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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 479 - junio 2019

 

© 2011 Teresa Carpenter

Amar al jefe

Título original: The Boss’s Surprise Son

 

© 2011 Nicola Marsh

Una chica de época

Título original: Girl in a Vintage Dress

 

© 2011 Nina Harrington

La soñadora y el aventurero

Título original: Her Moment in the Spotlight

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2011

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiale s, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-993-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Amar al jefe

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Una chica de época

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

La soñadora y el aventurero

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

RICK Sullivan salió de su despacho a la caza de comida.

Llevaba toda la mañana reunido con sus jefes de departamento para hablar de los objetivos a cumplir a finales de año. Parecía que las ventas iban a ser mejores de lo esperado. Una buena noticia, ya que él confiaba en situar Joyas Sullivan en el mercado internacional al año siguiente para celebrar su centenario.

No era el mejor momento para que su asistente personal estuviera de baja por una operación de rodilla.

Se dio cuenta aliviado de que su nueva asistente, Savannah Jones, no estaba en su escritorio, y se acercó para darle la vuelta al reloj de arena que tenía en la esquina. Un extremo era blanco y el otro negro, y ella le había pedido que lo colocara con la parte negra hacia arriba cuando saliera del edificio. Al parecer era una pregunta apremiante cuando la gente veía que su puerta estaba abierta.

Cuando se acercó un poco más vio que, efectivamente, la señorita Jones no estaba en su escritorio, sino debajo de él. Sacudió lentamente la cabeza. Tenía dos debilidades: el chocolate y su abuela paterna. Ambos tenían el potencial de meterle en líos, pero aunque había desarrollado la disciplina para decirles que no a las galletas de chocolate, nunca había logrado negarle nada a los suplicantes ojos azules de su abuela.

Y eso explicaba que ahora estuviera viendo el trasero de su nueva asistente mientras hurgaba bajo el escritorio.

«Asistente temporal», se recordó. Su asistente habitual, la extremadamente eficaz señorita Molly Green, volvería dentro de seis meses, dos semanas y cinco días.

Por supuesto que contaba los días. Y todo era culpa de su abuela. Ella le había convencido para que contratara a la señorita Jones, una joven menuda con poca experiencia laboral y tendencia al parloteo. La abuela conocía a la familia Jones, y cuando Rick pasó por tres asistentes durante las tres primeras semanas de baja de Molly, se aprovechó de su frustración para recomendar a su amiga e insistir en que se quedara con la señorita Jones hasta el regreso de Molly.

Aunque la señorita Jones tenía la cabeza fuera de su campo de visión, no tuvo problemas en reconocer la mitad que estaba visible. La posición inclinada provocaba que la tela gris de sus pantalones se ajustara íntimamente a su voluptuoso trasero.

Sintiendo de pronto calor, Rick se quitó la chaqueta y rodeó el escritorio sin pensar para tener una mejor visión.

Las mejillas se le sonrojaron cuando se dio cuenta de lo que había hecho. Molesto consigo mismo, dijo:

–Señorita Jones, ¿qué cree que está haciendo?

Ella dio un respingo y soltó un gemido seguido del sonido de su cabeza golpeando contra la parte inferior del escritorio.

–Estoy… tratando de… –tiró de algo que no se veía, y el movimiento provocó que se le movieran las caderas de forma seductora– de conectar mi nueva grapadora eléctrica. Pero se me ha enganchado el cable.

Tiró otra vez y las caderas volvieron a moverse. Rick vio cómo un objeto voluminoso y gris se desplazaba en el escritorio.

¿De verdad se merecía aquello? No esperaba que su asistente le sirviera. Él se preparaba su propio café, se ocupaba de la tintorería y de sus asuntos personales. ¿Era mucho pedir contar con una persona eficaz y competente?

Para ser sincero, lo cierto era que en las cuatro semanas que la señorita Jones llevaba allí había demostrado que comprendía sus instrucciones y que era capaz de hacer el trabajo, lo que no se podía decir de las incompetentes que había tenido durante las primeras tres semanas. Pero sus métodos estaban por todos lados, igual que el contoneo de sus caderas.

–Señorita Jones, podría haber llamado a alguien de mantenimiento para que hiciera esto por usted –le sugirió con impaciencia.

–No voy a llamar a mantenimiento para que enchufen un aparato. El cable es un poco corto, eso es todo. Terminaré en un momento. ¿Necesita usted algo?

Contoneo, inclinación, contoneo.

Rick gimió cuando el calor se apoderó de él una vez más, y estuvo a punto de quedarse sin respiración.

¿Que si necesitaba algo? ¿Estaba de broma? Tenía suerte de recordar su propio nombre en aquel momento. Debería marcharse de allí y poner fin al tormento. Y sin embargo, todo en él le negaba la opción de dejarla vulnerable ante la aparición de otro hombre. Miró a su alrededor para asegurarse de que no hubiera ningún macho cerca. Estaban solos. Era al mismo tiempo una bendición y una maldición.

–Señorita Jones, insisto en que salga ahora mismo de ahí debajo –le espetó.

–Ya casi lo tengo, pero se ha enganchado. ¿Puede tirar del cable desde allí? –le preguntó.

Cualquier cosa con tal de ponerle fin a aquella escena. Se colocó detrás del escritorio y se inclinó para empujar la grapadora eléctrica hacia la apertura por donde salían los cables. Por desgracia, el agujero estaba lleno y el cable se retorcía en lugar de caer.

Rick vaciló Tenía que meterse entre sus piernas para conseguir la palanca que necesitaba y en cierto modo eso le parecía demasiado íntimo.

–¿Rick?

–Un momento, por favor. Tiene demasiados cables aquí –colocó cuidadosamente el pie en la estrecha apertura de las espinillas de Savannah y se inclinó sobre ella para llegar al lío de cables. Tiró del obstinado cable y cambió de peso, rozando con la rodilla el suave cojín de su trasero.

–¡Ajá! –exclamó ella.

