KALTE

V.1: marzo, 2019


Título original: Kalte

© Alejandra Gomis, 2019

© de esta edición, Futurbox Project, S. L., 2019

Todos los derechos reservados.


Imagen de cubierta: Yuriko

Diseño de cubierta: Lili Cross y Cristina Magriñà


Publicado por Oz Editorial

C/ Aragó, n.º 287, 2º 1ª

08009 Barcelona

info@ozeditorial.com

www.ozeditorial.com


ISBN: 978-84-17525-31-6

IBIC: YFH

Conversión a ebook: Taller de los Libros


Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley.

KALTE

El legado de la sangre maldita

Lili Cross





1






Esta novela te la dedico a ti.

Si tienes este libro en tus manos, quiere decir que eres una parte importante de mi gran sueño, traer a la vida a Kalte. 

Y espero que a partir de estas páginas, esta parte de mí también pase a acompañarte en tu corazón 

y tus recuerdos.

Con todo mi cariño… Gracias.

Capítulo 1

La pesadilla


El dolor es tan agudo que, en cualquier momento, la robusta mano que le sujeta el cuello podría partirle la columna como si se tratase de una rama seca. Aun así, no se ahoga. No es esa sensación la que la atormenta, lo es el miedo. Un oscuro y siniestro terror recorre su cuerpo haciéndole querer alcanzar lo único que ahora mismo le es imposible: la salvación. No es capaz de ver quién es el dueño de la mano que la tiene suspendida en el aire a unos palmos del suelo, y esa incertidumbre es un grano de arena más en un desierto hecho de terror. Es una sombra alta, corpulenta y siniestra, que parece que oculte un monstruo con cuerpo humano tras esa cortina de humo negro. Y ella, débil como un animal herido y cansado, tan solo está ahí, tratando de librarse con movimientos torpes y con sus diminutas manos de la zarpa que la tiene apresada. Una vasta y enorme garra que podría corresponder a un hombre muy grande y corpulento, a una criatura hecha para matar.

Pero ella no quiere morir, y esa angustia la domina cada vez más. Peina con la mirada el lugar donde se encuentran y sus ojos no captan nada. Todo está demasiado oscuro. Es como si solo ellos dos estuviesen en el infierno, un pozo oscuro y eterno donde es imposible alcanzar ningún objeto para ayudarse en su lucha por sobrevivir. Con sus menudas manos, trata de aflojar en un esfuerzo inútil los gruesos dedos que rodean su cuello como una anaconda tratando de asfixiar a su víctima. Cada vez más fuerte. Ni un solo soplo de aire podría separar la garra de su ahora dolorido pescuezo a pesar de sus intentos desesperados por crear distancia entre ellos. Por mucho que forcejee, no logra zafarse, ni puede cargar con un golpe lo suficientemente fuerte que haga que los poderosos dedos del ser desistan de su objetivo: acabar con la vida de la chica.

—Por favor… no…

Kalte gimotea con un hilo de voz, tan débil como ella, con la esperanza de que su agresor la suelte. Siente que está en este lugar por alguna razón que no comprende y sabe que, haga lo que haga, lo peor está todavía por llegar. No puede dejar de buscar la razón de todo esto y no recuerda dónde estaba antes ni cómo ha llegado aquí, pero su corazón sabe que sus actos la han acabado trayendo a un destino que tanto deseaba evitar.

Cuando la muerte nos acecha y estamos a punto de vivir nuestros últimos momentos sobre la tierra, el cuerpo nos otorga unos instantes de lucidez. Una luz que ilumina nuestro pensamiento asustado y perdido. Y esa cordura final es la necesaria para poder despedirnos de nuestros seres queridos, pero, en esta ocasión, utiliza esa cordura para pensar, y rápido. Tiene que escapar y sobrevivir. No acabará así. No cederá ante las órdenes de su terror. Es una superviviente y debe escapar de él, aquí y ahora.

La sombra oscura que la tiene apresada mantiene los ojos rojos clavados en ella. Unos ojos como rubíes brillantes y cegadores que llaman la atención en un escenario completamente negro. El ser esboza ante Kalte una sonrisa blanca y perlada hecha de muerte y sed de sufrimiento. El horror que creía controlar vuelve a dominarla. Ese ser grotesco parece salido del mismísimo infierno, y su sonrisa es la confirmación de que el mal habita en él. La piel de la muchacha se pliega bajo las garras del agresor, que aprieta con una fuerza sobrehumana y le causa un dolor atroz. Kalte esboza una mueca de angustia mientras sigue intentando zafarse. Un pequeño chasquido de su columna retumba en su cráneo y el sonido le recuerda a un cristal agrietándose en las profundidades del inmenso y vasto océano a causa de la presión. Un pequeño apretón más y esa presión acabará por romper lo que queda de sus huesos. 

La blanca y siniestra sonrisa del ser hecho de sombras desaparece, y de él brotan unas melódicas palabras en forma de susurro espeluznante. Kalte no entiende lo que dice, pero tan pronto esa cantinela funesta llega a su fin, su cuerpo, menudo y luchador deja de esforzarse y se rinde a su hechizo de cautiverio. Cuelga lánguida y completamente paralizada de la garra que aún no libera a su presa. El cuerpo de la muchacha no reacciona a sus propias órdenes, y sus ojos miran fijamente a los de la criatura, como si estuviesen imantados. Miles de pensamientos la asaltan sin comprender lo que pasa, pero su cuerpo ahora no es más que el de una muñeca de porcelana en manos de una niña mala. ¿Por qué no puede moverse? ¿Es el terror? No puede ser, ya que antes sentía el mismo miedo y podía luchar para intentar soltarse. ¿Tal vez es el saber que no tiene escapatoria? ¿Tan rápido se ha rendido ante las garras de su apresador? ¿De verdad no puede hacer nada para escapar de él? La muchacha siente un vértigo que la marea al no encontrar respuesta a ninguna de tantas preguntas. Tan solo desea cerrar los ojos y que todo esto acabe.

