Dedicamos este libro a todos los que les duele la vida,

con el propósito de apoyarles para lograr su recuperación lo antes posible.

Rosi Rodríguez Loranca

Dr. Francisco Alonso-Fernández

PRÓLOGO

Este libro contiene toda la experiencia, sabiduría y conocimiento sobre la depresión que Rosi Rodríguez Loranca ha extraído al Dr. Francisco Alonso-Fernández a lo largo de una larga y sosegada entrevista, al modo socrático, en que no se sabe si ella es una paciente que quería sanar o una exploradora perdida en la niebla que se deja guiar por el doctor hacia la salida de un bosque muy intrincado.

Todo lo que uno desea saber sobre esta enfermedad moderna tan tormentosa está en las páginas de este relato minucioso donde se exploran los vericuetos del cerebro y de la voluntad, el estado de ánimo que va desde la euforia de vivir hasta la línea roja del suicidio, el tedio de la vida ordinaria y la atracción del abismo. No es un título más entre otros treinta estudios e investigaciones sobre la depresión escritos por el Dr. Francisco Alonso-Fernández, sin duda una primera e indiscutible autoridad en la materia. Este es un libro escrito a medias entre el prestigioso talento de un psiquiatra y la curiosidad de una entrevistadora que cede para el lector su turno en el diván.

En el entorno de esta dolencia están la desesperanza y el abatimiento, los efectos que conllevan los familiares del enfermo, los impulsos y sus fantasmas, el análisis del humor depresivo, los resquicios que pueden abrirse hacia el placer y la alegría, la fatiga que se deriva de la soledad y de la incomunicación, los cambios de ritmo vital del depresivo según las horas del día. Nada escapa a la experiencia de tantos años de estar al cuidado de una galería de enfermos con todas sus variantes emocionales. El Dr. Francisco Alonso-Fernández se sabe de memoria el baile de las hormonas y las malas jugadas que nos pueden gastar y, más allá de la teoría y del análisis de alta gama, el maestro baja a los casos particulares de depresivos famosos como ejemplos prácticos. Miguel Ángel, Wateau, Géricault. Francisco de Goya le sirve a este psiquiatra para expresar la creatividad que puede deducirse de los colores negros furiosos, de las obsesiones de sus pinturas. El negro de betún se va volviendo claro a medida que el artista depresivo mejora. Lo mismo puede decirse de los músicos. Las polonesas fúnebres de Chopin, las patéticas, los allegros molto vivace de Beethoven, ¿qué son sino estados del alma que expresan la belleza?

Este es un libro curativo, una sesión de diván, una lección que el lector absorbe como un extraño licor que puede ayudarle a volver a la energía vital, a la alimentación y al sueño, el saludable equilibro que impulsa a levantarse cada día con la agradable sorpresa de seguir vivo con todo el futuro por delante.

Manuel Vicent

INTRODUCCIÓN

La sintomatología de la depresión se aglutina en torno a la decadencia de las facultades vitales humanas: el sentir, el moverse, el relacionarse con el entorno y la perpetuación de la especie. De tal modo, la sintomatología depresiva, psíquica y corporal, subjetiva y objetiva, es el producto de la alteración de estos cuatro parámetros:

• La esfera emocional (los psiquiatras alemanes definían el ánimo depresivo como una tristeza vital, entendiéndola como un informe psicosomático sobre el estado del ser, independientemente de los avatares de la vida, una tristeza no vinculada a un motivo concreto).

• El impulso de acción.

• La relación con el mundo exterior.

• La regulación de los ritmos.

El plano de la vitalidad del ser humano lo conceptuaba el poeta romántico germano Gustav Carus como una bisagra entre el alma y el cuerpo. Nuestro filósofo Ortega y Gasset hablaba de la vitalidad como una especie de «alma carnal». Otros autores como Kraus han definido la vitalidad como «la persona profunda», aludiendo a los entresijos de la vida psíquica y la corporal.

El sustrato cerebral sobre el que se apoyan las funciones psíquicas y somáticas propias de las facultades vitales básicas radica en el hipotálamo, un diminuto sector del sistema nervioso central situado en la base de los hemisferios cerebrales. Asume el hipotálamo el encargo de regular los procesos vitales básicos como el metabolismo energético, la temperatura corporal, los ritmos psicofísicos, las relaciones con el espacio exterior y el proceso de reproducción. Pues bien: el establecimiento del estado depresivo en cualquier individuo se inicia con la distorsión funcional del hipotálamo, el nudo de la vitalidad, la columna vertebral de la vida humana.

