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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

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28001 Madrid

 

© 2009 Christyne Butilier

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

El hombre soñado, n.º 1823- octubre 2019

Título original: The Cowboy’s Second Chance

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1328-631-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

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Capítulo 1

 

 

 

 

 

MALDITO ladrón! —exclamó Maggie Stevens mientras atravesaba el césped de la feria intentando no derramar la cerveza que llevaba en los vasos de plástico—. ¡Me estás robando a mi hombre!

Kyle Greeley le dedicó una sonrisa sardónica y continuó sacando billetes de un fajo que tenía en las manos. Cuando Maggie llegó a su lado, Kyle le había dado al menos cien dólares al vaquero que tenía al lado. Su vaquero.

—A tu hombre no, cielo —le dijo Kyle—. A tus hombres.

—¿Qué quieres decir con hombres?

Maggie miró a Spence Wilson, que llevaba un par de meses trabajando para ella. Y luego vio a Charlie Bain saliendo de entre las sombras, con la mirada fija en sus botas.

Tenía que habérselo imaginado.

Estaba pasando un maravilloso día de verano en Destiny, Wyoming, celebrando el Cuatro de Julio con su hija y su abuela, pero no les había visto el pelo a sus vaqueros. Hasta ese momento.

—No es nada personal, señorita Stevens —le dijo Spence—. Nos gusta trabajar en Crescent Moon, pero el señor Greeley paga demasiado como para rechazarlo.

Maggie estaba que echaba humo. No era la primera vez que una paga más alta tentaba a sus trabajadores del rancho, al menos, a los más jóvenes y fuertes, que siempre picaban.

«Tú también lo hiciste en el pasado», se recordó.

De acuerdo, no era lo mismo un par de cenas a la luz de las velas que dinero, pero ella también se había dejado engatusar por Kyle. Hasta que se había dado cuenta de que era un cerdo.

Kyle se apoyó en ella.

—Maggie, podrías vivir cómodamente si aceptases la oferta que te he hecho por tu tierra. Podrías comprarte una casa en la ciudad, pasar más tiempo con tu hija, buscarte a un hombre…

Ella miró la cerveza, intentó controlar su ira y el impulso de tirarle el vaso por la cabeza. Apretó los dientes.

—Ya te lo he dicho, mi tierra no está a la venta.

Con el rabillo del ojo vio que los que habían sido sus empleados desaparecían entre las sombras.

Cobardes.

Volvió a mirar a Kyle.

—¿Por qué conformarte con esos dos? ¿Por qué no me dejas sin nadie y vas también a por Willie y Hank?

—Esos dos viejos deberían haberse jubilado hace años —se acercó y tomó un mechón de su pelo con un dedo—. Admítelo, no puedes llevar sola toda esa tierra, el ganado y los caballos.

Maggie alzó la barbilla, se zafó de él.

—Vete al infierno, Kyle.

Dicho eso, fue hacia donde brillaban las luces de la plataforma situada detrás de una alameda. Él la siguió.

—Recuerdo una época en la que no querías que me alejase de ti.

Ella sacudió la cabeza, no entendía cómo había podido haberse dejado convencer por sus ojos azules, sus marcados pómulos y sus mentiras.

—Tres meses —dijo—. Tres meses de relación conmigo para conseguir mi tierra.

Él sonrió.

—Hay veces en las que un hombre tiene que hacer sacrificios. Nunca entendí qué había visto Alan en ti. Luego me di cuenta de que quería tu rancho.

Maggie se giró hacia él, furiosa.

—Pues no lo consiguió. Ni tú tampoco lo vas a conseguir.

Habían llegado a los árboles. Kyle se inclinó y la agarró de los brazos. Le olía el aliento a whisky. Maggie se reprendió por no haberse dado cuenta antes. Cuando estaba sobrio, Kyle era pesado, pero con un par de copas, podía volverse malo de verdad.

—Conseguiré lo que me dé la gana —le dijo.

Maggie sintió que se le revolvía el estómago con la imagen de un recuerdo enterrado. La cerveza le mojó los dedos.

