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© 2019, Araceli Samudio

© 2019, de esta edición: Nova Casa Editorial

 

Editor

Joan Adell i Lavé

Coordinación

Abel Carretero Ernesto

Portada

Ada Reyes

Maquetación

María Alejandra Domínguez

Corrección

Nathalia Tórtora

Primera edición: mayo de 2019

ISBN: 978-84-17589-84-4

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 917021970/932720447).

 

 

 

 

 

 

Prefacio

Lunes 26 de diciembre.

Me levanto temprano; suelo dormir hasta las once de la mañana, pero un ruido externo altera mi sueño. Me quedo en la cama y observo a mi alrededor. Tengo la habitación de una princesa, todo es blanco y rosado. A la derecha está mi vestidor, con los atavíos más hermosos y de las marcas más reconocidas que una niña —o su madre— pudieran desear. A la izquierda se ve el estante donde tengo mis juguetes, peluches, muñecas y juegos de mesa. Es alto, va desde el suelo hasta el techo y está lleno. Frente a mi cama está la casa de mis Barbies, tengo un montón de ellas, las más antiguas y las más nuevas; la sirena, la bailarina y la doctora. La casa es inmensa y tiene todos los mueblecitos: la cama, el armario, la piscina y el auto. No hay nada que no tenga. Al lado de la casa está el librero donde guardo mis tesoros, mis libros favoritos, esos que me permiten vivir una vida diferente a la mía cada día.

En un sillón que se encuentra en una esquina frente a mi tocador hay un montón de regalos, todos los que recibí ayer, en Navidad. Salgo de la cama y busco una de las cajas, la abro. Son mis bombones favoritos, me los hace mi abuela y, a modo de obsequio, me preparó una bonita caja con muchos de ellos.

Voy de nuevo a mi cama y la abro. Hizo bombones de distintas formas: estrellas, corazones, hojas y tréboles. Sonrío y me como uno, y luego otro… y otro más. La puerta se abre de golpe, es mamá. Escondo los bombones bajo las sábanas lo más rápido que puedo, pero no es suficiente.

—¿Qué estás comiendo, Carolina? —pregunta con un gesto que me asusta, levanta las cejas y ladea la cabeza.

—Nada… —digo y me apuro a tragar el último bocado.

Ella se acerca. Me mira a los ojos y puede ver la mentira en ellos, o quizá ve rastros de chocolate en las comisuras de mis labios. Me limpio rápidamente cuando levanta la sábana.

—¿Otra vez comiendo? ¿Otra vez mintiendo? ¡¿Cuantas veces te dije que debes dejar de comer porquerías?! Tienes diez años y ya pronto serás una mujercita, te llenarás de grasa y de celulitis, ningún chico te querrá. Entiéndelo, este mundo no es para la gente obesa. —Mi madre toma la caja y la lleva hacia el baño.

—¡No la botes, me los hizo la abuela! —grito, se lo ruego.

—¡Es que ella siempre ha sido gorda y quiere que tú seas igual! —exclama y entonces abre la puerta del baño, derrama todos los chocolates en el inodoro y tira de la cadena—. Vístete y baja a desayunar sano. —Me ordena y sale de mi habitación.

Me pongo a llorar, esos chocolates me los había hecho la abuela y ella es la única que me trata con cariño.

Intento calmarme.

Bajo a tomar mi leche de almendras con cereales y frutas antes de que mi madre se ponga más nerviosa. Cuando termino, me dispongo a ir a casa de Alelí, no quiero estar más aquí. Voy por mi animal de felpa favorito para llevármelo conmigo, es un osito con alas de ángel que, si le aprietas un botón, reza la oración del ángel de la guarda.

Cuando paso por la habitación de mis padres, los escucho discutir.

—¡Ya te dije que no quiero que vuelvas al modelaje! ¿Cuándo lo terminarás de entender? —grita mi papá—. Además, estás fea y gorda, llena de arrugas y de canas, ¡ya nadie te contratará!

—¡No es cierto, me ha llamado Piero y quiere que vuelva! —responde mi madre.

—Estás embarazada, Fiorella, te pondrás más gorda y más flácida en poco tiempo, es absurdo —zanja mi padre.

