Amado Nervo (Nayarit, 1870-Uruguay, 1919) fue uno de los fundadores de la Revista Moderna. En 1900 viajó a París, donde conoció y sostuvo una gran amistad con varios de los poetas hispanoamericanos más importantes del momento. En 1905 inició su carrera diplomática, la cual lo llevó a radicar en Madrid durante varios años. En 1918 regresó a México y poco después fue nombrado ministro plenipotenciario en Argentina y Uruguay.
Las flores dan aromas,
las ondas mil rumores,
los sauces gemidores
su abrigo protector;
diamantes va regando
doquier el aura inquieta,
y el arpa del poeta
sus cánticos de amor.
He aquí, Señor, de mi arpa
los cánticos dispersos.
Son tuyos estos versos
de vaga inspiración;
escritas en mis horas
de dicha y de congojas,
¡te traigo en estas hojas
mi ardiente corazón!
El alba, con luz incierta,
en el espacio fulgura,
y parece que murmura
besando mi faz: ¡Despierta!
Rompe la nívea mortaja
de la fuente el sol ufano,
y su fulgor soberano
me dice: ¡Lucha, trabaja!
Muere el sol, quietud inmensa
se adueña de cuanto existe...
entonces, una voz triste
susurra en mi oído: ¡Piensa!
Por fin, la noche vestida
de luto, llena de encanto,
me cobija con su manto,
suspirando: ¡Duerme, olvida!
Cuando me vaya para siempre, entierra
con mis despojos tu pasión ferviente;
a mi recuerdo tu memoria cierra;
es ley común que a quien cubrió la tierra
el olvido lo cubra eternamente.
A nueva vida de pasión despierta
y sé dichosa; si un amor perdiste,
otro cariño tocará a tu puerta...
¿Por qué impedir que la esperanza muerta
resurja ufana para bien del triste?
Ya ves... todo renace... hasta la pálida
tarde revive en la mañana hermosa;
vuelven las hojas a la rama escuálida,
y la cripta que forma la crisálida
es cuna de pintada mariposa.
Tornan las flores al jardín ufano
que arropó con sus nieves el invierno;
hasta el Polo disfruta del verano...
¿Por qué nomás el corazón humano
ha de sufrir el desencanto eterno?
Ama de nuevo y sé feliz. Sofoca
hasta el perfume de mi amor, si existe:
¡sólo te pido que no borres, loca,
al sellar otros labios con tu boca,
la huella de aquel beso que me diste!
Cuando escucho el rumorar
de las olas, triste pienso:
¡qué sollozo tan inmenso
es el sollozo del mar!
Cuando me arrranca el pesar
un grito, sin compasión,
clamo, en medio a la aflicción
que trueca en sombras mi gozo:
¡más inmenso es el sollozo
de mi pobre corazón!
Para Ciro B. Ceballos
Grabó sobre mi faz descolorida
su Manes, thecel, phares el Dios fuerte,
y me agobian dos penas sin medida:
un disgusto infinito de la vida,
y un temor infinito de la muerte.
¿Ves cómo tiendo en rededor los ojos?
¡Ay, busco abrigo con esfuerzos vanos...!
¡En medio de mi ruta, sólo abrojos!
¡Al final de mi ruta, sólo arcanos!
¿Qué hacer cuando la vida me repela
si la pálida muerte me acobarda?
Digo a la vida: sé piadosa, vuela...
Digo a la muerte: ¡sé piadosa, tarda!
¡Estaba escrito así! No más te afanes
por borrar de mi faz el torvo estigma;
impélenme furiosos huracanes,
y voy, entre los brazos de Arimanes,
a las fauces hambrientas del Enigma.
Hay un fantasma que siempre viste
luctuosos paños, y con acento
cruel de Hamlet a Ofelia triste
me dice: ¡Mira, vete a un convento!
Y me horroriza prestarle oídos,
pues al conjuro de su palabra
pueblan mi mente descoloridos
y enjutos frailes de faz macabra;
y dicen salmos penitenciales
y se flagelan con cadenillas,
y los repliegues de sus sayales
semejan antros de pesadillas...
En vano aquella visión resiste
el alma, loca de sufrimiento;
los frailes rondan, la voz persiste,
y como Hamlet a Ofelia triste
me dice: ¡Mira, vete a un convento!
Now I must sleep...
BYRON
To die, to sleep... to sleep... perchance to dreame.
Hamlet, III, IV.
Azrael, abre tu ala negra y honda;
cobíjeme su palio sin medida,
y que a su abrigo bienhechor se esconda
la incurable tristeza de mi vida.
Azrael, ángel bíblico, ángel fuerte,
ángel de redención, ángel sombrío,
ya es tiempo que consagres a la muerte
mi cerebro sin luz: altar vacío...
Azrael, mi esperanza es una enferma;
ya tramonta mi fe; llegó el ocaso;
ven, ahora es preciso que yo duerma...
¿Morir... dormir... dormir?... ¡Soñar acaso!
Para Bernardo Couto Castillo
Oremos por las nuevas generaciones,
abrumadas de tedios y decepciones;
con ellas en la noche nos hundiremos.
