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Katherine Verdery

¿QUÉ ERA EL SOCIALISMO
Y POR QUÉ SE DESPLOMÓ?

UMBRALES

UMBRALES

Colección dirigida por
FERNANDO ESCALANTE GONZALBO y CLAUDIO LOMNITZ

Sucede con frecuencia que lo mejor, lo más original
e interesante de lo que se escribe en otros idiomas tarda
mucho en traducirse al español. O no se traduce nunca.
Y desde luego sucede con lo mejor y lo más original
que se ha escrito en las ciencias sociales de los últimos
veinte o treinta años. Y eso hace que la discusión
pública en los países de habla española termine dándose
en los términos que eran habituales en el resto del mundo
hace dos o tres décadas. La colección Umbrales tiene
el propósito de comenzar a llenar esa laguna, y presentar
en español una muestra significativa del trabajo
de los académicos más notables de los últimos tiempos
en antropología, sociología, ciencia política, historia,
estudios culturales, estudios de género.

Katherine Verdery

¿QUÉ ERA EL SOCIALISMO
Y POR QUÉ SE DESPLOMÓ?

Prólogo
ARIEL RODRÍGUEZ KURI

Traducción
VÍCTOR ALTAMIRANO

Revisión de la traducción
LAURA LECUONA

Fondo de Cultura Económica

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA

Primera edición, 2017
Primera edición electrónica, 2017

ÍNDICE

Prólogo, Ariel Rodríguez Kuri

1. ¿Qué era el socialismo y por qué se desplomó?

¿Qué era el socialismo?

Producción, Vigilancia y redistribución paternalista, Consumo, El faccionalismo burocrático y los mercados

¿Por qué se desplomó?

Soluciones internacionales a problemas internos, No es tiempo para el socialismo, ¿Qué sigue?

2. ¿Una transición del socialismo al feudalismo? Reflexiones sobre el Estado postsocialista

Feudalismo

Privatización

Mafia

Formas de Estado emergentes

Conclusión

3. Nacionalismo, postsocialismo y espacio en Europa del Este

La Europa del Este poscolonial en la época de la acumulación flexible

Postsocialismo y nacionalismo de Europa del Este

Formación de Estado, procesos trasnacionales y nacionalismo de Europa del Este

4. Fe, esperanza y Caritas en la tierra de las pirámides. Rumania, 1990 a 1994

¿Qué era Caritas?

Caritas y la transformación económica

Explicaciones populares de Caritas, Repensar el dinero, Cuestionamiento del orden moral, Fe y esperanza, Dios y el diablo

Caritas y la reconfiguración del poder y la riqueza

Capital político para una burguesocracia emergente, Caritas, pirámides y acumulación

El campo de las pirámides y la caída de Caritas

Conclusión

PRÓLOGO

Katherine Verdery es una antropóloga que ha hecho trabajo de campo en Rumania. Desde la década de 1980 ha publicado artículos y libros sobre las realidades étnicas, territoriales y espaciales de comunidades campesinas, y sobre las relaciones de grupos y ciudadanos con el régimen político del socialismo real. En este volumen de la colección Umbrales se recogen investigaciones y reflexiones escritas en la primera mitad de la década de 1990, es decir, en los años inmediatos al colapso del régimen comunista. De ahí que estos estudios brinden una mirada refrescante y plena de posibilidades de interpretación para comprender la transición desde la economía, la sociedad y la política del llamado socialismo real (en su versión rumana) a otras realidades sociopolíticas y económicas, cuyos perfiles y sustancias no acaban de definirse aún. Por el momento y las circunstancias que dieron pie a las investigaciones y a su escritura, y por las capacidades intelectuales de la autora, los lectores gozamos de los privilegios de una perspectiva casi inédita.