Rick estuvo a punto de dar un salto en su precipitación por volver a colocarse en una posición segura.

–Ya está –dijo Savannah con tono triunfal.

Él mantuvo la mirada fija en el salvapantallas, una foto de ella con su hermano y su hermana, mientras Savannah se incorporaba y se sacudía las manos.

–Gracias por la ayuda –sus ojos verdes sonreían mientras se pasaba la mano por la longitud de su cola de caballo color caoba para comprobar que estuviera suave–. ¿Qué puedo hacer por usted?

A Rick se le quedó la mente en blanco. ¿Por qué se había detenido al lado de su escritorio?

–Puede salir de debajo de la mesa. Tenemos un equipo de mantenimiento para algo. La próxima vez, llámelos –le ordenó.

Y girándose sobre sus talones, regresó a su despacho.

El estómago le rugió cuando se sentó tras su escritorio, recordándole cuál había sido su misión original. Pero prefería pasar hambre que volver a salir por aquella puerta.

 

 

Savannah Jones curvó los labios en una sonrisa perpleja al ver a su jefe desaparecer en su despacho. ¿Qué había pasado? Ni siquiera le había dicho qué quería.

Y por primera vez, la mirada de sus penetrantes ojos azules le provocó un escalofrío en la espina dorsal. Se lo sacudió de encima y se sentó.

La altitud altanera de su jefe no era nada nuevo. Ni tampoco su mal humor. Pero su agitación y el hecho de que no hubiera podido sostenerle la mirada, sí.

Parecía casi como si le hubiera puesto nervioso. Y eso era muy interesante.

Con sus casi dos metros de altura, el cabello espeso y oscuro, los hombros anchos, la cadera estrecha y sus penetrantes ojos azules, Rick Sullivan era un sueño hecho realidad. Y Savannah estaba loca por aquel sueño.

Un momento, ¿en qué estaba pensando? Nada de todo aquello era propio del lugar de trabajo. Le encantaba su nuevo trabajo, el reto, la diversidad, la responsabilidad. Asistente ejecutiva del presidente de Joyas Sullivan, una cadena de joyerías perteneciente a una única familia, era más de lo que podía haber soñado. Sobre todo teniendo en cuenta su variado historial de trabajos, desde camarera a repartidora de flores.

Ahora estaba decidida a hacer un gran trabajo. Se lo debía a los Sullivan, sobre todo a la abuela de Rick, y no sólo por aquella oportunidad, sino también por todo lo que habían hecho por su hermana. La familia Sullivan donaba dos becas anuales de cinco mil dólares para que estudiantes de Paradise Pines que quisieran ir a la universidad, renovables cada año si los estudiantes sacaban buenas notas.

La hermana de Savannah, Claudia, se había beneficiado de su generosidad durante los últimos cuatro años. Se había graduado este año con honores.

Savannah no había ido a la universidad, y tenía veintimuchos años cuando consiguió su primer trabajo. Había pasado sus años de instituto cuidando de su madre. Tenía diecisiete años cuando el cáncer terminó llevándosela, y su padre se había refugiado por completo en el trabajo, dejando que Savannah se encargara del cuidado de sus hermanos.

Así que se había dedicado a ellos, pero ahora Daniel era policía en La Mesa, estaba casado y tenía una hija, y Claudia estaba a punto de graduarse en la universidad. Había llegado el momento de que Savannah pensara en su propio futuro profesional. Estaba cansada de ir de trabajo en trabajo. Tal vez esto no fuera la enseñanza, lo que había soñado con hacer tiempo atrás, pero era un buen trabajo y no pensaba estropearlo.

Aunque Rick no tuviera aversión a vivir una aventura en el lugar de trabajo, y había dejado claro que así era, ella sentía aversión hacia los adictos al trabajo. Ya había pasado por eso.

Nunca más.

Rick trabajaba y trabajaba sin parar. Era un experto en ignorar las relaciones personales en el trabajo, hasta el punto de que era considerado un auténtico antisocial entre sus empleados.

No era muy hablador, y que Dios la ayudara, ella se sentía impelida a llenar ese vacío. Así que mientras él leía informes y cartas, Savannah le contaba todos los cotilleos de la oficina. Nada dañino, sólo cumpleaños, eventos familiares y cosas así.

Seguramente ni siquiera la escuchaba, aunque de vez en cuando alzaba un dedo para pedirle silencio.

Al tomar asiento, Savannah se dio cuenta de que había colocado el reloj de arena por la parte negra, lo que significaba que había salido de la oficina. Llevaba todo el día reunido con sus directores, así que seguramente había salido a comer algo.

Entonces, ¿por qué había vuelto a su despacho?

¿Tal vez porque ella le había puesto nervioso?

Con una sonrisa, levantó el teléfono para encargar un sándwich para él en la cafetería de abajo. Tal vez no tuvieran futuro juntos, pero se sentía bien al haber conseguido que un hombre tan sexy y voluntarioso como Rick Sullivan se retirara agitado. Su autoestima agradecía el empujoncito.

Tras hacer el pedido, sacó un espejito y se volvió a pintar los labios. Se sentía de pronto muy femenina. Había pasado demasiados años en casa sin preocuparse de su aspecto.

Cuando llegó el sándwich, llamó a la puerta de Rick, que le hizo un gesto con el dedo para que entrara. La miró con desconfianza cuando ella cruzó la estancia. Picada por su reacción, le dedicó una amplia sonrisa mientras dejaba la bolsa sobre su escritorio.

–Pensé que tendrías hambre.

–Gracias –murmuró él entornando los ojos.

–De nada –contestó Savannah con alegría.

Se dio la vuelta para marcharse, y como una chica tenía que divertirse cuando podía, se fue contoneando ligeramente las caderas.

 

 

A la mañana siguiente, Savannah entró en la sala de conferencia para su primera reunión de ventas del mes cargando con dos cajas, una taza de café, la libreta y una pila de copias.