Oremos por los seres desventurados,
de mortal impotencia contaminados...
¡Oremos!
Oremos por la turba que a cruel prueba
sometida, se abate sobre la gleba;
galeote que agita siempre los remos
en el mar de la vida revuelto y hondo,
danaide que sustenta tonel sin fondo...
¡Oremos!
Oremos por los místicos, por los neuróticos,
nostálgicos de sombra, de templos góticos
y de cristos llagados, que con supremos
desconsuelos recorren su ruta fiera,
levantando sus cruces como bandera.
¡Oremos!
Oremos por los que odian los ideales,
por los que van cegando los manantiales
de amor y de esperanza de que bebemos,
y derrocan al Cristo con saña impía,
y después lloran, viendo el ara vacía...
¡Oremos!
Oremos por los sabios, por el enjambre
de artistas exquisitos que mueren de hambre.
¡Ay!, el pan del espíritu les debemos,
aprendimos por ellos a alzar las frentes,
y helos pobres, escuálidos, tristes, dolientes...
¡Oremos!
Oremos por las células de donde brotan
ideas-resplandores, y que se agotan
prodigando su savia: no las burlemos.
¿Qué fuera de nosotros sin su energía?
¡Oremos por el siglo, por su agonía
del Suicidio en las negras fauces...!
¡Oremos!
Para Rubén M. Campos
Yo soñé con un beso, con un beso postrero
en la lívida boca del Señor solitario
que desgarra sus carnes sobre tosco madero
en el nicho más íntimo del vetusto santuario,
cuando invaden las sombras el tranquilo crucero,
parpadea la llama de la luz del sagrario,
y agitando en el puño su herrumbroso llavero,
se dirige a las puertas del recinto el ostiario.
Con un beso infinito, cual los besos voraces
que se dan los amados en la noche de bodas,
enredando sus cuerpos como lianas tenaces...
Con un beso que fuera mi palladium bendito,
para todas las ansias de mi ser, para todas
las caricias bermejas que me ofrece el delito.
Para Rafael Delgado
Ignoro qué corriente de ascetismo,
qué relación, qué afinidad obscura
enlazó tu tristura y mi tristura
y adunó tu idealismo y mi idealismo;
mas sé por intuición que un astro mismo
surgió de nuestra noche en la pavura,
y que en mí como en ti riñe la altura
un combate mortal con el abismo.
¡Oh rey, eres mi rey! Hosco y sañudo
también soy; en un mar de arcano duelo
mi luminoso espíritu se pierde,
y escondo como tú, soberbio y mudo,
bajo el negro jubón de terciopelo,
el cáncer implacable que me muerde.
Sicut nubes, quasi naves, velut umbra...
Ha muchos años que busco el yermo,
ha muchos años que vivo triste,
ha muchos años que estoy enfermo,
¡y es por el libro que tú escribiste!
¡Oh Kempis, antes de leerte, amaba
la luz, las vegas, el mar Océano;
mas tú dijiste que todo acaba,
que todo muere, que todo es vano!
Antes, llevado de mis antojos,
besé los labios que al beso invitan,
las rubias trenzas, los grandes ojos,
¡sin acordarme que se marchitan!
Mas como afirman doctores graves,
que tú, maestro, citas y nombras,
que el hombre pasa como las naves,
como las nubes, como las sombras...
huyo de todo terreno lazo,
ningún cariño mi mente alegra
y con tu libro bajo del brazo
voy recorriendo la noche negra...
¡Oh Kempis, Kempis, asceta yermo,
pálido asceta, qué mal me hiciste!
¡Ha muchos años que estoy enfermo,
y es por el libro que tú escribiste!
Para Jesús E. Valenzuela
Bardos de frente sombría
y de perfil desprendido
de alguna vieja medalla;
los de la gran señoría,
los de mirar distraído,
los de la voz que avasalla.
Teólogos graves e intensos,
vasos de amor desprovistos,
vasos henchidos de penas;
los de los ojos inmensos,
los de las caras de cristos,
los de las grandes melenas:
mi musa, la virgen fría
que vuela en pos del olvido,
tan sólo embelesos halla
en vuestra gran señoría,
vuestro mirar distraído
y vuestra voz que avasalla;
mi alma que os busca entrevistos
tras de los leves inciensos,
bajo las naves serenas,
ama esas caras de cristos,
ama esos ojos inmensos,
ama esas grandes melenas.
Para Rubén Darío
Padre viejo y triste, rey de las divinas canciones:
son en mi camino focos de una luz enigmática
tus pupilas mustias, vagas de pensar abstracciones,
y el límpido y noble marfil de tu testa socrática.
Flota como el tuyo mi afán entre dos aguijones:
alma y carne, y brega con doble corriente simpática
para hallar la ubicua beldad en nefandas uniones,
y después expía y gime con lira hierática.
Padre, tú que hallaste por fin el sendero que, arcano,
a Jesús nos lleva, dame que mi numen doliente
virgen sea, y sabio a la vez que radioso y humano.
Tu virtud lo libre del mal de la antigua serpiente,
para que, ya salvos al fin de la dura pelea,
laudemos a Cristo en vida perenne. Así sea.