Dr. Francisco Alonso-Fernández

CAPÍTULO 1
EL PACIENTE DEPRESIVO
Y SUS FAMILIARES

Imagen 04¿Nos puede aportar una idea sobre lo que es la depresión para orientar al paciente y a sus familiares?

El denominador común extendido a todos los enfermos depresivos es el sufrimiento vital; o sea, un malestar registrado en las dos vertientes de vida del ser humano, la psíquica y la somática, o al menos en una de ellas, con abrumadora preferencia el sufrimiento psíquico. Este sufrimiento, calificado por los expertos como un dolor moral, es decir, un dolor no físico, adopta distintas modalidades puesto que no hay dos enfermos depresivos iguales. Cada paciente depresivo es único. En el argot médico se dice que no hay enfermedades sino enfermos. Este axioma se cumple de un modo evidente y extremado en el sector de los trastornos depresivos.

Aunque el sufrimiento se concentra en la mente, hay algunos enfermos en los que prevalece el sufrimiento somático, por ejemplo, en forma de un dolor o una opresión en el pecho o en cualquier otra parte del cuerpo.

Reitero que la característica imperante en la mayor parte de los pacientes depresivos son las experiencias de sufrimiento psíquico. Tal sufrimiento alcanza la cúspide cuando se experimenta como un dolor por vivir, lo que hace que el paciente anhele la extinción de la vida, como si fuera un abrazo anticipado con la muerte, locución que vengo utilizando para englobar el carácter atormentador del mundo depresivo.

Las formas concretas de mortificación psíquica que pueden acompañar o sustituir a la ya citada son la desesperanza o la pérdida de ilusiones, el abatimiento o la pérdida de energía para pensar o mantener la actividad en la vida, el aislamiento o la sensación de profunda soledad, así como el desequilibrio del sueño o de la alimentación. Los cuatro canales sintomatológicos de la depresión que, según los casos, pueden manifestarse conjuntamente o por separado, los vive el enfermo en forma de estos cuatro radicales:

• Desesperanza.

• Abatimiento.

• Soledad.

• Desequilibrio.

¿Y esto tiene remedio?

El mortificante estado depresivo suele responder muy favorablemente a un tratamiento que asocie dos vertientes: una medicación antidepresiva adecuada para normalizar sobre todo los neurotransmisores y una psicoterapia llevada a cabo mediante entrevistas con el terapeuta, polarizadas en la comprensión del paciente y la orientación de su conducta y sus actitudes.

Me complace mucho poder afirmar que la mortificación causada por los síntomas depresivos se puede mitigar o suprimir con un tratamiento debidamente implementado por el experto en este tipo de padecimientos.

¿Y qué piensa el enfermo acerca de la depresión, una vez superada esta?

Con mucha frecuencia lo que piensa es que ha pasado por la dolencia más atormentadora de todas las que ha sufrido hasta entonces. En términos del compositor musical Louis Hector Berlioz, figura destacada del Romanticismo en pleno siglo XIX, la depresión constituye según su experiencia personal «el más terrible de todos los males de la existencia».

Hay algunos depresivos que tras superar el episodio se sienten en mejores condiciones que nunca para desarrollar su vida. Esto no es una afirmación teórica, sino una experiencia que he comprobado en aquellos pacientes depresivos cuyo trastorno aconteció en una personalidad con una infancia frustrada o hurtada.

¿Cómo afecta a la familia la convivencia con el enfermo depresivo?

La convivencia con un enfermo depresivo es uno de los estreses familiares más penosos. Contemplar día a día a un ser querido atenazado por un sufrimiento depresivo puede llegar a desbordar el umbral de la tolerancia emocional de cualquiera y conducirle a caer en un comportamiento desproporcionado o inconveniente. Estas inconveniencias se extienden desde decirle al depresivo alguna cosa desagradable o contraproducente hasta tratar de convencerlo de que su afección es un trastorno imaginario o caprichoso.

¿Cuál sería la actitud más adecuada de la familia hacia el enfermo?

Sencillamente, tratarlo con cariño y comprenderlo en su justa medida, como un enfermo que se ve apresado por un trastorno que no puede dominar ni controlar. Por lo tanto, lo primero que la familia debe asumir es que se encuentra ante un enfermo auténtico, no sustentado en un comportamiento caprichoso o en una dolencia imaginaria.