—No quiero tener otro hijo. ¡Nunca quise uno! ¡Tú me obligaste! Yo no sirvo para esto de ser madre. ¡Estoy harta de todos, de ti y de esa niña malcriada! —grita.

Entonces, escucho el sonido de la palma de mi padre contra el rostro de mi madre. Es normal, siempre la golpea y luego ella se cubre de maquillaje. Mi padre le grita y le dice que es una zorra. Yo me tapo los oídos y cierro fuerte los ojos.

Salgo corriendo de mi casa y lloro hasta llegar a lo de Alelí. Mi tía, asustada, me abraza. Ellas saben lo que pasa en mi casa, pero no hacen nada, nadie puede hacer nada.

14:00 PM

Almuerzo aquí porque no quiero volver, pero estoy preocupada. Espero que papá no le haya hecho a mamá nada muy feo. Quiero ir a ver si ella está bien, así que me despido de mi tía y de mis primos para regresar a casa, que queda en la otra esquina. Entro, hay silencio, sé que papá salió porque no está su auto.

Encuentro a mamá sentada en el jardín. Tiene la vista perdida en el cielo y parece estar pensando. Me acerco a ella y puedo ver el moretón en su mejilla derecha.

—¿Estás bien? —pregunto.

Ella, con sus ojos verdes vidriosos por las lágrimas, me dice que me siente a su lado.

—Sí… ¿y tú? —pregunta.

Asiento.

—¿Vas a volver a trabajar?

Ella niega con la cabeza.

—Lo siento… —murmuro.

Quedamos un rato en silencio y ella me toma de la mano.

—¿No me quieres? ¿No querías tener hijos, mamá? —pregunto. Las lágrimas se atoran en mi garganta.

—No es eso, sí te quiero, pero esta no es la vida que yo deseaba cuando era joven —responde con la voz cargada de melancolía, como si le doliera mucho.

—Lo siento… —digo en medio de un suspiro.

—No es tu culpa… Perdóname por no ser una mejor madre para ti.

—Yo te quiero —digo.

Ella me abraza y besa mi frente.

—También yo, Carito, también yo. —Es la única que me dice así cuando no me está regañando por algo.

—¿Te vas a ir? —pregunto.

Ella no responde por un buen rato.

—No… —dice después.

Entonces, me dice que vaya a tomar un baño y a arreglar mis juguetes. No sé qué es lo que debe ordenar pues todo está en su sitio, pero, para no discutir, hago lo que me dice. Me voy a mi habitación, me baño, me visto y, luego, leo un libro.

18:00 PM

Una idea me cruza por la cabeza, quiero decirle a mamá que vayamos juntas a otro país donde ella pueda trabajar de lo que le gusta. Yo prometeré portarme bien y hacer lo que me dice. Ya no quiero que mi papá la maltrate.

Hay un silencio enorme, mi casa es así: fría, aburrida y silenciosa. Pero la quietud de ahora es mayor, es tan intensa que duele. Siento un escalofrío.

Dejo el libro a un lado y salgo de mi habitación. No hay nadie cerca, busco a mi madre para contarle la idea. Miro en su habitación, pero no está. La busco en la biblioteca, en la sala y en el comedor. Le pregunto incluso a la cocinera, pero nadie la vio. Supongo que sigue en el patio, así que voy a buscarla, pero tampoco está allí.

La puerta del depósito que está al lado del garaje está abierta y con la luz está encendida en el interior, así que asumo que ella está allí. ¿Pero qué hace ahí? En ese sitio solo hay herramientas y cosas que usan los mecánicos y jardineros de la casa. Camino despacio, tengo miedo de que no sea ella quien está allí. Quiero decirle que la quiero, que, por favor, no se vaya, que la necesito y que me portaré bien. Quiero decirle que ya no volveré a comer si eso le hace feliz, quiero contarle mi idea de irnos juntas.

—¿Mami? ¿Estás ahí? —pregunto con temor.

La puerta se mueve con el viento y hace un sonido algo tenebroso. Entonces, me acerco al umbral y la veo.

Me quedo helada, tiesa, en shock.

