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Puede que el título del presente escrito sorprenda a primera vista. ¿Reforma social o revolución? ¿Es que la socialdemocracia puede estar en contra de la reforma social? ¿O acaso puede enfrentar la reforma social a la revolución social, esa transformación del orden existente que constituye su objetivo final? Desde luego que no. La lucha práctica de todos los días por las reformas sociales, por la mejora de la situación del pueblo trabajador aunque sea sobre la base de la existente, por las instituciones democráticas, esa lucha constituye el único camino por el que llegar a la lucha de clases del proletariado y por el que trabajar para conseguir su objetivo final: la conquista del poder político y la abolición del sistema salarial. Para la socialdemocracia existe una relación inseparable entre la reforma social y la revolución social, en tanto que para ella la lucha por la reforma social es el medio, la transformación social, el fin.

Una confrontación de esos dos momentos del movimiento obrero no la encontramos más que en la teoría de Eduard Bernstein, tal como la ha expuesto en sus ensayos sobre Problemas del socialismo, publicados en Die Neue Zeit entre 1896 y 1897, y concretamente en su libro Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia.[1] Toda esa teoría prácticamente no conduce a otra cosa más que a aconsejar que se abandone la transformación social, objetivo final de la socialdemocracia y, por el contrario, hacer que la reforma social pase de ser un medio de lucha social a su objetivo. El propio Bernstein formuló sus puntos de vista de la manera más certera y clara al escribir: «Para mí el objetivo final, sea cual sea, no es nada, el movimiento lo es todo».[2]

Pero como el objetivo final del socialismo es el único momento decisivo que diferencia el movimiento socialdemócrata de la democracia burguesa y del radicalismo burgués, que hace que todo el movimiento obrero pase de ser un laborioso trabajo de remiendos en pro de la salvación del orden capitalista a una lucha de clases contra ese orden justamente con el fin de abolirlo para la socialdemocracia, la pregunta «¿reforma social o revolución?» en sentido bernsteiniano se convierte también en la de ser o no ser. En la confrontación con Bernstein y sus partidarios no se trata en último término de esta o de aquella forma de luchar, no de esta o aquella táctica, sino de la existencia absoluta del movimiento socialdemócrata.

Doblemente importante es que los trabajadores reconozcan esto, porque justamente se trata de ellos y de su influencia en el movimiento, porque es su propio pellejo el que aquí está en juego. La corriente oportunista del partido formulada de manera teórica por Bernstein no es otra cosa que un esfuerzo inconsciente de asegurar la supremacía a los elementos pequeñoburgueses que han llegado al partido, de modelar en su espíritu la práctica y los objetivos del partido. La cuestión de la reforma social y la revolución, del objetivo final y del movimiento es, en suma, la cuestión del carácter pequeñoburgués o proletario del movimiento obrero.

ROSA LUXEMBURG

18 de abril de 1899

[1] Eduard Bernstein (1850-1932) fue un político alemán de origen judío perteneciente al SPD (Partido Socialista Alemán), al que hoy en día se considera el padre del revisionismo y uno de los principales fundadores de la socialdemocracia. Luxemburg se refiere en este prólogo a sus obras Probleme des Sozialismus (Problemas del socialismo) y Die Voraussetzungen des Sozialismus und die Aufgaben der Sozialdemokratie (Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia, 1899). [A menos que se exprese otra autoría, esta nota, al igual que todas las siguientes, es de la traductora].

[2] La cita es de su obra Der Kampf der Sozialdemokratie und die Revolution der Gesellschaft (La lucha de la socialdemocracia y la revolución de la sociedad, 1897-1898). Bernstein no veía las ventajas de una lucha política de la clase obrera, sino que, en su opinión, bastaba con luchar cada día un poco por las mejoras económicas, de manera que abandonaba el objetivo final socialista: la conquista del poder político por el proletariado. De ahí esta afirmación de que no importa el fin, sino solo el movimiento.

Para Jordi Serrallonga, siempre tu ojo en la selva

La visión más peligrosa del mundo es la de aquellos que no han visto el mundo.

ALEXANDER VON HUMBOLDT

Introducción

ANIMALES POR BANDERA

Lo invisible suele asociarse al misterio o la derrota, a lo feo o débil, a lo malo, rebelde o astuto, aunque al tratarse de animales también es posible pensar en lo salvaje; en animales que eluden nuestra presencia más que nada para sobrevivir, y, zafándose del tumulto de este siglo, todavía pertenecen al ámbito del silencio. Por eso, hablar de animales invisibles implica asomarse a una forma de pureza.

En ocasiones, este tipo de animales puede intuirse muy cerca, en las ciudades también —si son pequeños—, pero sus espacios atañen sobre todo a las vastedades despobladas, de la estepa a los glaciares, pasando por la jungla o los desiertos. Lugares que a menudo asociamos a algún tipo de temor.

Este libro, esta idea, empezó a cocerse en uno de esos lugares estigmatizados por quienes pretenden decidir qué vemos y qué no. Fue a pocos kilómetros de la frontera entre Uganda y Sudán. Cuatro meses después de los atentados contra las Torres Gemelas de Nueva York y el Pentágono, cuando Sudán se había incluido entre los países del denominado Eje del Mal. Una de esas etiquetas occidentales capaces de volatilizar lugares reduciéndolos a un par de palabras, que en el caso sudanés serían Hambre y Mal. De modo que podríamos decir que esta historia empieza en un país invisible, aunque por entonces fuera el más grande de África (luego, Sudán del Sur se independizó); el país por donde a principios de 2002 yo planeaba viajar siguiendo el cauce del Nilo en una expedición que iría desde el lago Victoria hasta la desembocadura, en Alejandría.