Lánguida e inmóvil bajo la garra que todavía la mantiene alzada en el aire, percibe muchos ojos en la sala. Están clavados en la siniestra escena de un asesinato anunciado en la oscuridad de este lugar desconocido, al menos para ella. No se había dado cuenta antes y, aunque ahora sabe que están en una sala, no alcanza a verla claramente. Parece fría y amplia, aunque la oscuridad le impide ver más allá. Pero lo sabe: no están solos. No oye voces, ni tampoco intuye movimiento alguno de objetos causados por la presencia de otras personas aquí, pero el instinto de Kalte le grita que hay alguien más. El silencio en el que se mantienen es un enemigo inquietante ahora que sabe que algo más se esconde con ellos en las sombras. ¿Son enemigos? ¿Aliados? ¿Espectadores? Kalte ignora la respuesta, pero tiene claro que nadie está haciendo nada por ayudarla a escapar de su asesino. ¿Por qué no puede gritar para pedir ayuda? ¿Por qué no puede moverse para intentar librarse de él? ¿Por qué no puede de dejar de mirar a esa figura sin rostro que quiere matarla? Está perdida entre tantas preguntas que tan solo acentúan la oscuridad y la incertidumbre del momento.

Los ojos carmesí de su agresor se acercan a una lentitud inquietante, como si el tiempo se hubiese apiadado de ella y le diera una última oportunidad para huir, aminorando la velocidad del segundero para que sea capaz de encontrar la forma de escapar de allí. Pero no puede. No sabe cómo huir de este ser del inframundo que la horroriza. El tiempo es cruel; en vez de ayudarla, la castiga con la agonía de no poder detener el destino que se aproxima irremediablemente. 

La sombra está cada vez más cerca de su rostro. Hasta que, al fin, la criatura hecha de oscuridad se detiene a escasos centímetros de su cara. Un respiro separa sus rostros y, mientras él susurra de nuevo, Kalte siente que algo en ella se rompe. Nada corpóreo. Más bien, algo intangible. Una sensación que se asemeja a la tensión que hay entre dos objetos con fuerzas opuestas y que acaban rompiendo el hilo que los conectaba, y, con eso, el cuerpo de la muchacha y su mente acaban desvinculados.

El corpulento y alto ser la coge por la cintura para mantenerla elevada, de modo que sus miradas sigan conectadas en un vínculo similar a un lazo de muerte. Lejos de luchar, ahora que la sombra le ha dejado libres ambas manos, Kalte, con los ojos vacíos, inclina su cabeza y le ofrece el cuello muy suavemente. Su mente grita, patalea, llora, pero todo eso queda ahogado por un cuerpo inerte y desobediente que no responde a sus deseos. Todos los movimientos que puede realizar no son suyos. Ahora actúa como una marioneta vacía, y el titiritero que mueve los hilos de su voluntad ha dejado de ser ella misma. Se siente presa en una cárcel hecha de músculos, piel, sangre, pelo… Lo que algunos llaman templo, ahora es una celda con una ventana donde su mente observa, impotente, lo que hace su cuerpo. 

Pero a pesar de no poder controlar su cuerpo, Kalte no ha perdido la sensibilidad. Un escalofrío recorre su cuerpo al sentir el tacto del ser cuando este le aparta su larga y lacia melena del cuello, dejando el camino libre para un mordisco. Sabe lo que va a hacer, y tiene más miedo que nunca. Ahora está a su merced. Va a morir. Pero no quiere, no así, no ahora. 

El ser sin rostro posa el dedo índice sobre los labios carnosos e inmóviles de Kalte. El gesto le augura que el momento ha llegado y, aunque no pueda gritar, la muchacha se prepara para el trágico final que le espera. Justo en ese fatídico momento, el tiempo, que parece haberse dado cuenta de que Kalte no está a la altura de su piedad, vuelve al ritmo natural y la da por perdida ante la feroz criatura que se abalanza a una velocidad alarmante sobre su cuello para clavar sus afilados colmillos en su nívea piel.

Una explosión de dolor agudo invade todo su cuerpo, desde la zona del mordisco hasta los puntos más lejanos de sus extremidades, a través de una red nerviosa que lleva ese angustioso sufrimiento a cada rincón de su ser. Es un dolor indescriptible incluso para los que han sido torturados. Un dolor que adentra en ti toda la maldad del infierno y llega para quedarse. No sabe si ha sido por el dolor o por cualquier otro motivo, pero el cuerpo de Kalte, que suplica por piedad, vuelve a responder a sus órdenes. A pesar del dolor extremo, intenta no gritar, aunque es incapaz. Un sonido gutural emerge de su garganta como respuesta al horrible sufrimiento que está experimentando por el mordisco de ese ser, que la abraza con una fuerza estranguladora contra su pecho. La muchacha intenta aparatarse de él mientras la sombra sin rostro bebe su sangre.

Cuanto más lucha Kalte, más la aprieta el monstruoso ser contra sí mismo, lo que le crea más dolor y hace que se debilite con más rapidez. Con la cabeza reclinada hacia atrás bajo el ser que la apresa, cada vez más frágil y exhausta, algo capta su atención. A pesar de que apenas puede moverse, tensa por el increíble sufrimiento que está experimentando, busca con desesperación algún objeto que pueda ayudarla a escapar. Tan solo alcanza a ver un gran cuadro con una figura grotesca llena de tentáculos negros que ondean por toda la obra, que está coronando un enorme asiento del que no puede distinguir su forma, pero que parece ser un trono grande y glorioso. A escasos metros, hay una mesa donde solo es capaz de ver un libro de cuero y justo al lado, una especie de daga negra que podría ser de obsidiana. Está tan lejos y tan cerca a la vez… Si pudiese alcanzarla, tal vez tendría una oportunidad de sobrevivir. La cogería con la poca fuerza que le queda, y apuñalaría a su agresor, una… Y otra… Y otra vez… Hasta que consiguiese que él la soltase. Y, aun así, le infligiría un dolor que ni siquiera se acercaría a una ínfima parte del calvario que ella estaba sufriendo. Cada estacada que se imagina en el cuerpo de su agresor es un calambre de electricidad ponzoñosa que se le clava más a ella hasta sus entrañas. La agonía del mordisco debería hacerle gritar cada vez más por la intensidad del sufrimiento, pero no puede, está tan débil que no es capaz de moverse. Su cuerpo está rendido a su merced, con los músculos lánguidos y la mirada perdida en esa daga que no ha conseguido alcanzar para salvarse. No puede siquiera mover un dedo sin que su cuerpo se sacuda de dolor. La criatura de las sombras aprieta de forma intermitente el cuerpo de Kalte contra el suyo, como si quisiera exprimirlo hasta absorber la última gota de su sangre. Con las pocas fuerzas que le quedan, y con la criatura todavía sobre ella, la chica solo es capaz de intentar pronunciar una última palabra. Busca en su interior el último retazo de energía que pueda quedar oculto, entreabre sus labios para poder liberar tan solo una palabra si pudiera, pero su cuerpo ha sido vencido y sus labios vuelven a sellarse, a la vez que cierra los ojos… Dejando de luchar por completo. 