Por supuesto, Rick ya estaba sentado en la cabecera de la mesa. La miró con enojo mientras ella dejaba su carga sobre la mesa.

–Llega usted tarde, señorita Jones. ¿Qué es todo esto?

–Copias de los informes que pidió, rosquillas y unos cuantos bollos de salvado para estimular el cerebro –Savannah abrió las cajas–. Espero que esté bien. Ha olvidado decirme si prefería bollos o rosquillas para la reunión.

–No he olvidado nada –la corrigió Rick–. Esto es una reunión de trabajo, no una reunión social.

–Oh –Savannah parpadeó.

¿Nada de comida en las reuniones matinales? Aquel hombre era un ogro. Al parecer no conseguía hacer nunca nada para complacerle.

–Siempre me ha parecido una muestra de agradecimiento a los empleados –dejó la caja en medio de la mesa–. Hoy voy a darme este gusto.

Rick torció el gesto al escuchar aquello.

Savannah, que había aprendido mientras cuidaba de su madre a no permitir que nadie acabara con su buen humor, abrió la segunda caja y sacó servilletas y platos que colocó por la mesa. Y luego le acercó la caja a él, porque tal vez fuera muy rígido, pero quería impresionarle y conseguir un puesto permanente en su empresa.

–¿Quiere uno? –esperaba que se negara, pero le sorprendió al tomar una rosquilla de chocolate y colocarla sobre el plato que le ofrecía.

–Gracias.

–¡Rosquillas! Esto ya es otra cosa –Rett Sullivan, hermano gemelo de Rick y copropietario de Joyas Sullivan junto a sus cuatro hermanos, cruzó por la puerta y agarró un bollo de limón antes de tomar asiento al lado de Rick–. Tendrías que haber hecho esto hace años.

–Puedes agradecérselo a la señorita Jones –dijo Rick.

–Señorita Jones –Rett brindó con su taza de café–. No sólo es guapa, sino también inteligente y generosa. Más tarde le daré las gracias adecuadamente.

–Estoy seguro de que ha captado el mensaje –señaló Rick con el claro propósito de hacer desistir a su gemelo.

En respuesta, Rett le guiñó un ojo a Savannah.

Eran gemelos idénticos, por lo que ambos hombres tenían la misma altura, el mismo tipo de cuerpo y los mismos tonos. Pero Rett era más delgado y llevaba el pelo más largo. Como vicepresidente de Diseño y Compras, Rett no llevaba traje como su hermano, sino que se vestía con pantalones elegantes y camisas de colores alegres y telas ricas. Era una persona encantadora y coqueta. Se habían hecho amigos cuando Savannah le pidió que le ayudara a trabajar con piedras preciosas para diseñar un regalo de graduación para su hermana.

Rick torció el gesto mirando hacia ella, y Savannah se apresuró a repartir las copias que había hecho. Él comenzó con la reunión y fue de asunto en asunto, animando a todos los que estaban en la mesa a intervenir. Savannah iba tomando notas de todo.

Cuando la reunión acabó, la sala se vació rápidamente y sólo quedaron Rick y ella. Savannah empezó a limpiar los restos.

–Señorita Jones –esperó a que ella le mirara a los ojos–. ¿Qué está ocurriendo entre Rett y usted?

Savannah gimió por dentro. Estupendo. Debido a los juguetones comentarios de Rett, ahora su hermano se había hecho una impresión equivocada sobre ellos. Podía contarle lo de las clases, no era ningún secreto, Pero no estaba muy segura de que Rick lo aprobara, o tal vez creyera que tenía algo con su hermano. Evitando su mirada, siguió recogiendo.

–Lo que le estoy preguntando es si le está viendo –insistió él cruzándose de brazos.

–Le veo todos los días –Savannah sonrió y se hizo la confundida.

¿Debía contárselo? Después de todo, no se trataba de un romance de oficina, como él se temía. Pero no, era mejor no abrir la lata de gusanos. Las clases eran importantes para ella, y no quería liar las cosas.

¿Y si quería ver su trabajo como prueba? Con dos semanas de clase, estaba encantada de lo bien que le iba, pero todavía era inexperta y no estaba lista para mostrarle al público sus esfuerzos.

Y menos a un joyero profesional.

–Parecía como si esperara verla más tarde. Como si tuvieran una cita –afirmó Rick.

–Cielos, no. Es que Rett es así –aseguró ella haciendo un gesto con la mano para quitarle importancia al asunto.

No era una negación directa, un hecho que a Rick no se le pasó por alto.

–Es un poco coqueto, ya sabe –le confesó como si estuviera compartiendo con él un secreto.

Entonces siguió sonriendo y esperó a que él hiciera algún movimiento.

Y esperó. Rick permaneció de pie con las manos en los bolsillos, mirándola fijamente.

–O tal vez lo he malinterpretado –aseguró Savannah con candidez–. ¿Quiere que vaya a buscarle y se lo pregunte?

–No, yo… –Rick consultó su reloj–. No importa. ¿Puede pasar por el departamento de asesoría jurídica cuando vuelva a su escritorio? Quiero saber si hemos recibido los contratos firmados de Emerson para el acuerdo internacional. Tendríamos que haberlos recibido ya.

–Por supuesto –Savannah recogió los últimos restos de basura, satisfecha de haber evitado la confrontación. Por el momento. Rick terminaría averiguándolo a la larga. Pero ella confiaba ser indispensable para entonces.

Sus clases eran importantes para ella. Pero en privado. Durante años, las clases a las que acudía en horario nocturno y en Internet habían sido su única libertad, su intento de librarse del exceso de responsabilidad que tenía en casa.

Seguía tomando cursos que le interesaban o le ayudaban en su carrera. Pero no hablaba mucho de ello. En cierto modo le parecían demasiado importantes como para compartirlas.

Nadie podría robarle la dicha que le proporcionaban sus clases si no sabían nada de ellas.

Rick se dio la vuelta para marcharse, pero se detuvo.