—Desgraciado, quítame ahora mismo las manos de encima si no quieres que te tire la cerveza a la cara.

—No te atreverías…

Maggie giró la muñeca con rapidez y le lanzó el contenido de los dos vasos. Kyle retrocedió y la soltó.

—¡Maldita sea!

La cerveza cayó sobre su cara camisa y también salpicó el vestido de tirantes de Maggie.

—No me retes —le advirtió, dando un paso atrás, metiéndose entre los árboles—. Retrocede.

Kyle volvió a agarrarla, clavándole las uñas en los brazos.

—Vas a pagar…

—Te ha dicho que la dejes en paz.

Maggie se quedó inmóvil al oír detrás de ella una voz grave, imponente.

En realidad, la voz venía de encima de ella. Era la voz de un hombre muy alto. Se sintió abrumada. El tono ronco le produjo una sensación de… ¿De qué? ¿De necesidad? ¿De deseo?

El gesto de Kyle se torció.

—No te metas donde no te llaman, Cartwright.

—La señora ha dejado muy claros sus sentimientos.

—Yo sí que voy a ser claro —replicó Kyle dando un paso al frente pero mirando por encima de la cabeza de Maggie mientras seguía agarrándola—. Si quieres conservar tu trabajo, te sugiero que te des la vuelta y desaparezcas.

El hombre que había detrás de Maggie dio un paso al frente.

—Déjala marchar —contestó.

Kyle miró a Maggie.

—Todavía tenemos cosas pendientes, tú y yo —la soltó y retrocedió—. No te molestes en aparecer por el Triple G esta noche, Cartwright. De hecho, te sugiero que te marches de Destiny. Para siempre.

Y dicho aquello, se dio la vuelta y se esfumó en la oscuridad.

Maggie no supo qué pensar de todo lo que acababa de ocurrir. Respiró hondo y se giró para darle las gracias a su salvador, pero tropezó con la raíz de un árbol y perdió el equilibrio.

Un par de fuertes manos la sujetaron por la cintura y la apretaron contra un pecho sólido y unos muslos duros como piedras. La mandíbula del hombre rozó su pelo y Maggie sintió su aliento caliente en la oreja.

Ella retrocedió y levantó la mirada para verle la cara. Unos ojos intensos la miraban desde debajo del ala de un sombrero Stetson. Una oscura barba de tres días rodeaba su boca y cubría su mandíbula. Maggie sintió un escalofrío. Él la soltó y retrocedió.

—Gracias por… —balbuceó—, bueno, gracias.

—De nada. ¿Está bien?

—Sí —asintió—. Estoy bien.

—Será mejor que se marche antes de que vuelva.

Antes de que le diese tiempo a responder, su salvador se había ido por el mismo lugar que Kyle. Maggie observó cómo desaparecía e intentó ignorar el cosquilleo que tenía en el estómago y le echó la culpa de la extraña sensación a Kyle Greeley. Luego, miró lo que quedaba de cerveza. Racy y Leeann la estaban esperando. Sería mejor que se marchase. Con cuidado para no volver a tropezar con las raíces de los árboles, se dirigió hacia la pista de baile.

Maggie saludó a varias personas antes de ver a su mejor amiga bailando con su trabajador del rancho, de setenta años. Willie estaba esforzándose en seguir a Racy, que tenía cuatro décadas menos que él, pero al igual que le pasaba a todo el mundo, se distraía con sus rizos rojizos y sus suntuosas curvas.

La música terminó y Racy fue hacia Maggie.

—Vaya, Willie todavía sabe bailar —tomó uno de los vasos—. Ya era hora. ¿Dónde te habías metido? ¿Y qué le ha pasado a mi cerveza?

Maggie echó lo que quedaba de su vaso en el de Racy.

—Me he entretenido.

—¿Haciendo el qué?

Ella ignoró la pregunta. No quería que Kyle le estropease la fiesta.

—¿Dónde está Leeann? Pensé que iba a quedarse con nosotras.

—Le ha sonado el busca hace diez minutos.

—Creía que Gage le había dado la noche libre.