Afortunadamente, a esas alturas ya tenía alguna experiencia sobre la capacidad de los medios de comunicación para sentenciar a poblaciones enteras, a la vez que confiaba en la calidad de los individuos particulares, así que cumplí con el plan previsto y en enero de 2002 aterricé en Uganda. Es muy posible que el contexto resultara decisivo para que afinara el oído cuando alguien habló del picozapato, un animal muy desconocido y en peligro de extinción, difícil de ver pero muy presente en el imaginario de los nativos. Un pájaro que, aunque nadie lo viera, todos sabían que estaba, y no solo respetaban su ausentismo, sino que era motivo de admiración. El enigma que representaba les hacía pensar, estimulaba su deseo de saber más, y escudriñaban la tierra, el pantano y el cielo con una curiosidad distinta gracias a aquel ave al filo de la leyenda.

Años más tarde, recorriendo la costa este australiana me di cuenta de que no sabía que la Gran Barrera de Coral era el organismo vivo más grande en la Tierra, el único visible desde el espacio exterior. Más de dos mil kilómetros de ignorancia sobre uno de los tesoros naturales del planeta.

Y cuando viajé a Pakistán siguiendo los pasos de un hombre que buscó a ese mito llamado yeti, comprendí hasta qué punto vale todavía la pena contar el mundo a partir de lo que casi nadie ve y, sin embargo, tanto nos determina.

Fue cuando surgió la idea de un proyecto de apariencia tan extemporánea que a alguno le resultó hasta idiota, basado en viajar para probablemente no ver. Bueno. El poeta ya dijo que se hace camino al andar, y lo que encuentras en el tránsito suele importar más que cualquier destino de ensueño. El destino resulta de cómo y por dónde hayas caminado. En este libro, ningún animal aparece como objetivo, como destino. Su papel es siempre el de motor y su runrún me ha llevado a descubrir realidades insólitas, a vivencias que considero lecciones.

Los animales invisibles se dividen en tres categorías que se explican más adelante, y todos proponen una aventura por los territorios donde se les intuye o se les ha visto —porque algunos aparecen de vez en cuando—, introduciendo tanto los paisajes donde habitan como a las personas que los cuidan, los cazan, los imaginan. Algunos han desaparecido o están a punto de hacerlo, por muy hermosos o útiles que fueran en algún momento. Y el peligro de su extinción invita a preguntarse qué estamos dispuestos a perder, pero también qué asuntos, personas, animales, lugares deseamos visibilizar, si es que ese es el modo de defenderlos.

Si aceptamos que lo visible forma parte del ruido y lo invisible se relaciona con el silencio, podríamos convenir en que nunca ha habido más ruido que ahora. Vemos cosas distintas sin parar, muchas nos llegan por vías artificiales y a espasmos, desligadas unas de otras o desmintiéndose mutuamente, pero son cosas que en cualquier caso están ahí y, para millones de personas, eso significa que existen. Si quieres demostrar que algo existe, grábalo. Muéstralo. Ver es la nueva frontera entre lo que existe y lo que no.

Al intentar discernir cuándo se desencadenó definitivamente este jaleo, resulta casi fácil señalar el asentamiento de internet y la proliferación de canales televisivos y soportes tecnológicos con pantalla. El megaboom audiovisual coincidió, precisamente, con los atentados del 11 de septiembre, saturando el globo de banderas, aún más de las ya muchas que había.

En España, esta fiebre «visual» se ha reactivado en los últimos años, y patria ha vuelto a ser una palabra estruendosamente popular. Cuando escribo estas líneas, acaba de divulgarse que el 84 por ciento de las razas autóctonas españolas está en peligro de extinción. Ochenta y cuatro. Así que, mientras las banderas ondean por todas partes, se deja que los animales del país, una de las marcas de identidad más naturales e indiscutibles que hay, se extingan. Miles de animales que pronto no se verán.

A escala mundial, en los últimos cuarenta años la Tierra ha perdido el 60 por ciento de las poblaciones animales. Pero las reacciones son pocas. Será que el ruido de las imágenes presuntamente patrióticas oculta las noticias de esta aniquilación. Si vendados por las banderas olvidamos nuestras naturalezas, no llegaremos muy lejos.

En las páginas a continuación también se muestra al moa, el tigre blanco o la danta en realidades poco abordadas aunque llenas de posibilidades constatando, creo, que lo invisible abunda, vive —aunque a veces sea en forma de relato, pero sin duda vive— y está cargado de futuro. Afirmarse como nativo de un lugar gracias a un pájaro extinguido, que un carnívoro ayude a pacificar países, o que un tapir en peligro de extinción estimule a regenerar una comarca son opciones aún factibles, por muy raras que parezcan. Sus asombrosas historias reales son alicientes para seguir bicheando, como dicen los naturalistas, con la idea de ofrecer nuevos ejemplos de hasta dónde puede llevarnos, cambiarnos, el creer que, a fuerza de escrutar el polvo, las nubes o el mar en ese lugar donde jamás hay nada, aparecerá algo: la forma de un animal…

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