–Lo de las rosquillas ha sido una idea simpática. Asegúrese de que le reembolsen el importe.

Savannah le vio marcharse. Al final resultaba que no era tan estirado.

 

 

Pensando que necesitaba un descanso aquella tarde a última hora, Rick se pasó por el taller de Rett para preguntarle si quería ir a montar en kayak.

–Suena muy bien –Rett no levantó la cabeza de la joya en la que estaba trabajando–. Pero tengo la visita de un cliente dentro de veinte minutos. ¿Puedes esperar una hora?

–No. Sólo tengo una hora. Voy a ir yo solo. Necesito liberarme de la tensión –dijo Rick.

–De acuerdo, hablaremos a lo largo de la semana. Llámame cuando vuelvas para que no envíe a los guardacostas a buscarte –replicó Rett.

 

 

Mientras subía a su kayak y comenzaba a remar contra las olas, Rick se dio cuenta de que realmente necesitaba aire fresco y ejercicio. Adentrarse en el mar y utilizar la mente y los músculos para luchar contra los elementos le proporcionaba una sensación de libertad que no obtenía en ningún otro sitio.

Desgraciadamente, el rítmico alzamiento, hundimiento y movimiento de la pala, primero a un lado y luego al otro, dejaron espacio para que los pensamientos de Savannah invadieran su mente. Maldición. Pensaba en ella con demasiada frecuencia cuando debería estar concentrado en el trabajo.

La idea de que pasara tiempo a solas con Rett le molestaba. Y no sólo por su política empresarial, que estaba en contra de las relaciones en el trabajo. Rett seguía sus propias normas en ese sentido y era mucho menos estricto en la forma de interactuar con sus compañeras.

Pero Savannah era de Rick. No de un modo romántico, claro, pero se dio cuenta de que no quería compartirla con nadie.

Hundió la pala más profundamente en el mar, provocando salpicaduras de agua a ambos lados de la embarcación.

De acuerdo, se había fijado en sus suaves curvas y en sus estupendas piernas. Por supuesto que se había fijado, después de todo era un hombre. Pero no tenía por qué fijarse. Era su asistente administrativa, no su novia.

Sus inadecuados pensamientos le servían como recordatorio de por qué no mezclaba nunca los negocios con el placer. Era una mala idea. Sólo podía traer problemas, y para él no tenía futuro.

Le quemaban los músculos y le gustaba sentir el aire frío y salado sobre la frente sudada.

El matrimonio no era para él. Según su experiencia, el amor siempre iba seguido de dolor. Era mejor tener relaciones superficiales y poner toda su energía en el trabajo.

En cuanto a Savannah, le gustaría que se fuera, no que anduviera por ahí con Rett.

Dándole la vuelta al kayak, Rick apartó de su cabeza los pensamientos sobre el cuerpo de Savannah, las relaciones y el matrimonio y se dirigió hacia la orilla. Tenía un negocio que atender.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

RICK había salido a comer la tarde siguiente cuando una guapa pelirroja que llevaba un carrito de bebé se detuvo al lado del escritorio de Savannah.

–Hola, soy la cuñada de Rick, Jesse –se presentó la mujer–. La mujer de su hermano Brock. ¿Está Rick aquí?

–No, lo siento. Soy su nueva asistente, Savannah. ¿En qué puedo ayudarla? –se ofreció.

–Hola, Savannah –la mujer le tendió la mano con una sonrisa auténtica–. La abuela habla maravillas de ti. Mencionó que estabas trabajando con Rick.

–La señora Sullivan es un encanto –aseguró Savannah–. Agradezco que me haya dado la oportunidad de trabajar con Rick.

Se escuchó un llanto en el carrito, y Jesse sonrió a Savannah antes de atender al bebé. Cuando le hubo calmado, volvió a alzar la vista.

–Tengo una cita con Rett para hablar del regalo que vamos a hacerle a la abuela por su ochenta y cinco cumpleaños. Los chicos están organizando una gran fiesta sorpresa, y quieren que el regalo sea algo espectacular.

–Eso le encantará. ¿Cuándo es su cumpleaños? Me gustaría regalarle también algún detalle para demostrarle mi agradecimiento.

–Oh, todavía faltan algunos meses –Jesse puso los ojos en blanco–. Lo sé, soy demasiada previsora, pero me gusta organizarme. Y queremos un regalo realmente espectacular, así que es justo que le demos a Rett tiempo suficiente para trabajar. Pero Troy se ha despertado y quiere atención. Confiaba en que Rick se quedara con él unos minutos mientras hablo con Rett.

–Oh, bueno… –cuidar de un bebé, aunque fuera su propio sobrino, no parecía propio de Rick, pero Jesse debía conocer a su cuñado mejor que ella–. ¿Cuánto tiempo espera tardar?

–Sólo unos veinte minutos. Es lo único que puede dedicarme Rett hoy, pero queríamos ponernos manos a la obra y al menos hablar de lo que queremos hacer –se inclinó sobre el carrito cuando sonó otro llanto–. No importa, sé que a Rett no le molestará. Le encantan los niños. Sencillamente, no avanzaremos tanto como pensábamos.

Savannah miró el reloj de arena: la mayoría de la arena ya había caído en la mitad de abajo. Rick no solía tomarse una hora entera para comer.

–Debe de estar a punto de regresar. Si quiere, puedo quedarme con Troy hasta que Rick regrese.

–¿De verdad? Eso es muy amable por su parte –el alivio iluminó las facciones de Jesse–. Acaba de comer y le he cambiado el pañal, así que no debería dar ningún problema –dejó el carrito al lado del escritorio de Savannah–. Muchas gracias.

–No hay de qué. ¿Cuánto tiempo tiene? –preguntó Savannah.

–Cinco meses –Jesse le tendió la bolsa de los pañales de Troy–. Tardaré lo menos posible –aseguró despidiéndose con la mano y saliendo de allí a toda prisa.