—Sí, pero ser ayudante del sheriff en una ciudad pequeña significa estar siempre de guardia. Además, ya conoces al sheriff Steele —Racy resopló—. Por cierto, ¿dónde están tu abuela y Anna?

—Mi abuela se ha ido a dormir al rancho y Anna, a casa de una amiga.

A Racy se le iluminó el rostro con una sonrisa.

—Así que estás sola esta noche. Cielo, vamos a buscar a alguien con quien bailar.

Maggie pensó en unos vaqueros, una piel morena y un sombrero. A pesar de la oscuridad, recordaba que su salvador tenía los hombros anchos, que llevaba la camisa remangada y que los vaqueros se le pegaban a las largas piernas.

Intentó no darle más vueltas a los detalles y centrarse en su amiga.

—¿Nunca te vas a cansar? Ya te he dicho que no me interesa. Además, ya tengo bastantes cosas en la cabeza. En especial ahora. Greeley me ha quitado a Spence y a Charlie esta noche.

—¡Menudas víboras rastreras! Y eso que pensabas que se iban a quedar. ¿Qué vas a hacer?

¿Qué iba a hacer? Necesitaba ayuda. Con un poco de suerte, los anuncios que había puesto por toda la ciudad le llevarían algún rostro nuevo.

—Lo mismo de siempre —respondió—, seguir adelante.

—Bueno, pues esta noche, no. Esta noche es para divertirse, y lo que necesitas es un vaquero atractivo que te deje demasiado dolorida como para moverte y demasiado cansada como para que te importe.

—Lo que necesito es marcharme a casa. Tengo un montón de papeleo esperándome y…

—Venga ya. ¡Estamos de vacaciones! —Racy se terminó la cerveza y tiró el vaso a una papelera cercana—. Estamos celebrando la independencia de nuestro país, por no hablar de la nuestra. Además, esto está lleno de vaqueros guapos.

—Olvídalo, no me interesa.

—Mira, voy a ver si encuentro una pareja de baile, y tú deberías hacer lo mismo. Y luego otra, y otra —le guiñó el ojo—. Yo voy a ver si llego a los dos dígitos.

Maggie observó cómo Racy agarraba al vaquero que tenía más cerca y lo llevaba a la pista de baile.

—¿Cuánto se tarda en llegar al cero? —murmuró.

 

 

Cero.

Ésas eran sus posibilidades de volver a encontrar trabajo en aquella ciudad perdida en el mapa llamada Destiny. Era un buen lugar para un vaquero sin suerte como él.

Landon atravesó la feria, que estaba abarrotada de gente. El sol se había puesto y grupos de adolescentes y familias disfrutaban en las casetas de juegos y en las atracciones que giraban adornadas de luces de neón.

Pasó al lado de una niña que iba emocionada con un peluche y se le cortó la respiración. Se metió la mano en el bolsillo y tocó un objeto ovalado que conocía muy bien. Sus botas dejaron de moverse y cerró los ojos para bloquear un recuerdo capaz de hacerle caer de rodillas.

Tardó un rato, pero lo consiguió. Respiró hondo, abrió los ojos y vio al sheriff charlando con un grupo de hombres. Se caló el sombrero hasta las cejas. Si había aprendido algo durante los últimos meses, había sido a evitar a los agentes de la ley.

Sintió hambre al pasar por los puestos de comida, pero hizo caso omiso de los aromas a perrito caliente y a caramelo. Los cincuenta dólares que llevaba metidos en el bolsillo tendrían que durarle hasta que volviese a tener trabajo. Después de haber defendido a aquella mujer, no encontraría otro a menos de trescientos kilómetros de allí.

Pero qué mujer.

Tenía el pelo de color miel y olía a dulce y a limpio. A pesar de que llevaba un vestido amplio, había podido comprobar al pegarse a ella que tenía las curvas bien puestas. No había pretendido acercarse tanto, pero todavía recordaba el peso de su cuerpo y la caricia de su pelo contra la barba.

Cuando lo había mirado, había visto en sus ojos un destello de algo… Deseo, tal vez. A pesar de la ira y del miedo. Y eso había hecho saltar una señal de alarma en su cabeza.

«Márchate. Ahora».

