BREVE HISTORIA
DE LA LITERATURA
UNIVERSAL

BREVE HISTORIA
DE LA LITERATURA
UNIVERSAL

Enrique Ortiz Aguirre

Colección: Breve Historia

www.brevehistoria.com

Título: Breve historia de la literatura universal

Autor: © Enrique Ortiz Aguirre

Director de colección: Luis E. Íñigo Fernández

Copyright de la presente edición: © 2019 Ediciones Nowtilus, S.L.

Camino de los Vinateros 40, local 90, 28030 Madrid

www.nowtilus.com

Elaboración de textos: Santos Rodríguez

Diseño y realización de cubierta: Universo Cultura y Ocio

Imagen de portada: William Shakespeare (Retrato Chandos). Galería Nacional del Retrato de Londres

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

ISBN edición digital: 978-84-1305-058-4

Fecha de edición: septiembre 2019

Depósito legal: M-25505-2019

A Pilar, Kike, Ariadna, Nereida,

Penélope, Luna y Dánae,

cuerpos que llenan de alma todos mis fantasmas.

A Salma, por su compañía cómplice.

A mis padres y hermanos,

por la resignación ante las ausencias.

Atrio

Este volumen que el lector tiene entre sus manos entraña una dificultad máxima por tres motivos fundamentales, a los que podríamos añadir todos los que quisiéramos. En primer lugar, ha de ser una «breve historia», de lo que se colige un carácter compendioso pero sucinto, y, por otra parte, no puede ser más abarcador, puesto que se ocupa de la literatura universal. La primera consideración, pues, ha de dirigirse a la naturaleza oximorónica de la obra, tan contenida en su extensión como universal en el ámbito de sus contenidos. En cuanto a la segunda, no podemos olvidar que, generalmente, la literatura universal obedece a una perspectiva eurocéntrica, con absoluto desinterés por su propia naturaleza transcontinental, de modo que —sin desmerecer la indiscutible transcendencia de la literatura europea— hemos pretendido también dar cabida a literaturas que no suelen encontrar su espacio en ningún volumen de esta índole. Por último, estamos acostumbrados a encontrar en este tipo de estudios panorámicos, nóminas de autores y obras que no conducen a demasiado, salvo a alimentar con más palabras un mismo desconcierto.

Todo ello, sin duda, ha complicado sobremanera la preparación de un trabajo que se ha creado entre Madrid, Ayamonte, Cádiz, Denia, Lisboa y Ávila con un espíritu tan riguroso como moderno, ya que, aunque no se ha pretendido elaborar un estudio que prescindiese de los principales movimientos, autores y obras, tampoco se ha querido renunciar ni a la reproducción de algunos textos ni a una interpretación cabal para promover un auténtico conocimiento holístico, contextual y significativo con las obvias limitaciones que lo amenazan; en este caso, multiplicadoras del comprometido asunto de las ausencias y de las presencias discutibles que conlleva toda selección, máxime cuando no encuentra restricciones ni de lugar ni de tiempo. Sin embargo, en aras de hacer de la necesidad una virtud, se propone un suculento trabajo que no renuncia ni a la amenidad ni al prurito intelectual para ofrecer desde el deleite un completo escenario para iniciados, amantes, profesionales (profesorado y discentes de cualquier nivel educativo) o curiosos de la literatura, por supuesto, con mayúsculas.

Todo esfuerzo, como el que conlleva culminar un proceso cuyo producto puede disfrutarse ahora, lleva aparejados sinsabores, encierros y muchas horas de dedicación. El desgaste en la preparación de esta monografía ha sido especialmente pírrico, con lo que se espera que el mucho tiempo que ha arrebatado al autor redunde, al menos, en un increíble ahorro de este para el lector mientras disfruta del inmenso placer del conocimiento. Todos los riesgos asumidos, que son muchos, se transforman —por obra y gracia del milagro del libro— en una atractiva invitación. Finalmente, como la literatura, este texto busca a su lector, ese tacto que dibuja la realidad de sus contornos y la oquedad de sus dudas.

Sea como fuere, la escritura de esta obra presupone el contagio del riesgo que implica navegar sin atisbar los horizontes, esa experiencia tan inquietante como vivificadora que se ha traducido en la inclusión de un capítulo inicial del que se suele prescindir dadas sus múltiples aristas —tantas veces cortantes—; en el especial desarrollo de los capítulos que nos impulsan desde el origen y en capítulos finales monográficos para la literatura hispanoamericana y las literaturas africana, eslava, árabe, china y japonesa con la diversidad en la que se multiplican.