El cuerpo de mi madre cuelga de una de las vigas del techo. Una cuerda gruesa y mugrienta está enroscada alrededor de su cuello y sus manos están aferradas a ella como si intentara quitársela. La silla en la que se paró para colgarse está caída y sus hermosos ojos verdes están abiertos, enormes. Su piel ya no es blanca y perfecta, es azulada; sus labios están morados, su boca está abierta y su cabeza ladeada. Se mueve ligeramente de un lado a otro como un péndulo triste.

—¡Mami! ¡Ahhhhh! —grito y me acerco corriendo. Alcanzo sus pies y su vestido blanco de algodón y lo estiro—. ¡Baja de allí! ¡Mamá, por favor, baja!

Me dejo caer en el suelo y lloro, ella ya no está, se ha ido para siempre.

—Yo te quiero… yo te quiero mucho. Podíamos irnos juntas y dejar a papá… Podías volver a trabajar y yo no te daría más problemas. Dejaría de comer para que ya no me retes… Y te has ido… me has dejado… Mami, ¿por qué? ¡Mami, vuelve!

 

¿Eres tú?

Desde bien temprano en la mañana preparé el regalo con mucho entusiasmo. El otro día, cuando el padre de Taís me dijo que cualquier cosa que le obsequiara le gustaría a su niña y que yo era como su ángel, se me ocurrió buscar entre mis recuerdos y darle algo muy especial para demostrarle cuánto la quiero.

El dije es una de las pocas cosas que guardo de mi pasado. Cuando viajé a Alemania, decidí empezar de nuevo, y eso incluía no llevar nada conmigo, nada que me recordara a la antigua Carolina. Pero ese dije era algo que no podía soltar, y no tanto porque fue de mi madre, sino porque me recuerda a Rafa, a mi ángel en la tierra.

Se me ocurre dárselo a Taís porque ella es una chica especial y fuerte. La admiro, la admiro con todas mis fuerzas por ser tan decidida, tan limpia de corazón, tan sana y trasparente. Es una chica, que al igual que yo, se ha quedado sin madre a temprana edad, pero que, a diferencia de mí, no ha tenido que enfrentarse a todo lo horrible que tuve que vivir yo.

Supongo que es obra de su padre, por eso lo admiro también a él y tengo una enorme curiosidad por conocerlo. Me pregunto qué habría sido de mí si mi padre hubiese sido como él.

De todas formas, a esta altura de mi vida ya he aprendido a no culpar a los demás por mis desgracias. Es cierto que mi padre debió intentarlo con más fuerza, que no debió golpearme, que no debió abandonarme de la forma en que lo hizo, pero esas son sus culpas y sus errores, no los míos. Y yo no tengo poder sobre ellos, solo tengo poder sobre lo que aquello provoca en mí. Él ya ha causado demasiado daño en mi vida como para seguir rumiándolo. Ya lo he superado desde hace muchos años.

Taís es una chica adorable, y algo en ella me recuerda mucho a Rafa. Quizás eso es una locura, pero hay un brillo en sus ojos, en su sonrisa, o quizá en su forma de hablar, no lo sé con exactitud, pero hay algo de él en ella, aunque no sé bien qué es.

Pienso que todas las personas que entran a nuestra vida, dejan algo en ella, y Taís llegó para infundirme fuerzas justo en el momento en que debía comenzar de nuevo. Ella me permitió —y todavía me permite— saldar mis deudas con la vida, devolviéndole a ella un poco de lo que yo recibí.

Cuando yo era joven, Rafael fue quien iluminó mi mundo, y yo quiero hacer lo mismo por Taís. Porque no quiero verla caer y deprimirse solo porque su sueño se ve truncado. No quiero verla apagarse. Así que brindarle mi amistad y crear el salón de baile son cosas que hago con mucho amor para alguien que da alegría y color a mi vida.

Cuando recién llegaba de Alemania, tenía mucho temor a la soledad y a los recuerdos. Entonces, ella entró a mi vida con su algarabía y con su juventud, con su madurez y con su inocencia. En cierta forma, y aunque ella suele decirme que aprende mucho de mí, soy yo quien aprende de ella.

Le pregunto a Lina dónde está Taís. Ella me señala el estudio, sin quitarle la vista a la televisión. Ella y yo nos hemos hecho grandes amigas, confidentes, nunca antes había tenido una amiga real y, aunque al principio tuve miedo, creo que vale la pena. Ambas hemos pasado por cosas similares y nos apoyamos mutuamente. Hasta eso trajo Taís a mi vida, pues la conocí gracias a ella.

