Rubén Darío

Cabezas: Pensadores y Artistas, Políticos

Publicado por Good Press, 2022
goodpress@okpublishing.info
EAN 4057664160218

Índice


JACINTO BENAVENTE
JOSE ENRIQUE RODO
GRAÇA ARANHA
ZORRILLA DE SAN MARTIN
FRANCISCO GARCIA CALDERON
SANTIAGO RUSIÑOL
FEDERICO GAMBOA
AMADO NERVO
ENRIQUE RODRIGUEZ LARRETA
LEOPOLDO LUGONES
ENRIQUE GOMEZ CARRILLO
RICARDO ROJAS
MANUEL UGARTE
ANGEL ZARRAGA
ALBERTO DEL SOLAR
JACINTO OCTAVIO PICON
FRAY CRESCENTE ERRAZURIS
EUGENIO GARZON
POLÍTICOS
S. M. EL REY DON ALFONSO XIII
EL GENERAL D. RAFAEL REYES
CANOVAS DEL CASTILLO
JOSE PEDRO RAMIREZ
CASTELAR

JACINTO BENAVENTE

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Cuando Jacinto Benavente entró a la Real Academia Española, se preguntaron muchos: «¿A qué va Benavente a la Academia?» Contestaron algunos: «A hacer lo que todos los académicos hacen; limpiar, fijar y dar esplendor».

No, no iba a eso. En tal recinto, e intelectualmente hablando, para limpiar, necesitaría la representación de Hércules; para fijar, la de Minerva; para dar esplendor, la del mismo Apolo. Iba sencillamente a demostrar que, por opinión general, quien había logrado todos los triunfos populares merecía también todos los honores oficiales. He dicho populares, porque, aunque Benavente sea un autor de élite su nombre es famoso en todas partes en donde se habla nuestro idioma y aun en otras.

Benavente representa para España lo que un Capus o un Bernstein para Francia, o mejor, lo que un Bernard Shaw para Inglaterra. Y aun, en condiciones especiales, es el único que haya logrado dar verdadero brillo y resonancia a las Máscaras castellanas.

Poco avisados los que le juzgan con el oído puesto al Boulevard. El mundo en que se mueven sus tipos, en la mayor parte de sus comedias, es ese mundo universal que tiene por norma, desde luego, más o menos aplicada a sus medios respectivos, la vida parisiense; y si no, fijaos en las escenas de los comediógrafos italianos del día. Ese mundo es le monde. Mas los personajes benaventinos que se mueven y expresan en el ambiente de Madrid, son de la legítima descendencia clásica; y sus diálogos chispeantes del ingenio que les presta su creador, no son sino los antiguos discreteos de Calderón o Lope modernizados.

Ni tan solo en lo cotidiano social y de lo mundano inmediato ha de entretenerse este cultivador de agudas y frívolas filosofías. De cuando en cuando le veréis salir con su cara de Shakespeare—pues es harto semejante a algunos retratos del gran Will—impregnado de esencias hamletianas, o húmedo de los rocíos de las florestas por donde vayan las Rosalindas, las Perditas y las Cordelias.

JACINTO BENAVENTE

A pesar de su fama de amargor, confiaos a él. Hay entre sus macizos de floridas espinas muy exquisitos de miel, mucho consuelo humano, mucha ternura compensadora de desesperanza.

Entrad en su teatro de ensueño y en su teatro de bondad. Dejaos llevar por la mano que sabe apartar los ramajes hostiles. Él os hará el regalo de la poética dulzura, del rayo de luna, del canto cristalino del ruiseñor; y como es conveniente, a su tiempo, en el instante preciso, os hará una pirueta; y le daréis las gracias por el palmo de narices con que os gratifique.

Y os dejará plantados. No le sigáis. Él se va, como murmurando, porque sabe muchas cosas del cielo y de la tierra. No le sigáis. Podréis creer por el movimiento de sus hombros que se va riendo, pero no podéis afirmar que no vaya llorando. ¿No acaba de daros vida, vida brutal, trágica, dolorosa, en esa Malquerida en que ha concentrado todas las fatalidades y el apocalíptico misterio de la mujer: Misterium?

El verdadero poder de Benavente consiste en que es un poeta, en que posee la intra y supervisión del poeta, y en que todo a lo que toca le comunica la virtud mágica de su secreto.

Su inquietud viene de la intensa vibración de su espíritu. Estará en la soledad consigo mismo. Irá a pasar sus horas con sus amigos los poetas. Luego—no lo dudéis—tras alguna cabriola, entrará a la casa del Diccionario para hablar con las momias. Y las dejará aún más estupefactas.


JOSE ENRIQUE RODO

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El oficio de pensar es de los más graves y peligrosos sobre la faz de la tierra, bajo la bóveda del cielo. Es como el del aeronauta, el del marino y el del minero. Ir muy lejos explorando, muy arriba o muy abajo, mantiene alrededor la continua amenaza del vértigo, del naufragio o del aplastamiento. Así, la principal condición del pensador es la serenidad.