En ese mismo momento, como un estruendo que resuena en sus oídos, oye el chasquido de un cristal al impactar contra el suelo y romperse en pedazos justo a sus pies.

Capítulo 2

La Conversión


Kalte abre los ojos y, desorientada, comienza a caminar hacia atrás. Está aterrada, como si aún tuviese encima a ese temible ser hecho de oscuridad y que emanaba un aura de horror. Mientras recula, se lleva una mano al cuello por el horrible dolor que siente y, con la otra, intenta palpar el aire en busca de una puerta, una pared o algo que le indique dónde se encuentra. Mira hacia todos lados temiendo que la sombra que la ha atacado siga aquí, al acecho, pero no es capaz de ver nada. Sus sentidos siguen embriagados por el miedo a la muerte que ha vivido de forma tan intensa. Una sensación de claustrofobia hace que quiera escapar. Un agobio opresivo acrecienta la presencia de su Oscurus, haciendo que se manifieste, extendiendo sus zarcillos de oscuridad por su interior para controlarla como un titiritero con su marioneta. Ahora ella es vulnerable, y su Oscuridad aprovecha la ocasión para tratar de controlarla en contra de su voluntad y, así, acabar por dominar a Kalte. No puede dejarlo salir; no sabe qué sería de ella si eso sucediese. Conoce a su Oscurus, que mora en ella desde que se convirtió en vampiro, hace años. Y aunque sabe que es una especie de ser que ansía el caos de forma descontrolada, el suyo es especialmente sensible a las emociones; cuando Kalte está alterada, el Oscurus se manifiesta para intentar anularla y dominar su voluntad. Es una presencia que habita en su interior como un intruso y hace que su yo más humano esté cada vez más perdido en el olvido para dar paso al ser temido en el que se está convirtiendo. 

Pero ahora vuelve a ser como una niña; solo son unos instantes en los que ha olvidado dónde está y quién es. Tan solo piensa en lo que acaba de experimentar. No puede quitarse ese ardor agudo del cuello. Aún nota los colmillos del ser hecho de sombra clavados en su piel, y el miedo es tan vívido que su cuerpo a duras penas responde a sus órdenes. Mientras retrocede, pierde el equilibrio al encontrar un vacío bajo el pie: un escalón que baja hacia la oscuridad. El pánico la controla y hace que trastabille, incapaz de fijarse en el lugar en el que está. Y, tras forcejar con el aire para evitar caer de bruces contra el suelo, se desploma sobre un banco que está a pocos metros de ella, que se sacude ante la fuerte embestida de su cuerpo. Acto seguido, resuena el tintineo metálico de un objeto que ha caído al suelo. Aún está confusa y desorientada. Se queda inmóvil unos segundos mirando al recipiente que se ha caído, tratando de saber qué está pasando. Es una especie de cáliz con ornamentaciones doradas y plateadas. Por la posición en la que la copa está tendida, se aprecia que son tres gemas carmesí alineadas las que lo adornan. No hay ningún líquido vertido en el suelo, por lo que debía de estar vacío.

Todavía pendiente del cáliz, mientras trata de recordar lo que estaba pasando momentos antes de su horrible pesadilla, oye a su espalda un grito que le hace buscar la procedencia de esa voz femenina. El eco del chillido retumba en las paredes de la gran estancia vacía en la que están. Kalte se gira y desea con todas sus fuerzas que no se trate de otro mal que pueda atacarla, aunque el sonido es un alarido de terror más que amenazante. La fuente de ese grito procede de una joven rubia de unos dieciocho años, poco mayor de lo que parece Kalte. Su mirada parece horrorizada por lo que ha visto, o tal vez por la presencia de la vampira. Una cadena en el tobillo la mantiene sujeta y prisionera a una de las columnas de este lugar y, aunque llevaba un rato intentando zafarse del frío metal, le va a resultar totalmente imposible. 

Aún confusa, Kalte no pronuncia palabra y peina con la mirada toda la estancia. Es bonita a la par que triste. Parece abandonada desde hace tiempo. Las paredes están hechas de fría roca, y las columnas de piedra están talladas con diseños que, con esta luz, no quiere ni puede descifrar. Está plagada de vidrieras y hay un gran rosetón formado por cristales de un sinfín de colores. Los rayos de luz de la luna se cuelan a través de las ventanas e iluminan la lúgubre sala; los destellos dibujan formas difusas con los patrones de las cristaleras. El suelo es de roca antigua, agrietada por el intempestivo paso del tiempo, y una alfombra roja carcomida recubre la parte central de la sala, con lo que dota de una sensación más siniestra a todo el lugar. A pesar de estar abandonado, Kalte no ve ninguna pintada en las paredes, pero la mayor parte de los cristales están rotos. Tal vez a causa de las ramas empujadas por la furia del viento, o por animales salvajes que, torpemente, buscaban entrar para convertir el sombrío lugar en un improvisado resguardo del frío. Indicios que, a simple vista, sugieren que este sitio está demasiado lejos de la civilización, o que está protegido de algún modo de los posibles actos vandálicos que suelen acompañar el anonimato de la noche. Hay candelabros tirados por el suelo, una capa de polvo cubre gran parte de la estancia, y todas las telas están hechas girones, roídas, probablemente por los mismos animales salvajes que buscan cobijo del frío. Pero esta noche está reservada para Kalte y sus planes. Sin duda, el lugar está castigado por el aislamiento. El paso del tiempo no tiene piedad, a no ser que seas un ser inmortal.

Más allá de los muros, tan solo se puede apreciar un bosque tupido que abraza, resguarda y oculta el edificio. Es un sitio a salvo de las miradas curiosas, donde, por más que grites, nadie acudirá en tu ayuda. A ambos lados de la alfombra hay bancos de madera antiguos; algunos están descolocados, otros volcados y también hay varios partidos. En frente de ella se encuentra el escalón que la hizo tropezar cuando, alterada por su visión, intentó bajar. Y un altar, donde el cuerpo de un hombre yace sobre él. 