Para Ezequiel A. Chávez
Jesucristo es el buen samaritano:
yo estaba malherido en el camino,
y con celo de hermano
ungió mis llagas con aceite y vino;
después, hacia el albergue, no lejano,
me llevó de la mano
en medio del silencio vespertino.
Llegados, apoyé con abandono
mi cabeza en su seno,
y Él me dijo muy quedo: “Te perdono
tus pecados, ve en paz; sé siempre bueno
y búscame: de todo cuanto existe
yo soy el manantial, el ígneo centro...”.
Y repliqué, muy pálido y muy triste:
“Señor, ¿a qué buscar, si nada encuentro?
¡Mi fe se me murió cuando partiste,
y llevo su cadáver aquí dentro!
”Estando Tú conmigo viviría...
Mas tu verbo inmortal todo lo puede:
dila que surja en la conciencia mía,
resucítala, ¡oh, Dios, era mi guía!”
Y Jesucristo respondió: “Ya hiede”.
Señor, entre la sombra voy sin tino;
la fe de mis mayores ya no vierte
su apacible fulgor en mi camino:
¡mi espíritu está triste hasta la muerte!
Busco en vano una estrella que me alumbre;
busco en vano un amor que me redima;
mi divino ideal está en la cumbre,
y yo, ¡pobre de mí!, yazgo en la sima...
La lira que me diste, entre las mofas
de los mundanos, vibra sin concierto:
¡se pierden en la noche mis estrofas,
como el grito de Agar en el desierto!
Y paria de la dicha y solitario,
siento hastío de todo cuanto existe...
Yo, Maestro, cual Tú, subo al Calvario,
y no tuve Tabor, cual lo tuviste...
Ten piedad de mi mal, dura es mi pena,
numerosas las lides en que lucho;
fija en mí tu mirada que serena,
y dame, como un tiempo a Magdalena,
la calma: ¡yo también he amado mucho!
Para José I. Bandera
Yo tuve un ideal, ¿en dónde se halla?
Albergué una virtud, ¿por qué se ha ido?
Fui templado, ¿do está mi recia malla?
¿En qué campo sangriento de batalla
me dejaron así, triste y vencido?
¡Oh, Progreso, eres luz! ¿Por qué no llena
tu fulgor mi conciencia? Tengo miedo
a la duda terrible que envenena,
y que miras rodar sobre la arena
¡y, cual hosca vestal, bajas el dedo!
¡Oh, siglo decadente, que te jactas
de poseer la verdad!, tú que haces gala
de que con Dios y con la muerte pactas,
devuélveme mi fe, yo soy un Chactas
que acaricia el cadáver de su Atala...
Amaba y me decías: “Analiza”,
y murió mi pasión; luchaba fiero
con Jesús por coraza, y en la liza
desmembró mi coraza, triza a triza,
el filo penetrante de tu acero.
¡Tengo sed de saber y no me enseñas;
tengo sed de avanzar y no me ayudas;
tengo sed de creer y me despeñas
en el mar de teorías en que sueñas
hallar las soluciones de tus dudas!
Y caigo, bien lo ves, y ya no puedo
batallar sin amor, sin fe serena
que ilumine mi ruta, y tengo miedo...
¡Acógeme, por Dios! Levanta el dedo,
vestal, ¡que no me maten en la arena!
Me levantaré e iré a mi padre.
Para Leopoldo Lugones
No temas, Cristo rey, si descarriado
tras locos ideales he partido:
en mis días de lágrimas de olvido,
quiere formar el ánima su nido,
olvidando los sueños que ha vivido
y las tristes mentiras que ha soñado.
A la luz del dolor que ya me muestra
mi mundo de fantasmas vuelto escombros,
de tu místico monte iré a la falda,
con un báculo: el tedio, en la siniestra;
con andrajos de púrpura en los hombros,
con el haz de quimeras a la espalda.
Tornaré como el pródigo doliente
a tu heredad tranquila; ya no puedo
la piara cultivar, y al inclemente
resplandor de los soles tengo miedo.
Tú saldrás a encontrarme diligente;
de mi mal te hablaré, quedo, muy quedo...
y dejarás un ósculo en mi frente
y un anillo de nupcias en mi dedo;
y congregando del hogar en torno
a los viejos amigos del contorno,
mientras yantan risueños a tu mesa,
clamarás con profundo regocijo:
“¡Gozad con mi ventura, porque el hijo
que perdido llorábamos, regresa!”
¡Oh, sí!, yo tornaré; tu amor estruja
con invencible afán al pensamiento,
que tiene hambre de paz y de aislamiento
en la mansa quietud de la cartuja.
¡Oh, sí!, yo tornaré; ya se dibuja
en el fondo del alma, ya presiento
la plácida silueta del convento
con su albo domo y su gentil aguja...
Ahí, solo por fin conmigo mismo,
escuchando en las voces de Isaías
tu clamor insinuante que me nombra.
¡Cómo voy a anegarme en el mutismo,
cómo voy a perderme en las crujías,
cómo voy a fundirme con la sombra!