–Aquí estaremos, ¿verdad, cariño? –Savannah le habló al niño sonriendo con dulzura.

Caía bien a los niños. Tras unos instantes, sacó al bebé del carrito. Lo acunó y se lo puso en el regazo, balanceándole suavemente mientras volvía a centrarse en los números.

Eso sirvió durante diez segundos. Los deditos de Troy arrugaron el papel. Ella se lo quitó y el niño le tiró la pluma al suelo. Rescatándola también, le giró y le sentó en el escritorio mirando hacia ella.

–Eres un niño muy inquieto. ¿Estás intentando ser como tu tío Rick y trabajar, trabajar y trabajar?

Troy le sonrió y luego soltó un eructo.

–Oh, cariño –Savannah buscó en la bolsa y sacó un babero para limpiarle–. Eso está mejor, pero veamos si podemos limpiarte esto con agua.

Se subió a Troy al hombro antes de dejar la bolsa de los pañales en el carrito y llevar ambas cosas al despacho de Rick. Tenía un cuarto de baño privado. Dejó el carrito y entró con Troy en el baño para limpiarle.

 

 

Rick entró en su despacho después del almuerzo y se quedó paralizado nada más cruzar la puerta. Había un carrito de niño junto a su escritorio. Frunció el ceño y miró hacia el escritorio de Savannah. Estaba vacío.

¿Qué estaba sucediendo? Se acercó a su propio escritorio, pero el carro también estaba vacío.

¿En qué estaría metida Savannah ahora? Cuidando niños, sin duda. Ya tenía fama de ser un blanco fácil. Bien, él le pondría fin a eso. Su paciencia tenía un límite. Y los bebés estaban en lo alto de esa lista. Le resultaban complicados. Había que tomarlos en brazos, acunarlos de un modo específico, asegurarse de que no tocaran las cosas. Alimentarles, cambiarles, sacarles el aire. Sí, eran sin duda complicados. El llanto de un bebé le provocó tensión en la espina dorsal. No se podía ignorar aquel gemido de descontento. Un instante más tarde, Savannah salió de su cuarto de baño con un bebé en brazos.

–Así que aquí hay un bebé –dijo mirándola a ella y luego al niño, dispuesto a soltarle una reprimenda. Pero entonces descubrió que el bebé le resultaba familiar–. ¿Es de alguno de mis hermanos?

–Sí, es su sobrino Troy –Savannah acunó suavemente al pequeño–. ¿Cree que es demasiado joven con cinco meses para trabajar de becario?

–Oh, sí, pondremos en nómina a una niñera –Rick abrió el cajón superior de su escritorio y metió la cartera dentro–. ¿Dónde están Brock y Jesse?

–Jesse está abajo con Rett revisando los primeros bocetos para el regalo de cumpleaños de su abuela –cambió al bebé de posición–. ¿Quiere tomarlo en brazos?

–No –Rick dio un involuntario paso atrás.

Savannah alzó las cejas ante su reacción.

–¿No? Con una familia tan numerosa, pensé que estaría acostumbrado a los niños.

–Sí, bueno, los niños no son lo mío.

–¿De verdad? –su repuesta sorprendió a Savannah–. ¿Cómo puede resistirse a un encanto así? Es adorable. Y es muy fácil relacionarse con los bebés. Lo único que hay que hacer es sonreír y hacerles monerías.

Para demostrárselo, le sonrió al bebé de cinco meses. Troy le devolvió la sonrisa.

–¿Lo ve? –alzó la vista hacia Rick.

–Mantenga la compostura, señorita Jones. Yo nunca hago monerías –aseguró él con firmeza.

–Vaya, es una lástima –el bebé se revolvió entre sus brazos. Se sentía mal por Rick, por que su fría reserva le impidiera encontrar alegría en su sobrino–. Tal vez debería intentarlo alguna vez. Los bebés quieren de una forma incondicional.

Rick alzó una de sus oscuras cejas, recordándole en silencio que estaba hablando con el jefe.

–De acuerdo, ¿en qué estaría pensando? –Savannah dio un paso hacia atrás. Tenía que salir de allí antes de decir algo de lo que se pudiera arrepentir. Sabía que hablaba demasiado. Su hermana Claudia decía que eso era la mayor debilidad de Savannah y también su mayor fuerza; tenía tendencia a hablar demasiado, pero también tenía la capacidad de hacer que la gente se sintiera cómoda.

Entonces sonó el teléfono, y Savannah vio la oportunidad de que Rick pudiera conectar con su sobrino. Si le sujetaba en brazos, quedaría vencido por la dulzura del bebé.

–Tengo que contestar. Tome, sujete a Troy un instante –dejó al niño en brazos de Rick y descolgó el teléfono, vigilándoles por el rabillo del ojo mientras hablaba.

Rick la fulminó con la mirada. Aunque parecía indeciso, apoyó instintivamente a Troy contra su hombro como si estuviera sosteniendo una frágil pieza de cristal en lugar de a un niño de carne y hueso.

¿Por qué los hombres parecían tan sexys cuando sostenían a un bebé en brazos?

Por supuesto, Rick siempre estaba sexy. Durante su primera semana de trabajo, Savannah había tenido que hacer un esfuerzo para mantener la mirada apartada del jefe. Le costó trabajo, pero quería conservar el empleo, y su ambición le ayudó a mantener sus hormonas a raya. Eso y los hábitos de adicto al trabajo de Rick y su actitud taciturna.

Pero ahora nada de todo aquello parecía importar. Tenía un aspecto vulnerable, fuerte y a la vez delicado, con el bebé en brazos.

Para no tentar a la suerte, Savannah concluyó la llamada.

–Lo siento –dio un paso hacia Rick–. Volveré a tomarle en brazos… ¡Oh, Dios!

Troy vomitó por toda su parte delantera. Y por la de Rick.

–Mier… –Rick soltó una palabrota.