Cuando llego al estudio, la veo llorando. Me mira y me enfrenta. Está enfadada… ¿o triste? Ya revisó mis regalos, lo sé porque los tiene en sus manos. Pero no lo entiendo, ¿por qué actúa así? Me dice algo sobre que él tenía razón, sobre que yo genero amor y odio. ¿De qué me habla? ¿Quién es él?

Sale de allí alterada y nerviosa, no la sigo porque, cuando voy a hacerlo, me quedo de piedra al ver algo sobre el escritorio. ¡Es mi libro! ¡El libro que Rafa me había regalado por nuestro aniversario! Me acerco con miedo y lo tomo en mis manos, tiemblo. ¿Qué hace este libro aquí? Lo abro y paso los dedos por mis viejos trazos. Imágenes, recuerdos, palabras se derraman en mi mente como si se hubiera abierto el grifo de una canilla que estaba cerrada y que ahora fluye con fuerza. Las lágrimas caen sin piedad cuando mi mente busca una explicación al porqué Taís tiene ese libro en su poder.

«Él tiene razón. Generas amor y odio…». Su voz retumba en mis pensamientos. ¡Ella conoce a Rafael! Y entonces, recuerdo los mensajes que intercambié con su padre días atrás.

«Perdón… ¿Me podría decir su nombre para poder hacer esto menos formal?», pregunté.

«Rafael. Un gusto».

¡No es posible! Rafa no puede tener una hija de esta edad.

Pienso, lloro. Y, en mi desesperación, finalmente, lo recuerdo. Recuerdo que Rafael cuidaba a su sobrina, a la hija de su hermana drogadicta.

Apenas lo tengo claro, salgo corriendo.

—¿Nika? ¿Qué sucede? —pregunta Lina que, junto a Paty, me miran confundidas—. Taís acaba de salir muy alterada.

—¡Vamos! Sigámosla, después les explico.

No sé a dónde fue, pero no puede correr, así que no debe estar lejos. No quiero que le suceda nada. Las chicas me siguen; juntas, bajamos, decididas a alcanzarla.

Miramos de un lado al otro de la calle y la vemos en la esquina, está con un hombre. Mi corazón se agita y, aunque no puedo verlo pues ella lo cubre, sé que es él.

Las tres corremos hacia Taís, que se voltea para pedir ayuda. Algo le sucede a Rafael.

Llegamos junto a ella, yo en medio de Lina y Paty. Él me mira, sus ojos dan vueltas, desorbitados, y está muy pálido. Sujeta su cabeza entre las manos y suelta sonidos de dolor. Taís llora y pide ayuda, desesperada.

—¡Rafael!… Por Dios, Rafa… ¿Qué te sucede? ¡No! ¡Rafa!...

Espero que él me responda, que me vea, pero no puede hablar, es obvio que lo intenta, pero nada sucede.

—¡Hay que hacer algo! —exclama Lina con seguridad—. ¡Voy a llamar una ambulancia!

Lina saca su teléfono y marca. Paty se acerca a Taís para abrazarla. Yo solo puedo mirar a Rafa. Él también me mira y, por un segundo, creo que me reconoce, aunque luce confundido y adolorido. A Taís se le afloja la pierna lastimada mientras intenta sostener a su padre, entonces yo la ayudo. Me acerco y lo tomo de un costado, sus ojos luchan por fijarse en los míos, pero de un momento a otro se cierran.

Rafael pierde la conciencia y su cuerpo laxo se desvanece en mis brazos, lo aferro con fuerzas mientras Taís llora más. Lo recuesto en el suelo con suavidad cuidando de no lastimarle la cabeza, debemos esperar a que llegue la ambulancia. Lina vuelve y avisa que vendrán enseguida, ella se acerca también. Estoy llorando, el chico al que he amado toda mi vida yace como muerto frente a mí. Una cosa es estar lejos del amor de tu vida, otra muy distinta es pensar que está muerto o que puede llegar a estarlo. No sé qué más hacer para ayudarlo, la desesperación ante el desalentador panorama me toma presa.