La primera sorpresa que encontramos en esos trabajos es la duda metódica de la investigadora: a partir de 1989 ¿ha ocurrido una transición desde el socialismo al capitalismo? En “¿Una transición del socialismo al feudalismo? Reflexiones sobre el Estado postsocialista” la respuesta es negativa. De hecho, en términos de la definición del poder postsocialista, lo que experimenta Rumania es un proceso de feudalización, es decir, la fragmentación de la soberanía única que se atribuye al Estado moderno en múltiples actores y espacios. Recurriendo a algunos de los historiadores clásicos del feudalismo europeo, Verdery analiza ampliamente este fenómeno e identifica a los beneficiarios, aquellos grupos o cuerpos que capturan los pedazos de la soberanía estatal en desintegración: ex dirigentes del partido comunista, sobre todo los jefes regionales; ex administradores de fábricas y tiendas antes estatales y ahora privatizadas; ex policías y miembros de los servicios de inteligencia. No es de extrañar que en ese contexto haya surgido en amplios grupos sociales, sobre todo en el momento en que éstos evalúan su situación económica y sus perspectivas de desarrollo personal o familiar, la idea de mafia, de unas organizaciones o grupos que, actuando en la sombra, se aprovechan de los cambios ocurridos en Rumania en beneficio propio y en menoscabo del resto de la sociedad.

Para la antropóloga el uso del término mafia no es anecdótico ni impreciso sino, diría yo, sintomático. El punto es que no sólo en Rumania sino en otros países de Europa del Este (Hungría, Polonia, República Checa, la misma Rusia) la desaparición de los regímenes comunistas trajo aparejada la aparición de organizaciones que se reparten entre la economía formal o legal, de un lado, y formas de economía ilegal o francamente delincuencial, del otro. Éste sería otro rasgo de la soberanía fragmentada del Estado postsocialista. Más allá de los costos económicos y de seguridad propiamente dichos, los efectos de este fenómeno son políticos: una extendida percepción en las personas comunes de que la mano invisible del mercado no acaba de llegar y en cambio sobresale la mano visible de unos mafiosos en connivencia con políticos que controlan los mecanismos clave de la vida cotidiana. Una expresión crítica de la feudalización del Estado postsocialista sería entonces el reparto de la seguridad y la actividad económica entre los grupos que tienen poder y control efectivo del territorio y de circuitos por los cuales fluyen dinero y mercancías.

No escapará a un lector atento que el fenómeno de las “soberanías fragmentadas” es una matriz analítica de alcances estratégicos. En realidad los procesos de feudalización, que tienen por supuesto rasgos distintivos en Rumania y en otros países de Europa del Este, se han desarrollado asimismo en otros contextos nacionales y con consecuencias diversas. Pareciera que la lógica de la fragmentación del poder que sustancia Verdery, donde viejos y nuevos actores se reorganizan en modalidades formales e informales de autoridad en territorios acotados, es punto de partida para explicar procesos que en otras circunstancias han adquirido una frecuencia endémica: poderes locales ahora contestatarios del poder nacional centralizado; zonas libres donde lo ilegal y lo delincuencial imponen sus reglas, antes y después de la ley; migraciones desde las burocracias estatales y partidarias hacia los niveles locales y regionales para controlar directamente el poder y los recursos.

En el artículo “Fe, esperanza y Caritas en la tierra de las pirámides. Rumania, 1990 a 1994” Verdery desarrolló a profundidad la problemática implícita en la adaptación de la sociedad rumana a las promesas de la economía de mercado. El caso que estudia es una casa de depósito e inversión que se radicó en la ciudad de Cluj (y que funcionó entre 1990 y 1994), y que no por coincidencia utilizó un nombre familiar al mundo cristiano: Caritas. Esa casa se organizó en un esquema piramidal, con todas las implicaciones y riesgos que ese esquema financiero supone. En sí mismos los cálculos de Verdery sobre el número de ahorradores y los montos de los depósitos resultan casi inverosímiles, como verá el lector: entre dos y ocho millones de ahorradores estimaban fuentes extranjeras y rumanas (para una población total de 22 millones de personas), o bien entre 30 y 50% de los hogares invirtieron en Caritas. En 1993 esa casa tenía depósitos equivalentes a 20% del presupuesto anual del gobierno nacional rumano. El incentivo era ciertamente enorme para los depositantes: Caritas prometía devolver el depósito inicial multiplicado por ocho en un plazo de tres meses.

La importancia del estudio de Verdery no está sin embargo en los detalles de la empresa financiera como tal ni en sus repercusiones en la economía rumana. De hecho, estos esquemas de ahorro que pagaban altísimos intereses también aparecieron en otros países de Europa del Este más o menos al mismo tiempo. Quizá lo más relevante del estudio radique en lo que el fenómeno Caritas dice de la sociedad rumana, recién desmontado el régimen comunista. Aquí la mirada de la antropóloga se afina y se hace más profunda: ¿cómo se aprende a ahorrar, consumir y planificar financieramente el futuro en una sociedad que antes de 1989 no conoció la inflación, tenía garantizado el salario y la pensión de retiro, y donde no existía un mercado de bienes y servicios que pudiera llamarse tal? En otras palabras, Verdery nos plantea cómo se aprende a vivir, convivir y calcular en una sociedad donde recién se descubrió el dinero en su versión capitalista.