Reconoce la escena, pero no puede creer que lo que acaba de vivir estuviera solo en su cabeza. No estaba preparada, y esta sensación, esta pesadilla tan vívida, ha sido la vez que más intensa le ha parecido. 

Lleva meses con esta sensación de muerte en su cabeza. Siempre la misma imagen. Siempre aparece ese ser hecho de sombra, ese lugar que no reconoce, ese terror, esa parálisis…, pero jamás le había pillado en un momento en el que la dejase fuera de escena y le llevase a pensar que era real. Y, mucho menos, había experimentado un dolor tan intenso tras despertar de la pesadilla. Se palpa la zona donde siente el mordisco ahora con algo más de tranquilidad, pero no hay nada; no hay marcas de heridas, ni hay rastro de lesiones. La terrible experiencia va remitiendo poco a poco.

Su Oscurus parece estar más calmado y empieza a dejar todo eso atrás, convirtiéndolo en un recuerdo que desearía desterrar al olvido. Tras recuperar la fuerza en las piernas, se levanta y recoge el cáliz del suelo, sintiéndose ya como siempre.

Observa a la muchacha rubia, que parece a punto de volver a gritar, aún con cara de horror. Kalte se lleva el dedo índice a sus carnosos labios para indicarle que guarde silencio. Señal que hace callar a la inofensiva chica, tal vez piensa que, así, podrá salvar su vida. «Qué ilusa», es lo primero que le viene a la cabeza al verla reaccionar. «Y pensar que hace años yo era tan tonta como ella…». Se acerca a la joven con movimientos delicados, suaves y femeninos. Ya recuerda qué hace aquí. Tiene una misión muy importante que no puede descuidar si quiere escapar de su realidad actual. Y aunque no haya olvidado la horrible pesadilla, debe recuperar la compostura y ser la horrible criatura que quieren que sea.

Cuando llega a los pies de la adolescente, se arrodilla para estar más cerca de ella. La muchacha tiene los pies descalzos y lleva unos vaqueros con las rodillas rasgadas combinados con un jersey rojo. Kalte comprueba que la cadena que la mantiene presa a la columna sigue intacta. Está sentada y con erosiones en la zona del tobillo causadas por el forcejeo que ha tenido al tratar de liberarse mientras la vampira estaba en ese estado de trance. 

—Me parece que has sido un poco traviesa. —Kalte aparta la argolla metálica para estudiar las heridas. No parecen graves, pero, sin duda, no estaban ahí cuando la atrapó. 

El cuerpo de la chica tiembla ligeramente; una mezcla de frío y del pavor. Kalte puede oler el dulce aroma del miedo; de hecho, le encanta ese perfume que ahora embriaga sus sentidos. Sin embargo, la joven no aparta sus ojos castaños de los movimientos de la vampira.

—Estabas gritando mucho y me parecía que algo te estaba atacando. Tengo miedo… por favor… No quería que me pasase a mí también. El chico muerto… ¿Por qué lo has matado? —La joven y rubia muchacha abre los ojos como un animal herido. Busca la empatía de Kalte, o tal vez un acercamiento para evitar que su situación actual empeore. Sus intenciones son tan cristalinas como el agua—. No me hagas daño, por favor, déjame ir. Mi familia seguro que me está buscando. Te prometo que nadie se enterará de esto, te lo prometo, no sé qué quieres… ¿dinero? Mi familia te puede pagar… Y yo no he visto nada, no le contaré a nadie lo que eres. No sé quién era ese hombre, pero seguro que se lo merecía. —La mirada inquisidora de Kalte pone freno al parloteo de la muchacha.

—Uy, pero qué equivocada estás. — Kalte deja de examinar a la muchacha, sin haber llegado a tocarla en ningún momento, y vuelve a centrar su atención en lo que tenía que hacer antes de que la pesadilla la detuviese. 

Con sus manos desnudas, coloca el cáliz bajo la muñeca de la humana. La chica no deja de mirarla, horrorizada. El tacto de la piel de Kalte es una maldición que arrastra desde que se convirtió en vampiro. Cuando toca a otro ser vivo, es tan fría que le roba el calor corporal, como si succionara toda su calidez y lo helara desde dentro. Ante su proximidad, las plantas se marchitan, y el simple roce de sus manos parece congelarlas.

—Por favor, no me hagas daño, tengo miedo—insiste la muchacha sin descanso al sentir el siniestro frío de la vampiresa. Kalte sabe que es un momento crucial para ella y no la culpa por suplicar por su vida, aunque es inútil. No será ella quien se la arrebate.

—Quieta. —La chica obedece sin más a la simple orden de la albina y con los ojos cubiertos de lágrimas. Observa lo que está a punto de pasarle con un temblor irrefrenable por el frío que está sufriendo, sin apartar ni un poco el brazo de cómo Kalte lo tiene aferrado.

La vampiresa fija su mirada en los ojos castaños de la chica, entreabre su boca y hace aparecer de forma abrupta sus colmillos retráctiles. El miedo de la muchacha ya no solo se ve, si no que se huele; un olor que embriaga a Kalte. De no ser porque tiene un plan más especial para ella, ahora mismo la mordería para deleitarse con su sangre con aroma a horror. Su favorita. Pero, en vez de eso, acompañada por lloriqueos y un coro de «no por favor, a mi también no, por qué me haces esto», clava sus colmillos en la arteria radial de la chica. La humana ahoga un grito de queja para que no sea peor. Eso sí, inmóvil todo el breve tiempo que tiene a Kalte agarrando su muñeca. La vampira se aparta sin haber bebido ni una sola gota de sangre y deja verter una cantidad de ese elixir carmesí y tibio sobre el cáliz, para no desperdiciar ni una sola pizca de su licor de vida. Vierte lo justo como para un sorbo. El primer sorbo. 

—Tápate eso, no quiero que te desangres por mi culpa. —Kalte, juguetona, le guiña un ojo a la humana, que, sin duda, ahora mismo estará pensando que su final iba a ser el mismo que el del hombre que yace en el altar. Kalte sabe muy bien lo que dice, siempre ha cuidado muy bien sus palabras. Odia las mentiras, así que, por muy monstruosa que acabe siendo, prefiere decir siempre la verdad—. Y, ahora, silencio. Si te sigues portando bien, verás algo increíble.