—¡Déjalo! ¡Aléjate de él! —grita Taís mientras me observa con algo que nunca antes había visto en su mirada tan pura—. ¡Finges que te importa, pero no es cierto, nunca te ha importado! Y si algo le llegara a suceder, él morirá sin haber sido feliz, sin haber tenido la oportunidad de rehacer su vida por tu culpa. —Taís me apunta y llora.

Yo lloro aún más, sus palabras me duelen mucho. No sé qué es lo que ella sabe, pero, por lo visto, Rafael le ha contado mucho. Y ella me odia, como es probable que él también lo haga.

—¡Taís, cálmate! —Lina se acerca a ella y la toma de los hombros—. ¿Por qué le hablas así a Nika?

—¡Se llama Carolina y es una mala persona! —grita desesperada, la gente empieza a aglomerarse alrededor nuestro—. ¡No le creas nada de lo que te dice porque está mintiendo y solo te hará daño! —exclama con furia y entonces Paty la abraza en un vano intento por calmarla.

—Taís, no es el momento —dice ella con firmeza y la aleja un poco mientras su amiga patalea.

Lina se gira a verme, ella sabe mi historia con Rafa, yo le conté todo lo sucedido en mi vida y ella me contó la suya. Sus ojos me encuentran y las piezas se acomodan en su mente.

—¿Es tu Rafael? —pregunta.

Yo asiento mientras miro su cuerpo perdido en la inconciencia. Lina se tapa la boca y lo mira también, ha entendido todo. Mi desesperación, la reacción de Taís… Todo.

Las sirenas de la ambulancia se escuchan cada vez más cerca. Sin darme cuenta —y mientras me pierdo en el llanto y mis pensamientos desordenados fluyen entre el pasado, el presente y las reacciones de Taís—, un montón de paramédicos y enfermeros se acercan a Rafael. Lo mueven, lo revisan, lo cargan en una camilla y se lo llevan. Taís sube a la ambulancia con ayuda de uno de ellos y Paty también la acompaña.

—Debes ir allí —dice Lina, pero yo niego, no quiero dañar a Taís más de lo que ya, sin quererlo, lo he hecho—. Vamos en mi auto entonces. —Insiste y me toma de la mano.

—No sé, Taís no me quiere allí. —Dudo y niego con la cabeza. Me siento pequeña, indefensa.

—No, pero nos necesita, Nika. Es solo una niña, no podrá con esto sola —añade mi amiga, tiene razón.

Voy corriendo a mi casa por mi bolsa y por la suya mientras ella va a buscar su auto estacionado a la vuelta. Salgo y cierro la puerta, subo al auto.

Una vez listas y dentro del vehículo, Lina acelera.

—Dios mío… no puedo creer que estuve tan cerca de Rafa todo este tiempo —susurro cuando estamos en camino.

—Tranquila. —Lina coloca su mano sobre mi rodilla para infundirme fuerza—. Lo importante es que lo atiendan a tiempo, luego podrán conversar.

—No quiero que le suceda nada. —Me siento como una niña desprotegida ante la idea de que Rafael llegara a morir. Es difícil explicarlo, pero no puedo concebir un mundo sin él, aunque ya no sea parte de mi vida.

—No le sucederá nada, no pienses eso. Es joven y fuerte —responde Lina, pero sé que solo intenta calmarme.

Cuando llegamos al hospital, veo a Taís sentada en la sala de espera. Llora mientras Paty la abraza. Nos acercamos, pero ella se levanta y se aleja. Lina quiere que la sigamos, pero yo me niego. Me duelen su mirada y su rechazo. Me dejo caer sobre una de las butacas y también lloro. Lina me pregunta si estoy bien y, cuando le respondo que sí, se aleja a preguntar algo en la recepción.

Cuando vuelve, me informa que aún no se sabe nada y que lo están atendiendo. Asiento sin ganas y ella se sienta a mi lado, me toma de la mano y sonríe con tristeza.

—Tenemos que ser fuertes ahora, por Taís —dice.

—Ve a hablar con ella, te necesita. —Le pido.

—Nos necesita a ambas, lo sabes —murmura Lina.

Niego.

—Ahora no me necesita a mí, pero es mucho para ella sola. Ve con ella, yo estaré bien —insisto.

