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¿Quiero ser vegetariano?

Claves para tomar una decisión

Natasha Campbell-McBride

Doctora en Medicina, Neurología y Nutrición

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Edición original: Vegetarianism Explained, Making an Informed Decision
Natasha Campbell-McBride, 2017
Publicado en Gran Bretaña por Medinform Publishing.

Publicado por:
Editorial Diente de León, 2018
Avenida Luis Salvador Cilimingras, s/n.
07170 Valldemossa, Islas Baleares
www.editorialdientedeleon.com

© Natasha Campbell-McBride, 2017
© de la traducción: Laura Collet Texidó, 2018
© de las ilustraciones: Peter Kent, 2017
© diseño de cubierta: Nicholas Campbell-McBride, 2017
© Editorial Diente de León, 2018

ISBN eBook: 978-84-949135-4-9

La editorial DDL está comprometida con la ecología y la salud, lo que significa reducir al mínimo nuestro impacto medioambiental.

Reservados todos los derechos en lengua castellana. No está permitida la reproducción total ni parcial de esta obra, ni su tratamiento o transmisión por ningún medio o método sin la autorización por escrito de la editorial.

La editorial agradece todos los comentarios y observaciones:

ana@editorialdientedeleon.com

La doctora Campbell-McBride ha logrado un nuevo éxito. Su primer libro, GAPS, el síndrome psico-intestinal, supuso una pequeña revolución en el campo de la Medicina Integrativa; aportó al ámbito de la nutrición conocimientos tradicionales olvidados, y la aplicación del contenido de su obra ha ayudado a decenas de miles de niños con autismo a recuperarse o mejorar, cuando las demás terapias habían fracasado.

En esta obra magníficamente documentada, la doctora aporta con osadía su enorme sentido común al campo de la nutrición. A los médicos nos bombardean con un sinfín de modas dietéticas, y prácticamente todos mis pacientes se sienten confundidos: ¿Debería seguir la dieta proteica, o la cetogénica? ¿Tomar solo zumos? ¿Alimentos ricos en grasas, sin grasas, veganos, crudos…? ¿Seguir el estudio de China? ¿Qué consejos debería escuchar?

De joven me di cuenta de que a muchas personas les incomoda hablar en público y abiertamente sobre cuestiones relacionadas con la dieta. Me emocioné al ver que el libro de la doctora Campbell-McBride empieza precisamente con un caso similar. La doctora pone sobre la mesa su inteligencia y su sensatez incorrupta para resituarnos en el término medio de la nutrición. Sus recomendaciones se basan en hechos demostrados y publicados, son fáciles de seguir y, sin duda, mejorarán la salud de quienes estén dispuestos a sustituir sus creencias por lo que realmente funciona. El presente libro es de obligada lectura, ¡y de obligada aplicación!

Dietrich Klinghardt, doctor en Medicina

Desde 1970, la fauna mundial se ha reducido un 57 por ciento de promedio. ¡Ha desaparecido! Especies de colibríes, elefantes, la trucha arcoíris, osos polares, abejas melíferas… están desapareciendo de sus hábitats naturales. La extinción masiva amenaza con destruir el mundo natural del que la humanidad depende*.

La misma dinámica se está dando en el ser humano. Por primera vez en la historia, nuestra descendencia corre el peligro de vivir menos que sus progenitores; enfermará y morirá a edades más tempranas que sus padres**. ¡Despertemos de una vez! ¡Algo estamos haciendo mal!

En la actualidad nos enfrentamos a un peligro. Lo vemos en todos los aspectos de nuestra vida. El fanatismo (actitudes muy estrictas y poca tolerancia con las ideas u opiniones contrarias a las propias) está calando en nuestros gobiernos, nuestras creencias espirituales y religiosas, y en cómo cuidamos nuestro cuerpo. Muchas personas muestran un fanatismo alimenticio que no se basa en criterios científicos.

¿Quiero ser vegetariano? es una exposición sensata, racional y científica de cómo nuestro organismo utiliza los alimentos, y nos permitirá a todos —personas sanas, enfermas, padres y madres— comprender la importancia de nuestros hábitos, qué efectos tienen los distintos alimentos en nuestro cuerpo y qué necesita este para funcionar. ¡Todos los adolescentes, padres y madres o personas que luchan contra una enfermedad deberían leer este libro!