En definitiva, esta publicación pretende situar al lector en una tesitura de permanente diálogo con un legado cultural de primer orden que lo concierne vivamente. Un volumen, pues, que no solo fomenta el permanente espíritu crítico —pues está preparado para ello—, sino que establece un inestimable puente entre nuestra condición efímera y ese deseo insoslayable que nos habita de instalarnos en un paraíso posibilitador de todas esas vidas que necesitamos vivir para dotar de sentido a las insuficiencias de la única vida, al parecer, concedida a los seres humanos, incapaz de colmar las inquietudes y anhelos de nuestra propia naturaleza, que reclama una atención que descuidamos muy a menudo. Si creer es crear, seamos. Adelante, no tengan miedo a conocerse…

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La literatura universal como concepto

El hecho de que la literatura universal como concepto se base en el hallazgo de un manuscrito que se reveló como falso, no hace sino añadir un halo de ficción connatural al hecho que nos ocupa. Se trata del célebre manuscrito de Königinhof, cuya falsificación certificaron primero Tomáš Masaryk y, posteriormente, diversos análisis. Sin embargo, fue Goethe quien acuñó el término de literatura universal (Weltliteratur) por vez primera allá por 1827, en plena fiebre romántica de exaltación del hecho literario como expresión de pensamientos, emociones, sentimientos y preocupaciones de los pueblos del mundo. Así, el concepto mismo nace asociado a la idea de la literatura como expresión esencial e identificativa del ser humano y, por lo tanto, como superadora de meras fronteras geográficas, inoperantes cuando se trata de asuntos que conciernen al mapa de las emociones, pensamientos, preocupaciones y sentimientos humanos.

Esta vocación supranacional del término constituye un fabuloso punto de partida para incidir en todo aquello que nos une, al margen de accidentes geográficos azarosos, y para relegar lo que nos separa. Hay un impulso humanista en el término que acuña Goethe, ya que defiende el hecho de que una obra maestra, se escriba donde se escriba, es en realidad patrimonio de todos.

Ahora bien, la dificultad se deja ver inmediatamente, porque ¿quién elige las obras que formarán parte de la literatura universal? ¿Qué rasgos de la obra se consideran relevantes? La literatura universal debería incluir obras que se consideren clásicos incorporados a un determinado canon. Así, con el término que da nombre a esta monografía, surgen otros con los que se relaciona de manera directa.

LITERATURA UNIVERSAL, CANON Y CLÁSICO

El concepto de canon encierra siempre un valor didáctico en tanto en cuanto se convierte en modelo ideal para los demás. Su procedencia etimológica tiene que ver con la vara para medir, es decir, con el referente a través del cual se evaluarán el resto de obras. De esta manera, el canon sería el conjunto de obras o de autores representativos de una literatura. Y de aquí vendría un problema añadido: ¿qué entendemos por representativo? En este sentido, podríamos proponer dos ámbitos fundamentales de representatividad: el placer lector (esa elección de una obra por aclamación lectora) o el academicismo (selección por cuanto una obra reúne magistralmente las características de un determinado movimiento estético o es conducida a las cimas de su género). Desde nuestro punto de vista, tanto monta el interés lector que despierta la obra, monta tanto que reúna características que la conviertan en ejemplar modélica entre las de su categoría, ya que en las grandes obras de la literatura universal suelen coincidir en ambos extremos. En todo caso, la selección de obras nos conduciría al tercer término en esta lid: clásico. Desde ciudadano ejemplar hasta clarín cuya proclama incita al seguimiento, el concepto de clásico ha llevado aparejado el de ejemplaridad etimológicamente. Con posterioridad, el término ha venido a aplicarse a obras literarias que presentan algunas características como el hecho de su permanente actualidad, las reiteradas relecturas que suscita y, sobre todo, su significado inagotable, en virtud del cual se pueden extraer constantes interpretaciones. De alguna manera, con todas las dificultades e insuficiencias que ello conlleva, este volumen presenta los grandes clásicos de la literatura universal (con especial incidencia en la europea) en su complicadísima selección.