Lina asiente y, antes de irse junto a Taís —que está al otro lado de la sala de esperas—, me da un beso en la frente. Yo le sonrío con tristeza. Abro mi cartera y saco mi libro, lo guardé junto con el libro que traía Taís, justo antes de salir corriendo tras ella. Paso mi mano por la cubierta y luego lo abro. Leo la dedicatoria:

«Para mi ángel de la guarda en la tierra, aquel a quien no supe cuidar… aquel a quien no supe amar».

Las lágrimas caen de nuevo por mi mejilla. Cierro mis ojos y recuerdo nuestro pasado.

Pareces un ángel, un bello y hermoso ángel —dijo Rafa y me volteé a mirarlo.

—Tú eres mi ángel, mi ángel guardián, el que me ha rescatado del abismo, de las profundidades de mi propia existencia. —Me acerqué a besarlo—. ¿Recuerdas que me habías pedido que te dedicara mi primer libro?

—Sí, lo recuerdo… Dijiste que no veías el motivo para ello —bromeó él al recordar aquel día y yo negué divertida.

—Mi primer libro te lo dedicaré a ti porque tratará de una chica que se enamora de su ángel de la guarda, como yo me he enamorado de ti. —Tomé su rostro entre mis manos, era bello y dulce—. Tú eres mi ángel guardián, no me dejes nunca, ni aunque los demonios quieran robarse mi alma —rogué.

Él escondió su nariz en mis cabellos y aspiró.

—No te dejaría jamás, iría a buscarte al infierno si fuera necesario, siempre y cuando tú así lo quieras. Pero si un día no quisieras más estar conmigo, tendría que dejarte ir. Haría lo que fuera solo por verte feliz, incluso alejarme, si eso fuera lo que necesitaras.

—No digas eso, no hay existe en el mundo algo capaz de alejarme de ti. Seremos como los personajes de mi libro, venceremos a los demonios y también a los ángeles, a todos los que nos enfrenten, los venceremos y probaremos que esto es amor del bueno. No me imagino una vida sin ti.

Cierro el libro cuando el recuerdo se desvanece y repito en mi mente las palabras que Taís me dijo hace un rato: que si Rafa muere, lo hará sin haber sido feliz por mi culpa.

Un dolor punzante y agudo se instala en mi pecho.

«Ohhh por Dios, Rafa… ojalá me hayas perdonado. No quise llevarte conmigo al infierno, no lo merecías, no merecías que yo te manchara tus alas».

Siento que todo este tiempo no ha servido para nada, que todo lo aprendido se me ha olvidado, que cada lucha, cada tropiezo y cada caída no han sido suficientes.

Me siento como antes, una basura, un desperdicio.

 

Cayendo de nuevo

Llevamos varias horas aquí, el doctor salió hace un rato para informarnos que Rafa sufrió un Accidente Cerebro Vascular Isquémico. Dijo que, por suerte, fue traído a tiempo porque cuanto más rápido se atienden esas cosas, es mejor.

Estoy asustada, el médico no ha dicho mucho más; Rafa sigue en observación y ha sido trasladado a la unidad de terapia intensiva. Nos explicaron que las primeras cuarenta y ocho horas son determinantes, pero que, al parecer, él está reaccionando bien al medicamento que le han administrado. El resto de la información técnica ya no la pude entender. En mi cabeza, un ACV es grave, lo sufrió un primo de mi tía hace muchos años atrás y falleció. Estoy muy asustada.

Taís llora desde que el médico se retiró, Lina y Paty intentan calmarla. Yo tengo un montón de sentimientos que me atormentan por dentro. Por un lado, quiero abrazarla, decirle que todo estará bien, que Rafa es fuerte y que saldrá adelante, pero sé que ella no quiere que me acerque. De vez en cuando me dedica miradas tristes y llenas de dolor. También me siento culpable, las palabras de Taís retumban en mi mente, me duele que Rafa no haya encontrado la felicidad y que, según ella, eso sea por mi culpa. Me siento muy culpable, me siento horrible. Tengo miedo. El miedo a perderlo me quema el alma; por más que sé que hace años lo perdí, no puedo aceptar que se vaya para siempre… no… no puedo.