¿Y si algún familiar pierde la paciencia?

El decirle un improperio o un puntillazo al enfermo depresivo implica hundirlo aún más en el dolor anímico y en su constelación de síntomas, tales como la inactividad, la incomunicación y el descontrol de sus ritmos psíquicos y somáticos; en otras palabras, acentuar sus síntomas al menos en alguna de las cuatro dimensiones que integran el cuadro clínico depresivo.

¿Nos puede dar algún ejemplo de frases dañinas para el enfermo depresivo?

En efecto, atendiendo a la norma médica de que lo primero es no ocasionar daño (primum nihil nocere) mencionaremos algunas frases que jamás deberían dirigirse a un enfermo depresivo. Las vamos a citar atendiendo a su respectiva incidencia sobre cada una de las dimensiones fundamentales del padecimiento depresivo:

• «Debes dominarte» o «poner de tu parte», en alusión a su humor acongojado y pesimista.

• «Estás hecho un perezoso que no ordena las cosas ni hace la cama», comentario dedicado a condenar la inactividad propia de muchos pacientes depresivos.

• «Eres tan desconsiderado que apenas nos hablas», con lo que se le propina un ataque injustificado a su aislamiento.

• «Te has vuelto un egoísta, solo piensas en ti mismo», observación irritante con referencia a una conducta contraria a la norma como mantenerse despierto durante la noche y dedicar el día a dormir.

¿Puede indicarnos algunos mensajes positivos, consignándolos en el mismo orden que hemos seguido con los negativos?

He aquí algunas frases convenientes:

• «Conserva el ánimo, ya que tu enfermedad es curable y te vas a recuperar».

• «Si te encuentras con fuerzas puedes seguir realizando tu trabajo de siempre, o si no solicitaremos la baja temporal en el trabajo por enfermedad».

• «Tú sabes que nos tienes a nosotros para hablar y acompañarte, y que estamos a tu disposición con todo nuestro cariño».

• «Sabes que cuentas con nuestro apoyo incondicional para no caer en un comportamiento anárquico que además de perjudicarte a ti afectaría al resto de la familia, por lo que te conviene regularizar la vida lo más posible».

Aunque hemos destacado que las exigencias de superarse o corregirse ponen peor al enfermo, ya que al pedirle algo inaccesible a su capacidad se le demuestra que no se entiende su enfermedad, lo indicado es aportarle sencillamente palabras de ilusión o aliento, informándole de que se trata de un padecimiento curable o reversible. Este reiterado mensaje esperanzador, que asegura la terminación feliz de su sufrimiento, seguramente el enfermo lo recibirá al principio con incredulidad, pero poco a poco le irá haciendo mella, mitigando su sufrimiento o elevándole el ánimo, sobre todo a medida que se inicie la mejoría terapéutica.

Al contrario de condenar la inactividad del familiar depresivo para imponerle obligaciones, el deber de los que conviven con el enfermo es aportarle estímulos afectuosos para que conserve su actividad habitual o, al menos, no abandone del todo sus ocupaciones cotidianas. Para orientar con sensibilidad estos estímulos cariñosos, es conveniente considerar que el paciente depresivo tiende a abandonar antes las diversiones que las obligaciones, movido por estas dos razones: la primera es su incapacidad para experimentar placer, lo que le hace sentirse extraño en un ambiente de fiesta; y la segunda, su dificultad para tomar decisiones, lo que se vuelve más evidente cuando se encuentra en un ambiente abierto a la iniciativa personal que cuando está inmerso en una actividad programada.

Conviene puntualizar que el aislamiento del enfermo depresivo no constituye un rechazo hacia otras personas, ni mucho menos hacia las más queridas, sino que es simplemente un síntoma de su enfermedad, frente al que el familiar ha de disponer de una presencia de ánimo suficiente para ofrecerle su compañía, escucharle y responderle de forma afectuosa.

Ante el descentramiento del reloj biológico que impone al paciente depresivo la tendencia a adoptar un horario más o menos irregular o anárquico para las comidas o el sueño, la reacción más adecuada del amigo o familiar es la de tratar de retenerle en sus hábitos de siempre mediante una actitud cariñosa y estimulante. Sobre todo se ha de procurar evitar el retraso en la hora de acostarse, puesto que puede suponer un riesgo para él y para los demás. El riesgo es el de provocar el síndrome del retardo del sueño, caracterizado por no conciliar el sueño hasta las horas de la madrugada. El sueño iniciado tan tardíamente no es tan reparador como el que el que comienza antes de las doce de la noche, por lo que representa incluso un riesgo para la salud mental. Hay que evitar, por lo tanto, que un programa de vida anárquico del paciente depresivo se propague a los demás miembros de la familia.