Pero el enfoque de Verdery brinda también pistas sobre las racionalizaciones colectivas. En un momento dado los ahorradores debieron preguntarse sobre la viabilidad de Caritas, sobre el enorme elefante rosa en la habitación: ¿cómo era posible que entregase dividendos de esa cuantía, es decir, el depósito original multiplicado por ocho, en tres meses? ¿Cómo juzgaban los ahorradores al fundador y director de esa casa, Ioan Stoica, y sobre todo de qué atributos imaginarios lo dotaban para explicar —antes del colapso del fondo— la aparente generosidad de su empresa? Es justo aquí, habría que decirlo, donde el trabajo etnográfico se separa de un enfoque sólo económico o empresarial del fenómeno Caritas. Al estudiar una aventura empresarial, la autora genera hipótesis para interpretar imaginarios sociales y aprendizajes colectivos en una sociedad en transición.

Son claras las lecciones que podemos extrapolar, con las precauciones del caso, a otros contextos culturales y geográficos. Porque el estudio antropológico de las formas de ahorro e inversión masivas (donde quizá deba considerarse la avaricia como un fenómeno social) arrojará luces sobre las formas del capitalismo popular y sus imaginarios. Y éstos, como se desprende de la lectura, son amplios. Porque el punto de Verdery no es tanto la forma de inversión como la cultura que relaciona a las personas con el dinero como un activo de la cultura y como bisagra y mediación obligada en muchas de las relaciones interpersonales.

Uno de los íconos ideológicos del capitalismo (ya sea en una versión liberal o conservadora) es la propiedad privada, sobre todo la de la tierra. Otro, cada vez más polémico en los medios intelectuales, académicos y mediáticos, es la pertinencia de términos como nación y nacionalismo, que han ocupado la imaginación politológica, sociológica e historiográfica los últimos 200 años. En “Nacionalismo, postsocialismo y espacio en Europa del Este” Verdery presenta un modelo de interpretación pleno de matices y de consecuencias sobre un asunto capital: los problemas políticos y las consecuencias sociales que aparecen en los proyectos de reversión de las formas estatizadas y colectivizadas del suelo agropecuario o, en otras palabras, los caminos en cierta forma paradójicos que hay que recorrer para crear la propiedad privada de la tierra como régimen dominante. En este ensayo Verdery identifica las complejidades de una definición operativa del “propietario original” del suelo agrícola: ¿a quién pertenecía originalmente la tierra de tal forma que su reconversión en propiedad privada esté más allá de toda sospecha? Imposible tal definición sin un criterio extralegal y un parámetro histórico. Y, en todo caso, en el proceso de privatización de la tierra habrá ganadores y perdedores, situación alejada de una pastoral de propietarios.

Pero eso es la mitad del asunto. Para Verdery existen relaciones complejas y difusas, pero asimismo poderosas, entre la tierra, la etnia y la construcción de idea de nación. El nacionalismo es un fenómeno político cultural real y la nación un proceso objetivo, histórico, interpretó Verdery. La desintegración de Estados plurinacionales como Yugoslavia y Checoslovaquia después de 1989 recuerda que la distribución de la población en el territorio y el régimen de propiedad de la tierra son dimensiones estructurales de la nación, y ésta no es sólo un delirio ideológico. Al contrario de una vulgata omnipresente en medios académicos e intelectuales, nación y nacionalismo son fenómenos objetivos que exigen, tal como lo muestra con precisión la antropóloga, una reelaboración conceptual y una nueva agenda de investigación, más allá de las utopías de ciudadanías globales sin conflictos a la vista.