Así, las obras que conforman la monografía han de tener la vocación de un clásico por cuanto vienen corroboradas tanto por el placer lector como por su academicismo (en cuanto a presentar rasgos que las encumbran entre las de su mismo género), tal y como apunta el subtítulo de la obra: el paraíso de los libros, de suerte que se privilegia el placer ontológico de la lectura, su capacidad para satisfacer nuestra íntima tragedia de vivir solo una vida, pero ansiar miles (en cierta paráfrasis del decir del nobel Vargas Llosa). De esta manera, la literatura universal se convertiría en el lenitivo de nuestra insatisfacción existencial, de nuestra condición precaria. Además de satisfacer el placer mental y humano, rellena una necesidad: multiplicarse en otras vidas que también forman parte de la nuestra, en una pirueta extraordinaria que el escritor Fernando Pessoa representaría paradigmáticamente, ya que el propio autor encuentra su naturaleza en su desdoblamiento, en su multiplicación en otros yoes que forman parte de su propia esencia.

En todo caso, constatamos la connivencia entre literatura universal, canon y clásico, para concederle a la primera su condición de proyecto transcultural y su reivindicación humanista transnacional; a la segunda, su carácter didáctico, y a la tercera, su condición de significado inagotable. Las implicaciones entre los ámbitos conceptuales de estos términos serán tejido permanente del trabajo que nos ocupa, como la decidida intención de no limitarnos a un mero listado de autores y obras, sino a la permanente exaltación del placer lector en relación con el disfrute estético de otros lenguajes artísticos asimilables.

UNA SUPERACIÓN DE LAS LITERATURAS NACIONALES Y DE LOS LENGUAJES ARTÍSTICOS. LA TEORÍA PENDULAR

En realidad, esta posibilidad de establecer un fructífero y enriquecedor diálogo entre las diferentes manifestaciones artísticas no puede considerarse como algo actual, sino que encuentra su sentido en planteamientos como los de Nietzsche en El nacimiento de la tragedia, en el momento en el que se aborda la pulsión de lo apolíneo y de lo dionisiaco como detonantes de la creación artística en contra de la concepción estética de Schopenhauer, que apostaba por una inspiración única como origen del arte. Esta apasionante reflexión, a nuestro juicio, avala el proyecto transnacional de la literatura universal (en tanto en cuanto se trata de una teoría válida para las obras artísticas, al margen de la nacionalidad a la que se adscriban) y el estimulante diálogo entre manifestaciones estéticas que emplean diferentes lenguajes artísticos, ya que su marco teórico no tiene por qué reducirse a un determinado tipo de arte, sino que resulta válido y extensivo a todos (así, pueden comunicarse entre ellas obras literarias, pictóricas, musicales, escultóricas y cinematográficas). De alguna manera, el filólogo clásico alemán, que pasó a la celebridad como filósofo, propone dos pulsiones que explicarían las manifestaciones artísticas de los seres humanos a modo de movimiento pendular. Esta tensión entre ambas pulsiones no se resolvería nunca, con lo que podemos entender que el arte constituye una búsqueda permanente que, en realidad, no tiene fin y ahí precisamente es donde reside su propia naturaleza.

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Friedrich Nietzsche fotografiado en 1882

Esta explicación del impulso artístico desde lo apolíneo y lo dionisiaco supone aceptar la indagación artística por diferentes derroteros que no se oponen ni se contradicen, sino que se complementan. Así, lo apolíneo se relaciona con el dios Apolo y tendría que ver con la armonía, el equilibrio, la proporcionalidad, la musicalidad, la mesura, la racionalidad, la luz, la simetría; mientras que lo dionisiaco, inspirado en Dionisos, se caracterizaría por el desequilibrio, la desproporción, lo grotesco, los contrastes, la desmesura, lo irracional, las sombras, lo asimétrico. En todo caso, no se proponen como pulsiones enfrentadas, a pesar de su carácter antagónico, sino como complementarias, a modo de dos caras de una misma moneda: el arte. Esta categorización supone, además, considerar el arte como manifestación estética, sin diferenciaciones entre distintos lenguajes. De esta manera, se contribuye decididamente a la interrelación entre literatura, pintura, escultura, música y cinematografía, puesto que las obras podrán asimilarse unas a otras según su condición predominantemente apolínea o dionisiaca. La categorización nietzscheana, pues, abona las enriquecedoras relaciones entre obras artísticas, promoviendo, además de la literatura universal, la literatura comparada, que permite abordar las semejanzas y las diferencias entre obras que pertenecen a diferentes modos de expresión.

En definitiva, la literatura universal, con su vocación humanista y su concepción del hecho literario como universo emocional y estético compartido, promoverá inevitablemente sugestivas relaciones estéticas en el ámbito de la literatura comparada. Comencemos por el origen.