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Presentación

María de los Ángeles Moreno Uriegas
Luis Ángeles Ángeles


Resulta temerario escribir un texto sobre populismo como riesgo de la democracia cuando alrededor de ambos temas existe una infinidad de estudios. Asumir ese desafío deriva de la preocupación por encontrar la vinculación entre ambos conceptos, partiendo de la premisa de que el populismo se beneficia de los principios de la democracia para arribar al poder y, desde ahí, atentar contra el Estado de derecho y la democracia misma.

El concepto de populismo resulta difícil de definir porque la realidad donde estalla es muy diversa y complicada de aprehender, además de que con frecuencia no se presentan todas las características del fenómeno en el mismo tiempo y espacio. El fenómeno populista se manifiesta independientemente de las ideologías, incluso mezclándolas, como retorno de viejas experiencias o como acontecimientos novedosos, lo mismo en Latinoamérica que en Europa central, los países nórdicos, Rusia o Estados Unidos.

El denominador común de este impreciso fenómeno es el malestar social de diversos orígenes, que se expresa en contra de la élite política de gobierno, empresarial o de partidos y en favor de demandas sociales y económicas no resueltas, pero también como producto de una globalización de promesas quebrantadas, de un neoliberalismo que despojó a la población de expectativas, de la corrupción que resultó intolerable, o bien, por la advertencia de una secesión con motivaciones culturales o religiosas ante la sensación de verse amenazados por la inmigración.

Cualesquiera de estas causas, o la combinación de varias, favorecen la presencia de un líder o caudillo que promete solucionar todos los problemas que aquejan al pueblo. Para el populista, no hay límites para el déficit fiscal o de endeudamiento, al cabo “la economía es lo más elástico que hay”. En su discurso, evidentemente que los conceptos de distribución, subsidio y caridad sustituyen a los de producción, eficiencia y competitividad.

Michael Rocard, exprimer ministro francés, planteaba que en la búsqueda de igualdad de oportunidades y de justicia social, algunos políticos de izquierda creen que deben combatir la creación de riqueza. Grave error, decía, pues aún no se ha encontrado, y quizá no se encuentre jamás, un móvil tan poderoso como el propio interés para impulsar a las personas a trabajar y a producir.1

El populismo confronta la política democrática tanto en los aspectos políticos como en los económicos; un modelo de esa naturaleza manipula las acciones participativas, fomenta la pobreza y la exclusión, y puede derivar en violencia social.

Ofrecer soluciones sin considerar los costos y las repercusiones que habrá en el futuro constituye una insensatez o una falacia; comprometerse sistemáticamente con promesas de campaña irrealizables es un ejercicio propio de demagogos que se aprovechan del ánimo social. Ya Aristóteles advertía que la democracia puede llevar hasta el gobierno a un demagogo o a un populista; aunque el primero posiblemente rectifique, el populista jamás lo hará, porque no todo demagogo es populista, aunque sí todo populista es demagogo.

Frente a esas premisas, hay que defender a la sociedad democrática, que es abierta, plural, respetuosa y tolerante; incluso, habría que poner límites a los intolerantes que desean acabar con esa sociedad que los cobija. Hay que defenderla porque en ella no existe la censura y porque la diversidad de opiniones puede ventilarse sin riesgo de que el poder la aniquile. Hay que defenderla porque garantiza la justicia, la propiedad y el respeto a los demás, precondiciones para el ejercicio de la libertad. Hay que defenderla porque no establece soluciones únicas, ni partidos políticos únicos, ni medios de comunicación únicos, ni educación única, ni pensamiento único.

Hay que combatir la sociedad cerrada porque, aun profesando explícitamente los más altos ideales de la justicia platónica, de la caridad cristiana o del humanismo socialista, sustenta el dogma de que la sociedad puede entenderse como una unidad y porque pretende imponer en ella su verdad absoluta. Los gobiernos populistas y autoritarios imponen la censura a las actividades intelectuales o económicas individuales y una continua propaganda tendiente a contener y unificar el pensamiento social.

No es racional esperar que se tendrá a los mejores gobernantes, sino que podría imponerse un personaje irresponsable que brinde soluciones mágicas a los problemas complejos. Con base en las ideas liberales de Karl Popper, un demócrata tendrá que aceptar la decisión de la mayoría, pero debe tener plena libertad para cuestionarla y combatirla, por lo que debe contarse con las instituciones políticas a fin de que los gobernantes incompetentes o incapaces no puedan ocasionar demasiado daño.

Partiendo de ese riesgo, hay que fortalecer siempre las instituciones y los mecanismos democráticos, como el voto, la legalidad y el gobierno representativo, con la construcción de un sistema de pesos y contrapesos, mediante los cuales pueda controlarse el poder político, su arbitrariedad y su abuso.

Generalmente, el populista se hace del poder bajo reglas e instituciones democráticas, pero a la larga busca perpetuarse en él sin más reglas que el decreto, el plebiscito y la votación a mano alzada en la plaza pública, siguiendo las consignas del líder. No está por demás recordar aquí las formas de ascenso al poder de varios gobiernos populistas que, utilizando las vías democráticas, derivaron en francas dictaduras, lo mismo en países de Europa que de Latinoamérica.