La joven está tan asustada que permanece sentada en el suelo, paralizada. Sin dejar de seguirla con la mirada, se presiona la herida con un pedazo de tela de su propio jersey y se acurruca un poco más para intentar entrar en calor. La vampira podría haberle ahorrado tener que taponarse la herida. Podría haberla sanado con una simple caricia de su lengua sobre los orificios abiertos de su piel; con eso, de forma mística, esas simples heridas hubieran desaparecido como por arte de magia. Pero prefiere mantener ocupada a la muchacha en algo más que no sea pensar en lo que va a pasar, o en gritar, o en cualquier heroicidad que pueda ocurrírsele para intentar escapar, sin duda, infructuosamente. Y para qué engañarse, también quiere que el olor de su sangre sea perceptible para lo que tiene planeado.

La vampiresa camina hacia el cuerpo musculoso que yace tendido en el altar, con sus ojos grises clavados en él: un hombre del que puede describir muchas más cosas de las que con un simple vistazo se adivinarían. 

Se trata de Darek Roy. Un apuesto detective de veintisiete años, hijo de padre canadiense y madre hispana, el mayor de tres hermanos, de ojos verdosos con toques de color miel y metro noventa de altura, que llevaba un par de años de baja por estrés post—traumático. Le concedieron esa baja por la necesidad de venganza y ataques de agresividad que tenía a raíz del asesinato de su mujer, a manos de unos sospechosos que él estaba investigando en un caso en el que trabajaba desde hace un año. Parece ser que antes de él encontrarles a ellos, ellos le encontraron a él. O más bien a su mujer. Los psicólogos escribieron en los informes que la culpa no le dejaba seguir adelante. Vivir feliz como cualquier otra persona corriente, se había acabado para él. Joven, apuesto y varonil, con las facciones muy masculinas, un metro noventa de estatura, ojos entre verdosos y color miel. Y ya había tirado su vida por la borda. Entregado a su trabajo y al amor en los buenos tiempos, y ahora a la analgesia del alcohol. Todo para poder olvidar, o morir en el olvido, solo. Detalles que no le ha costado a Kalte investigar más de unas noches. En los suburbios de la bebida y el descontrol, todo se acaba sabiendo. Sin duda, la vampiresa tiene sus razones por las que le ha elegido a él. 

Y ahora yace aquí, muerto en el altar, para ella.

Kalte se sitúa junto al cuerpo de Darek, tan hermoso, tan inerte. Acaricia su rostro para sentir el tacto de su barba crecida desde hace un par de semanas, que a pesar de estar descuidada, le da un aspecto increíblemente atractivo. Continúa deleitándose con las vistas. Desliza sus menudos dedos por su media melena oscura. Un pelo suave al tacto, fuerte como su dueño, liso y que le llega un poco por encima de los hombros. No puede dejar de observarle mientras se sube al altar sobre él, dejando el cáliz con el tibio líquido carmesí a un lado. Una vez a horcajadas frente a él, encorva su espalda hacia adelante para acercar su rostro a la del hombre. La distancia entre ellos es apenas de un par de centímetros, cara a cara, y separados por un velo de aroma, a escasos centímetros. La curiosidad de la vampira pide ser saciada, y quiere olerle, disfrutar de este momento de transición, de la vida y la muerte. Es embriagadoramente hermoso. Una mezcla del perfume que emana su piel, olor que despierta el sabor de la sangre de Darek en la boca de Kalte. Hace poco más de una hora, Darek estaba tendido sobre el altar, vivo. La sensación de derrota a la vez que de esperanza se podía leer en sus ojos. Estaba decidido a que su muerte y su nueva vida llegasen.

Kalte estaba orgullosa de esa decisión. 

Y cuando le enseñó los colmillos al chico poco antes de su muerte, este le cedió su cuello sin dudarlo ni un segundo. Era la sangre más deliciosa que había probado hasta la fecha. No había rastro de miedo, condimento que le da a la sangre ese sabor especial, pero, aun así, era un elixir especialmente dulce y cálido. Mientras Kalte estaba sobre Darek, bebiendo de su cuello, parecía que él se aferraba a la promesa que le hizo la vampiresa poco antes. La promesa que hizo que él estuviera aquí y ahora con ella. Y seguro de su decisión, llevó su fuerte mano al blanco pelo largo de Kalte, para apretarla más contra su cuello. Parecía ansioso de que el final se acercase. El mordisco de un vampiro es una sensación que proporciona un gran placer tanto al atacante como a la víctima, pero él deseaba que el final llegara cuanto antes. Disfrutar, según lo que se indicaba en su perfil psiquiátrico, era algo que parecía intentar evitar, y seguramente por eso quería que Kalte acabase cuanto antes, al menos eso pensaba la vampira. Cuando el latido se vuelve débil y la víctima deja de hacer fuerza, es cuando uno se da cuenta de que su vida está a punto de marchitarse. Y el momento de Darek había llegado cuando dejó caer la mano que sujetaba la cabeza de Kalte sobre el altar, inerte y sin pulso. Ya no quedaba vida en él, por lo que Kalte debía cumplir con lo prometido. Una vez saboreada toda la sangre del atractivo hombre, le lamió el cuello para cerrarle las heridas y, con suavidad, se pinchó el dedo índice para dejar salir una gota de su propia sangre. Ahora iba a devolverlo a la vida o, más bien, lo iba a traer a un mundo de oscuridad. La gota del líquido carmesí resbaló del dedo de Kalte y cayó estratégicamente en la boca de Darek. A partir de ese momento, toda la sangre que formase parte de él sería Sangre de su nueva Dome, su creadora. Ya solo quedaba esperar.

Sigue tumbada sobre él. Huele a muerte sin arrepentimiento, ya que si no hubiese querido morir, el olor a alcohol estaría presente, y no es así. Ya estaba muerto en vida y anhelaba algo que sabía que ella podría darle. Lo necesitaba, tanto o más que la vampira. 

La espera ha dado sus frutos, algo está cambiando, y Kalte sonríe maliciosamente. 