Había ignorado su propio consejo el tiempo suficiente para asegurarse de que la mujer estaba bien, y luego había seguido a su ex jefe para asegurarse de que el muy cretino no volvía.

Pero necesitaba trabajo.

El rancho de Greeley era el más grande de la zona. Y le había hablado en serio cuando le había dicho que se marchase de la ciudad. Los ranchos grandes y sus dueños tenían mucho peso en las comunidades pequeñas.

Landon fue hacia el final del aparcamiento, donde tenía el todoterreno y el remolque para el caballo. La oscuridad y una relativa tranquilidad eran lo máximo que podía ofrecerle a su mejor amigo en esos momentos. G.W. era su único amigo, y el principal motivo por el que se había salido de la autopista unas horas antes, ese mismo día.

—Eh, chico —dijo entrando en el remolque y acercándose al semental—. ¿Cómo está esa pata?

Se arrodilló y murmuró suavemente mientras pasaba la mano por la pata de G.W., tocando la zona vendada. El caballo resopló suavemente y se apartó.

—Sé que odias estas cosas, pero te ayudará a bajar la hinchazón.

Por el momento, no lo había hecho.

Landon se había dado cuenta de que el caballo no forzaba aquella pata la misma noche en la que le habían dicho, de manera poco educada, que se marchase de su último trabajo. Se había pasado los últimos siete días en la carretera y eso no había ayudado nada a curar la herida. Necesitaba encontrar un lugar en el que los dos pudiesen dormir bien, para poder ocuparse de G.W. como hacía falta.

Había encontrado tres trabajos desde que estaba en libertad. Y lo habían echado de los tres.

La primera vez había sido muy ingenuo al hablar abiertamente de su condena. No volvería a hacerlo. A partir de entonces, había hecho lo posible por no hablar del tema, pero la noticia siempre acababa saliendo.

Le volvió a rugir el estómago. Abrió el arcón que había en el rincón y lo encontró vacío. Los paquetes de hielo estaban sólo frescos.

Apoyó la cabeza en el caballo.

—Voy a por algo de comer y más hielo. Volveré pronto.

Acarició a G.W. salió y cerró el remolque, dirigiéndose al mercado que había al otro lado de la calle. Al entrar, las luces fluorescentes iluminaron a una mujer detrás del mostrador.

¿Lo había mirado con recelo?

Le dedicó un rápido saludo con la cabeza y fue hacia el primer pasillo. Cinco minutos más tarde volvió a la caja y un anuncio colgado de un panel informativo llamó su atención: «Se buscan vaqueros».

Arrancó el papel y se lo metió en el bolsillo. Después de pagar, volvió a cruzar la carretera con un sándwich, un refresco y una bolsa de hielo. Rompió el plástico que envolvía el sándwich con los dientes. El pan estaba duro, pero esperó que le quitase el mal sabor de boca que le había dejado la mirada de la dependienta.

Llevaba el pelo demasiado largo y hacía una semana que no se afeitaba. Tal vez fuese eso. O tal vez fuese que era un extraño en una ciudad pequeña. La dependienta había sonreído de oreja a oreja a dos vaqueros bien vestidos que habían entrado detrás de él, debía de conocerlos.

Se olvidó del tema y se terminó el sándwich en dos bocados. No solía reflexionar demasiado. Al menos, no desde que lo habían puesto en libertad. Antes, había tenido mucho tiempo para pensar. En esos momentos prefería un día de duro trabajo, que lo dejase sólo con fuerzas para dormir. Algo que no había hecho demasiado durante la última semana.

Fue a la parte de atrás del remolque y sacó a G.W., le quitó la venda y le puso hielo en la herida. Se quedó bajo la luz de una farola, abrió el refresco y le dio un buen trago, luego se sacó el trozo de papel del bolsillo de los pantalones vaqueros y volvió a leerlo.

—De acuerdo, Crescent Moon, eres mi última oportunidad.

Tuvo una sensación extraña, de pronto, sintió dolor entre los omóplatos. Segundos más tarde chocaba con la cabeza contra el remolque.