¿Es contagiosa la depresión?

Por una parte, el acto de convivir con un enfermo depresivo constituye una dura prueba para la salud mental del acompañante. Por eso, los familiares o cuidadores deben tomar nota de este riesgo de estrés para tratar de protegerse, sobre todo mediante pausas dedicadas a otras actividades. Por otra parte, el cuadro depresivo en sí no es habitualmente contagioso, pero puede serlo en casos excepcionales, por ejemplo en la transmisión de la depresión de una madre al infante escolar con el que convive.

Ante las ideas depresivas irreales, ¿cómo debe actuar la familia?

En efecto, hay enfermos depresivos hundidos en un delirio que los lleva a creerse heridos de muerte, arruinados, culpables o incluso perseguidos por otras personas. A este respecto debo aclarar que el familiar no ha de entrar en el juego de afrontar de cara estas ideas delirantes. Por el contrario, es conveniente que se abstenga tanto de apoyar toda creencia alejada de la realidad, como de rechazarla de plano aun con argumentos razonables. Este manejo tan sensible por parte de los familiares, los cuidadores o los amigos del enfermo se debe a que, por un lado, el apoyo conduce al enfermo a reafirmarse en su mundo delirante y a que, por otro, el intento de hacerle abandonar sus convicciones lo vive como una sensación de rechazo por parte de los demás. Por lo tanto, lo indicado acerca de sus preocupaciones o convicciones irreales o exageradas es evitar entrar de frente en una conversación sobre estos temas.

Y con relación al inicio del tratamiento, ¿cuándo se debe actuar?

Con celeridad. Al iniciar el tratamiento por un experto de manera precoz se acumulan las ventajas en tres direcciones: abreviar los sufrimientos del enfermo y el estrés de los allegados, disminuir los riesgos de complicaciones o de llevar a cabo un acto inusitado, y conseguir la instauración de la mejoría y la recuperación con más facilidad y rapidez.

¿Es conveniente que la familia esté alerta y al tanto sobre las decisiones tomadas por el enfermo depresivo en relación con el trabajo, la economía o los vínculos sentimentales o familiares?

La importante distorsión de la óptica de la vida inducida por la depresión puede llevar al enfermo a tomar decisiones que después no mantiene o rechaza. Son muchos los pacientes depresivos que atenazados por su pesimismo o su falta de esperanza de curarse algún día solicitan con ansia la jubilación anticipada o se esfuerzan en liquidar sus bienes como sea, o tratan de romper un vínculo sentimental o familiar por muy distintos motivos que van desde el enfado o los celos injustificados hasta sentirse indignos del cariño recibido de otra persona. Para evitar que lleguen a realizarse algunas de estas falsas pretensiones, la familia tendrá que asumir la responsabilidad de mantener una posición irreductible a toda clase de modificaciones de cierta importancia que incidan sobre la vida laboral, pecuniaria o sentimental del paciente depresivo y no aprobar sus decisiones hasta que no se haya producido la recuperación del enfermo en un grado suficiente a juicio del terapeuta.

¿A qué atribuye el enfermo depresivo sus síntomas y sufrimientos?

Resulta muy curioso que solo el 25 % de los enfermos depresivos atribuya sus síntomas a la depresión, aunque sin admitir la mitad de ellos la intervención de una base biológica o su curabilidad. Otro 25 % se cree afectado por una enfermedad orgánica o por un mal desconocido. El 50 % restante carece de conciencia de enfermedad y se distribuye en estos tres sectores: el 20 % piensa que tiene un trastorno nervioso inducido por «los nervios»; otro 20 % cree que sus síntomas están causados por alguna incidencia de su vida o por la debilidad de su carácter; y, finalmente, el 10 % se siente desconcertado y no atina a encontrar una causa que justifique sus síntomas.

Imagen 01

La denegación o la falta de reconocimiento de la presencia de la enfermedad constituyen en un alto porcentaje de enfermos depresivos el producto de una defensa psicológica, extendida por otra parte a toda clase de enfermos. Con la fórmula denegatoria «no estoy enfermo» se persigue la ilusión de seguir siendo un individuo normal en la esfera de la salud.