—¿Estás lista para presenciar un milagro? —Kalte alza la voz para que la muchacha, que sin duda no había apartado la mirada de ambos, la pueda escuchar.

Kalte alza el cáliz con ambas manos y vierte el aún templado y escarlata fluido en su propia boca de un sorbo, sin tragarla, pudiendo saborear el sabor metalizado de la sangre de la virginal humana. Deja el recipiente a un lado y se encorva de nuevo sobre Darek, que parece que está comenzando a hacer suaves aspavientos bajo las piernas de la vampiresa. Su tez se está volviendo más cerámica, más hermosa. Es el momento. 

Kalte coge el mentón del fornido hombre para entreabrirle la boca, y posa sus carnosos labios pintados con carmín rojo bermellón sobre los de Darek para dejar fluir la sangre de la muchacha, colmando la boca del aún difunto hombre. El aún inexpresivo y apuesto cadáver de Darek, ahora se ha convertido en un cáliz humano que rebosa del líquido rojo que brilla por la luz de la luna, que se cuela tímidamente en la sala. Kalte se relame para saborear los restos que le quedan. Posa todo su torso sobre el hombre dejando que su melena larga, suelta y albina acaricie el rostro de Darek, mientras él empieza a hacer sonidos de querer tragar con dificultad. Con suavidad acerca sus labios al oído del recién convertido a vampiro.

—Cázala. Es tuya —susurra justo antes de levantarse para dejar libre al hombre que tenía preso bajo sus piernas.

De forma abrupta, Darek abre los ojos, dejando ver al fin ese precioso color verdoso y dorado de su mirada. Parece el mismo hombre de antes de morir, pero más bello y sin duda, feroz. Se le ve enfadado, sediento, hambriento, agitado. Su Oscurus tiene prácticamente todo el poder sobre él, y está famélico. Lo único que ahora quiere es sangre. Kalte recuerda cómo despertó de la muerte, lo que necesitaba, y por eso ha traído a la joven humana. 

La chica parece horrorizada ante lo que acaba de presenciar. Ha sido testigo de cómo mataban a una persona desangrándola, y no solo eso, sino que lo ha visto despertar de entre los muertos. Y, de no ser por lo petrificada y sobrecogida que estaba, seguramente habría gritado. Su rostro refleja terror y confusión, algo que Kalte ama ver en una víctima.

Darek recuerda a un animal a punto de atacar, sin humanidad ni conciencia. Parece saborear la sangre que tiene en la boca y, con sus sentidos más agudizados, busca a su propietaria. Clava la feroz mirada dorada en Kalte, que está a su lado, pero no parece ser ella a quien busca. Peina toda la estancia con la mirada hasta que, al fin, encuentra a la otra muchacha y centra sus voraces ojos en ella. Es como un animal salvaje que no ha probado bocado en meses y al que finalmente dejan salir a cazar, y ahora ha localizado a su primera presa inofensiva.

Sin mediar palabra, se lanza sobre ella con la agilidad y la fuerza que le proporcionaron los años de entrenamiento para ingresar en el cuerpo de policía, algo que, sin duda, satisface a Kalte; tenerlo de su lado ha sido una buena elección. 

La chica comienza a gritar cuando ve a Darek abalanzarse a por ella de forma tan bestial. Unos gritos que en cuestión de unos segundos son acallados por los colmillos del nuevo vampiro. La tiene apresada con sus enormes y fuertes brazos y no la deja escapar. Bebe de forma violenta, tratando de exprimir hasta la última gota del elixir de su vida. La joven se aferra a un hilo de existencia que se desvanece como una gota de sangre en el mar. Pasados unos minutos, Darek la suelta; ya es tarde para ella. Tendida en el suelo, con los ojos abiertos, parece vacía, inexpresiva, lánguida. Está muerta.

—Bienvenido a tu primera noche en la oscuridad. —Kalte, que se ha acercado a Darek mientras comía, se arrodilla junto a él y le posa la mano en el hombro. Tiene los ojos inyectados en sangre, y la furia brota por cada poro de su piel. 

Esa criatura con aspecto humano mira fijamente a la que es su creadora, de rodillas en el suelo y con el cadáver de la chica aún en las manos. Y como si estuviese desapareciendo, poco a poco comienza a desvanecerse esa mirada de ira, dejando paso al Darek con sentimientos humanos que había perecido en el altar hace unas horas. Y ahora es cuando la confusión toma su papel en la consciencia del recién vampiro, y desubicado, mira hacia el inerte cuerpo de la chica que tiene aferrada. Su expresión se torna en tristeza, tanta que a cualquiera que hubiese presenciado la escena, excepto, por supuesto, a Kalte, le hubiese conmovido. Sin duda vuelve a ser el humano que en su día trabajaba en la policía y que tenía, en su ámbito personal, todo resuelto. Una vez saciado, su Oscurus se ha vuelto a relajar para dar paso a su humanidad. Es un vampiro demasiado reciente como para haberla abandonado de forma tan abrupta; al contrario de como hizo su creadora.

—No me dijiste nada de esto… no quería… matarla… —La boca de Darek está manchada de la sangre aún caliente de la joven. Sus ojos no se apartan de ella, como si al mirarla pudiera devolverle la vida. O como si no quisiera olvidar jamás lo que acaba de hacer, para seguir castigándose como hacía con la muerte de su mujer.

—Sabías que esto conllevaría sacrificios y lo has hecho por una razón. No lo olvides nunca. —Las palabras de la vampira son firmes, sin atisbo de duda—. No te he mentido y te he dejado elegir: podías ser como yo, o seguir viviendo la miserable vida que llevabas. Ahora vas a ser más poderoso de lo que jamás habrías imaginado. Podrás ser libre de las ataduras que los humanos crean para controlar a otros humanos. Tú ya no lo eres. Ahora eres un cazador, un asesino. Eres la criatura a la que todos temen y llaman monstruo. —Kalte hace una pausa. Quiere que las palabras calen hondo en su ahora «Pequeño». Y, al ver que sigue pensativo, continúa—. Lo somos, no te engañes. Moradores de la noche. Si quieres venganza, la tendrás; si quieres justicia, la puedes conseguir con tus propias manos. Yo te ayudaré. —Los ojos gris verdoso de Kalte se clavan en los dorados de Darek.

—¿Y lo de matar a inocentes como ella? —Aparta la mirada del cada vez más pálido cadáver de la joven y fija sus ojos en los de la vampiresa.