En “¿Qué era el socialismo y por qué se desplomó?” Verdery hace el mayor intento conceptual en esta recopilación: nada más pero nada menos que proponer una caracterización del socialismo realmente existente desde la producción y en función de una economía política de la escasez. Sus presupuestos son atrevidos. En primer lugar opta por reconocer las aportaciones de los académicos e intelectuales de Europa del Este que a su juicio tienen una perspectiva más rica que sus congéneres en Occidente. De hecho asume una perspectiva “no totalitaria” (escuela dominante en Europa occidental y el mundo anglosajón). Esa apuesta tiene al menos dos importantes implicaciones. En primer lugar considera a los regímenes socialistas “débiles” (lo contrario a una interpretación “totalitaria”), justo por su avaricia centralizadora, y por tanto siempre hambrientos de legitimidad (cumplir el plan que han publicitado ad nauseam). Y en seguida encuentra que las maneras de resistir e incluso sabotear el modelo de socialismo realmente existente se encuentra en casi todos los niveles de lo social, pero de manera especial en los eslabones de producción de la economía centralmente planificada —si no se cumple el plan, si no hay oferta de productos y servicios, se está fallando—. La obsesión por el plan habría sido el talón de Aquiles del régimen, interpreto.

Las paradojas están a la vista. Mientras que en el capitalismo las ineficiencias son privadas (luego socializadas en pactos políticos), en el socialismo de Europa del Este eran estatales (ni públicas ni colectivas, por cierto). Como los administradores de las empresas estaban obsesionados con las cuotas de producción y, tal como muestra Verdery de manera provocativa, inflaban siempre sus demandas de insumos (no requerían esos montos en realidad; tener inventarios de insumos era una coartada para garantizar su disponibilidad permanente), por esa vía se desorganizaba toda la cadena productiva. Es obvio que alguien tenía que asignar materias primas, herramientas, trabajo, energía, etc., a las plantas, pero el referente “objetivo” para esas decisiones era incierto. Todo el modelo de asignación de recursos estaba siempre en tensión, distorsionado por gerentes dispuestos a tener almacenes al tope de insumos (no de mercancías), para lo que se ofreciera.

Los trabajadores, otra vez, adquirían una preponderancia inusitada. Se infiere de Verdery que la idea totalitaria debe replantearse: sin trabajadores el socialismo (como el capitalismo) no existe. Como no había sindicatos libres ni huelgas, una manera de resistencia obvia era la apropiación ilegal de materiales, herramientas y horas de trabajo para la creación de un mercado informal de muchas cosas. A este respecto no podía haber otra respuesta desde el centro político, digo yo, que la policía política, la sobrevigilancia, la represión —aunque poco sabemos de la negociación—.

Dos fenómenos van de la mano en el socialismo real, enraizados en su economía política: la necesidad de producir expedientes de casi todos y de casi todo, y el paternalismo concomitante del partido sobre la ciudadanía. Dado el proceso económico que estudia Verdery, la brecha entre el Estado y el partido, de un lado, y los ciudadanos, del otro, nunca se cierra. La economía del socialismo real ofrecía colmar unas necesidades genéricas, “básicas” las llamaban, a partir de unos medios de producción más que estatizados, centralizados. En consecuencia, dice Verdery, no se producía una mercancía específica, con ciertas cualidades. Se ofrecían en cambio genéricos (comida, vestido, transporte). No era el producto, la mercancía en sí lo que importaba, sino la mediación del empleado del almacén, del centro de trabajo, del sindicato lo que apuntalaba el sistema al garantizar, a su manera, la obtención del genérico. Por eso una de las formas de resistencia más visibles en las economías del socialismo real era la ostentación de unos blue jeans que podían costar un mes de salario. Se destacaba, con ese gesto, la cualidad sobre la sola utilidad del género ropa de vestir.

Para sustentar la ortodoxia (o heterodoxia) de Verdery, y contra una percepción simplona y ahistórica en algunos de los críticos del socialismo real, la antropóloga considera que efectivamente existieron fracciones dentro de la burocracia partidaria y estatal en el socialismo real (lo que abre la posibilidad de una historia política del fenómeno, sugiero). Pero esa hipótesis está relacionada justamente con las respuestas tentativas a los puntos ciegos de las economías centralmente planificadas. Una cosa era la burocracia que concentraba medios de producción y objetivos genéricos, cuantitativos y sin cualidades, y otra la de los administradores-burócratas de fábricas o tiendas que debían atender la producción y distribución de mercancías sin cualidades a los consumidores.

Más allá, Verdery nos recuerda la necesidad de una economía política, una antropología y una sociología del consumo en regímenes de riesgo, es decir, en regímenes donde los mercados están fragmentados horizontal y verticalmente, donde el crédito está mal distribuido y donde los consumidores tienen una voz casi inaudible.

ARIEL RODRÍGUEZ KURI