Gracias, doctora Campbell-McBride, ¡ha creado otra obra maestra de la salud!

Tom O’Bryan, quiropráctico y nutricionista, miembro
del American Chiropractic Board of Nutrition

¡La doctora Natasha Campbell-McBride ha logrado un nuevo éxito! Como ya hiciera en sus anteriores publicaciones, Campbell arroja luz sobre dos ámbitos en los que reinan la confusión y la desinformación: la nutrición y la salud. En esta obra concisa y contundente explora y desmiente los mitos sobre los supuestos beneficios para la salud de las dietas basadas exclusivamente en alimentos de origen vegetal, como el veganismo y el vegetarianismo, y aborda la controvertida idea de que todos los alimentos de origen vegetal son saludables. Su magistral combinación de casos clínicos, revisión extensa de la literatura y experiencia personal convierten esta obra en un texto de obligada lectura.

Shideh Pouria, licenciada en Medicina y en Ciencias,
doctora y miembro del Royal College of Physicians (Reino Unido)

¡Por fin, una doctora experta en el sistema digestivo humano, de renombre internacional y con un largo currículo de éxito explica por qué comer animales es bueno para la salud humana! La actual diatriba contra la ganadería y el consumo de carne tiene que vérselas con un enemigo colosal: nuestro tracto gastrointestinal. La doctora Natasha Campbell-McBride analiza el sistema digestivo humano y su relación con los animales, al tiempo que desmiente categóricamente la acusación de que el ganado alimentado a pasto esté destruyendo el planeta. Todo aquel que piense que el movimiento antiganadería solo lucha por la paz mundial y la longevidad del ser humano, se dará cuenta tras leer este libro de que en realidad está luchando contra su propio sistema digestivo. Sí, yo quiero cuidar del mío, gracias; y este libro explica cómo hacerlo.

Joel Salatin, ganadero y escritor, Polyface Farm, Virginia

* http://www.livingplanetindex.org/home/index

** S. J. Olshansky, D. J. Passaro et al., «A potential decline in life expectancy in the United States in the 21st century», en N Engl J Med, 17 de marzo de 2005, n.º 352(11), pp. 1138-1145.

ÍNDICE

Introducción

I. El quid de la cuestión

II. ¿De dónde proceden los alimentos?

III. ¡Benditos alimentos!

Los alimentos procesados

¿Qué debemos comer para estar sanos y llenos de energía?

IV. Ayunar

V. ¡El sustento de uno es el veneno de otro!

Conclusión

Referencias bibliográficas

Lecturas recomendadas

INTRODUCCIÓN

Pocas cosas son más difíciles de soportar
que la molestia de un buen ejemplo.

MARK TWAIN

El vegetarianismo es poco habitual en el mundo. Las estadísticas de que disponemos (que incluyen el veganismo) indican que, en la mayoría de países, representa menos del cinco por ciento de la población. En Austria, Australia, Israel, Reino Unido y Suecia, los vegetarianos representan entre un nueve y un trece por ciento. El resto del mundo muestra cifras menores, salvo en la India, donde casi el treinta por ciento de la población es vegetariana1. Este país es una excepción, y más adelante hablaremos de él con mayor detenimiento. No obstante, el número de vegetarianos en el mundo está aumentando debido a la promoción activa del vegetarianismo, sobre todo en Occidente.

Algunas personas deciden hacerse vegetarianas tras descubrir cómo trata la industria ganadera a los animales; otras adoptan este profundo cambio en su estilo de vida por motivos emocionales, políticos o religiosos. Muchas creen que las ayudará a perder peso. Al leer artículos o propaganda sobre el vegetarianismo, uno tiene la sensación de que es la mejor opción de vida, un hábito saludable y bueno para los animales y el planeta. Gran parte de esta propaganda se escribe en tono de superioridad moral y con el objetivo de que el lector carnívoro se sienta culpable. Por si fuera poco, las ciencias de la alimentación y la nutrición difunden un sinfín de mensajes afirmando que la carne y los productos de origen animal son la causa de todas las enfermedades del planeta.