—Es el precio que tenemos que pagar. Aprenderás a controlarte. Podrás matar, o podrás dejarles con vida. Eso estará en tu mano. —Kalte desliza el dedo por la mejilla del vampiro para quitarle un poco de la sangre que mancha su barba. Sin apartar ni un segundo la mirada de él, le muestra el rojo líquido que mancha su yema. —Y, ahora, este es tu alimento.

—¿Y no puedes convertirla a ella también? ¿No puedo arreglar lo que he hecho? —Las dudas de Darek llegan tan abrumadoras como ella las recuerda, y le demuestran que su lado humano es más fuerte de lo que pensaba, a pesar de haber estado sumido en la oscuridad tanto tiempo.

—Ella no ha elegido morir. —Kalte siente similitud con vivencias del pasado que le hacen aún daño, como una espina que nunca ha conseguido quitarse. Aun así, no titubea en ni una sola palabra, mostrándose fría y dura—. No todos quieren esta existencia. Y ella no estaba sola como nosotros, no soportaría hacer lo que es necesario para sobrevivir. —Sus palabras le traen duras sensaciones que quiere apartar de su pensamiento. Necesita seguir adelante y que Darek lo haga también—. Es hora de que tomes tus propias decisiones. De que vuelvas a centrarte en lo que importa y en el por qué de todo esto. Si de verdad quieres mi ayuda, deberás descubrir qué clase de monstruo vas a ser. Y tiene que ser ahora. ¿Te quedarás aquí velando el cuerpo de una desconocida o buscarás a los asesinos de tu mujer? —La cara de Darek rápidamente cambia al escuchar la mención a su difunta esposa. Y el luto que debía superar, parece afrontarlo como el que arranca una tirita de cuajo—. Yo, desde luego, quiero venganza. —La vampira se pone en pie sin dejar de clavar sus ojos en el arrodillado hombre que aún mantiene abrazada a la chica—. ¿Qué quieres tú?

Capítulo 5

El beso de la muerte


Es casi medianoche y las habitaciones ya están preparadas. En esta ocasión, han reservado un par de dormitorios en un hotel frente a un parque grande y frondoso. Un lugar perfecto para cazar. El edificio es pequeño, de unas pocas plantas, y hace esquina con la avenida principal. La fachada es de piedra beige y tiene una pequeña cúpula blanca en el tejado. Las habitaciones son pequeñas y bastante fáciles de adaptar para su sueño diurno, así que no tardan mucho en acondicionarlas para que no entre ni un solo rayo de sol.

Ahora deben prepararse para ir a cazar. Kalte ya está lista. Su estilo de ropa no suele variar, pero para esta ocasión ha escogido algo distinto. Es la primera caza de Darek, y será su primera víctima real: necesita saciar su sed de sangre por sí mismo. Así que ha dejado de lado sus típicos corsés oscuros y ha elegido un vestido más inocente, como el que llevaría una angelical adolescente en una primera cita con un chico de su clase. 

Lleva un vestido blanco de manga larga, que le llega por la mitad del muslo y deja la piel de sus piernas asomar tímidamente. La tela rasa está cubierta por encaje del mismo color, lo que le confiere un aspecto casi virginal. Sus piernas están protegidas del frío por unas medias blancas que le llegan justo por encima de las rodillas y unas botas altas de color beige. Debe recordar parecer humana, por lo que se pone una chaqueta y un bolso que combinan con el color de sus botas. Por último, se enfunda unos guantes de lana y se cubre el cuello con una bufanda. Su maquillaje es suave, con un ligero toque de rímel y brillo en sus labios. No le gusta verse así en el espejo; es la imagen de su rostro el día antes de morir. Excepto el color de su pelo, todo lo demás sigue igual. Han pasado veinte años desde entonces y, al verse así, vuelve a ser la humana estúpida a la que mataron porque no supo defenderse. Pero ahora esto es un disfraz para ella. Se saca el pelo albino, lacio y largo de la bufanda y lo deja caer como una cascada sobre sus hombros. Está lista.

Kalte sale de la habitación y ve a Darek con las manos en los bolsillos de su chaqueta, apoyado en la pared y mirando al suelo. En otras circunstancias, o incluso en otra vida, podría ser una escena romántica: un hombre esperando a su cita para pasar una noche inolvidable. Pero, aunque será una noche que jamás olvidará, no hay cabida para el romanticismo en esta vida. Va vestido con una camiseta gris oscura, con los botones del pecho desabrochados, una chaqueta de cuero negra y unos vaqueros y zapatos oscuros. Sencillo, pero cómodo. Un atuendo bastante apropiado para acechar en la oscuridad, para ser el testigo del veneno que consume a la humanidad y acabar con él. Por el cuello asoma tímidamente el cordón que siempre lleva puesto. 

Kalte cierra la puerta sin soltar el pomo. Darek levanta la cabeza y mira en la dirección del sonido. Al principio, una fugaz mirada del vampiro se posa en ella, pero enseguida vuelve a agachar la vista, como si no la hubiese reconocido. Rápidamente, la confusión aparece en su mirada y vuelve a alzar la vista. No sabe qué decir. Eso es algo que le gusta de él, que no dice nada hasta que sabe qué quiere expresar. La vampiresa permanece inmóvil de espaldas a la puerta, casi divertida ante la incertidumbre de Darek, que se acerca a ella. La mira fijamente, y se detiene a menos de un paso de la muchacha, que se ve obligada a levantar la cabeza para poder mirarlo al hablarle. Su altura le proporciona una extraña sensación de seguridad. 

—Cualquiera diría que no sabes quién soy. —Kalte rompe el silencio con sus grises ojos clavados en los verdes del moreno vampiro.

Darek está callado y alza la mano con suavidad hasta el mentón de Kalte, como si quisiera verle el rostro mejor. Cuando sus dedos entran en contacto con la piel de ella, hace ademán de apartarse. 

La maldición helada que abraza la piel de la vampiresa siempre genera ese primer acto reflejo, por lo que, sin dejar de mirarla, da un paso atrás.

—No puedo creer lo cambiada que estás. Eres una cría. 

—En sus palabras hay una mezcla de comprensión, tristeza y enfado. Hasta podría decirse que hay un dejo de preocupación.