En esta perspectiva, en el primer capítulo de este libro, se hace un repaso de las exigencias de la democracia, de sus reglas y características institucionales. Se plantea cómo es que, con base en ellas, los populistas arriban al poder para después combatirlas y la manera en la que excluyen a las organizaciones o partidos que no comulgan con sus ideas.

En el segundo capítulo, se procede a un análisis sobre la naturaleza del populismo, de la figura del líder y de la forma en que las actuales tecnologías de la información y las comunicaciones han servido para favorecer la actuación de grupos de incondicionalidad populista.

En el tercero, se hace un repaso de la presencia del populismo en Europa, Estados Unidos y Latinoamérica, utilizando, sobre todo, información periodística para darle una perspectiva actualizada, con un recuento de las elecciones europeas más relevantes, como las de Alemania y Francia, así como del intento separatista catalán. Los sucesos de varios países latinoamericanos, donde se supone que el populismo está de salida, ocupan, junto a los demás casos, la parte más extensa de este capítulo.

De indudable importancia y repercusión en ese capítulo es la presencia de Donald Trump en Estados Unidos, un síntoma del temor social y del enojo frente a la globalización, el traslado de industrias, la migración, el cambio de costumbres y la agenda cultural. Ese miedo que expresan segmentos sociales exige mantener el orden y se erige en un nicho de votantes que llevan al poder a un líder autoritario que ofrece darles seguridad. Esa visión personalista e iluminada de Trump socaba la noción de una democracia representativa, se levanta por encima de las instituciones y, con ello, pone en entredicho la idea de progreso democrático de las últimas décadas.

El caso de México se aborda en el capítulo cuatro. A diferencia de otros países de la región, las publicaciones sobre el tema no son muy abundantes, aunque existen buenos textos que han analizado las políticas populistas adoptadas en diversos periodos de gobierno. La mayor parte de los trabajos publicados en México sobre el fenómeno populista se han escrito en las coyunturas de celebración de elecciones presidenciales.

El propósito de este capítulo es alertar sobre la existencia de condi­ciones propicias para la instalación de un gobierno populista, mismo que no se ha tenido en la historia del país, por más que algunas políticas de ese corte hayan sido utilizadas por varios gobiernos. Se trataría, en todo caso, de un populismo muy tardío, aislado en América Latina y muy diferente al europeo, pero cuyos riesgos no se han asumido, no obstante que las instituciones nacionales no parecen tener la suficiente fortaleza para contener el fenómeno, por lo que un sistema autoritario afectaría la economía y la política, y con ello desperdiciaría una etapa de la historia mexicana, sobre todo para las nuevas generaciones.

En el último capítulo se analizan las lecciones que ha dejado el populismo, las acciones para contrarrestarlo y las razones para suponer que el populismo está en retirada, como se deja ver en varios países de Latinoamérica. Asimismo, en este capítulo final, se traza una perspectiva sobre la reconstrucción de la democracia, para lo cual se plantean diversas interrogantes sobre el futuro de los partidos políticos, de los medios de comunicación, de la reglobalización y de la construcción de los gobiernos mundiales.

La obra previene, documentadamente, sobre el daño profundo que causan a su paso los gobiernos personalistas, que no es sino la destrucción del paradigma democrático, esto es, el quebranto de la confianza de que la democracia del mundo marchaba a distintas velocidades, pero en favor de una sociedad representativa y liberal. Ciertamente, la globalización y el neoliberalismo han sido también enemigos de la democracia, al haber tolerado el crecimiento de la desigualdad social.

No obstante, se tenía la certidumbre de que había democracias consolidadas en Europa y América del Norte, de que existen —desde el fin de la Segunda Guerra Mundial— instituciones internacionales que velan por defender los derechos humanos y los valores democráticos arraigados. Pero el arribo del populismo, en muchos de esos países, muestra el inicio del fin de esta breve historia de la democracia liberal y el regreso a la política de los sistemas autoritarios. Hoy parece cándida la idea de que había una misión irrenunciable de progreso democrático en muchas partes del mundo. Y, sin embargo, es hora de insistir en el planteamiento expresado al final del texto: la necesidad de reforzar la lucha por la democracia para que ésta no se convierta en una quimera o en una añoranza histórica. La extensión global del populismo exige ahora actuar en defensa de la democracia.

Los autores agradecemos a Ma. de Lourdes Vera Ruiz, que apoyó con entusiasmo el proyecto y corrigió cuanto pudo, una y otra vez. A Karla Guadalupe Ramírez Vera, que reescribió las primeras, segundas, terceras y enésimas versiones, y elaboró las interminables bibliografías y los complicados pies de página. Nuestro agradecimiento a Alejandro Sánchez Tello, que hizo reformas al guión, a los contenidos y que trabajó en la localización de materiales, rescató ideas y redactó algunas versiones previas; gracias por sus aportaciones, siempre oportunas. Gracias también a Andrés Franco, quien con dedicación revisó textos y reconstruyó referencias bibliográficas. Gratitud infinita al equipo editorial de Miguel Ángel Porrúa librero-editor, que realizó un magistral cuidado editorial en las distintas fases del proceso final del libro. Gracias a todos los amigos que animaron este proyecto.

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