¡Resulta tan fácil confundirse! Y, de hecho, mucha gente se confunde. En la actualidad, muchos padres creen que deben apoyar a sus hijos si estos deciden hacerse vegetarianos. La gente los considera «modelos a seguir», mientras que, por su parte, los vegetarianos observan a los consumidores de carne como un piadoso a un pecador. ¿Son realmente los vegetarianos un modelo a seguir? ¿Y los veganos? ¿Deberíamos todos imitarlos? Más allá de la propaganda, existe muy poca información científica acerca de esta cuestión. Entre los escasos estudios llevados a cabo, algunos no se han realizado correctamente y suscitan críticas por parte de los profesionales2.

Afortunadamente, ¡la ciencia no es la única vía de conocimiento! Muchos médicos que trabajan con pacientes vegetarianos y veganos han recopilado su valiosa experiencia clínica, y no necesitan recurrir a los resultados de las investigaciones para saber qué efectos puede tener este estilo de vida en una persona. En este libro me gustaría compartir contigo, querido lector, mi experiencia clínica y mis conclusiones.

Deseo que este libro se ofrezca como un regalo a toda aquella persona que esté pensando en hacerse vegetariana o vegana. Si es el caso de alguno de tus seres queridos, por favor ¡pídele que lo lea antes de tomar la decisión!

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I
EL QUID DE LA CUESTIÓN

La naturaleza se ha encargado
de que la teoría surta poco efecto sobre la práctica.
Samuel Johnson

Helen es una chica de veintiún años a quien su tía, preocupada, trajo a mi consulta. Estaba muy por debajo de su peso óptimo, y seguía adelgazando. Era alta, pues medía 1,85 metros, y pesaba 51 kilos. A cualquiera le hubiera parecido guapa, pero en aquel momento estaba demacrada y pálida, tenía la mirada apagada y la voz débil. Hacía siete meses que no le venía la regla.

Helen se había criado en el extranjero y había venido a Inglaterra para estudiar en la universidad. En su país no tenía acceso a alimentos procesados, por lo que comía platos caseros saludables, cocinados con ingredientes frescos y de proximidad. Su dieta era rica en carne de calidad, huevos frescos y leche entera fresca. Siempre había sido una muchacha sana. Cuando llegó a Inglaterra, enseguida rechazó las dietas basura a base de alimentos procesados que sus compañeros consumían habitualmente y decidió seguir una dieta saludable. Buscó algo de información en artículos no científicos y llegó a la conclusión de que la mejor opción era la dieta vegetariana baja en grasas. Helen empezó a cocinar platos caseros a base de cereales integrales, alubias, lentejas, frutos secos y abundante fruta y verdura. Solo bebía agua y zumos naturales. La única grasa que consumía era un poco de aceite de oliva y manteca de cacahuete. No consumía ningún alimento de origen animal y procuraba utilizar solo productos ecológicos.

Pocos meses después de adoptar esta dieta, dejó de menstruar y empezó a perder peso. Sin embargo, ninguno de estos síntomas le preocupó demasiado, pues aparentemente se sentía «bien». Cuando volvió a su país para visitar a su familia, esta se mostró muy preocupada por su aspecto y se puso en contacto con la tía en Inglaterra. En el momento en que Helen acudió a mi consulta, llevaba más de un año con su dieta «saludable».

¿Qué le había ocurrido? ¿Acaso no seguía la dieta más saludable del mundo, la que todos deberíamos adoptar? Esto es lo que los medios de comunicación de masas y algunos creadores de opinión están difundiendo.

DESENTRAÑANDO EL PROBLEMA

Helen es una chica inteligente, y lo primero y más sensato que hizo fue dejar de comer productos procesados. Esos mejunjes artificiales envueltos en envases llamativos no deberían ni siquiera llamarse «comida», pues son la raíz de todas las epidemias degenerativas modernas1, 2, 3. En este libro no les vamos a dedicar ni un minuto; simplemente los resumiré con una formidable cita de Zoe Harcombe: «El ser humano es la única especie lo bastante inteligente para procesar alimentos, y la única lo bastante estúpida para comerlos»4. Para gozar de buena salud, debemos comer alimentos creados por la madre Tierra, no por el hombre. La madre Tierra ha necesitado miles de millones de años para diseñar nuestro cuerpo y, al mismo tiempo, crear todos los alimentos que este puede consumir. ¡Menuda arrogancia por nuestra parte pensar que sabemos más que ella tras pasar unas décadas encerrados en el laboratorio!