Sus reflejos para apartar al bebé no habían sido lo suficientemente rápidos para librarse de la desagradable descarga, que le había manchado también los brillantes mocasines negros.

Troy hizo un puchero y Savannah agarró el trapo húmedo de su asiento y se apresuró a limpiarle antes de que empezara a llorar.

–No pasa nada, cariño.

Cuando hubo limpiado al bebé, se giró hacia Rick y le pasó el trapo por la camisa blanca. Cuando le hubo quitado la mayor parte de la suciedad, alzó la vista y se encontró con sus ojos azules, que estaban mucho más cerca de lo que ella había esperado y la miraban con una mezcla de irritación y recelo.

–Lo siento, esto es lo máximo que puedo hacer –murmuró Savannah con una voz más ronca de lo habitual.

–Gracias –contestó él con voz pausada sosteniéndole la mirada–. Creo que debería quedarse usted con él hasta que regrese Jesse.

–Por supuesto –Savannah dio un paso adelante y estuvo a punto de tropezarse por los nervios. Se escuchó un «ring» a través de la puerta abierta y se detuvo–. Oh, es el teléfono de mi escritorio.

–Deje que se vaya al buzón de voz –le ordenó Rick–. Necesito que se encargue de Troy mientras me cambio de camisa –sin esperar respuesta, le pasó al bebé.

El teléfono del escritorio de Savannah paró y empezó a sonar el de Rick.

Mientras descolgaba, empezó a desabrocharse el botón superior. Se las arregló para contestar la llamada y al mismo tiempo sacarse la camisa por la cinturilla.

Savannah tragó saliva, tentada por la visión de su piel bronceada y sus duros músculos. Un torso fuerte que soportaba unos anchos hombros y que luego se estrechaba en las caderas.

–Savannah –su nombre sonó como un zumbido en sus oídos mientras le ponía el teléfono en la mano–. Toma nota de los detalles de esta llamada de larga distancia por mí. Volveré enseguida.

–Por supuesto –Savannah vio cómo su fuerte espalda desaparecía en el baño privado antes de centrarse en su tarea. Haciendo malabarismos con el bebé y con el teléfono, apuntó la información del responsable de la sucursal de San Francisco.

Cuando Rick regresó unos minutos más tarde aseado y retocado, ella le puso la hoja con las notas en la mano y se dirigió hacia la puerta con Troy en brazos.

–Iré a buscar a Jesse –dijo escapándose.

Al llegar a la puerta miró hacia atrás de reojo. Rick estaba sentado detrás de su escritorio. Una vez más trabajando, una vez más controlando.

Aquella visión provocó en ella un anhelo que no fue capaz de explicar. Y que no podía permitirse.

Le encantaba su nuevo trabajo; suponía un reto para ella. Y aprendía mucho. Pero de pronto estaba deseando que Rick emprendiera su inminente viaje a Europa. Menos mal que había cerrado aquel acuerdo internacional. Tener un continente entero y un océano separándoles le parecía una magnífica idea.

 

 

 

Troy le sonrió a Rick por encima del hombro de Savannah como si estuviera encantado de tenerla para él sólo. Rick no pudo evitar sonreír. El niño era un Sullivan auténtico.

Pero Savannah era otra cuestión. Rick nunca hubiera imaginado que la indomable señorita Jones fuera tan escurridiza.

No entendía por qué le resultaba tan fascinante su veloz retirada. Tal vez sólo le gustara verla sonrojada. Se lo merecía después de haberle colocado al niño y haberse quedado tan cerca que el dulce aroma de su pelo llegó hasta él a pesar del hedor del vómito del bebé.

La impresión de ver aquellos flecos dorados brillando en sus ojos verdes provocó en su interior una respuesta física a la que no tenía intención de responder.

Lo último que Rick necesitaba era tener pensamientos lascivos sobre su asistente.

Era mejor estar molesto que excitado.

Lo mejor que podría pasar sería que Savannah dejara el trabajo. Meditó sobre aquella idea. Veía dos problemas en aquella opción. La abuela le echaría la culpa a él. Y no sería tan fácil librarse de Savannah. Parecía que el trabajo le gustaba.

Tal vez hablara demasiado, pero no pegaba un respingo si él decía alguna palabra cortante, como habían hecho las anteriores asistentes temporales. Y no protestaba si tenía muchas horas de trabajo a menos que coincidieran con algún evento familiar.

Rick entendía las obligaciones familiares. Eran seis hermanos, y les gustaba reunirse con frecuencia. Él participaba por su abuela y porque era lo que se esperaba de él, pero con frecuencia se sentía aislado aunque estuviera rodeado de gente. Le sucedía desde que era un niño.

Quería a sus hermanos, pero le resultaba difícil compartir sus cosas con ellos, excepto con Rett, por supuesto. Sobre todo tras la ruptura de su compromiso en la universidad.

Perder a la gente resultaba doloroso. En su opinión, la soledad era un precio muy pequeño a pagar a cambio de tener paz.

–Eh, Rick –Jesse entró con su hijo en brazos–. Os agradezco a Savannah y ti que os hayáis ocupado de Troy. A Rett y a mí se nos han ocurrido unas ideas buenísimas para la abuela.

–Me alegro –intercambiaron unas cuantas palabras de cortesía mientras ella sujetaba a Troy al carrito.

–Siento tener que irme así de rápido, pero tengo que recoger a Allie en la guardería –explicó Jesse.

–No te preocupes. Te acompaño –Rick fue con ella hasta el ascensor que había al otro lado del pasillo–. Ya nos veremos.

–Oh, casi se me olvida –Jesse impidió que las puertas se cerraran–. ¿Sabes qué día nació tu abuelo? Necesitamos saber cuál es su piedra para el regalo de la abuela.

Rick frunció el ceño mientras rebuscaba en su mente.

–No. Sé que es en verano, pero no recuerdo cuándo.