En la América nuestra no hemos tenido casi pensadores; no ha habido tiempo, todo ha sido fecundidad verbal, más o menos feliz, declamación sibilina, pastiche oratoria, expansión, panfleto. Con dificultad se encontrará en toda la historia de nuestro desarrollo intelectual este producto de otras civilizaciones: el ensayista.

José Enrique Rodó es el pensador de nuestros nuevos tiempos, y, para buscar siempre el parangón en el otro plato de la balanza americana, diré que corresponde a Emerson. Es Emerson latino, cuya serenidad viene de Grecia, y cuya oración dominical es la salutación a Palas Atenea, la plegaria ante el acrópolis. Y advertid que, a pesar de lo que se afirme y comente, Rodó no es un renaniano, en el sentido que en el común dialecto literario se da a esta palabra. Su tranquila visión está llena de profundidad. El cristal de su oración arrastra arenas de oro de las más diversas filosofías, y más encontraréis en él del más optimista de los ensayistas, que del gordo cura laico biógrafo de N. S. Jesucristo, abate de Jouarres, in partibus infidelium.

Desde sus comienzos, la obra de Rodó se concreta en ideas, en ideas decoradas con pulcritud por la gracia dignamente seductora de un estilo de alabastros y mármoles. Solamente que él pigmalioniza, y el temor de impasibilidad, de frialdad desaparece cuando se ve la piedra cincelada que se anima, la estatua que canta. Nació con vocación de belleza y enseñanza. Enseñanza, es decir conducción de almas. A tal pedagogía es a la que se refiere el Dante en un verso referente a Virgilio. Cuando apareció su primer opúsculo, Vida Nueva, se vió el surgir de un maestro en su generación, en la generación continental. Su segundo opúsculo sobre el autor de Prosas Profanas, o mejor dicho, sobre este libro de poesías, le afirmó virtuoso de la prosa, de la erudición elegante, y en la última parte de su trabajo, profeta. Altas y generosas especulaciones le ocuparon, y Ariel señala un nuevo triunfo de su espíritu y una nueva conquista de sus predicaciones, por la hermosura de la existencia, por la elevación de los intelectos hispanoamericanos, por el culto nunca desfalleciente ni claudicante del más puro y alentador de los ideales. Definíase más y más su personalidad, y se hubiera dicho un filósofo platónico de la flor del paganismo antiguo, resucitado en tierras americanas. Y tuvo el más bello de sus gestos, cuando, llevado a las controversias de la Prensa y a las agitaciones de la Cámara, por los caprichos de la política, el adorador de los dioses de la Hélade salió a la defensa de nuestro pálido Dios Cristiano, Desterrado allá, como en Francia, de los lugares de la Justicia, por obra de la roja cosa jacobina.

JOSÉ ENRIQUE RODÓ

Por último, aparece su obra magna hasta hoy, esos Motivos de Proteo, aires mentales, sinfonías, de ideas que llevan dentro tanta virtud bienhechora, libro que ha sido acogido en todas partes con entusiasmo y con razonada admiración. Es un libro fragmentario, ¡pero cuan lleno de riqueza! fragmentario ocasional o decididamente. Ello hace que su prosecución sea indefinida, y que el encanto y el provecho se prolonguen en la esperanza después de cada aporte. El tesoro está allí. Cada vez que Aladino baje, estemos atentos.


GRAÇA ARANHA

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Uno de los críticos que han estudiado la personalidad intelectual de Graça Aranha—el señor Elysio de Carvalho—hace notar que antes de que la gloria iluminase el nombre del autor de Chanaan, era éste un escritor de cenáculos «apenas conocido de sus íntimos, que lo sabían un talento peregrino, un espíritu culto, un artista de raza capaz de realizar el gran sueño de arte que le acariciaba el alma». Hoy Graça Aranha ha conquistado los más justos laureles, y es conocido y celebrado en todo el mundo literario. Mas su universal renombre no ha hecho más que hacer brillar mejor el puro diamante de su nacionalismo. Él es brasileño ante todo. Con satisfacción y con orgullo, me decía hace pocos días: «Me place más ser comprendido por el último de los estudiantes de mi tierra, que por el primero de los escritores europeos». Y en el Brasil se le devuelve su afecto con creces. Es de los que encarnan el alma de la raza, es de los representativos. Él ha expresado en una prosa impecable y admirable el ideal patriótico, y ha pintado magistralmente el escenario fabuloso de ese vasto y vigoroso país, animado como ninguno de las savias de la tierra y de los fuegos fecundantes del sol. Muchos ilustres varones de pensamiento tuvo el pasado imperio y tiene la joven república; pero ninguno había expresado el espíritu nacional, ni tenido tan hermosamente, en simbólicas figuras, la visión del porvenir, como el joven pensador que llegaba señalando el rumbo de la vida nueva, y cuyo libro resonante era—escribía el noble y grande José Verissimo—«nuevo por el tema, nuevo por la inspiración y concepción, nuevo por el estilo».