La madre Tierra nos ofrece dos grupos de alimentos: los vegetales y los animales. Ambos son importantes y desempeñan funciones distintas en nuestro organismo. El ser humano es omnívoro: hemos evolucionado en este planeta comiendo todo aquello que encontramos en nuestro entorno inmediato, tanto plantas como animales. Esta es la conclusión a la que han llegado varios investigadores tras realizar exhaustivos estudios de las culturas tradicionales de todo el mundo. La investigación más importante y completa es la del nutricionista estadounidense Weston A. Price, quien, a principios del siglo xx, viajó durante años por todo el mundo para estudiar las culturas tradicionales indígenas. El objetivo de su investigación era la dieta y sus efectos sobre la salud humana. En aquel momento, las enfermedades crónicas ya estaban muy extendidas en el mundo «civilizado», y era evidente que la alimentación tenía algo que ver con ello. El vegetarianismo estaba ganando popularidad en Estados Unidos y en Europa, y cuando Weston A. Price emprendió su viaje, fue exclusivamente en busca de culturas vegetarianas saludables. Por más que buscó, no encontró ninguna. En todos los rincones del planeta, los pueblos indígenas sanos se alimentaban tanto de plantas como de animales, y estos últimos eran los más apreciados5.

Analicemos con mayor detenimiento estos dos grupos de alimentos naturales.

¿Cómo funciona?

Toda la energía de nuestro hermoso planeta se recicla, mientras que la energía nueva proviene del sol6. Para capturar la energía del sol y convertirla en materia, la madre Tierra ha creado las plantas. Estas experimentan un proceso llamado «fotosíntesis» que captura la luz solar y la convierte en clorofila, componente de la materia vegetal. ¡Las plantas de tu jardín pueden casi doblar su tamaño en un día soleado! Como ves, son muy eficientes convirtiendo la energía del Sol en materia que podemos tocar y comer.

El siguiente grupo está formado por seres que consumen la energía del sol en forma de plantas: los animales herbívoros (creados para alimentarse de materia vegetal). Son las vacas, ovejas, cabras, jirafas, búfalos, alces, ciervos y camellos7. Los vegetales* no son fáciles de digerir8, y los únicos seres que realmente lo hacen bien son los microbios9, que poseen una habilidad inigualable para fermentar carbohidratos, descomponer proteínas, almidón y fibra, y liberar vitaminas; de este modo, convierten la materia vegetal en una forma que otros animales pueden utilizar. Esto es exactamente lo que utilizó la madre Tierra para ayudar a los animales herbívoros a digerir las plantas y extraer sus nutrientes. Los equipó con un sistema digestivo muy especial, llamado «rumen» o «panza»7, 9, formado por un aparato muy extenso, con varias cavidades llenas de microbios que descomponen la materia vegetal y digieren las plantas para el animal.

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La luz del sol es el «alimento» principal de las plantas, que la absorben y la utilizan para producir sus tejidos.

En el rumen tiene lugar una gran actividad. Los microbios procesan la materia vegetal (por ejemplo, el pasto) y luego la devuelven a la boca del animal para que este vuelva a masticarla (regurgitación). Tras masticar el pasto un rato, el animal lo traga de nuevo para continuar con la digestión. Este proceso se llama «remasticar el bolo», y un animal herbívoro puede remasticar el mismo bolo de materia vegetal muchas veces, enviándolo de la boca al rumen y viceversa (¡hasta doscientas veces en el caso de las vacas!)7. En el rumen se descomponen los hidratos de carbono de las plantas, que se convierten principalmente en grasas saturadas (ácidos grasos de cadena corta —acetato, propionato y butirato—)7, 9. Por tanto, la dieta de los animales herbívoros es rica en grasas, la mayoría de las cuales son saturadas. Esta es su principal fuente de energía7. El rumen posee una población muy diversa de microbios, bacterias, virus, hongos, protozoos y lombrices. Todos estos organismos participan en la digestión de la materia vegetal que el animal consume y la convierten en nutrientes que su sistema digestivo puede absorber7, 9. ¡El rumen de los animales herbívoros es un ejemplo maravilloso de cómo la naturaleza trabaja de forma conjunta y en armonía!