–Yo lo tengo –dijo Savannah, y Rick se giró hacia ella sorprendido–. Está en el informe de Molly. Hay biografías de todos los presidentes anteriores, incluidas las fechas de nacimiento y de fallecimiento –sus dedos se deslizaron por las teclas del ordenador mientras hablaba–. Charles Sullivan nació el veintitrés de julio. ¿Necesitáis el año?

–No. Esto es maravilloso –Jesse sonrió–. Me has salvado. Creí que iba a tener que interrogar a la abuela sin que sospechara nada de la fiesta. ¿Puedes decírselo a Rett?

–Claro. Se lo enviaré por correo electrónico.

–Gracias. Y gracias otra vez por cuidar de Troy –las puertas del ascensor se cerraron.

Un bendito silencio descendió sobre el despacho.

Rick suspiró y cuando miró a Savannah a los ojos descubrió un brillo de comprensión en ellos.

–Sí –dijo ella volviendo a fijarse en los papeles que tenía delante–. Te encanta verles. Y te encanta ver cómo se van.

Había dado en el blanco.

Le producía una sensación extraña que hubiera sabido leer en su interior. Le sorprendía que alguien se esforzara con él. La gente tenía tendencia a evitarle en lugar de interactuar con él. Generalmente aquello le convenía, pero aquel momento de conexión le produjo una curiosa sensación de bienestar. Se giró hacia su despacho y se frotó el pecho con aire ausente.

Seguía pensando que hablaba demasiado.

 

 

La tarde siguiente, el timbre del teléfono hizo que Savannah se acercara a toda prisa a su escritorio tras llegar de comer. Esperaba que fuera una llamada de trabajo, pero le sorprendió encontrar a su hermana Claudia al otro lado.

Estaba entusiasmada.

–Oh, Dios mío, Savannah, te quiero. Quiero a la señora Sullivan. Quiero a Rick Sullivan. Quiero a todos los Sullivan.

–Espera, cálmate –todavía conteniendo la respiración, Savannah trató de entender lo que decía su hermana–. ¿De qué estás hablando? ¿Qué ha hecho Rick?

–Me acabo de enterar de que, como voy a regresar a Paradise Pines después de graduarme, van a darme una beca extra para ayudarme a instalarme mientras empiezo con mi nuevo trabajo. Eso significa que…

–Espera un momento –Savannah se sentó y dejó el bolso en el escritorio–. ¿Me estás diciendo que los Sullivan te han dado más dinero?

–Sí, Savannah, Podré tener mi propio apartamento y un nuevo ordenador. Y un nuevo vestuario. Tengo que darles las gracias a todos los Sullivan. La señora Sullivan no responde al teléfono, así que pensé en agradecérselo a Rick. ¿Está ahí?

–No lo entiendo –Savannah estaba confusa–. ¿Estás diciendo que aunque hayas terminado la universidad te van a dar otros cinco mil?

–¡Sí! –la emoción de Claudia adquirió proporciones gigantescas–. ¡Es increíble! ¿Te lo puedes creer?

Sí, Savannah podría creerlo cuando se le pasara el asombro. Una de las cosas que más admiraba de los Sullivan, incluido Rick, era su generosidad.

–Te lo mereces. Has trabajado muy duro estos últimos cuatro años –le dijo a Claudia.

–Estoy abrumada. Gracias.

–No me des las gracias a mí, dáselas a Rick –justo cuando pensaba que sólo se dedicaba al trabajo, Rick hacía aquello. Algo considerado y bonito que mostraba al hombre tan decente que era. Y sabía que era cosa suya porque la señora Sullivan le había dicho que él era quien decía la última palabra sobre las becas.

–Te doy las gracias a ti. Siempre has estado ahí para mí. Y por supuesto, también quiero agradecérselo a Rick. ¿Está ahí?

Savannah alzó la vista hacia su puerta cerrada.

–Está en una videoconferencia. Pero le diré que has llamado.

–De acuerdo. Sé que estás ocupada, así que no te entretendré más. Prométeme que le darás a Rick un gran beso de mi parte. Te quiero mucho. Adiós.

–¡Claudia! –protestó Savannah.

Pero su hermana colgó, dejándola con la imagen de Savannah dándole un beso a Rick. Una imagen que no necesitaba. Tras el incidente con Troy el día anterior le resultaba demasiado fácil imaginar cómo sabría, cómo se sentiría su piel contra la suya.

Nunca había conocido a un hombre como él, tan físicamente en forma, tan recio en su actitud. Era tan masculino que hacía que los hombres con los que había salido parecieran niños en comparación. Aunque tampoco había habido tantos. Durante sus años de instituto había estado cuidando a su madre en lugar de coqueteando.

Nunca recuperó aquellos años de experimentación. Y desde entonces iba un paso por detrás en el juego del amor.

Por desgracia, Rick le hacía lamentar lo que había perdido.

 

 

Unos segundos después de que hubiera finalizado la videoconferencia, escuchó cómo llamaban a su puerta. Alzó la vista cuando Savannah asomó la cabeza.

–Bien, ya está libre –dijo entrando en su despacho.

Su falda ajustada le marcaba el contorno de las piernas cuando se acercó a la silla que ocupaba normalmente frente a su escritorio.

Pero no se detuvo allí. Siguió avanzando y rodeó el escritorio.

Al ver la decidida mirada de sus ojos, Rick se puso de pie. Cuando se inclinó hacia él, se apartó. Pero ella siguió avanzando y se puso de puntillas para rozarle la mejilla con los labios. En lugar de alejarse, se inclinó sobre ella para aspirar su aroma a madreselva.

–Esto es de parte de Claudia –dijo ella intentando ahora evitar su mirada cuando volvió a ponerse de puntillas para rozarle la otra mejilla con los labios–. Y éste es de mi parte.

Rick apretó los puños para evitar acercarse más.

–Los Sullivan habéis sido increíblemente buenos con ella. Está encantada con la beca extra que va a recibir por volver a Paradise Pines.

Ah. Rick resistió la urgencia de revolverse incómodo cuando volvió a tomar asiento.