 

 

Maggie se despidió de Racy desde fuera de la pista de baile. Ésta frunció el ceño, pero ella no le hizo caso y se abrió paso entre la multitud. Como no encontró a Willie, decidió irse a casa sola.

Tampoco iba a seguir buscando a su vaquero salvador.

—No, no es mi vaquero —murmuró, sacando las llaves del bolso.

Se sintió culpable. Había oído a Kyle decirle que no volviese a su rancho. Odiaba la idea de que estuviese sin trabajo por su culpa.

Mientras esperaba en el borde de la pista de baile se le había ocurrido ofrecerle ella trabajo. Necesitaba un hombre, varios, todos los que pudiese permitirse.

Recordó lo que le había dicho a ella Kyle, que se comprase una casa en la ciudad, pasase más tiempo con su hija y se buscase un hombre.

No. No ese tipo de hombre. No tenía ni el tiempo, ni la fuerza, ni la energía emocional necesarios para eso. Ya no.

Mientras atravesaba el aparcamiento se miró el reloj. Eran casi las diez. Como su hija no estaba en casa y su abuela debía de estar leyendo en la cama, tendría tiempo de sobra para atacar el caos que había en su escritorio.

Era justo lo que más le apetecía hacer en una calurosa noche de verano.

Lo que le habría encantado hacer era volver a casa y darse un largo baño en las frescas aguas del estanque que había detrás de la vivienda.

Sin traje de baño. Y, a poder ser, acompañada.

La imagen de cierto vaquero volvió a su mente. En esa ocasión, Maggie se dejó llevar por la fantasía, sonrió.

—Está bien, admítelo, tal vez Racy tenga razón. Quizás haga demasiado tiempo…

El fuerte relinchar de un caballo la sobresaltó. Se quedó inmóvil, se le aceleró el corazón.

Oyó al animal por segunda vez y supo que estaba aterrado. El sonido venía del final de la fila de coches. Corrió hacia allí y vio a un semental de color miel atado a un remolque, presa del pánico. Se movía frenéticamente, intentando liberarse. Fue a tranquilizarlo, pero se detuvo al ver a tres hombres peleándose muy cerca de allí.

En realidad, eran dos matones dándole una paliza al tercero, pero éste también se defendía, a pesar de que lo sujetaban por los dos brazos. Un puño golpeó su rostro y el hombre se dobló.

—¡Parad! —gritó Maggie—. ¡Dejadlo en paz!

Los dos matones la miraron, respiraban con dificultad. Los sombreros les ensombrecían el rostro. Soltaron al hombre y desaparecieron en la oscuridad. El hombre cayó al suelo.

Maggie corrió hasta donde estaba tumbado.

—¿Está bien?

Él gimió y apoyó sus enormes manos en el suelo. Los músculos de sus hombros se tensaron debajo de la camisa al intentar levantarse.

—Qué pregunta tan tonta. Por supuesto que no está bien. No se mueva, voy a buscar ayuda.

—No —contestó él en voz baja, con determinación.

Maggie se arrodilló. Lo sujetó del brazo para ayudarlo a levantarse. Sus dedos eran muy pequeños en comparación con aquel bíceps. Notó que su cuerpo desprendía mucho calor.

—Está herido. Por favor, déjeme…

—No —repitió él—. Es lo último que necesito.

El vaquero se dio la vuelta y se puso boca arriba. Gimió y juró. Tenía el pelo oscuro sobre la frente y un reguero de sangre en la comisura de su boca.

Maggie buscó un pañuelo en su bolso.

—Mire, no sé por qué se ha peleado con sus amigos…

—No son mis amigos —murmuró él.

—En ese caso, tenemos que llamar al sheriff.

Se acercó más para apretarle la herida de la boca con el pañuelo y sus dedos le rozaron la mandíbula. Le recordó a los montones de hierba seca que había en el establo en verano.

—¿Le han robado algo?

—No. Hice una buena obra y me han dado una paliza por ello —gruñó con los dientes apretado mientras se apoyaba en un codo—. No podía fallar, haces lo correcto y…

Dejó de hablar al volverse hacia ella para apartarle la mano. Sus ojos negros, uno de ellos hinchado, chocaron con los de ella. Entonces la agarró con fuerza por la muñeca.