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Sistema digestivo de un animal herbívoro. Primero el rumen digiere la materia vegetal y luego esta pasa a los intestinos, donde se absorben sus nutrientes.

Para consumir la energía del sol en forma de animales herbívoros, la madre naturaleza ha creado el siguiente grupo: los depredadores. Lobos, leones, tigres, zorros, gatos, perros, etcétera, no digieren la materia vegetal porque están equipados con un sistema digestivo muy distinto10, y solo pueden digerir carne y otros alimentos de origen animal. La estructura del sistema digestivo humano es similar: tenemos un estómago pequeño prácticamente desprovisto de microbios11, y como en el caso de los depredadores, está diseñado para producir ácido y pepsinas, capaces de descomponer únicamente carne, pescado, leche y huevos. Así pues, ¡nuestro estómago está específicamente diseñado para digerir alimentos de origen animal! Por el contrario, no digiere los vegetales. Cuando estos pasan a los intestinos, su descomposición prosigue con ayuda de las enzimas pancreáticas y la bilis11, pero ni siquiera ahí los digerimos correctamente, y solo podemos descomponer una pequeña parte del almidón cocinado y absorber cierta cantidad de jugo, azúcares y vitaminas. Los componentes principales de los vegetales —fibra y almidón— resultan indigestos para el sistema digestivo humano8. Tras circular por los intestinos, acaban en el colon, el equivalente humano del rumen, donde reside la mayor parte de nuestra flora intestinal: bacterias, hongos, protozoos, virus, lombrices y otros organismos que procesan la materia vegetal y extraen de ella lo que pueden12. Como en el rumen de los animales herbívoros, estos organismos descomponen una parte del almidón y la fibra, y los convierten en ácidos grasos de cadena corta, vitamina B, vitamina K2 y otros nutrientes útiles para nuestro organismo.

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El interior del rumen. Los microbios están diseñados específicamente para digerir la materia vegetal. No es la vaca quien digiere el pasto del que se alimenta, sino los microbios de su rumen, que hacen el trabajo por ella.

La diferencia entre los animales herbívoros y nosotros es que su rumen se encuentra al inicio del aparato digestivo, mientras que nuestro equivalente —el colon— está situado al final. El rumen de los animales herbívoros digiere bien la materia vegetal antes de que esta llegue a la parte del aparato digestivo donde tiene lugar la absorción de nutrientes; en los humanos, en cambio, la absorción de los alimentos tiene lugar principalmente al inicio de los intestinos, donde los vegetales no se digieren8, 11. Así pues, los nutrientes que absorbemos a través de los intestinos provienen mayoritariamente de los alimentos de origen animal, que previamente se han digerido bien en el estómago. Resumiendo, ¡la mayoría de nutrientes que utiliza nuestro organismo proviene de los alimentos de origen animal! Los humanos lo han sabido durante milenios a través de la experiencia. Sabían que los alimentos más nutritivos para ellos provenían de los animales, y comían vegetales como complemento de la carne o cuando los alimentos de origen animal escaseaban5.

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Para digerir los vegetales necesitamos microbios. El ácido clorhídrico que produce el estómago humano impide la proliferación de los microbios encargados de digerir la materia vegetal. En los intestinos, la microbiota aumenta a medida que se acerca al colon. Ahí es donde digerimos en cierta medida los vegetales para que nuestro organismo pueda utilizar sus nutrientes.

Hasta ahora me he referido a los vegetales naturales: fruta y verdura fresca, cereales integrales, legumbres, semillas, frutos secos y hierbas. La materia vegetal procesada, sobre todo los productos a base de harinas y azúcares, presenta un patrón de digestión muy distinto, pues ha sido «predigerida» por la industria alimenticia. Dado que nuestro organismo no tiene que trabajar demasiado para digerirla, se absorbe bien y rápido11. Estos «alimentos», no obstante, son una de las principales causas de todas las enfermedades degenerativas humanas del mundo «civilizado».