–Las becas son cosas de mi abuela.

–Y ella me dijo que tú siempre participas en la decisión final –aseguró Savannah.

Le habían pillado. Rick se encogió de hombros.

–Paradise Pines necesita jóvenes profesionales. Sólo hacemos lo que es bueno para la comunidad.

–Claudia será maravillosa para la comunidad y habría regresado a Paradise sin ese incentivo, pero gracias –vaciló, como si estuviera pensando en decir algo más.

O en volver a besarle. Pero se limitó a asentir y se dio la vuelta para volver a su escritorio.

Ese día estaba calmada, contenida, no había rastro de la nerviosa mujer del día anterior.

Perfecto. La frialdad y la distancia eran algo bueno. Él también debería mostrar un poco de indiferencia. Al observar sus largas piernas saliendo a toda prisa de allí, tuvo que hacer un esfuerzo para contener su deseo de soltarse la corbata. El aire de la habitación se sentía de pronto excesivamente cálido.

Debería estar satisfecho de que hubieran vuelto a la actitud profesional, pero por alguna razón no lo estaba.

–Savannah.

–¿Sí? –ella se detuvo en la puerta para mirarle con ojos cautelosos.

De acuerdo. No había razón para avergonzar a ambos. Lo que significaba que se acabaron los pensamientos inapropiados sobre Savannah.

Rick se acercó un informe legal.

–Me alegro de que tu hermana esté contenta.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

–TU DISE—O es precioso.

El lunes siguiente después del trabajo, Savannah estaba de pie en el inmaculado taller de Rett para recibir su lección mientras él sujetaba entre sus manos su esbozo y lo observaba desde todos los ángulos.

–El conjunto se verá maravilloso en oro entrelazado con la esmeralda clásica que irá en el medio. La simetría es muy bonita. A tu hermana le va a encantar la pieza –le dijo.

–Gracias –la satisfacción y la emoción la hicieron sentirse aturdida. Pero la ansiedad la mantenía con los pies en la tierra. Quería entregarle el collar y los pendientes a Claudia como regalo de graduación, y quería que fueran perfectos–. ¿No crees que es demasiado ambicioso?

Él la miró divertido.

–Pasaste de la ambición cuando decidiste diseñar joyas, así que ahora no te hagas la cobarde conmigo.

–No lo hago –la aprobación de su diseño hacía que Savannah estuviera más decidida todavía a terminar el proyecto–. Pero llevo poco tiempo haciendo esto. Cuando era más joven jugaba a hacer pulseras y collares, pero ésta es la primera vez que he trabajado con piedras preciosas.

–Relájate, tienes un don natural. Tus diseños son interesantes y al mismo tiempo tienen un atractivo sencillo. Además, el trabajo con las joyas lo haré yo.

–Lo sé, y te lo agradezco de verdad –Savannah le sonrió; le resultaba extraño apoyarse en la opinión de otra persona sobre su trabajo. Le gustaba oír sus halagos, pero al mismo tiempo era duro ser juzgada. Se concentró en lo positivo–. Algún día también quiero aprender a tallar.

–¿Por qué no vas paso a paso? Vamos, déjame enseñarte algo –Rett cruzó el taller y abrió uno de los cajones que había bajo la encimera que recorría toda la pared. Sacó una caja pequeña y transparente y se la tendió–. Ábrela –le puso la caja en las manos.

A través del recipiente transparente vio un brillo verde. Abrió la tapa con curiosidad. Dentro había un juego de pendientes de esmeralda engarzados con una intrincada voluta de oro blanco.

–¡Ése es mi diseño! –Savannah cruzó su mirada con la suya.

Rett asintió.

–Dejaste el dibujo sobre la encimera la semana pasada.

–¿Has convertido mi diseño en una joya de verdad? –inquirió ella, sorprendida y al mismo tiempo orgullosa.

–Eso es lo que hacemos aquí en Sullivan. Joyas –le recordó Rett con una sonrisa.

–Sí, pero yo soy una aficionada.

–Sí, lo eres –dijo una voz profunda desde el umbral.

Rick rodeó las mesas de trabajo que había en medio del taller para llegar hasta ellos.

–¿Ahora trabajas con aprendices? –le preguntó a su hermano con recelo.

–Todos tenemos que empezar en algún sitio. Pero no te preocupes. Es buena. Compruébalo por ti mismo –Rett le tendió a Rick los pendientes. Girándose hacia Savannah, le aseguró–. Éste es un gran diseño, pero puede que quieras esperar a tomar una decisión sobre cuál querrás utilizar cuando hayamos dado algunas lecciones más.

–Buena idea –mordiéndose el labio inferior, vio cómo Rick inspeccionaba su trabajo.

Hablando de ser juzgada. Al menos Rett era un artista, pero Rick era un hombre de negocios, observaría su trabajo desde una perspectiva completamente distinta.

Savannah contuvo la respiración.

–Son muy bonitos, muy elegantes. Estoy impresionado –aseguró Rick clavando en Savannah una mirada fija–. Así que esto era lo que os traíais los dos entre manos.

Ignorando su comentario, se concentró en su aprobación: las palabras de alabanza de Rick la hacían sentirse como un diamante valioso y brillante.

–¿Qué haces aquí abajo, Rick? –le preguntó Rett guardando otra vez los pendientes.

–He recibido noticias. El grupo Emerson quiere salirse de nuestro acuerdo internacional.

–¿Pero qué dices? –exclamó Rett poniéndose al instante en jarras.

Savannah comprendía su confusión. Sabía lo duro que habían trabajado para conseguir cerrar aquel trato de cara al aniversario.

–¿Qué ha ocurrido? –preguntó Rett–. Jack Emerson parecía encantado con la alianza. No puedo creer que haya cambiado de opinión.

–Jack sufrió un ataque al corazón la semana pasada. Por eso no habíamos recibido los documentos finales. Su junta directiva se ha acogido a la cláusula de rescisión –le informó Rick.