—Usted.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

USTED! —repitió Maggie, con el corazón casi en la boca.

Se zafó de él, que agarró el pañuelo y lo apretó contra su boca. Tenía la camisa vaquera abierta hasta la cintura, estaba cubierto de polvo y salpicado de sangre. A su lado había un sombrero Stetson negro.

—Oh, Dios mío, no ha sido… —no había reconocido a los otros dos hombres en la oscuridad, pero eran… hombres de Greeley—. Le han pegado por mi culpa.

—No —contestó él apartando la mirada y limpiándose la sangre.

—No le creo.

Él se apoyó en la cadera, dobló una pierna y sacudió la cabeza como si intentase despejarse.

—Me da igual lo que crea —replicó, levantándose de modo inseguro—. ¿Dónde está mi sombrero?

Maggie se levantó y se preparó para sujetarlo si hacía falta. Recogió el Stetson y se lo tendió.

—La pelea se ha debido a que me ayudó.

—Déjelo, señora.

Agarró el sombrero, se lo puso e hizo una mueca. El caballo gimió. El hombre se balanceó, pero consiguió mantener el equilibrio mientras calmaba al animal.

—Tranquilo, chico… No pasa nada.

Maggie tomó su bolso y lo siguió.

—¿Le han hecho daño a su caballo?

—G.W. está bien. Váyase.

Aquellas palabras le dolieron, pero Maggie no se rindió.

—Tal vez el caballo esté bien, pero usted, no. Deberíamos pedir ayuda…

Maggie dejó de hablar y observó cómo desataba el hombre al caballo y lo llevaba dentro del remolque. Ella se apoyó sobre la superficie de metal y se metió un mechón de pelo detrás de la oreja. El olor a heno la invadió.

Le dio pena el caballo, que debía de haberse asustado mucho. Dentro del remolque, el vaquero lo tranquilizaba hablándole en voz baja. También la estaba tranquilizando a ella. Poco a poco, sus palabras dejaron de escucharse. Maggie apretó la oreja contra el remolque. Nada.

¿Estaría bien? ¿Acaso le habían pegado tan fuerte que se había desmayado?

—Maldito seas, Kyle —susurró—. ¿Acaso no habías hecho ya suficiente?

—¿Todavía está ahí?

Maggie se dio la vuelta y vio al hombre detrás de ella, tan cerca que el ala de su sombrero le rozaba el pelo. Era tan alto que le tapaba la luz de la farola que brillaba encima de ellos. Su presencia la abrumaba, pero, al mismo tiempo, la hacía sentirse segura.

¿Segura? ¿De dónde se había sacado eso?

—La clínica está al final de la calle —le dijo—. Debería ir a que le echasen un vistazo a sus heridas.

Él dio un trago de una botella, hizo una mueca y escupió el agua manchada de sangre en el suelo. Luego se echó más agua en la mano, se lavó la cara y se la secó con la manga de la camisa.

—¿Por qué?

Maggie puso los brazos en jarra.

—Mire, porque necesita…

—No necesito ningún…

Volvió a tambalearse. Maggie apoyó una mano en su pecho para evitar que se cayese sobre ella.

—No puedo marcharme hasta que no sepa que está bien.

Él bajó la mirada hasta su mano, luego, volvió a subirla a su cara.

—Estamos bien.

Maggie apartó la mano de su pecho caliente.

—Sus labios han dejado de sangrar, pero tiene un ojo muy hinchado y un hematoma muy feo en la frente.

—¿Es que quiere jugar a los médicos?

Sus palabras hicieron que se ruborizase. Maggie tragó saliva.

—Voy a llamar a emergencias.

—No, gracias —contestó él yendo hacia el asiento del conductor.

Ella lo siguió.

—No debería conducir. Podría desvanecerse y podrían matarse, usted y su caballo.

Él intentó abrir la puerta, pero juró al no conseguirlo a la primera. Volvió a intentarlo y subió al vehículo.

—He estado en varias peleas antes, no estoy malherido, y no iré lejos, de todos modos.