Y entonces, ¿dónde quedan todas las investigaciones publicadas en populares libros sobre nutrición que demuestran que los vegetales son altamente nutritivos?13. Por supuesto, cuando analizamos distintos alimentos vegetales en el laboratorio, observamos que poseen grandes cantidades de vitaminas, proteínas, grasas y minerales; sin embargo, cuando esta información se publica en libros divulgativos, confunde a la opinión pública. ¿Por qué? Porque en el laboratorio podemos utilizar todo tipo de técnicas y sustancias químicas para extraer los nutrientes de las plantas: métodos que el sistema digestivo humano no posee11. Nuestro aparato digestivo no es muy eficiente a la hora de digerir vegetales y extraer de ellos nutrientes útiles. Nuestros antepasados lo sabían, y por este motivo todas las culturas tradicionales han desarrollado técnicas para extraer de ellos más nutrientes y hacerlos más digeribles, como la fermentación, el malteado, la germinación y la cocción5. Desafortunadamente, en nuestro mundo moderno muchos de estos métodos ya no se utilizan y se han sustituido por recetas adaptables a los intereses comerciales de la industria alimenticia.

Si cocinamos y preparamos correctamente
los alimentos vegetales, ¿podemos basar nuestra
dieta exclusivamente en ellos?

Esto es exactamente lo que hizo Helen: preparar toda su comida en casa a partir de ingredientes vegetales naturales. Cocinaba arroz, avena, quinoa y trigo sarraceno; cocía su propio pan, alubias y lentejas; comía abundantes verduras y tentempiés a base de frutos secos y fruta fresca. ¿Por qué enfermó? Veamos.

El cuerpo humano (sin tener en cuenta el agua) está compuesto principalmente por proteínas y grasas (aproximadamente representan un 50 por ciento)8. Ambas son los ladrillos y el mortero que forman nuestros huesos, músculos, cerebro, corazón, pulmones, hígado y el resto de órganos.

Al analizar en el laboratorio los alimentos de origen vegetal y animal, se observa que la mejor proteína y grasa para la estructura y la fisiología humanas es la animal8, 14, 15. El perfil aminoácido de la proteína animal es adecuado para el organismo humano, mientras que el de la proteína vegetal es incompleto e inadecuado. Lo mismo ocurre con las grasas: la composición de los ácidos grasos animales es adecuada para el desarrollo de nuestro organismo, mientras que la de los aceites vegetales es inadecuada15. Por tanto, ¡los alimentos de origen animal son los mejores y los únicos realmente apropiados para nutrir el organismo y regenerar sus tejidos y estructuras!

Desde la concepción hasta la muerte, el cuerpo humano experimenta un proceso maravilloso llamado «regeneración celular»11. Constantemente, las células de nuestro organismo (en todos los órganos y tejidos) envejecen, mueren y son sustituidas por otras nuevas. De esta forma, el organismo se conserva, se regenera y repara los daños celulares. Para que nuestro cuerpo pueda fabricar estas células nuevas y sustituir las viejas, necesita los materiales constructores —proteínas y grasas—, y los mejores para el proceso de regeneración celular provienen de los animales: carne, pescado, huevos y lácteos14. Las personas en edad de crecimiento necesitan grandes cantidades de material constructor para su organismo, no solo para la regeneración celular sino para el propio crecimiento, por lo que los alimentos de origen animal deben ser una parte muy importante de su dieta16. Además de nutrirnos, aportan energía al cuerpo. De hecho, al contrario de lo que cree la gente, ¡la mejor fuente de energía para la mayoría de las células es la grasa!8, 14, 16.

El cerebro es uno de los órganos del cuerpo humano que más energía consume: absorbe alrededor del 25 al 45 por ciento de todos los nutrientes que circulan por la sangre8, 16. Así pues, el organismo dedica un gran esfuerzo para alimentar el cerebro veinticuatro horas al día, todos los días.