—Lo era. Y no me compadezcas. —Kalte odia el efecto que provoca su aspecto más humano. Por eso, odia volver aparentar que tiene diecisiete años—. Tu opinión es muy humana, así que centrémonos en aparentar ser humanos, aunque no lo seamos. Si no lo haces por las buenas, y rápido, tendrá que ser por las malas —dice intentando hablar como la vampira asesina que es, pero este atuendo y la mirada de Darek le hacen sentirse incómoda.

—¿Por qué te has vestido así? ¿No íbamos a… —Darek hace una pausa estratégica y, tras mirar a todos lados con disimulo, continúa— comer?

—Sí, y voy a ayudarte a elegir un buen menú. Vamos. —Los dos vampiros se dirigen a la salida del hotel.

Cruzan la calle hacia el parque que hay frente al hotel. Es un buen lugar para cazar. Todo el mundo sabe que, de noche, un parque es el escenario perfecto para la crueldad humana. Los altos árboles ocultan los peligros de los ojos curiosos. Tan solo un incauto correría el riesgo que ellos van a asumir hoy. En el centro del parque hay una zona asfaltada con unos viejos bancos de madera desgastados por el sol.

Empieza el juego. Kalte, enfundada en guantes de lana, coge a Darek de la mano. Con el brazo libre, le agarra como una enamorada y posa su palma sobre el musculoso brazo del vampiro. Durante un instante, parece sorprendido por la forma de actuar de su Dome.

—Tan solo camina —susurra Kalte. 

Se adentran en el parque como una pareja de enamorados hasta que llegan a un lago con forma de serpiente. Hay un puente de madera con barandillas negras que lo cruza. Las farolas de estilo clásico iluminan con un cálido brillo la madera que cruje bajo sus pies. Hay dos a cada lado de la pasarela, por lo que la luz es tenue y acogedora. Es el lugar perfecto. Kalte suelta a Darek para apoyarse en la barandilla metalizada y observa el hermoso paisaje nocturno. Disfruta de las vistas, observa el camino que dibuja la silueta siniestra bajo sus pies, abrazado por los árboles. Al fondo, un solitario edificio asoma tímidamente por encima de las oscuras copas de los árboles. Bajo esta luz tenue y tenebrosa, el agua parece petróleo. Podría ser el hogar de siniestras criaturas ansiosas por arrastrar a sus víctimas hasta las profundidades del infierno. Justo lo contrario de lo que harán ellos. Esta caza será como un canto de sirena: necesitas que los marineros perdidos en el mar la oigan y después la vean para sentirse atraídos por ella cuando ya sea demasiado tarde. Darek se apoya en la barandilla, junto a Kalte, y mira el reflejo de la luna en el agua. Permanecen en silencio durante unos minutos; podrían ser cinco o podrían ser veinte. La noción del tiempo en la caza cambia por completo. Al fin, el vampiro rompe el silencio. 

—Todavía no me has dicho qué estamos haciendo… —La voz del vampiro, grave y suave a la vez, acompaña el sonido de las hojas mecidas por la brisa de la noche, el cantar de los insectos y el chapoteo de los peces en el lago.

—Tenemos que esperar un poco. Una pareja en un parque a estas horas… No es raro que pronto aparezca alguien que encaje con tu prototipo de desecho social. —Kalte sigue con las manos enguantadas sobre la barandilla. Desde hace un rato, siente que los observan. 

—Quieres que nos atraquen los tíos que están detrás de nosotros, a unos veinte metros —concluye Darek, que adivina lo que su Dome tiene en mente. 

—Mírame. Soy una joven menuda e indefensa. Pero claro, estoy acompañada por un hombre corpulento. Es cierto que nos superan en número y podrían atracarnos, pero seguramente no saldrían ilesos. La pregunta es: ¿es eso suficiente para ti? 

—El tono de la vampiresa es calmado y calculador. 

—¿Qué quieres decir con «suficiente»? —pregunta Darek, desconcertado. 

—Darek, tú estás hecho de otra pasta, pero eso no quiere decir que no puedas aprender a ser tu nuevo yo. Parece que necesitas ver la oscuridad en las personas para poder atacar, y eso es lo que voy a hacer. Te demostraré que los malos pueden ser muy malos. Y así no dudarás. La cuestión ahora es… ¿harás lo que sea necesario para alimentarte y protegerme? —Los mechones blancos brillan con más intensidad bajo la luz de la luna y adquieren tonos cálidos por la iluminación dorada de las farolas. 

—Son cuatro tíos. Pensé que podías con más que eso, o al menos es de lo que presumes. —Aunque Darek no es capaz de verlo, esa frase hace sonreír a la vampiresa, que vuelve a meterse en su papel.

—Hay poca gente en el parque y, por cómo actúas conmigo, pensarán que estamos hablando de algo serio. —Kalte se gira para mirar a su compañero y muestra una expresión de tristeza y desconcierto—. ¿Acaso estás rompiendo conmigo? —alza la voz lo justo como para que no parezca una escena ensayada y para que todos la oigan. Quiere que muerdan el anzuelo. 

La cara de Darek es un poema. El grupo de hombres, que tendrán entre veinte y treinta años, están pendientes de ellos. Es el mejor momento. Darek la mira confundido, lo que hace que a Kalte le entren unas ganas tremendas de reír. No puede creer que nunca le hayan montado una escena al corpulento expolicía. Parece un hombre modélico, pero Kalte confía en que esta noche deje de serlo. Esta noche tiene que ser un asesino.

—¡No me lo puedo creer! ¡Te lo he dado todo! ¡Te quiero! —Kalte da un paso atrás. Sabe que los «cazadores nocturnos» tendrán que pasar por el puente y se cruzarán con Darek. Eso le dará tiempo al vampiro para pensar qué hacer—. ¡Lo siento!

Darek no reacciona, está petrificado y en silencio. Mira a Kalte, estupefacto ante su cambio de actitud. Sin duda, no está cómodo, tal vez pensaba que la caza no era más que salir a morder cuellos, un juego donde pones las cartas sobre la mesa y la propia víctima se encarga de descubrirlas ante los ojos ansiosos del vampiro. Así que Kalte continúa con su actuación, pero sin derramar una sola lágrima. Cualquier exceso en la escena haría sospechar a un humano. Y llorar sangre no es fácil de explicar.