Las lágrimas vuelven a fluir de mis ojos y se derraman sin piedad por mis mejillas. Lina me observa en la distancia y me regala una sonrisa triste. Se levanta como para venir junto a mí, pero niego y, con un gesto, le pido que se quede con Taís. Entonces, me pongo de pie y, con mi libro en mano, camino hacia otro sitio. Necesito aire, necesito alejarme de aquí por un segundo.

Voy sin rumbo hasta llegar a una pequeña capilla en el tercer piso del hospital. Aquí reina la calma que necesito, la paz que ansío recuperar. Me siento en la primera banca, solo hay cinco hileras, y miro a la cruz tallada en madera que cuelga de la pared.

«Sálvalo, él no se merece esto. Taís tampoco. Si necesitas un alma, toma la mía».

Me quedo en silencio por un rato. Luego, miro el libro que tengo en mi mano. Lo abro en el prólogo y lo leo. Tengo la extraña necesidad de revivir el pasado que está escrito aquí.

ji

Aún recuerdo la idea original que tenía para escribir este libro. Quería que fuera una novela de fantasía sobre ángeles y demonios, sobre el fin del mundo, sobre la destrucción de la tierra, sobre demonios sueltos, sobre los pocos sobrevivientes y sobre una pareja capaz de sortear todos los obstáculos.

Ella, una simple muchacha humana con un don especial: la capacidad de ver a su ángel de la guarda.

Él, un ángel del rango de los guardianes que, al ser visto por la chica a la que debe cuidar, entabla con ella una relación de amistad entrañable.

En esa historia, Dios está enfadado porque ya no existe amor en el corazón de ninguno de los humanos, además, está anonadado por el grado de depravación y por la destrucción existente en la tierra, por eso decide castigar a los hombres. Y lo hace al enviar un cataclismo que eliminará a la raza humana. Pero, antes de destruirlo todo, dejará a algunos seres humanos —los más podridos y dañados—, a merced de los demonios liberados sobre la tierra. Así la oscuridad, la devastación, el hambre, las pestes y toda clase de dificultades caerán como un gran castigo sobre la faz de la tierra.

Cuando el ángel se entera de esto, y en la desesperación de no querer ver morir a su protegida, decide esconderla para que nada le suceda el día del cataclismo. Entonces, el ángel que ha actuado por el amor que siente secretamente por ella, es buscado por los otros ángeles y por los demonios; los primeros para castigarlo enviándolo al infierno por desacatar las órdenes, y los segundos para acabar con su alma angelical y poderosa.

Los demonios los encuentran primero y pretenden matarlos a ambos, pero la joven ofrece su vida por defender al ángel. Entonces, Dios se da cuenta de que aún hay un alma que siente amor verdadero y decide enviar a sus arcángeles a salvar al ángel y a su protegida.

Ambos son llevados directamente a la corte divina donde Dios bendice su amor y decide casarlos frente a todos los habitantes del cielo. El ángel y la humana, con su amor bendito, serán entonces los encargados de crear la nueva raza de habitantes de la renovada tierra.

Esa era la historia que tenía en mi cabeza cuando era joven. Había investigado miles de libros sobre ángeles y demonios, sobre religiones y creencias. Todo estaba ya encaminado, pero entonces mi mundo colapsó y todos mis sueños se vieron destruidos.

En algún punto, me di cuenta de que cada uno de nosotros tiene su propio fin del mundo. Para la gran mayoría, el fin del mundo llega el día de su muerte. Pero, para otros, como para mí, llega incluso antes.

Yo era como esa tierra, llena de podredumbre y devastación, llena de vicios y de desamor. Resultado de una vida de abandono y de maltrato. Mi mundo simplemente colapsó.

Lo que en ese momento no entendí era que siempre hay una salida de emergencia, aunque a veces estemos tan hundidos en el fango de los problemas que simplemente no la vemos.

Yo tuve un ángel, uno muy tangible. Uno que se preocupó por mí, que me cuidó y que me levantó. Uno que me escondió de todo cuando la devastación amenazaba con acabar con mi mundo. Pero yo no fui tan inteligente como mi protagonista. Yo no ofrecí mi alma por él, al contrario, dejé que él perdiera la suya a causa de mis propios demonios. Yo no tuve el don de mi protagonista que lo supo ver desde pequeña.

Yo simplemente lo perdí.