Chanaan, que tuvo tan estupenda acogida en la patria brasileña, en toda la América del Sur; y cuando presentada a los públicos de Europa por el introductor de Ibsen, el diplomático y escritor ruso conde Prozor—un gran señor de letras—, que fué quien la tradujo al francés, Chanaan fué conocida mayormente, y el talento del autor adquirió fama y autoridad internacionales. Así al representarse en París, por el teatro de l'Œuvre Malazarte, que interpretaron actores como Lugne-Poe, De Max, y esa sutil y encantadora Greta Prozor, flor teatral cultivada por la maga Suzanne Despres, ya se sabía quién era el autor, que ofrecía a los exigentes lutecianos un ramo de sus rosas radiantes y de sus orquídeas tropicales.

Yo he visto al glorioso novelista brasileño en París, en reuniones en donde ha estado representado el pensamiento francés por sus personalidades más eminentes; y le he conocido en su propio medio, frente a aquel espectáculo de ensueño y de fantasía, que es la bahía de la capital fluminense. El vapor en que íbamos los miembros de las delegaciones de varios países a la Conferencia Panamericana, había anclado. Iba con nosotros el ilustre embajador y poderoso intelectual, que era Joaquín Nabuco. Llegaban a rodear nuestro barco ferry-boats llenos de estudiantes y de músicas, que lanzaban al aire himnos y vivas. Y un balandro apareció en donde venían varios caballeros de distinción. Entre ellos me fué señalado por Nabuco uno:—«¡Vea usted, aquél es Graça Aranha!»—me decía alegre y conmovido el magnífico anciano, quien admiraba y quería al triunfante joven. Luego nos presentó, y desde entonces he cultivado con el creador de Chanaan la más cordial de las amistades intelectuales.

El Brasil es un país de tradiciones aristocráticas, y la cultura social se impone desde luego. Se ha aprovechado de todo lo que ha producido la civilización europea, y se ha plasmado una característica nacional inconfundible, que podría servir de modelo en otras naciones del continente. Al núcleo principal pertenecen hombres como Graça Aranha, en quien las distintas situaciones oficiales y sus condiciones de intelecto y de civilidad han hecho uno de esos representantes que tanto brillo han dado a la historia diplomática de su tierra. Individualmente, junta el gentleman al caballero; es esto decir que su trato no se resiste de sequedad, antes bien, hace transparentarse la buena fe, la cordialidad y la generosa nobleza. Cuando uno ha tenido la feliz oportunidad de conocer a cancilleres como el barón de Río Branco y el doctor Lauro Muller; a embajadores como Nabuco, y en la joven diplomacia a representantes como Fontoura Xavier, como Barros Moreira, como Belloso Rebello, como Graça Aranha, comprende cómo los estadistas brasileños han querido que los que llevan el nombre y la autoridad del Brasil al exterior, veteranos y nuevos, formen un cuerpo de excelentes, una élite que pueda, en todo y en cada uno, ser a la Patria motivos de complacencia. Y Graça Aranha honra no solamente a su patria natal, sino a su lengua, que es una más grande patria.


ZORRILLA DE SAN MARTIN

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Hace veinte años que vi por la primera vez a este admirable uruguayo. Los que le conocen me han dicho que, hoy como antes, anima un espíritu encendido y palpitante aquel cuerpo que crece al resplandor de la frase oratoria, aquella cabeza de tribuno, aquella cabeza de poeta. Y como vive de fe y respira esperanza, se diría que una inagotable juventud conserva firmes sus nervios, airoso su gesto, cálida y vivificante su palabra, toda energía y ritmo.

Le recuerdo en días de triunfos y de gozos, entre fiestas y pompas españolas. Las delegaciones de las repúblicas americanas contaban, como era de razón, sobre todo las tropicales, con sujetos verbosos y hábiles para el discurso; pero en conjunto, no podíamos presentar delante de un Castelar, sino al delegado uruguayo, a la sazón ministro de su país ante Su Majestad Católica. A su fama asentada de gran poeta unía el dominante prestigio de una elocuencia, si a veces harto fogosa, por lo mismo plenamente representativa de nuestros entusiasmos y vivacidades continentales. Su negra y copiosa cabellera se agitaba en la conmoción de las arengas; el brazo diestro se alzaba como arrojando, como esparciendo, como regando las oraciones; los ojos, la máscara toda contribuían a la conquista de los auditorios; y un común orgullo nos producía a los neomundiales la victoria de aquel hombre generoso y lírico, que había cantado al épico charrúa Tabaré, y saludaba en vibradores y musicales períodos, en nombre de las naciones nuevas, a la regia decaída y maternal España. Con Tabaré y con la Leyenda PatriaTabaréMundial