Contrariamente a la creencia popular, el cerebro humano necesita mucho más que glucosa para obtener energía. Es un órgano físico y muy graso, y los procesos de regeneración celular para el mantenimiento de su estructura requieren proteínas y grasas de calidad8, 16. Además, los neurotransmisores, las hormonas y todas las demás moléculas activas del cerebro están compuestas principalmente de proteínas, y el mejor material constructor para su fabricación se encuentra en los productos animales11, 16. En la práctica clínica se observa una degeneración de las funciones cerebrales en personas que siguen una dieta basada exclusivamente en vegetales: se pierde el sentido del humor; el pensamiento y las actitudes se vuelven rígidos e inflexibles; disminuyen la agudeza mental, la memoria y las capacidades cognitivas, y aparecen la depresión y otros trastornos mentales. Todos son síntomas de un cerebro hambriento.

El estudio de pueblos indígenas confirma que los alimentos de origen animal son esenciales para el ser humano5. En su artículo sobre las poblaciones isleñas de los mares del Sur y los pueblos indígenas de Florida, publicado en 1935, Weston A. Price hizo un análisis muy interesante del canibalismo humano17. La población isleña se dividía en dos grupos: los pueblos costeros, que vivían al lado del mar y comían abundante pescado y marisco, y los pueblos de interior, que vivían en lo alto de las colinas y solo disponían de vegetales. Aunque ambos intercambiaban alimentos frecuentemente, a veces la población del interior no podía disponer de pescado, y entonces su salud se resentía. Para curar sus enfermedades, bajaban a la costa y sacrificaban y se comían a alguno de sus habitantes, pues sabían por experiencia que, gracias a su dieta, sus órganos (en especial, el hígado) poseían todos los nutrientes necesarios para el organismo. Su objetivo principal eran los pescadores, cuyas vísceras eran especialmente nutritivas porque consumían cantidades aún mayores de pescado. Weston A. Price entrevistó a uno de ellos, que huyó de su hogar cuando supo que iba a ser la próxima víctima. ¡Este ejemplo histórico demuestra una vez más que los seres humanos no podemos vivir sin alimentos de origen animal! La población costera vivía feliz con una dieta a base de pescado, y nunca pensó en practicar el canibalismo. Sin embargo, la población del interior no podía vivir solo con vegetales; necesitaba complementar su dieta con pescado, y cuando no tenía suficiente, no dudaba en tomar medidas drásticas17. Este es solo un ejemplo más de lo que las personas son capaces de hacer cuando están hambrientas. ¡Y el hambre de verdad se sacia con alimentos de origen animal!

¿Podemos basar nuestra dieta exclusivamente
en alimentos de origen animal?

A mucha gente le sorprenderá saber que el ser humano puede basar su dieta exclusivamente en alimentos de origen animal. En mi consulta veo a pacientes que se benefician mucho de este régimen, tanto adultos como niños. Personas con colitis ulcerosa, enfermedad de Crohn y enfermedades mentales graves mejoran siguiendo la DIETA GAPS sin vegetales: ni una sola hoja de verdura ni de otros alimentos procedentes del reino vegetal. Se alimentan solo de carne, pescado (incluido marisco), vísceras, grasas animales, caldos y sopas de carne y pescado, huevos frescos y lácteos de leche cruda fermentados —kéfir, nata agria, ghee, mantequilla, queso y yogur—. En casos graves de colitis ulcerosa y enfermedad de Crohn, esta es la única dieta que consigue que los pacientes mejoren, dejen la medicación, recuperen su peso corporal normal y superen todos los síntomas digestivos. En casos graves de trastorno bipolar, esquizofrenia y otras enfermedades psiquiátricas, ¡esta dieta puede ser clave! Muchos de los pacientes que la siguen durante al menos tres años no tienen intención de cambiarla porque les funciona; otros, cuando intentan incorporar algo de fruta y verdura, observan que sus síntomas reaparecen y las eliminan de nuevo.

Así pues, basándome en mi experiencia clínica, ¡no tengo dudas de que el ser humano pueda vivir una vida absolutamente sana sin vegetales!

Basar la dieta exclusivamente en productos animales no es una práctica nueva en el mundo. Weston A. Price observó que uno de los grupos humanos tradicionales (llamados también «indígenas») más sanos era el de los guerreros masái, en África, quienes no consumían absolutamente ningún alimento de origen vegetal55