Por eso escribo este libro, que ya no es de fantasía, sino de realidad. Una historia llena de amor y desamor, que habla sobre devastación y debacle. Que habla de un alma a merced de los demonios —de sus propios demonios— y que habla sobre un ángel, sobre varios ángeles. Pero, por encima de todo, habla de un aprendizaje profundo, de un renacer desde las cenizas, de tener ganas de perdonar y de ser perdonada, de una intensa necesidad de superación.

Una vez, el chico al que amé me pidió que, cuando escribiera un libro, se lo dedicara. Al principio me burlé, pero luego, con el correr del tiempo, le prometí que lo haría.

Este libro no solo está dedicado a ti, mi ángel, donde quiera que estés. Es mucho más que eso, este libro es por y para ti. Este libro trata de redimir el dolor que te causé, el que yo misma me causé. En estas letras intento redimirme, porque, aunque no merezca tu perdón, al menos espero perdonarme yo.

Es para ti porque debes saber que tu amor me ha salvado. Porque, aunque no tengas idea, ese amor que me diste fue el que me mantuvo a flote cuando la tempestad azotó mi alma. Porque, gracias a tu amor, he aprendido mucho. Porque, gracias a ti, soy lo que soy hoy.fuiste el único que confió en mí cuando el mundo entero estuvo en mi contra, y yo, te fallé.

Por todo eso he decidido escribir este libro, para contarle al mundo lo que aprendí de ti.

ji

Cierro el libro de un golpe y vuelvo los ojos a la cruz. Me duele el alma, si eso es posible, lo que siento es mucho más intenso que cualquier dolor físico. Quisiera en realidad poder ofrecer mi alma a cambio de la suya ahora. Además, me siento perdida, fuera de lugar. Tan cerca de Rafa y, a la vez, tan lejos.

Por un momento, pienso que lo mejor sería que me fuera. Que llegara al departamento, juntara mis cosas y volviera a Alemania. Estoy segura de que allí sigo teniendo un hogar, yo sé que él estaría feliz de tenerme de regreso.

De repente, Lina se sienta a mi lado y me rodea con sus brazos; dejo caer mi cabeza sobre su hombro y lloro. Ella no dice nada, solo me abraza.

Quedamos allí por mucho tiempo hasta que las lágrimas menguan.

—Es joven, va a estar bien —dice y me besa en la frente.

—¿Crees que debo irme? No sé qué estoy haciendo aquí —añado y niego contrariada—. Debería irme, alejarme de ellos, dejarlos seguir.

—¿Nika? ¿Qué te sucede? No te reconozco. —Me regaña con cariño mientras busca mi mirada—. Eres la mujer más fuerte que he conocido, la que me ha ayudado a salir adelante y a encontrar un camino. No puedes decaer ahora, Taís te necesita, Rafael también.

—Taís me odia y, si ella lo hace, es porque él también —replico y vuelvo a negar con la cabeza en medio de un sollozo desesperado.

—Está enfadada, no te odia. Ahora tampoco es un buen momento para que intenten conversar. Pero, si ella supiera todo lo que tuviste que pasar, todo lo que fue tu vida, estoy segura de que lo entendería, Nika. No es hora de huir de nuevo, es hora de afrontar. Desde que me contaste tu historia, me dijiste que querías encontrarlo, explicarle todo y pedirle perdón; viniste para eso, ahora es tu oportunidad. No hay casualidades en la vida, todo pasa por algo y, que estemos hoy aquí, luego de tantos años, que hayas conocido primero a Taís, que no lo hayas podido ver antes… todo tiene que ser por algo. No te rindas.

—Pero si él no se recupera… si ya no puedo…

—No pienses en eso, se recuperará y, a su debido tiempo, podrás hablar con él. Contarle esas verdades que tanto te dolieron ocultarle. Vamos, amiga, no decaigas, yo estoy aquí contigo —dice y me anima.

—Gracias, Lina, no sé qué haría sin ti.

—¿Quieres ir por un café? Podemos comprar para las chicas también.

Asiento y dejo que me guíe hasta el comedor del hospital. Ella compra los cafés antes de regresar a la sala de espera. Yo me vuelvo a sentar en mi sitio y sostengo la taza de Lina mientras ella se dirige a las chicas para darle uno a cada una. Luego, se sienta a mi lado.

Ya no hablamos, solo esperamos.